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Capítulo 6

AGNES

Caminé hacia mi habitación con Ione a mi lado, aun con mi mente dando vueltas una y otra vez por el mismo tema, por la misma persona.

-Hay algo en Blake que no me termina de convencer – le dije a mi amiga cruzándome de brazos – es... encantadoramente amigable y cortés, nadie puede ser excesivamente alegre, menos en presencia de mis padres.

Ione lo pensó unos segundos mientras caminaba, a ella le gustaba tomarse un momento para analizar la situación antes de dar su opinión.

-Yo creo que estaba a la defensiva – Ione se perdió en sus pensamientos mirando al frente – parecía tenso, y no dijo mucho, no profundizó en el tema de su padre viudo, o su primo, el príncipe, lo único que dijo fue ser muy unido a él.

Yo asentí, de acuerdo con sus palabras.

-Si, creo que no enviaron a un mensajero, sino a un espía.

Ione me miró con aprobación.

-Es bueno tener alguien con la que se puede razonar cosas que los demás no ven – ella me sonrío y yo le devolví la sonrisa.

Me gustaba hablar con Ione, tenía el increíble don de quitar mis preocupaciones y era muy buena escuchando. A pesar de que no siempre tenía el consejo adecuado para un tema, siempre estaba allí para apoyarte y levantarte cuando tropezabas en los escalones de la vida. Y a pesar de su defecto de ser posesiva y querer siempre tener la razón, creo que nunca podría llegar a tener una amistad como la que tenía con ella.

Ione se despidió cuando llegue a mi habitación, y se marchó a la suya, no sin antes hacer una promesa de averiguar conmigo qué era lo que nos estaba ocultando Blake.

Cerré la puerta tras ella y suspiré, volviendo a la triste realidad, la triste realidad donde tenía a unos padres duros, una hermana egoísta, una voz sin valor y una maldición sobre mis cansados hombros.

Es horrible intentar ser normal, es espantoso intentar opacar la luz que te hace único. Pero era lo que yo tenía que hacer para sobrevivir entre todas estas personas que parecían hienas hambrientas en busca de carne para desgarrar. Es horrible ser la vulnerable gacela, pero si no corro rápido, yo seré la carne.

Ley de supervivencia, así es la vida salvaje. Es terrible llegar a pensar que nosotros, los seres humanos, que estamos dotados de la inteligencia y razón que los demás animales no tienen, lleguemos a ser tan salvajes como ellos. Es trágico que después de haber evolucionado quien sabe cuántas veces, sigamos siendo, muy en el fondo, animales que rechazan al más débil.

Pero así es la vida, y por más escalofriante que me resulte, no tengo más remedio que vivirla, porque ni siquiera tengo el suficiente valor como para terminar con ella. Mi poco coraje hace que prefiera seguir sufriendo antes que permanecer dormida en un sueño eterno que por fin me traería paz.

Me acerqué al espejo que me regalaba mi reflejo, y allí desaté el firme moño, dejando caer los mechones castaños enrulados de mi pelo, logré desatar el corse de mi vestido y me puse un simple camisón. Me acosté en mi cama con mi mente dando vueltas por cosas insignificantes y no tardé en caer en el cruel mundo de los sueños, donde todo lo que ves es todo lo que siempre soñaste, y luego despiertas, esperando que todo hubiera sido real, a pesar de saber que no lo va a ser.

Ojalá me pasara eso, pero en cambio, tuve que sufrir terribles pesadillas toda la noche. Soñé con muerte, los cristales del reino bañados en sangre, los pisos de marfil del castillo tapados con cuerpos muertos, y allí, en el trono, color negro, se encontraba Meghan.

Describir a la Meghan de mi sueño es difícil, estaba envuelta en sedas color violeta, sentada con las piernas apoyadas en una pila de huesos humanos, con la corona de mi madre puesta torcidamente en sus cabellos avellana. Sus ojos brillaban, no eran miel, eran color violeta oscuro.

Cuando desperté, lo hice sudando.

No sabía qué momento de la noche era, pero cuando me levanté y me acerqué al amplio ventanal de cristal observé el cielo nocturno salpicado de estrellas y luego al reino.

Era inútil, no iba a poder dormir, tomé mi amplio abrigo de lana y me lo puse sobre mi camisón y me dirigí a un lugar donde no era rechazada, era recibida en el silencio de las letras y me podía hundir en los tristes versos de los poemas o las emocionantes aventuras de las historias: la biblioteca.

La biblioteca es amplia, en repisas de cristal reposan millones de tesoros más conocidos como libros, cuando entré sentí como me llamaban sus tapas de cuero, sus delicadas páginas, sus finos trazos de frases mágicas.

Y cuando me senté con un pequeño y frágil ejemplar de Dante, Vita Nuova, me sentí finalmente en paz. Amaba la literatura antigua. Desde que había leído a Dante había soñado con tener una niña y llamarla Beatriz para poder apodarla Bice ¿Pero que me aseguraba vivir lo suficiente como para casarme y tener hijos? Aun mas con una maldición de tal gravedad, oculta, con consecuencias de muerte si era relevada.

Cerré el libro, disgustada con ese pensamiento y escuché pasos. De un soplido apagué la vela y me deslicé por la estantería de cristal con la espalda pegada a los lomos de los libros. Me asomé por el final de una, y vi la luz de una vela iluminar el rostro determinado de Blake Ashsorrow.

¿Qué estaba haciendo el allí, en mi biblioteca?

Me aclaré la garganta y a él casi se le cayó el candil de las manos.

-Señorita Fontaine – dijo luego de haber soltado una exclamación por el susto - ¿Qué hace usted aquí a estas horas?

-Podría hacerle la misma pregunta a usted, monsieur Ashsorrow.

Blake no se inmutó, entornó los ojos, intentando distinguirme entre la oscuridad. Tomé mi vela apagada y con la punta de mi dedo la prendí.

- ¿Cómo la prendió? - preguntó el mirando extrañando la llama que bailaba en la punta de la vela de cera blanca.

- ¿Qué hace usted aquí? - ignoré su pregunta.

- ¿Sabe que es de mala educación contestar una pregunta con otra?

- ¿Sabe usted que es justo lo que está haciendo? - subí una ceja.

El pestañó. Bajo la tenue luz de las dos velas parecía tener un aura más oscura, chocaba con la cálida imagen que mostraba en la luz del día.

-Estoy aquí porque no podía dormir, así que vine a leer – le dije suavemente – ahora es su turno de explicarme por qué está en la biblioteca a estas horas de la noche.

El me observó con duda.

-Tengo insomnio, la única manera en la que puedo conciliar el sueño es si antes leo – me dijo y levantó una mano, revelando el ejemplar de la Ilíada, observó la mesa donde me encontraba - ¿Puedo? - preguntó señalando una silla.

Me encogí de hombros, indiferente, pero yo quería que se sentara conmigo, era de las pocas oportunidades que tendría para sacarle información y descubrir la intrigante verdad.

Él se sentó enfrente a donde estaba y echó una disimulada ojeada al título del libro que reposaba en mi lugar. Sonrió al comprender de que se trataba.

- ¿Te gustan los clásicos? - preguntó el.

Dejé el candil entre los dos y volví a abrir el libro en la página en la que me encontraba.

-Si, sobre todo Dante.

- "E chi avesse voluto conoscere Amore, fare lo potea mirando lo tremare de li occhi miei."

Lo miré a los ojos.

- ¿Shakespeare?

- "A todos presta oídos; tu voz, a pocos. Escucha el juicio de todos y guárdate el tuyo".

Lo conocía, ¿quién no conocía a Hamlet? Pero esa cita no era cualquiera, no era la más popular de todas, había esperado un ''ser o no ser...''. Le volví a sostener la mirada a esos profundos ojos verdes y me tomé esto como un reto.

- ¿Jonathan Swift?

- ''Nadie puede desobedecer a la razón sin renunciar al derecho a ser una criatura racional.''

Apreté mis labios y el me observó con una ceja en alto, burlándose de mi frustración.

- ¿Homero? - esta vez el me preguntó a mí, bajando la mirada al ejemplar de la Ilíada.

Lo medité un segundo.

- ''De todas las criaturas que viven y se reproducen en la Tierra, no existe ninguna que sea más débil que el hombre.'' - despreocupadamente, bajé la mirada a mi libro y pasé la página.

-Auch

Lo miré con un deje de superioridad y volví a seguir con mi lectura, ignorándolo. Blake me ojeó unos segundos e imitó mi acción.

Me digné a subir la mirada nuevamente y lo observé brevemente. El cabello dorado era como una cortina sobre sus ojos verdes, sus dedos largos pasaban las delicadas páginas del libro como si se trataran de un tesoro, y su concentración estaba fija en las líneas de aquella reliquia.

- ¿Cómo es el príncipe? - le pregunté.

El subió la vista, me miró extrañado, como si me hubiera salido otra cabeza.

- ¿A qué se debe la pregunta?

-Es de mala educación responder una pregunta con otra pregunta – me burlé de él.

Su mirada se transformó en divertida y cerró la Ilíada.

- ¿Se debe a su hermana?

Me petrifiqué temporalmente, ¿acaso sabía...? No, no podía referirse a eso. Me tragué mis crecientes dudas y le sostuve la mirada, con falsa serenidad y calma.

-Tengo curiosidad por saber cómo es mi cuñado, ¿podría describirlo? Si no le molesta, claro.

Un deje de desconfianza cruzó por su mirada, pero lo apartó rápidamente.

-Mi primo, señorita Fontaine, es apasionado por la cartografía, las ciencias y los viajes. Sueña con algún día recorrer el desconocido mundo, con descubrir algo de gran significado para el resto de la humanidad.

Apoyé mi mentón en mi mano, escuchándolo con atención, prestando mi completa concentración a su relato en busca de alguna pista, por más mínima que fuese.

El continuó.

-Es un buen hombre, tiene buenas intenciones con su hermana, a pesar de que no esté de acuerdo con su compromiso... – Blake me observó – aunque creo que su hermana tampoco desea su matrimonio.

Cuidé mis palabras, buscando las frases correctas, para decir la verdad, pero sin relevar de más.

-Mi hermana no es apasionada por el amor y las relaciones románticas, monsieur Ashsorrow.

- ¿Y usted si lo es?

Su pregunta me sorprendió, abrí la boca y la cerré varias veces, completamente extrañada. Su diversión, consecuencia de mi reacción, me hizo hervir la sangre momentáneamente.

Una de las velas súbitamente se apagó. O eso pensó Blake, no se había apagado, yo le había quitado la luz. Sabía lo que seguiría si no me controlaba: caos.

Respiré hondo.

-Si, si lo soy – bajé la mirada a mi libro y mi mirada se enfocó primero en el nombre de Beatriz – Después de todo... ¿Qué somos sin amor?

Blake no demoró en contestar.

-Monstruos.  

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