2- Personas permanentes
Las gotas gruesas de sudor emanan de mi frente como una cascada de agua salada. Miro a mí alrededor, veo a personas moviendo los labios, pero no las escucho. Mis oídos solo captan el compás de mi pesada respiración. Corro, salto, esquivo, volteo. Mis compañeros me hacen señas con las manos, pero apenas les presto atención. Es mi oportunidad, es mi jugada. Mis ojos alternan el césped, el balón en mis pies, y la portería que se acerca. Los escucho gritar mi nombre, pero no respondo, no me desconcentro. Unos pasos más y llegaría a mi objetivo. Era mi momento, o al menos lo era hasta que un choque me derribó al suelo.
—¡Falta! —Se escuchó el silbato del entrenador luego de señalarnos.
Me tomó un momento procesar lo que había pasado. Acostada bocarriba en el suelo, podía sentir el dolor en las costillas, y el césped me hacía cosquillas en la nuca. Una sombra tapó mi cara, y en lo que era mi campo de visión azul y blanco, se atravesó una camiseta rosa que no combinaba. De hecho, no combinaba en ningún lado, y mucho menos cerca de mí.
—¡Oh!, ¿te caíste? —La chillona voz me dolió más que el impacto de antes.
—No, Lía, no me caí —sonreí con ironía, poniéndome de pie-, tú acabas de empujarme. ¿O eres demasiado retrasada para darte cuenta?
—No comiencen, por favor —dijo su novio, acercándose a nosotras.
—No pasa nada, solo le recordaba a Zoe que no debe ser tan egoísta —cruzó los brazos sobre su pecho—. Tres de tus compañeros estaban libres.
—No soy egoísta —repliqué—,era mi jugada, hubiera anotado sino me hubieras derribado a propósito.
—Lo que tú digas. —Su mirada se endureció.
Apreté los puños a mis costados, cubiertos de tierra por la reciente caída. Estaba a punto de insultar a la falsa rubia cuando el entrenador dio por terminada la práctica.
—Esto no se quedará así —murmuré antes de darle la espalda.
Caminé a pasos largos hasta las gradas, donde Eileen me esperaba acostada boca arriba, balanceando el pie que colgaba sin llegar al suelo. Me senté a su lado, sacando la ropa de mi mochila para cambiarme, pero volví a guardarla, mi piel estaba manchada de fango, sería mejor ducharme en casa. Mi amiga permaneció en silencio, como muchas veces le gustaba hacer, aunque yo sabía que había visto lo sucedido.
—¿Te duele algo? —preguntó al fin, mirando al techo parcial del estadio con aburrimiento.
—No es nada —colgué la mochila en mis hombros.
—Está bien —se levantó con pereza para seguirme a la salida.
Volví a mirar atrás antes de salir, doblando el último bloque de gradas, a lo que Eileen preguntó, siguiendo mi mirada.
—Vamos a ver, ¿qué pasa con esa chica?
—No me psicoanalices —refunfuñé antes de seguir caminando.
Encogió los hombros, restándole importancia a la pregunta, y se adelantó un par de pasos para cruzar la calle.
—Me provoca ira, ¿sabes? —ignoré su sonrisa de satisfacción cuando hablé—. Solo es una Barbie frustrada que no pudo exhibir su cuerpo en una pasarela, y no le quedó más remedio que mostrar toda la piel posible en un campus rodeado de hombres.
—Deberías reflexionar sobre ese concepto —sacó su celular, conectando sus auriculares—. Te esperé para saludarte, pero ya debo irme. Shaina me está esperando.
—Está bien, ¿nos veremos mañana?
—No lo sé, yo te llamo. —Fue lo último que dijo antes de tomar la dirección opuesta a la mía.
El sol volvía a ocultarse detrás de las nubes mientras me dirigía a mi casa. Estaba distraída, pensando en si me daría tiempo a llegar antes de que empezara a llover, cuando pasé junto a un grupo de chicos que reían en la acera. Una rápida mirada fue todo lo que necesité para ver el rostro de Iam, que soltaba carcajadas al aire sosteniéndose el estómago. Aceleré el paso al pasar frente a él, intentando que no me viera. Recordar la vergüenza del otro día no era justo lo que necesitaba ahora. Pero me vio, y peor, me vio mientras yo lo veía. Hice un leve saludo con la cabeza antes de volver la vista al frente, y cuando pensé que me había librado sentí unos pasos a mi espalda.
—Ey, hola. —Lo escuché decir.
—Hola Iam, ¿Qué tal? —fingí una sonrisa, dándole la cara.
—Bien, ¿vives por aquí? —Una ráfaga de viento frío y polvo nos hizo a ambos entrecerrar los ojos.
—No, aún me falta un largo camino, y como verás está por comenzar a llover, así que adiós, espero verte...nunca —rió ante mi sinceridad, pero obvió mi comentario.
—Tengo que ir a la cafetería, es en la cuadra siguiente, ¿puedo acompañarte hasta allá?
Lo escudriñé con los ojos, solo habían pasado unos días, pero no lo recordaba cómo alguien amable, más bien todo lo contrario. Eileen me había enseñado que a veces las personas se comportan diferentes cuando están rodeados de gente, lo llama "presión social", o algo así.
—Has lo que quieras —respondí antes de seguir mi camino.
—¿Tu mejor amiga no viene contigo? —siguió mis pasos.
—No es mi mejor amiga —eché un rápido vistazo al cielo gris, y seguí hablando más para el cielo que para él—. Sabes, tengo una especie de maldición, siempre que quiero a alguien como mejor amigo, resulta que esa persona ya tiene un mejor amigo, o amiga, y ya me resigné a que podré tener muchas mejores amigas, pero nunca seré la mejor amiga de nadie, ¿me explico?
Un trueno seco resonó entre las calles, como una serpiente de ruido, en lo que yo esperaba su respuesta, a esa pregunta que no sé muy bien por qué hice. Tal vez lo de la presión social se aplica en ambos sentidos, tal vez actuamos diferente dependiendo del número de personas.
—Sí, lo entiendo. —Ambos no apuramos aún más al sentir las pequeñas gotas de lluvia—. Es como si quisieras ser un poco más permanente en la vida de los demás. —Por el tono de su voz, sabía que comprendía el sentimiento, y sus ojos también nublados lo confirmaron—. Eres más interesante de lo que pensaba, chica número diez. —Me miró de reojo.
—Me llamo Zoe, y estoy a punto de salir corriendo para no mojarme —dejamos escapar unas pequeñas risas—. Creo que estamos en situaciones parecidas, y dado que no me importa mucho la opinión que tengas de mí, que sea cual sea bajará bastante cuando salga corriendo, quiero hacerte una pregunta.
Nos detuvimos unos segundos bajo un árbol en la acera, lo menos recomendable en el inicio de una tormenta. El hedor que desprende la tierra mojada flotaba entre nosotros.
—¿Quieres ser mi persona permanente, Iam?
Sus ojos se abrieron con sorpresa, y algo de alegría. Yo no sabía muy bien cómo reaccionar a esta situación algo surrealista.
—¿Segura? —apretó los labios.
—Solo responde sí o no, pesado —reacomodé mi mochila.
—Sí, será un placer ser tu molestia permanente.
—Genial, porque jamás volveremos a vernos. —Casi no había terminado la frase, cuando me eché a correr con una sonrisa de victoria.
—¡Casi me lo estaba creyendo, te devolveré la broma! —lo escuché gritar, unos pasos antes de doblar la esquina—. ¡Por cierto! —Miré por encima del hombro—. ¡No sé por qué corres, el día está hermoso!
Lo vi seguir su trayectoria, caminando despacio, dejando que la lluvia le resbalara en el rostro. Negué con la cabeza con el ceño fruncido, y esta vez sí corrí sin parar, sin volver a mirar a mi espalda, intentando esquivar el agua del cielo que extrañamente él dejaba que lo tocara, quedando mínimamente complacida con la imagen de su cara cuando le propuse ser mi persona permanente. Tal vez no fue del todo una broma, pero él nunca lo sabría, me quedaría con la satisfacción de ese momento para siempre.
Una vez leí, por casualidad, que es más fácil hablar con desconocidos que con nuestros propios amigos, y era cierto. Esa pequeña confesión de antes nunca había salido de mis pensamientos, hasta hoy. Citando la frase del libro: los desconocidos nos dan más igual. Y sí, por una parte es cierto, pero Iam más que soltar confesiones me hacía sentir una seria necesidad de ganarle en todo, no puedo explicarlo con exactitud, y tampoco voy a pensarlo demasiado. De hecho, debería pensar en las mil formas en que mi madre va a matarme cuando llegue a casa empapada.
A pocos pasos de mi hogar, con los mechones que salían de mi coleta y se pegaban a mi cara mojada, con los zapatos cubiertos de fango y agua en mis vagos intentos de esquivar los charcos, distinguí a una figura en el umbral. Subiendo los pocos escalones, arrastrando tanto mis pasos como mi respiración, cansada del entrenamiento, distinguí a través de las pestañas mojadas y la oscuridad del día, a la persona que esperaba en mi puerta.
—Daniel. ¿Qué haces aquí? —El viento helado sobre mi piel húmeda me hizo frotarme los hombros, a la vez que analizaba el motivo de su presencia.
—Seré breve —se relamió los labios, observando mi desastroso aspecto—. Te extraño, vale, quiero arreglar las cosas.
Recuerdan hace poco cuando dije que estaba siguiendo, pues bien, acabo de retroceder veinte kilómetros.
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