5- Cuestión de probabilidades
–Sí, eras tú –susurró, y dio un gentil asentimiento de cabeza a los niños que esperaban su turno para jugar.
Dejé que mi asombro se hiciera visible mientras rodeábamos la mesa. Forcé a mi mente para intentar recordar algo de esos tiempos, pero en mis recuerdos, yo estaba sola en el viejo estadio.
–¿Por cuánto tiempo estuviste haciendo eso? –interrogué con una ceja levantada.
–Más o menos... –recogió mi mochila del suelo, y dejándome aún más confundida, colgó un asa de su hombro antes de decir–, un año.
Mis ojos se abrieron con total perplejidad.
–Espera, me has estado observando desde hace un año, ¡¿y no lo había percibido?!
–No te escandalices tanto.
–¿Y qué haces con mi mochila? ¡Ey!
Caminó hacia la salida, ignorando mi pregunta, mientras yo lo seguía con un enorme signo de interrogación flotando sobre mi cabeza.
–Al principio me molesté un poco –habló cuando lo alcancé–, pensé que tendría que buscar otro lugar para fumar. Lo intenté, pero siempre tuve que volver, y conformarme con hacerlo detrás de los costados de las gradas. Mi intención nunca fue espiarte, ni nada por el estilo, como ya te dije, pensé que el lugar estaba desierto.
Suavicé mínimamente mi expresión ante esas últimas palabras, y escuchando con atención las siguientes, tiré de la puerta que daba al exterior y la mantuve abierta hasta que ambos salimos.
–Fue inevitable verte varias veces por semana –dejó escapar una risa seca–. Es muy divertido cuando pateas el suelo con frustración después de no haber logrado la maniobra que intentabas hacer.
–¿Es?, es decir, ¿lo continúas haciendo? –Casi pude sentir mis mejillas calentarse ante su sonrisa burlona–. No volveré a ese lugar –La leve y ya familiar brisa de tormenta que impactó en mi rostro me hizo consciente de que continuábamos caminando–. ¿A dónde vas?
–A dónde vamos –corrigió.
–¿Qué te hace pensar que iré contigo? –Comenzaba a cuestionar sus grados de cordura.
–Que pronto comenzará a llover, tu casa queda un poco lejos y creo que entre los dos, soy el único que tiene un vehículo de dos ruedas.
Estaba a punto de hablar, cuando nos detuvimos frente al pequeño estacionamiento junto a la sala de juegos. Volteé los ojos al ver la moto que se tendía frente a mí.
–Claro, tienes una moto –apoyé la frente en mis dedos índice y pulgar–. Debí imaginar que… ¿Iam? –En menos de un segundo había desaparecido de mi lado. El tintineo de una campanilla atrajo mi atención hacia mi espalda.
–Ojalá tuviera una moto –sonrió, apartando la mano de la campana del manubrio de una bicicleta–. Pero no me quejo, son todo ventajas: no contaminan el medio ambiente, no gastas en gasolina, haces ejercicio…
–Claro, y es muy sexy para las chicas –lo interrumpí, soltando una risa que el correspondió.
Recorrí con la vista la bicicleta celeste, en un intento de esquivar esa mirada intensa que reflejaba el gris del cielo. Aún no podía creer que me estuviera observando todo este tiempo. No recuerdo haber visto esta bicicleta en ningún lugar del viejo estadio, nunca. A propósito, el vehículo no lucía nuevo, mas estaba bien cuidado y limpio.
–Vamos –incitó, colgándose la mochila de ambas asas, para después encorvar la espalda, y señalar con el mentón el tubo que unía la parte baja del sillín con el manubrio.
Torcí la boca hacia un lado, comprendiendo que era el lugar donde debería sentarme. Iba a decir que no, pero el trueno seco que resonó en el cielo me hizo cambiar de opinión en cuestión de segundos. No podía volver a lloviznarme, no cuando faltaba poco tiempo para un partido importante y debía cuidar mi salud. Él se mantuvo callado, pero sin borrar esa sonrisa sínica de "no tienes otra opción", que yo comenzaba a detestar. Tomé aire con sutileza, y decidí hacerlo como cuando vas a bañarte y el agua está fría: contando, 1, 2, 3, ¡ya!
La bicicleta se tambaleo cuando me dejé caer en ella, acomodando los pies para que no llegaran al suelo. Sin decir nada, el chico estiró los brazos hasta alcanzar el manubrio, rodeándome con ellos. Desde esta posición, podía observar las figuras medio abstractas de la tinta en su piel. En el brazo derecho lucía la mayor parte, pero en el izquierdo, solo encontré el extremo de uno en la parte interior, que se perdía bajo su sudadera remangada, y que desde cierto ángulo, si pegaba el brazo a su cuerpo, se volvía invisible. Noté que no había dicho nada en estos minutos, como si supiera que lo estaba observando. Sin saber a dónde mirar, intenté encogerme para facilitar su trabajo de conducir, pero solo logré chocar mi espalda con su pecho, que era aún peor. Volteé la cabeza para decirle que se diera prisa, pero al instante volví la vista al frente al notar que en es esa posición nuestros rostros estarían demasiado cerca.
–¿Lista? –preguntó después de aclararse la garganta.
Noté que era una pregunta retórica cuando ya había impulsado un pie en el pedal derecho sin escuchar mi respuesta. Una pequeña sensación de nervios se apoderó de mí cuando descendíamos por la carretera, cada vez que las gomas subían y bajaban, mi pecho lo hacía también. Mis manos se agarraron con fuerza de los lados del manubrio, al lado de las suyas, el único lugar del que podía sostenerme.
–No hagas eso –siseó–, nos vamos a caer, no me dejas maniobrar.
–¿Y de dónde me sostengo, genio?
–Solo no hagas tanta presión. –Su voz salió entre dientes, mientras yo sentí la fuerza que hacía para contrarrestar la mía.
Las rocas pequeñas rosaban con las llantas, haciéndonos dar pequeños saltitos, mientras yo apretaba los dientes intentando contener mis nervios.
–¡Más despacio! –exigí.
Lo escuché soltar un suspiro, como reprimiendo lo que iba a decir, y aunque fue de mala gana, redujo la velocidad. Respiré un poco más tranquila, y me permití mirar de reojo las casas y árboles familiares que íbamos pasando, sin embargo mi preocupación estaba en la vía de tránsito, y mi mente formulaba todos los posibles, probables y hasta improbables accidentes.
–Nunca has… –habló cuando tomamos una curva, mientras yo me aferraba al vehículo para contrarrestar la inercia–, nunca has montado en bici, ¿verdad?
–No –admití–, y no es algo que quiera añadir a mi lista de cosas que hacer.
–¿Tienes una lista?
–¡Cuidado! –grité antes de cerrar los ojos.
Lo último que había visto eran las vías ferroviarias, y el tren acercándose por la izquierda a nuestra trayectoria. Mi pecho dio un vuelco, al sentir la bicicleta detenerse mientras escuchaba el crujir de las ruedas de la serpiente de hierro contra las vigas. A la vez que a mi espalda resonaba una risa, abrí los ojos de a poco, para darme cuenta de que estábamos a una considerable distancia del tren.
–Eres una paranoica –murmuró.
–Juraría que… –parpadeé varias veces, normalizando mi respiración–, estábamos mucho más cerca.
–A veces el miedo nos juega malas pasadas. –Mi mente seguía aturdida por la confusión–. ¿Creíste que no vería el tren?, he pasado por este lugar cientos de veces, y créeme, siempre miro bien antes de cruzar las vías.
–Sí, sí, olvídalo. –Sentí alivio de que no pudiera ver mi expresión avergonzada.
A más de siete metros, la máquina hacía crujir sus gigantes engranajes a una velocidad desesperadamente lenta, y fue cuando noté que apenas estaba saliendo de la estación. Ambos alzamos la vista al cielo, que nos recordaba con relámpagos lo que estaba a punto de ocurrir.
–Bueno –chasqueó los dientes–, si el destino tiene previsto que nos mojemos hoy, no hay nada que podamos hacer. Es cuestión de probabilidades.
Estaba a punto de darle la razón, pero a mi mente acudió veloz una idea. Volteé el rostro para decirle, pero mis palabras se atoraron por un momento cuando choqué con su rostro a esa cercanía, y después de notar que había levantado levemente una ceja, mirándome desde arriba, me aclaré la garganta para decir:
–Sé a dónde podemos ir –frunció el ceño–. Está cerca, solo tenemos que seguir a las vigas hacia el oeste por la derecha, y…
–Sí, creo que podemos llegar –me interrumpió, y comprendí que había entendido–. Pero sabes que tendremos que ir junto al tren, ¿verdad?
Volteé los ojos ante su expresión de burla, y voltearme hacia el frente, y sostener con fuerza el manubrio fue señal suficiente para que nos pusiera en movimiento de nuevo.
Seguimos al tren por la derecha, como si lo persiguiéramos, mientras yo no paraba de soltar incoherencias y él risas. Parecía que quería competir con la máquina de hierro, o con el viento, no sé, pero hubo un momento donde yo dejé de apretar los ojos, cuando sentí su mano encima de la mía, como para calmar mi miedo irracional racional para mí. No tuve mucho tiempo de preguntar, puesto que disminuyó la velocidad y volvió su mano a su antiguo lugar, cuando el viejo estadio, con los relámpagos como una cortina en el fondo, se hizo visible en la carretera.
Nota de la autora:
¡Hola!, un placer saludarlos de nuevo, aquí a las 12, como cenicienta, en fin..., ¿Qué les está pareciendo la historia?, cuénteme, amo sus comentarios.
Me disculpo nuevamente por las actualizaciones lentas, pero estoy en un momento de mi vida decisivo (de forma positiva) para mi futuro. Wao, decirlo (escribirlo) en voz alta da miedo, pero así es. Les prometo que actualizaré cuando me sea posible.
Quería comentarles también que se den una vuelta por mi perfil de Instagram: shei_exposito. Donde estaré publicando más escritos propios y pues, para conocernos mejor.
Esto es todo por hoy, gracias por leer y recuerden siempre que se les quiere. <333
¡Bye!
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