Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

10. Y entonces apareció él



Desperté sobresaltado al encontrarme a mí mismo atrapado en un espacio tan estrecho, incómodo y oscuro como la boca de un lobo. Apenas podía mover alguna extremidad sin antes chocarme contra algo y el eco metálico que resonó a causa del impacto de mis propias botas me aturdió durante unos largos segundos. Me dolía tantísimo el cuerpo que llegué a la conclusión de haber permanecido en aquella postura fetal durante varias horas. Desesperado, quise gritar en busca de auxilio, sin embargo, el mismo aliento que ahora retenía cautivo tras mis labios podría de aquí en adelante serme mucho más valioso de lo que pensaba. Como por ejemplo aguantar allá donde estuviese el tiempo suficiente antes de encontrar alguna solución que me permitiese poder escapar. De pronto, una angustia recayó sobre mí como un jarro de agua fría cuando poco a poco comencé a reconstruir en mi cabeza todo cuanto anteriormente había sucedido y nada más una muchacha pelirroja se abría paso entre esos recuerdos... cesé en mis intentos por querer escapar. Incluso llegué a olvidarme de mi propio estado físico.

¡Ah, Luna! ¿Y si ella...?

No fue demasiado difícil imaginármela llorando, agazapada en algún rincón tétrico mientras que con la mirada buscaba desesperadamente a alguien que acudiese en su ayuda.

Maldita sea.

Lo recordaba todo. Había caído inconsciente sin poder evitar lo que quisiese que fuese a hacer con ella ese cabronazo de Raúl y su pandilla de musculitos sin cerebro. Me esforcé en ignorarlo pese a que apenas podía contener la ira que latía bajo mi piel, tensándome los hombros, contrayéndome los puños y haciendo que hirviese cada mota de sangre que me circulaba por las venas. Antes de darle demasiadas vueltas al asunto, me concentré en no acabar como una pasa arrugada y es por ello que zarandeé tan violentamente el cuerpo (en ese momento sentía como si me hubiesen rellenado la cabeza con las rocas del fondo más profundo de un volcán), movido por el único deseo de poder tener a Luna bajo mi recaudo.

Tío, es solo una niña, suspiró mi fuero interno.

— Si la has tocado... un... solo... pelo... ¡Joder, joder, joderrrr! — dejé escapar entrecortadamente a través de mis cuarteados labios, mi voz era aún más ronca de lo que ya de por sí estaba acostumbrado.

Entre movimiento, sacudida y forcejeo logré salir del lugar que ignoraba por cuánto tiempo me habría tenido preso. Entonces, caí de morros contra algo... una superficie sólida, reconociendo sin problemas aquel tacto pues no había sido la primera vez ni tampoco la última que me ocurriese algo así.

Asfalto.

Fue el modo de bienvenida que menos hubiese deseado al sentir nuevamente la luz del sol envolviendo mi silueta. Solo algunas ratas que merodeaban entre los montones de basura en busca de algún alimento que llevar a su guarida fueron testigos de mi libertad. Me volteé con apuro y acto seguido no pude evitar fruncir el ceño. Me hallaba en uno de los tantos callejones del barrio y a mi espalda se encontraba un coche (que a juzgar por su aspecto viejo y sucio había sido abandonado hace tiempo) siendo su propio maletero el lugar en el cual algún impresentable me habría encerrado.

Y si ha sido cosa de Raúl, ¿por qué no se molestó siquiera en cerrarlo como es debido? ¿Demasiadas prisas? No, yo diría que se lamentó en el último segundo y salió huyendo. Típico de él. Es un gallina.

Involuntariamente, solté un gemido luego de restregarme los dedos por la cabeza, la cual me ardía de un modo atroz a causa del golpe recibido y entre andares desequilibrados (parecía más muerto que vivo) emprendí el camino a través del solitario callejón que se abría frente a mí. Tenía las piernas tan adormiladas que me costó un considerable esfuerzo que mis fuerzas no sucumbiesen, eso y tener que aguantar el incansable hormigueo que las hacía presa. Al perder irremediablemente el balance de mi cuerpo, volví a recuperarlo apoyando ambas manos contra la pared de un edificio, obligándome a mí mismo a seguir avanzando conforme me pegaba a ésta como si fuera la mujer más atractiva y explosiva del planeta.

Tío, la cabeza me va a estallar...

Me detuve en seco a los pocos pasos de encontrarme lo que a primera vista parecía una cinta roja de pelo medio hundida en un charco de barro.

Esto...

Por consiguiente, me incliné hacia adelante mientras en mi cabeza iban apareciendo una sarta de ideas descabelladas a la misma velocidad que una ráfaga de flechas siendo disparadas. Al tener dicho objeto entre mis manos se me cortó la respiración y tuve que sentarme si no quería volver a besar el suelo.

No hay duda, es suya. Sigue teniendo su olor, ese olor a...

— Ella — pensé en voz alta con el rostro tensado —. ¿Dónde estás?

Luna solía llevar aquel atributo para recogerse el cabello.

« ¡No es ninguna broma!, ¡todas sois iguales! Incluso tú, las que vais de mosquita muerta sois las peores! », recordé haberla dicho.

En el momento que me incorporé tuve la fatal sensación que el mundo se ladeaba vertiginosamente.

— Eres una mujer... — dije sin apenas voz.

Esa había sido mi respuesta una vez ella me preguntó la razón de por qué la odiaba tanto. Y en verdad me arrepentía de ello, quizás porque esta chica no tenía el veneno de cada mujer que hasta ahora se había presentado en mi vida, porque ella era... diferente.

Demasiado diferente.

Pese a las circunstancias y mis constantes evasivas sabía que Luna no me rechazaba y jamás sería capaz de ponerme la mano encima. «No seas tonto, no he venido a ser la ladrona de nada ni nadie. Quizás no tenga experiencia en tratar con las personas, aunque he leído lo suficiente como para saber clasificarlas. Y tú, Daniel, eres fácil de adivinar, a menudo los de tu personalidad suelen ser los protagonistas en las novelas. Déjame explicarte entonces que tu mala imagen es tan solo la perfecta excusa que te permite escabullirte de las personas, quizás porque temes que descubran tu verdadero yo y te avergüences de ello», recordé lo que en su ocasión salió de sus labios.

Apreté la mandíbula.

— Cuando una manzana roja se junta con una podrida la primera también se estropeará — susurré con una risa desganada —. En este caso una manzana naranja y otra marrón.

Eché un rápido vistazo al callejón en busca de pistas más concluyentes. Sin embargo, tan solo hallé basura, mierda, un pestilente olor a orina y preservativos usados.

Por tu propio pellejo, tío, más vale que esté bien.

Por primera vez desde que presencié el asesinato de mis padres tuve miedo, miedo de que ella sufriera y las últimas palabras que recordase de mí fuesen tan duras, insensibles y odiosas.

¡Un momento!, ¡deja de pensar como si ya estuviese muerta! ¡Espabila! Eres Daniel Sanz y no alguien cualquiera.

Me palpé los bolsillos en busca de mi teléfono móvil. De ese modo podría llamar a la pasma, sin embargo, no logré dar con éste por más que rebusqué. Quizás lo hubiese perdido al meterme en la pelea callejera de antes o bien alguien hubiese aprovechado el momento en que me desmayé para poder mangármelo, al menos yo hubiera actuado igual. Apreté con fuerza la cinta de pelo hasta ésta desaparecer entre mis dedos y durante unos segundos tuve el presentimiento que Luna se encontraba a mi lado. Sin más dilación, la guardé en mi cazadora.

Voy a encontrarla, sí o sí. No hay otra opción.

— ¿Por cuánto tiempo he estado inconsciente?, ¿qué día será? — murmuré con detenimiento a la vez que me protegía los ojos con un brazo al dirigir la vista al cielo.

Un viento hediondo llegó del este, removiendo el verdadero aspecto de mi pelo, una cascada de encrespados, cortos y rebeldes mechones. Pues tanto el sudor y el ajetreo se hubieron deshecho de la enorme cantidad de laca que tenía por costumbre echarme cada mañana, siendo la única forma de domar aquella mata que parecía estar devorando continuamente la cabeza. Aunque ese asunto era ahora el menor de mis problemas.

¿Qué leñes...?

En ese preciso instante y sin saber muy bien la razón, cruzó por mi mente la idea de que alguien me estaba observando desde lo incógnito, unos ojos clavados a mi espalda cuan espinas de hielo.

Dadme un respiro, ¿vale?

Mi reacción fue inmediata. En apenas una fracción de segundo me giré bruscamente sobre mis propios talones, dispuesto a enfrentarme incluso a un elefante si era necesario, alzando los puños e incitando a quien fuese a una pelea. No obstante, tan solo me encontré con un gato arrabalero que maulló con gesto desagradable ante mi repentino espectáculo y acto seguido fue a buscar refugio en el interior de un cubo de basura.

Necesito un maldito hospital..., pensé al tiempo que me palpaba la frente, sintiéndola algo febril.

Cuando pensé que todo había sido un simple producto de mi imaginación, una voz sonó con fuerza por encima de mi cabeza.

— Guau, estás hecho todo un pincel.

¿Qué...?

La escena que se dio a continuación fue tan extraña que me vi en la obligación de parpadear como quien cree verse envuelto en un espejismo traicionero. A unos metros de mi posición hallé a un chico de al menos trece o catorce años, sentado despreocupado al filo de un tejadillo y balanceando las piernas hacia adelante y hacia atrás. Me miró a través de unos ojos de lo más curiosos y como si desde un principio fuese mi persona a quien hubiese estado buscando, el rostro del mocoso fue perfilándose poco a poco ante la aparición de una media sonrisa.

¡Quieto, loco! ¡Me cago en la leche...!

Antes de que pudiese desplegar los labios o hacer algo para impedirlo, se lanzó al vacío igual que un suicida desea poner punto final a su sufrimiento. Sin embargo, conforme caía en picado fue volteando su propio cuerpo en el aire hasta lograr aterrizar con una rodilla, la otra pierna estirada hacia un lado y las manos colgándole a cada costado. Sacudí la cabeza en un intento de no perder la compostura.

Primero me golpean y ahora por casi me da un infarto.

Pese a todo, el mocoso no tenía siquiera el menor rasguño o arañazo y como si el tiempo corriese en su contra, se me aproximó con pasos agigantados. Una vez me tuvo lo suficientemente cerca torció sus labios hasta dejar escapar un sonido chirriante y entonces me echó un vistazo de arriba abajo. Lo mismo hice yo. Y entonces parpadeé, sorprendido. Aquel chico se daba un aire al actor de una de las tantísimas películas antiguas que me había tenido que tragar por culpa de espagueti. Si bien la memoria no me fallaba creo recordar que su nombre se trataba de James Dean. Sin embargo, no todo eran similitudes ya que su tez era de un destacado tono canela, la cual brilló una vez los finos brazos del sol le rozaron de un modo transversal. Sus ojos, grandes, avispados y de un tono turquesa parecían haber sido testigos de muchas cosas aún teniendo la joven edad que aparentaba. Por unos pocos centímetros no me llegaba a la altura del pecho y pese a su corta estatura adoptó una actitud de lo más desafiante, como la hormiga que no se deja intimidar tras de repente asaltarle un saltamontes. Su cabello era de un color castaño oscuro y rizado, tapándole parte de la frente y enteramente las orejas de soplillo. Iba descalzo y la sonrisa de duendecillo que me dedicó me hizo pensar que no era alguien de fiar.

— ¿Quién eres tú? — exclamé de sopetón al mismo tiempo que me hacía a un lado con la intención de apartarme de su punto de mira. Odiaba sentirme observado como si jamás nadie hubiese visto antes a otro ser humano —. No tengo tiempo para esto...

Entonces, el mocoso hizo un gesto negativo con la mano como si fuese alguien demasiado importante.

— Siempre se tiene y debe tener tiempo cuando se trata de mí, chaval — después de dar dicha orden, llegué incluso a pensar que en breve iría a desenfundar un arma de entre la chaqueta blanca que vestía, por si un casual osaba tener las agallas de desobedecerle. Bajo dicha chaqueta se dejaba ver una camisa con tirantes negros y luego le seguían unos pantalones cortos de pana, también blancos (¿no conoce el significado de vergüenza ajena?) —. ¡Contigo no puedo bajar la guardia ni un solo segundo!, siempre acabas metido en una pelea o en cualquier otra historia. ¡He olvidado la última vez que eché un truño como es debido! — pese a no mostrarlo, el mocoso parecía de muy buen humor por encontrarme de una sola pieza.

No entiendo lo que dice.

Un brusco silencio se apoderó del callejón en el cual solo nosotros dos nos encontrábamos.

¿De dónde ha salido este personaje?, ¿acaso se trata de una broma de cámara oculta?

— Muy divertido, Jimmy. Ahora tíñete la chaqueta de rojo, hazte un tupé y piérdete de mi vista — repliqué con tono hosco.

Tengo que encontrarla y charlar con este mocoso no me sirve de nada.

— Tranquilízate, ¿quieres? — exclamó él de repente, rascándose la barbilla con actitud soberbia.

Y sigue zumbando, parece que tiene ganas de cháchara.

— Será mejor que antes te pases por un psiquiátrico, así los forenses agradecerían no tener que rascar tus sesos tras otro de tus números de pulga acróbata. ¿En qué estabas pensando tirándote de esa manera por el tejado, acaso eres masoca o algo así? Olvídalo — le dije sin miramientos con la frente arrugada y de igual modo a que si se tratase de una mosca pesada, intenté espantarlo a la par que balanceaba incansable la mano —. A menos que tengas un teléfono móvil o unas cuantas monedas, piérdete.

Veamos...

Antes de dar un solo paso, el mocoso se interpuso en mi camino con un raudo movimiento. Inmediatamente, arrugué la frente.

Tan solo me faltaba esto.

— Tu discurso ha sido de lo más conmovedor — se burló junto con una reverencia y luego alzó en exceso el mentón, solo de ese modo pudo mirarme directamente a los ojos. Entonces, el asunto que llegó a mencionar a continuación... hizo que de golpe la sangre se me convirtiese en hielo —: ¿Por qué insistes en seguir el rastro de esa estúpida chica?, ¿acaso no viste su marca? ¿M-a-r-c-a? ¿O sentir su presencia tras ese enorme disfraz de lorzas sin hueso? Ella y su gente son y serán por siempre nuestros enemigos. Todo cuanto ha ocurrido ha sido lo mejor, déjala ir. Con un poco de suerte su títere se resbalará hasta diñar por algún puente arrastrándole a ella consigo — me soltó sin ninguna compasión.

Abrí la boca, incapaz de salirme nada de ella. Ni siquiera una bocanada de aire.

No puede estar hablándome de la misma persona. Quiero pensar que no. Y, ¿qué quiere decir con eso de títere?, ¿marca? ¿Disfraz?

— Sí — asintió el mocoso como si hubiese sido capaz de leer mis propios pensamientos —, te hablo de esa persona que conoces con el nombre de Luna. Yo — entonces resopló junto con un ladeo de cabeza —, perdóname. Todo esto debe ser muy confuso para ti ya que no estás al tanto de los detalles, me olvidé que estoy hablando contigo y no con tu otro...

— ¡Estás loco! — le corté.

— ¡Eso dices ahora! — respondió él a la defensiva como si fuese algo normal tener esa actitud tan bárbara—, pero de aquí a un tiempo me lo agradecerás.

— ¿Agradecerte qué si puede saberse? — exclamé interrogante.

— Que me deshaga de esa humana, por supuesto. Será lo mejor para los dos, especialmente para ti — respondió con una divertida frivolidad.

La garganta se me secó de golpe.

Esto no puede ser verdad, ¿en serio...?

No pude reprimirme a la hora de propinarle un empujón y de esa manera apartarlo lo más lejos de mí, trastabillando el mocoso en el acto. Sin embargo, consiguió respaldarse de aquella inminente caída con su propio trasero y pese a todo, no reprochó por mi comportamiento. En su lugar, parecía estar divirtiéndose tanto o incluso más a si se tratase de un juego. Eso me molestó y tuve que hacer un gran esfuerzo por no cogerle de sus orejas de Dumbo y con ello obligarle a que se retractara de sus palabras.

¡Chalado!

— ¿Quién eres?, ¿de qué la conoces? ¿Sabes dónde puedo encontrarla? — le interrogué conforme me acuclillaba a su lado con cara de pocos amigos.

El mocoso echó la cabeza hacia atrás entretanto reía abiertamente.

No veo la gracia por ningún lado.

— ¡Es una trampa, cabeza de chorlito! Pero no puedes evitarlo, forma parte de tu naturaleza, siempre acabas metiéndote en problemas aún cuando no son los tuyos — rodeó de un modo entrañable mis hombros con uno de sus brazos, como quien se compadece de alguien —. Aquello que creías realidad y ha formado parte de tu vida durante los últimos años ya no podrá valerte de mucho más. Ha llegado la hora, ese pajarraco finalmente ha logrado reconocerte y sabe de tu paradero — el mocoso hizo una mueca después de terminar la última frase —: Junto con sus lacayos no se detendrá hasta tenerte bajo sus garras. Cuervo ha usado a esa chica como señuelo y créeme, no se hubiera tomado tantas molestias de no estar completamente seguro a que irías tras ella. Maldito... — se puso en pie al mismo tiempo que yo junto con un bote y los puños en alto, llenando y deshinchando sus carrillos de aire —, me temo que en este tiempo ha logrado reunir más poder del que le creía capaz. Aún estando encerrado en esa mohosa celda...

Acto seguido y sin pedir permiso alguno, estiró forzosamente el brazo con la intención de rebuscar entre mi cabello algo que no supe adivinar.

— ¿Por qué tienes que ser tan gigante? — se burló estando en cuclillas, concentrado en su tarea.

— Prueba a beber más leche, moco — reaccioné con fría ironía.

Pese a ello, él rió divertido.

— ¿Sería mucho preguntar qué es lo que andas haciendo? ¡No tengo piojos!, ¿sabes? Ni escondido ahí dentro ningún tren de juguete — le solté a la par que me hacía a un lado.

De nada me sirvió, pues él retomó de nuevo la acción.

— No seas idiota, ya lo sé. No es eso lo que busco... ¡Ah, aquí está! — exclamó al restregar sus dedos contra una parte de mi cuero cabelludo en la cual tenía una cicatriz de nacimiento.

— ¿Qué tiene de alucinante encontrar una cicatriz? — me mofé de él.

— No es ninguna cicatriz, ¡sino un sello protector lo suficientemente poderoso como para mantener a raya a los demonios! — exclamó al dar un salto hacia atrás.

Me aclaré la garganta antes de protestar cuando me di cuenta de la última palabra que había dicho.

¿Qué...?

— Deja ya la broma, ¿quieres? — reaccioné malhumorado —. Va en serio, si te has perdido será mejor que busques a otro para que te lleve a la comisaría de policía más cercana.

— ¡No me he perdido! ¡Y te estoy diciendo la verdad! Ooohh, qué extraño... — murmuró como si en realidad pensase en voz alta —, el sello está casi roto. ¿Cómo es posible? Mi hechizo fue perfecto. ¡Siempre lo es! — añadió pensativo.

Le miré con los ojos entrecerrados conforme mi mente intentaba asimilar como buenamente podía lo que acababa de escuchar, pero... ¡me fue imposible! Antes que creer en demonios me sería mucho más fácil de aceptar que Harry Potter era real.

— Eh, eh. ¡Para el carro! ¿Qué es eso de que ha llegado la hora? No te he visto en mi vida y ahora que acabamos de conocernos no es que esté dando precisamente saltos de alegría. ¿Cuervo, dices?, ¿de verdad no te has caído antes de un jodido cuento de hadas? — le espeté con irritación y al decir esto último me acordé de Luna, entonces reaccioné apretando fuertemente los labios.

El mocoso me miró muy fijamente.

— Si quieres un cuento te contaré uno, no hay problema — dijo de repente y con los brazos cruzados —. Érase una vez un chico cuyo papá y mamá fueron rajados de arriba abajo al igual que gorrinos de granja — mi reacción no se hizo esperar, pues de inmediato adopté una expresión de no dar crédito a sus palabras y ésta se acrecentó cuando él prosiguió con dicho "cuento" —: Huérfano y desamparado, circuló de un orfanato a otro hasta que terminó quedándose en casa de sus horripilantes tíos, quienes habían desaparecido del mapa en cuanto se enteraron de su situación y se negaron a cuidarle hasta que al fin fueron encontrados por los servicios sociales — me limité a decir una palabrota en voz baja que no bastó para que el mocoso cerrase su condenada boca —. ¿Qué te ha parecido? — preguntó al tiempo que se limpiaba la roña en los pies desnudos a base de frotarse el uno con el otro.

¿Por qué este mocoso sabe cada detalle acerca de mi vida...? ¿De dónde ha salido? ¿Marte?, ¿los mundos de yupi?

Me vi forzado a apoyarme contra la pared del edificio tras de mí mientras luchaba por recuperar la respiración. Mi corazón, alterado, me golpeaba el pecho e inclusive las costillas cuan caballo trotando a máxima velocidad. Le miré detenidamente conforme pensaba en cómo debía actuar a continuación. Mi cabeza funcionaba a mil por segundo, incluso mis propios oídos zumbaron de un modo molesto por ello. Pareció que el mocoso se percató de tal malestar por mi parte, pues veloz rebuscó entre su chaqueta y por consiguiente, me tendió lo que era... una botella de agua. Estampé con mayor brusquedad mi figura contra la pared, ya que me había dado cuenta de que... también llevaba consigo un arma. Concretamente una Colt. Supe reconocerla sin problemas porque la había visto en algún que otro videojuego. Pero ésta era real y no se trataba de un juguete de plástico o una simple imagen tras una pantalla de televisor.

¡Sabía que no era de fiar!

— ¿Qué te ocurre? — se atrevió a preguntarme como si nada con un tono angelical.

Todo ocurrió muy deprisa. Mi propio cuerpo actuó por sí solo ante aquella amenaza. Decliné su ofrecimiento con un zarandeo de mano, cayéndosele por ello la botella al suelo y sin atraerme en absoluto la idea de acabar ingresado a causa de una bala en mi bonito trasero, me dispuse a inmovilizar al mocoso antes de salir corriendo.

Tengo que quitarle la pipa si quiero que las cosas no se pongan demasiado feas.

Él, que desde un principio pareció advertir dicho comportamiento por mi parte al haber clavado con descaro la mirada en el arma de fuego, esquivó mis manos con una fuerza y desenvoltura impropias de su apariencia, haciendo que en su lugar me diese de morros contra el aire. Acto seguido, me desplomé de espaldas con el mocoso sentado a horcajadas sobre mí.

Grrrrr..., gruñí por acabar perdiendo contra alguien tan insignificante como él.

Al intentar probar suerte de nuevo, el maldito mocoso me lo impidió de una manera que a nadie en su sano juicio le hubiese gustado. Escuchando únicamente el latido de mi corazón, sentí como la fría boca de la Colt me besuqueaba la frente. Desafiantes, los dos nos mantuvimos la mirada.

— ¡Dios mío!, ¿desde cuándo dejan llevar armas a liliputienses como tú? — mi voz se desvaneció poco a poco conforme intentaba en vano desembarazarme de él.

Al decir tal expresión, el mocoso sacudió la cabeza igual que un perro con rabia recién salido de la bañera.

— ¡No vuelvas a pronunciar ese nombre en mi presencia! — me regañó y luego titubeó un rato —. Se suponía que ahora deberías estar llorando y suplicando piedad. Je, no esperaba menos de ti — finalmente se quitó de encima, aunque no por ello dejó de apuntarme con la pistola. Luego soltó una risotada tan estridentemente infantil como insoportable —. ¿Desde cuándo se ha visto que un "liliputiense" haga besar el suelo a un chicarrón como tú? Voy a tener que trabajar mucho contigo. Ahora sé bueno y ponte en pie. Y no hace falta que te diga que no intentes ninguna otra estupidez, no seré yo quien golpee parte alguna de tu cuerpo. Ni nadie si puedo evitarlo.

Encima espera que le dé las gracias. Vas listo.

Obedecí de mala gana con las manos puestas en alto.

— Es difícil hablar contigo mientras me estás apuntando con eso — le espeté con tono pausado.

— ¿Te has hecho daño? — se limitó a responder, pareciendo sincero al preocuparse por mi estado físico. ¿Cómo ahora puede salirme con ésas cuando hasta hace nada me había estado apuntado con un arma? Como si una vez más me leyese el pensamiento, reaccionó guardándose ésta en el bolsillo interno de su chaqueta y con una sonrisa algo difícil de interpretar, recogió la botella de agua para así tendérmela de nuevo —. Vamos, bebe. Lo necesitas, ¡no está envenenada! — exclamó tras dar un generoso trago —. ¿Lo ves?

Ahora que lo dices no estaría mal un trago...

Solo entonces él la hubo probado accedí a beber, humedeciendo la sequedad pastosa que había habitado en mis labios e interior de la boca desde lo que parecía tratarse de toda una eternidad. Aquello me supo aún mejor que una jarra de cerveza en una terraza en pleno mes de agosto. De veras había estado sediento. Me lo encontré mirándome en silencio al regresarle la botella.

— Será mejor que te tomes un descanso y no me refiero en ese cuchitril de mala muerte en donde vives. Déjame llevarte a un hotel de cinco estrellas — comentó, haciéndome regresar otra vez a la realidad —, cuando estés más tranquilo te mantendré al tanto de la situación. O quizás — suspiró —, necesites unos cuantos tragos antes.

¿Con la situación a qué se refiere? Ah, sí. Ese tal Cuervo quiere matarme junto con su ejército del país de las maravillas. Menuda paja mental se tiene montada. Ey, quizás este mocoso se haya escapado de un sanatorio. Veamos... no veo nada que le identifique...

Fui consciente de cómo se le hundían los hombros.

— ¿Qué andas buscando? — me soltó.

— Escúchame, ¿quieres? No pienso irme contigo ni a la vuelta de la esquina — exclamé con desconfianza —. Si tienes algo que decirme que sea aquí y ahora.

¿Pero qué estoy diciendo?, ¿cómo podría este mocoso saber dónde está Luna? ¡No puedo tener esperanzas en alguien que quiere matarla! Aún si lo ha dicho como una especie de chiste negro... tengo que actuar por mi propia cuenta. YA.

Lanzando un resoplido exabrupto, el mocoso se cruzó de brazos.

— Éste no es un lugar seguro, ahora mismo podría haber espías que leyesen nuestros labios y estudiasen minuciosamente cada uno de nuestros gestos. La historia ya es demasiado larga de contar en sí.

¿Expías?, ¿a quién le puede importar lo que yo diga o deje de contar? De ser verdad sus vidas tienen que ser bien aburridas.

— ¡Pues deja los detalles a un lado y resúmemela de una jodida vez! Dime si sabes de su situación, tan solo te pido un sí o un no — le exigí de pronto con enorme impaciencia.

Él inspiró profundamente.

— Resérvate esos humos de prepotencia para otros, chaval. He dicho que no es el lugar idóneo y punto, aunque si hay algo que puedo decirte aquí y ahora — acto seguido me tendió una mano a modo de presentación —, mi nombre es Piers. Piers Kelso.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro