14. El hombre pájaro
Conseguí levantarme con cierta dificultad de aquel maremágnum de cristales rotos, intentando averiguar cuanto antes quién había sido el causante de tanto alboroto y ante todo me había ahorrado convertirme en un trozo de carne flácida.
¿Acaso se trata de Piers?, pensé esperanzado.
Acto seguido, moví la cabeza de lado a lado hasta conseguir dar con el culpable. Pero no era Piers. El intruso en cuestión había aparecido de la nada pues la única puerta que contactaba con la sala estaba intacta. Aparentemente, se trataba de una persona normal de carne y hueso. O eso quise pensar. El chico no parecía ganarme demasiado en edad, quizás me sacase unos cinco o seis años como mucho. Juro que nunca antes había tenido frente a frente a una persona tan exageradamente pálida (a su lado la nieve parecía gris) y para colmo su cabello era tan negruzco y apagado como la mayor de las noches plutónicas. Sus ojos, que debido a su también color oscuro apenas se podía apreciar fácilmente en ellos la pupila, brillaron de un modo que hizo que se me erizase el vello de la nuca. Su delgadez junto con aquel traje un tanto antiguo y ajado que vestía le daban un aire enigmático. Era como un zombi del siglo XVIII que había conseguido escapar de su prisión bajo tierra en la cual se le hubo succionado todo pigmento de melanina. Era como un hombre... ¡un hombre cebolla! Como un rayo me vino a la mente uno de los retratos de personalidades famosas que colgaban en algunas de las aulas del instituto, en concreto uno de ellos tenía cierto parecido al chico de ahora, aunque éste último representaba la versión joven. ¿Cómo era el nombre de aquel tipo del retrato...? ¿Adán Ollen Pu? ¿Edgar Puri Loe?
Lo que sea. Ese tío siempre me da escalofríos cada vez que tengo que pasarme por la biblioteca a coger los libros que espagueti no ha podido por culpa de su amplísima agenda de empollón sin fronteras.
Ante mi asombro, el joven me miró con detenimiento. Tanto que incluso la propia sombra pasó a un segundo plano.
— ¿Y tú que miras? — solté restregando las muelas unas con otras.
¡Ag!, ¡si ya de por sí no me gustaba sentirme observado encima ahora parecía estar haciéndolo la mismísima muerte!, pues en el fondo de sus ojos parecían aguardar las propias puertas del infierno. Se me quebró la voz en un intento por decir algo más y eso me inquietó. Me había enfrentado a tipos de al menos dos metros de altura sin conseguir por ello achantarme o impresionarme y ahora llegaba ese hombre raro de cojones, que no sería mucho más alto que Luna (ella era un verdadero tapón...) y yo no hice otra cosa que quedarme ahí parado sin mediar una sola palabra. De inmediato, le dirigí una mirada rabiosa por conseguir esa reacción por mi parte.
¿Eres amigo o enemigo?, pensé sin bajar en ningún momento la guardia.
Finalmente, el joven dejó de tenerme en su punta de mira y con una tranquilidad escalofriante optó ahora por centrar su atención en la sombra. ¿Eran imaginaciones mías o acaso ésta estaba temblando?
— No soporto que me desobedezcan. Creo recordar que dije encarecidamente que el humano era mío — dijo el joven con un tono gélido.
La sombra se asustó más que en un principio e intentó en vano escapar. Con gesto desdeñoso, el joven alargó ambos brazos al mismo tiempo antes de extender también sus finas aunque proporcionadas manos. Como si tal movimiento formase parte de un ritual mágico que no logré entender, los cristales esparcidos de manera irregular por toda la superficie cobraron vida de repente.
Di un respingo.
— La hostia...
Estos se alzaron unos cuantos palmos del suelo hasta atravesar sibilantes el aire, cuyo único objetivo era la sombra. No pude evitar sonreír pese a que mi pierna agonizaba de dolor, al final alguien iba a terminar el trabajo que yo apenas dejé a medias.
Jódete, asquerosa...
Ésta no logró escabullirse a tiempo y uno por uno los cristales fueron introduciéndose en cada centímetro de su cuerpo hasta el punto de dar la imagen de una figura abstracta sin vida. A esas alturas resultaba demasiado difícil encontrar algo que identificase a la sombra de antes. Por consiguiente, el joven susurró una serie de palabras e inmediatamente después cerró los puños que aún había mantenido suspendidos en el aire. Boquiabierto, fui testigo de cómo aquella celda de cristal en la cual se encontraba la sombra atrapada se fue comprimiendo poco a poco hasta el punto de... desaparecer de golpe. La escena en sí me comprimió las tripas. Igual a si una naranja fuese aplastada, la sangre desencadenante salpicó contra las paredes y demás baldosas de madera, filtrándose entre las rendijas que separaban a unas de otras. La había eliminado.
— Un peligro menos — dije para mí mismo.
Quise respirar tranquilo cuando de pronto una alarma en mi interior se activó.
¡Idiota!, ¿y quién te dice a ti que no hará ahora eso contigo? ¿Y Luna?, pensé al tiempo que giraba en redondo hasta encontrarla agazapada en un rincón. ¡Mierda!, ¡si no me doy prisa también la convertirá a ella en otro cucurucho de helado!
Ipso facto, mi pierna protestó ante tales intenciones, creyendo ver las estrellas y personajillos sentados sobre ellas, aunque eso no bastó para hacerme cambiar de idea. Antes de tener oportunidad de mover siquiera un solo músculo, la puerta de la habitación se vino abajo junto con la barricada que hube creado y con tanto alboroto que llegué a pensar que el edificio no tardaría demasiado en correr la misma suerte de una vez por todas.
¡Oh, oh...!
Sin aún haberse disipado el polvo que se había levantado, una mano me agarró firmemente por la espalda hasta arrastrarme consigo en contra de mi voluntad. Me removí con la poca fuerza que aún circulaba por mi cuerpo.
¡Suéltame, imbécil! ¡Quien quiera que seas!
Conforme tiraban de mí me di cuenta que... por muchas ganas que le hubiese echado o echase ya no sería capaz de ayudar a Luna, ni a ella ni a nadie. Poco a poco empezaba a sentirme muerto de cintura para abajo. Estaba perdiendo demasiada sangre e ignoraba si dicho cristal me habría alcanzado el hueso o algo mucho peor. Temblé al tiempo que echaba hacia atrás la cabeza. Multitud de desagradables pensamientos rondaron por mi mente en apenas una centésima de segundo, pero una de las ventajas que tenemos las personas tercas como yo es que hacemos lo necesario, aún estando hechos una porquería como era el caso, de insistir e insistir hasta que la situación quede tal y como a nosotros mejor nos plazca. No iba a desmayarme.
Cojo o no siempre me quedarán los dientes, pensé al mismo tiempo que pasaba a la acción.
En un impulso desenfrenado, hundí los dientes en el brazo que tiraba de mí sin descanso.
— ¡Ay! — se quejó lastimero mi opresor.
El oír aquello me obligó a parar.
Esa voz, ¡no me digas que...!
Una vez la sala regresó a la normalidad pude comprobar que me encontraba mucho más alejado del joven de negro que no había movido ni siquiera una sola ceja pese a lo acontecido. No obstante, miraba de soslayo a Luna (quien empezaba poco a poco a enderezarse) de igual modo que un perro se preocupa en silencio por el bienestar de su amo. Eso me descolocó.
¿Por qué me da la impresión de que ellos se conocen?
El cansancio volvió a hacer mella en mí y me mantuve despierto por pura voluntad. No pude evitar llevarme una mano a la pierna ensangrentada antes de alzar la cabeza hacia quien me hubo movido de sitio igual que un vulgar saco de patatas. Intuía fácilmente de quien podía tratarse. Los ojos de Piers, abiertos desmesuradamente, centellearon febriles al advertir cuan de tétrico era mi estado. El suyo, a excepción de la mano y unas leves magulladuras, era impecable.
Él que se chuleaba de cubrirme las espaldas, ¿eh?
— Llegas tarde, ¿no crees? — reí entre toses.
Piers se mordisqueó el labio inferior tras caer de rodillas y con cierto apuro, sus manos se posaron con una infinita delicadeza sobre mi pierna. Después de murmurar toda una serie de palabras que a ningún mocoso se le tendría permitido decir, no le tembló el pulso a la hora de amartillar la Colt y efectuar un disparo contra el joven que se encontraba en frente de ambos. La bala fue dirigida a su pecho, más concretamente al corazón. Eso le supondría una muerte inmediata. Piers se dispuso a disparar de nuevo.
— ¿Estás loco...? — dije por encima del zumbido que causaba la bala partiendo en dos el aire y como buenamente pude dar uso de mis brazos, le impedí convertir aquello en un tiroteo del oeste mientras intentaba arrebatarle la Colt. —. ¡Puedes darle a ella, cacho de imbécil! — la pierna me quemó por dentro ante tal esfuerzo y es por eso que hice presión en ella con una de las manos al tiempo que con la otra intentaba hacer entrar en razón a Piers.
Sin embargo, Piers no tuvo demasiadas complicaciones al liberarse de mí y en un intento por su parte de levantarme, decliné su ayuda tras apartar sus manos junto con una mueca torcida. Dejé escapar un gemido de desaliento conforme de nuevo observaba al joven de negro estirar la palma de la mano hacia delante y contra nosotros. En esta ocasión las cosas se desenvolvieron de un modo diferente. La bala que había avanzado hasta su posición con velocidad atroz cesó en su carrera flotante al verse convertida en hielo y desmayarse junto a sus zapatos con un ligero "tic". No solo Piers tenía poderes, este tipo también y tenía el presentimiento que superaba con creces los de Piers.
— Olvídame, ¡ocúpate de ella! — le exigí con fragorosa voz, no sabía por cuánto tiempo más podría mantener los ojos abiertos y con ello garantizar la seguridad de Luna. Mis nervios ya hacía rato que estaban destrozados —. Te necesita, Piers — pestañeé, mi cabeza febril no daba más de sí —. Hazlo...
Él lanzó un suspiro falto de empatía. Se había tomado mis últimas palabras de igual modo a si alguien hubiera deshonrado su propio nombre.
— Basta — me susurró con tono amable, permitiendo que me aupase apoyándome contra su cuerpo. Como si pensase que en esos momentos era igual de frágil que el cristal me rodeó el torso cuidadosamente con uno de sus brazos y entonces pude notar la tela empapada de su mano. Dicha herida necesitaba atención inmediata. Al igual que mi pierna —. ¡Es tu vida la que corre peligro! ¡No debimos haber venido! ¡No debí haberte hecho caso! ¡Todo esto es por mi culpa! ¡Tendría que tener ya aprendida la lección! ¡Pero soy incapaz de decirte que no...! — exclamó con voz nerviosa.
No entendí el por qué de su comportamiento y tampoco hice ningún esfuerzo por hacerlo. Los oídos me pitaron. Empezaba a tener ciertas alucinaciones cuando todo cuanto sucedía a mí alrededor iba moviéndose a cámara lenta y por consiguiente, tuve la urgente necesidad de cerrar los párpados.
Solo serán unos segundos, lo prometo.
Alarmado, Piers me sacudió los hombros, obligándome a volver en sí.
— ¡No me hagas esto! — me exigió por primera vez asustado desde que llegamos.
— Oye, Piers — murmuré con lentitud—. No tendría que haberte obligado a venir conmigo.
Él supo descifrar la disculpa que se encontraba oculta en cada una de mis palabras y una sonrisa bailó en sus labios.
— Daniel, tienes que... — pretendió Piers animarme.
— ¿Príncipe Dahl?, ¿en verdad sois vos? — el joven trajeado se dirigió a Piers en mitad de su frase con un ápice de sorpresa en el tono de su voz.
¿Ha dicho príncipe Dahl?, abrí la boca de sopetón ante la impresión que dicha palabra causó en mí.
Sin olvidar que aquella palabra, Dahl, fue una de las que la sombra hubo mencionado una vez se nos apareció a Luna y a mí. Observé como Piers sellaba sus labios tras ser interrumpido por tal individuo y por consiguiente, giró con cierto detenimiento su rostro hacia él.
— ¿Qué hacéis vos aquí?, ¿vuestro padre os permitió hacer semejante viaje? ¿Aún a expensas del peligro que podría acarrearle a su único hijo y sucesor a la corona? — continuó el joven cuyos ojos se fijaron en Piers cuan alfileres.
Tensé las manos.
— Espera, espera, espera. ¿Eres un príncipe? ¿Está de coña, no? — solté sin dar crédito.
Piers se mostró avergonzado ante mi pregunta.
— Lo era — murmuró al rato sin darle ninguna importancia y aún apuntando contra el joven, la mano con que empuñaba la Colt no le tembló en ningún momento —, te has perdido demasiadas cosas durante todo este tiempo que te la pasaste de vacaciones — le dijo Piers y en esta última palabra hubo cierto retintín.
Un silencio incómodo.
— Me temo que eso parece, hube escuchado de vos muchas cosas y todas ellas malas. Tantas que deseé que no fuesen verdad — dijo el joven, alternando la mirada entre Piers y yo —. ¡Jamás pensé que alguien de sangre real se alienaría con el enemigo! ¡Seguís siendo demasiado necio y joven, príncipe! Decidme, ¿las tres Familias están al tanto de esto? ¿Del viaje que habéis tomado? Y lo más importante, ¿sabéis que con esta elección os habéis condenado a vos mismo?
Aún apoyado contra Piers sentí como las comisuras en su boca se crispaban.
— ¡Cierra el maldito pico, Cuervo! ¡Ni se te ocurra recriminarme por cosas que desconoces la razón! ¡Y mucho menos consentiré que lo haga alguien como tú! ¡Un Grimson! — Piers le miró iracundo.
Mi lengua paseó entre diente y diente con tanto fuerza que creí partirme en dos el esmalte.
Ha dicho Cuervo. Y también Grimson. Así que, ¿este tipo es quien quería y quiere matarme? ¿En serio?
La cabeza empezó a darme vueltas.
— Puede que a mi familia le preceda la fama de un guerrero, no obstante, la vuestra...
— Yo ya no tengo una familia — le cortó Piers con bruscas maneras, temblándole ligeramente el pulso y con ello la Colt en una fracción de segundo.
Cuervo no pasó desapercibido tal gesto.
— Aún podríais estar a tiempo de enmendar vuestro error. Primero debéis recuperar la confianza de vuestro padre y con ello os garantizaréis ser readmitido por las tres Familias en Abismais — le explicó Cuervo —. Razonad. Ya no se trata de lo que yo perdí, sino de lo que perderemos todos — sus ojos me traspasaron el mismísimo alma cuando dijo —: Entregadme al rebelde.
No entendía nada de nada.
¿Rebelde?, ¿te has echado a ti antes un vistazo?
— Fuck you! Nada de eso me interesa — Piers mostró una sonrisa sardónica —. No permitiré que le pongas encima una sola de tus garras, estúpido pajarraco. Antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
El rostro de Cuervo se ensombreció con dureza.
— Cometéis un gran error — enfatizó.
Piers se encogió de hombros con total tranquilidad.
— Puede ser, pero este chico es ahora mi única prioridad.
La frialdad en los ojos de Cuervo se intensificó.
— ¿Qué lavado de cerebro os hizo cómo para que renunciaseis a todo por él? Un momento — murmuró Cuervo con una leve arruga en su pálida sien —, no me digas que le veis como la figura paterna que en realidad siempre anhelasteis.
Piers enmudeció de golpe. Algo que a estas alturas creí imposible y cuando giré el rostro hacia él en busca de una explicación, me evitó a propósito la mirada conforme una rigidez hacía presa su cuerpo.
No puede hablar en serio. ¿Yo, padre? Este mocoso dio con la persona equivocada.
— Vaya, he acertado — dijo Cuervo con un tono mortalmente frío ante la reacción de Piers, quien quiso evadir el asunto con un atropellado repertorio de palabras sin sentido.
— Yo... — quise defenderme.
— Cállate, Daniel. Esto no te incumbe — me susurró Piers sin darme oportunidad de nada.
¿Cómo no va a incumbirme si estáis hablando de mí en mi jeta?
— ¡Este humano es todo un peligro para nuestra raza! ¡Aclarad vuestras ideas de una vez, Piers Dahl! Puede que ahora sea un simple muchacho, pero de aquí a un tiempo se convertirá en una máquina de matar sin escrúpulos.
El dedo índice de Piers fue contrayéndose sobre el gatillo.
— ¿Y acaso los demonios no lo somos también? — rió.
Somos. Se ha incluido en el saco. Tal y como Luna dijo. Joder, que locura.
Cuervo enarcó las cejas por semejante comparación.
— ¿Desde cuándo os convertisteis en un defensor de los "monos" como tú bien les decías? — repuso Cuervo.
Sacudí la cabeza y Piers enderezó aún más su espalda.
— Nunca he sido dado a dejar cavos sueltos — dijo él con una gélida sorna.
Cuervo entendió cuan de peligrosa era su posición, aunque continuó quieto.
— ¿Vais a matarme a sangre fría? ¿Ni siquiera la amistad que hubo entre nosotros os hará recapacitar? — siguió persuadiéndole Cuervo.
Eso no hizo más que empeorar las cosas.
— ¿Amistad? — rió Piers entre dientes, chirriándole las muelas por ello —, entre tú y yo nunca hubo tal cosa.
— ¿Detecto cierto réncor? — le preguntó Cuervo con las cejas en línea recta.
— Nunca te consideré un amigo. Nunca te consideré nada, el único motivo por el que aguantaba soportarte a mi lado era por puro interés. Oh — se burló con crueldad —, ¿te ha desilusionado la verdad? Sin embargo — se aclaró la garganta —, eso no quita que te conozca demasiado bien y sepa hasta donde puedes llegar. Los Grimson nunca fuisteis de mi especial agrado — recalcó Piers con un despectivo silbido.
Cuervo se cruzó de brazos.
— ¿En serio?, no sois el más adecuado para recriminar a otros ese tipo de cosas.
El cuerpo de Piers se estremeció al reír sin ningún escrúpulo.
— ¿Sabes? Pronto me recriminarán por sacarte los intestinos con una cucharilla de té o bien cortarte en pedacitos, ¿cuál de las dos opciones prefieres? — siseó malicioso.
Cuervo pareció ofendido.
— Seguís siendo un completo sádico — murmuró —. En su momento os lo dije en numerosas ocasiones. El odio y rencor que sentís hacia otros y conserváis con tanta insistencia dentro de vuestro corazón tarde o temprano acabará destruyéndoos. Piers Dahl, desde el momento en que nacisteis y hasta que perezcáis vos seréis vuestro único y principal enemigo.
Piers le lanzó un beso envenenado.
— ¿De qué está hablando? — susurré.
De pronto, Cuervo me miró con un profundo odio.
— Este humano debe morir y lo sabéis. Por favor, Piers. ¿Habéis pensado en qué será de vuestra futura mujer e hijos?
— No, no debe — se mantuvo firme Piers en sus ideologías, ignorando por completo la última pregunta y como si la cosa le divirtiese, disparó a unos escasos centímetros de los elegantes zapatos de Cuervo —. Deja de parlotear, me levantas dolor de cabeza. Ya he escuchado suficiente, es hora de divertirme. Tus amigos no duraron lo suficiente como para satisfacerme — exclamó enfurruñado.
Cuervo suspiró ante sus constantes negativas, incapaz de asimilar que Piers no tenía ninguna intención de ceder a sus suplicas. Sino que le agradaba mucho más la idea de molerle a tiros.
— Sabéis que si no es por mí otros le atraparán. Sabed que las tres Familias han enviado a sus mejores asesinos. Le eliminarán sin dejar rastro, evitando que los humanos osen meter sus narices en donde no les conviene. Solo así nuestra existencia, la de nuestros seres queridos — por un momento miró a Luna —, se mantendrá intacta. Siempre he dicho que es mejor eliminar la mala raíz cuanto antes, así evitarás lastimarte innecesariamente las manos de todo tipo de cardos y espinas. Y vuestro nuevo amigo, sin duda, es de los peores cardos que he tenido la desdicha de conocer — dijo severo.
Y a ti te echaron de Mordor por guapo, no te jode.
— Puede que haya fallado a toda mi raza, sus esperanzas, sus deseos y sus anhelos por un futuro más próspero. Bla, bla, bla. Pero de una cosa estoy seguro — Piers alzó el mentón y esbozó una sonrisa de duende peligroso —, no fallaré a mis principios.
— Piers — intervino Cuervo —, nunca se puede cambiar al destino. Y vos lo sabéis. Aunque lo intentes y te dejes la piel en ello por querer protegerle de un modo u otro, éste buscará otro camino para hacer que las cosas terminen en el mismo punto que se le fue encomendado.
Cuervo no mostraba deseo alguno de querer atacar, sino por el contrario continuar aquella conversación con Piers, que seguía mostrándose terco y reacio a ella. Súbitamente, la situación pareció dar un giro inesperado ante la nueva pregunta formulada por Cuervo,
— ¿Y si os suplicase en el nombre de mi hermana?, ¿os haría eso cambiar de opinión? — entrecerró momentáneamente los párpados.
De repente, Piers pareció sentirse incómodo y por primera vez se mostró tan desconcertado y desvalido como cualquier chico de su edad en una situación como tal.
— Vuestra hermana... — le costó esfuerzo pronunciar.
— ¿Sabéis cómo murió, cierto? — le preguntó Cuervo.
Ante esas palabras, Piers me miró de soslayo y la mano con que sostenía el arma empezó a flaquear, creí inclusive que iba a resbalársele de un momento a otro. Rápidamente, reaccioné llevando una de mis manos hasta la culata y de ese modo hice que la Colt continuase entre sus dedos. Ante mi repentina actuación, Piers pareció recuperar la compostura.
— Cállate — le exigió con severidad.
— No pretendáis engañarme, Piers Dahl. A mí no. Sé que pese a vuestra amnesia recuperasteis al poco tiempo todos y cada uno de vuestros recuerdos. Aunque reneguéis de ello en su época fuimos buenos amigos. Buenos amigos que se contaban todo.
— ¡Calla, calla, calla! — le exigió Piers, elevando el tono de su voz con cada palabra que escupía.
Cuervo no cesó.
— Vos amasteis incondicional y devotamente a mi hermana, jurasteis que haríais justicia. Si ahora ella lograse despertar de su sueño eterno y viera el rumbo que ha tomado vuestra vida... no lo soportaría. Al igual que yo. Pobre desgraciado — dijo Cuervo con intención de acercársenos.
Sin embargo, Piers le detuvo en el acto.
— No te acerques — le exigió tras disparar a propósito contra él, la bala solo rozó la mejilla de Cuervo al haberla eludido en el último momento, pero eso no bastó para que desistiese en su intento.
La respuesta de Piers fue inmediata, temblándole la mano en la empuñadura a causa de la densa lluvia plateada que amenazó con acribillar a Cuervo.
¡Bang, bang, bang!
— ¡Quieto! —exclamé implorante, quedando mi voz sepultada ante la continua ráfaga de disparos que se hizo con la sala.
Y entonces reparé en...
¡Luna!
Piers no se esperó en ningún momento que me deshiciese de él con tanta desenvoltura debido a mi estado y con el propósito de correr (si a eso podía llamárselo así pues daba verdadera lástima y vergüenza ajena el cómo arrastraba la pierna herida) con un sobrehumano esfuerzo alcancé a tener a mi vera a Luna, quien se estremecía. Ignoré como el cristal en la pierna se enterraba más y más entre insufribles retortijones a causa de cada uno de mis movimientos, en esos momentos tan solo me importaba la idea de poner a Luna en un lugar seguro y ajeno de aquella salvaje disputa.
Venga, cuerpo, una vez lo haga puedes dejarte caer en donde te venga en gana. Me da igual.
Mientras zarandeaba sus hombros en un intento por hacerla reaccionar, Cuervo tomó de entre su chaqueta un bastón con el pomo del mismo animal con que se hacía nombrar, el cual agarró con firmeza y de esa manera desenfundó una espada de finísima hoja plateada oculta en su interior. El desastre no había hecho más que comenzar.
¡Zaaaaaaaaaaaaasssssss!
Ésta sacudió el aire concentrado dentro de la sala sin por ello despegársele a él los pies del suelo, acto seguido las balas se alejaron de su lado hasta acabar volando en diferentes direcciones. Observé con los ojos como platos a una de ellas acercándose a gran velocidad... hacia mí. Desplegué los labios y me apresuré en actuar.
Mierda, dadme un descanso, ¿vale? ¿Acaso es mucho pedir?
En un intento por salvarme el pellejo, doblé como buenamente pude la espalda con el propósito de impulsarme hacia atrás, chirriando la suela de mis botas. Desgraciadamente, no fui lo suficientemente rápido y sin yo quererlo sentí ya el olor de la pólvora infiltrándoseme en cada una de mis fosas nasales... Luna me miró horrorizada desde su segura y cabizbaja posición, temblando como una muñeca de papel.
— ¡Joder! — exclamé.
Apreté las mandíbulas, no había nada más que pudiera hacer ni tiempo para ello cuando insistentemente fui movido de sitio, despegándoseme tanto manos y pies del suelo. Alejándome acelerado de Luna, creí incluso que estaba volando. Mi rostro terminó chocándose contra una superficie dura, fría y a su vez aterciopelada que se henchía acompañada de un sonido jadeante. Perplejo, abrí los ojos y me encontré a mí mismo contra el pecho de Piers, quien tras haberme movido de sitio en un intento por salvarme había tenido la mala suerte de que una de sus propias balas le hiriese. Ésta había acabado en su brazo y la sangre brotó en el acto por su chaqueta blanca. Me costó un gran esfuerzo poder asimilar lo sucedido pues todo había sido demasiado rápido.
Solté una bocanada de aire, un poco más y no lo contaba...
— Piers, vas a acabar con tantos agujeros que ni tu madre te va a conocer — fue lo único que pude decir, con la culpabilidad reflejándose en mi rostro cuan libro abierto.
Habría esperado de todo a aquel acto humano por parte de Piers, más cuando hasta hace poco había estado actuando como un autentico asesino sin escrúpulos.
— ¡Mira que eres ignorante, chaval! ¿Cómo se te ha ocurrido hacer algo así? — me echó en cara Piers y junto con un desastroso movimiento se sacudió el brazo afectado.
Me hice a un lado de él.
¿Qué puedo hacer?, me siento tan... tan...
Despreciable. Habían pasado ya muchos años desde la última vez que alguien hubo abierto la tapa de ese agujero que se encontraba dentro de mi alma. Aquel agujero que despertaba mi lado sensible y más vulnerable. Aquel agujero que odiaba mostrar y mucho más a quien hubiese sido el causante de que se abriera.
¿Pero cómo puedo odiar a quien acaba de salvarme la vida? Y ésta no ha sido la primera vez. Y presiento que tampoco será la última.
Sin esperar una respuesta o un simple agradecimiento, Piers se colocó delante de mí con la firme intención de protegerme pese a que mi figura sobresalía tras la suya.
— Ahora no te muevas — me exigió preocupado.
Y pese a los recientes acontecimientos, fue a arremeter de nuevo contra Cuervo.
¡Maldita sea, Piers!
— ¿Daniel? — me susurró inesperadamente Luna al ponerse a mi lado.
Pese a ello, ninguno de los dos pudimos quitar la vista de Piers y Cuervo, enzarzados en una disputa de acción que parecía no conocer final. Piers mantenía rígido el brazo herido y pese a la cantidad de sangre que estaba perdiendo, eso no fue excusa suficiente como para darse por vencido. Cuervo, aún careciendo de arma de fuego, eludía con fluidez cada bala que interceptaba su espada o bien las congelaba antes de atravesarle o rozar parte alguna de su cuerpo. Piers parecía un auténtico troglodita mientras que Cuervo por el contrario parecía estar protagonizando por sí solo un baile de salón.
Tengo que hacer algo, Piers no podrá aguantar por sí solo. Está en seria desventaja. ¿Pero el qué?, ¿ondeo la bandera blanca?
Contuve la respiración a duras penas entretanto me decidía en qué hacer cuando alguien se me adelantó y las cosas se desarrollaron por sí solas en el momento que Luna dio un paso al frente, con una decisión impropia a la que había mostrada desde el minuto cero de estar allí, y como si tuviese demasiadas simpatías con Cuervo le exigió que se detuviera junto con el apestoso apodo de...
— ¿Ángel? — repetimos Piers y yo al unísono nada más ella lo hubo dicho.
Fruncí el ceño y Piers sacó la lengua como si estuviese a punto de echar la pota.
¿Ángel...? ¿Ángel? ¿ÁN-GEL?
Ante la sorpresa de Piers y mía, Cuervo obedeció sin rechistar y con una vertiginosa vuelta de 360º continua se colocó al lado de ella. Los miré durante unos minutos sin apenas ser capaz de parpadear o abrir la boca.
¡Debes estar de broma!
— Ha pasado un tiempo — Cuervo ladeó la cabeza hacia Luna, siendo el rostro de ella aún más pálido que el de él —. ¿Me recordáis?
Luna aclaró su garganta, yéndose arriba y abajo la bolita de saliva que intentaba desesperadamente poder tragar.
— Durante todos estos años pensé que no habías sido más que un producto de mi imaginación, la gente solía decir lo loca que estaba en cuanto les hablaba sobre ti. Llegué a borrarte de mi mente, pero eres... eres tan real... como yo... — Luna posó las yemas de sus dedos contra la chaqueta de Cuervo, confirmando de ese modo que su imagen también era sólida —. ¿Por qué has venido...?
¿Qué leñes es esto?, ¿encima se ponen a hablar?, gruñí mentalmente.
Piers puso los ojos en blanco una vez se reunió conmigo para visualizar juntos dicha escena.
— Siempre he estado conectado a vos de un modo u otro pues ambos sellamos un pacto — Cuervo tomó su mano hasta voltearla de tal manera que se viese en ella el dibujo impreso de una rosa sobre la carne, mostrándole él luego una igual en el mismo lugar.
Luna le dedicó una afectuosa sonrisa.
¿Hola?, pensé mientras les miraba con la frente arrugada.
Piers resopló a propósito. Pese al agotamiento devastador presente en mis músculos, los últimos acontecimientos me habían obligado a permanecer despierto sí o sí. Cualquiera se echaba una cabezada ahora.
— Ey, ¿de qué cojones conoces a este tipo? — le espeté a Luna de golpe y con malas pulgas.
Sin embargo, ella no tuvo ninguna oportunidad de contestarme, ya que... entre furiosos gruñidos Piers empezó a golpearse intencionadamente la mano vendada con tanta fuerza contra la pared que la dejó sin habla. Al igual que a mí. Sin importarle el dolor físico que acarreaba dicha acción, Piers continuó con aquel bárbaro espectáculo hasta que cesó al dirigirse a mí.
— Lo siento, Dani. Tenía pensado librarme de ella tras haberse cumplido tu deseo de volverla a ver una vez más, pero las cosas se han desviado un poco cuando hasta ahora no he conseguido quitarme de encima a su encantadora mascota. Ya lo entenderás — tras dedicarme esas palabras, Piers volteó a ellos —. Da igual que haya despertado o no, dos por el precio de uno — masculló odioso con la Colt suspendida en el aire y al reparar en el efecto que produjo en mí tales palabras su rabia cedió un poco.
— Ella debería ser en verdad vuestra única prioridad, Piers Dahl — le corrigió Cuervo con severidad refiriéndose a Luna.
— Ja, ¡no me hagas reír! — soltó Piers, apretando los dientes al disparar a propósito al techo.
Y una y otra vez por lo que Luna ahogó un grito.
— Es una falta de respeto hablar de algo que otros no saben — intermedié enfadado y Piers curvó una ceja por ello.
Todo me suena a chino, pensé al tiempo que lanzaba una mirada a Luna para luego hacerlo con Cuervo. ¿Qué podrías tú un demonio querer de Luna? ¿Ir de la mano juntos a tomar rayos uva?
— Daniel, puedo explicártelo — quiso aclarármelo Luna.
— Explícaselo mejor con un agujero en la garganta — rió Piers con un humor inhumano —, claro está si puedes.
Luna tembló de pies a cabeza.
— No vas a matar a nadie, Piers. Baja la puta pistola — le ordené con grave énfasis.
Él me miró con los párpados entrecerrados, era evidente que mis palabras le hubieron sentado muy pero que muy mal.
— Está bien, ¿tienes miedo? Lo entiendo, cierra los ojos mientras yo termino el trabajo — dijo y antes de que pudiese hacer nada le tapé la boca.
Piers pataleó por ello.
— ¿Explicarme el qué? — le pregunté ahora a Luna de patente malhumor —, ¿qué eres amiga del cabrón que por culpa de sus numeritos Piers y yo casi acabamos muertos? Parecías importarle muy poco cuando esas balas volaban por los aires y aún así... mírate.
Cuervo se mantuvo inexpresivo, como si mis palabras no hubiesen hecho otro cosa que resbalarle.
— Te recuerdo que fue tu amigo quien causó todo eso. Él es el único asesino aquí — me reprochó Luna con la respiración entrecortada.
— ¡Porque tu amigo el paliducho quiere matarme! — exclamé y Luna se rehusó a creerlo —. Además, ¿qué tipo de persona eres tú? No vales más que para llorar y temblar. ¡De ser por ti ahora estaríamos criando malvas! ¡Asados por el jugo gástrico de esa asquerosa sombra! Viene a por mí, mirimimimi — la imité.
Luna suspiró.
— Claro, ¡tú siempre tienes que ser el héroe de todo! ¡No puedes evitarlo! ¡Miradme!, ¡soy Daniel! ¡El gran protector! — se burló con exagerados gestos de mano.
— ¡Yo no hago eso!
— Claro que lo haces — corroboró Luna.
Solté un resoplido.
— ¡Deja de actuar como una mocosa y ven aquí cagando leches! ¡Ese tipo es peligroso!
— No, él es el único peligro aquí — dijo al señalar a Piers con un movimiento de cabeza —. Y que sepas que Cuervo me salvó la vida de niña — me espetó Luna.
— ¿Y a mí qué? — hasta ahora Cuervo y Piers habían guardado silencio y pese a que nosotros dos no disponíamos de armas como ellos a la hora de limar diferencias, preferimos lanzarnos pullas el uno al otro como era ya costumbre —. Serás...ag... ¡traidora! ¡Tendría que haber dejado que esa sombra te comiese! ¡De seguro que le hubieses dado un corte de digestión! ¡O mejor dicho, un empacho! ¡Em-pa-cho!
Luna infló tanto los carrillos como lo haría con su cuerpo un auténtico pez globo.
— ¿Traidora, yo? ¡No sabes de lo que estás hablando! ¡Jamás!, ¿me oyes?, ¡jamás te haría daño! A diferencia de ti, tengo unos principios y sé tratar a las personas con el respeto y educación que se merecen. Eso y saber agradecer cuando alguien se molesta en hacer algo por mí.
Ahí va, tuvo que sacarlo. Si no lo hace revienta.
Resoplé mientras dejaba libre a Piers.
— Mierda, ¿es qué vas a recordármelo hasta el día en que me muera? — exclamé con los brazos en alto.
— Pues podría — exclamó Luna, perdiendo la paciencia.
— Pues bien — murmuré.
— Pues vale — dijo Luna.
— He dicho pues bien — repetí con los brazos cruzados.
Luna soltó un suspiro que quedó sepultado por la estruendosa voz de Piers,
— ¡Dijo que pues bien! — le ladró y al dirigirse a mí, el tono de su voz se suavizó al tiempo que me daba un pequeño codazo —. Cálmate, chaval.
— Estoy muy calmado, gracias — murmuré a regañadientes.
Piers se quedó inmóvil durante unos instantes a excepción del movimiento de pecho a causa de su jadeante y sonora respiración. Parecía estar maquinando algo para sus adentros.
— ¿Aún no le habéis hablado de nada al humano, Piers? — dijo de repente Cuervo, rompiendo aquel breve silencio entre los cuatros —. Tiene derecho a saber la razón de que tantos le quieran muerto, más cuando habéis torturado, matado y condenado a tantos inocentes únicamente por él — me quedé de piedra ante tales acusaciones y entonces, Cuervo ladeó la cabeza hacia mí, resultando su voz tan tensa como el alambre —: No os andéis tan confiado, humano. El día en que Piers Dahl se canse de ti ya no tendréis a nadie más que os cubra las espaldas — recitó de igual modo a si leyese un texto de algún libro de magia negra.
Fui incapaz de sostenerle la mirada, era aterradora.
— ¿De qué estás hablando, Cuervo...? — tartamudeó Luna, atónita de sus palabras.
— ¿Cómo osas decir algo así? — reaccionó Piers con un deje hiriente en su voz.
Una aguda sensación me recorrió la columna vertebral al clavar de nuevo los ojos en Cuervo.
— Mira, no sé que seré ni que haré. Pero si soy tan malo como para que todos me quieran muerto quizás podría... — quise razonar.
— ¡Daniel! — protestó Piers por ello, temblándole ligeramente el labio —. ¡No se te ocurra decir eso ni en broma! ¿Me has entendido?
El cuerpo de Piers se estremeció de arriba abajo al igual que lo haría un ratón asustado.
— A mí no me parecía una mala idea — intervino Cuervo con escalofriante sinceridad —. Desde luego se ahorraría peores sufrimientos, su cuerpo no lo soportaría. Creedme, en nuestro mundo las torturas no se acercan ni de lejos a vuestras peores pesadillas.
Carraspeé.
¡Joder!, ¡quería decir que podría irme a algún lugar lejos de todo y todos! ¡No querer suicidarme!
Luna sofocó una exclamación ahogada conforme se removía inquieta ante los penetrantes ojos de Piers, que la miraba como si tuviese la culpa de todo, hasta el punto de hacerla trastabillar. Cuervo dejó caer una gentil mano sobre su hombro que la ayudó a calmarse.
— Eres muy divertido, Cuervo. Me reprochas a mí cuando desde hace tiempo tú también andas ligado a otra humana. ¿Acaso no lo ves? ¡Ella no despertará nunca más! Ojalá se pudra ahí dentro — soltó Piers con brusquedad.
Las cejas oscuras de Cuervo se enarcaron hasta el punto de alcanzarle la raíz del cabello.
— Al contrario que tú, no suelo rendirme con facilidad al poco de empezar algo — le rectificó Cuervo.
Moví la cabeza con desazón, haciendo memoria hasta ahora de todo cuanto había ocurrido y escuchado. Piers era un demonio. No uno cualquiera, sino un príncipe. Cuervo era otro demonio. Éste último me quería muerto. Yo sería algún día una amenaza entre su especie y para librarse de esa amenaza futura debían matarme en este tiempo.
Tío, esto se parece al guión malo de una película.
Cuervo volvió a hablar,
— ¿Entonces no cambiaréis de opinión por mucho que os insista? — sus ojos se fijaron en mí por un segundo y luego retornaron a Piers —. Él no es tú. Ni lo será.
Piers carcajeó con expresión altanera y junto con un tono burlón repitió ese "él no es tú".
— Os lo suplico... No me obliguéis a mataros a vos también, Piers — susurró Cuervo.
— No podrías — dijo Piers convencido de ello.
Cuervo silenció unos segundos, con los párpados completamente cerrados y los codos apoyados contra la empuñadura de su bastón.
— Os concederé un plazo, Piers. Mis principios como Grimson y ante todo amigo me obligan a hacerlo — dijo al cabo de un rato —. Si de aquí hasta la próxima luna llena no cambiáis de parecer os entregaré a ambos ante el Consejo de las tres Familias y juntos compartiréis la misma condena — volvió a silenciar al luego añadir —: claro está... si no os han matado antes.
— ¡No hables tan rápido! — exclamó con prepotencia Piers y sin darme cuenta del momento en que se hubo separado de mi persona fue a sorprenderles a ambos por un lateral cuando tanto Cuervo como Luna desaparecieron sin más. Igual que figuras de arena llevadas por la brisa marina. Las dos balas que habían ido dirigidas a sus cabezas terminaron agujereando la pared de enfrente —. ¡COBARDE!, ¡VUELVE...!
Piers cesó abruptamente en su griterío al verme desfallecer sobre el charco que causó mi propia sangre.
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