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80. ¿NECESITAS AYUDA?.

Santa Biblia Reina Valera 1960 - Cantares 8
8 Tenemos una pequeña hermana,
Que no tiene pechos;
¿Qué haremos a nuestra hermana
Cuando de ella se hablare?
9 Si ella es muro,
Edificaremos sobre él un palacio de plata;
Si fuere puerta,
La guarneceremos con tablas de cedro.



Uno cuando está borracho dice o pide cosas de las cuales se puede arrepentir luego.

Abro los ojos con resaca y quedó atónita al ver todo a mi alrededor.

—¿En dónde estamos? —le preguntó a Duncan que está a mi lado.

—estamos en un avión —responde como si nada.

Me mandó las manos a la cabeza con frustración.

—¡¿Y que diablos estamos haciendo en un avión?! —le preguntó al borde de la ira.

—tu dijiste que te llevará a los Angeles California —responde —así que vamos para los Angeles California.

No puedo creerlo, por veces Duncan se toma las cosas muy enserio, como esto por ejemplo.

Pero cuando le digo que se largue, entonces no lo hace.

Recuerdo la razón por la que dije que quería venir a los Angeles y me da más frustración.

Eso de ir y enfrentar a Deimond, lo pensé porque estaba borracha.

La verdad es que no me siento preparada para verlo, lo único que quiero es vivir mi vida y que a él le de VIH por cochino y que se pudra en un hospital.

Eso es todo.

—toma —me entrega una pastilla y un vaso de agua para la resaca.

Me tomo la pasta.

Pues considerando que ya vamos viajando, nos queda llegar para volvernos a venir.

«Solo aspiró que mientras esté allá, no me vaya a encontrar a ninguno de los J5».

Doce horas después.

Me la pasé todo el vuelo durmiendo y escuchando música.

Aún no me explico como Duncan le hizo para traerme inconciente al avión y como me consiguió la visa.

El avión aterriza y todos los pasajeros comienzan a descender.

Me paro y me dirijo a la salida.

—espere —dice Duncan tomándome del brazo.

—¿Quien diablos te crees, para tomarte confianzas? —le preguntó mirando su mano en mi brazo.

—perdón —la retira rápidamente. —tome esto.

Me entrega una gorra, unas gafas, un tapabocas y una bufanda.

—¿Y esto? —pregunto confundida.

—es para que no la reconozcan, si la llega a ver algún conocido.

Me pongo todo eso, quedando como una monja y me dirijo a la salida, seguida de Duncan.

Comenzamos a caminar en el aeropuerto.

Durante el viaje decidí que hacer aquí, voy a ir a visitar a mi Zuar.

Yo lo visite mientras estuvo en el hospital de París, luego de ello no he vuelto a saber nada de él, porque Fares se lo llevó, quiero saber si ya se ha recuperado totalmente.

En ese momento unos guardias del aeropuerto detuvieron a Duncan y le dijeron que debía acompañarlos.

—señorita —me dice él —espereme aquí, no se mueva.

Yo asiento.

Los guardias se lo llevan.

Apenas lo pierdo de vista, de inmediato comienzo a caminar.

Este es el momento ideal para deshacerme de él de una vez por todas.

Saco mi teléfono nuevo ya que el otro ya saben que pasó.

Busco con el GPS la casa de Montreal.

Voy a tomar un taxi, pero de inmediato recuerdo lo que pasó la última vez, así que voy y alquilo un auto para mí.

Subo al auto y lo enciendo.

«Fue una gran cosa que Duncan me enseñará a conducir».

«Hasta nunca Duncan, finalmente ha llegado tu fin».

Salgo a toda velocidad siguiendo la dirección que me indica el GPS.

Horas después.

El viaje se tornó largo y fatigoso, ya que estaba adolorida por el viaje en avión y a Fares se le a ocurrido vivir en las afueras de la cuidad, cosa que es muy lejana.

Mis tripas rugen porque por estar huyendo de Duncan, se me olvidó comprar comida.

Lo peor de todo es que no sé si Fares me deje entrar a ver a Zuar.

Prendo la radio para ver si hay algo interesante, pero solo hay noticias.

—desde la muerte de los Xian, no hemos vuelto a tener señales de vida del heredero, su abuela dice que desapareció de la nada y se duda si aún vive o si quizá...

«Lo que menos me interesa es saber algo de ese sujeto, que tantos ratos amargos me hizo pasar».

Apago la radio e inmediatamente el auto se apaga también.

«¿Es que acaso la radio tiene que ver con eso?».

Intento encender el auto, pero este se vuelve a apagar.

Enciendo la radio, esta enciende sin ningún problema, pero el auto no.

«Definitivamente no tiene nada que ver lo uno con lo otro».

Me quito todos esos trapos que Duncan me hizo poner encima y paso mi mano por mi cabello echándolo para atrás.

Suspiro frustrada.

«¿Será que se averió?».

Me bajo del auto en plena via solitaria, con un rayo de sol eclipsante y quemante, destapó la parte delantera del auto.

Veo un poco de cables, mangueras y no tengo ni idea para que sirve cada cosa.

Lo vuelvo a cerrar, al darme cuenta que de mecánica no sé nada.

Pienso en llamar a Duncan, pero me resisto.

«La idea es deshacerme de él».

Entro al auto nuevamente e intento encenderlo, es entonces cuando me doy cuenta de un pequeñito detalle.

El auto se ha quedado sin gasolina.

—¡Ash! —grito con rabia —¡Maldición! —le doy golpes al volante.

«Ahora si que estoy frita».

Prendo el aire acondicionado, le pongo seguro a las puertas y recuesto mi cabeza en el volante pensando en como voy a solucionar esto.

Tengo ganas de llamar a Mibsan, pero si lo hago, significa que aún no puedo valerme por mi misma.

«Ya sé que haré».

«Esperaré, esperaré hasta que llegue algún auto y me ayude».

Una hora más tarde.

Unos golpecitos en mi cristal me hacen levantar la cabeza.

Es un chico muy majo que ha detenido su coche y a bajado a ayudarme o eso es lo que creo.

Abrí la puerta sin prestarle mucha atención a su apariencia, pero lo poco que ví me gustó.

—¿Necesitas ayuda? —me pregunta.

Levanto mi mirada hacia él y quedó sin palabras.

Mi corazón se acelera y palpita como hace mucho no lo hacía.

De todas las personas que pudieron ayudarme, justo tenía que ser Deimond.

Él me mira fijamente, como yo lo miro a él.


—el mundo definitivamente es un pañuelo —me dice —nos volvemos a encontrar Linda.

Abro mis labios para decir algo, pero la voz no me sale.

No sé que hacer.

Estoy enfrente del amor de mi adolescencia y no sé cómo tratarlo.

Mientras tanto él me mira de manera divertida.

Disfruta ver cómo me salen colores en las mejillas.

—si que has crecido —ríe —y también estás muy guapa.

Me mira de pies a cabeza.

Recuerdo todo lo que ha hecho durante todo este tiempo, de como se ha revolcado con una y otra.

Siento náuseas literalmente.

—es una pena que yo no pueda decir lo...

Unos toques en mi cristal me hacen volver en si.

Abro los ojos y me doy cuenta de que todo fue un sueño.

«Que alivio».

No sabría que hacer si fuera real, aunque lo estaba haciendo bien.

Aún siento mi corazón y respiración acelerados, como si hubiera sido verdad.

«No entiendo porque a estás alturas de la vida estoy soñando con él».

«Eso es ilógico».

Siguen tocando el cristal de manera insistente.

Miro quien es y me doy golpes contra el volante en la cabeza.

«¿Por qué?, ¿Por qué tiene que pasarme esto a mi?».

Doy un suspiro y abro la puerta, ya que no me queda de otra.

—le dije que me esperara señorita —dice Duncan.

—¿Quien te crees para darme órdenes? —hablo molesta.

—nada, —responde.—pero si hubiera oído mis palabras, no estaría aquí varada.

No digo nada.

El me entrega una bolsa con mi comida favorita, yo empiezo a comer y él se encarga de tanquear el auto.

Aunque me cueste reconocerlo, se ha convertido en mi mano derecha.

Me siento en los puestos traseros, el sube al puesto de conductor y comienza a conducir.

No tengo ni idea de cómo se las arreglo para llegar hasta aquí, posiblemente lo hizo en taxi.

Yo continuo con mi sueño, aunque está vez no sueño nada.

Hora y media después.

Abro mis ojos al sentir que el auto se detuvo, desciendo de el y quedó con la boca abierta al ver la mansión en la que vive Fares.

Juro que es la misma en la que vivimos con mamá, la ha vuelto a hacer igualita en el mismo lugar.

«¿Será que por dentro es lo mismo?».

Está mansión está cercada de hombres armados hasta los dientes, es lo único diferente que tiene.

Parece que Fares tiene los mismos gustos de Mibsan, incluso usan las mismas armas que usan los hombres de Mibsan.

Ellos comienzan a abrir el portón de par en par.

Creo que es eléctrico y se abre con un control, así como el de la casa de Mibsan.

—adelante señorita Montreal —dicen haciendo una leve reverencia.

Es como si ya me hubieran estado esperando.

Camino hacia entro, Duncan me sigue de cerca hasta llegar a la puerta de la mansión.

«En estos momentos lo único que quiero es darme una ducha».

«Pienso como si estuviera en mi casa».

«Aunque pensándolo mejor, si es mi casa».

«Lo que es de Fares, también es mío».

Empujó la puerta, la cual se abre sin ningún problema y entro en la mansión.

Efectivamente es igual a como cuando corría de cinco años por todos lados jugando a las escondidas con Mibsan, lo triste era que él siempre me encontraba.

Me quedo mirando todo y es como si viera a mamá bajar por las escaleras con una gran sonrisa.

Unas cuantas lágrimas asoman de mis ojos.

«Es una gran cosa que no me halla maquillado hoy».

Son tantas las emociones que se despiertan dentro de mi, que siento ganas de salir corriendo, pero a la vez quiero ir a la cocina a ver si de pronto mamá está horneando aquellos deliciosos pasteles que sabía hacer.

—bienvenida a casa —escucho la voz de Fares a mis espaldas.

Me volteo a verlo.

Él me mira con una mirada de afecto.

No comprendo, si de verdad me quisiera, no me había arrebatado a mi bebé.

—tu habitación está donde siempre estuvo —me dice —¿Lo recuerdas?.

Yo asiento y corro escaleras arriba.

Llegó a mi habitación la cual está al lado de la de Mibsan.

La abro y todo está como cuando tenía cinco años, más lágrimas salen de mis ojos inevitablemente.

«¿Acaso el resto de habitaciones están así?».

Salgo de ahí y abro la de Mibsan.

Efectivamente está como cuando éramos niños, ese color azul que tanto él amaba, la habitación tiene ese color por todos lados, incluso los versículos que mamá le pegó en la pared para que se aprendiera, ahí están.

Salgo de ahí y voy a la habitación de Annie.

También está como la recuerdo, incluso sus muñecas están ahí, como si el tiempo se hubiera detenido, como si nunca hubiera pasado nada.

Me apresuro a salir y corro a la habitación de Zuar.

Está también está como Zuar la solía tener, la única diferencia es que está no está vacía.

En una silla de ruedas se encuentra sentado mi hermano con su mirada perdida.

Lloró al verlo así.

Se me parte el alma y pensar que la responsable de su condición es esa bruja Xian.

«Mi amado hermano».

—hola Zuar —saludo.

Me inclino y tomo sus manos entre las mías.

—¿Cómo estás? —le pregunto.

Él deja de mirar a la nada y se fija en mi, sus manos aprietan las mías de manera muy leve.

En su mirada se refleja mucho dolor, pero aún así se esfuerza por sonreír.

Se nota que le alegra que halla venido a verlo.

—he...he...he —gaguea —ma...ma...ni...ta —lo último lo dice con dificultad.

Yo sonrió.

—pero si que has avanzado —lo felicito —ya has aprendido hablar.

Me paro y le doy un gran abrazo.

Lo abrazo con todas mis fuerzas, como si no hubiera un mañana.

Lo quiero demasiado, él a sido mucho más tierno que Annie, aunque eso no significa que no quiera a mis rulos.

Dejó de abrazarlo y beso su frente, su rostro está bañado en lágrimas.

—no llores —me apresuro a decir —no estés triste.

Trato de no llorar para que él no lo haga.

Él niega con la cabeza.

—y...yo —dice —no...no... ti...te —sonrie en medio de las lágrimas —yo... —sigue hablado —fe...feli.

Osea que está llorando de la felicidad.

Nuevamente vuelvo a abrazarlo.

—pues que bueno que estés feliz —le digo sonriendo mientras seco mis lágrimas —porque de ahora en adelante yo voy a cuidarte.

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