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13. Más problemas



¿Quién viene?, no pude evitar preguntarme una y otra vez.

— Piers, será mejor que salgamos de aquí cuanto antes. Estás herido, ella aterrorizada y — el cerebro se me paralizó de pronto al señalarle con un gesto de cabeza a uno de los jóvenes que yacía en el suelo —, no quisiera que corriésemos la misma suerte que ellos.

— La sola duda me ofende — frunció Piers el ceño entretanto ponía otro cargador en la Colt —. Escondeos. Si él aparece no podré hacerle frente y protegerte al mismo tiempo.

— ¿A quién leñes te refieres? — inquirí, ayudando a incorporarse a Luna cuando sus tobillos flaquearon irremediablemente y sosteniéndola con uno de mis brazos enroscado a su cintura.

Pese a su actitud pudorosa, ella no protestó ni puso resistencia por ello.

— No hay tiempo — Piers sacudió exasperado la cabeza y aunque la situación parecía correr en nuestra contra, me dedicó una sonrisa fraternal que fui incapaz de corresponder. Acto seguido, arrancó una tira de una de las cortinas y de ese modo se vendó la mano —. Haz lo que te digo, regresaré a tu lado mucho antes de que te pongas a lloriquear igual que la mocosa de tu amiga.

— Maldita sea... — antes de que pudiese terminar la frase, súbitamente las paredes se estremecieron... y después le imitó el suelo, como si fuese a desencadenarse un terremoto de un momento a otro.

No pasó demasiado hasta que la lámpara de cristal que colgaba del techo se tambalease con gesto amenazador. Tuve la fatal sensación que todo se nos iba a caer encima hasta quedar aplastados entre un montón de escombros. Sentí a mi vera a Luna, sollozando asustada ante los recientes acontecimientos.

— ¿Qué está ocurriendo? — le pregunté a Piers a la vez que le tomaba a ella de la mano por puro reflejo e intentando de esa manera que ninguno de los dos perdiésemos el equilibrio.

Parpadeé ante el cúmulo de polvo que me cayó en los ojos y al volver a abrirlos, comprobé que Piers había desaparecido. Una vez más.

¡Me cago en la leche!

Mi cuerpo y el de Luna se tambaleaban con cada temblor que se producía.

— ¡Daniel! — exclamó Luna, apretándome fuertemente la mano.

Pese a que la situación se tornaba aún peor con cada segundo que pasaba y siendo consciente de que los temblores se iban intensificando, intenté mantener la calma. Sin embargo, ésta tan pronto vino se fue al no hallar a Piers por ningún lado.

— ¿Piers, dónde estás? — exclamé con fuerza y notando el propio pulso de mi corazón en manos y pies.

— ¡Salgamos de aquí, no hay tiempo! — me urgió Luna tirando de mi mano con insistencia —. ¡Acabaremos aplastados!

— ¡No puedo dejarle aquí! — me negué, sin dejar de pasear la mirada por los alrededores con la esperanza de encontrarle.

— ¡Daniel, por favor! — exclamó ella, moviéndose entre trompicones —. ¡Es un demonio, podrá apañárselas él solo!

Ipso facto me quedé helado.

¿Un qué...?, mi mente pareció dejar de funcionar ante estas dos últimas palabras salidas de sus labios.

Fui incapaz de moverme pese a que se nos estaba acabando el tiempo y ambos lo sabíamos de sobra, es por ello que Luna me miró con ojos supliques y abiertos de par en par.

Ella te necesita. Has visto de lo que Piers es capaz de hacer. Salid de ahí, ¡YA!

Eso me hizo espabilar. Le di un suave apretón en la mano antes de escapar juntos y en la fracción de segundo que puse mis pies en movimiento... una fuerte ventisca salida de la nada acometió sin ninguna piedad contra Luna y contra mí, arrastrándonos al igual que simples plumas. Y por consiguiente... cayendo en picado en otro lugar.

— Ah... — susurré ante mi inesperada aunque confortable caída.

¿Qué ha sido eso?, pensé con desconcierto.

Sorprendentemente, el temblor de antes había parado y la puerta del lugar en donde esa condenada ventisca nos había dejado caer se cerró de inmediato. Quedando completamente atrapados. Maldiciendo por lo bajo, me levanté del mullido sofá que había interceptado mi cuerpo como si éste fuese en realidad una pelota de béisbol y él un enorme guante de cátcher y me lancé contra la puerta, intentando forcejear por varias veces el manillar. Sin embargo, no hubo manera alguna de que ésta cediese.

— ¡Joder! — exclamé tras arremeter rabioso con un puñetazo—. ¡Sé que has sido tú, Piers! ¡Tú y tus malditos trucos! ¡Sácanos de aquí!, ¡sé perfectamente que me estás escuchando!

A mis espaldas, Luna soltó un gemido de dolor, al contrario que yo ella había caído en el duro suelo, lastimándose la frente. Era cuestión de segundos que un chichón se dejase ver. Tuve el presentimiento de que si Piers andaba tras esto lo había hecho a propósito.

— Arriba — le animé al tiempo que tiraba de ella, derrumbándose contra mí conforme intentaba enderezarse y acto seguido, los dos caminamos con cierta pausa hasta el pequeño sofá de tela desgastada.

Luna se dejó caer sobre él al mismo tiempo que cerraba los ojos.

Vamos, no es momento para que te eches una siesta. Ahora no.

Tomé asiento a su lado, haciendo rodar la pistola entre mis dedos y a su vez la observaba con un profundo desprecio.

Tiene que haber otra forma de hacer frente a esas cosas. Todo bicho tiene su punto débil, que se lo digan a Aquiles.

Los destellos del sol que se colaron a través de una ventana alta lograron sacar destellos de plata fundida en el arma, la cual empezó a resultar demasiado pesada entre mis manos. Tanto que la puse a un extremo del sofá y en su lugar hice que mi mirada vagara por cuanto había a nuestro alrededor. La pequeña sala en la que nos encontrábamos era en realidad un lugar que tiempo atrás se habría empleado para guardar decorados o bien que los actores se diesen los últimos retoques antes de salir a escena, cosa que intuí por los espejos, sets de maquillajes y demás productos estéticos sobre las diferentes mesitas cuadrangulares. La mayoría estaban caducados y cubiertos de polvo. Cuadros de animales y paisajes colgaban en la pared a intervalos entre unos y otros. Un cuadro en especial, de un grueso marco dorado y muy superior en tamaño en comparación al resto, plasmaba a lienzo el retrato de una bella mujer morena de ojos saltones que presidía el lugar en silencio y con una sonrisa traviesa.

¿Qué hay, Audrey?, pensé y el hecho de encontrarme con aquel retrato de la actriz hizo que me relajara un poco ya que ella había sido mi amor platónico desde que tenía uso de razón.

— Será mejor asegurar el lugar — murmuré.

¡Bang, bang!

Los disparos volvieron a hacerse notables y resonaban con la misma intensidad a si Piers estuviese allí mismo con nosotros. Arrastrando las botas, regresé de nuevo junto a la puerta y una extraña vacilación se apoderó de mí cuando situé la mano a unos pocos centímetros del pomo. Es cierto que me preocupaba cómo le estarían yendo las cosas a ese mocoso, sin embargo, tenía una preocupación aún más importante. Acto seguido, acuñé la puerta a base de sillas, cajas o cualquier otro objeto que tuviese al alcance e hice como si fuera a darme la vuelta, sintiendo que un escalofrío me recorría la columna vertebral.

Asentí suspirando.

Estamos atrapados. Atrapados como ratas.

Volteé un poco la cabeza para mirar por encima de mi propio hombro a la chica que descansaba en el sofá, cuyo pecho ascendía y descendía conforme respiraba entrecortadamente.

— Yo no deseé esta mierda — tensé las manos —. Tantos años fingiendo vivir una vida normal y ahora esto... Si mis tíos pudiesen verme... — solté una risa histérica y pagué mi malestar contra uno de los sillones allí presentes que gimió sonoramente tras hundirse parte de mi puño en él.

Me di cuenta de cómo Luna poco a poco empezaba a enderezarse hasta finalmente abrir los párpados. Al reparar en mí se quedó tan tiesa como lo era un trozo de madera y no pude evitar pasar por alto la tensión dibujada en sus labios. El pánico parecía haberla abofeteado con tanta violencia que éste podría verse reflejado de un momento a otro en un ataque de histeria. Actué antes de que eso pasase.

— Cálmate — mi mano se cerró enérgicamente en torno al hombro de ella —. El terremoto ha parado. Por ahora aquí estamos a salvo, pero eso no quita que nos quedemos de brazos cruzados — con un gesto de cabeza señalé la única ventana del lugar —. ¿Te encuentras mejor? Quizás pueda auparte y logres alcanzarla, te llevaría hasta el tejado. Yo no tendré problemas en seguirte, rodearíamos el edificio hasta dar con alguna tubería o escalera que te ayudase a bajar. Tratándose de ti... será mejor no correr riesgos.

— Menos mal, estás bien... — susurró Luna, parecía que en ningún momento había prestado atención a mis palabras y nada más sentir el calor humano de alguien a su lado se lanzó desesperadamente a mis brazos en lo que parecía la búsqueda de alguna muestra de consuelo.

Pestañeé con estrépito. Estaba preparado para cualquier cosa, ya fuese un ovni, un hombre de dos cabezas o incluso un vampiro, ¡de todo menos eso! Y sin poder remediarlo, ella me apretó contra su cuerpo con tanto ahínco que llegó un punto en el que no pude respirar con completa normalidad. Reprimí un estremecimiento.

— Lo he pasado tan mal... — me explicó ella en voz baja sin reparar en que su cabello se me estaba metiendo en los ojos.

Aún así, permanecí quieto y en silencio entre sus brazos. Aquello era... de lo más cálido y mi pecho se hinchió de tranquilidad pese a la monstruosa realidad que nos aguardaba tras la puerta.

— Siento que por mi culpa tengas que pasar por esto... — continuó ella.

Tras asentir sosegadamente, correspondí su abrazo con cierto desatino mientras que por otro lado apoyaba mi cabello escarolado contra su cabellera anaranjada. Su comportamiento era comprensible ya que la habían raptado y no un grupo de chicos callejeros que solo buscaban una pequeña compensación económica por su rescate, sino un atajo de demonios que me esforcé en no pensar el calvario que la habrían hecho pasar. Inspiré con suma lentitud. Si de ese modo pudiese protegerla por siempre entonces nunca me despegaría de su lado. Del lado de la única mujer que pensaba en mí mucho más que un simple trozo de carne sin cerebro.

Ella te necesita. Y tú eres el único hombre por aquí, actúa como tal y procura que no la toquen un solo pelo. Quizás... ese arma que te esfuerzas en ignorar no te venga tan mal de aquí a un rato. No harías nada malo, la usarías para proteger a alguien. Defensa propia y no para atracar un banco el día de mañana. ¡Espabila, Daniel! Ya lo has visto, si no haces nada de nada... quién sabe lo que os pasará a ambos. Depende de ti.

Hice una mueca y la exposición que protagonizaron mis dientes supuso un destello de luz en aquella siniestra oscuridad que nos hacía compañía.

— Esos seres... son monstruosos... Controlaron a esos chicos una vez se introdujeron en sus bocas... pestañeaban con el propio iris del ojo... hablaban de un modo tan extraño... Los dominaron en contra de su voluntad... — dijo de pronto Luna, despegándose de mi pecho.

Su rostro dio la imagen de una máscara de hielo a punto de resquebrajarse y advertí que sus manos, descansando sobre su falda de instituto, temblaban.

— ¿Te hicieron algo? — le pregunté, temiendo escuchar una respuesta positiva.

Ella contuvo a duras penas el aliento.

— No recuerdo mucho... perdía el conocimiento al poco de recuperarlo... Tuve mucho miedo... Pensé que iban a matarme... — respondió con voz ahogada.

No pude evitar sentirme culpable de todo cuanto le había pasado.

— Escúchame, vamos a salir de aquí. Los dos. No puedo dejar atrás a mi juguete favorito, ¿entiendes? — dije con aparente tranquilidad y una sonrisa pilla curvó mis labios.

Luna suspiró concretamente al escuchar la palabra "juguete".

— No es momento de bromear. Pongámonos en marcha — dijo con una actitud impropia de ella conforme se ponía en pie y ante mi mirada de asombro, añadió —: A propósito... Tú no tienes la culpa de nada... Es más, te agradezco que arriesgaras tanto al venir hasta aquí. Cualquiera no lo hubiera hecho — añadió con afabilidad al dar unos pasos al frente.

En esos momentos y bajo la ventana, con la luz del sol recayendo sobre su rostro al igual que caricias divinas, lució un aspecto aún más angelical de lo que ya de por sí era. Como el de la Virgen María.

¿Pero qué leñes estoy diciendo...?

Esa metomentodo con pelo de zanahoria se había presentado en mi vida al igual que una garrapata. Desde el minuto cero en que nos conocimos supe que no nos llevaríamos bien. Al menos por mi parte. Sin embargo, ella siempre me tenía reservada una sonrisa... un tanto especial. Ésa que tanto me descolocaba y me hacía replantearme seriamente si en verdad se merecía aquel desagradable trato de mi persona. Nunca antes había simpatizado con el género opuesto y de eso tenía mucha culpa mi tía. Claro está siempre y cuando no tocase lo estrictamente profesional. Una vez vives solo y con el tiempo se te acaban los fondos que humildemente unos padres actores pudieron dejarte, la desesperación por comer hace que cometas locuras. Una de las tantas que había cometido en mi vida fue hacerme chico de compañía, recurriendo irónicamente a las criaturas que hasta ahora creía enemigas y de ese modo poder sobrevivir. Necesitaba la pasta y rápido, pues si estaba tan loco como para esperar algo de compasión por parte de mis tíos (el mismo día que cumplí los catorce años huí de casa) me habrían salido canas hasta en las orejas. Me había obligado a aprender (por su bien y el de ellas) que al tratarse del género opuesto lo mejor era llevárselas a la cama y que cada uno tomase su propio camino a la mañana siguiente. De ese modo no las cogías cariño, tampoco sabrían ningún detalle acerca de tu vida y mucho menos podrías hacerles daño o... ellas a ti. Nunca compartía experiencias con mis clientas excepto lo que surgía bajo las sábanas. Sin embargo, la chica que en esos momentos se encontraba frente a mí era una de esas mujeres que estaban destinadas a ocupar un pedestal de oro y ser alabadas. De esas que adoras con el mismo sentimiento que se le tiene a una madre. No me costaba demasiado esfuerzo imaginármela felizmente casada, rodeada de niños y más niños en alguna casita en el campo de esas que salían en las novelas con las que solía fantasear en la realidad. Mientras que yo podría acabar fácilmente en algún apartamento de soltero como lo hacía ahora con barriga cervecera y viéndome la tele tienda hasta altas horas de la madrugada. Al formarse dentro de mi cabeza la silueta de un hombre sin rostro quien pasaría el resto de sus días junto a Luna, me mordisqueé los secos labios.

¡Mujeres!, pensé con detenimiento.

— Ya te lo dije, no soy alguien que deje por ahí tirado sus juguetes — reí.

Luna puso los ojos en blanco.

— Eres incapaz de no actuar como un niño aún estando donde estamos — suspiró.

— No te pongas así, si llego a saber que te alegrarías tanto de verme me habría dado más prisa por venir — le dije con travesura.

— Oh, por favor. ¡Cállate! — tartamudeó Luna arrepentida entonces de haberme abrazado.

Me acerqué a ella y acto seguido, alargué el brazo con la intención de remover sus cabellos, sin embargo, en esa ocasión Luna se alejó de mí como si yo tuviese una enfermedad aún peor que la lepra.

— ¿A qué ha venido eso? — le pregunté ceñudo.

No hizo falta que me respondiera ya que sabía perfectamente la razón de su comportamiento. Quizás y después de todo, aún estuviese resentida por cómo actué con ella en mi apartamento. Y no la culpaba de ello, había sido un verdadero gilipollas. Aunque ahora no era el momento más adecuado para...

— Me debes una disculpa — soltó Luna de sopetón.

— Debes estar de coña — protesté con el entrecejo fruncido.

— ¿Acaso te lo parezco? — me espetó Luna —, no me moveré de aquí hasta que te disculpes como es debido. Ya pueden aparecer más tipos de esos o ser hoy el día del mismísimo juicio final, te aviso que no moveré ni un solo músculo hasta que asome una palabra de arrepentimiento por tus labios.

— Nunca se me han dado bien las disculpas — quise evadirme.

— Ahora puede ser un buen momento para empezar a romper esa rutina, ¿no crees?

Se oyó un último disparo y entonces silencio. Un inquietante silencio.

Un momento..., pensé sin atender a las palabras de ella.

Me giré en redondo y con aire interrogante hacia la puerta. Había demasiado silencio y eso nunca era bueno. Mi cuerpo se tensó y en un intento de Luna por volver a retomar su discurso cursi sobre la moral y el perdón, le tapé apurado la boca. Ante la perplejidad de ambos, la temperatura allí concentrada pareció descender de golpe hasta alcanzar los mismísimos cero grados. Mi propia piel bajo la ropa se me puso de gallina y no fui el único, pues sentí como tal cambio también afectaba al rostro y los gestos de Luna.

— ¿Qué está pasando? — preguntó ella tras mi mano, removiéndose inquieta.

Eso me gustaría saber a mí.

— No muevas ni un solo músculo — mascullé, estirando la otra mano pausadamente con el propósito de tener de nuevo en mi poder la pistola. Con los labios apretados, alcé el arma —, algo viene. Algo muy gordo.

Quizás se trate de ese Cuervo...

Luna se esforzó por no mostrar el horror que mis últimas palabras le hubieron causado.

— ¿Los chicos poseídos? — preguntó al retirar mi mano de ella.

— No — no podía explicar el por qué... sin embargo, tenía la certeza que algo muy pero que muy grande se aproximaba —, estoy armado. Si esa cosa o lo que sea aparece con intenciones poco amistosas le responderé con la misma moneda.

Tengo que hacerlo. De nada sirve mearse en los pantalones.

Daniel...

— Lo sé, lo sé. Luego tendrás tus disculpas — la interrumpí sin dejar de mirar alrededor nuestra.

— ¿Acaso no lo hueles? — insistió Luna.

— ¿Oler?, ¿a qué? Quizás se me haya quedado el perfume de los pies de ese mocoso — contesté junto con un resoplido.

Ella negó con la cabeza.

— Dios mío, ese olor es...

Fuera lo que fuese que Luna iba a decir no pude llegar a saberlo debido a que la sala entera comenzó a verse... sacudida y nosotros incluidos igual que dados atrapados dentro de un cubilete. Fue un terremoto parecido al anterior, aunque este arremetió con mucho más ímpetu y furia. Luna soltó toda una gama de gritos y se aferró a mi brazo como si su vida dependiera de ello. El sonido que se concentró en la sala fue demasiado estruendoso y entre aquella interminable serie de sacudidas, ambos terminamos irremediablemente por caernos.

— Joder... — maldije entre dientes conforme mi cuerpo se retorcía a merced del temblor, sintiéndome un pescado recién capturado que era tirado aún con vida a una de esas cajas que los pescaderos llevaban consigo en sus barcos.

— ¡Daniel, estoy aquí! — escuché a Luna exclamar entre el alboroto y al alzar la cabeza, comprobé que se encontraba a varios pasos de mí.

Me esforcé en rodar hacia un lado sobre aquella superficie vibratoria hasta acabar tumbado a la vera de Luna.

— ¿Cómo vamos a salir de aquí...? — exclamó ella, la desesperación era clara en el tono de su voz.

El techo empezaba a quebrarse y los cuadros se estrellaron uno a uno contra el suelo, el sonido de los cristales haciéndose añicos se me hizo al igual que una horripilante melodía. Pude sentir como algunos cristales de las bombillas me iban cayendo peligrosamente por el pelo y la espalda. Pero eso no fue lo peor. Cada mueble allí presente se tambaleaba con increíble velocidad y uno de estos avanzó abruptamente a menos de un metro de nuestra posición... Tuve que esforzarme para que a ninguno de los dos se nos llevase por delante al aferrarme al cuerpo tembloroso de Luna y por consiguiente, hacer impulso hasta conseguir arrastrarnos a ambos hacia otro punto de la habitación. Un instante después el mueble pasó a nuestro lado con un sonido silbante y acabó estrellándose contra la pared.

Por muy poco.

Agarré a Luna por el brazo conforme recuperábamos el equilibrio e inevitablemente, nos patinaron los pies al querer buscar la manera de ponernos a salvo. La situación de por sí ya era demasiado estresante, todo a nuestro alrededor se derrumbaba y apenas teníamos tiempo para hacer nada, dependíamos únicamente de la suerte.

La ventana, me chilló una voz dentro de mi cabeza, ¡es vuestra única salida!

Apreté el brazo de Luna, quien entendió a la primera mis intenciones y entre bamboleo y algún que otro tropezón, nos fuimos abriendo camino. Yo al frente y ella de retaguardia. Nada más nos situamos bajo la ventana me esforcé en no decaer mientras juntaba ambas manos con la intención de que Luna tomase impulso y así la alcanzase. Sin embargo, ella no se movió un solo centímetro, la única prueba que delataba que estaba viva eran sus ojos abriéndose desorbitadamente al mismo tiempo que su boca se desencajaba. Había palidecido más de lo que ya era.

¿Qué la pasa?

— ¡Rápido! — le urgí en mi misma posición.

Una a una se acababan nuestras probabilidades de poder escapar, ¡en breve el edificio se desplomaría con nosotros dentro si a este paso Luna no reaccionaba!

— ¡Viene... v-viene a-a por m-mí! — exclamó súbitamente ella con una actitud histérica.

— ¡Vamos, vamos! — exclamé tirando en vano de su mano, pero Luna no se dejó arrastrar esta vez. Intercambié una mirada rápida entre ella y la ventana —. ¡VAMOS!

Estaba tan concentrado en hacerla reaccionar que no vi como una de las mesas de madera se me venía encima. Aún escuchando los gritos de Luna, fui consciente de como el mueble me aplastaba y me llevaba consigo a la pared del otro lado, estampándoseme la espalda contra ésta. Las costillas me crujieron en el acto y creí que el corazón iba a salírseme del pecho ante tal brusco golpe.

— ¡Daniel, Daniel! — chilló Luna, arrastrándose en mi dirección.

Pestañeé.

Solo un milagro podría sacarnos de aquí, pensé al contemplar como el lugar se vendría abajo ya no en cuestión de minutos.

Sino segundos.

— Daniel... — sollozó Luna al reencontrarse conmigo, parecía muy convencida de que íbamos a morir, pero tenía demasiado miedo como para decirlo. En lugar de eso se esforzó en sonreír, una sonrisa que aleteaba en sus labios al igual que una culebrilla —, yo... yo... quiero que sepas... yo...

No obstante, el destino siempre es imprevisible y más aún cuando ese algo apareció ante nosotros. Algo que... no pude dar crédito.

— No me jodas — gruñí aún atrapado entre la pared y la mesa como un sándwich humano.

Rápidamente, Luna siguió la misma trayectoria que mi mirada y al ver lo que yo mismo estaba viendo en esos momentos, reaccionó haciéndose un ovillo.

— Va a m-matarme... — la escuché sollozar aún en el escondite que le proporcionaban sus propios brazos y piernas.

Me obligué a mí mismo a mantener la calma ante lo que presencié a continuación. De igual modo a si una sombra hubiese sido licuada, ésta manó del conducto de ventilación hasta caer con un sonoro repiqueteo contra la superficie de madera. Acto seguido, el charco se alzó vertiginosamente y fue tomando una forma un tanto peculiar... A simple vista parecía una silueta humana, sin embargo, era tres veces más grande (tocaba incluso el techo) y sus brazos y piernas se mostraban demasiado largos y enclenques. Dos rendijas resplandecientes cuan rojo fuego de volcán fueron los únicos componentes que vi en su rostro. Y entonces... el terremoto cesó.

Tragué saliva.

No sé que será peor. Si el terremoto o el bicho que ahora tengo frente a mis narices, pensé.

Por unos segundos, ésta permaneció quieta, observándonos a ambos en el más absoluto silencio. Entonces, puse en funcionamiento mi propio cuerpo y sin esperar a que esa enorme sombra se decidiera por hacer algo antes que yo, aparté de una soberana patada la mesa de madera. Siendo consciente del cansancio que me consumía y el dolor palpitante en mis costillas, conseguí mantener todo el peso de mi cuerpo sobre los pies. Luna no se inmutó pese a mi último movimiento e incluso comenzó a cantar una cancioncilla infantil como quien intenta alejarse de la realidad. Era evidente que no estaba en sus cabales y si queríamos salir de allí con vida toda la responsabilidad recaía de nuevo en mí. Rápidamente, busqué opciones y tras pasear la mirada de un punto a otro, reparé en que la pistola que hube perdido a causa de la mesa había ido a parar a cierta distancia de mis pies.

Bingo.

El corazón me latió a doscientas pulsaciones por segundo conforme estiraba la pierna hacia el arma y también mantenía la mirada clavada en la sombra por si se proponía hacer algo. Cuando estaba a medio camino de conseguir mi propósito, ésta inclinó la cabeza hacia un lado junto con un efecto espasmódico.

Date prisa, esta sombra gigantona no ha venido con la intención de charlar.

Aceleré mi movimiento y al arrear un puntapié, conseguí el arma. Con gesto ansioso, la puse en alto.

— Grimson... Grimson... Dahl... Dahl... — susurró la sombra con una voz cavernosa que parecía salida de ultratumba.

¿Por qué esas palabras se me hacen tan familiares?

Mi dedo índice fue deslizándose sobre el frío metal de la pistola hasta acabar enroscado en el gatillo.

— ¡Lárgate de aquí! — le chillé mientras que con la otra mano obligaba a Luna a levantarse, cesando en su canto con una nota desafinada y acto seguido, la coloqué tras mi espalda —. ¡Largo, he dicho!

— ¿Grim...son...? ¿Dahl...? — repitió la sombra aún más amenazadora que antes.

No sé ni una mierda de que me hablas.

Cuando la sombra avanzó un paso al frente, nosotros arrastramos nuestros cuerpos dos pasos más atrás.

— Va a m-matarme... ha r-regresado... — susurró Luna con voz ahogada.

— Siempre eres de gran ayuda, cabeza de cerilla — murmuré, aumentando la presión de mis manos sobre el arma al sacudirse la sombra con otro espasmo.

— ¡Grimson, Dahl! — nos gritó.

Rechiné las muelas.

— Esto empieza a molestarme, ¡estás preguntando a la persona equivocada! ¡Déjanos en paz! — había alzado tantísimo la voz que incluso la sombra pareció encogerse de miedo y aproveché aquella oportunidad para tensar definitivamente el dedo contra el gatillo —. ¡Si no nos dejas en paz juro darte una buena razón!

Se supone que en una situación así tendría que estar asustado. No todos los días veías algo parecido, sin embargo, más que asustado estaba cabreado. Cabreado de tanta sorpresa y cosa rara hasta el momento.

¡Cracccccccccc!

Tensé las piernas.

¡No puede ser!

El suelo pareció hundirse por completo en el preciso instante que la sombra serpenteó hasta nosotros y conforme avanzaba iba levantando una por una las baldosas de madera que se encontraban en su camino. Las astillas causaron una efímera neblina de polvo y el aire que se dio a causa del acelerado movimiento de la sombra logró disiparlo en apenas una fracción de segundo.

— ¡Daniel, apártate! — me exigió Luna, dándome cuenta que no iba a por ella.

Sino a por mí. Pese a sus palabras, Luna no fue capaz de hacer otra cosa, tan solo pudo chillar. Tanto que su grito pareció perforarme el pecho hasta alcanzarme de lleno el corazón y con ello contagiarme del mismo miedo que ella cargaba sobre sus hombros.

¡Mierda, reacciona!

La sombra avanzaba... y avanzaba hasta extender su asqueroso brazo... Casi podía alcanzar a tocar algunos mechones de mi cabello. Apreté las muelas y por primera vez desde que Piers y yo habíamos llegado a aquel lugar supe que estaba haciendo lo correcto.

¡Bang!

Las manos me sudaron a chorros después de haber apretado el gatillo. Esto no era ningún videojuego, estaba disparando de verdad. Podía hacer daño de verdad. Podía matar de verdad... La sombra frenó de golpe en su precipitosa carrera y junto con un furioso gruñido, pareció darse cuenta de la bala que... apenas le había rozado. Entonces, volvió a retomar la carrera.

Rápido, rápido, rápido...

Giré sobre mis propios talones y me lancé hacia un lado. Aún estando en el aire a causa del salto con que me hube impulsado, usé mi propio cuerpo para de ese modo obligar a Luna a rodar conmigo y así poder esquivar a la sombra. Ésta, que no contó desde un principio con ello, tuvo que esforzarse por no llevarse la pared por delante y acabar apareciendo en la siguiente sala. Su frenada fue tan chirriante como las ruedas de un coche oxidado. Liberando a Luna de entre mis brazos, me arrastré sobre mis propios codos sin cesar en ningún momento con el tiroteo que yo mismo estaba protagonizando.

¡Bang, bang, baaanggg!

En esta ocasión las balas si alcanzaron al objetivo y lograron hundirse en aquella masa en verdad sólida que componía la sombra, borboteando una sangre que me pareció un tanto falsa ya que era de un color violeta apagado.

¡Dale con toda la munición! Esa sangre no me dice que esté muerta. ¡No hasta que caiga!

Seguí disparando a diestro y siniestro, vistiendo cada una de las paredes con un rocío de pétalos malvas. Y ni con esas la sombra desfallecía. Es más, cada disparo aumentaba su ira.

¡BANG!

¡Muérete, asquerosa!

Empezaba seriamente a impacientarme.

— ¿¡De qué está hecho esta cosa!? — exclamé entrecerrando los ojos sin dar crédito de lo que eran testigos.

De inmediato, la sombra lanzó un manotazo contra nosotros como si no fuésemos más que vulgares moscas, obligándome a voltear hacia la derecha (resbalándoseme por ello el arma de entre las manos) y a Luna hacia la izquierda. El solo manotazo de la sombra bastó para que cada una de las pocas bombillas que se mantenían en el techo reventasen al unísono, originándose una espesa lluvia de cristal. Con gran apuro, me protegí la cabeza con ambos brazos, sintiéndome dentro de una lavadora que centrifugaba a toda presión y en un intento por averiguar que estaría haciendo Luna, un cristal se estrelló... apenas a un centímetro de mi rostro. Pestañeé mientras era consciente de cómo el corazón me escalaba a trompicones por la garganta a causa de la impresión. No tardé mucho tiempo en escuchar los gritos ininteligibles de ella y entre estos descifré mi propio nombre.

— ¡Daniel!, ¡Daniel!

Una corriente eléctrica hizo temblar mis manos.

Joder, joder, no me dan ni un respiro.

Tentando a la suerte, me precipité en alcanzarla aún cuando los cristales continuaban viniéndose abajo, crujiendo lastimeros al ser aplastados por la suela de mis botas. Alcancé a ver a Luna, agazapada bajo un viejo tocador y con las manos echadas a la cabeza. Eludí ágilmente los últimos cristales que cayeron y no cesé en mi intento de ir a socorrerla.

Al menos no ha tenido la mala idea de cantar bajo la lluvia.

Aspiré profundamente al tiempo que aceleraba la marcha. O eso tenía en mente hasta que mis planes se fueron al traste.

— ¡Ah! — exclamé de pronto.

Un dolor punzante se propagó por una de mis piernas, lo suficientemente fuerte e intenso como para impedir que me mantuviese en pie por mucho más tiempo.

¡NO, AHORA NO!

Acto seguido y en contra de mis deseos, se me doblaron las rodillas hasta quedar completamente tendido sobre un charco de cristales. No pude evitar soltar un gemido al sentir estos rasgándome las palmas de las manos y el resto de la ropa.

Maldita sea, ¡no puede pasarme esto ahora! ¡Ni hablar!

Sin darme por vencido, clavé uñas y manos contra el suelo, ignorando padecer los pinchazos de los cristales contra mi propia carne y por consiguiente, impulsé hacia adelante la mitad de mi cuerpo. No obstante, mi pierna izquierda no cedió desde primeras ante mi iniciativa y la noté verdaderamente pesada, inútil, incluso muerta.

¿Y ahora qué?

Lancé una mirada instintiva hacia atrás y algo en mi estómago se removió al salir de dudas. De mi muslo rezumaban varios hilos de sangre fresca a causa de un cristal hundido en su interior. Contuve a duras penas la respiración.

No pasa nada. Imagina que es sirope. Salsa de tomate. Pintura. ¡Todo menos... eso!

Gruñí por lo bajo puesto que el cristal no era precisamente pequeño y en un intento desesperado quise arrancármelo de cuajo, pero una de las pocas cosas que hube aprendido en el instituto es que una vez se presenta una situación similar a ésta lo mejor es no sacar el cuerpo extraño por posibles daños irreversibles...

Genial, ahora solo me faltaba quedarme cojo.

Me sentía asquerosamente impotente y en un vano esfuerzo por reincorporarme, solo conseguí lastimarme aún más. Las manos me escocieron con un calor intenso y deseé que las cosas hubiesen salido de otro modo. Por supuesto, a nuestro favor.

¡Mierda! Necesito levantarme. ¡Reacciona, Daniel Sanz!

— Grimson... Dahl... — murmuró la sombra a mis espaldas, tan indiscutiblemente cerca que pude apreciar las oleadas de ceniza y putrefacción que despedía.

Quizás el mismo olor del que Luna me dijo antes...

De inmediato, reparé en ella, quien de nuevo había adoptado la misma posición encorvada y cantarina. Su mirada me resultaba lejana, desenfocada... como si en realidad estuviese presente en algún lugar muy lejano al que en verdad nos encontrábamos.

La pistola... tengo que recuperarla, pensé sabiendo que la suerte se nos había acabado. A los dos.

Meneé la cabeza, haciendo caso omiso de aquellos pensamientos y con un movimiento entumecido, me forcé a mí mismo en arrastrar el cuerpo cuando vi que la sombra ya me tenía a su merced... Y que pronto estaría debatiéndome entre aquellos finos y alargados dedos que irremediablemente empezaban a cerrarse alrededor de mi figura... Padecí en lo más profundo de mi alma la misma sensación de vértigo como quien se ve obligado a tirarse por un precipicio. Incluso ya podía ver cuán de oscura sería la caída que me esperaba... Era inútil, no podía siquiera dar un paso sin que con ello me atrapase. Estaba acorralado. Lisiado. Sin salida.

Y aún con esas... lo único que de verdad me importaba era lo que podría sucederle a Luna una vez la sombra se deshiciera de mí. Incluso... estaba preocupado por aquel mocoso psicópata.

No me reconozco.

— ¡LUNA, BUSCA A PIERS! — le chillé con la intención de que él enmendase mi propio error. Protegerla. Pues yo la había fallado. Mi propio aliento me rebotó en la cara a causa de la mano que ya me tenía a su merced —. ¡CORRE!

De pronto, Luna regresó con un bote a la realidad. Quizás porque era la primera vez que me dirigía a ella por su verdadero nombre. Quizás porque se le había acabado su repertorio de canciones o ninguna de las dos. Ya no lo sabría.

¡RASSSSSSSSSSSSSSSSSSS!

Allá va.

Tragué saliva y conforme me estrangulaban los negruzcos dedos de la sombra un ensordecedor sonido se hizo al verse arrancada las tablas de madera que, pese a los recientes acontecimientos, habían logrado mantenerse en su sitio, ahogando en el acto toda risa de regodeo por parte de la sombra. Parpadeé perplejo.

Parecía que... un invitado de última hora se nos había unido.


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