12. ¡Luces, cámara y acción!
Piers se asomó a la par que me tendía una mano. Ceñudo ante aquel gesto, me las apañé por mis propios medios hasta lograr introducir la cabeza a través de dicho agujero, siguiéndole luego los brazos y por consiguiente, el resto de mi cuerpo. En ese momento agradecí llevar puestas las botas ya que la moqueta granate estaba salpicada de cristales. Entonces, Piers se enderezó lentamente, como si dentro de sí mismo estuviese buscando la respuesta al por qué de mi actuación y conforme reflexionaba en silencio su boca se curvó hasta culminar en una amarga mueca.
— Bien, ¿por dónde podríamos empezar a buscar? — me volví hacia él con aire interrogante.
De pronto, el crujido de la madera vieja rompió el espectral silencio del lugar. Escruté los alrededores durante unos segundos. Parecía que no estábamos solos, sin embargo, el lugar cumplía unas condiciones tan lamentables que de poco me extrañó que tal sonido se debiese en realidad a alguna tabla de madera carcomida a causa de las termitas.
Hay que tener mucho cuidado en donde pones el pie, pensé mientras observaba a Piers agacharse para buscar en los suyos algún posible cristal escondido.
Al comprobar que estaban intactos se removió incómodo antes de dirigirme la palabra:
— Antes que nada — susurró entretanto rebuscaba algo entre sus pantalones cortos y camisa y al dar con otra pistola diferente a la anterior me la ofreció sin reparo. ¿Cuántas armas más podrá llevar encima?, pensé perplejo —, solo esto te garantizará que no vuelvan a levantarse. Ey, ¿qué te pasa? — preguntó al yo quedarme algo intimidado —, ¿nunca has manejado una de éstas? Se trata de apretar el gatillo, tampoco es que se necesite ser un genio o algo parecido.
Carraspeé.
— Tan solo he usado uno de estos trastos en los videojuegos — contesté con el rostro ahora inexpresivo conforme la deslizaba lentamente entre mis dedos, notando su pesado y frío tacto. La observé con enorme minuciosidad y fue por ello que caí en la cuenta de que la munición en la recámara estaba intacta —. Las cosas se están yendo de madre, ¿quieres que les dispare? Puede que tenga fama de mal bicho, pero eso no justifica que me lie a tiros con una persona, aunque cueste creerlo incluso alguien como yo tiene principios. Ni siquiera Taco da uso a estos chismes y si lo hace es solo para que sus víctimas se meen en los pantalones y así poder conseguir todo cuanto le venga en gana. Me niego — objeté con determinación, alargando el brazo con la intención de devolverle el arma.
Piers hizo que se ensanchase una afilada sonrisa en su rostro de no haber roto un plato, sino cien de ellos.
— ¿¡Cuántas más veces tendré que repetírtelo!? ¡Ese Taco del que me hablas y el resto de personajillos con quienes comparte pastilla de jabón ya no son simples humanos! — soltó exabrupto, sus ojos brillaron de un modo siniestro mientras hacía curvar de nuevo mis dedos contra el arma de fuego —, están siendo manipulados por demonios — Oh, tío, menudo montón de mierda en el que me he metido. De inmediato, Piers dio una pataleta que me hizo echar la cabeza hacia atrás —. ¡No, no estoy chalado y créeme te desharás de hasta la más mínima duda nada más se produzca dicho encuentro! — acto seguido, se aclaró la garganta en un intento de no perder más los estribos —. Ellos no vacilarán a la hora de volarte los sesos, así que no temas por apretar el gatillo. Tranquilo — me guiñó un ojo de un modo cómplice—, no me separaré de ti.
Suspiré.
¿Demonios, eh...?, me repetí de nuevo.
Transcurrieron unos tensos instantes en los cuales me quedé callado, absorto en mis pensamientos y Piers tuvo la condescendencia de esperar.
Demonios, demonios, demonios.
Sin saber la razón, cierta palabra me hizo recordar el símbolo que Luna tenía en la palma de su mano y con ello la intriga que hubo despertado en Carlos. Cuando hasta hace unos días mi amigo sacó el tema de los demonios pensé seriamente en que le faltaban unos cuantos tornillos, sin embargo, ahora y retornando la vista al presente junto con cada cosa que estaba pasando me hubiese gustado saber cuál era esa información con respecto al símbolo que Carlos quiso encontrar con tanta urgencia.
Espagueti alucinará al contarle lo que me ha pasado. Claro está, si logro salir de aquí de una sola pieza, pensé para mis adentros.
— Está bien — dije al rato, incapaz ya de permanecer callado —, a estas alturas puedo creerme cualquier cosa. Niños psicópatas, agujeros mágicos... — opiné, dilatando las rendijas de la nariz —. Aún si ellos estuviesen controlados por demonios como tú dices, ¿no estaríamos matando a inocentes? Una vez esos demonios dejasen sus cuerpos volverían a ser los chavales normales de antes. Pienso yo ya que... — mi frase apenas terminada quedó sepultada en el aire ya que Piers hizo un ruido grosero, parecía ofendido.
— Esos malditos humanos te hirieron, se merecen todo lo que les ha pasado — balbuceó en un intento por controlarse a sí mismo y no sonar demasiado furioso y tras desenfundar la misma Colt que empleó en el callejón, añadió con un tono que expresaba el salvajismo que le invadía —: Los humanos son la raza más débil que existe sobre la faz de la tierra y tarde o temprano acabarán muriendo, es ley de vida. Si no lo hacen hoy será mañana por cualquier otro motivo. Ya sea toparse conmigo mismo — procuré no verme afectado por esto último —, una mala caída o sobrepasarse con ciertos medicamentos. Quizás disparándoles a esos chicos les hagamos un favor y les libremos por siempre de sus tétricas vidas.
Restregué la lengua entre mis dientes.
Joder, Piers sería capaz de agujerearte los sesos como fueses capaz de echarle una fea mirada, por muy pequeña que fuera...
— ¿Sabes?, para no llegarme a la altura de los ojos me das escalofríos. Lo que acabas de decir es monstruoso — le recriminé con tono gélido.
Las sombras concentradas en el interior del teatro que oscurecieron el rostro de Piers le brindaron de un aspecto siniestro, el cual se intensificó con las últimas palabras que hubieron salido disparadas de su boca. En ese preciso instante parecía haberse escapado de algún cuadro del Bosco.
— ¿Monstruoso?, ¿acaso los humanos no han actuado de ese modo durante siglos? ¿Desde que poblaron este planeta? Es a esa panda de monos locos a los que deberías temer y no a unos cuantos chicos endemoniados — me espetó.
Algunos cristales crujieron ante el contacto de mis botas.
— ¿Y qué sabrás tú? — le pregunté parpadeando.
Piers también parpadeó.
— Digamos que he vivido y visto demasiadas cosas — respondió con gesto torvo —. Continuemos, no he venido hasta aquí a pelearme con un niño que no tiene el más mínimo conocimiento de nada. Mantente detrás de mí y a cualquier señal que te haga sal corriendo o resguárdate en un lugar seguro. Recuerda, eres tú o ellos.
El corazón pareció encogérseme de pronto hasta el punto de sentirle como un hueso de melocotón.
— Que te den — exclamé malhumorado con la intención de darle esquinazo, sin embargo, Piers tiró de mi brazo y consiguió retenerme a su lado.
Al voltear de mala gana no pude evitar reparar en sus ojos, los cuales me miraron con la misma intensidad y preocupación que una madre cuando teme por la seguridad de su único hijo. Eso me descolocó.
— No hagas ninguna locura — me suplicó.
Entonces, bajé la vista hacia la pistola que cargaban mis propias manos con cierta indecisión, incapaz de sostenerle la mirada.
— ¿Qué pasa con mi amiga?, ¿y si le hacen daño? — mi propia voz desencadenó en un vertiginoso eco ante el desértico pasillo que se abría frente a nosotros.
— Mala suerte... — dijo con escalofriante tranquilidad y la horripilante mueca que le dediqué hizo que se replantease con gran esfuerzo sus próximas palabras a elegir —: Evitaremos que se derrame... sangre innecesaria.
Reprimí un gruñido ante su vaga respuesta y una parte de mí empezó a plantearse seriamente la opción de escapar de él y buscar a Luna por mis propios medios.
— ¿Cómo puedes estar tan calmado?, ¿es qué no te asusta el peligro? ¿Incluso la muerte? Actúas como si todo te diese igual — le pregunté de sopetón.
Piers aparentaba una imagen calmada e indiferente pese a que su rostro de póker estaba compungido por un motivo que no llegué a adivinar. Hizo una breve pausa.
— No puedo morir bajo ningún concepto... porque si lo hiciera... ¿quién cuidaría de ti en este mundo, Dani? — murmuró al rato.
¿Dani?, ¿por qué me había llamado de ese modo? Solo alguien antes hubo tenido aquel privilegio exclusivo (a excepción de algunas clientas, ya que mi plato en la mesa dependía de ellas no estaba en condición de reprocharles nada) y esa persona se trató de mi madre. Sin embargo, en los labios de Piers había sonado igual o incluso más afectuoso que en los de ella y su actitud volvió seriamente a inquietarme. Sacudí la cabeza con la esperanza de despejarla de la reciente impresión e inmediatamente después me coloqué la pistola en la cintura del pantalón vaquero, tomando carrerilla hasta conseguir alcanzarle, puesto que había empezado a moverse a toda prisa sin apenas darme cuenta.
— ¿Todo bien? — me preguntó, se había obligado a sí mismo a detenerse una vez me quedé rezagado atrás.
No y contigo menos.
— No es nada — respondí en su lugar y con tono seco.
Piers no pareció convencido de mi respuesta.
Tío, ojalá nada fuese real. Ojalá en verdad ahora estuviese durmiendo en mi habitación y esto se tratase de una simple pesadilla. Podría ser... que tras el golpe me ingresasen... y ahora mismo me encontrase tumbado en alguna cama de hospital. Y no aquí, intenté animarme.
Recorrimos raudos el amplísimo corredor del teatro, resonando por ello nuestros pasos y guiándonos mediante la luz que lograba traspasar los cochambrosos cristales de las ventanas. En cierta medida agradecí que la luminosidad no fuese demasiado abundante, ya que así podía evitarme ver la cantidad de asquerosos bichos y telarañas que habían hecho de aquel lugar abandonado su dulce hogar. Aún se conservaban en las paredes antiguos pósters o carteles anunciando alguna que otra función. Ya fuesen de amor, comedia o bien cine negro. Éste último era de mi agrado, puesto que me fascinaban los antiguos trajes de detectives y las aventuras que corrían mientras se enfrentaban en las calles a la criminalidad o corrupción. Uno de mis videojuegos favoritos trataba sobre aquel vertiginoso mundo.
Tras un buen rato de caminata en el que ninguno intercambiamos palabra alguna, cruzamos una esquina y nada más Piers comprobó en una posición de alerta que la zona estaba despejada nos adentramos de lleno en una tienda que en su tiempo fue de chucherías, refrescos y palomitas. De pronto, mi estómago reaccionó con un gruñido de oso.
— Quizás debería haberte invitado a comer algo antes de venir aquí — comentó Piers preocupado.
Resoplé.
— Ahora que sé sobre tus extraños gustos carnívoros me niego a compartir mesa contigo — murmuré.
— Vamos, no soy carnívoro del todo. También hay un alma sensible y herbívora dentro de mí.
Torcí los labios.
— No te veo comiendo flores, Piers. Más bien aplastándolas con un tractor.
Él dejó escapar el aire que hasta ahora había contenido mediante una risilla traviesa.
— Hablo en serio. Yo como animales y ellos a su vez comen hierba. ¿Lo ves? También soy herbívoro.
Puse los ojos en blanco.
— Lo que tú digas.
La máquina de calentar maíz estaba oxidada y los pequeños cristales ennegrecidos por la falta de uso y limpieza. En las baldas de arriba varios muñecos de peluche nos observaban en silencio a través de unos ojos carentes de vida o expresión alguna. Cada paso que dábamos, por muy leve que éste fuese, rompía el silencio que se encontraba cautivo entre las paredes. Quizás exagerase al pensar que la muerte se olía en el aire, pero esa misma idea se vio en lo cierto cuando una desgarradora mancha de sangre en el suelo (como si algún cadáver hubiese sido arrastrado) se presentó ante nosotros hasta desaparecer dirección arriba y continuar bajo la puerta de una las salas de teatro. Concretamente la número 6.
Me llevé con premura un brazo a la nariz. El pesado olor de la sangre no pasó desapercibido para mi nariz y por desgracia tuve un irrefrenable impulso por vomitar... Lo hubiera hecho de no ser porque Piers fue más rápido que mis propios impulsos y me regaló tal susto al oído que sentí de nuevo la vomitona cayéndome en picado por la garganta.
— Serás... — dije a regañadientes.
Piers ahora parecía muy concentrado en sus pensamientos, aún así murmuró:
— ¿Por qué me dejé convencer?, ahora mismo tendríamos que estar a miles de kilómetros de aquí. Grrrr, ¡cómo te odio Cuervo! ¡Te odio, te odio, te odio! — siseó en lugar de disculparse al tiempo que se arrodillaba junto al rastro con la intención de examinarlo con mayor detalle sin ningún titubeo o temor.
No me ignores, ¿vale?
— ¡Oye, eres...! — las palabras se me trabaron en la propia faringe después de creer haber visto de soslayo una sombra a nuestras espaldas. Su aparición resultó tan efímera que no pude captar otra cosa. Pestañeé antes de poder recuperar el aliento —. Piers, ¿has visto lo mismo que yo? ¿Y si se tratase de ella?
Él se volvió a mí con ojos inflexibles.
— ¿Ver qué? Mantén la calma, no son tan estúpidos cómo para deshacerse sin más de aquello que te ha impulsado a venir hasta aquí. Cuervo tampoco lo permitiría — enarcó una sola ceja mientras chasqueaba los dedos con los cuales había tomado consigo una muestra de sangre antes de incorporarse con un salto.
Eso no me dejó más tranquilo y escudriñé por encima de su hombro hasta el punto de cansárseme la vista, lamentablemente por mucho que me esforcé no hallé nada fuera de lo normal. Quizá esa supuesta sombra no hubiese sido más que una falsa alarma por mi parte pues Piers ya habría actuado de haberse presentado algo, dicho pensamiento me alivió.
Puede que sea un incordio, pero un incordio cooperativo al fin y al cabo.
— De acuerdo — contesté en voz baja —. Prométeme una cosa, si la situación se nos va de las manos quiero que uses tus poderes o lo que leñes tengas y la pongas a salvo. Júrame que lo harás — le exigí un poco tenso, aumentando la presión de mis dedos en torno a la pistola que finalmente me decidí en usar.
Otra cosa muy distinta era si sería capaz de dar a algo.
— No voy a jurar nada de nada porque la situación va a salir tal y como a mí me plazca — me corrigió Piers sin ninguna intención de ceder a mis deseos y con la Colt dando vueltas en su mano como si fuera algo de lo más inofensivo.
Resoplé.
Ya lo veremos.
Craccccc...
Me dispuse a objetar por ello, pero rápidamente el mocoso me impuso silencio llevándose un dedo a los labios.
Cracccc...
Un sonido sospechoso se hizo audible y la respuesta de Piers no se hizo esperar. Saltándose cualquier protocolo, derribó de una sola patada la puerta que conducía a la sala 6 (siguiendo el rastro de la sangre). Ya en su interior fue apuntando con el arma en alto a todas las direcciones de igual modo actúa una flecha enloquecida dentro de una brújula. Deseé que ningún vagabundo se encontrase allí por casualidad ya que Piers le dispararía sin miramientos ante el mínimo ruido que causase cualquier miembro de su cuerpo. Los ojos del mocoso despedían chispas, las suficientes como para infundir miedo a quien se le cruzase por delante. Completamente a tientas, palpé la áspera pared mientras me abría paso y de ese modo conseguí guiarme mejor debido a que era escasa la luz del sol que nos llegaba del pasillo. De improvisto, toqué algo que se me asemejó a un interruptor y...
¡Clic!
La sala se iluminó por completo, dándonos la bienvenida los restos vivientes de lo que fue en su día un lujoso salón de actos. La nariz me cosquilleó ante la gran cantidad de polvo que se concentraba allí dentro.
— Recuérdame que les pegue un tiro extra a nuestros queridos amigos por tomarse las molestias de recuperar la corriente eléctrica — Piers me dedicó una petulante sonrisa.
Chalado...
En silencio, me quedé mirándole entretanto él revisaba la sala de lado a lado, rincón a rincón. Por consiguiente, sacudí la cabeza. Siendo del todo sincero no soportaba a los críos, desde siempre. ¡Tan ruidosos, sucios y cansinos! Por no hablar de la energía que te succionaban durante las veinticuatro horas del día. No obstante, jamás hubiese pensado que tales criaturas con ojos de corderito podrían llegar a ser tan impresentables cómo lo era Piers. Mal hablado (no era el indicado para reprocharle a alguien algo así... aunque...), violento y cuyas manos estaban condecoradas con toda una serie de pellejos, moratones y arañazos debido a hazañas que me negué a preguntar. Sin embargo, sostenía el arma con la misma fiereza y determinación que un adulto. Entonces, me asaltó una idea un tanto escalofriante y ésta era que quizás el mayor peligro dentro de aquellas paredes no fuese otro que... el mocoso que ahora volteaba su cabeza en mi dirección.
— Ey, mira eso — me anunció Piers al detenerse en lo alto de los escalones, doblándose sus dedos de los pies en torno al filo de éste.
Caminé dubitativo hasta lograr alcanzarle y fue entonces cuando entendí a lo que se refería con "mira eso". El mismo rastro de sangre que nos había guiado hasta allí descendía conforme lo hacía la gama de escalones enmoquetados, a cuyos laterales se repartían en diversas hileras multitud de asientos con sus números asignados, y al principio de los escalones hallamos a...
Luna. Dejé escapar una acelerada bocanada de aire.
¡Joder!
— ¡Es ella! — chillé y sin atender a las réplicas de Piers, quien quiso desesperadamente retenerme a su lado, descendí a toda prisa los escalones.
Fue todo un espectáculo por mi parte, incluso llegué a pensar debido a mis nervios que estos eran en verdad serpientes retorciéndose de un modo compulsivo cuyo único propósito era hacerme caer. Salté los dos últimos escalones y en el momento que tuve a Luna entre mis brazos, un nudo se hizo con mi estómago. Pese a todo, ella no reaccionó y para colmo tenía los párpados cerrados. Haciendo caso omiso del charco de sangre que la rodeaba, la zarandeé suavemente por los hombros y las muñecas como si eso me sirviese de algo. Ahí me di cuenta que tenía pulso.
— Despierta, por favor, despierta. ¿Puedes oírme? ¡Ey!
Desesperado, alcé el rostro escaleras arriba en busca de ayuda. Sin embargo... Piers ya no se encontraba en el mismo sitio en donde le hube dejado. Y mis dudas sobre su paradero pronto fueron aclaradas.
¡BANG!
El eco de un disparo se pronunció a lo largo de todo el perímetro de la sala. De inmediato, un olor a pólvora llegó a mi nariz y durante una fracción de segundo creí estar atrapado en una completa pesadilla.
¡BANG, BANG!
Luego le siguieron otros dos más. Aquel era uno de esos momentos en que debía actuar deprisa y es por ello que sin pensármelo siquiera una vez atraje a Luna contra mi cuerpo, cubriéndola de un modo protector. Con los oídos zumbándome a causa de los disparos que se escuchaban a diestro y siniestro, levanté ligeramente la cabeza con el propósito de averiguar lo que en verdad estaba sucediendo. Aunque tampoco me costó demasiado esfuerzo hacerme una idea. Logré sin problemas dar con Piers, quien disparaba contra una serie de sombras, las cuales se movían de un modo cegador a ras de las paredes sin ninguna opción a que sus rostros fuesen visibles, pues eran tan rápidas que parecían alfileres de color carne. Aún así, Piers también lo era y logró derribar a dos de ellas mientras corría y saltaba los asientos sin descanso de un lado para otro. Su sonrisa demente se engrandeció al tiempo que parecía estar jugando a un simple juego de niños, como lo era el del gato y el ratón, cuando por el contrario mataba a sangre fría.
Una de sus balas logró atravesar la carne de una de las sombras hasta alojarse en lo que parecía ser la zona del pecho. Reconocí de inmediato quien era el joven que se hubo desplomado en el suelo, retorciéndose de dolor mientras escupía ciertas palabras en un lenguaje que jamás antes había escuchado. Fue algo espeluznante y difícil de asimilar. Se trataba de Raúl. O al menos... lo que quedaba de él. Estaba muy delgado desde la última vez que nos vimos, el propio estómago se le hundía hasta caerle en una imagen lamentable... sobre el contorno de su propia columna vertebral. Tenía la ropa hecha jirones y su rostro era macilento y marchito. En su cabellera solo se conservaban algunos mechones rubios. Sus ojos poseían un brillo tan intenso como rojizo y, pese a estar la sala iluminada, brillaban de un modo siniestro.
La escena en sí me sobrecogió.
¿Se supone que es esto lo que te pasa al poseerte un demonio?, ¿chuparte la energía hasta quedarte...?
— Hecho un zombi — murmuré.
Estaba tan conmocionado que no pude moverme y mucho menos ir a socorrerle. Y aunque en realidad sabía que se trataba de Raúl y necesitaba ayuda urgentemente, una parte de mí se rehusó ante tal idea. Instintivamente, me mantuve estático en mi misma posición, con Luna bajo mi cuerpo. Incluso la aferré contra mí con más fuerza que en un principio, temiendo que de un momento a otro él se levantase y me la arrebatase de entre los brazos.
Piers me hablaba en serio... han sido... controlados... por una fuerza maligna.
Antes de aceptar su destino y desaparecer por siempre el brillo de sus ojos, Raúl me dedicó una torva mirada. Sentí que el corazón me latía a una doble velocidad debido a la escena macabra que aún no había acabado de presenciar. Una descomunal cantidad de humo negro le salió a toda velocidad a través de la boca, los agujeros de la nariz y las rendijas de los ojos, elevándose hasta el techo para luego lanzarse en picado contra las tablas de madera. En breve desapareció por las grietas que había entre unas y otras.
Moví contrariado la cabeza.
¿Qué era eso...? pensé a la par que me mordisqueaba nervioso el labio. ¿Un demonio en su versión gaseosa?
Piers no cesaba en su tiroteo entretanto se lanzaba a la carrera escaleras arriba y cuando una de esas sombras le sorprendió por la derecha (siendo en verdad uno de los amigos de Raúl), ésta se abalanzó contra él. Piers eludió tal placaje mediante un giro en el aire y una vez aterrizó exitosamente con ambos pies arremetió con dos disparos. La primera bala perforó el cráneo de su oponente y la segunda quedó enterrada en el costado de otro quien había aparecido corriendo tras la silueta de su compañero. Pese a que la herida pronto empapó por completo su camisa, el chico no se dio por vencido y se impulsó hasta quedar inmóvil a unos metros del suelo. Me froté los párpados. Piers le imitó y como si fuese la cosa más normal del mundo, tanto el uno como el otro continuaron aquella lucha aún estando sus cuerpos suspendidos en el aire de igual modo a si fueran víctimas de una gravedad inexistente. No importaba cuantas veces me frotase los ojos, era real. Estaban volando. Piers se aprovechó de la desventaja de ser más pequeño efectuando golpes resbaladizos, con cada gesto sus vestiduras se estremecían.
— ¡Piers, cuidado! — exclamé ante la acelerada entrada de otro participante, cuyos planes de pillarle con la guardia baja se vieron frustrados ante mi advertencia.
Piers se valió de ello a la hora de efectuar su próximo movimiento, no obstante, un disparo proveniente de un punto desconocido hizo que su Colt volase violentamente por los aires. De inmediato, Piers soltó un gemido de enfado pues dicha bala le había atravesado la mano de cabo a rabo. Concretamente la mano izquierda con que había empuñado la Colt, ya que era zurdo al igual que yo.
¡Joder!
Me quedé sin apenas respiración cuando sus dos oponentes intercambiaron miradas rebosantes de triunfo antes de pasar a la acción. Y Piers... estaba indefenso. Eso y que no disponía ni de la suerte ni del tiempo cómo para recuperar su arma sin antes ser atrapado por uno de ellos. Los jóvenes poseídos decidieron arrinconarlo conforme uno le embestía por la derecha y otro por la izquierda. Un aguijonazo se hizo con mi estómago al comprobar que también empuñaban armas. Y pese a ser navajas eran dos contra uno sin nada.
¡Muévete, haz algo! ¡No te quedes ahí parado!, chillé dentro de mi cabeza ante la peliaguda posición de Piers.
Él se quedó quieto pese a que esos dos se le acercaban con la misma velocidad y estruendo que un trueno y, mientras iban limando distancia, alzaron al unísono ambas navajas.
— ¡PIERS! — grité.
Él se esperó hasta el último segundo y en el preciso instante en que sus oponentes se decidieron a atacar, Piers echó la espalda hacia atrás. Lo suficiente como para que las navajas que sus oponentes cargaban consigo arremetiesen solamente contra ellos dos. Hundiéndose ambas en el costado de uno y otro, acto seguido se derrumbaron. Piers apenas tuvo tiempo de respirar con tranquilidad ante la aparición de otro más, quien le saludó con un desagradable solapo del revés y luego fue a apretarle el pescuezo. Piers retorció su cuerpo por ello.
Mierda, mierda, mierda...
Sin embargo, logró liberarse fácilmente de su contrincante, apartándose de él junto con un rictus malhumorado adueñándose de su cara. Aproveché la oportunidad y alcancé a recoger la Colt que había caído a una corta distancia de Luna y de mí. Con la respiración agitada ante la idea de que pudiese ser demasiado tarde, llamé la atención de Piers antes de lanzársela con todas mis fuerzas. Creí inclusive que mi propio brazo se me saldría de su sitio ya que nunca antes me había esforzado en hacer algo con tantísima energía, ni siquiera cuando de niño robaba en supermercados algo que llevarme a la boca después de estar días sin apenas probar bocado. Y fue en ese preciso instante cuando me di cuenta que aquel mocoso era el primero en mucho tiempo a quien le había llamado por su verdadero nombre en lugar de un mote. Sin razón aparente, simplemente porque me había salido así.
Conforme la Colt se elevaba a cámara lenta nuestras miradas se reencontraron, pero a diferencia de hasta hace unos minutos los ojos de Piers no se mostraron feroces. Un inocente, dulce y cálido sentimiento de cariño hizo brillar aquellas dos lunas turquesas presentes en sus cuencas que parecieron arroparme de la pesadilla que estaba experimentando en primera persona. Tan pronto interceptó la Colt y se deshizo el contacto visual, tal sensación me abandonó. Sin más preámbulos, Piers le agujereó el abdomen a su adversario después de apuntarle sin vacile alguno mientras yo regresaba al lado de Luna, aún inconsciente. El joven eliminado aterrizó de bruces contra la pared, aboyándola a causa de la embestida que causó el propio impacto de su cuerpo. Y de nuevo esa masa de humo salió de él hasta perderse de vista.
Reacciona, Daniel, es mejor salir de aquí y...
— Daniel... — me susurró Luna débilmente con el rostro presionado contra mi pecho —. Daniel... ¿dónde estoy...?
Pestañeé.
¡Está viva! ¡Sí! ¡Está aquí, conmigo!, pensé al tiempo que una oleada de inmensa alegría recorría cada arteria, vena y capilar presente en mi cuerpo.
Pese al lugar sangriento en donde me había visto envuelto, el solo hecho de escuchar su voz angelical hizo que lograse serenarme un poco. La miré con gran alivio conforme le acariciaba el pelo con dedos entumecidos, ella parecía asustada y nada más reparó en la sangre que yacía en torno a nosotros soltó un grito ahogado. Intenté calmarla al tiempo que me sentaba y la acurrucaba contra mi pecho y es por ello que reparé en que aquella sangre no le pertenecía a ella, dado que no tenía herida o perforación alguna en su cuerpo.
¿Cómo puede ser eso?, pensé aturdido.
La única respuesta que se me ocurrió fue que quizás el enemigo nos hubiese engañado con un propósito que aún no lograba comprender.
Ah, sí, el perfecto anzuelo. Recuerda, el Cuervo ese me quiere muerto.
Llené los pulmones de aire y en esa desconocida hora del día vi la vida con otros ojos.
Llegué a pensar que ella podía estar muerta. Por mi culpa. No me habría perdonado algo así. Intenté que me odiase, que se apartase de mi lado y aún así...
Durante un breve lapso de tiempo permanecí en un profundo estado de ensimismamiento.
— Ey... Estás conmigo, todo va a salir bien. Te lo prometo — le dije mientras mi pecho subía y bajaba de igual modo a si hubiese corrido una maratón hasta hace nada.
Ella me sonrió entretanto lloraba a lágrima viva, cayendo a raudales por sus sonrojadas mejillas.
— Sabía que vendrías a buscarme... Te estaba esperando... Nunca dudé de ti... — dijo entre una serie de hipos.
Apreté los labios.
— No te hagas ideas equivocadas, tan solo lo hice porque prometí a espagueti que cuidaría de ti — dije sarcástico pese a las circunstancias.
Luna sorbió por la nariz.
— ¡Ey, chaval! ¡Ponte en lugar seguro! — escuché la voz de Piers a lo lejos, que hasta entonces había derribado a unos cuantos jóvenes más, desperdigados como fichas de dominó a nuestro alrededor.
Unos sobre los asientos, otros en las escaleras y el último se había llevado de por medio parte del telón ante su precipitosa caída.
— ¡Hay que llamar a varias ambulancias! — exclamé de pronto con intención de ello, sin embargo, Piers apareció a mi lado a una velocidad inverosímil y por consiguiente, alzó la mano aún sana con el propósito de agarrarme de la cazadora junto con una mirada amedrentadora.
Un fino hilo de sangre le caía desde la sien. Por otro lado, su mano herida daba verdadera lástima.
— He dicho que te largues de aquí — repitió entre dientes.
— ¡Piérdete, Piers! ¡Aún podemos salvarlos, si no hacemos nada se desangrarán! — exclamé igual de borde.
Los dedos de Piers que me rozaron momentáneamente se me hicieron como alambres de hielo enzarzados en mi propia carne.
— Ya estaban más que muertos una vez fueron usados como simples títeres. No puedes hacer nada.
Tragué saliva con cierta dificultad.
— No me dijiste nada de eso... Creía que...
— ¡Espabila!, ¡esto aún no ha acabado! Pese a no tener un cuerpo sólido del que valerse los Surux pueden ser igual de peligrosos. Aún los huelo... les gusta esconderse como a las cucarachas — entonces apartó su mano de mí, tensando las aletas de la nariz —. Debes ocultarte en algún lado, llévate a la mo... chica contigo — pese a su proposición dedicó una horripilante mirada a Luna, como si en verdad le diese igual que no lo hiciera —. Yo me encargaré del resto. ¿Me he explicado lo suficientemente claro?
Apreté las muelas y de golpe perdí por completo la razón. Creí volverme loco.
— ¡Tú no me mandas una mierda! ¿Entendido, Piers? ¿¡Entendido!? — le recriminé y, en un acto inconsciente, una de mis manos se desvió de Luna hasta detenerse en mi pantalón... en donde hasta ahora había ocultado el arma que me hubo prestado.
Piers parpadeó, como si aquella reacción por mi parte jamás hubiese sido capaz de imaginársela.
— ¡No hagas ninguna estupidez! ¡Yo no soy tu enemigo, Dani! — en sus palabras hubo un énfasis que causó en mí mayor desconfianza que antes.
— ¡Deja de llamarme así, me cabrea! ¡Es un nombre de mocoso como tú! — le reproché junto con una mueca.
Esto ha llegado demasiado lejos. No me gusta nada este maldito sueño. ¡Nada! Quiero despertar ya. ¡YAAAAAAAAAAAAAAA!
— A los demonios — Luna, quien permanecía acurrucada a mi vera, palideció como la muerte al mencionar Piers la última palabra —, no hay nada que les acongoje. ¿Crees que sin más levantarían las manos y te suplicarían piedad por el simple hecho de que les dijeses cuatro palabrotas de tu habitual repertorio? Eres tan inocente — suspiró Piers, aunque con culpabilidad, como si mi ignorancia ante ese supuesto mundo sobrenatural fuese debido únicamente a él.
Apreté en exceso los dedos contra la pistola hasta lograr transparentarse en mi piel el blanco de los nudillos e inmediatamente después apunté a quemarropa contra Piers. Él encogió sus pies, adoptando una expresión dolorida.
No puedes confiar en nadie. Tampoco en él. Sabe demasiado, ¿no crees? Sabía a qué os enfrentabais. Cómo derrotarlos. Sabía en donde tenían a la chica. ¿Cómo no te diste cuenta antes? Es él el único y verdadero veneno aquí dentro..., poco a poco se me nubló el poco sentido que tenía ante lo que parecía tratarse de unas voces susurrándome a los oídos.
Una serie de voces cavernosas que despotricaron cruelmente contra Piers, quien desde un principio se alertó de ello.
— Daniel... no las escuches. Intentan ponerte en mi contra — quiso intervenir él a la vez que maldecía por lo bajo con la mirada barriendo cada rincón.
Las voces se iban haciendo más y más numerosas. Al igual que lo eran también sus críticas contra Piers.
Deshazte de él... solo así os dejará en paz... Solo así podrás escapar junto con la chica. Ya viste lo que le hizo a esos pobres chicos... y cómo se negó a ayudarles incluso cuando uno de ellos podría estar en sus últimas..., continuaron las voces.
Piers en vano quiso acercarse a mí, ya que no le di ninguna oportunidad.
— Grrr, ¡aléjate de nosotros! — le advertí a Piers con dureza y Luna resolló conforme se colocaba tras mío —. Esto va a acabarse aquí y ahora.
Eso es... haces lo correcto, me felicitaron las voces al unísono.
La sangre de sus recientes víctimas salpicada contra su traje blanco me hizo tragar saliva. Piers me miró con impotencia, como si el desprecio que hube mostrado con cada una de mis palabras le hubiese dolido aún más que cien puñaladas en el estómago. Demasiado orgulloso cómo para dejar traslucir un síntoma de debilidad como ese, dio un paso hacia adelante hasta que la boca de la pistola con la que pretendía intimidarle besó su frente junto con un sonido sordo.
— Aprieta el gatillo entonces — me retó aún en su situación de completa desventaja.
Instintivamente, flexioné el dedo índice en el gatillo, preso de mi locura.
¡Hazlo, rápido! ¡Y podréis salir de aquí con vida!, me apremiaron las voces.
Algunas sonaron roncas, aceleradas e incluso enfurecidas. Sacudí la cabeza, empezaba a sentirla demasiado pesada.
— Nos dejarás marchar una vez llamemos a las ambulancias. Tú y yo jamás nos habremos visto. No intentes seguirme ni ponerte en contacto conmigo o juro que lo lamentarás — le exigí con tono firme y el conjunto de voces dentro de mí llegó a ser tan ensordecedor que en un impulso desesperado me llevé ambas manos a la cabeza, con un gemido escapándoseme de entre los labios.
¡MÁTALE, MÁTALE DESGRACIADO!
Mis piernas flaquearon.
— Callaros..., ¡he dicho que os c-calléis! — exclamé en alto, aquello era un completo infierno.
Sentí sudar cada poro de mi piel conforme las voces subían hasta tonos que fui incapaz de describir, siendo consciente de cómo irremediablemente me iba cayendo a cámara lenta hasta caer contra...
— ¡Piers! — susurré.
Él me sostuvo con firmeza justo a tiempo y sin esperar un solo agradecimiento por ello, situó su mano perforada contra mi frente. Entonces, su sangre quedó grabada en mi piel e incapaz de entender las palabras que mencionó a continuación, la fatal sensación que hasta ahora había soportado cesó hasta desaparecer por completo. Igual lo hicieron las voces.
— ¡Daniel!, ¿estás bien? — me preguntó Luna miedosa, mirándome a través de sus ojos anegados en lágrimas.
Con cierta dificultad, mantuve el balance de mi cuerpo por mí mismo a la vez que me frotaba las orejas.
— Creo que sí — respondí algo aturdido y sin poder remediarlo eché un vistazo a Piers, desviándoseme la mirada hasta su mano.
La sangre aún borboteaba sin descanso, manchándole parte del pantalón donde la tenía presionada e inmovilizada.
— Ssshhh. Ya viene — me dijo antes de que yo abriese la boca.
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