Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. El león y el lobo



- Hola, cariño. ¿Qué tal te fue tu primer día de instituto? Ayer quise hablar contigo de ello, pero al regresar a casa te encontré dormida - me saludó mamá nada más entré en la cocina en busca de algo para desayunar.

A asegurar por el tono de su voz, ansiaba que todo hubiese salido estupendamente.

¿Qué cómo me fue, dices? ¡Un completo desastre!

Me esforcé en mostrar una sonrisa de oreja a oreja, tratando así de ocultar lo ocurrido en los baños y sin más preámbulos, me metí a la boca un trozo de tostada con mermelada de fresa, masticándola con suma lentitud. Mamá se sentó en el taburete de al lado, rodeando con sus manos una taza de café caliente a la par que soplaba consecutivamente ante el humo blanquecino que ésta desprendía. Entonces, volteó hacia mí con un toque lleno de dulzura en su mirar violeta.

- Luna, desde siempre has sido una chica introvertida que te cuesta todo un mundo hablar con otras personas - comenzó con tono muy amable, característico de una madre -. Tranquila, dale tiempo al tiempo. ¡La cosa se arreglará! En cuanto menos te lo esperes formarás parte de algún grupo de amigos y amigas como cualquier persona de tu edad.

Solté un suspiro.

- Mamá, por favor... los únicos amigos que he tenido durante toda mi vida han sido los animales de esta granja - le respondí con amargura entretanto jugaba con la cucharilla, dándola vueltas en torno al chocolate espeso.

- Cariño, eres un poco modesta - mamá alzó sus gruesas cejas rubias -. ¿Sabes? Nunca hubiese imaginado que se te diese mejor tratar con los chicos. Quiero decir que aún, entre tantas cosas, recuerdo la excursión que se os programó en secundaria y...

Carraspeé estrepitosamente.

¿Modesta, yo?

- ¿Chicos, dices? ¡Por favor, si soy patética, mamá! Parezco un tomate con patas al encontrarme a menos de cinco metros de alguno de ellos. O un tomate tar-ta-mu-do, como prefieras llamarme - la interrumpí con enorme embarazo.

Observé a través de mi taza la propia imagen de mi cabello anaranjado, el cual apenas me llegaba a tocar los hombros y siempre lucía con una diadema roja (ya fuese invierno, otoño, verano o primavera), echándome hacia atrás el flequillo. Mamá la tejió para mí a los pocos días de llegar a la granja y era algo así como una especie de amuleto protector y de buena suerte. Inconscientemente enredé mis dedos en un mechón. Parecía que el rojo sería por excelencia por siempre mi color, pues entre los sonrojos que acostumbraba a padecer junto con el color de mi cabello daba la sensación de brillar de igual modo a una lámpara fluorescente, incluso en la oscuridad.

Eso y que para colmo mi uniforme ya de por sí tiene demasiado color granate.

- Cielo, ¿ya no me cuentas las cosas? Bueno... - dijo mamá a la que untaba mantequilla en una rebanada de pan bien tostado como a ella le gustaba -, fingiré no saber nada sobre el muchacho que misteriosamente ayer se plantó en casa.

Súbitamente, me atraganté con el chocolate y escupí lo poco que había sorbido.

¿Muchacho?, no me digas que...

- ¿Luna, estás bien? - inquirió mamá con preocupación.

- Has dicho... ¿¡un chico!? ¡Espera! - exclamé al depositar ambas palmas contra el mantel de manzanas sonrientes. Si éstas hubiesen tenido vida propia... seguramente no hubiesen estado tan encantadísimas con el golpetazo que acababa de darles -, ¿por casualidad era r-r-rubio? ¿Con cierto acento i-italiano?

Mamá limpió en apenas un segundo y con un paño húmedo el alboroto que había causado.

- Sí, por su forma de hablar me recordó a un robot en versión adulta - se rió mamá -. Al parecer le era muy importante poder hablar contigo, pero ya sabes cuan de profundos son tus sueños que no logra despertarte ni una estampida de rinocerontes...

Oh... esto es demasiado.

- ¡Mamá! - protesté con incomodidad.

- ¿Quién era aquel joven? - exigió saber mamá con gran curiosidad.

Ante el interrogatorio que me veía venir, reaccioné moviendo la cabeza de arriba abajo.

- Nadie... Quiero decir - suspiré dándome por vencida pues mamá no conocía límites al tratarse de sonsacar algo y yo no estaba por la labor de padecer tal calvario -, es un compañero de clase.

- Ya, ya, conque un compañero. Entiendo. Y Luna, ¿tan rápido os intercambiasteis las direcciones de casa? ¿No sería más lógico daros antes el número de móvil?

- Sí, es lo normal cuando tienes un teléfono móvil - mascullé.

Mi cara se tornó colorada, ¿cómo sabía Carlos dónde vivía? Y lo más importante aún, ¿por qué había venido en persona hasta aquí?

- ¿Luni? - me llamó mamá la atención igual a si fuera una niña de nuevo, siendo la causa de que por fin echase el ancla a mi mar de pensamientos.

- Mmm, no sé lo que querría - respondí suspirando.

- Oh, entiendo. ¿Acaso te hace tilín? No voy a negar que el chico es bastante mono - acto seguido me guiñó un ojo -. ¿Quieres que cuando regreses del instituto comamos helado y chuches y tengamos un momento de chicas? - soltó enérgica con el puño en alto.

Sí, ¡en eso estaba yo pensando!

- ¡Mamá...!, ¡claro que no! ¡Ni siquiera le conozco demasiado bien...! - reproché tímidamente.

Mamá rió de buena gana.

- Oh, que rápido crecéis. Hasta hace nada jugabas con muñecas en el granero y ahora mírate, ¡toda una señorita! - exclamó mamá orgullosa, pellizcándome cariñosamente la nariz.

Opté por terminarme el resto del desayuno en el más completo silencio y tras ello, cogí la mochila dispuesta a regresar al instituto, aunque no lo suficiente como para encontrarme con Carlos por segunda vez... ¿Qué podría decirle?, ¿acaso sería mejor esquivarle? No, eso acabaría siendo una tontería tan grande como un castillo. De lo poco que le conocía, intuía que me buscaría de un modo u otro para así tener nuestro momento asolas.

Cualquier cosa es posible si ha sido capaz de plantarse en mi casa.

Antes de dedicarse a la granja y demás quehaceres, mamá me acicaló cuidadosamente el cabello. O mejor dicho dio su mejor esfuerzo e hizo cuanto pudo.

- Luna, ¡buena suerte! - se despidió bajo el umbral de la puerta principal, moviendo efusivamente la mano de derecha a izquierda.

Puedo hacerlo, me animé a mí misma entretanto marchaba por el caminito pedregoso sin apenas reparar en nada, pues por mucho que me esforzase no podía sacarme a Carlos de la cabeza.

Es por ello que tropecé en varios ocasiones e incluso casi tomé un desvío que no era el adecuado a menos que quisiera aparecer en un amplio huerto de verduras y hortalizas. Alcé la vista a un cielo azul y exento de nubes.

Tranquilízate, vas a un instituto. ¡No a la tercera guerra mundial! ¿C-cierto?

Transcurridos unos intensos minutos de caminata en los cuales me esforcé en mantener la mente en blanco, consiguiendo relajarme ante el armonioso trino que flotaba en el aire casi otoñal debido a las bandadas de gorriones en el cielo, finalmente alcancé a ver las pequeñas casitas con tejas marrones que componían el corazón de Linoa. Por tanto, la parada del autobús no andaba muy lejos. Los pueblerinos ya habían salido de sus casas, unos a pasear, otros a abrir sus pequeños puestos y por último las madres que llevaban a sus retoños al colegio. Súbitamente, el viento trajo consigo un olor atractivo, pesado y dulzón que me embriagó por completo los cinco sentidos. Movida por la curiosidad, desvié la mirada hasta centrarla en una panadería de igual similitud a una casita de muñecas sacada de algún cuento de hadas. Era muy popular en el pueblo además de ser la única. Se ocupaban de ella el señor y la señora Coen, ésta última una mujer amable y regordeta que tenía un total de seis hijos. Los pasteles y demás tartas tras el mostrador parecieron cobrar vida en una pequeña fracción de segundo, sonriéndome a través de su boquita de piñón y caramelo conforme con una serie de gestos me animaban a llevarme conmigo a alguno de ellos.

Pasteles de crema, galletas con virutas de chocolate, cruasanes, bizcocho... La boca se me hizo agua. ¡Hay tanto para elegir!

Continué ensimismada en aquella alucinación infantil hasta que... alguien salió del lugar arrastrando consigo una bicicleta naranja. La burbuja de ensueño y caramelo en la que me había visto envuelta se desinfló de inmediato ante dicho color.

Naranja, ¿a quién se le ocurre?, no pude evitar quedarme mirándola con la boca abierta.

A mí parecer era demasiado llamativa. Personalmente, jamás hubiese comprado una de semejante color, ya tenía suficiente con mi odioso pelo. De no ser porque mamá no me dejaba teñírmelo a castaño, azabache o cualquier otro tinte, lo hubiese hecho muchos años atrás.

Fijo que al dueño le encanta acaparar miradas por montón, pensé irónica.

Fue entonces cuando esa persona que también llevaba consigo una mochila a la espalda se las apañó sin problemas al cerrar la puerta de la panadería con un raudo movimiento de pierna. Agudicé la vista con la intención de estudiarle más a fondo. Parecía un estudiante de instituto.

- Menuda casualidad.

Y era rubio.

- Otra casualidad.

Fuerte. Y... y...

- ¡Maldición...! - exclamé.

¡No puede ser!, ¿por qué?, ¿por qué a mí?

En esos momentos, llegué a desear fervientemente que aún estuviese bajo los síntomas de alguna que otra alucinación.

¡Carlos...! ¡Oh, no! ¡Noooo!

Sin embargo, fue catastrófico e inevitable que él también reparase en mí al igual que yo también lo había hecho en él. Rápidamente, adopté una actitud resbaladiza. Era incapaz de dirigirle la palabra después de lo sucedido ayer... Así que me apresuré en mezclarme (como si mi vida dependiera de ello) entre el torrente de pueblerinos que se movía en las calles, intentando no llevarme a nadie por delante.

No pasa nada, no logrará alcanzarme si mantengo este ritmo. El hecho de tener las piernas cortas no me impide correr como una liebre.

Todo iba demasiado bien hasta que de repente...

¡Chirrrrrrrrrrrrrrrr!

Una bicicleta me cortó el paso. Una bicicleta naranja.

¡Me cachis!, pensé al detenerme en seco.

Me removí incómoda a la vez que fijaba la vista en otra cosa que no fueran mis zapatos.

- ¿Sabes una cosa, señorita Graham? Si alguien se molesta en llamarte por lo menos podrías tener la decencia de responderle - se burló Carlos con referencia a lo de ayer, haciendo descansar sus codos en los manillares.

No le mires a los ojos o si no te tendrá a su merced... Yo no soy ningún ratón ni él mi flautista de Hamelín...

- ¿Qué es lo que quieres? Oh... - hice una breve pausa -. Traje tu cazadora conmigo. Aquí la tienes - saqué de la mochila una bolsa en la cual se encontraba la prenda cuidadosamente doblada y limpia. Se la ofrecí y Carlos fue a recogerla, entonces su mano rozó la mía. Un hormigueo fluyó en mí por apenas aquel escaso contacto -. Gracias y a-ahora tengo que i-i-irme. ¡Adiós!

Carlos no se movió ni un solo centímetro de su posición. Parecía querer decirme muchas cosas y yo me mostraba demasiado reacia al respecto.

- Ayer fui a tu casa con la esperanza de poder hablar contigo - comenzó él pacientemente -. Ya que no pudo darse la oportunidad esperaba que hoy lo pudiese conseguir. ¿Me concedes un poco de tu "ajetreado" tiempo o también huirás en plena conversación?

- ¡No sé cómo obtuviste mi dirección, pero...! Espera - solté sin pararme a pensar en lo que diría a continuación y por primera vez desde que nos encontramos le miré detenidamente a los ojos. A sus ojos escarchados -, ¡yo no estaba huyendo! ¡Y no me apetece hablar contigo! ¡Ahora aléjate o me pondré a chillar! ¡Diré que pretendes robarme! - le amenacé con voz gangosa.

Carlos inclinó la cabeza hacia un lado.

- Y dime, ¿qué es exactamente lo que querría robarte? ¿Joyas? Algo así sería poco creíble cuando ni siquiera tienes un triste pendiente en tus orejas. ¿Tal vez la cartera? No te ofendas, señorita Graham... llevando el almuerzo en una tartera da a pensar que no tienes en mente pisar cafetería, a menos que busques un lugar "relajado" en donde poder tomarte tu chuletón. ¿Robarte, dices? - ahora soltó una risotada -, dudo mucho que lleves encima algo más que las monedas para pagarte el autobús de ida y vuelta - Carlos acertó de lleno en todas y cada una de las cosas y el hecho de ser tan sabiondo... me puso de los nervios.

¿Cómo se puede ser tan listo?, ¿es qué tiene un don extraño de esos? ¿Es capaz de leer la mente?

- ¿Acaso ahora te dedicas a expiarme, Sherlock Holmes? - le pregunté perpleja, tapándome apremiante las orejas con algunos mechones de mi cabello.

- Lo último no fue más que pura intuición, sin embargo, veo que di en el clavo - respondió Carlos dándose aires de genio junto con una de sus odiosas sonrisas de sobresaliente -. ¿Y ahora tendrás la gentileza de permitir que me explique?

¿Por qué preguntas?, ¡sí harás lo que te dé la gana!

- Sí... que sea rápido... - exigí con voz quebrada.

Carlos asintió con un gesto de cabeza.

- Está bien, tranquila, no hace falta que te enfades. Ante todo quería disculparme por lo que te hicieron pasar en los baños - se mordisqueó el labio -. Fue mi culpa, estando al tanto de la enfermiza obsesión que Lucía profesa hacia mi persona... debí haberlo supuesto. Se le ha metido en la cabeza que somos novios cuando en realidad no es así y detesta que revoloteen chicas a mí alrededor.

Nos miramos entre sí.

- Un poco difícil, ¿no crees? ¡Lo digo porque eres un chico popular y eso atrae a las jovencitas como abejas a la miel! - tomé aire con brusquedad -. Me di más que por enterada por la manera en que nuestros compañeros te trataron al aparecer por clase. Si no llega a ser por ti seguramente nadie se hubiera fijado en que alguien como yo también existía. ¿Me equivoco?

- Eso es un poco difícil - rió jovial, tomando gentilmente uno de mis mechones -, me temo que esto te hará destacar siempre. Por mucho que te pese.

- Ya sé que mi cabello es horrible, soy consciente de ello cada mañana que me miro al espejo. No hace falta que alguien como tú me lo recuerde - murmuré.

Carlos arrugó el entrecejo ante mi respuesta, como si no compartiese la misma opinión al respecto.

- ¿Te has fijado bien en el color de mi bicicleta? - me preguntó con indiscutible regocijo -. Con frecuencia tienden a gustarme las cosas que a otros no. Y el color naranja raramente agrada, quizás por su aspecto chillón o porque le hacen sombra otros como bien el azul o el rosa. Pero a mí me encanta, se me hace especial. Muy especial.

- ¿Intentas animarme con eso? - inflé los carrillos.

- Lo que trato de decirte es que puedes confiar en mí. En cualquier lugar necesitas a alguien que te apoye, aunque solo sea una persona. Ya llegarán más. Lo mismo ocurre en el instituto. Si te paras a pensarlo detenidamente, señorita Graham, los estudiantes en realidad son como ovejas que esperan inocentemente a su pastor y cuando este pastor hace su aparición van tras él entre ovaciones y adulaciones creyendo que va a misa cualquier palabra que salga de sus labios - comentó sin pudor.

Es directo. Muy directo.

- ¿Y podría preguntar cómo el señorito Galliano - le llamé así igual que él ahora estaba dirigiéndose a mí por mi apellido -, llegó a ser el pastor de ese gran rebaño? - le reté con los labios fruncidos.

- Je, es fácil. Y me alegra que me lo pregunte, señorita Graham - dijo emocionado -. Si tan solo una persona piensa que actúas de un modo fresco (guay) inmediatamente después se correrá la voz. Eso y ser el capitán del equipo de fútbol junto con unas altas calificaciones también contribuyen a la causa - respondió al fin, dando la imagen de alguien muy calculador y meticuloso para tratarse de un joven de apenas dieciséis años.

Durante unos instantes, me sentí cohibida ante su penetrante mirada, dándome la impresión que era capaz de ver a través de mí y con ello curiosear entre mis más oscuros recuerdos.

- ¿Y una de esas cosas que también contribuyen a la causa es hacerte cercano a la chica nueva? ¿Quizás de ese modo el resto pensaría lo bueno y gentil que eres? Encima la cosa no acaba ahí, pues fuiste capaz de presentarte en mi casa como si nada... - apreté los labios, llevándome la mano hasta ellos -, ¿cómo conseguiste mi dirección? ¿Debería preocuparme?

- ¿Cómo podrías temerle a un corderito como yo? - me preguntó Carlos encogiéndose de hombros -. En fin, digamos que la secretaria del instituto no es muy cuidadosa con sus quehaceres y hace unos días, mientras le ayudaba con unos carteles publicitarios, me encontré con tu inscripción encima del escritorio. A plena vista de todos. Curioseé solo un poco, estaba en mi completo derecho como ciudadano libre que soy - respondió con enorme tranquilidad.

¿Qué...?, ¿¡y lo suelta así como si nada!? ¿Un poco?, ¡mentira cochina!, pensé con el pulso acelerado.

- ¡Olvidémonos de todo!, ¿quieres? ¡Nada de lo de ayer pasó! Quiero empezar desde cero, ¿me entiendes? - exclamé a trompicones y sin saber la razón, mi cabeza se me hizo como un globo rojo de anormales dimensiones, teniendo la urgente necesidad de hundirla en agua fría.

- ¿Siempre eres tan vergonzosa? - me preguntó Carlos entre risas amables.

- ¡No...!, ¡claro que no! - me apresuré a contestar aún a sabiendas que llevaba toda la razón del mundo.

Entonces, Carlos posó con delicadeza un dedo sobre mi frente, cortándoseme por ello el aliento y luego añadió en un tono pausado:

- To-ma-ti-to.

¡Chitón! ¡Por ahí sí que no estaba dispuesta a pasar! Con aire molesto, me dispuse a empujarle, sin embargo Carlos se vio venir aquello mucho antes de que yo pudiese hacer nada y cuan rayo interceptó mis manos. Tras guiñarme un ojo, prosiguió diciendo como si nada:

- Ahora que ya confías en mí, ¿quieres que te acerque al instituto? Tenemos tiempo más que de sobra y yo la suficiente adrenalina cómo para dar la vuelta al mundo en menos de ochenta días.

Observé nuestras manos juntas, realmente se veían bien. Muy bien y... ¡Un momento!, ¿en qué estaba pensando...? Las separé antes de que alguien nos viese en público de semejante modo y acto seguido inspiré aire con la intención de liberarme del nudo que me oprimía la garganta.

- No recuerdo haber dicho que confiara en ti - protesté.

- De acuerdo. Entonces te deseo la mayor de las suertes. Es una verdadera lástima, pues lo mismo que ahora has rechazado mi invitación me veo obligado también a ignorarte en clase. No tendría por qué preocuparme, alguien tan extrovertida como tú sabrá resolvérselas por sí sola. ¿Cierto, pomodoro? (tomate) - tras su discurso condecorado con el mayor de los sarcasmos, Carlos se alejó conforme arrastraba consigo su bicicleta.

Enfurruñada le observé irse.

Me voy a arrepentir de esto, seguro. Aunque es mejor tenerle a él como amigo a estar sola en ese lugar, pensé a regañadientes antes de llamarle.

- Oh. ¿En serio?, me ha parecido escuchar mi nombre - dijo Carlos al girar sobre sus propios talones con una amplia sonrisa.

Jugueteé con mis dedos.

- ¿P-podrías llevarme? - le pregunté abochornada.

- ¿Y esas palabras mágicas? - me preguntó de lo más divertido.

Fijo que está disfrutando con esto.

- P-por f-favor...

- Perfetto (perfecto). Tome asiento, señorita Graham. Espero que el viaje sea de su agrado - exclamó lleno de vitalidad una vez se hubo sentado. La bicicleta era algo anticuada por lo que poseía otro asiento a modo de barras tras el sillín, supuse que ahí tendría que colocarme yo. Me demoré durante unos segundos mientras lo miraba desconfiada -. Vamos, sé que tengo un trasero irresistible, pero aún así no es necesario que te lo quedes mirando durante el resto del día. Ya te mandaré una foto, tranquila - se mofó.

¡Estaba mirando al sillín!, ¡si-llín! ¡Será creído!

- ¡No te estaba mirando el t-t-trasero!, ¡no digas tonterías! - exclamé azorada y sin volver a decir ni pío me fui a sentar, sin embargo, Carlos no se decidió a pedalear ni tan siquiera cuando cinco coches e incluso un camión de colchones "Relax Now" atravesó la carretera -. ¿Puede saberse qué es lo que te ocurre ahora? - le pregunté anonada y Carlos no se molestó en explicarse, en su lugar tomó mis manos con el único propósito de colocarlas contra su pecho, rodeándole de esa manera el torso. Era la primera vez que me encontraba tan cerca de un chico hasta el punto de captar incluso la fragancia de su colonia. Eso y poder tocarle... Mis manos temblaron vigorosamente y me vi obligada a esconderlas en los bolsillos de mi abrigo de lana -. Eso no es n-necesario... - tartamudeé algo mareada.

- Por supuesto que es estrictamente necesario, tan solo me faltaba que en pleno trayecto te cayeses de la bicicleta y rodases hasta algún fango o vete tú a saber qué - pronunció Carlos con claridad y volvió a repetir la misma acción de antes.

¡Es suficiente!

- ¡No...! ¡No vuelvas a tocarme! - me zafé de él por segunda vez consecutiva.

Aquello no era posible, mis principios me decían que tal complicidad solo podía darse entre quienes eran una pareja sentimental... Y claro está, siempre en la más absoluta intimidad ya que ahora mismo nos encontrábamos a la vista de todo y todos.

- No me obligues a pegarte las manos con pegamento - bromeó Carlos, aunque cualquiera lo diría -. ¿Qué te piensas?, ¿qué por esto ya debemos casarnos y tener cinco hijos?

- Pues podría ser... - tartamudeé entre abochornada y cabizbaja.

Carlos tardó un buen rato en reponerse de mis palabras.

- ¡Mia madre! (¡madre mía!), ¡si hoy en día te tuvieras que casar con cada persona que te toca o besa no repararíamos en divorcios! Menuda reina de los dramas estás hecha. Deberían contratarte en algún culebrón, ¿te has planteado alguna vez asistir a un casting? - exclamó ocurrente con el cuello torcido hacia mi dirección.

- Yo no he dicho tal cosa... Eso te lo has inventado tú... - me defendí de un modo patético -. Oh, ¡olvídalo! ¿Quieres pedalear de una buena vez?

Es inútil, por mucho que no quiera va a seguir con el dichoso temita.

- Un momento... ¿eso quiere decir que nunca antes un chico había sido tan cercano a ti? ¿A estas alturas de la película? - me preguntó Carlos estupefacto y por consiguiente, me examinó igual a si fuese una especie de extraterrestre con cuernos y pies de pato. Por muy extraño que sonase... parecía que el asunto le agradaba y aliviaba a la vez -. Je, ya lo entiendo... No imaginé que aún en pleno siglo veintiuno existían mujeres tan recatadas como tú. Las creía una raza en extinción igual a los armadillos - ¿o soy yo o le encanta compararme con animales? Animales feos, claro está -. Debería sentirme halagado, la próxima vez que te invite a mi bicicleta ya te tendré preparado el anillo de compromiso -aplaudió con tanto entusiasmo que no supe si reír o protestar.

- ¡N-no tiene ninguna gracia!, ¡p-pedalea de una santa vez! - exclamé intentando eludir a toda costa su mirada.

Por fin Carlos se dignó a pedalear y le llevó muy poco tiempo que acabase aferrándome a él (no tuve más remedio), era eso o caerme y hacerme cualquier roto en los leotardos o alguna que otra herida fea, comenzando mi segundo día de instituto igual que un bufón de la era medieval. Pese a no verle, me daba la sensación que Carlos estaba... sonriendo.

Olvídalo, Luna, será mejor.

Con la oreja apoyada contra su firme espalda, pude oír con profunda claridad el latido que marcaba su corazón, siendo la melodía más hermosa que jamás había escuchado. Era... como aquel césped que nunca antes hubo sido pisado y le caían encima una a una las primeras gotas del rocío.

Pum, pum, pum.

Me acurruqué... no estaba haciendo nada malo y tampoco teníamos ningún público.

Pum, pum, pum.

Carlos no se opuso a ello y sorprendentemente mi cuerpo logró relajarse junto al suyo, arropándome el calor que éste me transmitió. Poco a poco nos fuimos abriendo paso por la carretera y con ello dejamos a nuestras espaldas el paisaje rústico que tanto caracterizaba a Linoa desde hacía tiempo: sus huertos meticulosamente repartidos, altos trigales que crecían bajo una serie de parches de luz solar, corrales ya fuesen para caballos, vacas u ovejas y una vez nos alejamos un poco más dimos con pequeñas casas y granjas. El aire cortante alborotó mis cabellos como si de una danza fantasmagórica se tratase y éste parecía pedirme perdón a la vez que me acariciaba las mejillas. Fue entonces cuando caía en la cuenta de algo y ese algo era la razón de haberme encontrado a Carlos en Linoa. ¿Acaso míster sabelotodo tenía una doble vida que los demás en el instituto desconocían? Empecé a estrujarme tan seriamente los sesos que me evadí por completo de la realidad. Toda una lista interminable de ideas aparecieron en mi mente a la velocidad de la luz, pero de igual manera aparecían pronto me decidía a descartarlas.

¿Acaso tiene familia ahí? ¿Por qué motivo sino iba a estar en Linoa a esas horas? ¿O puede que tras visitar mi casa se decidiese en pasar la noche en algún hotel?

Fui a inclinar la cabeza hacia adelante cuando me di cuenta que allí ya no se encontraba la pétrea espalda de Carlos, ¡no había nada de nada! Irremediablemente, me di de bruces contra el aire.

- Ey, Luna - dijo Carlos tras haber transcurrido unos minutos de aparecer en el instituto. Él se había levantado de la bicicleta y adoptado una postura de espera debido a que yo aún me encontraba sentada en el sillín -. Tengo que aparcar la bicicleta si no te es mucha molestia. Prometo que no tardaré.

¿Ya hemos llegado?, ¿en s-serio?, pensé perpleja a la par que paseaba la mirada por los alrededores del instituto.

- Oh... De acuerdo - susurré con sobresalto al ponerme en pie junto con un respingo.

Pese a que Minota se encontraba algo lejos del pueblo (unos cuatro kilómetros para ser exactos), dicho viaje junto a Carlos se me había hecho corto. Demasiado corto. Y eso no era todo... me había sentido tan cómoda a su lado que no hube reparado en que ya habíamos llegado al instituto.

Eso es preocupante...

- No te portes mal, ¿eh? - exclamó Carlos con sorna antes de echar a correr junto con la bicicleta.

- Descuida... - susurré aún sabiendo que no me escucharía.

A lo largo de la espera aguardé quieta en el mismo lugar en donde Carlos se hubo despedido, ignorando al resto de estudiantes que pasaban por mi lado al igual que ellos lo hacían conmigo. Siempre se desplazaban de un lado a otro por grupos y estos se diferenciaban del resto bien por su atuendo o aspecto físico. Bajo ningún concepto se juntaban con otros que incumplieran tales normativas. "Juntos, pero no revueltos" sería la mejor manera de definirles. Por un lado, estaban las animadoras, todas rubias de bote y de sonrisa embelesadora. Luego teníamos a los jugadores de baloncesto, los empollones, los jugadores de fútbol (estos debían ser los compañeros de Carlos), los del club de teatro, kárate, cocina y finalmente natación. Reparé a lo lejos en Lucía y sus amigas. No pude evitar tener miedo de que se fijaran en mí y me dejaran en evidencia una vez más con otra de sus bromas pesadas. Por momentos llegué a pensar que una nube se hubo caído del cielo hasta nublar mi mente y por consiguiente, llover dentro de mi cabeza, sintiendo como si ésta la tuviera repleta de papel mojado. Entonces, en la milésima de segundo que ellas entraron en el edificio sin percatarse de mi presencia, exhalé un suspiro de alivio.

Dirigí la vista hacia el reloj en mi muñeca, ¿por cuánto más tiempo me tendría Carlos esperando? ¿Tanto le llevaba aparcar su dichosa bicicleta? En un intento desesperado por matar el aburrimiento, me puse a contar el número de cruasanes que había dibujados en los cristales de la cafetería hasta que llegó a mis oídos lo que parecía tratarse de cierto barullo... Una serie de voces. Movida por la curiosidad, me dirigí hacia el lugar en concreto. Una masa de chicos se concentraba tras el edificio principal (aunque sus uniformes pertenecían al instituto Einstein), donde también se hallaban las basuras y demás cajas vacías de comida, concretamente las de pescado que apestaban con creces. Ni siquiera las moscas tenían el valor suficiente de acercarse.

Desde ayer cogí un enorme asco al pescado, no pienso comerlo jamás. Oh, que drama pase cuando tuve que coger el autobús de vuelta con semejantes pintas... Eso y hacer lo imposible para que mamá no lo descubriese al aparecer por casa, recordé con los ojos entrecerrados.

Los estudiantes formaban un corrillo en cuyo interior se encontraban solamente dos jóvenes sentados en torno a una caja de madera. En ésta se apiñaban varias cartas de una baraja y también dinero. No sabría decir cuanta cantidad. El chico de la izquierda tenía el pelo medio rapado, brazos musculosos y mirada hosca. Impaciente, tamborileaba continuamente los dedos contra la caja. El chico de la derecha era el único en pertenecer a mi mismo instituto, pude confirmarlo vagamente por los pantalones ya que el resto del uniforme escolar era sustituido por otras prendas personales: una camiseta blanca de tirantes cubierta por una cazadora de aviador y unas botas marrones de montaña que le terminaban unos centímetros por encima de los tobillos. En uno de los bolsillos del pantalón le sobresalía una cajetilla de tabaco, cosa que me sorprendió. Me percaté también en el aro plateado que tenía colgando en cada oreja junto con un piercing en la ceja izquierda. Su pelo castaño claro estaba engominado y con las puntas alzadas, parecía que ni una sola oleada de viento podría despeinarle. Desprendía un aura macarra bastante intimidatoria. Seguramente podría haber desempeñado el papel de cualquier matón de película pues los directores del casting no se lo hubieran pensado ni tan siquiera dos veces.

- Echa de una vez, madrileño. No tenemos todo el día - gruñó el medio rapado.

- A los genios no se les mete prisa, amigo - respondió el joven de la cazadora de aviador y tanto su forma de hablar como sus gestos dieron credibilidad a aquel dicho que dice que los madrileños son unos chulos.

Me encontraba escondida tras el filo de la pared pues quería pasar desapercibida entretanto continuaba alimentando más y más mi voraz curiosidad. ¿Sabrían los profesores qué tipo de actividad se desarrollaba en una zona que aún se encontraba dentro del recinto escolar? Lo dudaba mucho. Supuse que Carlos también desconocía algo así, sino aquel grupo de chicos no hubiesen podido actuar como si fuesen los únicos reyes del cotarro. Parpadeé ante lo que iba a presenciar a continuación, ya que de repente el joven madrileño logró sacarse fácil y rápidamente dos cartas bajo la manga (como si ya tuviera gran experiencia en ello) sin que nadie se lo oliese y apremiante exclamó con aire vencedor:

- ¡Chúpate esa! ¡Ahí van cuatro ases! Es una verdadera pena que hayas perdido, Navaja - fingió que la situación le afectaba pese a que en realidad su mirada desprendía un notable brillo de dicha.

- ¿¡Qué, imposible!? - bramó Navaja con las manos echadas a la cabeza.

- Nada es imposible, venid con papá - canturreó el joven madrileño al llevarse ávidamente consigo las montañitas de monedas y algunos cuantos billetes.

Los espectadores resoplaron ante la pérdida de su líder.

- Volved cuando queráis. Nunca digo que no a nada si hay dinero de por medio - se pavoneó el joven madrileño.

- Grrrr... ¡Esto no quedará así! - le amenazó Navaja con los puños cerrados -, la próxima vez que nos veamos no tendrás tanta suerte.

- Que mal perder tienes, amigo, eso no es bueno para tu salud y mucho menos para tu temprana calvicie - bromeó el joven madrileño tras propinarle varias palmadas de aparente apoyo moral en la espalda.

No debió medir con exactitud sus golpes... puesto que algo se le cayó al suelo. Los estudiantes enmudecieron y observaron expectantes como su líder fue a recoger lo que parecía tratarse de unas cartas.

- No te molestes, Navaja... - se apremió en decir el joven madrileño.

No obstante, él ignoró sus palabras y al tomar consigo dichas cartas las estrujó con tanta fuerza que quedaron inutilizables de por vida.

- ¿¡Qué demonios es esto!? ¿¡Has hecho trampas!? - rugió Navaja cuan león salvaje.

- Uy... No sé como habrán podido parar ahí - dijo el joven madrileño junto con una risa sardónica.

- ¡Y UN CUERNO!, ¡QUE NO ESCAPE! - bramó Navaja repentino como una tormenta de rayos y truenos.

La densa multitud de adolescentes corrió tras el madrileño, quien astutamente ya se había dado a la fuga mucho antes de darse aquella orden.

Oh, no... ¡me van a ver!, pensé aterrada.

Al disponerme a actuar resultó ser demasiado tarde, puesto que el joven madrileño ya había aparecido por mi derecha, sintiendo como su rostro se giraba hacia mí a cámara lenta. Es por ello que mi cuerpo se heló y no pude despegar los pies del suelo por más que lo intentase.

- Tú no me has visto - susurró y acto seguido se tiró a lo camicace, ocultándose en la sombra que le proporcionaban unos cuantos contenedores y cajas amontonadas.

- Ey... ¡o-oye...! - tartamudeé.

Fue imposible poder dialogar más, ya que pronto escuché el brusco rumor de unos pasos dirigiéndose hacia mi posición y una vez estos cesaron, tuve delante de mis narices a aquel líder con malas pulgas junto con el resto de su banda. Al reparar en mí, el joven conocido con el apodo de Navaja me preguntó:

- ¡Tú, mocosa! ¿Has visto pasar a un imbécil con pelo pincho por aquí?

- Sí... - por el rabillo del ojo pude ver cómo el joven madrileño, aún desde su escondite, se llevaba un dedo a los labios.

- ¿Y bien?, ¿dónde se fue? - me exigió Navaja impaciente.

Señalé a una dirección falsa y ellos corrieron allá igual que violentos leopardos. Empujando incluso a los estudiantes que tuvieron la desgracia de encontrarse a su paso. Mi corazón solo recuperó su latido normal al verlos desaparecer, llevándome una mano al pecho por ello. No obstante, de poco me duró dicha tranquilidad.

- No estuvo nada mal - dijo el joven madrileño que ya había salido de su escondite.

Me echó un vistazo sin la menor discreción, con una mirada tanto intensa como curiosa.

Tan solo me faltaba esto.

- Yo... esto... no... la verdad...

- Mujer, ni que hubieses visto un fantasma - murmuró con un eterno bostezo conforme se quitaba una raspa de pescado del pantalón-. Ey, aparte de decir palabras sin sentido, ¿sabes vocalizar correctamente tu nombre? - entonces adoptó el mismo tono de un profesor cuando se dirige al más tonto de sus alumnos -: El mío es Daniel.

Es tan intimidante...

- Lu-lu... - intenté responder, aunque con voz quebrada, en ese instante me puse a sudar más incluso que al trabajar en la granja durante largas horas y sin ningún descanso a mi favor.

- Captado. Intentaré devolverte el favor, Lulú - añadió galán, pensando que ese era mi verdadero nombre y a continuación depositó una mano contra la pared en la cual me encontraba apoyada, observándome con mayor detenimiento que antes a través de sus aceitunados ojos. ¿Por qué desde que he llegado a este lugar no paro de sentirme un dichoso maniquí? -. ¡Para el carro!, ¡acaba de ocurrírseme una gran idea! Mi agenda está muy apretada últimamente, aunque por ser tú puedo hacerte un hueco. ¿Qué te parece? Vamos, no es necesario que me des las gracias.

¿Agenda apretada?, ¿acaso es un Casanova de alto standing?

- Te digo que no tiene importancia... - tartamudeé roja como un tomate al verme acorralada por su figura de ese modo.

¡Toda una vida ajena a los chicos y ahora se me acercan como moscas! Ahí arriba deben estar destornillándose de mí...

- Que sí, tontina. Oyeee, ¿este pelo tuyo es de verdad? - me preguntó con tono infantil al atrapar entre sus dedos uno de mis mechones. Al tener sus manos tan cerca me fijé en que el dedo corazón de su mano izquierda tenía un pequeño callo -. Ñam, ñam, ñam. ¡Ahora mismo me han entrado unas ganas enormes de tomarme un gazpacho! - se rió de su propio chiste. Sin embargo, no me molestó, siempre que conocía a alguien mi cabello acababa saliendo entre las primeras líneas, como antes había sucedido con Carlos. Al anunciar súbitamente la campana el comienzo de las clases, una mueca despectiva contorsionó el rostro moreno de Daniel -. Mierda... no me apetece nada ir a esa jodida cárcel que insisten en llamar instituto. Tanta partida me dejó molido, tomaré un buen y merecido descanso - añadió junto con dos bostezos de oso.

Si le dieran un euro por cada bostezo se haría rico.

- Yo sí que debería marcharme...

Ante mi respuesta, él reaccionó con un exagerado respingo.

- ¿En serio, mujer? ¿Y no te parece mejor que nos escapemos juntos? Podríamos dejarnos caer por mi sitio secreto, por allí nadie se atreve a meter sus narices y es muy tranquilo - soltó picarón.

Madre mía, este chico no se corta ni un pelo... Pobre de mí y me quejaba de Carlos.

- N-n-n-no... ¡Eres un desconocido!, ¡y por ello no debo aceptar nada de lo que me ofrezcas! - exclamé a la defensiva.

Ha sonado tonto, aunque si me ayuda a deshacerme de él...

- Oye, ninguna moza rechaza una sola de mis ofertas y se queda tan tranquila. ¡Es más!, ¡deberías estarme agradecida! ¿Acaso no sabes con quien estás hablando? - dijo acercando sin miramiento alguno su rostro al mío, invadiendo precipitadamente mi espacio. Quise morirme en ese momento y mucho más al él añadir -: Pensándolo bien... no me gusta que los demás me vean paseando por ahí con gente fea y gorda. Uno no puede tirar su reputación así como así - añadió, restregando sus nudillos contra la cazadora como si fuera alguien muy importante.

Ag...

Fruncí los labios. Esas palabras me habían sentado igual a si me hubieran empujado desde lo alto de unas escaleras.

¿Cómo se atreve?

- ¡Eres un completo maleducado!, ¡no quiero volver a verte! ¡Apártate de mí, sinvergüenza! - exclamé tras arrearle un golpe certero de mochila que le obligó a apartarse.

Acelerada, me agaché con la intención de poder escabullirme de él y fui a retomar el paso cuando inevitablemente... mis tobillos flaquearon a causa de los nervios. Error fatal, pues tiré de su cazadora con la esperanza de evitarme tal inminente caída. Otro error fatal, ya que lo único que conseguí fue arrastrarle conmigo a la desgracia. ¡Una enorme desgracia!

No... no... ¡NO!

Daniel aterrizó de espaldas junto con un ruido pesado y yo... encima de él, llegando mi cabeza a rebotar contra su pecho. La situación resultó tan abrumadora que me temblaron hasta los dedos de los pies y creí inclusive las uñas. Lo único y bueno de la situación era que no había sufrido daño alguno al tenerlo a él como almohada en sí. Sofocada, intenté buscar las palabras adecuadas que me ayudasen a quitarle importancia al asunto, sin embargo, por más que me estrujaba los sesos tan solo conseguí coger una auténtica jaqueca.

- ¿Eres de las que te gusta estar encima? Vale, comprobado. ¡Ahora esfúmate de mi vista! - exclamó Daniel debajo mía y al no haber reacción por mi parte, exclamó con mayor intensidad en el timbre de su voz -: ¡Socorroooo, intentan aprovecharse de mi inocencia blanca y puraaaa!

- ¡Cállate!, ¡n-no d-digas t-tonterías...! - tartamudeé veloz.

Varias alumnas pararon en seco al observarnos juntos, sus miradas mostraron incredulidad y a la vez espanto. Cuchichearon brevemente entre ellas y luego entraron apuradas al interior del edificio.

Luna, por Dios, ¡muévete YA!

Era imposible, no podía por más que quisiese. Mi cuerpo, ajeno a todo, denegaba cada orden dentro de mi cabeza. Es por ello que Daniel intentó zafarse de mí sí o sí hasta que algo que no logré entender le detuvo de inmediato.

¿Qué...?

Ante mi asombro y desconcierto, alguien coló sus brazos por debajo de mis axilas y unos segundos después aquel desconocido salvador me ayudó a ponerme en pie como si simplemente fuese una pluma. Atendiendo a la expresión que Daniel hubo adoptado en su rostro, me dio la impresión que quien se encontrase a mis espaldas quizás se tratase de algún profesor que una vez presenció nuestro deprimente espectáculo procedería a darnos una charla cuanto menos amistosa.

Si bien no acerté con lo de profesor si con lo último.

- ¿Me podéis explicar qué estabais haciendo? De él me espero cualquier cosa, ¿pero qué me dices de ti, Luna? Hasta hace nada te escandalizaste por tener que agarrarte a mí en la bicicleta y ahora te encuentro cuerpo a cuerpo con este degenerado - replicó Carlos.

Sus ojos se clavaron en Daniel y en mí alternativamente.

Tierra, trágame. Tú no te cortes en hacerlo.

- Y a mí que me zurzan, ¿verdad? - le recriminó Daniel entretanto meneaba disgustado la cabeza ante el hecho de tener que levantarse por sí solo, sacudiéndose el polvo de los pantalones -. Y de degenerado nada, ¡fue ella quien se me echó encima! ¡Por poco no lo cuento, vi pasar toda mi vida por delante!

¿Me está llamando de nuevo gorda? Será prepotente y chulo... ¡no le aguanto!

- Esto se trata de un malentendido - intervine con voz aguda tras aclararme la garganta -. Simplemente me tropecé... Vámonos, Carlos. Por favor, no quiero permanecer otro solo minuto de mi tiempo al lado de semejante impresentable.

¡Toma esa!

- ¡Ey, echa el freno, niñata! - Daniel me miró sobresaltado, como si no diera crédito a mis palabras -. ¿Qué te hace estar tan convencida de que espagueti se irá contigo? Nuestra amistad va por delante de cualquier mujer, así que ya puedes pasear tu cabeza cerilla hacia otro lado. Ah, y ten cuidado de no chamuscar a nadie - se burló junto con un suspiro de reproche.

¿Amistad?, ¿espagueti? ¿De qué planeta te han echado?

- ¿De qué amistad me estás hablando? - repliqué junto con una arruga en el entrecejo y sin tan siquiera darme cuenta me precipité a tomar la mano de Carlos -. Entremos a clase.

Carlos puso los ojos como platos ante mi repentina actuación.

- Dije que echases el freno, ¿estás sorda o qué leñes pasa contigo? - Daniel me imitó y en su lugar tiró de Carlos por el otro brazo. Un indiscutible atisbo de celos se denotó en su voz -. Díselo tú, hermano, ¡porque parece que mis palabras no le sirven!

- Lo primero - anunció Carlos, aunque con tono calmado -, ¿sería mucho pedir que me soltarais antes de partirme en dos? - no hizo falta repetirlo dos veces. Tanto Daniel como yo obedecimos al unísono y Carlos aprovechó para colocarse adecuadamente la cazadora deportiva -. Os estoy profundamente agradecido, empezaba a sentirme como un muñeco de trapo a desmembrar de un momento a otro. Y ahora permitidme presentaros como personas civilizadas y no gorilas de selva, ¿os sentiréis capaces de ello? Bien. Daniel, ella es la nueva alumna: Luna Graham. Espero que vuestro "encontronazo" no le suponga secuelas de por vida - pese a sus palabras el madrileño rió divertido -. Luna, él es mi mejor amigo, Daniel Sanz. Tranquila, siempre es igual de idiota, pero por mucho que lo niegue o te cuente acerca de sus incontables aventuras de chico rebelde es muy buen chaval. Ojo, te recomiendo encarecidamente que no le des demasiada hebra a la hora de hablar sobre cualquier tema relacionado con el mundo de los videojuegos, una vez empieza no cesa durante horas y horas... puedes enfermarte. Doy fe.

Daniel y yo nos miramos en silencio tras la presentación de Carlos.

Aún no me entra en la cabeza, ¿cómo puede ser que dos personas tan distintas sean amigos?, pensé perpleja. Uno es la noche y otro el día.

- Ignorando lo de antes por lo demás espero que te hayas comportado con Luna como es debido - las palabras de Carlos parecían más bien una advertencia pese a que mantenía en sus labios una sonrisa.

- Ya sabes que el ganado femenino de este lugar no me interesa - se chuleó Daniel.

Dios mío... ¿acaso no se puede ser más insoportable?

Exploté.

- Podría aprender unos cuantos modales de ti - le dije a Carlos, malhumorada -. Desde que me lo he encontrado no he parado de sentirme como una mula de carga. ¡Tuuú! - señalé a Daniel con un dedo tembloroso -, ¡olvida el favor que me debes, todo sea por no tenerte cerca!

Mira que es difícil que pierda los estribos...

- ¿Favor, a cuál te refieres? - me preguntó Carlos con enorme curiosidad.

- Oh, él y otros chicos estaban... - pretendí aclararle.

- Hablando cosas de hombres - Daniel terminó la frase por mí al taparme la boca con un ágil movimiento de mano -. Escuchó la moza que me gustaba y a cambio de su silencio prometí darle algo. No me quedó más remedio, estaba entre la espada y la pared.

- ¿En serio? Pero si eso es un secreto a voces... Hasta un protozoo se daría cuenta que no le quitas el ojo de encima a la profesora White - suspiró Carlos con reprobación.

¿Y encima le gusta una profesora...? Es el colmo de los colmos.

- ¡Yo no tengo la culpa de que se presente con esos vestidos tan ajustados! Oh... ¡cada vez que la veo me sangra la nariz!, ¡y me da igual! ¿Has oído? ¡Porque eso es amor!, ¡amor del que te toca la patata! - Daniel apartó a tiempo la mano de mi boca antes de que le diese un mordisco.

- Eres el rey de los casos perdidos - le reprendió Carlos, era sorprendente como el madrileño tenía la osadía de engañar a todo un grupo de chavales cuyo líder acongojaba en cualquiera de los sentidos y sin embargo, luego se volvía tan dócil como un cervatillo al lado de Carlos -. Y ahora marchemos a clase los tres - añadió con énfasis en la última palabra.

- Es que tenía que atender un asunto muy urgente. Ya sabes, aguas mayores - quiso evadirse Daniel.

- Sanz, no me fastidies - le interrumpió Carlos conforme le tiraba de la cazadora y de ese modo tomaba junto con nosotros el camino que conducía hacia el instituto -. Sabes que es lo correcto y no me hace falta añadir que si te descubro saliendo por esa puerta - se refirió a la puerta principal que conectaba con la calle -, me encargaré personalmente de informar a la directora. ¿Por cuánto tiempo tendré que actuar como tu padre? - puso los ojos en blanco antes de continuar -: Ya sé que ahora mismo tu cabeza andará muy ocupada viajando por Yupilandia, así que lee atentamente mis labios, ¡tu expediente está en "números rojos"!

- ¿Alguna vez te han dicho que eres un corta rollos? - refunfuñó Daniel.

- Lo hago por tu bien - le respondió Carlos junto con una sonrisa de autosuficiencia.

Aún así, había cariño en ella. Sin otra alternativa a la que su amigo le ofrecía, Daniel cargó su maletín escolar al hombro y por consiguiente, arrastró los pies detrás nuestra sin importarle con ello retrasarnos. Entonces me hice a la idea de que pese a no congeniar ninguno a causa de la amistad que compartiríamos con Carlos no sería la primera ni última vez que nos viésemos las caras.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro