11. Sorpresas desagradables
¿Piers Kelso?, ¿qué clase de nombre es ése? Quizás este mocoso se trate en realidad de un alienígena ilegal.
En lugar de corresponder su gesto con un apretón, me llevé ambas manos al estómago, el cual empezaba a rugir igual o peor que un león hambriento. Para alguien que está acostumbrado a comer más de cinco veces al día el hecho de saltarse una sola toma ya le acarrea serios problemas. Siempre pensé que en estos últimos años no había engordado ni un solo gramo en compensación a la continua hambruna que pasé de niño.
Tragué saliva.
— No esperaba que me dieses un abrazo, pero al menos podrías corresponder el saludo de alguien cuando se te está presentando. Los jóvenes sois en todos lados igual de maleducados — murmuró Piers, metiendo la mano en el bolsillo exterior de su chaqueta con una pose algo avergonzada. ¿Jóvenes? Habló aquí el señor Miyagi —. Pronto anochecerá y es ahí donde esas bestias se vuelven más feroces — Ejem... ¿Ha dicho bestias?, ¿es así como ahora llaman a los adolescentes borrachos pasada la medianoche? Eso ha herido mis sentimientos... —. No nos conviene permanecer aquí durante mucho más tiempo, si no estás por la labor de seguirme tendré que verme obligado a cargarte encima como a un saco de patatas.
Ya. Ya. Se nota que Piers no tiene abuela y yo tampoco estoy de humor para seguirle a ningún lado. Por mucha comida que hubiese de por medio. Con cada segundo que pasa Luna podría estar sufriendo aún más que el anterior y... ¡Un momento!, este mocoso parece preocupado... ¿por mí? En otras palabras, me necesita aunque ahora yo desconozca la razón. Quizás podría usar eso a mi favor y que me guiase hasta Luna... Sus ojos me lo dicen, sabe dónde está. Sabe demasiado de todo.
— Y bien, Pis — actué como si fuese yo en esos momentos quien dominase la situación y al dirigirme a él con aquella pésima pronunciación de su nombre, los ojos de Piers refulgieron al igual que llamas de fuego fatuo —, parece preocuparte demasiado salvar mi pellejo — él entendió al vuelo hasta donde quería llegar a parar incluso antes de haber abierto la boca —. Da igual cuanto me amenaces con ese juguete que escondes en tu traje supermegamolón, sé que no apretarás el gatillo. Si me guiases hasta ella te compensaría. Lo juro. Te llevaría al parque de atracciones, te compraría chucherías o lo que leñes les guste ahora a los chavales de tu edad.
De repente, Piers se ruborizó ante mis proposiciones, no supe en verdad si era debido a la vergüenza que sentía o simplemente por rabia.
Acepta, acepta, acepta.
Nos quedamos callados durante un largo rato y luego Piers irrumpió toscamente dicha tranquilidad:
— Deja de tratarme como a un crío, ¿de qué me sirve comer chucherías e ir a un estúpido parque de atracciones? — exclamó atropelladamente a la vez que movía de igual modo sus manos y en el poco tiempo que habíamos estado juntos, me di cuenta que siempre conforme hablaba gesticulaba con ellas —. Aquí, con muchísima diferencia, el más maduro de los dos soy yo. Así que trátame con el respeto que me merezco.
— Oh, he herido tus sentimientos. Pobre, pobrecito niño — dije a propósito.
El colorado en sus mejillas se intensificó más que en un principio y no pude evitar reír, literalmente partirme, olvidándome por un momento de mis problemas.
— ¿Cómo puedes ser capaz de reírte? Te recuerdo que Cuervo está al tanto de tu existencia y ahora que tu sello ha sido alterado eres del todo vulnerable. Tendré que permanecer a tu vera de aquí en adelante por mucho que te pese — me dijo con severidad.
Seguía sin saber a quién se refería exactamente con el dichoso "Cuervo" y si por una mínima casualidad existía, debía ser lo suficientemente peligroso como para que Piers se tomase tantas molestias en insistir sobre el asunto.
¿Y si en realidad Piers se trata de alguien a quien le debo dinero? O, ¿el integrante de alguna banda mafiosa? Cuando tomo alcohol no me acuerdo de nada a la mañana siguiente... Espera, un momento... aquí hay algo que no me encaja. De ser así la cosa, ¿quién habría dado la alarma? Y lo segundo, ¿quién en su sano juicio enviaría a una cosa como ésta para protegerme? Si tan solo le falta un lazo atado en el cuello y ser dejado en alguna puerta como regalo anticipado de Navidad.
El solo hecho de pensar algo así hizo que mis labios temblasen y tuve que contener una risa histérica si no quería que Piers echase a volar de un momento a otro por medio de sus pantalones cortos, apenas nos habíamos conocido de unos pocos minutos y él ya se mostraba más que harto con respecto a mi comportamiento. Solía causar tal efecto en todo el mundo, así que no estaba sorprendido y mucho menos le culpaba de ello.
No olvidemos que tiene un arma, si salgo corriendo podría utilizarla contra mí.
— Mmmm, ¿y ese Cuervo cómo dices que podría encontrarme? — murmuré a la par que fingía interés, tamborileando los dedos contra el mentón.
Piers se aproximó hasta mí y tras ponerse de cuclillas me susurró al oído conforme se tapaba la boca con una de sus manos:
— Ahora solo hay una cosa que independientemente de tu físico pueda delatarte y ésta es tu sangre.
¡JA, JA, JA! He de confesar que este chico como cualquier otro de su edad tiene demasiada imaginación.
— ¿Delatarme? — repetí incrédulo después de que Piers volviese a poner enteramente los pies contra la superficie.
Sin embargo, él reaccionó moviendo la cabeza de lado a lado con evidente exasperación.
— Esto no es ninguna broma, chaval. ¡Ag!, no soporto a tu yo de joven, me resulta imposible razonar contigo — murmuró esto último para sí mismo —. ¿Acaso no puedes dejar de meterte en problemas ni un segundo? Tuve que despistar a los esbirros de Cuervo nada más derramaste la primera gota de sangre y eso no hubiese pasado de no pavonearte de un modo tan infantil en estúpidas peleas sin sentido. En fin, no me quedó otro remedio que meterte ahí dentro si quería taponar dicho olor — siguió explayándose al señalar con un dedo el maletero del coche, ahora abierto —. La verdad es que tu fobia a la sangre me ha sido muy útil durante todo este tiempo ya que lograbas apañártelas a la hora de no sangrar pasara lo que pasase.
Pestañeé.
Ey, ¿qué...?
Acto seguido, le miré con detenimiento. Tantos aciertos con respecto a mi vida empezaba seriamente a inquietarme. Sin olvidar que conocía mi secreto mayor guardado, la hematofobia.
¿Quién es en realidad Piers Kelso? ¿Será ése su verdadero nombre?, ¿por qué tiene tanto interés en mi persona?, ¿por qué conoce cosas que solo pertenecen a mi intimidad? ¿¡Y por qué demonios lleva un arma!?
Me puse serio.
— Está bien, lo he pillado. Esto no se trata de ningún programa de cámara oculta. Dime, ¿perteneces a alguna banda? ¿Quién te envía?, ¿has salido de algún agujero en especial? — le interrogué con expresión dura, olvidándome tanto de su apariencia y edad.
Pese a todo, Piers no reaccionó de malas pues en su lugar sonrió de oreja a oreja (percatándome por ello de que su paleto izquierdo estaba partido por la mitad) como si le gustase que empezase a tomarme en serio sus palabras y la situación en general.
— Créeme, de uno que jamás permitiré que tengas la desdicha de conocer — se limitó a decir en lugar de entrar en detalles y por consiguiente, olfateó ruidosamente el aire cuan perro de caza hasta luego fijar la vista al frente, en donde terminaba el callejón y los coches circulaban por la carretera mientras que las personas caminaban sin reparar los unos en los otros. ¿Y ahora qué va a hacer? Entonces, Piers lanzó un suspiro —. Antes de que me chantajees con uno de tus numeritos de mal gusto... déjame mostrarte el lugar en el que retienen a la chica.
El corazón me dio un vuelco de 360º.
¿En verdad va a llevarme hasta ella?, ¿y si me está mintiendo? ¿Y si...? De ser así le daría fácilmente esquinazo. Lo peor de todo esto es que hay algo dentro de mí, muy pero muy pequeño, que quiere fiarse de su palabra. Supongo que es la desesperación por encontrar a Luna.
— No creo que ofrecerte un cheque en blanco te hubiese hecho cambiar de opinión — quise suavizar la situación mediante una broma.
Piers alzó una ceja.
— Eres demasiado testarudo, ¿cierto? Sé que te las hubieras resuelto igualmente sin mí para encontrarla, así que prefiero que una vez lo hagas esté yo delante. Al menos podré tenerte vigilado y ni se te ocurra dar un solo paso sin mi consentimiento, tu muerte es lo último que querría — recalcó con adulta expresión.
Ante mi asombro, un escalofrío me recorrió el cuerpo como una especie de mal pálpito a lo que quiera que nos deparase allá fuera. Quise ignorarlo mientras me aclaraba la garganta antes de hablar:
— ¿Qué día es hoy? — le pregunté en un susurro.
— Tan solo han pasado unas horas desde que te encerré en el maletero — respondió Piers encogiéndose de hombros.
— Perfecto, será mejor que antes pidamos refuerzos. No creo que nosotros dos podamos hacer de mucho — hice una pausa antes de rectificar mis palabras —: no creo que yo pueda hacer de mucho. Conozco a Taco... ese tío se junta con la peor calaña y adoran por encima del resto a "sus mujeres pinchudas".
Piers dejó escapar un gruñido.
— ¿Con quién te crees que estás hablando, chaval? — me reprochó con brusquedad.
— Oye, ahora que lo dices... — antes de que Piers siguiese despotricando con palabras mayores me apresuré a decir —: De acuerdo, tipo duro. Siempre uno se siente más seguro teniendo a alguien de metro cincuenta cubriéndole las espaldas.
Piers torció el morro.
— Nunca debes juzgar por las apariencias, incluso la picadura de un escorpión puede ser mortal pese a ser éste de diminuto tamaño. En fin, me lamentaré de hacerlo, pero... allá vamos.
— Ella necesita nuestra ayuda — le dije.
Piers negó en redondo.
— No es ella quien en verdad me preocupa, sino la sorpresa podrida que duerme dentro de su cuerpo.
— ¿Qué sorpresa? — le exigí saber de pronto.
Piers se esforzó en mirarme a los ojos.
— Daniel — el que finalmente se dirigiese a mí por mi verdadero nombre y sin yo decírselo me descolocó por completo —, sé que esa chica despierta cierto interés en ti, pero si supieras... lo que realmente es... la olvidarías y vendrías conmigo sin dudar. Tan solo quiero mantenerte a salvo.
Le fusilé con la mirada.
— ¿Estás insinuando que la deje de lado? ¿Eso es lo que quieres decir? Mira, mocoso, olvídalo. La encontraré por mis propios medios. Me he cansado ya de...
Piers me interrumpió de inmediato al volver a sacar su pistola y entonces sus ojos escudriñaron los alrededores a una velocidad tan cegadora que el iris turquesa presente en ellos pareció volverse blanco. Durante un momento miré confundido a Piers, quien parecía muy concentrado en aquello que quiera que estuviese buscando. Entonces, abrí la boca con la intención de replicar, pero seguidamente la volví a cerrar cuando de improvisto mi propio cuerpo empezó a tambalearse.
Mierda, aún me sigue doliendo la cabeza. Maldito golpe.
En un intento por no caer, busqué el equilibrio apoyando mis manos en uno de los hombros de Piers y lo que experimenté a continuación se me hizo tan extraño que lo creí deberse a alguna secuela tardía por parte del golpe. Con las palmas de la mano noté sin problemas y pese a las prendas que la cubrían la piel de Piers. Tan gélida como el corazón de un iceberg, ¡parecía estar tocando a un muñeco de nieve en vez de a un ser humano! Al apartar las manos e inclinar detenidamente la cabeza fui testigo de cómo la luz del sol moría en los ojos de Piers.
— Debemos irnos — sin molestarse siquiera en darme una sola explicación, tiró sin ningún consentimiento de mi brazo, obligándome a avanzar con él y teniendo que acompasar mis pasos a los suyos agigantados.
— ¡Piérdete! — exclamé en un intento en vano por desembarazarme de él.
— ¡Allá vamos! ¡Aerolíneas Kelso! ¡Prepárese, caballero! — dijo él pese a todo.
Ejerciendo un esfuerzo considerable al tirar de mí no me dio otra opción que seguirle y conforme corríamos, Piers estiró el otro brazo y ante tal gesto apareció... una especie de agujero negro (como los que estaba acostumbrado a ver en los videojuegos de fantasía) del mismo tamaño que un rinoceronte. Abrí los ojos de par en par, no solo por lo ocurrido, sino que dicho agujero no mostraba fondo ni seguridad alguna para mí.
— ¿Cómo has...? — quise objetar y al advertir las intenciones de Piers, quien seguía con pistola en mano y no aminoraba en ningún momento la marcha, añadí cuan rayo —: ¡Ni hablar!, ¡no pienso meterme ahí por nada del mundo! ¡Quietoooooooo! ¡Jodeeeer! — repliqué tajante y enfáticamente.
Piers rió para sus adentros.
— Ni que fuera para tanto. ¿Sabes?, no puedo ir por ahí con un gallina debajo del brazo, mancharía mi reputación. Si es que ésta se puede manchar más... — y sin más dilación, me dio un empujón lo suficientemente enérgico que me hizo caer de lleno dentro del agujero.
Luego se lanzó él, cerrándose el agujero nada más succionarnos a ambos. Apreté manos y pies por ello.
¡No, no, no! ¡Quiero salir de aquí!
La situación resultó demasiado confusa. Me sentía ligero entretanto iba descendiendo en un espacio un tanto estrecho, de apenas luz y en exceso silencioso. Sin embargo, no caía en picado a una gran velocidad, sino era como quien bucea en una piscina y se ve limitado en cuanto a sus movimientos a causa del agua. Piers se encontraba a mi lado y pese a mostrarse ausente con su pose de brazos y piernas cruzados, me observaba por el rabillo del ojo.
Que termine ya, ¡YA!
Se me tensó el estómago, si ya de por sí la luminosidad de aquella especie de túnel era tan tenue como la luz de la luna conforme caíamos ésta se fue volviendo cada vez más y más ausente.
Grrr..., gruñó mi fuero interno.
Intencionadamente, mi mano salió disparada contra Piers sin importarme cuan de frío era, aferrándome a su brazo como si de ese modo pudiese hacer de aquel viaje más llevadero.
— ¡Odio Aerolíneas Kelsooooo! — chillé una y otra vez.
Piers hizo un ruido como de quien contiene la risa y pude ver por ello la intensidad que causó el destello de sus blanquecinos dientes.
¡PLAAAAAAAAAM!
En la fracción de segundo que pude sentir el azote del aire fresco en mi cara, caí de bruces contra lo que parecía tratarse de una montaña de cajas de cartón, de inmediato un olor desagradable a pescado llegó a mi nariz.
¿Ya terminó...?
Sí. Por fin habíamos salido de ese odioso agujero del cual ya no había rastro, encontrándonos de nuevo con la realidad. Aunque no de la mejor manera. Reprimí una arcada cuando una pieza podrida de pescado se me hubo pegado a la nariz. Piers, por el contrario, estaba de pie sin tan siquiera habérsele despeinado un solo rizo suyo de la cabeza. Con una risita maliciosa me ayudó a ponerme en pie.
Tardé en recuperarme.
Es real... Piers no solo lleva un arma y se parece a alguien muerto, ¡sino que encima puede abrir un agujero que tele transporta a otro lugar! ¿Cómo tengo que tomarme esto? ¿Chillo?, ¿río?, ¿lloro? No, de esto último ni hablar. Empiezo a temer que ese supuesto Cuervo que quiere matarme pueda ser un pajarraco enorme de cien picos con cien cardos en cada uno de ellos... Ag, ¡mejor no pensarlo!
— Muy amable por tu parte — murmuré mientras a su vez me sacudía el polvo de los hombros —. ¡Más te vale darme una explicación!, ¡aún estoy flipando!
Desde luego sacar agujeros de la manga no lo ha aprendido de una simple caja de magia para críos.
— Las preguntas para más tarde, ¡gracias! — eludió Piers mis palabras igual a una lagartija escurridiza.
Pareció respirar algo aliviado sin yo conocer el motivo y acto seguido, hizo dar una vuelta a la pistola que empuñaba antes de entremeterla en la cintura de su pantalón para tenerla a mejor alcance. Sentí una punzada de irritación por el hecho de que estaba ignorándome, aunque supe contenerme.
Está bien, no te lo preguntaré dos veces. Seas lo que seas procura no volver a usar tus trucos de aficionado conmigo.
Miré con detenimiento cuanto había a mí alrededor, no teniendo problemas a la hora de reconocer el lugar al cual nos había escupido aquel agujero mágico.
Vaya, vaya...
Ante nosotros se alzaba un viejo teatro que hubo quebrado años atrás, siendo en su momento enormemente famoso por la representación de obras clásicas como lo eran Hamlet o Romeo y Julieta. Ahora no era más que un simple edificio consumido por los viejos recuerdos, enormes capas de polvo y los estragos que dejaba consigo el transcurso del tiempo. Había asistido en cierta ocasión cuando una de mis clientas me invitó junto con ella a la obra de Romeo y Julieta... apenas recordaba demasiado pues me había quedado dormido al poco de dar comienzo el espectáculo. El romanticismo no era de mi especial agrado, aún a estas alturas de mi vida no había reunido el valor suficiente de ver la película Titanic. Pese a que mis padres fueron actores ambulantes de teatro, nunca compartí el mismo amor que ellos le profesaron al mundo de los guiones y telones de color.
— Bonito lugar — dijo Piers emprendiendo la marcha y conmigo pisándole los talones —, quizás aún lleguemos a tiempo para la función. ¿Qué querrás tomar, palomitas normales, de caramelo u ojos de vaca?
Me detuve en seco con un movimiento precipitado creyendo que iba a darme un chungo de tan solo imaginármelo a él comiendo esto último.
— ¿Ojos de v-vaca? ¿¡Qué clase de cosas comes tú!? — repetí entre atónito y asqueado.
— Sí. Ya sabes, lo normal — ante mi expresión de horror añadió con travesura —: No me mires así, soy alguien con extraños gustos carnívoros. Que no te sorprenda de aquí en adelante lo que puedas llegar a verme hacer. Quedas avisado.
Resoplé, adelantándole a propósito.
A este tipo parece divertirle todo, da igual que una situación pueda volverse peligrosa. ¿Quién sabe lo que nos tendrán preparado como comité de bienvenida?
— Corta el rollo, Piers. Este no es el castillo de Mickey Mouse, así que actúa más serio. Mierda, no me imagino lo asustada que ha podido estar si de verdad está aquí dentro — indiqué con dureza.
Piers bufó al alcanzarme.
— No te ciegues por el papel de héroe, chaval. Primero vigila tus espaldas y luego preocúpate por las del resto o ni te molestes en hacerlo — comentó con desgana mientras echaba un largo vistazo a la estructura del teatro.
— No todos somos tan egoístas como tú, Piers — le reproché pese a que mi voz amenazaba con temblar.
— Habló Don Generoso — se mofó con una sonrisa torcida, colocándonos ambos frente al portón de la entrada. Unas máscaras doradas de ojos con forma de estrella dormían en cada lateral de ésta, sonriendo sin expresión alguna. Piers le atizó una patada y, tal como nos esperamos, la puerta no cedió ni un solo palmo —. Ag, nos van a hacer sudar la gota gorda antes de entrar. Muy ingeniosos.
¿Ah, sí? Pues yo no recordaba a Raúl tan ingenioso. Y mucho menos a sus camaradas. Es como si otros les estuviesen ayudando...
— Ya te dije que esto ha sido idea de Cuervo y no de esos chicos — comentó Piers de repente.
Fingí no escucharle.
— Ésta es la única puerta que conduce al interior del teatro, claro está sin contar con las ventanas — le comenté.
— ¿Tan ricachones y no pudieron costearse unas salidas de emergencia? — dijo Piers con cierto retintín, recuperando sus bruscas maneras.
— Tampoco son demasiado altas, creo que podría alcanzarlas — le dije con sinceridad.
Entonces, la sonrisa de Piers se suavizó de tal manera que me hizo pensar que quizás a él también se le había ocurrido esa misma idea.
— Damas y niños primero, por favor — le sugerí a la par que le dejaba paso.
— ¡Rayos! — de inmediato se le borró la sonrisa y a modo de venganza, pegó un salto sobrehumano que desafiaría todo tipo de ciencia hasta quedar colgado del poyete de una de las ventanas del segundo piso.
Con la boca ligeramente abierta, observé cómo doblaba su cuerpo hasta lograr que uno de sus pies alcanzase el cristal y acto seguido, junto con un golpe conciso se lo llevó por delante. Los trozos de cristal volaron a su alrededor cuan pequeñas estrellas fugaces.
¡Ese idiota!, ¡lo único que me faltaba es ver su sangre! ¿A quién se le ocurre romper una ventana con el pie desnudo?
— Una buena manera de pasar desapercibidos. Sí, señor — resoplé, teniendo que encaramarme a base de salientes en la pared hasta tener la suerte de poder alcanzar la ventana que él hubo derribado.
¿Y ahora qué?, pensé cuando una de mis manos descansó sobre el poyete.
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