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9- El amor es surrealista. (Parte 1)


Pegué un respingo cuando Iam apareció frente a mí, sonriendo como si hubiera ganado la lotería. Nos saludó a ambas con un beso en la mejilla, mientras yo aún buscaba las palabras correctas para preguntarle si tenía la útil capacidad de esconderse bajo las piedras.

–Ey, Zoe. Te estaba buscando –permaneció de pie, alternando la vista entre mi amiga y yo, incómodo, hasta que ambas reaccionamos y le hicimos un sitio en el banco, a mi lado–. Mira –sacó de su mochila un libro azulado, de por lo menos casi tres dedos de grosor.

–No me digas que es… –Juraría que mi cara palideció cuando apuntó la carátula hacia mí–. Sí, sí es.

Mientras mis ojos releían una y otra vez el título del libro, escuché a Eileen soltar una pequeña carcajada, mirándome con diversión por encima del hombro de Iam.

–¡Tiene como quinientas páginas! –aullé, con la voz entrecortada.

–Cuatrocientas veinte, de hecho –guiñó uno de sus ojos, y yo respondí con una mirada asesina, apuntándolo con el dedo como una amenaza de muerte.

–Hola, chicos –todos volteamos hacia la izquierda al escuchar la nueva voz.

Shaina, con las manos relajadas en los bolsillos de sus yeans, nos regaló una sonrisa de labios apretados, a la que yo respondí con un gesto de cabeza en forma de saludo e Iam con un cordial "Ey", mientras Eileen se dejó abrazar por la pelinegra que acababa de tomar asiento a su lado. Como si no se hubieran visto ayer.

–Él es Iam, un nuevo amigo de Zoe –se apresuró a presentar Eileen.

–Shaina –respondió la chica mientras se sujetaba los cortos mechones en una coleta diminuta, antes de volver la vista hacia Eileen–. Bueno, ¿nos vamos?

–¿A dónde van? –quise saber, estirando la cabeza hacia adelante para verlas a ambas, que con Iam sentado en mi campo visual se me hacía más difícil.

–Zoe, ¿recuerdas eso que iba a hacer? –enunció mi amiga, alzando las cejas–. Ya sabes, el plan. El del autobús y eso –masculló, abriendo aún más los ojos, intentando que solo yo entendiera el mensaje, mientras Iam se hacía el que no escuchaba ojeando el libro.

–Oh sí, ya recuerdo –acudió a mi mente el asunto del chico que intercambiaba besos a distancia con mi amiga de lunes a viernes, a las 7.35 am y a las 4.20 pm, a través de una ventanilla–. Pensé que lo habías pospuesto.

–Sí, para hoy. –Ambas chicas se pusieron de pie–. Nos vemos luego. –Antes de poder preguntar si era bienvenida a participar, mi amiga y la chica que siempre tenía muy bien arregladas las uñas de los pies ya se habían marchado, murmurando entre risas y riendo entre murmullos.

–Cambia esa cara de celos –dijo Iam, haciendo que mi atención volviera hacia él–. Entiendo que no es agradable que te excluyan, pero disimula un poco.

–¡¿Y tú que sabrás?! –recriminé. Él solo asintió, sin enojare por mi tono, con una mirada que me hizo entender que cuando quisiera, podíamos charlar sobre eso.

–Bueno, volviendo a lo de antes…

–¿Enserio tengo que leer este libro?, para eso memorizo el de Historia, que es casi más corto.

–No exageres. Además, seguro que te gusta.

–¿Quieres apostar?  –dejé ver mi media sonrisa, cruzando los brazos sobre mi pecho.

–Una apuesta a la vez, Zoe –dejó el libro en mi regazo, y lo soltó, obligándome a cogerlo casi en el aire–. Mira, te explico. Lo tendremos una semana cada uno. Personalmente podría leerlo en tres días, contando las madrugadas, pero teniendo en cuenta que tú sí pareces ser una persona sana, atlética, que duerme sus ocho horas diarias, lo haremos a tu ritmo.

–Qué considerado por tu parte –sonreí con ironía.

–Gracias. Entonces… –colocó su mano sobre el libro que ahora descansaba en mis muslos–. Juro solemnemente que no leeré de madrugada ni en las horas de escuela –giré los ojos, soltando una pequeña risa–. Otra cosa. No puedes subrayarlo, ni doblar las esquinas de las páginas, ni dejarlo en lugares donde pueda mojarse…

–Vale, vale. ¿Ya le has cogido cariño? –abrió la boca para decir algo cuando interrumpí, pero volvió a cerrarla, y se limitó a asentir con la cabeza, a la vez que sus ojos adquirían una tonalidad grisácea que no había visto antes.

–Que lo disfrutes –se puso de pie con velocidad, estirando hacia abajo su holgada sudadera–. Nos escribimos luego –asentí, un poco confundida, y él se marchó por donde había llegado, mirando sobre su hombro un par de veces.

Ahora, sola en el banco del patio, noté que la campana para volver a clases ya había sonado. Los estudiantes, perezosos y sin ninguna prisa, se incorporaban sobre sus pies en dirección a las aulas. Yo, que tampoco estaba muy entusiasmada por entrar, abrí el libro que aún sostenía en las manos. Aunque no lo llegué a admitir, la sinopsis era interesante, por lo que me aventuré hacia el primer capítulo. Solo pude leer un par de oraciones antes de que una profesora me llamara la atención, pero lo poco que alcancé a leer antes de guardar el libro en mi mochila, me dejó pensando el resto de la tarde:

"Es imposible saber cuándo conocerás a esa persona que pondrá de golpe tu mundo al revés. Sencillamente, sucede. Es un pestañeo. Una pompa de jabón estallando. Una cerilla prendiendo".

La tarde de Zoe.

El entrenamiento de futbol de la escuela transcurrió como de costumbre. Lo único fuera de lugar fue la conversación que vino después. Una vez que la práctica finalizó, me encontraba en una de las gradas bajas, cambiándome de zapatos, como siempre, cuando el novio de Lía se sentó junto a mí.

–Si vienes a reclamarme de nuevo, Nill, ahórrate la molestia.

–Zoe, sabes que no puedes seguir haciendo eso. Tienes que pasar el balón, y dejar de ponerle mala cara a Lía cada vez que se cruzan. Son compañeras de equipo.

Dejé que mi pie cayera con fuerza en el suelo luego de atarme los cordones, antes de voltear hacia el chico de pelo rizado que había bajado el volumen de sus últimas palabras. Contuve lo siguiente que iba a decir porque estaba ante el capitán del equipo, y debía respeto a la persona que se había ganado ese puesto, y que yo admiraba, porque podía jugar con la misma intensidad que te lanzaban sus ojos, con la misma tenacidad con que pronunciaba las palabras.

–No te digo esto como capitán –continuó–, sino como… un intento de amigo. Cambia tu actitud con Lía, por favor.

–¿Por qué debería hacer eso?

–Aunque no lo parezca a veces, se está esforzando mucho por mejorar, por avanzar, por alcanzar la posición de delantera –miró por encima de su hombro. Yo seguí su mirada hasta la chica rubia que se frotaba los pies enfangados bajo el grifo oxidado junto a los baños–. No te imaginas la decepción en los ojos de sus padres cuando la ven llegar a casa en zapatillas, con restos de tierra y césped en las piernas, con el cabello todo desarreglado –escuché en silencio, sorprendida–. Ellos quisieron llevarla a un internado de ballet cuando era niña, aunque no lo consiguieron nunca, siguen insistiendo en que lo que hace está mal, y es poco femenino. Toda su familia la mira con vergüenza, con desaprobación.

–Eso es absurdo –me relamí los labios, volviendo la vista hacia Nill–. Y lo siento, yo… no tenía ni idea –suspiré, haciendo memoria de las actitudes que había tenido hacia ella durante todo el año–. Intentaré comportarme mejor, ¿vale? –Sus ojos se iluminaron con mis palabras–. No puedo imaginar que haría sin el apoyo de mis padres. Pero Nill, sabes que tengo un carácter fuerte, y que si me provoca me será más difícil…

–No lo hará –susurró, percatándose de que Lía se acercaba a nosotros, secando su rostro con una toalla–. Gracias, Zoe. –Se puso de pie, observando con los ojos suaves a la chica que apareció detrás de él–. Buen partido, equipo.

–No estuvo tan mal –secundó su novia a la vez que yo me ponía de pie.

–No –agregué–. Estuviste muy bien, Lía. –Asintió con lentitud, y su mirada confusa fue lo último que vi antes de caminar hacia la salida, sintiendo una pequeña opresión en el pecho, pero al mismo tiempo, un ligero alivio.

Tiré las llaves sobre el sofá al entrar en casa. A mi nariz llegó el olor de la carne asada, desprendiendo el aroma de sus condimentos, y mientras me acercaba a la cocina, alcancé a escuchar el burbujeo de las papas hirviéndose en la cazuela. Mi madre descansaba en la mesa del comedor, leyendo uno de sus inmensos e interminables libros, que pesaban casi lo mismo que un bebé, o más.

–Ya estoy aquí –saludé desde la cocina, buscando algo que "picotear", como decía ella.

–Sí, escuché la puerta, cariño –distinguí el rechinar de las patas de su silla contra el suelo–. ¿Qué tal tu día? –pasó bajo el arco del techo que separaba ambas habitaciones, provocando un fuerte contraste visual entre su brillante blusa roja y las paredes verdes. Por suerte sus yaens eran neutros.

–Normal, como todos los días –cerré el refrigerador con decepción, sin haber encontrado nada–. ¿Y tú?, ¿todavía no te has cansado de dar clases en la universidad tres veces a la semana?

–Estoy a punto –soltó una pequeña risa y dejó un beso en mi mejilla cuando pasó a mi lado en dirección a las estufas–. Me gradué  en filosofía y letras, no es que haya muchos puestos disponibles para mí en cada esquina.

–Algo es algo –caminé hacia mi cuarto, pero me detuve bajo el arco del umbral que daba al salón cuando la escuché hablar de nuevo.

–¿Sabes lo que me ha dicho tu padre? Que ya te ha comprado esos zapatos que tanto querías –volteé para encontrarla de espaldas a mí, rebanando algo verde en el tablón de madera–. Los que tienen pinchitos en la suela.

–Se llaman tacos, mamá –recosté mi hombro a la pared, sonriendo.

–Bueno, tú ya me entiendes.

Negué con la cabeza sin que me viera, con una sonrisa en los labios. Quería preguntarle qué estaba pasando con mi padre. Sentía que me estaban ocultando cosas, y al mismo tiempo que me asustaba lo que fuera a oír, también necesitaba obtener alguna explicación. Entonces recordé la conversación con Nill, e imaginé cómo me sentiría si mi madre me mirara con desaprobación, o si mi padre se avergonzara de lo que más me gusta hacer. En otro momento, hablaríamos de eso en otro momento. Mi madre pegó un respingo cuando la abracé por la espalda, sin avisar, pero no dijo nada, solo acarició las manos con que le rodeé la cintura.

–Gracias.

–¿Por qué?

–Por todo.

Salí de la ducha, sin molestarme demasiado por las huellas húmedas que iba dejando por mi habitación. Sacudí la secadora de pelo sobre mi cabeza sin preocuparme por si mis puntas quedarían abiertas o cerradas, mientras en mi mente seguía dando vueltas el mismo asunto. Las cosas serían algo complicadas ahora, pero haría lo posible por actuar de la mejor manera, siempre que Lía evitara insultarme o meter zancadillas. Pensé también en la forma en que Nill se preocupaba por esa chica, la forma en que la miraba… ¿Será esa persona que consiguió poner de golpe su mundo al revés?
Salí en busca del dichoso libro de la apuesta, recordándolo de repente, y me tumbé en la cama, abriendo las páginas sobre mi rostro. Entonces, comencé a leer.

No sé cuánto tiempo había pasado, puede que unos quince o veinte minutos, cuando acababa de terminar el capítulo cinco. Dejé con cuidado el libro sobre la cama para buscar el celular, y dejar un mensaje en el chat de Iam.

De: Chica N° 10
Para: ¡Pesado!

Debo admitir que el libro no está tan mal, pero vamos a ver, ¿cuántas probabilidades hay de toparte en París con un chico que hable tu idioma, que sea el más atento del mundo, y que no parezca tener ningún desorden de psicopatía? La verdad es que me parece poco realista. ¿O puede que yo sea poco romántica?

De ¡Pesado!
Para: Chica N° 10

El amor es surrealista, Zoe, pero ahora no es el mejor momento para discutir eso.

De: Chica N° 10
Para: ¡Pesado!

¿Qué pasa?

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

Estoy en el hospital.

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