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Finalmente, han pasado los 5000 años de espera, pero mi viaje aún no ha terminado. Heba ahora tiene casi 18 años en su actual reencarnación. Me queda poco más de un año para encontrarlo antes de que mi destino se cumpla, porque al cumplir los 19, la misma edad en la que él murió hace ya 5000 años, su vida se desvanecerá.
— ¡Atem, es hora de cenar! — La voz de Emily, una mujer anciana, interrumpe mis pensamientos desde el pasillo.
— ¡Ya voy, Emily! — Respondí con una sonrisa, sintiendo cómo los últimos rayos del sol acariciaban mi piel desde la ventana. Había algo reconfortante en ese instante, una pequeña tregua al peso del tiempo y la incertidumbre.
— Sigues pensando en Heba. — Escuché sus pasos acercarse. — Estoy segura de que lo encontrarás a tiempo.
— ¿Y si no?
— Siempre quedo yo. — Su tono ligero, casi juguetón, hizo que me forzara a sonreír, aunque la tristeza seguía flotando en mis pensamientos. — Lo harás, no lo dudes. — Su voz era reconfortante, como un abrazo que me decía que, pase lo que pase, no estaría solo. — Vamos, que la cena se enfría.
— En un momento. — Respondí, mientras ella salía de la habitación, dejándome en la calma que solo se encontraba en los últimos momentos del día.
Cinco mil años. Un tiempo largo, más de lo que cualquier mortal podría imaginar. Durante este tiempo, conocí a los Schyler, una familia nómada que provenía de las afueras de Egipto, conocidos por su dominio de las artes oscuras. Viajaban de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, sin un hogar fijo. El mundo era su hogar, y yo me vi atrapado en su viaje.
Me acogieron cuando más lo necesitaba, y, aunque mi misión siempre estuvo clara, empecé a encariñarme con ellos. Los Schyler fueron mi familia durante generaciones. Viví con ellos, viajé con ellos, y aunque la búsqueda de Heba siempre estuvo en mi mente, ellos me dieron un propósito. Sabía que, con algo de suerte, en algún momento, acabaría encontrando Domino.
Para entonces, mi reino ya había caído. El imperio egipcio, mi hogar, ya no existía. No quedaban faraones y el antiguo sistema monárquico había dado paso a un gobierno democrático. Mi mundo había desaparecido, y vi cómo mis amigos, los pocos que quedaban, envejecían. Yo, sin embargo, seguía igual, inmortal en cuerpo, pero agotado por dentro. Vi a cada uno de ellos irse, uno tras otro, mientras yo permanecía igual. El tiempo los envejecía y los desgastaba, pero yo seguía siendo el mismo. La distancia entre nosotros no era física, sino la que crea la inevitabilidad de la muerte, esa que me arrebata a todos, pero no a mí.
Cuando finalmente me quedé solo, emprendí el viaje hacia la ciudad que los dioses habían dicho sería el hogar de Heba en su nueva vida. Sin embargo, en ese entonces, Domino aún no existía.
Los Schyler empezaron a notar mi falta de envejecimiento, mi incapacidad para envejecer. Pensaron que era un demonio, o algo peor, y mi secreto empezó a ser una carga para ellos. Decidí contarles la verdad. Les expliqué lo que era, lo que había sido, y les hablé de mi misión.
Me creyeron, por supuesto. Fue en ese momento cuando comprendieron que debía vivir solo durante 5000 años, sin nadie que compartiera mi destino. Me ofrecieron su ayuda, su compañía, y aunque en ese momento no deseaba más que seguir mi camino solo, acepté. No tenía a nadie más. La idea de seguir vagando solo por el mundo durante milenios no me atraía, y su apoyo me dio fuerzas para continuar.
Cada nueva generación de los Schyler conocía mi historia al llegar a cierta edad, y me aceptaban como parte de su familia. Ellos sabían que yo nunca podría corresponder a nadie de la misma manera en que ellos lo hacían entre sí, pero me aceptaron, sin juicios ni reclamos. Sin embargo, algunas de las generaciones más jóvenes sentían algo más por mí, algo que no podía corresponder, y aunque mis sentimientos no cambiaban, la tristeza de verlos marchar seguía siendo dolorosa.
He visto crecer, enamorarse, envejecer y morir a más de 160 generaciones de los Schyler. Es una sensación extraña, ver cómo todos los que te rodean se desvanecen mientras tú sigues ahí, inmóvil ante el paso del tiempo. Cuando todos se van, parece que la soledad se vuelve aún más profunda, más insoportable.
Con el paso de los siglos, los Schyler dejaron atrás las artes oscuras y comenzaron a dedicarse a otros oficios, adaptándose a las nuevas épocas.
Linda, de la 29ª generación, fue una costurera excepcional. Javier, de la 50ª, se convirtió en un talentoso carpintero. Lin y Min, las gemelas de la 87ª generación, fueron reconocidas como las mejores cantantes de ópera de su tiempo. Emily, mi amiga más cercana, de la 159ª generación, fue una talentosa bailarina de ballet, famosa en Londres. Pero cuando cumplió 27 años, sufrió un accidente que la dejó incapacitada para bailar. La tristeza la embargó, y, buscando un cambio, decidimos mudarnos a Japón, donde nos enteramos de la existencia de una ciudad llamada Domino.
Con su ayuda, y la de algunos otros miembros de los Schyler, llegamos a este lugar, mientras que otros tomaron sus propios caminos, algunos regresando a las ciudades que solían visitar en su vida nómada.
Es asombroso cómo ha cambiado el mundo en estos 5000 años. Hoy en día, los autos reemplazan a los caballos, y la gente ya no necesita cazar para conseguir alimento; basta con ir al supermercado. En mis tiempos, las estrellas brillaban sin obstáculos, pero hoy en día, si vives en una ciudad como esta, las luces de las calles y los edificios ocultan el cielo.
En fin, el mundo sigue su curso, sin detenerse, mientras nosotros cambiamos con él, forjados por las experiencias que el tiempo nos otorga.
— ¿Hoy saldrás de nuevo? — me preguntó Azucena, con un tono curioso, mientras yo secaba los platos. Sus ojos no dejaban de mirar el reflejo del agua en las superficies.
— Sí. Me queda poco más de un año para encontrarlo... — respondí, sin apartar la mirada de la ventana, donde la luz comenzaba a desvanecerse.
— Y enamorarlo, y hacer que recupere sus recuerdos... — Azucena se acercó, recargando el peso de sus palabras sobre el aire. — Pero... ¿y si no lo logras? ¿Qué castigo te pondrán los dioses egipcios? Siempre evitas hablar de eso. ¿Por qué?
Suspiré, guardando el último plato. Cerré los ojos un momento, sintiendo el peso del tiempo sobre mis hombros.
— Azucena... — me giré hacia ella, mis ojos más oscuros que nunca. — Hay cosas que no se dicen porque duelen demasiado. Sin importar lo que pase, logre o no cumplir mi misión, al final les estaré agradecido por todo lo que me dieron. Cada generación de ustedes.
Ella se quedó en silencio, como procesando cada palabra, pero no se rindió.
— Pero no tienes por qué seguir sufriendo... — se acercó, tomó mi brazo con una suavidad que no esperaba. — En el mundo hay otras personas que te quieren... Y con las que podrías enamorarte...
Un toquecito de tos nos interrumpió. Ambos nos giramos y, ahí estaba Emily, observándonos desde la puerta.
— Azucena, veo que ya terminaste con los trastos. — Su voz, firme y tranquila, cortó la tensión del momento.
Azucena, un poco nerviosa, me soltó el brazo de inmediato.
— S-sí, abuela... ¿Necesitas algo? — se apresuró a responder, evitando mi mirada.
— ¿Podrías ir a la tienda de souvenirs a dos cuadras? Necesito huevos y leche. — Emily sonrió con una calma que me hizo sentir más pesado.
— Enseguida, abuela. — Azucena salió rápidamente de la habitación, como si el aire la empujara hacia la puerta.
Emily suspiró, caminando hasta el centro de la habitación.
— Lamento que Azucena... — comenzó, su tono suave, pero al mismo tiempo lleno de esa sabiduría que solo una vida larga puede brindar.
— No te disculpes. — La interrumpí con un gesto de mano. — Está creciendo, es normal que se fije en chicos a su edad.
Emily me miró con esa mirada que parecía ver más allá de lo que decía.
— No tienes la edad que aparentas, y ella lo sabe. ¿Sabes lo que eso significa para ella?
Un nudo se formó en mi garganta, pero no dejé que se notara.
— Sí... Sé lo que significa. — Mi voz se suavizó, pero con una pizca de amargura. — Estuvo mal, lo reconozco. Pero en el fondo, sus intenciones no son malas. — Miré hacia la ventana, como si buscara algo que no estaba allí. — La quiero. Es una buena persona.
Emily observó mi expresión, luego asintió con una pequeña sonrisa.
— Bueno, me voy. — Me levanté, tomando mi chaqueta. La puerta estaba tan cerca, pero algo me ataba al suelo.
— ¿A esta hora? — Emily frunció el ceño, preocupada. — ¿Saldrás de nuevo?
— Sabes que no me queda mucho tiempo... — Dije en voz baja. El tiempo se hacía cada vez más corto, y el peso de la verdad me golpeaba más fuerte. — Eres la única que sabe lo que sucederá si no cumplo mi misión.
Emily me miró fijamente, como si intentara ver dentro de mi alma, y al final, dejó escapar un suspiro de resignación.
— Lo sé... Te deseo suerte.
Sonreí, pero la tristeza en mi pecho no se desvaneció. Agradecí su apoyo con un leve asentimiento, y antes de salir, me volví una última vez.
— Gracias.
Las calles a esa hora estaban llenas de gente. No era tan tarde, después de todo.
— Qué frío... — murmuré, mirando al cielo. El invierno ya estaba a la vuelta de la esquina, y el aire empezaba a helarse, las noches y los días se volvían cada vez más fríos.
Caminé por los alrededores del parque, donde la gente solía congregarse. Estaba buscando a alguien que se pareciera a él, pero, como siempre, no veía a nadie.
Caminé y caminé, como todas las noches y días. La esperanza se iba desvaneciendo con cada paso. Según mis cuentas, su apariencia debía ser la misma que la última vez que lo vi. Un joven de entre 18 y 19 años.
Dioses... me siento como un acosador. Soy una persona con más de 5000 años, buscando enamorar a un chico de 18... Aunque si soy sincero... Al mirarme bien, parece que sigo teniendo 20 años.
Me dejé caer en una banca del parque, observando a las personas que pasaban, con la esperanza de que él estuviera entre ellos. Pero como siempre, no había nadie que me hiciera sentir siquiera un atisbo de reconocimiento. Extrañaba verlo. Su piel canela, sus ojos amatista y su cabellera tricolor, igual a la mía. ¿Dónde estás, amor mío? Maldita sea.
— ¿Hola? ¿Estás bien? — escuché de repente, y me giré, encontrándome con un chico que se había sentado a mi lado sin que lo notara. — ¿Te sientes bien, amigo?
— Ah, ¿qué? — estaba algo confundido, todavía atrapado en mis pensamientos.
— ¿Te sientes bien? — repitió, con un toque de preocupación.
— S-si, eh... ¿por qué?
— Es que parecías en otro planeta. Perdón si soy entrometido, pero de verdad me diste esa impresión. — Sonrió un poco apenado. Era un chico rubio y de piel clara, con ojos esmeralda, y una extraña sensación de familiaridad. Me recordó a Jonouchi, uno de los amigos de Heba. Ese tipo de chico entrometido, pero con buenos ánimos de ayudar a quienes lo necesitaban. En ese entonces tenía la piel canela, y su cabellera alborotada. Era un aprendiz de curandero en el antiguo Egipto... Mi mente empezó a conectar piezas.
— Uy, por cierto, me llamo Joey. Es un placer.
— Sí, eh... Lo siento, me tomaste por sorpresa. Soy Atem, encantado.
— ¿En serio estás bien? — insistió.
— Sí, sí. Solo estaba pensando en algunas cosas.
— Ya veo... Bueno, entonces me voy. Mis pacientes no se curan solos. — Sonrió mientras se ponía de pie.
Esas palabras, "Mis pacientes no se curan solos", retumbaron en mi cabeza, y en un instante me transportaron 5000 años atrás.
— ¡Espera! — lo llamé, levantándome de golpe. — ¿Eres curandero?
Su rostro se mostró desconcertado por mi repentina pregunta.
— ¿Curandero? Eh... Supongo, soy estudiante de enfermería.
— ¿Y ayudas en un refugio?
— Actualmente presto servicio comunitario en...
— ¿El refugio del río? — pregunté rápidamente, el corazón me dio un vuelco.
— ... ¿Qué? No. Nunca he oído hablar de ese refugio. El lugar donde laboro es en el refugio "Gotitas de Amor", un refugio para niños y adolescentes. — Su confusión crecía. — ¿Por qué?
— Es que... he estado buscando a alguien que podría estar allí. — Mi mente daba vueltas, tratando de encajar las piezas. ¿Realmente podría ser él? ¿Es este chico la reencarnación de Jonouchi, el que también practicaba la curación y trabajaba en un refugio? Si es como pienso, entonces...
— ¿Quieres acompañarme? Debo volver ahí en tres días. Quizás encuentres a esa persona, y si no, yo te ayudo a buscarla. — Dijo, como si fuera lo más natural.
— Pues...
Mientras pensaba mi respuesta, un nudo se formó en mi estómago. La historia seguía la misma línea temporal que hace 5000 años. Pero algo en mí me aterraba: ir y encontrar a Heba... Cómo aquella primera vez...
Continuará...
Cortito pero con amor jaja
Disfruten uwu
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