Tears of Lies
La respiración era profunda, agitada, fuerte y de a ratos se cortaba. El pecho le ardía, como si se estuviera incendiando por completo. Agonizaba de tanto dolor pero no podía parar. Pasos apresurados se aproximaban en toda el área y él tenía que correr más rápido. Más y más. El reloj no paraba de marcar los segundos. La luna brillaba en lo alto de su cabeza, no lo guiaba hacia la salida, lo estaba acorralando. Tan grande, tan cegadora, tan pronto se detuvo sobre su cabeza; se tornó roja. Lágrimas de miedo caían mientras en un susurro gritaba por ayuda. El vacío de la noche ahogaba su pavor de morir en manos de aquella persona.
El bosque le parecía cada vez más chico, los árboles parecían querer atraparlo con sus enormes ramas. Los animales estaban entre las penumbras acechando a la presa. Él era la presa. Y corría para salvar su pellejo. El reloj seguía marcando los segundos, tic toc tic toc. Se podía escuchar claro y fuerte al igual que sus pisadas. Más y más rápido.
No podía gritar fuerte, sentía que se ahogaba, que moría de tanto arder, sentía que era cortado por el filo del viento; frío y cruel que le penetraba hasta el alma. Lágrimas y más lágrimas que se perdían entre las hojas secas del bosque.
Cae, pues no llega a ver el tronco sobresalido y cae. Cae tan profundo, a un pozo sin salida. Y sigue cayendo, ramas se mezclan con él, la sangre empieza a brotar a prisa y nuevas heridas dan paso a otras quemaduras. Y grita, grita tan fuerte. Del miedo, del dolor, del agonizante terror al saber que lo último que verá será la luna roja llorando por otra tragedia. O a esa persona que sonríe con sorna y avanza despacio, pues sabe que el tiempo está a su favor.
Tic toc tic toc. ¿Por qué hay un espejo en la habitación?
Cuando termina de caer por el barranco queda inmóvil. Mirando al cielo y dejándose llevar por el silencio y la penumbra del lugar. Quiere llorar pero las lágrimas se cansaron de suplicarle a Dios. Se rinde, o al menos eso es lo que deja ver. Su respiración sigue agitada y su corazón está como si luchara por salir. No habla, no observa, de pronto solo comienza a escuchar.
Nada. Un reloj, tic toc tic toc. Pero no es un reloj, no. No es nada. Tic toc tic toc. Son pasos, uno dos, uno dos, son muchos pasos.
Nada. Silencio.
¿Por qué no se escucha nada? ¿Dónde está? ¿¡Donde está!?
Quiere correr, aún está a tiempo. Pero no puede, no puede. ¡No puede! Se ha quedado paralítico. Las ramas lo empiezan a envolver y quiere pedir ayuda. Pero ya es tarde. ¿Verdad? Ya es tarde para volver al inicio. ¿¡Verdad!? ¿Por qué no puede regresar? ¿Qué oculta?
Más pasos, cada vez más fuerte. Está viniendo. ¡Está cerca! Lo puedo ver, lo puede ver. ¿Lo ve? Está aquí. ¡Él está aquí!
Su risa, su risa de niño inocente. Esa escalofriante risa retumba en sus oídos y quiere gritar fuerte. Desgarrar su garganta hasta hacerla sangrar. Su risa, esa risa. No la puede escuchar. No la tiene que escuchar. Porque sería su fin. Oh, este es su fin. ¿Cierto?
No lo ve, no ve nada. Porque su rostro se volvió distorsionado. Y otra vez ese maldito reloj. Tic toc tic toc. ¿¡Quién es!? ¿Qué son esas luces, esas voces, quiénes son ellos?
¿Quién soy yo y por qué maté a mi amigo?
¿Lo mató?
— ¡Yo no fui! — Gritó furioso, lágrimas pequeñas en cada esquina de sus ojos —. Deben creerme, yo no maté a... No lo hice. ¡No lo hice!
— ¿No lo hiciste? Pero estuviste ahí, ¿verdad?
Jimin tomó aire mientras restregaba sus manos por sus ojos. Odiaba llorar. No podía soportar toda la situación en la que estaba sometido. Miró con odio hacia el detective Kim quien permanecía impune ante sus ataques de ira. No quería estar allí, estaba cansado, sucio, con hambre y ni siquiera sabía qué hora era o en qué día de la semana estaban. Estaba perdido y no sabía por qué, no sabía cuándo es que se perdió.
El reloj seguía avanzando pero no podía leerlo. No podía más que escucharlo y estaba lejos de esa habitación. O estaba cerca y él no se daba cuenta. Estaba perdido. Jimin se perdió aquella noche, cuando su amigo murió.
— Conteste Park Jimin, ¿Qué hacía en esa casa pasada la madrugada del jueves 18 de octubre?
— Festejaba mi cumpleaños número veintitrés.
Kim observó el expediente del muchacho y la fecha figuraba otro día. Volvió a mirarlo con recelo y juntó sus manos, acercándose más al sospechoso.
— Tu cumpleaños ya había pasado Jimin. ¿Dónde estaban los demás?
— ¿Quiénes? — Sus ojos se volvieron nerviosos.
— Ya sabes de quiénes hablo. De ellos —. Kim Namjoon agudizó su vista, notando como los nervios comenzaban a apoderarse de Jimin — Hoseok, Yoongi...
— Cállese.
— Taehyung.
— ¡Cállese!
Primavera había llegado y aunque aún se podía sentir el fresco viento, el sol daba suficiente calor como para que Taehyung pudiera andar en camiseta sin problemas. Sin embargo, Taehyung llevaba un largo tapador color mostaza oscura y una boina gris. No tenía calor, para él la primavera había dejado de existir. Se había dejado sumergir entre las hojas rojas y marrones, en aquel otoño pintoresco pero gris. Muchas tonalidades en gris y negro. No había blanco, por más que el gris es una pequeña aproximación a ese color. No había blanco porque Taehyung no podía ver la luz. Aun así, le gustaba ver cómo todo a su al rededor perdía color y vida. Ya no tenía sentido ver la vida frente a sus ojos. Era su castigo, su pecado más culposo, el enterrar cada ser viviente dentro de una pequeña caja cobriza y desgastada.
Dejó escapar un largo y pesado suspiro, sacando cualquier pesadez de su cuerpo; pero no logró sentirse aliviado. Todavía seguían aquellos tormentos, esa culpa enorme que apuñalaba su alma sin piedad. Seguía sangrando ahí en lo profundo de su corazón, latiendo a penas para sobrevivir. Volvió a suspirar.
Del cajón de su escritorio logra sacar un montón de papeles color crema y una de sus tantas biromes negras. Mira hacia su costado derecho, donde se haya la ventana semi abierta. Afuera apenas estaban en mediodía pero él sentía que estaban de noche. Aún tenía la misma ropa de aquella noche oscura y tormentosa, apenas puede recolectar varios fragmentos dispersos en una esquina de su mente. Todo está tan distorsionado. Siente miedo.
Con el pulso temblante comienza a escribir otra de sus muchas cartas dirigidas a su único amigo, a su único amor no pronunciado. Reúne fuerzas para no derramar ninguna lágrima aunque falla en el primer párrafo. Está aterrado, perdido, la culpa lo terminará matando y quiere escapar. Escapar de ese tormento, de su pecado.
Pero nadie puede escapar del pecado. El Diablo se ríe de aquellos que creen que son limpiados en espíritu y alma. Y él también deja escapar una pequeña risilla antes de seguir escribiendo.
Querido Hoseok,
soy yo, Taehyung. Otra vez. Otra vez y otra vez, simplemente yo y nadie más.
Ha pasado un tiempo desde la última carta que te envié, ¿verdad? Ha sido bastante tiempo. Ya ni siquiera recuerdo lo que te dije en la anterior carta. Todo sería más fácil si te dignaras a responderme.
Pero cómo vas a responderme, maldita sea, si ni siquiera te has de acordar de mí. Y está bien Hoseok, no tienes que acordarte de mí. No lo hagas, no lo merezco.
Es mejor que parezcamos como dos desconocidos con un mismo pasado gris. ¿Recuerdas cuándo me decías que odiabas el color gris?
Oh... Cierto, seguro ya lo olvidaste.
Pero déjame hacerte recordar aunque sea esta parte. Decías que odiabas el gris porque es un color triste. Y lo decías con la mirada perdida en algún punto, mientras dejabas caer tus lágrimas. Aquel día quise secarte las lágrimas con mis propios labios pero simplemente me dejé llevar y bajé cinco centímetros para acaparar tu boca.
No había amor en tus besos, ni en tus caricias, no había nada. Era todo tan malditamente gris.
Pero a mí siempre me gustó el gris.
Te quiere, Kim Taehyung.
Taehyung dejó caer la birome, haciendo ruido que retumbó por toda la habitación al llegar al suelo. El eco siguió por varios segundos y un nuevo suspiro llenaba el aire tóxico. Cerró sus ojos haciendo que el resto de sus lágrimas terminaran su recorrido. Le dolía, mierda, le dolía demasiado. Necesitaba aire, necesitaba sacarse ese peso de encima. ¿Pero cómo? ¿Cómo simplemente olvidar aquel hecho tan desesperante y aterrador? Aún podía sentir la sangre fresca en sus manos y aquella risa inocente de aquel niño que se perdió en ese bosque.
Salió de su habitación a toda prisa, sin siquiera sesionarse de que la puerta se haya cerrado. Bajó rápido por las escaleras de madera de su antiguo edificio y al salir a la calle el aire primaveral lo hizo estremecer. Acomodó su boina y emprendió caminata hacia calle arriba. Ignoraba a cualquier persona que se le cruzaba y lo miraban extrañados. Comenzaba a ponerle nervioso tener que seguir avanzando entre toda la multitud, entre los autos que con sus bocinas lo alteraban. Pensó en volver sobre sus pasos y correr hacia su desgatado y húmedo departamento, pero no lo hizo. Siguió caminando rápido hasta que dio con la catedral de la ciudad. Una bastante grande y bonita tanto por dentro y por fuera.
Entrando al lugar, sacándose la boina por respeto, notó que solo había un par de señoras rezándole al Cristo colgado en la parte superior del altar. Su mirada de pena, adolorida mirando siempre hacia ellas. Como si él fuese el que estuviera pidiendo ayuda. Pero es solo un pedazo de mármol tallado y pintado. Taehyung jamás se arrodillaría a una figura que lo mira como si le estuviera reprochando por algo que no hizo. O quizás sí.
Se acercó al confesionario para pedir el perdón y allí adentro suspiró por enésima vez. Esperó unos minutos, mientras acomodaba sus ideas en la cabeza y trataba de calmar su ansiedad. Fue la voz del cura que lo sobresaltó. Le preguntó cómo estaba y él rápidamente le había respondido una de sus primeras mentiras. "Bien".
Taehyung tenía todo menos el bien en su sistema.
— He pecado padre — como si no fuese la primera vez para ambos escuchar esa frase — He hecho algo muy terrible que me está atormentado desde hace tiempo.
— ¿Qué es lo que te atormenta hijo mío?
— No me llame así, no soy su hijo. Dejé de serlo hace mucho tiempo — respondió agresivamente — ¿Cómo ser dignamente llamado su hijo cuando la sangre de una persona amada sigue derramándose en mis manos?
Silencio. Taehyung comenzaba a morderse las uñas de los nervios y la planta de su pie izquierdo no dejaba de moverse. Más silencio.
— Yo no lo maté, ¿verdad? Tiene que haber un error, yo no lo maté — trataba de hablar pero el nudo de su garganta no le permitía —. Él lo hizo, él mismo lo confesó. ¿Verdad? ¡Él lo hizo!
— ¿Por qué lo hiciste Taehyung?
Las campanas de la iglesia resonaron por todo el recinto. Fuertes y claras. Taehyung se estremeció en su lugar al escuchar esa voz... Su voz. Salió corriendo de allí sin fijarse de haber cerrado la puerta. Todo le comenzaba a dar vueltas. Tic toc tic toc, el reloj otra vez. ¿Por qué volvía a sonar si antes lo había roto? Tic toc tic toc, la sangre no dejaba de brotar entre sus manos.
El ocaso se aproximaba por su ventana abierta pero él veía como el sol apenas estaba saliendo. Sonrió, una sonrisa demasiado ancha que hicieron que sus mejillas dolieran. Estaba feliz. Lo estaba, por fin podría volver a escribirle. Esperaba su respuesta con ansías. Oh, que ingenuo, ya no podía. No podía, aunque removiera todo el infierno con tal de encontrarlo. Aún así, aquello no pagaría su pecado. Seguiría en deuda con el Diablo.
Querido Hoseok,
soy Taehyung, tu amigo.
Aunque odio que me hayas tachado de esa manera. Tú y yo sabemos que no somos ni lo más cercano a amigos. Siempre fuimos algo más, verdad.
Ojalá hubiera dicho aquellas palabras para no dejarme caer de aquel balcón. Para no haberle cegado a las personas que confiaron en mí.
Pero no pude. Ahora debo pagar por mi pecado.
¿Sabes? Tú dijiste que tu amigo, Yoongi, Min Yoongi; sabía tocar el piano a la perfección.
Puedo asegurarte que estuviste en lo cierto. Cuando fui a visitarte aquel jueves, al pasar por los pasillos podía escuchar su hermosa melodía. Dijiste que Yoongi sabía perfectamente donde poner sus dedos.
Incluso supo cómo ponerlos encima de ti y hacerte sonreír en medio de una gran tormenta.
Pero Hoseok, Yoongi no existe. Él jamás existió.
Así como mis palabras de amor hacia ti. El viento frío terminó por congelarlas en el fondo de mi garganta.
Ojalá algún día puedas perdonarme porque te juro que ya no podré seguir viviendo con este tormento.
Algún día uno de nosotros debía dejar de existir. ¿Verdad?
Te adora. Kim Taehyung.
Vuelve a releer la carta con una diminuta sonrisa en sus labios y lo deposita en el sobre amarillo para luego cerrarlo. Se levanta para ir al correo. Avanza dos pasos hasta un pequeño mueble donde al abrirlo solo encuentra una pequeña caja cobriza y desgastada. La agarra y la abre. Varios sobres amarillos se hayan amontonados en el hueco y como puede, coloca la carta. Cierra la caja y la vuelve a su sitio. Suspira.
La ventisca fresca de la noche no parece afectarle cuando abre la ventana y se sienta en el marco. Contempla a la luna llena en silencio. Se deja llevar por el vaivén del viento y sonríe. La melodía de un piano se escucha a lo lejos, parece una canción de cuna. Vuelve a suspirar. Y de pronto las lágrimas comienzan a caerle con ímpetu.
— Yoongi merecía arder en el infierno que ocasionó, Hoseok — murmura al cielo —. Todos merecemos arder, pagar por lo que hicimos. Me pregunto si algún día lograré ser libre. Aún si mis alas se siguen quemando, ¿lograré volar lejos? Quisiera llegar a ti. Pero no puedo, ¡no pueden! Hoseok... ¿Por qué dejaste que Jimin entrara en nuestras vidas?
El piano que antes tocaba una melodiosa canción se ve interrumpida por un grito desgargante. Luego, silencio aterrador. Un reloj, un reloj comienza a sonar marcando los segundos. ¿Por qué hay cuadros feos en la casa? Taehyung no recuerda haber puesto esos cuadros. Sigue caminando hasta dar con el dueño de aquellos gritos. La cocina está desordenada. La madera cruje debajo de sus pies. Hay mucha sangre. Un cuchillo, una piedra. ¿De dónde sacó el cuchillo? Mira hacia abajo, está jadeando, le arde el pecho. Lágrimas siguen cayendo y el reloj sigue marcando los segundos. Uno dos, uno dos, apúrate, uno dos, uno dos. Termina con esto. Más sangre. Una risa infantil. Más pasos aproximándose.
— ¿Por qué lo mataste? — alguien dice pero no lo logra ver — ¿Por qué mataste a Seokjin?
¿Quién es Seokjin? Esa voz... Su voz.
Huye. Corre lejos de ahí. Lejos de su mirada desorientada, sonriendo con locura mientras termina por matar a Seokjin. Se ríe, pierde la cordura entre tanta sangre que brota sin parar. Llora, comete su pecado y se arrepiente. Ya es tarde, el reloj ha dejado de funcionar.
Taehyung despierta sobresaltado y empapado de sudor frío. Nota que sigue llorando y tiembla del miedo. No entiende que está pasando, se siente mareado y se agacha para vomitar a un costado de su cama. De pronto se siente sucio. Se levanta tambaleante y a pasos apresurados busca una de sus tantas hojas color crema y una birome negra.
Hoseok.
Soy yo, Taehyung.
No sé cuánto tiempo ha pasado ya, pero tengo miedo. ¿Por qué no respondes mis cartas? ¿Has olvidado lo nuestro?
Perdóname. No quise inculparte e involucrarte en esto.
Pero tú lo mataste Hoseok.
¿Verdad?
Entonces, ¿por qué siento que el Diablo me está acechando?
La última vez que te visité, me hablaste de un tal Park Jimin. Dijiste que era tu mejor amigo y que le encantaba bailar como a ti.
Yoongi y él eran tan cercanos. Me daba celos. Tenía celos porque tú y yo no podíamos ser como ellos.
Porque tú odiabas el gris y yo lo amaba.
¿Estoy llorando? Sí, porque me di cuenta que yo también odiaba el gris. Odiaba el gris en tu mirada perdida, el gris en tus lágrimas frías, el gris en tus labios secos y sin amor.
Aun así, me engañé a mí mismo para hacerte creer que yo amaba todas las tonalidades del gris y el negro. Que no había color blanco en mi ser porque dentro de mí solo había oscuridad.
¿Por qué no me detuviste cuando caí del balcón? En cambio, solo me apuñalaste con esa flecha. Cupido se había transformado en el Diablo.
¿Ese es tu castigo? ¿Acecharme para pagar mi deuda? Créeme que este pecado me está quemando más que el mismísimo infierno.
Me sigues hablando de ese tal Park Jimin.
Hoseok, él no existe. Él no es tu amigo. Yo sí.
Y Yoongi, él está ardiendo. Como yo, como tú.
Como todos nosotros.
El reloj sigue avanzando. ¿Por qué hay un espejo en la habitación?
Yo maté a Seokjin hyung, pero tu terminaste por matarme a mí. Le toca a Jungkook escapar de esa casa ahora.
Te odia, Kim Taehyung.
Pd: no confíes en ese tal Kim Namjoon, Jimin.
El detective se levanta antes de que las manos del sospechoso llegasen a su cuello. Está gritando pero no le puede entender, está llorando pero no puede ver sus lágrimas. No entiende la reacción del chico, del por qué se alteró al mencionar el último nombre. Jungkook. ¿Quién era ese tal Jungkook? Sonríe, oh, está atrapado. Quizás lo descubra en cualquier momento y así pueda escapar al igual que los demás.
Todo se estaba desmoronando, como Park Jimin.
Aún quedaban algunos cabos sueltos. El asesinato seguía allí, palpitante, acorralando a ambos. Tenía que haber un culpable, claro está, y Namjoon estaba cerca de averiguarlo.
— ¡Yo no lo maté! — seguía gritando eufórico. Namjoon seguía huyendo de sus golpes —. Tiene que creerme, yo soy la víctima aquí. Me tendieron una trampa, ellos... ¡Ellos me incriminaron!
— ¿Quiénes son ellos? — Preguntó Namjoon cortando todo grito. Formando un gran silencio entre ambos.
Jimin desistió del agarre de la camisa del detective y suspiró. A paso lento volvió a la silla en donde estaba y se dejó caer. Namjoon seguía cada uno de sus movimientos con la mirada atenta. Él también volvió a sentarse segundos después.
Silencio. Ninguno se dignaba a hablar. Nada, solo las manijas del reloj que marcaban los segundos, seguían avanzando pero no se escuchaba el movimiento. Las luces titilaban apenas en la habitación. Y de pronto Jimin volvía a escuchar el reloj. Tic toc tic toc. Ahí viene. Tic toc tic toc. Está llegando, ¡ten cuidado! Corre.
Jimin levanta la mirada hacia el techo y se ríe escandalosamente. La luz está brillando tan fuerte, como la luna en aquella noche. Así volvía al mismo sitio. Estaba atrapado. No podía correr por más que quisiera. Quería llorar, mierda, ya no podía. ¿Por qué ya no podía? Se había cansado de tanto llorar, es como si ya se le hubiera acabado las palabras. Palabras empapadas de mentiras. Pero él no lo sabía. Él no mentía, los demás sí. Jimin solo quería ser libre. Tenía que ser inocente, no había duda en ello. Él no mató a su hermano.
¿Hermano? ¿Qué hermano?
Dejó de reírse y miró a Kim, quien se mantenía serio, y le sonrió con burla. No era nadie, Namjoon no podía probar que él era el asesino. ¿Cómo podría serlo? Solo era una víctima más de su propia red de mentiras.
— Todavía no me respondes, ¿Qué pasó en la madrugada del jueves 18 de octubre? — Namjoon seguía mirándolo serio.
Jimin comenzó a reírse de nuevo. Ah, esa risa infantil. Namjoon la odiaba. ¿Por qué la odiaba?
— Tú sabes lo que pasó. Estuviste ahí. — Contesta con media sonrisa. Una lágrima comienza a caerle pero no llega a tocar el suelo.
La puerta se abre. Jimin no se gira para saber de quién se trata. No hace falta hacerlo pues sabe quién es la persona que ha entrado. Deja de sonreír y empieza a gritar, como si lo estuvieran matando. Deja de escuchar al detective y a la tercera persona que lo atrapa. Lo está ahorcando. Quiere seguir gritando pero se ahoga. Su vista se torna nublada y no es solo por las lágrimas. Se está yendo, oh no. Al final lo último que verá será esa tonta luna roja. Una luz titilante que se alza en lo alto del techo y que se tornará roja por la sangre que se derramará.
Pobre alma en pena. Pobre criatura que corre para salvar su pellejo. Es una lástima que nadie pueda escapar de sus propios actos.
Jimin logra despertar cuando escucha al reloj. Ese maldito reloj. Entre abre sus ojos pues la luz del sol lo ciega por momentos. Es de día, claro está, pero él no recuerda haberse ido a dormir anoche. Todo le da vueltas. Presiente que ha de ser una pesadilla y por eso está desorientado. Logra levantarse minutos después de la cama y camina dos pasos hasta una mesa blanca con una cámara encendida grabándolo en cada movimiento. Sonríe. Ahora solo había cuadros feos alrededor de todas esas paredes blancas.
Empieza a odiar el color blanco.
— ¿Cuál es tu nombre? — Pregunta la segunda persona detrás de la cámara.
— Park Jimin.
— ¿Cuántos años tienes?
— Veintitrés.
— Mientes.
— No lo hago.
— Todavía no cumples veintitrés, Park Jimin.
— ¿Y cómo estás tan seguro, Kim Seokjin?
— Porque aún no he muerto.
El verano azotaba la ciudad y no había sombra que los resguardara del sol. Todos parecían querer huir de aquella enorme bola de fuego. Pero no Jeon Jungkook, él soportaría a esa bola amarilla con tal de no cruzarse a la noche y a esa luna roja, brillante, que lo juzga por sus actos. Porque él no quería ser juzgado por algo que no hacía. Él era inocente. ¿Verdad?
Jungkook solo era un chiquillo en su último año de secundaria, su mente tendría que estar ocupada en los exámenes finales y prepararse para entrar a la universidad. Pero nada de eso le importaba. Hace varias semanas que dejó de importarle su futuro. No podría enfocarse en aquello cuando tenía un crimen entre sus manos. O varios. No lo sabe. Jungkook no sabe nada.
Y como no sabe nada, cree que está viviendo una pesadilla. Una pesadilla en carne propia, porque puede sentir la respiración pesada de otra persona en su cuello, puede sentir su corazón palpitar con fuerza y también puede sentir la sangre brotar de a montones cada vez que logra agarrar un cuchillo y clavarlo varias veces. Cada vez que el reloj marca un segundo, es una apuñalada más.
Y se estremece en el lugar, porque se da cuenta que todo es tan real. Está pasando. Él es el asesino. Jungkook mató a su mejor amigo. ¿Lo hizo? ¿Por qué estás dudando? ¿Quién es Jeon Jungkook de todas formas?
La noche majestuosa se alza en lo alto del cielo. Estrellas titilan en el manto oscuro, pequeñas nubes grises se asoman al paisaje y la luna llena resplandece sobre aquel mar profundo y sin fin. La brisa sopla despacio, acariciando su rostro con delicadeza. El filo del viento parece no cortarle, es mas; le agrada sentirlo en su piel. Escucha la risa infantil y no huye del lugar pues se terminó acostumbrando a que siempre lo estuviera persiguiendo. Esa voz, su voz, que le ordena que tome el cuchillo, que corra detrás de esa persona. No lo duda, no duda porque sabe que no hay escapatoria. Estaba destinado a que pasase, uno de los dos debía dejar de existir. La luna tenía que ser testigo de aquel acto macabro. Y de pronto el cuchillo se transforma en una piedra, el bosque en una cocina y la risa en un grito.
Jungkook despierta sobresaltado en su cama. El sudor frío brilla ante la luz del sol. Lágrimas de pavor le caen sin parar y su respiración está tan acelerada que le cuesta incluso tomar aire y calmarse. No puede hacerlo, tiembla en su lugar y entra en pánico. Fue una pesadilla, trata de engañarse. Fue solo un sueño, trata de taparse los ojos.
Si mantiene la venda en sus ojos no logrará llorar, ¿verdad?
Su madre entra apresurada al cuarto para ver a su hijo en un estado de locura. Jungkook está gritando que detuvieran el reloj. Se asusta por su pequeño y lo abraza para que deje de jalarse el cabello. Le dice que se detenga, que solo fue una pesadilla. Como una de tantas que ya tuvo. ¿Por qué su hijo está siendo castigado de esa manera? El no hizo nada malo. Nada.
¿Cierto?
Luego de unos largos minutos Jungkook logra tranquilizarse y observa a su madre preocupada, débil ante los rayos del sol. La mujer suspira más para sí misma que para hacerle saber a su hijo que todo estaba bien. No había alivio en esa habitación por más que los gritos hayan cesado. Trata de sonreírle pero en el camino solo queda una extraña mueca. Su madre tiene miedo y Jungkook se da cuenta de ello. Empieza a odiarse.
— ¿Quieres contarme qué soñaste? — Pregunta al mismo tiempo que pone una toalla mojada en la frente de su hijo —. Creí que las pesadillas habían acabado...
Aquello último lo susurra pero Jungkook logra escucharlo. Frunce el ceño. Las pesadillas nunca acabaron, siempre estuvieron ahí acechándole en cada noche.
— Prefiero contárselo al doctor Kim — murmura sin mirarla.
La mujer vuelve a suspirar y abandona la habitación diciéndole que prepará el desayuno.
Jungkook camina por la vereda de su vecindario. Es pasado del mediodía y tiene que llegar a la parada de autobús para ir directo al hospital. Odia ir allí, odia tener que hacer el mismo recorrido todo los días. ¿Todos los días? Pero si él solo tenía turno todos los jueves.
El recuerdo de la noche anterior sigue vigente en su mente. Fresca y bastante detallista para tratarse solo de una pesadilla. Trata de ignorar todos los pequeños fragmentos de ese recuerdo y decide ignorar el mundo usando sus auriculares. Una melodía de piano empieza a sonar y se relaja.
El autobús llega y se sube. El recorrido hasta el hospital no es tan largo y se sienta de lado de la ventana. Cuando creía que tendría un viaje tranquilo, en una esquina logra ver a Jimin acompañado de Min Yoongi. Ambos estaban riéndose y Jungkook jura que Jimin terminó por devolverle la mirada también. ¿Pero por qué dejó de sonreír?
— ¿Cómo estás Jungkook?
— No lo sé.
— ¿No lo sabes? — El psicólogo Kim Seokjin ladea la cabeza, sin dejar de sonreír con amabilidad — ¿Por qué no lo sabes?
— Vi a Park Jimin antes de venir aquí — cambió de tema así como también desvío la mirada de su doctor y la posó en aquel cuadro feo que colgaba de la pared blanca — Estaba con Min Yoongi, parecían felices.
— Ellos... ¿Ellos son tus amigos verdad?
— Lo eran. Ya no.
Seokjin anotó algo en su libreta y volvió a mirarlo. Sin perder esa sonrisa.
— ¿Por qué ya no lo son?
Jungkook suspira. Si mantiene la venda en sus ojos no podrá llorar.
— Tuve otra pesadilla. Esta vez se sintió más real — lo mira — Esta vez pude ver quién era la otra persona.
Seokjin dejó de sonreír.
— ¿Quién era?
— Un tal Kim Taehyung.
El reloj se detuvo y la sesión terminó para ambos. Jungkook se despidió de Seokjin diciéndole que lo vería el próximo jueves pero el psicólogo simplemente le contesta que no habrá más jueves para ambos. Jungkook quiso volver y preguntarle a qué se refería pero la puerta se cerró.
Desorientado camina por los pasillos donde cuelgan cuadros feos que le hace estremecer. En la mayoría había bosques solitarios y oscuros, en otros había relojes manchados de sangre y manzanas a medio morder con varias flechas clavándole. Un último cuadro tenía un piano incendiándose.
Al doblar en una esquina, para llegar al ascensor, se cruza con Jimin y con Yoongi. Los tres se detienen, el mayor de los tres sonríe con sorna y avanza hasta llegar a su lado. Estancado en el mismo lugar, siente la pesada respiración de Yoongi en su cuello.
— No confíes en ellos — y se aleja.
Su mirada sigue posada en los ojos de Jimin, quien lo mira serio. Pero cuando Yoongi logra avanzar lejos de ambos deja escapar una sonrisa. Jungkook tiembla y no sabe por qué, de pronto siente que la escena le parece tan familiar.
— Quizás las pesadillas son más reales de lo que tú piensas — le susurra al pasar por al lado también.
Jungkook cree que ha escuchado mal y quiere regresar sobre sus pasos para pedirle una explicación. Pero no puede, no pueden. Ya es tarde. El reloj comienza a avanzar más rápido y antes de abandonar el lugar Jungkook se da cuenta que el doctor Kim saluda a Jimin con una cálida sonrisa. La puerta vuelve a cerrarse.
— Cerca de la medianoche un joven de veintitrés años fue encontrado muerto en un descampado cerca de la localidad Dong-gu. La única arma homicida que los forenses encontraron fue esta piedra de unos 20 centímetros, pesando aproximadamente unos tres kilos. No se hallaron huellas — relataba uno de los oficiales a cargo del caso depositando la roca puesta en una bolsa sobre la mesa — La víctima se llamaba Jung Hoseok, el oficial Lee ya se está encargando de la familia.
— ¿Tenemos algún sospechoso? — Kim Namjoon entraba a la sala con un vaso de café.
— Uno de los forenses encontró una manzana mordida cerca del cuerpo — colocó la manzana depositada en otra bolsa sobre la mesa — El ADN dio a conocer a otro chico, su nombre es Jeon Jungkook. ¿Irás a interrogarlo?
Namjoon sintió una especie de corazonada y al agarrar el folio, donde estaba la información del chico, supo entonces que se trataba de la misma persona que Taehyung le había mencionado en sus cartas antes de desaparecer. Suspiró. Esperaba estar equivocado, pero de ser lo contrario quizás así averiguaría por qué desapareció su mejor amigo.
Llegó a la residencia de Jungkook y tratando de calmar sus nervios avanzó hasta la puerta, espero varios segundos hasta que una mujer salió. La señora Jeon estaba sorprendida y a la vez presentaba un interrogante en toda su cara. Su hijo estaba mirando la televisión, en ella pasaba el noticiero de la tarde. En la noticia se hablaba del asesinato de Jung Hoseok. Kim Namjoon notó como el joven no dejaba de mover la planta del pie izquierdo y de morderse las uñas. ¿Por qué estaba tan nervioso?
¿Por qué Namjoon empezaba a dudar?
Lo primero que notó al sentarse en la sala fue que no había ningún reloj en la pared y que la madre de Jungkook se parecía mucho al chico pero Jungkook no se parecía a su madre. Era todo tan confuso, Namjoon sentía que la atmósfera del lugar era tóxico y que la mirada de Jungkook ocultaba un terrible pecado.
— ¿Quiere algo de té? — Preguntó la señora. Kim negó — ¿Por qué está aquí detective?
— Necesito saber algo de su hijo — respondió sin mirarla, solo tenía la vista clavada en los movimientos del chico — Dime Jeon Jungkook, ¿conocías a Jung Hoseok?
Jungkook negó con la cabeza. Sus ojos viajaron de pronto a la televisión donde la reportera seguía hablando del supuesto asesinato. Namjoon lo notó y lo escribió en su libreta. Algo andaba mal con el comportamiento del adolescente.
— Jungkookie no es de hacer amigos, él es demasiado tímido detective — interviene su madre.
¿Por qué ella también está nerviosa? ¿Qué ocultan los Jeon?
—¿Dónde estabas en la medianoche de hoy? — Cuestionó mirando a ambos.
— Estaba en casa, durmiendo, detective — se apresuró a responder.
— ¿Realmente no conoces a Jung? — Interrogó mirándolo fijamente — Tenemos pruebas de que estuviste allí. Una manzana a medio morder tenía tu ADN. Te volveré a preguntar ¿Dónde estuviste anoche?
La señora Jeon paseó su mirada entre el detective y su hijo. De pronto el sonido de la pava resonó desde la cocina, el agua había hervido. Pero nadie pidió té.
— Debe haber un error detective... — murmuró Jungkook al borde de las lágrimas — Yo no asesiné a nadie, debe creerme. Yo no lo maté.
— ¿No lo mataste? Pero estuviste ahí, ¿verdad?
Jungkook no respondió. Su madre comenzó a llorar.
Min Yoongi amaba tocar el piano, pero más amaba hacerlo para él. Llenarlo de paz con su melodiosa música, saber dónde poner cada uno de sus dedos y llevarlo a otro mundo. Amaba verlo sonreír, amaba besar cada parte de su boca, amaba tanto que fuera tan gris pero sin llegar a ser blanco ni negro. Era gris sin salir de dos partes. Así como era, único, lo amaba.
Y por amarlo tanto terminó por quemarse en el infierno. Porque no había escapatoria para quienes cometían tales actos.
De pronto el piano comenzaba a tocar otra pieza musical, una en donde no transmitía paz sino tragedias. Puesto que una tragedia iría a ocurrir aquella noche. Aquella noche tormentosa. Yoongi estaba listo para ser ahogado por las llamas si eso significaba pronunciar tales palabras a su amado.
La casa ahora estaba tan silenciosa, ni siquiera el sonido del viento al entrar por la gran ventana dejaba ruido alguno. La luna llena brillaba tan perfecta en lo alto del firmamento oscuro, su luz era la única que iluminaba la gran habitación. Yoongi encontró varias manzanas con flechas incrustadas en el medio. Corazones que irían a romperse en cualquier segundo. Y cuando creyó ver a alguien en el balcón, oyó el sonido de un reloj marcar el tiempo. Un piano a lo lejos comenzaba a sonar y era acompañada por una risa infantil.
— No permitas que te atrapen, cariño — escuchó desde la ventana. Y esa persona se perdió en la oscuridad al caer.
El reloj empezaba a sonar más fuerte y entró en pánico. La luna ya no iluminaba bien la habitación y el piano comenzaba a incendiarse cada vez más. Saliendo de allí a pasos apresurados, se encontró con el frondoso bosque y comenzó a correr, sumergiéndose en la oscuridad del lugar.
La risa, su risa, se escuchaba cada vez más cerca al igual que las agujas del reloj marcándole los pasos. Empezó a entrar en pánico y entonces la venda de sus ojos fue quitada y sus lágrimas comenzaron a caer.
Tic toc tic toc, la presa será cazada, tic toc tic toc, él está llegando. Pronto uno de los dos dejaría de existir.
La risa se detuvo al igual que la fría ventisca. Sus ojos miraron con pavor a la persona que levantaba el cuchillo y hablaba, pero Yoongi no podía escucharlo. Tenía ganas de suplicarle por su vida, pero ya era tarde. Ya era tarde para todos. ¿Verdad? La sangre comenzaba a ser derramada y en un último suspiro Yoongi logró decirle tales palabras, pero a la persona equivocada.
— Gracias por existir.
Tres palabras que conforman una oración con muchos significados dentro. Pero para ellos dos había uno solo que importaba y era el hecho de que con solo existir ya era suficiente. En todo sentido de la palabra.
Mientras uno comenzaba a incendiarse, el otro lloraba desconsoladamente. Y la tercera persona observaba desde la oscuridad.
— Bien hecho Jimin, ahora podremos estar juntos — susurró.
Pero Jungkook no contó con que Jimin terminaría cayéndose de aquel balcón de esa gran casa oculta en medio del bosque.
¿Quién era Jimin de todas formas?
Jungkook volvió a despertarse espantado en medio de la noche. El sudor frío le dio escalofríos y el repentino mareo hizo que se agachara y vomitara todo lo que tenía dentro. Se fijó la hora en el reloj de su mesita de noche, donde figuraba medianoche del día 18 de octubre. Solo había pasado horas desde que el detective se había ido diciendo que un oficial estaría vigilándolos hasta que él volviera mañana. Pero él no quería que volviera, porque eso significaría tener que confesarle dónde está Taehyung.
Después de todo Jimin le había dicho que las pesadillas eran reales, que ellos eran reales. Que Kim Seokjin sería el próximo en morir. Y que ese tal Jung Hoseok fue el ocasionó todo aquel desastre, como un dominó al caer sobre otro y otro. Cada vez que el reloj avanzaba un segundo, uno de ellos era asesinado. Pero, ¿por quién?
¿Quiénes son ellos, Jimin?
Kim Namjoon llegó a su casa donde se encontró a Seokjin leyendo en la sala. Lo saludó con un beso en la coronilla y pasó a la cocina para prepararse una taza de té. Seokjin no le preguntó por qué había llegado tan tarde ni tampoco preguntó dónde había estado. Eso a Namjoon lo dejó un poco confundido pero decidió no darle vuelta a algo tan insignificante. Después de todo, qué importaba donde estuviera; si siempre regresaba al mismo lugar.
Mientras esperaba que el agua hirviera lo suficiente decidió ir por una manzana. Ya no quedaban muchas, solo tres; dos si se comía la que agarró. Fue el sonido de su celular que lo asustó un poco mientras observaba a la manzana que justamente tenía un agujero en el medio. ¿Un gusano, tal vez? Le había llegado un mensaje de un número que conocía a la perfección.
Mejor amigo ♡
Cariño, será mejor que huyas. Deja de buscarme, deja de adentrarte al infierno por mí. No vale la pena, jamás seremos libres de este atroz juego.
Debo confesarte que yo maté a Jung Hoseok pero fue para que al fin despertáramos. Aunque, luego de eso me engañé a mi mismo. Creí que me había vuelto loco. Porque incrimine a un inocente y por eso él ahora está sufriendo.
Y quiere venganza.
No confíes en Kim Seokjin, Namjoon.
Te ama, Taehyung.
La pava resonó haciendo que se asustara en su lugar y casi deja caer el teléfono. De la nada la atmósfera se empezaba a sentir pesada y tóxica. El reloj colgado en la pared de su cocina empezó a ir marcha atrás pero Namjoon no le dio importancia, estaba más concentrado en la puerta que daba a la sala donde su pareja leía un libro. Se empezó a sentir sofocado, como si no pudiera respirar. Y creía que lo estaba imaginando, no podía ser aquello humo ¿verdad? El humo empezaba a salir de la pava y lo estaba asfixiando. Quería gritar por ayuda, pero ya era demasiado tarde. Para él, para todos.
Tic toc tic toc. ¿Por qué hay un espejo en la habitación?
Su risa podía iluminar más que el mismísimo sol, porque todo en él era felicidad y luz. Había un aura blanca a su al rededor y se podía estar en paz a su lado. Era una persona que llegaba a ser perfecta sin tener que serlo realmente. Hoseok era el sol de todas las mañanas para Jimin. Mientras que Jimin siempre sería aquella luna fría y sin brillo. Y luego estaba Seokjin, quién solo era una estrella más en aquel firmamento. Los tres, dos hermanos, junto con su mejor amigo, pasaban las tardes en aquel bosque cerca de la localidad Dong-gu.
Y aunque estuvieran en otoño, les encantaba pasearse por allí y recolectar manzanas. Su madre no les creía cuando volvían a casa con aquellas manzanas. No podía haber un árbol que diera frutos en otoño, no al menos el de manzanas. Sin embargo, se los dejaba pasar porque eran niños y los niños tienen una gran imaginación.
Una tarde, específicamente el día donde Park Jimin cumplía años, decidieron ir al bosque luego de la escuela. Solo se quedarían cerca del descampado y no se adentrarían tan al fondo de aquel bosque. Y más tarde irían a la casa de los hermanos para festejar y comer pastel. Claro, ese era el plan desde un principio pero entonces Seokjin decidió que sería bueno ir a lo profundo del bosque. Hoseok al principio no quería, pero tras las suplicas de su hermano menor, y por ser su cumpleaños, terminó aceptando.
Tuvieron una larga caminata en donde hablaban de cualquier tema y de que Jimin había conocido a un niño con una nariz bastante peculiar pero que se le hacía lindo. Hasta que llegaron a una gran casa situada en el medio del bosque. Parecía una mansión, algo descuidada, pero seguía viéndose elegante. Los tres se sorprendieron y, sin preguntárselo mucho, decidieron seguir a la curiosidad y entrar.
El lugar tenía una gran sala decorada con cuadros que a Seokjin le parecía feos pero a Jimin le fascinaba. Hoseok no le dio importancia a los cuadros sino a un arco y flechas que se encontraba en un rincón de la sala. Aunque dudó en usarlo, al final le ganó la sensación de ser un cazador como en la antigüedad.
La primera flecha fue a parar a la bolsa llena de manzanas que tenía Jimin haciendo que éste se espantara y gritara a todo pulmón. Hoseok se disculpó de inmediato pero siguió usando las flechas. Su próximo objetivo fue un cuadro que estaba viendo Seokjin, pues fue el único que le llamó la atención. Y también gritó cuando ésta rozó su rostro. Por un momento sintió un pequeño corte en la mejilla pero no tenía nada, había sido su imaginación. Hoseok volvió a disculparse, pero fue en vano, Seokjin ya estaba retándolo y pegándole haciendo que el menor riera. Esa risa infantil, comenzaba a detestarla.
Mientras tanto Jimin observó aquel cuadro que Seokjin había estado mirando. Un ángel extendiendo sus alas negras, estando de espaldas, y luego otro ángel (el mismo) observándolo con una sonrisa hipócrita. Jimin tembló y no supo por qué. Pero a la vez estaba encantado con la pintura. Y entonces la risa de Hoseok cesó haciendo que desviara la vista a los dos mayores.
Seokjin y Hoseok habían estado forcejeando mientras Jimin veía la pintura. Era un forcejeo infantil, sin intención de ir más allá pero en medio de aquella pelea Seokjin logra tirarle la mochila y de ella salieron varios sobres amarillos. El mayor de los tres, curioso, agarró una y empezó a leer la carta sin fijarse en la atenta mirada que poseía Hoseok y el nerviosismo que despertó en Jimin.
Querido Hobi hyung, soy yo, Jiminie
Otra vez. Otra vez y otra vez yo. Simplemente yo y nadie más.
Tu hermano menor. Aunque odio que me hayas tachado de esa manera. Tú y yo sabemos que no somos ni lo más cercano a hermanos. Somos algo más que eso, ¿verdad?
Seguro no lo recuerdas pero el otro día estabas llorando porque el cielo estaba gris y tú siempre odias el gris cuando yo siempre lo amo. Quise besarte los ojos para que dejaras de sufrir pero me dejé llevar y bajé cinco centímetros para acaparar tus labios.
Desde entonces pude sentir el amor en cada uno de tus besos, en cada una de tus caricias. En todo.
Esa misma noche me mostraste que sabías tocar perfectamente el piano y tocaste una melodiosa canción de cuna. Supiste cómo colocar tus dedos tanto en él como en mí, haciendo que sonrieras en medio de aquella tormenta gris.
Jamás olvidaré ese día. Y espero repetirla porque de verdad me sentí muy feliz.
Te ama, Jimin.
El pecado estaba hecho, solo faltaba arder en el infierno para pagarle al Diablo. Y pronto arderían porque el reloj comenzó a sonar en alguna parte de la habitación al igual que la risa de Hoseok. Jimin comenzó a ponerse más ansioso, su secreto más preciado había sido revelado a su mejor amigo. Pero Seokjin parecía desconcertado y mucho no logró entender, sin embargo, la mirada cínica de Hoseok lo hizo estremecer.
De pronto había oscurecido y comenzaba a llover. El cumpleaños número veintitrés de Jimin quedó en el olvido y se enfocaron ahora en seguir recorriendo la casa. Hoseok estaba al tanto de los movimientos de Seokjin, quien comenzaba a sentirse inquieto, mientras que Jimin iba con sus manzanas recolectadas detrás de ellos, deseando que su mejor amigo no se alejara de él por haber cometido un pecado.
Llegaron hasta otra habitación un poco oscura, siendo solo iluminada por la luna llena y de vez en cuándo por los rayos. El lugar tenía un gran balcón y un piano antiguo. Hoseok se dirigió al instrumento y comenzó a tocar la canción favorita de Jimin frente a la atenta mirada de Seokjin.
— ¿Es una buena canción, verdad Seokjin hyung? — preguntó Jimin — Hobi sabe perfectamente tocarlo.
Seokjin asintió intrigado por la música y por cómo el ambiente empezaba a ponerse más extraño. Lo raro fue, que no tuvo miedo, más bien tuvo ganas de saber cómo terminaría la canción. Así fue como tras el último rayo de la noche, los tres cometían el pecado que les costará la vida.
Hoseok terminó de tocar y se acercó a Jimin para plantarle un dulce beso. Se separó segundos después e ignorando al mayor, comenzó a acariciarle las mejillas.
— Feliz cumpleaños Jiminie — le susurró.
Jimin sonrió contento e inició otro beso siendo éste más húmedo. Seokjin veía todo con la boca abierta. Comenzaba a desconocer a sus dos amigos pero en vez de huir o de separarlos, de decirles que estaba mal... Simplemente se dejó llevar por aquella melodía. Sin darse cuenta se había enamorado del color gris que emanaba en sus amigos.
Hoseok tumbó a Jimin en el suelo y comenzó a desvestirle plantando en el camino varios besos húmedos y lamidas en todo su torso. Llegando a la parte inferior de su cuerpo empezó con pequeños besos cerca de la zona y en sus muslos. Jimin gemía ante el tacto del mayor y Seokjin sentía que le faltaba el aire. Hoseok siguió avanzando y de un rápido movimiento pasó su lengua en toda la longitud del miembro haciendo que Jimin y Seokjin gimieran. Sonriendo con sorna, comenzó a subir y bajar llevándolo todo a su boca, dando paso a varias succiones dejando a Jimin jadeante y rogando por más.
Pero Hoseok tenía otras ideas en mente. Así que dejó de chupar para volver a besar con desesperación a su hermano manteniendo los ojos puestos en Seokjin. Jimin notó lo que su hyung tenía en mente y separándose se acercó al mayor de los tres con una sonrisa.
— Juega con nosotros hyung — le susurró al oído haciéndolo estremecer — Es divertido.
Seokjin no tuvo tiempo de responder cuando sus labios fueron invadidos por los suaves y húmedos del menor. Dejando escapar un gemido desde lo profundo de su garganta le siguió el beso con demencia. Mientras Hoseok los veía y comenzaba a desvestirlo también.
Bajo la luna que comenzaba a tornarse roja, los tres se empezaban a quemar pero lejos de salir, permanecieron juntos.
Hasta que Seokjin comenzó a llorar mientras veía como Jimin colocaba las rodillas y manos en el suelo, mostrando su trasero a Hoseok; moviéndolo para tentarlo. Su risa retumbó entre las paredes y antes de acercarse al menor se vuelve hacia Seokjin para besarle tiernamente.
— Tranquilo hyung, no dejaré que ardas solo. Toma — Hoseok al separarse de sus labios le entrega una tela negra — Si tienes los ojos vendados no podrás llorar. ¿Cierto?
— Apúrate Hobi, quiero recibir mi regalo — habló Jimin haciendo reír a Hoseok de nuevo.
Seokjin se tapó los ojos justo al mismo tiempo que Hoseok entraba en Jimin. Y luego dejó de moverse, dejo de ver y de hablar, solo escuchaba. Escuchaba como Jimin gemía y pedía por más y como Hoseok entraba y salía demasiado rápido. Más y más. Tic toc tic toc, Jimin y Hoseok dejaban de ser ellos mismos y se transformaban en alguien más, tic toc tic toc, Seokjin comenzaba a desesperarse. De pronto ya no quería ser parte del juego.
Minutos después la venda fue quitada por Hoseok y notó que Jimin había empezado a llorar. Se giró para posar su vista en el balcón y entonces dejó de importarle el hecho de que aquel ángel del cuadro los estuviera juzgando a los tres.
— Ponte esto Jimin, así no lloraras.
El menor lo besó con demasiado amor desbordante pero Hoseok le respondió de una manera diferente.
Cuando el reloj se detuvo por un momento Jimin y Hoseok habían dejado de quemarse. Éste último observó a Seokjin sentarse en el borde del balcón.
Hoseok sonrió. Jimin al quitarse la venda de sus ojos, las lágrimas comenzaron a caerle.
— No dejes que te atrape, cariño — Hoseok le dice.
Y antes de poder gritar algo Jimin ve como Seokjin se deja sumergir en la profunda oscuridad.
Todo vuelve a quedar en silencio. Pero de pronto el reloj empieza a sonar más fuerte. Jimin empieza a odiar ese ruido y también la risa de su hermano. Es como si volviese a la realidad. Pero ya es tarde, para él, para todos. Ya era demasiado tarde.
— ¿Por qué lo hizo? — murmuró.
—Porque no pudo con la culpa.
Jimin seguía llorando en silencio. Ojalá le hubiera dicho tales palabras para no dejarle ir. De todas formas, Seokjin algún día iba a dejar de existir, porque el mejor amigo de los hermanos nunca fue una persona real, sino el cómplice de sus actos, el que guardaba todo sus secretos sin saberlo.
¿Entonces por qué sugirió ir a lo profundo del bosque si siempre que venían a esa casa, los peores pecados eran cometidos? ¿Realmente fue él o Hoseok? ¿O Jimin? Todo empezaba a distorsionarse.
¿Qué tal si la historia en realidad era diferente? Si Hoseok en realidad no era él, si Seokjin no se llamaba de esa forma, si Jimin era el que sugirió ir al bosque para su cumpleaños.
Ahora el que reía no era Hoseok sino Jimin.
Tic toc tic toc, el tiempo se acaba.
Namjoon salió de la cocina tosiendo. Tuvo una extraña visión en donde veía como alguien incendiaba un piano. Volvió su vista a su celular para ver el mensaje una vez más pero no había nada en la casilla de mensajes.
Tampoco se encontraba Seokjin en la sala.
Lo llamó pero no obtuvo respuesta. En cambio la voz de la mujer de la noticias se escuchó por toda la sala haciendo que se sobresaltara. Él no recuerda haber prendido la televisión.
— Se ha encontrado a los hermanos Park que llevaban una semana desaparecidos. La madrugada del 18 de octubre se encontró al menor de ellos, muerto, cerca de la localidad de Dong-gu. Aparentemente golpeado por una roca en la cabeza incontables veces. Su hermano gemelo, el mayor, fue encontrado cerca de una casona abandonada en medio del bosque, inconsciente.
La televisión se apaga de golpe antes de que Namjoon llegase a leer los nombres de los chicos. Se siente demasiado confundido. Se supone que ya había pasado el día jueves, que estaban en la medianoche del viernes 19.
Un ruido extraño, proveniente de la cocina, lo asusta; y dudando un poco en ir, avanza a paso lento. Cuando llega se encuentra a Taehyung asesinando a Seokjin.
—Es hora que despiertes, Jungkook.
La respiración era profunda, agitada, fuerte y de a ratos se cortaba. El pecho le ardía, como si se estuviera incendiando por completo. Agonizaba de tanto dolor pero no podía parar. Pasos apresurados se aproximaban en toda el área y él tenía que correr más rápido. Más y más. El reloj no paraba de marcar los segundos. La luna brillaba en lo alto de su cabeza, no lo guiaba hacia la salida, lo estaba acorralando. Tan grande, tan cegadora, tan pronto se detuvo sobre su cabeza; se tornó roja. Lágrimas de miedo caían mientras en un susurro gritaba por ayuda. El vacío de la noche ahogaba su pavor de morir en manos de aquella persona.
El bosque le parecía cada vez más chico, los árboles parecían querer atraparlo con sus enormes ramas. Los animales estaban entre las penumbras acechando a la presa. Él era la presa. Y corría para salvar su pellejo. El reloj seguía marcando los segundos, tic toc tic toc. Se podía escuchar claro y fuerte al igual que sus pisadas. Más y más rápido.
No podía gritar fuerte, sentía que se ahogaba, que moría de tanto arder, sentía que era cortado por el filo del viento; frío y cruel que le penetraba hasta el alma. Lágrimas y más lagrimas que se perdían entre las hojas secas del bosque.
Cae, pues no llega a ver el tronco sobresalido y cae. Cae tan profundo, a un pozo sin salida. Y sigue cayendo, ramas se mezclan con él, la sangre empieza a brotar a prisa y nuevas heridas dan paso a otras quemaduras. Y grita, grita tan fuerte. Del miedo, del dolor, del agonizante terror al saber que lo último que verá será la luna roja llorando por otra tragedia. O a esa persona que sonríe con sorna y avanza despacio, pues sabe que el tiempo está a su favor.
Tic toc tic toc. ¿Por qué hay un espejo en la habitación?
Cuando termina de caer por el barranco queda inmóvil. Mirando al cielo y dejándose llevar por el silencio y la penumbra del lugar. Quiere llorar pero las lágrimas se cansaron de suplicarle a Dios. Se rinde, o al menos eso es lo que deja ver. Su respiración sigue agitada y su corazón está como si luchara por salir. No habla, no observa, de pronto solo comienza a escuchar.
Nada. Un reloj, tic toc tic toc. Pero no es un reloj, no. No es nada. Tic toc tic toc. Son pasos, uno dos, uno dos, son muchos pasos.
Nada. Silencio.
¿Por qué no se escucha nada? ¿Dónde está? ¿¡Donde está!?
Quiere correr, aún está a tiempo. Pero no puede, no puede. ¡No puede! Se ha quedado paralítico. Las ramas lo empiezan a envolver y quiere pedir ayuda. Pero ya es tarde. ¿Verdad? Ya es tarde para volver al inicio. ¿¡Verdad!? ¿Por qué no puede regresar? ¿Qué oculta?
Más pasos, cada vez más fuerte. Está viniendo. ¡Esta cerca! Lo puedo ver, lo puede ver. ¿Lo ve? Está aquí. ¡Él está aquí!
Su risa, su risa de niño inocente. Esa escalofriante risa retumba en sus oídos y quiere gritar fuerte. Desgarrar su garganta hasta hacerla sangrar. Su risa, esa risa. No la puede escuchar. No la tiene que escuchar. Porque sería su fin. Oh, este es su fin. ¿Cierto?
No lo ve, no ve nada. Porque su rostro se volvió distorsionado. Y otra vez ese maldito reloj. Tic toc tic toc. ¿¡Quién es!? ¿Qué son esas luces, esas voces, quiénes son ellos?
De pronto la cocina se transformó en la habitación de aquella casa, la pava era un piano quemándose y las manzanas eran flechas. Para cuándo Kim Taehyung se sentó en el balcón sintió una flecha clavarle. Creyó que fue Hoseok pero era otra persona. Kim Namjoon lo vio caer entre lágrimas de agonía. Todo se estaba acabando.
Yoongi observaba a la luna roja reírse de su desgracia. Se odiaba por haberle enseñado esa melodía a Hoseok, pero ya no había vuelta atrás. Todo estaba hecho.
Jungkook vio como la sala se transformaba en el bosque y el cuchillo pasó a ser una roca. Queriendo callar esa maldita melodía golpea al culpable, no una ni dos, incontables veces en la cabeza hasta que ve como la sangre comienza a brotar.
— Ahora podremos estar juntos — dice Seokjin sonriéndole.
Era todo una trampa. Todo un juego macabro en donde uno de los hermanos tenía que quedarse con el mejor amigo. Qué ingenuo fue Hoseok al creer que Seokjin moriría al caer del balcón, y más ingenuo al creer que Jimin realmente lo amaba.
Pero ninguno de esos contextos era real. Nunca hubo un mejor amigo. Solo el amor de dos hermanos que no pudieron continuar, porque uno de ellos se había quitado la venda y sus lágrimas mostraron su realidad. Una en la que el Diablo le haría pagar por lo que hicieron.
Jungkook huyó de esa casa al darse cuenta del veneno que estaba tomando. De lo aterrador que se volvía la situación. Y corrió, tanto como sus piernas le permitían. Aunque le ardiera todo el cuerpo, aunque no pudiera dejar de llorar.
Y entonces, Jimin está ahí. En aquella habitación blanca con una cámara encendida, grabándolo en cada movimiento y una segunda persona ,que no logra ver bien, le hace una pregunta.
¿Quién eres?
Amanecía, el día jueves había pasado. Se sentía el aire fresco otoñal por donde uno fuese. Pero a Kim Taehyung no le importaba que fuera otoño, para él seguiría siendo primavera y usaría sus coloridas camisas, ignorando las miradas extrañas de los demás. Seguiría escribiéndole cartas a una persona que jamás la recibiría pero que las guardaría con todo el amor del mundo.
Kim Namjoon jamás fue a la casa de Jungkook al día siguiente. Se había quedado toda la noche interrogando a Park Jimin antes de que llegara Min Yoongi fuera de sí para ahorcarle.
Tiempo atrás, Yoongi le estaba enseñando a Jungkook a tocar el piano mientras que Jimin solo observaba de lejos.
Seokjin nunca existió.
Tampoco el resto.
Y las paredes blancas dejaron de tener aquellos cuadros feos, el reloj dejó de funcionar, y aquella melodía ya no se escuchaba. Park Jimin entró a otra habitación, esta vez, sin mesas, sin cámaras, solo una cama y un espejo.
¿Por qué había un espejo?
Porque no lo era, no hay un espejo en esa habitación.
Jimin se acerca en silencio, en el proceso se quita la venda y una lágrima cae por su mejilla. Se da cuenta de su realidad, de que tendrá que pagar por su pecado hasta que muera. Y que aquel ángel disfrazado está frente suyo, sonriéndole con burla. Entonces él se ríe, reconoce esa risa, una bastante infantil. Le extiende una manzana y Jimin se la lleva a la boca sin pensárselo dos veces, pero antes de siquiera terminar de morder le hace una pregunta.
— ¿Quién eres?
— Tú.
FIN
¡Gracias por leer!
DeniJam.
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