4- Te debo una explicación.
Estampo mi frente contra el escritorio, soltando un suspiro de frustración. Vuelvo a levantarme para mirar los apuntes de Física con cara de odio. Lo más que me molesta es que ni siquiera puedo decir "¿Y esto para qué sirve?", porque por desgracia, la física es la ciencia que mueve al universo.
Mientras lucho a muerte con un ejercicio sobre la energía cinética, escucho a mi madre hablando acercarse por el pasillo.
–… y aquí está, estudiando. –Le dijo a la pantalla, entrando sin tocar la puerta.
–Hola papá –saludé por la videollamada, a la vez que alejo un poco el celular que mi madre había pegado demasiado a mi rostro–. ¿Cómo estás?
–Aquí, esperando el tren para ir al trabajo –asiento con la cabeza, observando sus ojos celestes que tuve la mala suerte de no heredar–. Continúa estudiando, no quiero distraerte.
–¡Buenas! –vociferó Eileen, entrando al cuarto y dejándose caer en mi cama, como de costumbre.
–Necesitas estudiar –replicó mi madre, volviendo a la conversación.
–¿Qué tal señor Brown? –dijo mi amiga desde lejos–. ¿Cuántas galletas nos va a traer cuando vuelva?
–Buena pregunta –observo a mi padre del otro lado de la pantalla–. ¿Cuándo vuelves?
A penas solté la interrogante, cambió la vista hacia el frente, dejando ver el pequeño surco de canas que se asomaba detrás de su oreja. Fruncí el ceño hacia su actitud de silencio tan repentina.
–Bueno, cuéntame más sobre tu día –intervino mi madre, y se marchó de la habitación dándome una última mirada de "lo siento, luego te explico".
–Eso fue raro –opinó mi amiga cuando estuvimos solas–. ¿Está todo bien?
–No lo sé –viré la boca hacia un lado, apoyando el lápiz en mi barbilla–. Baja los pies de mis sábanas moradas.
–Tengo que contarte una cosa –agregó luego de voltear los ojos–. Me sucedió algo… raro.
–Raro es que yo consiga aprobar Física mañana.
–Creo que me gusta alguien –murmuró con una sonrisa.
–¿Quién? –interrogué, girando mi silla en su dirección.
–Bueno, ¿sabes que tomo el autobús todas las mañanas? –asentí–. Bien, pues hace unos días me senté junto a la ventanilla, como siempre, y en la penúltima parada antes de llegar a la escuela, un chico me lanzó un beso.
–¿Qué? –Solté una carcajada.
–Como lo escuchas. –Sus ojos negros brillaron con emoción, y algo de nerviosismo–. Él estaba sentado en la parada, y en cuanto me vio solo… me lanzó un beso estirando el brazo. ¿Pero sabes que es lo peor? Se lo devolví –abrí los ojos con perplejidad.
–¿Qué?
–Deja de decir qué a todo lo que te digo.
–¿Cómo que se lo devolviste?
–Pues… –comenzó a juguetear con mi almohada–, pensé que jamás volvería a verlo, y por una vez en mi vida actué de forma espontánea, y le lancé un beso antes de que el autobús lo dejara atrás.
–Estoy impresionada, no sueles ser extrovertida.
–Lo sé –asintió con frenesí, haciéndome reír–. Y se ha vuelto una costumbre. Todas las mañanas él está ahí, esperando su transporte a donde sea que se dirija, y me lanza un beso, y yo se lo devuelvo. Lugo nos miramos hasta que nos perdemos de vista.
–Eso suena como el principio de una historia de amor –sentí vibrar mi celular al recibir un mensaje.
De: ¡Pesado!
Ey
–¿Quién es? –preguntó Eileen al ver que volteé los ojos hacia la pantalla.
–Nadie, mala publicidad.
Ahora no puedo hablar.
Tecleé con rapidez antes de volver a la conversación. Pero su réplica no tarda en llegar.
Te veo en la sala de juegos.
Fingí que escuchaba a Eileen a la vez que miraba el celular de reojo.
Tengo que estudiar.
Yo también. Tráete los apuntes.
Alterné la vista entre mi amiga, los apuntes y el celular, y recordé la conversación pendiente que tengo con Iam.
–Eily, tengo que salir –decidí por fin–. Luego me sigues contando.
–¿A dónde vas?
–A estudiar a la biblioteca –mentí con una sonrisa fingida–. Necesito buscar algunos libros.
–Bueno, mañana te cuento como nos fue.
–¿Nos?
–Shaina vendrá conmigo mañana. Tenemos un plan –mordió sus labios con expectativa y ansiedad.
–Claro, Shaina –recogí el desastre de apuntes y los metí en mi mochila–. ¿Quieres que vaya también?
–¿No tienes que estudiar? –se reacomodó el cabello, poniéndose de pie.
–Sí, pero…
–No te preocupes –me sonrió antes de marcharse–. Te contaré todo con lujo de detalles.
Abrí la boca para decir algo, no sé muy bien qué, pero decidí formular un simple "diviértete", y después de recibir un guiño por su parte, reacomodé un poco mi coleta, tomé mi celular, y cerré la puerta de mi habitación detrás de mí.
…
Empujé la puerta de cristal con el costado de mi cuerpo. El cálido interior de la sala de juegos envolvió mi piel, y el recepcionista me dio la bienvenida con una sonrisa familiar. Recorrí el lugar con la vista, hasta que una mano alzada por encima de las demás atrajo mi atención. Caminé hacia la figura masculina que se recostaba con pereza a la mesa de futbolín, con mis manos colgando de las asas de la mochila. Mientras me acercaba, vi algo que no había notado hasta ahora. Tatuajes.
–Hola –dije al llegar a su lado.
Él solo inclinó la cabeza a modo de saludo, sin molestarse en descruzar los brazos de su pecho. Volteé los ojos y me recosté a su lado, mirando sus tatuajes con disimulo. No los había notado porque, ahora que caigo en cuenta, esta es la primera vez que lo veo con la sudadera remangada hasta los codos.
–¿Vamos a estudiar de pie o… –dejé la pregunta en el aire.
–No vamos a estudiar. –Su mirada no chocó con la mía hasta su siguiente frase–. Te debo una explicación –giró el rostro en mi dirección, y el impacto del gris de sus pupilas me tomó por sorpresa, haciéndome apartar la vista–, y una revancha también.
–¿Revancha? –fruncí el ceño.
Movió la cabeza hacia el frente, señalando la mesa de hockey aéreo, donde dos niños soltaban risas disparando el disco de un extremo a otro, muy poco preocupados por quien ganaría.
–¿Me estás retando? –formé una sonrisa de lado, imitando su posición de brazos cruzados.
–Así es –alzó una ceja con ironía–, ¿aceptas?
Giré la boca hacia un lado, como si lo estuviera considerando, para luego sonreír. Me incorporé de mi posición, y dejé lentamente la mochila en el suelo, sin apartar mis ojos de los suyos, que brillaban de diversión y… y otra cosa que no he logrado definir.
–Tomaré eso como un "sí, lo voy a intentar".
–Tómalo como un "sí, vas a perder" –soltó una risa burlona, pero yo solo alcé el mentón con seguridad.
Ya me había ganado una vez. Ahora era mi turno, era mi oportunidad. Caminamos hacia la mesa cuando los niños se fueron. Nos colocamos a ambos lados después de echar las monedas en la máquina, y empuñamos los mazos cuando comenzó a salir el aire de los pequeños orificios.
–Que comience el… ¡Ey! –apenas pudo defender su entrada de mi ataque repentino–. Siempre quise decir esa frase.
–Lo siento –mentí con descaro, golpeando el disco en una buena posición.
Las luces parpadearon con el primer gol, y un uno apareció en la pequeña pantalla frente a mí. Giré la cabeza hacia un lado con expresión victoriosa, a lo que él respondió: Este juego acaba de empezar. Y volvió a poner el disco en movimiento.
–Oye, creo que es un buen momento para que me expliques cómo sabías lo de mi camiseta de Brasil.
–Cuando tenía dieciséis –habló sin apartar la vista de la mesa–, mis padres me prohibieron fumar, así que comencé a buscar un lugar tranquilo –lanzó un ágil movimiento que apenas logré contrarrestar–, alejado, en el que no corriera el riesgo de ser visto. –Un golpe certero, y el disco se coló por mi ranura en una milésima de segundo.
Dejó que en su rostro se abriera paso una sonrisa ladina, que desapareció en poco tiempo cuando volvimos al juego, y mi silencio fue suficiente para que continuara con su historia.
–Y lo encontré. Encontré un lugar apartado, solitario, en el que podía fumar tranquilamente sin preocuparme por nadie. Hasta que un día… –El brillo de las luces lo hizo detenerse, indicando el gol que yo acababa de marcar.
–Hasta que un día… –repetí su frase, incitándolo a hablar.
–Una chica apareció en ese lugar. –Mis movimientos se hicieron más lentos–. Traía un balón desgastado debajo del brazo, y se había quitado el par de zapatos que colgaban de su otra mano. –Otra vez parpadearon las luces a mi favor, pero ahora sus palabras se llevaban toda mi atención–. Me escondí detrás de las gradas. La chica miró a su alrededor, y al no encontrar a nadie, dejó el balón en el césped marchito y comenzó a jugar.
Tragué con dificultad, intentando mantener el ritmo del juego, y con un inesperado golpe logré anotar de nuevo, notando que él estaba mucho más distraído que yo.
–Y esa chica… –bajé un poco la voz–, ¿jugaba bien?
–Más que eso, ella no jugaba, ella volaba entre la hierba seca. –Mi corazón se aceleró más que mi brazo, fallando a la hora de defender mi portería–. Parecía que controlaba el balón con la mente –alcé la vista un momento, para encontrarlo con la mirada perdida–. Más que jugar, bailaba con él, y a pesar de estar cubierta de fango hasta las rodillas, con la coleta sostenida a penas por unos mechones, la expresión de su rostro era inigualable.
Una fuerte exhalación y el marcador agregó un punto más a mi favor, aunque ya no me importaba mucho el juego, estaba más preocupada por el nudo que comenzaba a formarse en mi pecho.
–Nunca había vista a alguien tan feliz haciendo algo tan simple –continuó, y yo volví a anotar, alternando la vista entre él y la mesa–. Nunca había visto a nadie sentirse tan… libre.
Me había quedado sin palabras, pero mi cuerpo continuaba en movimiento, ganando otro punto. Sacó el disco de su ranura, mirándome por fin, mientras mis hombros subían y bajaban, adivinando lo que estaba a punto de decir.
–Esa chica usaba una camiseta muy peculiar –golpeó con fuerza, pero el disco rebotó en mi maso, consiguiendo otro punto para mí–. La del número diez del equipo de Brasil.
La música comenzó a salir de la máquina como un carnaval de luces, que parpadeaban en honor a mi victoria, mientras unas que otras personas aplaudían, nuestros cuerpos se mantenían inmóviles, solo mi mirada chocando con la intensidad de sus ojos grises del otro lado de la mesa. Hasta que por fin habló.
–Esa chica…
–Era yo –lo interrumpí, dejando escapar el aire por mis labios entreabiertos–. Esa chica, era yo.
Nota de la autora:
Buenos días, tardes o noches, queridos wattpaders.
Hola, soy Sheila, para los que aún no me conocen, y esta es mi segunda historia. La primera acaba de ser terminada, y la pueden encontrar en mi perfil.
Espero que les esté gustando hasta ahora, y les agradezco su paciencia y espera por las lentas actualizaciones.
Y..., bueno, un placer conocerlos, nuevos lectores y lectoras, nos veremos por aquí, por allá, por todos lados. Disfruten la historia, que ya les digo yo que esto promete.
Se les quiere <333
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