11- El amor es surrealista (Parte 3)
La tarde de Eileen.
–Tranquila, todo saldrá bien, no pasa nada –dejé escapar el aire por la boca en un leve soplido, con los labios en forma de O.
–¿Estás hablando contigo misma? –Preguntó Shaina, que caminaba a un paso detrás de mí–, porque pensé que para eso yo estaba aquí, para que hablaras conmigo.
–Me estoy intentando auto convencer de que no estoy nerviosa –alisé con las manos mi falda de lunares blancos antes de seguir hablándome–. Proyecta lo que quieres mostrar: confianza, aptitud, seguridad.
–Ey, relájate –escuché su risa a mi espalda–. Sé tú misma y ya, no es tan difícil.
–Lo dices muy fácil –miré la hora en la pantalla del celular y apuré el paso, haciendo que mi amiga tuviera que dar un par de saltitos para alcanzarme–. Tú nunca dudas de tus cualidades, siempre te ves bien. Ni siquiera sé cómo haces para que los chicos te vengan a hablar sin mover un dedo –acomodé mi flequillo lo mejor que pude. No podía dejar de sudar y ni siquiera hacía tanto calor–. Y el colmo es que ninguno te gusta, si es que no te entiendo.
–Ni yo me entiendo –murmuró, y la vi patear una piedrecilla por el rabillo del ojo.
–¿Te encuentras mal? –encogió los hombros, pero luego de suspirar negó con la cabeza.
–Estoy bien, venga, vamos a llegar tarde a tu "cita" –dibujó las comillas en el aire.
–¿Y si no le gusto? –me detuve–. ¿Y si tiene novia?, o peor, ¿y si es algún enfermo mental?
–Pues serían la pareja perfecta... –Se plantó frente a mí, fijando sus ojos azulados en los míos–, porque te estás poniendo paranoica.
–Mejor vámonos. No me siento cómoda con estos zapatos –me excusé antes de dar media vuelta, pero volví a detenerme cuando sentí a mi amiga caminar detrás de mí–. Shaina, ¿qué haces?
–Venga, vámonos. ¿No es eso lo que acabas de decir? –encogió los hombros, haciendo que las puntas de su pelo rozaran su piel.
–¿No me vas a detener? –quise saber, arqueando las cejas.
–No, si quieres que nos vayamos, nos vamos y no pasa nada –pasó junto a mí, enmarcando en su rostro una maléfica sonrisa–. No es como si luego te fueras a comer la cabeza pensando en qué pudiera haber pasado ni nada por el estilo.
–No puedes usar ese truco conmigo porque yo te lo enseñé –crucé los brazos sobre mi pecho, alzando el mentón.
–¿Qué truco? –Torció la boca hacia un lado conteniendo la risa, fingiendo incredulidad, recibiendo una fulminante mirada de mi parte–. Bueno, ya que hemos venido hasta aquí para nada, será mejor que regresemos antes de que anochezca.
–Exacto –puse mis pies en marcha por donde habíamos venido, golpeando la calle con la suela de mis sandalias.
–Perfecto.
–Eso digo yo.
–Que bien que estamos de acuerdo.
–¡Maldición! –Di la vuelta otra vez, retomando con prisa la antigua dirección–. Y tú, ni una palabra. –Le advertí a la chica que sonreía con aire victorioso, e hizo un ademán de cerrar sus labios como una cremallera antes de continuar caminando a toda velocidad.
…
–¿Te quedó claro el plan?
–Esto me parece absurdo, Eileen. Aunque bueno, venir caminando desde la parada anterior también. ¿No era lo mismo haberse bajado en esta?
–No, porque…, porque… –titubeé.
–Ya, querías tener tiempo para volver sin que te viera en caso de que te arrepintieras por el camino –dejó que se le alzara una ceja, mientras recostaba el hombro al fino tronco del árbol detrás del que nos escondíamos, o intentábamos escondernos.
–Nos estamos desviando del plan, Shaina. –El sonido de los vehículos pasando a toda velocidad junto a nosotras me ponía aún más nerviosa–. Repasemos una última vez.
Miré hacia la parada de autobús despintada donde debería estar ese chico, esperando, como todos los días, solo que esta vez, yo iba a llegar caminando.
–Parecemos acosadoras –susurró mi amiga, asomando la cabeza por encima de la mía.
–Sh… –siseé, volviendo a esconderme detrás del pequeño árbol de la acera–. Escucha. Cruzas la calle hasta ese puesto de venta, haces como que vas a comprar algo, y te fijas si está ahí, y si está solo. En ese caso me haces esta señal dos veces –estiré mi brazo hacia el frente con la mano abierta–, entonces entenderé que puedo avanzar.
Bastaron dos parpadeos para que la chica estallara en risas a mi lado. Entendía que la situación sonaba algo ridícula, pero al menos tenía opciones, y normas, y pasos lógicos.
–No estamos en el ejército y esto no es una misión suicida –volvió a cubrirse la boca con la mano para opacar sus risas, yo solo respiré profundo–. Anda, ve.
–No, no, ¿qué haces?...
Antes de que pudiera notarlo, un empujón de Shaina me había dejado al otro lado del árbol, visible para las pocas personas que esperaban en la parada, y para el chico de los rizos negros al que le lanzaba un beso todas las tardes.
–Buena suerte, soldado –susurró Shaina, soltando una risita antes de escabullirse detrás del tronco.
Maldije para mí misma, respiré profundo, y me tomé unos momentos para pensar. ¡Qué demonios!, voy a hacerlo, no es como si fuera la primera vez que abordaba a un desconocido. Pero esto era diferente, de algún modo. Caminé a pasos largos, apretando los puños a mis costados. ¿Me veré bien?, ¿le gustaré de cerca? Sentí como la brisa despeinaba mi cabello hacia adelante, como si el viento quisiera empujarme a ese lugar. Ya a pocos metros, sentía como si el estómago y el corazón y los pulmones se pelearan en mi tórax, empujándose unos a otros como si en mi pecho hubiera un hueco por donde mirar al exterior. El chico descansaba en una banca, debajo del pequeño techo azul, junto al cuadro que establecía los horarios en casillas blancas y negras.
Él con los codos apoyados en los muslos, y yo controlando las piernas para que no me temblaran. Él relajado, con la mirada perdida en ningún sitio, yo, sudando, con la vista fija en algún punto de su rostro. Venga, Eileen, estás muy guapa, tú puedes. Miré hacia atrás por encima de mi hombro, Shaina me animaba desde aquel árbol con los pulgares arriba, y a su espalda, acababa de doblar la esquina el autobús donde supuestamente yo debería venir. Di un rápido vistazo a la pantalla de mi celular, las 5:48 PM. Noté que él hacía lo mismo, para luego peinar sus rizos hacia atrás, poner la espalda recta y fijar la vista en el largo vehículo que se acercaba. Sonreí. Estaba atenta a su expresión, esperando que se sintiera decepcionado por no encontrarme. Ese sería el momento perfecto para decir: ¡hola, sorpresa! Y ambos nos reiríamos a carcajadas de esta situación.
Miré por el rabillo del ojo. El autobús se estacionó en la calle, haciendo rechinar su puerta corrediza para que los pasajeros subieran o bajaran. Era ahora o nunca.
Me detuve en seco cuando lo vi sonreír, y lanzar un beso al frente. Seguí su mirada, otra chica le devolvía el beso desde el autobús, en el asiento continuo al que yo casi siempre ocupaba. La chica le dibujó un corazón en el cristal de la ventanilla, y a mí se me detuvo el mío, antes de que el vehículo retomara su trayectoria. De repente sentía la boca seca y el aire áspero. Él siguió a la chica con la vista hasta que se perdió en el horizonte. Parecía ser el único que no había notado mi presencia, cuando todos los transeúntes miraban con el ceño fruncido a la chica que se había quedado paralizada en la acera.
Giré sobre mis talones, volviendo a toda velocidad, como si la vergüenza me persiguiera. Qué patética, nunca fui yo, nunca. Solté todo el aire que estaba conteniendo. Menos mal que no me le acerqué, hubiera sido mucho, mucho peor. Al menos aún me quedaba algo de dignidad. Shaina guardó su celular cuando me acerqué, mirándome con incredulidad. Al parecer desde aquí no pudo ver con claridad lo que pasó.
–¿Qué sucedió?
–Nada –me dibujé una sonrisa, mirando mi falda–. Supongo que él era más de rayas –Ambas soltamos una pequeña risa. Sabía que aún no entendía, pero yo no tenía ganas de responder preguntas–. Shaina, ¿puedes volver sola?, es que tengo que hacer… algo.
–¿Seguro que está todo bien? –apoyó su mano en mi hombro.
–Sí, si de todas formas, no lo conocía de nada –hice un gesto con la mano, restándole importancia–. Aunque pudiera haber sido una bonita historia de amor, pero bueno, él se lo pierde.
–Así se habla –me abrazó de lado, y dejó un beso en el costado de mi frente antes de marcharse–. Nos vemos mañana.
–Bye –me despedí también antes de cruzar la calle, y caminar colina arriba, siguiendo al sol.
No sabía muy bien a donde iba, pero me encontraba en uno de esos momentos donde sientes que no perteneces a ningún sitio, y la única opción es seguir avanzando, hasta que se te pase esa cosquilla molesta en el pecho, que no duele, pero que tampoco te deja respirar a gusto.
…
Después de un rato caminando sin ningún rumbo en particular, ya estaba anocheciendo cuando divisé una figura conocida camuflada en la semioscuridad, sentada en la acera.
–¿Iam? –El chico levantó la vista, separando el cigarrillo de sus labios.
–Ah, hola –respondió desde abajo, confirmando mis sospechas.
–¿Qué haces por aquí?
–Estoy existiendo, ¿y tú? –volteé los ojos sin que me viera, notando desde mi altura lo despeinado que traía el cabello, como si hubiera pasado las manos por él demasiadas veces.
–Pues –me dejé caer a su lado, acomodando la falda debajo de mis muslos–, vengo de hacer el ridículo.
–Anda, como yo –soltó una risa ronca, en la que pude percibir cierta tristeza.
–¿Qué has hecho tú? –se me ocurrió preguntar.
–Intentar entender a las personas –dio una calada a su cigarrillo antes de tirarlo al suelo y apagarlo con el pie, con algo de rabia–. No sé para qué si al fin y al cabo cada cual actúa según su propia perspectiva de la vida, según su definición de lo bueno y lo malo, de la forma en que son capaces de apreciar la realidad. Puede que lo que para ti sea algo estúpido, para ellos sea la forma perfecta de demostrar amor, y viceversa. –Me quedé unos segundos en silencio, escuchándolo hablar con la mirada ausente.
–Creo que lo dices más para ti mismo que para mí –concluí–, pero igual tienes razón.
–Te diré una fracesita que le envié a Zoe hace un rato. En momentos como estos no me gusta tener razón. Verás… ¿cuál era tu nombre?
–Eileen.
–Verás, Eileen, el amor es surrealista.
–Dímelo a mí, Iam –solté una pequeña risa, mirando los últimos vestigios del atardecer que agonizaba sobre nuestras cabezas–. Dímelo a mí.
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