Sábado 15 de Agosto de 2020
" Querido diario. Lo he intentado, te juro que lo he hecho. Pero ya no puedo más. No puedo luchar yo sola contra todos. Porque a Pedri hace tiempo que lo perdí. Él está centrado en su carrera y no se lo reprocho porque aunque quisiera, sus padres lo manejan a su antojo. Anoche llamé al abuelo Pedro. Un día me dijo que si necesitaba algo que recurriera a él y es lo que he hecho. Necesito irme de aquí. Necesito vivir o me voy a ahogar. Me ha propuesto irme a París. Allí tiene un piso enfrente de la Torre Eiffel del que su hijo y su nuera no tienen ni idea de su existencia. Me ha ofrecido irme a París el tiempo que necesite. Incluso me ha sugerido que debería matricularme en la Escuela de Bellas Artes de París, algo que si ha despertado mi curiosidad.
Así que si, después de mucho pensarlo, voy a aceptar su oferta y me voy a París. Por mi salud mental necesito alejarme de aquí, de un sitio donde no me quieren ni donde yo quiero estar. El abuelo Pedro me ha dicho que no me preocupe, que él se encarga de todo. Que prepare mi maleta y que mañana por la mañana temprano viene a buscarme.
Así que sí, me voy. Y se enteraran todos que me he ído cuando ya esté en París. No se merece ninguno que me despida de ellos. De ninguno"
En la actualidad....
Los dedos de Pedri acariciaban la espalda desnuda de su mujer. Acababan de hacer el amor mientras la tarde caía en Chipre. Después de una mañana de intenso turismo ahora descansaban en su habitación del hotel listos para salir más tarde y darse una buena cena. Naira intentaba aguantarse las cosquillas mientras Pedri acompañaba sus caricias con tiernos besos en la espalda.
- Un día me gustaría que fuéramos a París, Pedri. Me encantaría enseñarte los lugares que más me gustan de allí -le propuso ella, aún soñando con su estancia en la capital francesa.
- Cuando tú quieras. Aunque te advierto, yo de francés, ni papa -Naira giró su cabeza para mirarlo y regalarle una de esas sonrisas que a él tanto le gustaban.
- Yo tampoco es que supiera mucho cuando llegué. Pero o espabilaba o me pasaba como el primer día, que me comí un bocadillo de anchoas por no saber pronunciar -Pedri no pudo evitarlo y emitió una carcajada mientras sus dedos se perdían en la suave curva de su espalda.
- ¿Te costó mucho estar allí sola?
Naira cogió aire con fuerza y se dio la vuelta completamente en la cama. Sus pechos desnudos eran toda una invitación para los dedos de Pedri, quien los recorrió lentamente haciendo que la piel se le erizara a la pelirroja.
- Al principio, si. Lloré mucho de verme sola. Sobre todo por la manera en la que acabé allí. Pero cuando la primera noche no tuve pesadillas, entonces comprendí que realmente algo estaba cambiando. Me adapté, me apunté a una academia de francés para no comer más anchoas y disfrute de lo que realmente me gustaba, pintar.
Pedri tragó saliva con fuerza, pues aún se recriminaba por todo lo que Naira tuvo que sacrificar por su culpa. Mientras ella se refugiaba en París, él disfrutaba de su condición de chico soltero, olvidándose que un día estuvo casado y a punto de ser un padre de familia.
- ¿ Hubo algún chico? -le preguntó él con el corazón en vilo- sé que no tengo derecho a preguntártelo, sobre todo cuando yo no es que sea el más adecuado para dar ejemplo.
- Hubo algunos besos, pero nada más, Pedri. Te lo dije una vez, no podía siquiera pensar en otra persona cuando aún pensaba en ti preguntándome porque lo nuestro no funcionaba. ¿Sabes? durante un tiempo tenía la fantasía de que tú aparecías en París y me decías que volviera, que querías estar conmigo...pero sólo era eso, una fantasía.
Naira encogió sus hombros, y a Pedri se le hizo un nudo en el estómago. La dejó sola. Sola con su pena, con su tristeza, con la carga de haber perdido a su pequeño bebé, al hijo de los dos. Puto cobarde.
- Creo que jamás voy a poder perdonarme lo que te hice, Naira -Pedri sintió como una lágrima se deslizaba por su mejilla y sintió los dedos de ella que se la borraban mirándola de una forma bastante dulce, tanto, que se le volvió a encoger el corazón.
- Yo ya te he perdonado, Pedri. No te atormentes más y hazme el amor otra vez. Te necesito.
Pedri le sonrío y le apartó la sábana del cuerpo. Besó su cuerpo, acarició su piel haciendo que gimiera de placer antes de entrar en ella. La habitación se llenó del roce de sus caderas, de sus miles de te quiero, de esas promesas que se hacían y que sabían que esta vez cumplirían. Se corrieron a la vez abrazados, perdidos en la mirada del otro para después deleitarse en sus labios una vez más.
- Eres lo más bonito que tengo en mi vida, Naira. No dejes que vuelva a perderte de nuevo.
Pedri y Naira estaban sentados en un banco comiendo baklava mientras veían pasar a la gente paseando por el parque. Llevaban dos días en Nicosia y realmente estaban disfrutando de estos momentos a solas. Era el primer viaje que hacían juntos y Pedri se había propuesto que no fuera el último. Le encantaba ver como su mujer disfrutaba de las pequeñas cosas, como hacían ahora.
- ¿Dónde te hubiera gustado ir de viaje de novios, Naira? -le preguntó Pedri mientras ella le daba a probar un bocado de su dulce.
- A Nueva Zelanda, a ver el poblado Hobbit, ¿y a ti?
- A las Vegas.
- ¿En serio? -le preguntó Naira riéndose.
- A gastarme la puta herencia de mi abuelo en el casino -Ambos se miraron y empezaron a reírse. Naira le dio un último bocado a su pastel y se limpió con una servilleta.
- La verdad es que me hubiera gustado ir a algún paraíso tropical, alquilar una casa y estar todo el día desnudos -Naira miró a Pedri y soltó una carcajada pues sabía que lo decía totalmente en serio.
- Es una buena idea, si. Quizás para este verano, ¿Qué te parece?
Pedri besó las mejillas de su esposa y le tendió la mano para levantarse del banco y caminar de regreso al hotel. Por la tarde tenían cita en el Spa y pensaban dejarse mimar un buen rato a base de masajes y toda clase de potingues.
- ¿Y la boda? ¿Cómo te hubiera gustado que fuera nuestra boda, Naira? -insistió de nuevo Pedri pues nunca supo lo que su mujer hubiera deseado de ese día.
- ¿A día de hoy? Supongo que algo muy pequeño, el abuelo, mi prima Amara, Ferrán, y las chicas con sus novios, y quien tú quisieras.
- No, si la lista de invitados me parece perfecta -le admitió él riéndose por la restricción tan perfecta de invitados.
- Y ya que estábamos en Nueva Zelanda de viaje de novios, nos hubiéramos casado allí.
- Pues me gusta tu idea, bemba. No la descartes, por si acaso -Naira se paró en mitad del paseo y trago saliva nerviosa. Su mirada se fue hacia los ojos del canario mientras se mordía los labios.
- ¿Tú te casarías conmigo otra vez, Pedri? -Él le dio una apacible sonrisa. Llevo su mano a su mejilla y la acarició muy lentamente.
- Todas las veces que hiciera falta, Naira. Y esta vez te daría la boda de tus sueños.
Naira apretó sus labios en una sonrisa y acortó la distancia que los separaba. Unió sus labios a los suyos y se dieron un lento y dulce beso. Las manos de Pedri fueron a su cintura y la atrajo más hacia su cuerpo. Al separarse la abrazo bien fuerte.
- Tú eres mía y yo soy tuyo, Naira. Y contra eso no puede luchar nadie, mi amor.
- Te quiero tanto, Pedri.
Pedri abrazo de nuevo a su mujer besándola en los labios. Cogió su mano y siguieron paseando de vuelta al hotel. Esto era lo que él quería. A ella y a nadie más que ella. Con el tiempo se había dado cuenta, quizás demasiado tarde, de que las únicas personas que le importaban en la vida eran su abuelo y su mujer.
Su mujer. ¡Como le gustaba esa palabra! ¡Y como le gustaba estar casado con ella! Ahora sí que sentía que ellos dos eran un matrimonio. Y a pesar de ser tan jóvenes, no cambiaba el estar casado con Naira por nada del mundo. Porque ella era su mundo.
Al día siguiente Naira y Pedri estaban debatiendo si ir a la Catedral de Santa Sofía o el Museo de Chipre. Habían acabado de desayunar y mientras decidían que hacer el móvil de Pedri sonó con insistencia. El chico lo cogió y se extraño al ver que era Sebastián, el abogado de su abuelo.
Pedri contestó la llamada mientras Naira terminaba de recogerse la pelo. Ella lo veía hablar con monosílabos y hubo un momento que su cara le cambió, asustándola al ver tanta preocupación en ellos. Su marido colgó el teléfono y se llevó las manos a la cara.
- Naira -La casi pelirroja lo miro tragando saliva. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sabía perfectamente lo que pasaba- Es mi abuelo, está en el hospital.
El corazón de la chica dio un vuelco. Se arrojó en los brazos de Pedri y ambos intentaron calmarse el uno al otro.
Ojalá no fuera nada.
Ojalá solo fuera un susto.
Pero ambos sabían que había llegado la hora del abuelo.
La hora de decirle adiós.
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