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10- El amor es surrealista. (Parte 2)


La tarde de Iam.

No sé cómo, pero con cada minuto que pasaba la clase de Historia parecía hacerse más larga. Solté otra exhalación de cansancio, mientras hojeaba el libro con una mano, apoyando mi mejilla en los nudillos de la otra, sin prestar atención a las palabras lejanas de la profesora. "Para eso memorizo el de Historia, que es casi más corto",  dejé escapar una risa ante el recuerdo de esas palabras. Zoe debe haber terminado ya el entrenamiento, y apuesto a que se divirtió mucho más que yo, aunque a veces parece tan concentrada en el juego que se olvida de disfrutarlo, y otras, la he visto correr, reír y patear el balón al mismo tiempo. Eso que ella hace con los pies, no tiene otro nombre que arte.

–¿Te quedarás aquí? –Volteé hacia atrás algo sobresaltado–. Acaba de sonar la campana –dijo mi compañera de clase mientras recogía sus cosas.

–Si hace solo unos minutos faltaba media hora –repliqué más para mí mismo que para la chica de los lentes, guardando mis libros también.

–El tiempo pasa rápido cuando haces algo que te gusta, o piensas en ello. A mí me encanta la historia, ¿y a ti?

Sus ojos azulados brillaron de emoción detrás de sus cristales, mientras se recogía el pelo en un cebollín.

–No exactamente –respondí con una sonrisa, pensando en lo que había dicho–. De hecho, creo que voy a reprobar.

–¿Quieres que te ayude a estudiar? –dejó la pregunta en el aire caminando hacia la salida. Tuve que parpadear dos veces para darme cuenta de que debía seguirla.

–No te molestes, además, no me conoces.

–Eres Iam, ¿verdad? –fruncí el ceño ante su pregunta–. He oído a los profesores mencionar tu nombre un par de veces.

–Ah –fue lo único que se me ocurrió decir.

Metí la mano en los bolsillos de mis pantalones, mientras la chica que sostenía los libros contra su pecho caminaba a mi lado hacia la salida.

–Soy Abby y hace unos meses que me transferí de escuela. Mi color favorito es el rojo, me encanta Harry Potter y el helado de naranja piña. Listo, ya nos conocemos, ¿cuál es tu excusa ahora? –chocó su hombro con el mío soltando una risa, y casi puedo jurar que vi rubor en sus mejillas.

–Bueno… yo… –El tono de mi celular interrumpió mis palabras cuando ya estábamos en la acera–. Espera un momento. –Abby asintió a la vez que yo me alejaba un poco para responder la llamada.

¿Iam, estás ocupado? –preguntó mi hermana del otro lado de la línea.

–No, acabo de salir de clases, ¿por qué?

No te enfades ¿vale? –reconocí a la perfección ese tono de voz.

–¿Ahora qué hiciste, Iris? –sujeté el puente de mi nariz.

He tenido un accidente y estoy en el hospital, pero no me ha pasado nada grave…

–¡¿Qué?!

–Estaba con un chico, en una moto, y el poste salió de la nada y…, bueno, ya te he dicho que estoy bien. Necesito que vengas a buscarme tú. A papá y mamá ni una palabra o te mato.

–Qué suerte que sobreviviste, porque te voy a matar cuando te vea. Voy para allá –colgué la llamada, para luego soltar una larga exhalación. No tenía muy claro si sentía ira o preocupación, creo que un poco de ambas.

–¿Pasó algo? –preguntó Abby a mi espalda. Me había olvidado por completo de su presencia.

–No, bueno, sí, no es nada grabe pero necesito ir al hospital ¿Tienes el número de algún taxi?

–Sí sí, dame tu celular y te lo registro. También guardaré el mío, si no te importa –asentí, sin darle mucha importancia.

Quería abrazar a mi hermana, y al mismo tiempo, lanzarle un zapato. ¿Cómo se puede ser tan irresponsable con veinte años? En menos de cinco minutos, el taxi ya había llegado, pero me pareció una eternidad comparado con la clase de historia. Le di las gracias a Abby por su amabilidad y antes de que dijera algo más, subí al coche y le indiqué al conductor donde necesitaba ir.

–¿No me vas a perdonar? –preguntó de nuevo, apoyando la cara en mi hombro con gesto suplicante, pero eso ya no funcionaba conmigo.

–Ya hablaremos de esto en casa, en cuanto salgan los resultados del resto de las pruebas.

–Pareces mi padre –se apartó de mí para recostar la espalda a la silla de la sala de espera, soltando un pequeño quejido de dolor–. Esas radiografías y que se yo no son necesarias, solo fue una caída tonta, a poca velocidad. Además, ya se hizo de noche, mamá sospechará si no llegamos a la cena.

–Más te vale que no haya sido nada –mascullé desde mi posición, con los brazos cruzados sobre mi pecho–. ¿Dónde está tu chico, te dejó en la calle y se dio a la fuga? –Bromeé, recorriendo el lugar con la mirada, pero no había más que batas blancas–. ¿Iris? –volteé a verla cuando no respondía, para encontrarla llorando, tapándose la boca con la mano.

Ni si quera lo pensé antes de rodearla con mis brazos, con cuidado de no lastimarla, dejando que ahogara sus sollozos en mi cuello.

–¿Qué se supone que dice un hermano menor en estos casos? –bromeé, intentando hacerla sentir mejor.

–¿Qué cómo lo pilles lo matas? –susurró.

–Eso no hay ni que decirlo –soltó una pequeña risa, aliviando un poco el nudo que se me había formado en la garganta.

No había visto llorar a mi hermana desde que tenía diez años, pero supongo que las personas fuertes también se desmoronan cuando las sacude el huracán correcto. En el buen o mal sentido. En este caso, en el malo.

Una notificación se dejó escuchar desde mi celular, haciendo que Iris se apartara un poco. Asintió con la cabeza, apartando los mechones negros de su rostro, indicándome que estaba mejor con una sonrisa, que respondiera. Dejé un beso en su frente antes sacar el celular de mi bolsillo. Era un mensaje de Zoe, hablando sobre los primeros capítulos del libro.

–Pensé que me quería –soltó mi hermana mientras yo leía, con el tono algo confuso y entrecortado–, ¿cómo pudo hacerme esto? –Me miró buscando una respuesta, una que yo no sabía darle.

–Tal vez percibiste las cosas de forma equivocada, no lo sé, Iris. Quizás te enamoraste de una ilusión y no de una persona –fue lo único que se me ocurrió responder–. Además, ese idiota acaba de demostrar que de ti no merece ni los buenos días. –Asintió, mientras yo respondía el mensaje.

De ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

El amor es surrealista, Zoe, pero ahora no es el mejor momento para discutir eso.

De: Chica N° 10
Para: ¡Pesado!

¿Qué pasa?

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

Estoy en el hospital.

De: Chica N° 10
Para: ¡Pesado!

¿Qué ocurre?, ¿estás bien?

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

Sí, no te preocupes. Mi hermana ha tenido un pequeño accidente de moto pero está bien, o eso dice ella.

De: Chica N° 10.
Para: ¡Pesado!

Ah, que susto joder. Se me puso el corazón en la boca.

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

¿Qué pasa perdedora?, ¿tenías miedo de que me hubiera pasado algo?, venga, confiesa.

De: Chica N° 10.
Para: ¡Pesado!

Pues no, listo, es que no sabría a qué biblioteca devolver el libro. Además, no sé si quisiera ser la última persona con la que hablaras por mensajes antes de morir, es mucha responsabilidad para mí. Así por curiosidad, ¿qué quisieras que ponga tu epitafio?, ¿lo has considerado alguna vez?

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

Eso no se hace, Zoe, ya hasta me había emocionado que te preocuparas por mí. ¿Por qué preguntas eso?, ¿estás planeando matarme? Y no, soy demasiado optimista para pensar en mi epitafio, no creo que se me pasara nunca por la cabeza. En cierta forma me asusta considerar esa opción, y es absurdo, porque todos vamos a morir tarde o temprano, cuando el destino decida. Es más, ahora te nombro oficialmente la persona encargada de escribir mi epitafio cuando muera, pero por favor, no utilices ninguna frase cursi.

De: Chica N° 10.
Para: ¡Pesado!

Lo de matarte no es tan mala idea, le daré un par de vueltas. Oye, ¿y por qué yo tendría que elegir lo que dirá en tu tumba?, no tenía que haber sacado el tema. Aunque pensándolo bien, no es tan mala idea. Podría decir: "Aquí yace el perdedor más grande del mundo". Como voy a ganar todos los retos de la lista…

De: ¡Pesado!
Para: Chica N° 10.

Lo llevas claro si piensas que te voy a dejar ganar. De hecho, se me ocurrió un nuevo reto, mañana te lo cuento.

Guardé el celular en mi bolsillo, más tarde revisaría si contestó algo. Las pruebas médicas llegaron y por suerte todos los huesos de mi hermana estaban en su sitio. Estábamos de pie en la acera esperando el taxi, cuando el celular de Iris comenzó a sonar. Al ver la pantalla, sus ojos se ensombrecieron enseguida. Pude deducir quien era, e intenté hablar con toda la calma posible.

–Ni se te ocurra contestarle a ese idiota –alternó la vista entre el celular y yo–. Iris –clavé mi mirada en la suya–. No. No es una buena persona.

–Solo quiero escuchar que tiene que decir…

–¿Estás mal de la cabeza? –Mi voz se alzó más de lo que debería–. Te dejó tirada en la calle sin preocuparse porque estuvieras viva o muerta.

–¡No fue exactamente así! –replicó, casi llorando.

–Iris, aléjate de él, quien quiera que sea. Por favor.

–Tú no me dices que hacer, ¡oíste! –Me dio la espalda, caminando con prisa en la dirección contraria a casa.

–Iris, estás actuando como una niña, ¡vuelve! –Grité, haciendo que se detuviera unos segundos.

–Tú no entiendes de amor, Iam –A penas la escuché, pero eso bastó para enfadarme a un punto que ya creía imposible.

–¿Y tú sí?, ¿te recuerdo como terminan tus relaciones? –No era consciente de la fuerza con que mi pecho subía y bajaba–. ¿Te recuerdo que acabas de salir de un hospital, con suerte viva, por culpa de un chico? ¿Qué va  a ser lo próximo?, ¿Qué te golpeen hasta morir? Aunque empiezo a pensar que eso te gustaría.

–¡Cállate! –escupió, volviendo hacia mí, alzando el mentón para poder verme a los ojos. Su cara seguía empapada de tanto llorar, pero su mirada se mantuvo firme cuando habló–. Métete en tus asuntos, y déjame en paz. Mis relaciones no son tu problema.

Sentía el aire pesado, como el azufre, saliendo con fuerza por mi nariz. Asentí con la cabeza, peinándome hacia atrás con los dedos. Esta vez no me sacaría de quicio, no lo haría, no.

–Cuando vuelvas a acabar en el hospital, no me llames a mí –Le sostuve la mirada, cargada de frustración y enojo, espejo de la mía, hasta que se dio la vuelta y echó a correr.

Me quedé estático unos segundos. Mal agradecida, tonta, ilusa. Salí disparado en la dirección contraria, sacando con brusquedad los cigarrillos y el encendedor de mi bolsillo trasero. A penas lo encendí, di una larga calada con una fuerte inhalación, intentando apartar los malos pensamientos. Joder, Iris, en qué líos te metes. Disminuí un poco mi velocidad, exhalando el humo hacia el cielo, dejando caer los hombros con cansancio, con agobio. Va a ser verdad eso de que el amor es surrealista, sobre todo con los hermanos, porque tenía tantas ganas de que ella chocara por las malas con la realidad como de pararme en medio y amortiguar su impacto con mi propio cuerpo.

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