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17. Sueño o realidad



— ¡No quiero morir, no quiero morir! ¡Soy demasiado joven! ¡Soy demasiado atractivo! ¡Un bombón de chocolate! ¡Una escultura de ébano! ¡Un semidios! ¡Un...!

— Daniel, ¿se puede saber qué te has tomado hoy en el desayuno? Aparte de tus cinco tostadas con mantequilla y el tazón de leche templada, créeme que estoy deseando oírlo — dijo Carlos.

¿Pero qué?

Abrí los ojos de sopetón y durante unos largos segundos no di crédito a lo que estos me estaban mostrando. Mi mejor amigo estaba a mi lado, arrastrando consigo su preciada bicicleta y vistiendo su impoluto uniforme de instituto, con la mochila cargada sobre los hombros. Sus ojos claros me miraban directamente, ensombrecidos por la preocupación que hubo despertado el que de pronto dijese todo aquello. Alarmado, miré a todo cuanto había a mi alrededor y pronto caí en la cuenta que nos encontrábamos en el camino que Carlos y yo tomábamos juntos para ir al instituto.

¿Qué está pasando? Me encontraba en la casa con esas cosas y ahora estoy...

Parpadeé al palpar tanto mi rostro como cuerpo intacto, el cual también vestía "el uniforme" y al hacerlo se me resbaló el maletín que solía llevar, cayendo con un pesado sonido junto a mis botas de montaña.

¿Qué leñes...?

— Te ves peor que de costumbre, ¿quieres que te acompañe a casa? — se ofreció Carlos de repente, mirando mi cara de lado a lado como si de un momento a otro fuese a salirme un grano enorme lleno de pus venenoso.

— ¿Qué pasa aquí? — pregunté acelerado.

Ese condenado agujero oscuro me estaba tragando, ¡me estaba consumiendo!

La boca de Carlos se abrió.

— Estamos yendo al instituto. Hoy es el primer día de curso. Yo empiezo Bachiller y tú continuas con tus clases en el aula de diversificación — cruzó los brazos contra su pecho —. Mira, si finges estar enfermo tan solo porque no te apetece asistir me parece lamentable.

— ¿El primer día? — repetí con los ojos ensanchados —. ¿Curso?

¿Esto es verdad?

Carlos curvó las cejas.

— Así es. Escucha, ya tuve suficiente con que te presentases tarde como es costumbre cuando quedamos esta mañana, así que deja de comportarte como un niño asustado y sigamos adelante.

Algunas alumnas del instituto Shakespeare se cruzaron en nuestro camino y rieron tontamente al mirar a Carlos.

Recuerdo este día. El primer día de instituto de este año. El primer día en que también lo sería para Luna. Joder, ¿cómo he podido parar aquí? ¿Y si quizás todo lo anterior... fuese una simple alucinación?

Quise tragar saliva, pero mi garganta estaba tan seca que me resultó incluso molesto.

— Carlos — el hecho de llamarle por su verdadero nombre le alertó —, ¿qué ha sido de esa casona en el campo? ¿Y los perros? ¿Las sombras? Y... — no me alteré pese a la expresión atónita en el rostro de mi amigo, la cual iba aumentando con cada pregunta que le hacía —, ¿Piers? ¿Piers Kelso? Ya sabes, una pulga con cara de actor.

Carlos se llevó una mano a la frente.

— Oh, cielos. Sí que te encuentras mal... Te acompañaré sin demora a casa. Ya me buscaré una buena excusa que justifique mi retraso cuando regrese al instituto — se apuró en decir, recogiendo de la acera mi maletín tirado y entonces añadió tras enderezarse de nuevo —: Te dije que no jugaras a videojuegos hasta altas horas de la madrugada. Luego ocurren estas cosas.

Me zafé de su mano al querer guiarme como a un hombre anciano de vuelta a casa.

— ¡No se trata de eso! — exclamé en alto y al darme cuenta que había elevado demasiado la voz me mordisqueé el labio —. O puede que sí. Ya no sé ni en lo que creer. Quizás ahora al cerrar los ojos me encuentre en otro sitio lejos de aquí. Empieza a ser una costumbre...

Carlos no supo exactamente como tomarse mis últimas palabras.

— Olvídalo y vayamos para el instituto. Quiero ver qué pasa.

Carlos titubeó durante un rato.

— ¿Estás seguro? — preguntó al fin pues no parecía demasiado convencido y entonces rebuscó entre su mochila algo que supe adivinar sin problemas.

— Segurísimo, señora Poppins. No hace falta que saque usted uno de sus termómetros del bolso mágico — me burlé.

Carlos frunció el ceño.

— Como quieras, pero no te hagas el súper héroe si de aquí a un rato vuelves a encontrarte mal. ¿Entendido?

Sonreí ampliamente.

Empezaba a echar de menos sus constantes atenciones de madre metomentodo.

— ¿Qué es tan gracioso si puede saberse? — me preguntó Carlos sorprendido ante mi reacción.

— Nada — respondí tras encogerme de hombros y sin volver a decir una sola palabra más empecé a caminar, Carlos no tardó demasiado en alcanzarme montado en su bicicleta.

Entonces, competimos en una carrera por ver quién llegaba antes a la tienda de la esquina, a la papelería de enfrente, etcétera... Solíamos hacerlo siempre, era como un juego que Carlos utilizaba con la excusa de que hiciese el ejercicio que no había hecho desde siempre. Y pese a todo, siempre le ganaba corriendo.

El cielo es tan azul hoy. No hay una sola nube, pensé al alzar la vista.

Todo parecía perfecto. Todo estaba bien. Todo era como tendría que ser y en el preciso instante que nos plantamos junto a la puerta principal del instituto creí firmemente que lo sucedido atrás no había sido otra cosa que una fugaz y oscura pesadilla fruto de mi imaginación. Se suponía que tal día nunca lo había vivido y por lo tanto de aquí en adelante no ocurrirían ciertas cosas. Como cuando casi llegué tarde a mi primer día de curso, como cuando Lucía me culpó de haberla lastimado, la partida de cartas junto con Navaja, como cuando...

Conocí a Luna Graham.

— ¡Buenos días, Carlos! — le saludaron tímidamente dos chicas de primaria, una más alta que la otra, al pasar por su lado.

— Buenos días — les respondió él con cortesía y deslumbrante sonrisa.

— Me han ignorado — no pude evitar reír —. Sí, tío. ¡Me han ignorado!

Después de tener el papel de rebelde al que todos buscan para exterminar, esto ahora me sabe a gloria.

Carlos, quien se disponía a dejar su bicicleta aparcada, se detuvo en seco a medio camino.

— ¿Quieres que luego a la salida del instituto vayamos a celebrarlo? Es normal sentirse tan contento en este tipo de situaciones — dijo él con evidente sarcasmo.

Reí con ganas.

— Dalo por hecho, en cuanto se acaben las clases tú y yo saldremos a divertirnos. ¡Como si no existiera el mañana!

Carlos sacudió la cabeza y entonces mostró una sonrisa de lado.

— Querrás decir que serás tú el que beba y yo, por el contrario, tendré que mantenerme a raya porque seré quien conduzca tu moto a la hora de volver.

Solté un silbido.

— Chico listo.

Acto seguido, Carlos hizo sonar el timbre de su bicicleta como si otra idea hubiese aparecido en su mente de alto coeficiente intelectual.

— ¿Eso quiere decir que llevas dinero encima, cierto? Sería una pena de no ser así.

De inmediato, rebusqué entre mis bolsillos.

Mierda...

— ¿Sabes?, ser tacaño es malo para la salud — le reproché al no dar con nada suelto.

Carlos simplemente soltó un suspiro antes de ir a dejar su bicicleta en el aparca bicis del instituto.

— ¡Maldita taquilla! — me quejé conforme intentaba abrirla a base de manotazos.

Algunos chicos me miraron mal por ello. Aún así, seguí en mi intento de cavernícola y cuando ésta parecía abrirse de un momento a otro a base de abolladuras, los dedos de pianista de Carlos aparecieron frente a mis ojos. Y en apenas una milésima de segundo la hizo abrir. Torcí el morro y no pude evitar girarme hacia él con el ceño fruncido.

— Siempre tienes que restregarme lo perfecto que eres en todo. No hace falta que me lo jures, de seguro que tus pedos deben oler a flores.

Carlos se ruborizó ante semejante comentario.

— Mira que eres idiota, hasta un niño con los ojos tapados sabría abrir sin complicaciones su taquilla después de tres años teniendo la misma. En cada comienzo de curso te ocurre lo mismo, es como si las neuronas se te achicharrasen en verano, eres tan previsible...

El extremo de cada una de mis cejas llegó a tocarse.

— Y también debes cagar pepitas de oro — proseguí con la mofa.

Carlos soltó una bocanada de aire.

— Lo que tú digas. En fin, debo ir a clase. Tan solo quería desearte buena suerte — dijo con una camarada sonrisa, pero ésta tan pronto apareció se fue al añadir —: Por favor, atiende y recuerda que los cuadernos son solo para tomar apuntes y no hacer uno de tus dibujos raros.

Me aclaré la garganta.

— Se llama manga. Man-ga, ¿por cuántas veces he tenido que explicártelo? Es un arte, no ningún dibujo raro.

Carlos nunca había visto con buenos ojos mi gusto por los videojuegos o los comics en general, ya que pensaba que su afición por el ajedrez o la lectura de literatura antigua debía ser lo normal entre los adolescentes de hoy en día. Inmediatamente, puse los ojos en blanco de solo recordarlo.

— Está bien. Lo que tú digas, nos veremos luego en el recreo. ¿Estarás en la azotea, cierto? — me preguntó con la cabeza en mi dirección conforme su mano actuaba por sí sola hasta abrir su taquilla junto a la mía, dejó dentro las muñequeras que solía usar en los entrenamientos de fútbol y añadió —: Si no me presento puede que...

— Estés ocupado en la biblioteca, ya lo sé. Acaba de empezar el curso y tú ya te pones a estudiar. ¿Sabes que leer mucho también te mata las neuronas?

Carlos rió.

— Al menos yo leo, Sanz. No creo que alguien que en toda su vida solo se haya leído el cuento de Peter Pan pueda presumir demasiado — bromeó.

— Presumir demasiado — me burlé al repetir sus dos últimas palabras con un claro retintín.

— Y no se trata de estudiar, sino que quizás tenga que reunirme con el resto de alumnos del Consejo.

Resoplé.

Vamos de mal en peor.

Fui a reprocharle cuan de aburrido era todo aquello cuando súbitamente reparé en la cabellera rojiza de una chica de secundaria que hablaba animadamente con sus amigas antes de entrar juntas a clase y entonces, un hormigueo manó dentro de mi pecho.

Espagueti — dije sin apenas pensar —, en todo este tiempo que hemos sido amigos nunca me has dicho cuál es tu tipo de chica.

De repente, él cerró la taquilla con cierto desatino, algo impropio de él, como si mi pregunta le hubiese pillado completamente con la guardia baja.

— ¿A qué ha venido eso?, ¿es que acaso quieres presentarme a alguien para así poder librarte por siempre de mí? — dijo al cabo de unos segundos.

Solté una carcajada.

— Claro que no, es solo curiosidad. Vamos, yo te he contado de todo. Hasta mis experiencias sexuales.

Carlos ladeó la cabeza hacia un lado, evitándome de ese modo la mirada.

— Cosa que hubiera agradecido de veras que no me contases. No me interesa saber... Quiero decir — al voltear de nuevo su rostro hacia mí lo hizo negando con un dedo de la mano —, un caballero no va contando ese tipo de cosas.

Rápidamente, dirigió la mirada hacia la multitud, era evidente que se sentía incómodo e intentaba eludir a toda costa la conversación. Como siempre que salía un tema relacionado con chicas. Carlos todo lo que tenía de rompecorazones lo tenía de inexperiencia. Nunca había tenido una cita con ninguna chica. Nunca había tenido ninguna novia y, sin embargo, podía elegir a cualquiera que quisiese. Aunque, sinceramente yo tampoco era el adecuado para criticarle nada pues de cuantas chicas había salido (en un intento por cambiar mi opinión con respecto a ellas) lo máximo que hubo durado mi última relación fue de apenas cinco horas, el mismo tiempo que duró la fiesta a la que me llevó.

Apoyé la espalda contra las taquillas para luego situar un tobillo encima del otro, enfocando la mirada en mi amigo. Nadie en todo el instituto conocía al verdadero Carlos Galliano pese a sus múltiples actividades escolares, ya que detrás de esa fachada varonil y atlética se encontraba un alma sensible. Una persona a la que le encantaba cocinar pasteles, coleccionar diferentes tipos de hojas y flores y hacer pinturas de óleo de cualquier paisaje que representase la naturaleza en sí. Siempre pensé que Carlos había nacido en la fecha equivocada y que era una especie de Gustavo Adolfo Bécquer del siglo XXI.

— ¿Sabías que Barbie lleva detrás de ti desde hace dos años, verdad? — le pregunté, subiendo y bajando ambas cejas como si se tratase de un juego la mar de divertido.

— No hace falta que me lo jures. Nunca acepto nada de los caramelos o dulces que me ofrece, temo que haya rociado sobre ellos algún filtro amoroso... — murmuró Carlos que pese a bromear parecía decirlo en serio.

— Yo también lo tendría. Te puedes esperar cualquier cosa de una mujer obsesionada.

Carlos soltó un suspiro lastimero.

— Gracias, ahora me siento con mejor ánimo.

Reí.

— ¿Sabes una cosa? A veces el que seas tan amable con todo el mundo me hace dudar si en verdad lo haces porque esa chica te gusta o simplemente por obligación — me encogí de hombros.

— ¿Es una obligación para ti ser amable con la gente? — inquirió saber.

— Más bien un fastidio — le saqué la lengua.

Carlos curvó una de sus cejas rubias, sabiendo que aquella conversación no llevaría a ninguna parte.

— En fin, ¡buona fortuna! (¡buena suerte!) Procura no pifiarla a la mínima oportunidad, ¿entendido? — se despidió definitivamente tras darme una amistosa palmada en el hombro y acto seguido anduvo firme por los pasillos, saludando constantemente a cada chico o chica que se encontró de camino a su clase.

Tío, pensé que nunca lo diría, pero... ¡qué alegría volver al instituto!

Con los ánimos disparados, fui a dar un paso al frente cuando caí en la cuenta de algo tirado en el suelo. No tardé demasiado en saber de qué se trataba. Era el inhalador de Carlos. Solo él podía haber puesto tiritas naranjas en todo su contorno.

Mira que caérsele y no darse cuenta.

Sin más demora, lo recogí y en el preciso instante que dirigí la vista hacia adelante me di cuenta que su cabellera rubia ya no se asomaba entre la multitud de los estudiantes que circulaban sin descanso en los pasillos.

Debe estar ya en clase.

Aligeré el paso, haciéndose la gente a un lado al percatarse de quien era e ignorando las miradas y cuchicheos que iban contra mi persona, justo me lo encontré al poco de cruzar la esquina que había junto a las escaleras del segundo piso.

— ¡Espagueti! — exclamé con su inhalador escondido en el interior de mi bolsillo.

Él volteó la cabeza con sorpresa.

— ¿Te ocurre algo? — preguntó al poco de alcanzarle —. ¿Todo bien? Tu clase está en el sentido contrario, Sanz. Aula 177.

Recuperé el aliento al situarme a su lado.

— Lo sé, genio. A ver si eres más cuidadoso — le dije conforme disimuladamente le entregaba su inhalador pues desde siempre se había esforzado en que nadie supiese de ello.

Carlos pestañeó atónito.

— Oh, te lo agradezco. No sé cómo ha podido... — Carlos calló de golpe sin entender la razón de ello.

Intrigado a causa de su reacción, dirigí la vista hacia donde él la tenía fija y pronto entendí el por qué de su inesperado comportamiento. Sin poder hacer nada por evitarlo, creí que el suelo se ladeaba vertiginosamente bajo mis pies cuando unos mechones anaranjados resaltaron entre las cabezas de un montón de chicos y chicas que hacían un círculo a su alrededor.

— ¿Qué ocurre ahí? — preguntó Carlos, entrando en escena sin pensárselo una sola vez.

Le seguí los pasos y al acercarnos ambos al corrillo mi mundo se detuvo. Una chica de ojos azules y cabello naranja se encontraba en medio del círculo, con las manos ocultándose el rostro y sus hombros temblando ligeramente.

— Oh, creo que es la chica nueva de la que tanto habíamos oído hablar — le dijo una alumna de secundaria a su amiga.

— ¿En serio? Guau, parece que va a barrer todo el instituto con esa falda — comentó y entonces rieron al unísono.

— Es la chica de granja — se unió a ellas un alumno con el pelo tan engominado que parecía habérselo lamido una vaca.

— ¿Se puede saber que está ocurriendo aquí? — preguntó Carlos por encima de semejante barullo de hienas y cuchicheos de mal gusto.

En el momento que desplegó los labios, chicos y chicas se giraron hacia él con el mismo respeto que transmite un profesor veterano.

— Oh... Buenos días, Carlos. Esta chica estaba corriendo por los pasillos y de repente se detuvo... parecía que le estaba dando un ataque o algo así. Como si soñara despierta una auténtica pesadilla — le informó un chico con gafas de pasta negra.

Al obtener tal información, Carlos reparó en Luna y se quedó mirándola durante un largo rato.

Es tan raro... Ella existe. Es real. La chica con la que compartí esa pesadilla...

Me mantuve en mi misma posición, rígido y con los brazos colgándome a ambos costados.

— ¿Te encuentras bien? — le preguntó Carlos al salir de su propio trance y pese al público que iba aumentando por segundos.

Ella tardó en hacer a un lado sus manos y dejar al descubierto su pálido rostro aniñado, entonces miró a Carlos.

— Yo... — fue incapaz de pronunciar otra cosa.

— Tranquila, no pasa nada. ¿Podrías decirme a qué aula te han asignado? — le preguntó Carlos con una sonrisa amable, intentando hacerla sentir mejor pese al incontable número de ojos que se clavaban sobre ellos.

— A-a-a la 202... Yo y-ya sé donde e-está — balbuceó Luna a trompicones.

La misma que espagueti. ¿Casualidad?

Carlos asintió deliberadamente.

― Entonces, ¿se puede saber qué hacías corriendo así por los pasillos? ¿Intentabas escaparte? De ser así tendré que comunicárselo de inmediato a la directora ― rió al son de zarandear la mano con aire despreocupado ―. Mi nombre es Carlos o señorito Galliano para los profesores, aquí los adultos nunca se dirigirán a ti por el nombre de pila. Lamento este pequeño infortunio — añadió a modo de disculpa por parte de todos los curiosos —, te acompañaré hasta tu aula.

Sobresaltada, ella dio tal respingo que logró ponerse en pie a la primera.

― ¡No es necesario!, yo... ― metió torpemente los libros que se le hubieron caído de la mochila debido a la constante mirada de Carlos en ella ―.Yo... decidí no ir.

Carlos frunció las cejas ante su respuesta.

― ¿Tienes miedo? ― se encogió de hombros ―. Bueno, supongo que si yo fuese tú también lo tendría. Ya sabes, novata, tímida y de otra clase social. Recalco que esto último en mi opinión es irrelevante — comentó —. Disculpa, te estoy hablando con demasiada confianza y apenas nos conocemos de hace unos minutos ― se excusó ―. Eres tú quien debe decidir lo qué hacer, yo no soy tu padre ni tú ninguna niña pequeña.

Es suficiente.

Sin poder frenar mis impulsos, me acerqué hasta ellos y cuando lo hice una extraña atmósfera se hizo con el pasillo. Ya no solo era el hecho de que quienes nos rodeaban soltaron exclamaciones ahogadas o por el contrario retrocedieron varios pasos, sino que Luna pareció olvidarse de Carlos y de todos y en su lugar me miró con tanta intensidad que por primera vez se tornaron los papeles. Pues yo era ahora el chico tímido y ella quien dominaba la situación.

— Tú... — susurró con los labios apenas desplegados.

— Él es mi amigo Daniel Sanz — nos presentó Carlos ante la reacción de ella —. ¿Te ocurre algo?

Luna tragó saliva.

— Oh, no es nada... — dijo ella intentando quitarle importancia al asunto mientras que al mismo tiempo agachaba la cabeza.

Un momento, ¿me conoce? ¿No solo soy yo?

— ¿Nos hemos visto antes? — le pregunté ante la enorme sorpresa de Carlos —. ¿Sabías mi nombre antes de que espagueti te dijese nada?

Luna se retorció las manos, era evidente que no estaba nerviosa. Sino atacada.

— Es mi primer día aquí, por favor... — suplicó con voz ahogada.

De inmediato, Carlos salió en su defensa, su alma de caballero defensor le obligaba a ello.

— ¿Qué manera es esa de presentarte a alguien? Perdónale — le dijo a Luna junto con una sonrisa —, decir tonterías es una costumbre que suele tener desde primera hora de la mañana.

Carraspeé.

— Muchas gracias, espagueti. Has hecho que ahora tenga una mejor impresión de mí que antes — murmuré.

Él quiso quitarle importancia a su comentario con una suave risa.

— Yo la acampanaré hasta el aula, no te preocupes. Regresa, las clases ya van a empezar — me informó con una rápida mirada al reloj en su muñeca y al dirigirse a Luna añadió —: Si te parece bien, claro. Resulta que seremos compañeros, ¿quién lo iba a decir?

¡Menuda sorpresa!

Luna asintió como una marioneta movida por hilos invisibles y pese a advertir que yo tenía más preguntas que hacerle, siguió los pasos de Carlos como si su vida dependiera de ello. Dejándome atrás. Pese al movimiento que se desencadenó tras la partida de Carlos y Luna juntos, eso no fue ningún impedimento para que desviase la mirada de ella. De pronto, la campana que anunciaba el principio de las clases resonó altiva por los altavoces, sacándome de mi paradójica ensoñación. Sin embargo, no hice nada, no moví ni un solo músculo ni me aparté al estar interponiéndome en el camino del resto de estudiantes. Y justo en el momento en que Carlos y Luna se detuvieron frente a la puerta de su aula me cargué el maletín al hombro conforme me obligaba a dar la vuelta sin regresar la vista atrás.

— Quizás debería ir a un psiquiatra, parece que estoy maldito al igual que todos los que me rodean... — solté una carcajada desganada a la par que arrastraba los pies no en dirección a mi aula.

Sino allá donde estos quisieran llevarme.


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