Capítulo 11
ALEIX
La familia real de Iggia resultó ser encantadora, los invitamos a sentarnos en la larga mesa del comedor y en aquella hora que nos encontramos allí nos trataron con una calidez y dulzura que desconocía de los reyes. Mis padres siempre habían sido distantes y fríos, desde el momento en que nacimos. Y una parte de mi quería creer que era su modo de ser, pero muy en el fondo, sabía que se trataba por aquella oscura, retorcida y siniestra maldición que se escondía bajo nuestras pieles.
Lo cierto era, que nos tenían miedo, sobre todo a Meghan. Y no los culpaba por ello, pero si los culpaba de mi infancia llena de miedos, tristeza y abandono. Siempre adoré a mis hermanas, pero ellas no podían llenar aquel vacío que mis padres habían dejado.
Agnes había entablado una conversación con la Reina, la cual le sonreía y le contestaba con dulzura. Agnes estaba encantada con la mujer, se dirigía a ella con respeto y un entusiasmo aniñado. Yo crucé unas palabras con el Rey, para que luego los dos nos mantuviéramos en silencio observando a su esposa y a mi hermana.
-Presiento que se llevaran muy bien – el Rey observó a la Reina – Stelle tiene esa habilidad de agradarle a todos.
Asentí con la cabeza.
-Comparten ese don con Agnes.
Agnes me observó y me sonrió.
Las puertas se abrieron bruscamente y entró Meghan seguida de Mathis.
-Hermano – me llamó ella - ¿tienes un momento?
Me levanté de la silla e incliné mi cabeza en una corta reverencia.
-Volveré en un segundo.
Seguí a Meghan hacia la puerta y me retiré del lugar con ella.
-Vi dos fantasmas – Meghan se dio la vuelta cuando estuvimos en un solitario pasillo – y creo que son nuestros antepasados. El hombre se llamaba Philippe y la mujer Cassiopeia...
- ¿Dijiste Cassiopeia? - fruncí el ceño - Agnes encontró un libro escrito por ella.
Meghan me observó, ansiosa y emocionada.
-Tengo que ver ese libro ahora mismo – empezó a caminar hacia la biblioteca a pasos largos y yo la seguí rápidamente.
- ¿Pero por qué es tan relevante?
-Philippe también tenía esto – Meghan se señaló el pecho – la misma oscuridad. La misma maldición.
-No veo porque es tan importante.
-Él se volvió loco, perdió la voluntad y el control gracias a ese poder, y asesinó a su esposa.
-Y luego se suicidó - dijo otra voz.
Me di la vuelta, un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, como si alguien me respirara helado aliento en la nuca, sentí que vomitaría. Allí en el pasillo había un espectro plateado, de rizos pálidos y con una daga clavada en su pecho.
- ¿La ves? - Meghan me agarró del hombro - ¿Cómo es que la ves?
-El chico también está maldito – la platinada mujer bajó del alféizar de la ventana donde estaba sentada – Estaba esperando que nos encontraras, tenías que encontrarnos. Debes saber que tu maldición no es de tan poca importancia como parece.
Me aferré a la mano de Meghan. No podía creer lo que mis ojos contemplaban. No podía creer que estaba viendo un fantasma de una antepasada de mi familia.
-Haz algo con tu hermano, Meghan, parece que se desmayará - la chica se recostó contra la pared y me observo con esos ojos de plata fundida.
Meghan me volvió a echar una mirada y me apretó la mano como muestra de apoyo. Era de las pocas muestras de cariño que ella hacía.
- ¿Cómo ocurrió? ¿Cómo perdió la cabeza?
La fantasma, Cassiopeia, jugó con el dobladillo de su vestido blanco. El cuchillo de plata brillaba en su pecho, rodeado de sangre. Sus rizos cayeron sobre su rostro, como una cascada, cubriendo sus ojos de pestañas largas y su nariz respingona.
-Usaba su poder en las batallas, para el pueblo, él era un héroe, y su maldición era un don, un regalo de Dios – Cassiopeia levantó la mirada y los observó, pensativa - Síganmen.
Y luego flotó por el pasillo, levitando en dirección a la biblioteca, sin dignarse en esperarnos. Meghan se aferró a mi mano, la apretó y me echó una mirada significativa.
-No te desmayes, ya tuve que cargar con un cuerpo hoy – no me dio más explicaciones, y sin soltarme, la siguió a pasos rápidos, arrastrándome con ella.
Cassiopeia entró a la biblioteca directo hacia una estantería.
-Saca el libro de cuero azul – le ordenó a Meghan, ella obedeció, sosteniendo la encuadernación precaria – esos son mis poemas, quiero que se los des a tu hermana y que ella los analice. Se que ustedes no tienen conocimiento de las letras y la literatura.
- ¿Por qué no nos dice usted lo que pasó? - le pregunté, recuperando mi valentía e intentando dejar de lado la impresión y terror que me daba el fantasma.
Cassiopeia sonrió, de la misma forma que sonríe Meghan: sarcástica y divertida.
-Es más divertido de este modo – nos observó con más seriedad – y así demostraran cuanto se preocupan por esto, y yo decidiré si son dignos del relato no solo de mi vida, sino que también el de mi muerte.
Y luego, como una vela que se apaga gracias al viento, se esfumó.
...
La cena transcurrió de forma alegre y cómoda para la gran mayoría, los Reyes de Iggia fueron mucho más simpáticos de lo que mis padres eran y se dedicaron a contar historias y leyendas de su pueblo. Blake se mantuvo en silencio la mayor parte de la comida, al igual que Agnes. Meghan se comportó extrañamente bien, sonriendo y comentando con educación. Yo me mantuve callado, y no toque bocado de mi plato, sentía que cualquier cosa que comiera, haría que vomite.
Mathis parecía ser un buen hombre, callado y reservado, sin llegar a ser introvertido. Sus ojos oscuros flotaban por la sala, examinando cada espacio con una curiosidad inmensa. Todo le parecía llamativo y asombroso.
Lior se había dedicado a intercambiar palabras con Belmont, y los Reyes hablaron conmigo.
El tiempo pareció pasar más rápido de lo habitual, y cuando menos lo esperé, todos se fueron a sus respectivas habitaciones, dejándome a solas junto a Ione.
-No puedo evitar desconfiar – ella se acercó a mi luego de que todos se hubiesen ido.
Fruncí los labios, había veces que Ione me exasperaba, como cuando sospechaba de cada persona, situación o lugar con los que nos encontrábamos. Todo lo nuevo era malo para ella, todo lo que entraba en nuestras vidas era extraño, y entendía su paranoia, hasta cierto punto.
-Yo los quiero como padres – dije levantándome de la mesa - ¿Te acompaño a tu habitación?
Ione me observó divertida.
-Claro, caballero – dijo, burlona – si así lo deseas.
Torcí el gesto, también divertido, y le ofrecí mi brazo. Caminamos hacia su habitación, Ione indiferente y yo con mi corazón galopando en mi pecho debido a su cercana compañía.
-Buenas noches, Aleixandre – murmuró ella cuando llegamos a su puerta, y luego se inclinó para darme un casto beso en mi mejilla.
Mi piel ardió allí donde sus labios se posaron, y mi corazón amenazó con salir de mi pecho. Podía decir que le confío plenamente mi alma a Ione, fácilmente podría romperme en mil pedazos y yo seguir a sus pies, encantado con su forma de ser.
Abrió la puerta de su habitación y desapareció en su interior, yo la observé entrar, hipnotizado y me largué de allí con una gran sonrisa en mi rostro.
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