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Capítulo 7

MEGHAN

Caminé con rapidez por el pasillo y cuando menos lo esperé, choqué con algo suave pero firme, retrocedí un paso por la fuerza que me aplicó Nathan.

Nathan soltó un quejido y yo lo observé fulminante, lista para pasarle por al lado e ignorarlo olímpicamente. El me agarró firmemente del brazo y me impidió avanzar, observó a todos lados, como paranoico y me guio hacia el jardín, aun arrastrándome por el brazo.

Pero yo no iba a ser tan dócil, me agité con fuerza e intenté sacar de la funda mi nueva daga, luchando contra su agarre. Nathan no se inmutó, sostuvo mi otra muñeca con facilidad, inmovilizando mis brazos y entró al laberinto de setos, dobló a la izquierda y finalmente me soltó.

El debió predecir mi reacción, porque cuando yo levanté mi daga, lista para defenderme o atacar y lancé un tajo a su cara él se apartó rápidamente y tiró su cuchillo y espada al suelo, incluso tuvo la decencia de quitarse el carcaj y el arco. Luego levantó las manos y me demostró con eso que no quería matarme, así que volví a enfraudar mi daga.

- ¿Qué quieres Patel? - pregunté con un deje de irritación.

-Quiero ayudarte, pero primero quiero ver que es lo que puedes hacer.

Lo observé a los ojos preguntándome si esto era verdad, o solo estaba burlándose de mí de una forma muy cruel.

- ¿Por qué? - sisee.

-Tienes que saber cómo defenderte con armas y tu... don, podemos combinar las dos cosas, pero primero quiero saber qué es lo que puedes hacer.

Le sostuve la mirada con desafío y recogí su daga lentamente, la observé, la ondulada hoja brillante, el sello de los guardias en la empuñadura y el mango frío, y luego, sin miedo, compasión o dolor hice un tajo en mi muñeca. La sangre brotó, espesa y caliente, rodeó mi muñeca como si fuera una sangrienta pulsera escarlata, y luego goteó en el suelo.

- ¡Meghan! - Nathan se alarmó acercándose a mí.

-No te acerques – le ordené con la voz firme y una mirada seria.

Nathan se detuvo a medio camino, mirándome con una mezcla de preocupación y confusión.

La sangre formó un charco en la hierba y de allí emergieron sombras, sombras sin forma y oscuras que luego se transformaron en esqueletos. Estos se arrastraron por el suelo con sus brazos flacos y blancos hasta que se formaron completamente. Con un movimiento de mi sangrienta mano, los esqueletos se levantaron.

Eran tres. Hice que me rodearan protectoramente y observé la herida de mi muñeca que ya se empezaba a cerrar. El corte cicatrizó completamente, sin dejar una sola marca.

Chasqué mis dedos y los esqueletos se esfumaron.

Nathan me miró alarmado y se aproximó rápidamente, tomando mi muñeca y examinándola con atención.

- ¿Cómo...?

-No es lo único que puedo hacer.

Nathan observó mi muñeca y luego mis ojos.

-Pero te haces daño.

Su preocupación casi me conmovió.

-No siento nada si la herida me la autoinflijo.

Él no se veía muy convencido. No soltó mi muñeca, la sangre fresca le mancho la palma áspera de la mano.

-Esto es... terrorífico, Meghan.

Me encogí de hombros.

-Sembrar terror es mi especialidad, Patel, deberías acostumbrarte al caos que puedo crear.

Nathan me observó, sus ojos azules estaban alarmados, abiertos, con el iris más claro que nunca a la luz del sol.

- ¿Quieres ver más? - le pregunté levantando su daga otra vez, aferrando su mango.

El asintió, con desconfianza. Sostuve la daga y con fuerza la clavé en el suelo. Donde la daga se había clavado estalló luz cegadora y el suelo se resquebrajo. De esas ranuras se deslizaron espectros transparentes, fantasmas vestidos con uniformes de guardias, finos vestidos manchados de sangre seca, camisas desgarradas, incluso algunos no tenían la cabeza.

Uno de ellos se aproximó a mi e hizo una exagerada reverencia. Tenía una toga blanca con el mango de un puñal sobresaliendo de su pecho en medio de una gran mancha de sangre seca.

- Ma reine – dijo con adoración.

Hice un asentimiento con la cabeza.

- François, un placer como siempre, lamento interrumpirlo, pero me han pedido una demostración.

Nathan se sonrojó y miró hacia otro lado.

François miró a Nathan y me guiñó un ojo.

-Oh... ya veo, mi reina, no es ninguna molestia cuando se trata de usted – el volvió a hacer una amplia reverencia y su corona de laureles cayó hacia adelante.

Su mano fantasmal tomó su corona de laureles y se lo volvió a colocar sobre los cabellos plateados. Chasqué mis dedos y el y los demás fantasmas desaparecieron.

Nathan estaba pálido.

- ¿Nathan? - lo llamé, el no respondió, se aferró de mi hombro y luego se deslizó hacia abajo.

Iba a gritarle, pero reparé en algo, no estaba consciente. Se había desmayado.

-Merde – maldije acercándome a él y agachándome a tomarle el pulso.

¿Qué diablos iba a hacer ahora? ¡No podía cargarlo hasta la otra punta del castillo en busca de Lior! Tomé sus piernas y lo arrastré por el suelo de hierba verde para que nadie lo viera. Cuando llegué al centro del laberinto lo solté, el despertó segundos después, alterado.

- ¡Fantasma! - jadeó.

Yo no supe que hacer o decir. Él se aferró a mi hombro y respiró ya más calmado, se levantó con el cuerpo tembloroso.

-No me gustó esa última demostración.

No pude evitar soltar una risa.

- ¿Le dio miedo, señor Patel?

Nathan no contestó, se cruzó de brazos y me miró mal. Luego pasó su mano por su frente y tocó su cinturón buscando su daga y espada en un gesto nervioso.

-Tengo que volver por mis armas.

Dio media vuelta y desapareció por uno de los caminos. Yo lo seguí apresuradamente.

-Se perderá - le advertí.

El soltó un gruñido y dejó que yo lo guiase a la entrada del laberinto.

Nathan caminó en silencio y yo lo seguí con las manos en mi espalda.

- ¿Cuándo me enseñará?  

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