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33. MI HÉROE

Santa Biblia Reina Valera 1960 - Salmos 122
1
Yo me alegré con los que me decían:
A la casa de Jehová iremos.


Dos días después.

Me encuentro parada en un parque muy hermoso, un parque al que jamás he ido, pero si lo he visto por televisión.

A lo lejos puedo observar a una hermosa mujer, la cual está sentado en una banca leyendo un libro.

A medida que me acerco deduzco que ese libro es la biblia, pero deduzco algo más.

Esa mujer es mi madre.

Mi propia madre.

Mis ojos se cristalizaron al verla, yo estaba más que segura de que ella había muerto, pero eh aquí que está viva.

—¡Mamá! —la llamó con la voz quebrada.

Ella levanta su mirada del libro y me ve.

—Linda —pronucia mi nombre con tal dulzura que siento todo mi ser derretirse por tanta felicidad.

Corro hacia ella y caigo de rodillas poniendo mi cabeza en su regazo, las lagrimas ruedan por mis mejillas.

Ella retira la biblia y me abraza también.

No sé cuánto tiempo duramos así, solo sé que no quería soltarme de sus brazos, temía que si lo hacía ella simplemente desaparecería.

Pero todo lo bueno tiene que acabar.

Ella dejó de abrazarme y tomo mi rostro entre sus manos.

Con sus dedos pulgares secaba mis lágrimas.

—mirate nada más —dice llorando —ya eres toda una mujer y te pareces tanto a mamá.

Yo niego con la cabeza.

—¡Nooo! —le digo —yo no me parezco a ti, tu eres buena y yo soy mala.

Ni siquiera entiendo el "porque" de e esas palabras.

Mi madre acaricia mi rostro mientras yo no paro de llorar.

—no importa lo que hallas hecho —me dice con su suave tono de voz —puedes arrepentirte, Dios te ama y te dará la salvación si lo aceptas.

Al escuchar esas palabras inmediatamente me pongo de pie y me aparto.

—¡No, no, no! —niego con la cabeza —Dios no me ama, ni mucho menos me quiere salvar.

Mi madre se pone en pie y trata de acercarse pero yo me alejo más.

—hija...

—si de verdad Dios me amara —escupo con rabia —no habría permitido que pasara lo que...


—¡Linda!, ¡Linda! —escucho la voz de mi mamá retumbar por toda la habitación.

Abro los ojos un poco molesta por despertarme en pleno domingo y por interrumpir mi extraño sueño.

Siento que estaba a punto de decir algo importante en el sueño, es más esa chica del sueño ni siquiera era mi yo actual, era la yo del futuro.

Lo que no logro entender, es... ¿Por qué se puso tan enfadada apenas su madre le hablo del amor de Dios?.

Y otra cosa, ¿Por qué sueño con mi madre de manera tan realista?, La recuerdo perfectamente, a pesar de que murió cuando tenía cinco años.

Mi corazón salta de la felicidad al contemplar la posibilidad de que ella esté...

—¡Linda! —vuelve a llamar mi madre golpeando la puerta.

—¡¿Siiii?! —digo sentándome en la cama soñolienta mientras me quito las lagañas.

Es simplemente increíble que no pueda dormir un domingo hasta tarde, cuando toda la semana me la he pasado madrugando.

Y es que si fuera para algo bueno, no me quejaría, pero es...

—¡Apúrate!, No quiero que por tu culpa lleguemos tarde al servicio de la misa. —responde mi madre al otro lado de la puerta.

—de acuerdo.

Escucho sus pasos alejarsen de la puerta y me dejó caer en la cama volviendo a cerrar los ojos.

Yo no digo que ir a misa sea malo, pero a decir verdad tampoco creo que sea bueno, además desde que recupere la memoria y me di cuenta que nací en cuna evangélica, menos interes le prestó.

No se imaginan las batallas que tengo que librar para no dormirme en la misa y los pellizcos que me tengo que aguantar por parte de mi mamá...

Poco a poco me vuelvo a quedar dormida.

Es un sueño tan grato que no quisiera desper...

—¡Lindaaaa!.

Abro los ojos asustada al sentir a mamá tan cerca y efectivamente lo está al pie de mi cama.

—¡¿Como te atreves a volver a dormirte?! —me reclama. —¿Es que acaso no recuerdas que hoy viene el obispo a dar la misa?.

«Ni siquiera se que es obispo».

No le respondo palabra, solo me siento y me comienzo a quitar nuevamente las lagañas mientras bostezo.

—¡Eres una insensible! —dice mi madre tomándome del brazo y sacándome de la cama, mi adorable cama, en la que he pasado tantos bellos momentos —deberíamos de hacerte descomulgar por tanta negligencia.

«Me pregunto, si eso es posible».

—¡Muévete! —me dice al ver que me he quedado parada mirándola. —metete en el baño, yo me encargo de buscarte ropa.

Hago lo que ella me dice.

—¡Que vergüenza! —la escucho renegar —ya toda una mujer y aún así uno tiene que buscarle ropa, ¡Dios mío!, Dame paciencia, dame paciencia.

Rio ante sus palabras y luego de despojarme de la ropa, abro la llave.

«Es una gran cosa que el agua sea caliente».

Minutos después.

Salgo de la ducha y efectivamente mi ropa ya está lista, me vistó rápidamente antes de que mi mamá vuelva a entrar gritando.

De verdad que cuando se pone histérica, no hay quien la aguante.

Me siento frente al tocador y luego de mirarme por unos largos segundos, decido simplemente sepillar mi cabello y dejarlo suelto, es tan lacido que ni siquiera necesita de plancha.

Aparte de ello tengo bastante pereza y poco tiempo para ponerme a planchar.

Me pongo el prendedor de mariposa.

Luego miro el maquillaje.

Sinceramente que el maquillaje no es lo mío, tengo más paletas de ello que ropa, por la sencilla razón de que no gastó mucho.

Saben ¿Por qué?.

Porque me da flojera maquillarme, además papá dice que me veo mejor así.

Y es verdad, siento que de algún modo el maquillaje me baja la autoestima, así que prefiero natural.

—¡Lindaaaa! —vuelve a gritar mi madre.

—¡Voy! —le gritó de vuelta.

Tomo mi cartera y salgo.

Llegó al comedor y me siento a saborear el desayuno que está servido.

—pareces de mal humor —comenta mi padre al ver mi silencio.

—buenos días —saludo antes de volver a llenarme la boca.

—así está mejor —comenta papá.

—desearía poder ir a la misa de la tarde —pienso en voz alta —para así no tener que madrugar.

—¡¿Que cosas dices?! —exclama mamá horrorizada.

Es como si hubiera dicho una herejía.

—de ninguna manera —sigue hablando —nosotros madrugamos a la primera misa, para que así Dios vea nuestro sacrificio y nos perdone.

Ruedo los ojos ante sus palabras y prosigo con mi comida, porque donde ellos acaben primero que yo,  se levantarán y me llevarán sin haber concluido mi desayuno.

Desde que me quedé callada, la paz y la tranquilidad reino, como si la guerra hubiera empezado por mi culpa.

Aunque en verdad si lo fue, por cuánto yo no me desperté a tiempo.

Todo iba bien hasta que el timbre sonó.

Quise creer que había sido mi imaginación, pero cuando sonó la segunda vez, supe que no lo era.

Mi madre le da una mirada amenazante a papá.

—¿Invitaste a alguien? —le pregunta.

Para mí madre este día es muy sagrado, así que por tanto no acepta ninguna clase de visita.

—¡No!, mujer no —se apresuró a responder mi padre.

Estaba a punto de soltar la carcajada al ver la cara de terror que tenía mi padre, pero entonces la mirada de mamá se posó sobre mi, haciendo que me quedara tiesa en mi lugar.

—entonces tu —me señala —¿Quedaste con tus compañeros para hacer la tarea el día de hoy?.

—¡Claro que no! —le respondí —ni siquiera han puesto tarea grupal.

—entonces...¡¿Quien rayos puede ser?! —exclama mi madre.

Mi padre y yo guardamos silencio, mientras el timbre suena de manera insistente.

—ve tu y abre esa puerta —me ordena mi madre —y sea quien sea, dile que hoy no atendemos visitas, no importa si es el presidente.

—okey.

Me pongo de pie y voy hacia la puerta despreocupada.

Me va a dar mucha risa dónde abra la puerta y resulte ser una de las tantas amigas de mamá.

Llegó hasta la puerta y ni siquiera me tomo la molestia de ver por el ojillo a ver de quién se trata.

Abro la puerta de golpe y quedó congelada al ver quién es.

«Esto no me puede estar pasando a mi».

«¿Por qué tengo tan mala suerte?».

Es Deimond.

¿Saben lo que eso significa?.

Significa que mi mamá me va a dar la cantaleta del siglo.

Va a pensar que yo lo invite, y yo ni siquiera tengo idea de cómo llego hasta aquí.

Lleva un camibuso color negro que contrasta con su piel blanca, y unos jeans azules.

Si que tiene estilo para vestir.

Pero...

Podrá estar muy guapo y todo, pero tengo que despacharlo antes de que mi mamá llegue, de lo contrario seré mujer muerta.

—hola Linda —saluda al ver que solamente lo miro.

Me ahorro el saludo.

—¿Que haces aquí? —le preguntó —¿Cómo supiste en dónde vivía?.

—vine a verte —respondio con una sonrisa inocente —veras...hoy es domingo, que mejor que venir a ver una amiga, e invitarla a salir, y acerca de como supe tu dirección, pues tengo mis contactos.

«Me interesaría saber cómo lo hizo pero no tengo tiempo para eso».

—veras...—le digo con un poco de pena, mirando sus costosos zapatos. —yo no puedo aceptar tu invitación y necesito que por favor te va...

—¡¿Quien es?! —grita mi madre desde el comedor.

—¡Descuida mamá! —le grito de vuelta —¡No es nadie!.

—¿Nadie? —repite Deimond, que en vez de estar enfadado me mira divertido.

—tienes que irte ahora —le pido.

El niega con la cabeza sin dejar de sonreír, por lo visto no tiene intenciones de irse.

—¿Y nadie te detiene tanto en la puerta? —pregunta mi madre a mis espaldas.

«Definitivamente soy mujer muerta».

«Estoy acabada».

—dejame a mi —dice apartandome de la puerta —yo me encar...

Se calla de golpe al ver a Deimond.

—¡Oh por Dios! —exclama tapándose la boca —¿Tu eres el joven Morgan?.

Deimond sonríe ampliamente y hace una leve reverencia.

—para servirle señora —le responde.

—¡Dios mío! —dice mi madre avergonzada —¿Cómo es que mi hija no te ha invitado a pasar?.

Me da una mirada fulminante.

«Pero...».

«No sé suponía que tenía que echarlo».

—pasa, pasa —le abre la puerta para que siga, por poco y le hace calle de honor.

Él entra.

Yo me quedo parada al lado de la puerta asimilando todas las cosas.

«¿Cómo es que mi madre cambio de un momento a otro, solo con verlo?».

«¿Acaso la hechizo?».

Me tomo unos minutos para asimilarlo todo y luego voy a la sala.

Deimond ya está cómodamente sentado disfrutando de un delicioso jugo mientras que charla animadamente con mis padres.

Estos parecen haberse olvidado por completo que iban para la misa.

—¿Y como van los negocios de su padre? —preginta papá muy interesado.

—bastante bien —responde Deimond tomando un sorbo de jugo mientras cruza la pierna.

«Ni a mí me dejan hacer algo así en el mueble, para que él lo haga sin ningún problema».

—¿Y a qué se debe su grata visita a nuestro humilde hogar? —pregunta mi madre con un tono meloso que jamás le había oído.

Deimond se remueve en su lugar y se manda la mano a la nuca en un gesto adorable.

—en realidad no vine a visitarlos —respondió —vine a invitar a salir a Linda, si ustedes me lo permiten, claro está.

«Ahora sí me va a dar un desmayó».

Todas las miradas van hacia a mi, pero luego vuelven a Deimond.

—encantados —dicen mis padres a la misma vez.

«¿Es enserio?».

—entonces con su permiso —dice Deimond poniéndose en pie.

Estoy en shock, aún no termino de procesarlo todo.

«¿Cómo le hizo para hacer que todo saliera tan fácil?».

Se supone que mi mamá debía de poner el grito en el cielo, porque hoy es día de misa.

—¿Vamos? —pregunta Deimond.

Yo asiento con la cabeza, aunque ni siquiera había aceptado salir con él, pero en vez de irme para la misa, pienso que es lo mejor.

Camino detrás de Deimond, pero cuando ya vamos a llegar a la salida, mi madre nos alcanza.

—espera querida —me dice y disimuladamente mete algo en mi cartera. —pasenla bien y no olvides que eres bienvenido cuando quieras —le dice a Deimond guiñandole el ojo.

«¿Desde cuándo mi mamá es así?».

—muchas gracias —le contesta Deimond —es usted muy amable.

«¿Porque tiene que ser tan exageradamente amable y guapo etcétera?».

«¿Es que acaso no tiene defectos?».

Llegamos a su lujoso auto, que por cierto ya no es el mismo que llevo anteayer al colegio.

—adelante —nos invita a entrar su chófer.

Entro y me pongo cómoda al pie de la ventana, me recuesto y cierro los ojos.

Aún sigo sin comprender como es que mamá me dió permiso.

Ella escasamente me dejaba andar con York porque confiaban en él.

Siento como Deimond se acomoda a mi lado a una distancia prudente.

—¿A dónde vamos? —le preguntó sin abrir los ojos.

—a un lugar muy especial.

—¿Que lugar es?.

—es una sorpresa.

Decido no insistir y trato de reconciliar el sueño de hace rato, mientras llegamos.

Minutos después.

Me canse de intentar dormir sin éxito alguno y abrí los ojos.

Deimond estaba concentrado en su teléfono.

Me acerco un poco para ver, el se percata y aleja el teléfono, pero yo ya ví lo que tenía que ver.

—¡Oyeeee!. —le digo intentando quitárselo —¿Quien te dió permiso a tomarme fotos dormida?, Dame eso.

El lo mete en el bolsillo de su jeans.

—lo siento pero es mi teléfono.

—eres un acosador —lo acusó y me alejo lo mas que puedo de él, fingiendo estar disgustada.

Luego recuerdo lo que mi madre echo en mi cartera y la abro para ver qué es.

Apenas los ví, mis mejillas se encendieron de la vergüenza.

Fue tanto que hasta Deimond lo noto.

«¿Que clase de madre se le ocurre empacarle esto a su hija?».

—¿Que es? —me pregunta Deimond curioso.

—nada. —me apresure a cerrar la cartera, para que no los viera

No sé cómo lo hizo, fue tan rápido que cuando me di cuenta, mi cartera estaba en las manos de Deimond.

En ese momento deseé que tuviera clave.

El la abrió y al ver lo que había ahí, soltó la carcajada.

Reía con tantas ganas que tuvo que sostenerse el vientre, incluso se le saltaron algunas lágrimas de tanto reír.

Yo no le veía el chiste, yo solo quería que la tierra me tragara.

Jamás pensé que pasaría por un momento tan bochornoso.

«¡Tragame tierra, tragame!».

Me mandó las manos al rostro tapándome, de lo incómoda que estoy con esto.

Jamás pensé que mi salida con un chico fuera a ser así.

«¿Que voy a hacer cuando el le cuente a sus amigos?»

«¿Que van a pensar de mi?».

«pensaran que soy...»

—eres una pervertida —habla Deimond sin dejar de reír—¿A dónde rayos creíste que te llevaría?.

Ahora sí quiero morir, y es enserio.

Intento abrir la puerta del coche pero está con seguro.

—yo...yo...yo no fui —digo sin poder mirarlo a los ojos.

Estoy al borde de las lágrimas.

Deimond jamás me va a volver a ver de la misma manera, pensará que soy una ofrecida, una mujerzuela, una...

Hay tantas maneras de definir a alguien así, que simplemente no quiero imaginarlo.

Sin darme cuenta estoy llorando.

—deten el auto—le suplico —yo me quedo aquí.

Él se acerca y me abraza, yo intento alejarme, pero el es más fuerte.

—lo siento —se disculpa —solo estaba bromeando, sé que fue tu madre quien los puso ahí.

—aún así piensas que soy una pervertida —le dije.

—claro que no —contesta —solo era broma, eres la chica más dulce y adorable que haya visto en toda mi existencia —su voz suena sincera.

—hemos llegado —anuncia el chófer.

—ven —dice Deimond levantando mi rostro y secando mis lágrimas —respira.

Hago lo que él me dice, luego me miró en el espejo.

—¿Ya te sientes mejor? —pregunta.

Yo asiento.

—toma —me entrega la cartera —para que no te sientas incómoda, los guardaré yo —dice metiendo los preservativos en su billetera.

«¿Cómo?».

«¿Cómo?».

«¿Cómo se le va a ocurrir a mamá esas gracias?».

Me siento tan enfada con ella.

Supongo que mi propia mamá jamás haría eso, ella me protegería.

Me diría que debo guardar mi virginidad hasta el matrimonio.

—vamos. —me dice Deimond extendiendo su mano hacia mi para ayudarme a bajar.

Yo la tomo y bajo.

Es cuando diviso el hermoso lugar en el que estamos.

Es un lugar donde se oyen alabanzas hermosas.

Inmediatamente me traslado al tiempo cuando era pequeña.

Incluso este lugar es bastante similar.

—he notado que te causa mucha curiosidad todo lo que tiene que ver con la biblia y esas cosas, incluso escuché que te gustaría ser como Gracia, así que pensé en traerte aquí —dice Deimond.

Toda la vergüenza que sentía hace un momento fue reemplazada por una felicidad inmensa.

—¡Gracias!, ¡Gracias! —le dije a Deimond antes de darle un gran abrazo.

De verdad que me acaba de hacer la mujer más feliz del mundo.

—¿Entramos? —me pregunta cuando lo dejo de abrazar.

Yo asiento con la cabeza emocionada.

Llegamos a la puerta y ahí hay un joven ujier muy amable.

—Dios los bendiga —nos saluda —bienvenidos, está es casa de Dios y puerta del cielo.

—amén —le respondo.

—gracias —dice Deimond.

Justo en ese momento el teléfono de Deimond comienza a timbrar.

Deimond me da una media sonrisa y toma el teléfono.

—hola —contesta.

De inmediato su semblante decayó.

Era como si algo horrible hubiera acontecido.

—¿Que sucedió? —le pregunto.

El cualga la llamada y guarda el teléfono en su bolsillo.

—J1 acaba de llegar —me responde.

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