7- Soy Iam, por cierto
Iam
Me dejé caer de espaldas en la cama, sosteniendo el celular frente a mi rostro con ambas manos. Tecleé unas palabras, pero presioné el botón de borrar, indeciso. Volví a escribir, y volví a borrar un par de veces más. Diablos, no recordaba la última vez que esto fue tan difícil. Dejé escapar un largo suspiro de frustración, cubriendo mis ojos con el antebrazo. Luego, luego le escribiré algo inteligente o divertido, pero que al mismo tiempo no me haga lucir desesperado por hablarle, o quizás…
–Iam, ¿estás ahí?
–Pasa. –Le respondí a la voz que llamaba a mi puerta, medio incorporándome sobre mis codos.
Detrás de la madera se asomaron unos cabellos cobrizos, luciendo sus largas ondas de oscuridad, como de costumbre, y unos ojos achinados del mismo color me lanzaron una mirada suplicante, acompañada de una pequeña sonrisa inocente.
–¿Me puedes llevar a clases hoy? –preguntó, dejándose caer a mi lado.
–Hoy tengo que ir a trabajar, ya lo sabes, Iris.
–Pero si solo tienes que desviarte diez minutos –suplicó, remangando su suéter rojo hasta los codos–. Además, quiero lucirme frente a mis amigos.
–¿Llegando con tu hermano en una bicicleta? –arqueé una ceja, recibiendo por su parte una sonrisa, de esas que dejaban ver los pequeños hoyitos en sus mejillas, y la comprensión detrás de su mirada.
–Es mejor que nada, además. No soy de las que se avergüenzan fácilmente –afirmó, poniéndose de pie–. Te espero abajo, así que envía ese mensaje de una vez –solté un jadeó de sorpresa junto con una risa, cuando recibí un guiño de su parte–. Conozco tus mirada, hermanito, y esa es nueva –volvió a sonreír, cerrando la puerta detrás de ella.
Miré la pantalla de mi celular, el molesto en línea debajo de su nombre. Más tarde, le escribiría más tarde. Dejé que mis brazos se estiraran con pereza mientras me levantaba, y después de tomar mi mochila y las llaves, me detuve un momento frente al espejo, mirando el reflejo de mis ojos, sorprendentemente brillantes. Tal vez, Iam, tal vez.
…
–Pórtate bien, y has muchos amigos.
–Vete al carajo –respondió mi hermana ante mi burlona risa, dándome la espalda para entrar a sus clases.
–¡Yo también te quiero! –Fue lo último que dije antes de empujar el pedal y dar media vuelta, viendo por encima del hombro como volteaba los ojos, espejos de los míos.
Retomé la carretera principal, deteniéndome solo un momento para colocarme los auriculares. Los acordes bajos invadieron mis oídos, en una melodía lenta y envolvente. Me dejé llevar por la música más que por las ruedas, sintiendo los autos pasar como linces a mi lado. Voy dejando atrás las casas y los jardines coloridos ya familiares, subiendo y bajando por las calles, soltando una risa para mí mismo recordando el día de ayer, la lista de los retos. Me deslicé colina abajo, disminuyendo la velocidad, visualizando mi punto de llegada a pocos metros.
Estacioné la bici junto a un par de motos, bajo la sombra escasa de un árbol gentil. Reacomodé el asa de mi mochila sobre uno de mis hombros, y cuando estaba a punto de entrar al local, capté algo de reojo. Volví sobre mis pasos, y me detuve frente al letrero de un local al otro la calle.
–Gusta pasar –Me sobresalté por un momento, al escuchar el ofrecimiento del chico parado en la puerta, no mucho mayor que yo.
–Gracias, pero ahora mismo tengo algo de prisa –Miré nuevamente el cartel que adornaba la vidriera, donde yacía la biografía de varios escritores. Señalé una foto con el dedo antes de preguntar–. ¿Tienen algún libro de ella aquí?
–Sí, tenemos algunos –respondió, siguiendo mi mirada. Al parecer trabajaba aquí. El lugar con certeza era una librería–. Son los más caros que se venden.
–Cuánto, exactamente –quise saber, un poco asustado por la posible respuesta.
El joven de las mechas rubias y ojos caídos, aunque alegres, pareció notar el tenue miedo en mi pregunta, y con una sonrisa sutil, comprensiva, colocó una mano en mi hombro antes de decir.
–Ve a donde tengas que ir, pasa por aquí cuando regreses, veré que puedo hacer.
–Gracias amigo –extendí la mano–. Soy Iam, por cierto.
–Nyx –respondió a mi saludo, con una sonrisa amable–. Nos vemos más tarde, Iam.
…
Entré en el local casi a tropezones, a toda prisa por intentar no llegar demasiado tarde, tarea ya imposible de lograr. Escuché desde la primera sala la música proveniente del teatro, y disminuí mi velocidad, intentando no hacer ruido cuando empujé la puerta derecha. Frente a mí, se extendían en bajada largas filas de asientos en total oscuridad, y al final, donde las luces apuntaban, una voz familiar retumbaba en las paredes, fundiéndose con el aire en perfecta armonía. Descendí por los escalones laterales, observando desde lejos la banda que ensayaba en el escenario, y por las caras de los integrantes, juraría que se imaginaban que el teatro estaba lleno, y eran aclamados por la multitud invisible, que cantaba a coros sus letras:
Una y otra y otra vez
Me encuentro aquí
Una y otra y otra vez
Trato de seguir, salir.
A quién le importa si no estoy.
A quién le importa si me voy.
Susurré la última estrofa que ya me sabía de memoria, para luego escabullirme, agachado, por detrás del escenario, escuchando a la banda entonar las últimas letras de la canción. Pero mi intento de pasar desapercibido falló, cuando con el último acorde de la guitarra eléctrica me encontré de pie frente a mi jefe, que vestía su habitual negro, camuflado en la oscuridad.
–Tuve un imprevisto –justifiqué ante su mirada severa.
–No es que haya mucho que hacer aquí –enunció de esa forma tranquila, que asustaba más que cualquier grito–. Pero podrías tomarte la molestia de llegar temprano, si no es mucho pedir.
–No volverá a pasar –juré, y él asintió con la cabeza, aún con el ceño arrugado, haciéndose a un lado para que yo reanudara mi camino.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando pasé junto a él. El aura terrorífica que desprendía ese hombre no era nada normal.
–No le hagas mucho caso –me volteé con sorpresa en dirección a esa voz–. Revisamos los instrumentos antes de ensayar, las sillas siguen en sus sitios, y el baterista echó al gato que se había colado así que…, nos debes tu paga del mes.
Dejé escapar un par de risas, acercándome al vocalista de la banda, que estaba sentado en la parte trasera del escenario con una pierna colgando hacia el suelo, para chocar su mano en forma de saludo.
–Se los agradezco, pero déjenme algo que hacer, por favor –bromeé.
–Lo tendré en cuenta. –Se ajustó la pequeña coleta de risos, antes de ponerse de pie–. Nos vemos mañana, chico de mantenimiento.
Levanté la cabeza en un gesto de despedida, para incorporarme de una vez a mis respectivas tareas. Durante el tiempo tedioso de trabajo, me vi tentado a tomar el celular, con la esperanza de haber recibido algún mensaje de ella, o para enviarle uno, hasta que se me ocurrió una mejor idea, y me concentré en terminar lo más rápido posible. Este lugar me gusta y me asusta en iguales proporciones, porque cuando todos se van, solo queda un vacío y profundo silencio, interrumpido solo por mis tarareos desafinados, y algunos que otros breves sonidos. Y el silencio puede ser bueno, si tus pensamientos son buenos, porque una vez que el mundo se calla, los pensamientos gritan dentro de tu mente, como si estuvieran justo frente al micrófono. Mis pensamientos hoy no han dejado de cantar un nombre: Zoe, Zoe, Zoe.
El reloj por fin marcó la hora que tanto esperaba. Volví a tomar mi mochila, dándole un último vistazo al salón, que quedó en tinieblas cuando presioné el interruptor de la luz. Abandoné el teatro como mismo entré, en medio de tropezones por la prisa, deseando que Nyx mantuviera su promesa y la librería continuara abierta. Para mi suerte, así fue. A penas me recibió la tenue luz del sol de tarde, el chico de las mechas rubias continuaba parado en la puerta de enfrente, como si no se hubiera movido ni un centímetro de su asignada posición.
–Hola de nuevo –saludé, con los ojos entrecerrados por el resplandor.
–Hola, Iam –sonrió con gentileza, sin descruzar los brazos de su pecho–. Pasa.
Entré detrás de él, y el lugar repleto de libros me acogió enseguida. Siempre he creído que los lugares también tienen alma, como las personas, y el alma de este lugar estaba tan viva, tan repleta de historias que no cabían en los estantes, tan armoniosa como los cristales de colores que colgaban en las esquinas, convirtiendo el sol en fragmentos de arcoíris.
–Esto… ¿es tuyo? –curioseé, recorriendo la vista por el lugar.
–Es de mi tío, pero casi siempre soy yo el que está aquí –habló distraído mientras rebuscaba entre unos papeles–. Bueno, si no puedes pagar algún libro, tenemos otras opciones. Puedes llevarte el libro a casa por la mitad del precio después de firmar este documento, que básicamente dice que en caso de que le pase algo, es decir, se pierda, se moje o se rompa, debes pagar el resto del costo inicial. Lo puedes conservar hasta que termines de leerlo, y luego regresarlo en perfecto estado, por supuesto.
–Eso es genial, ¿dónde firmo? –me tendió una pluma y el documento, señalando la parte baja.
–Debes traerlo cada dos semanas, solo para asegurarnos de que sigue con vida.
–¿Con vida? –arqueé una ceja.
–Es una expresión –hizo un gesto con la boca, restándole importancia–. Aunque soy seguidor de la persona que dijo que los libros tienen su propio espíritu, ¿sabes?, y que cada vez que un nuevo lector devora sus páginas, este se fortalece.
–¿El lector o el libro? –Le entregué la hoja firmada.
–Ambos –dejó ver una sonrisa torcida–. Entonces, Iam, los libros de Alice Kellen están es esa estantería –movió la cabeza hacia su izquierda–. Avísame si necesitas ayuda.
–Gracias –asentí, antes de caminar en la dirección que había señalado.
Escuché los cristales retozar con el viento, mientras deslizaba los dedos por la variedad de títulos. Ya había leído un par de libros de esta autora, estaba seguro de que cualquiera sería maravilloso, pero yo necesitaba algo más que maravilloso, necesitaba algo que hiciera a una chica testaruda volver a creer en las novelas juveniles, en el romance. Saqué un libro pesado de la estantería, observando el azul de la portada, para después darle la vuelta y leer por encima de qué trataba la historia. Bingo.
–Me llevaré este –le avisé a Nyx, alzándolo en mi mano.
–Estupenda elección, Iam. –Me acerqué al mostrador para pagarle, y volver a agradecerle con un estrechón de manos–. Le encantará a esa chica.
Dejé que la expresión de asombro a la vez que de duda se abriera paso en mi cara mientras salía, pero no dije nada. ¿Por qué todo el mundo cree que me gusta una chica?, ¿me gusta una chica?, ¿me gusta Zoe?
El sonido de una notificación en mi celular me hizo sacarlo a toda prisa de mi bolsillo, pero la ilusión se esfumó cuando vi que era mi hermana, pidiendo que la pasara a recoger. Antes de subirme a la bici, tomé una foto del libro, adjuntándola a un mensaje para enviárselo a Zoe:
¿Lista para una visita a la Luna, chica número diez?
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