6- ¿Y si hacemos una lista?
El viejo estadio del pueblo llevaba demasiado tiempo abandonado a la suerte de la naturaleza. Al terreno marchito donde se practicaban los deportes lo rodeaban por un lado tres bloques de gradas con siete hileras cada una en orden ascendente, y por el otro, una alambrada extensa terminada en púas pequeñas, que siempre me recordaba a la de las cárceles de las películas, aunque la forma en que en ciertos lugares casi tocaba el suelo, no ofrecía mucha seguridad.
–Estuvimos cerca. –Lo escuché decir, sacándome de mis pensamientos–. De mojarnos, quiero decir.
–Ah, sí. Aunque tampoco tenía esto en mente.
Un rápido vistazo hacia arriba dejaba ver el desgastado techo de planchas de zinc, en las que la lluvia rebotaba esparciendo ruiditos intermitentes, y otras veces, el agua se colaba por los pequeños agujeros discontinuos cada dos metros o menos, salpicándonos de frío.
–Algo es mejor que nada –intervino ante mi boca torcida por la situación–. Si habláramos el tiempo pasaría más rápido –inclinó su cuerpo hacia atrás, recostándose en el concreto de la segunda hilera de gradas, y juraría que sus ojos se ensombrecieron levemente cuando preguntó–. ¿Por qué has estado tan callada?, ¿he ido demasiado rápido?
–¿Rápido?, pues, no lo sé. Tampoco sé qué quieres conmigo, y… –Mis tartamudeos nerviosos fueron opacados por su liviana sonrisa–. ¿Qué dije? –pregunté con incredulidad.
–Me refería a la velocidad de la bicicleta –apretó los labios, intentando contener la risa para disminuir mi vergüenza, si es que era posible.
–Claro, yo también –mentí, con los ojos demasiado abiertos para resultar creíble.
–No pasa nada –dejó escapar un pequeño gruñido mientras estiraba los brazos hacia arriba y los dejaba caer en reposo entrelazando los dedos en su nuca–. También podemos hablar de eso.
Abrí la boca para responder, pero me permití darle un par de vueltas a mis palabras antes de soltarlas, y opté por cambiar la vista al frente, donde podía ver a través de los pequeños agujeros del marco de alambre que se extendía frente a nosotros, como la tierra se encharcaba a pocos metros de distancia, y pequeños tallos verdes se hacían espacio entre el viejo césped marchito. Apreté la mochila que me había sido devuelta contra mi regazo.
–Sabes –Mi vista continuó distante cuando hablé–, Daniel solía acompañarme aquí muy seguido.
No estaba totalmente segura de por qué había dicho eso, y cuando volví a mirarlo sus ojos también se perdían en el terreno mientras soltaba una pregunta camuflada con una afirmación, o eso me pareció.
–Tu novio, el chico pelirrojo, supongo –Pude ver bajar y subir la nuez en su cuello después de aclararse la garganta–. Lo he visto de lejos varias veces aquí contigo, cuando venía a fumar.
–Sí, ese. –Una pequeña nostalgia me invadió por unos segundos. Como si estar en este lugar con otro chico fuera alguna especie de traición–. Cambiemos de tema, o mejor, volvamos al anterior –volteé mi cuerpo en su dirección, escudriñando los ojos de forma divertida–, ¿para empezar, qué quieres exactamente conmigo?
Iam
Me hubiera gustado decir unas cuantas cosas en ese momento, primero, que la pregunta correcta sería: ¿Qué no querría contigo? Pero claro, ante su mirada expectante, camuflando el nerviosismo con diversión, no me podía permitir soltar eso.
–¿Has oído hablar sobre la política de las puertas abiertas? –Frunció levemente el ceño–. Verás, consiste en no buscar algo en específico, porque eso condicionaría lo que vas a encontrar.
–¿Cómo?
–Mira, si buscas amor por ahí, tal vez te estés perdiendo de una buena amistad. Si buscas solo amistad, puede que dejes pasar la noche más loca de todas. Y si buscas solo sexo, no encontrarás nunca al amor de tu vida.
–Wao –parpadeó un par de veces–. La verdad es que tiene sentido.
–No lo inventé yo –me eché hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas–. Es una filosofía que sigo desde hace tiempo.
–Entonces, no cerremos ninguna de esas puertas –me dejó ver su sonrisa torcida, antes de soltar una pequeña risita que yo continué.
–Amigos, por ahora –le tendí la mano.
Estrechó mi mano, cerrando el acuerdo–. Espero que nadie nos vea por ahí, podríamos convertirnos en los protagonistas de una mala historia.
–¿Y por qué debería ser mala?
–Hasta ahora, todas las novelas juveniles con las que me he topado lo han sido, o por lo menos lo suficiente para que no haya podido terminar de leerlas.
Dejó descansar los brazos cruzados sobre su pecho, sobresaltándose a cada que un relámpago nos alumbraba la cara.
–No has encontrado la correcta. –Mi voz sonó casi como un susurro ante el fuerte ruido de las gotas de lluvia sobre nuestras cabezas–, suele pasar con las personas también.
–Tal vez –agregó después de unos segundos de silencio.
–Oye, ¿y si hacemos una lista? –se me ocurrió decir para apartar las sombras que habían aparecido en sus ojos.
–¿De qué? –preguntó con incredulidad.
–Para empezar, de las buenas novelas juveniles que deberías leer. Y antes de que preguntes, tampoco he leído muchas, pero por lo menos, si han sido buenas.
–Vale –deslizó su cuerpo un poco más cerca del mío–. ¿Cuál es la parte divertida?
–La parte divertida es que te reto a terminar de leerla antes que yo –observé desde un poco más arriba la chispa que se esparció en sus ojos, la misma de cuando jugamos al hockey aéreo, la misma que me hacía querer competir con ella.
–Te gusta perder, ¿verdad?
–Me gusta ganar, como presiento que lo haré.
Intercambiamos miradas y sonrisas burlonas por un momento, mientras sentía la lluvia disminuir la intensidad de sus estocadas contra el techo.
–Aprovechando que estamos haciendo una lista, ¿quieres agregar algo más? –inquirí.
–Claro. Espera –deslizó el cierra de su mochila para sacar una libreta y una pluma, luego añadió ante mi ceja levantada–. Habrá que hacerlo oficial, ¿no? –asentí, a la vez que ella hojeaba el cuaderno sin cuidado hasta llegar a una página en blanco.
Erguí la cabeza para ver lo que escribía, y solté una pequeña risa antes de volver a mi posición.
–"La lista de los retos’’. Muy original –ironicé.
–Cállate –siseó volteando los ojos–. ¿Qué novela leeremos?
–No lo sé, es mucha presión, deja que lo piense unos días.
–Está bien, pero…, oh, parece que tenemos suerte –señaló el campus con la cabeza–. Está escampando, será mejor que comencemos a caminar antes de que comience a llover de nuevo.
Se puso de pié, sosteniendo el cuaderno bajo el brazo. Sonreí sin que me viera, siguiéndola, recordando lo que pensé la primera vez que la vi, cuando supe que era ese tipo de chica, del que se arregla los cordones y no el cabello. Del tipo de persona que te saludaría con un fuerte apretón de manos, no con un beso en la mejilla, y si le es posible, un simple asentimiento de cabeza.
–Ya que no está lloviendo, podemos ir caminando –comenté ante su cara dudosa cuando llegamos junto a la bici.
–Pero… es un largo camino.
–Mejor –dije sin pensar, y giré la cabeza para encontrarla mirándome antes de que cambiara la vista con rapidez, remojándose los labios.
–Tengo otras ideas para la lista de retos –continuó la conversación, caminando a mi lado mientras yo llevaba la bici de la mano.
No podría recordar lo que ella decía en ese momento, sus pasos firmes y seguros, que no concordaban con los movimientos medio torpes de sus manos mientras hablaba, se llevaba toda mi atención.
–Hay una pregunta que no ha salido a la luz –parpadeé cuando se detuvo para preguntar, volviendo a escucharla– ¿Qué ganamos nosotros con esto?
–Orgullo –sonreí con picardía, antes de susurrar–, y lo que surja.
Dio un largo asentimiento con la cabeza, con el rostro divertido, y reanudó sus pasos, seguidos de mi par de piernas y las dos ruedas que llevaba conmigo, por ese camino donde parecía que las vías del tren se hacían infinitas, a la vez que pasaban una tras otra demasiado rápido. Mientras el cielo se había quedado tan callado, como si se le hubiera dañado la voz de tanto gritar en truenos, la escuché a ella decir a medio tono, con una mirada por encima del hombro:
–Lo que surja suena bien.
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