8:33 a. m.
Al terminar la primera clase del día, Max salió al pasillo sin saber a dónde dirigirse. No quería ir con sus amigos. Sólo pensaba en lo que sucedió con su mamá la noche anterior. Se sentía tan mal por ello. No se hablaron en toda la mañana y cuando salió de su casa, ella lo miró con desilusión.
—¡Max! —gritó alguien en el pasillo.
Él se volteó inmediatamente. A lo lejos caminaba hacia él Alicia. Ésta avanzaba con sutileza entre la multitud y pedía disculpas con una dulce sonrisa a las personas que tropezaba. No traía puesta su gabardina.
Max levantó su mano y la agitó, queriendo demostrar que ya la había visto.
—Hola —dijo Alicia dándole un beso en la mejilla.
—Que tal —respondió él con poco interés en entablar una conversación.
—¿Te sucede algo?
—Nada.
—¿Estás molesto?
—No, no lo estoy.
—¿Seguro?
—Sí...
Se hizo un incómodo silencio. Max miraba a todas partes menos a Alicia, como queriendo escapar de allí.
—Bueno... creo que deberíamos ir a comer —dijo ella para acabar con la incómoda situación.
Ambos caminaron sin hablar por los pasillos del colegio en dirección a la cafetería. Alicia caminaba apresuradamente, queriendo llegar lo más rápido posible. Max casi tenía que correr para alcanzarla.
Cuando entraron en la cafetería, el ruido producido por las voces de todos al hablar imitaba el sonido de un panal de abejas.
—¡Mira, allá hay una mesa vacía —dijo Alicia enérgicamente, como si fuera todo un logro, mientras señalaba una mesa al fondo. Tomó a Max por el brazo y lo arrastró hacía allá.
Alicia se sentó inmediatamente, pero Max pareció pensarlo por un momento, quería estar solo.
—¿Comerás de pie o qué? —le preguntó Alicia.
Y Max se sentó frente a ella.
—¿Y Marko e Ian? —le preguntó él.
—Entran más tarde. A las nueve, creo –le contestó ella mientras buscaba algo en su bolso.
Alicia sacó una taza con cereal y la puso sobre la mesa. Después, comenzó a comer. Max sólo se quedó mirándola.
—¿Trajiste algo? —le preguntó ella
—No, olvidé mi desayuno.
—¿Quieres un poco?
—No, gracias, como tranquila —le respondió Max amablemente.
Luego se cruzó de brazos y comenzó a distraerse con las líneas que separaban secciones del piso de granito, y a repetirse una y otra vez: «Debo pedirle perdón a mamá».
—Escuche sobre lo que hiciste en la clase de algebra —le dijo Alicia de pronto, mirándolo seriamente mientras masticaba el cereal.
—¿En serio? —le preguntó Max con un interés repentino.
—Toda mi clase habló sobre eso.
Max se sintió satisfecho, se olvidó momentáneamente de sus preocupaciones y disfrutó del gusto que le producía la noticia.
—Dicen que avergonzaste al profesor Hardy —volvió a decir Alicia—. No me parece correcto lo que hiciste.
—¿Por qué?
—El profesor debe estar furioso, Max. Y tus notas no son buenas.
Pero a Max no pareció preocuparle.
—Como sea.
—No me gusta que actúes así. Tus notas últimamente no han estado bien. Sabes que Ian o yo podríamos ayudarte.
—Gracias Alicia, pero no necesito de su ayuda.
—Te lo digo porque te aprecio y me preocupo por ti —Alicia lo miraba fijamente, sus palabras eran las más sinceras. Ella era una de las mejores personas que Max podría tener cerca, pero él siempre ignoraba las cosas buenas—.Todos podrán estar riéndose ahora, pero Ian, Marko y yo seremos los únicos que estaremos ahí cuando todos olviden el tema.
—Te dije que no necesito ayuda, gracias —la interrumpió Max cruelmente. Miró hacia otro lado y espero a que ella terminara de comer.
Cuando Alicia terminó de comer, ambos se levantaron de la mesa y salieron de la cafetería. Se apreciaba la tensión que había entre ambos.
Max caminó con Alicia por el pasillo hasta que ésta se detuvo frente a la puerta de un pequeño salón.
—Debo ver matemáticas, nos vemos luego. Adiós —le dijo ella haciendo un gesto de despedida muy flojo con su mano.
Max la observó entrar a la clase y no supo que más hacer, había olvidado completamente en que salón vería su próxima materia.
Se quedó allí, mirando el suelo y con la mente en blanco. Para su suerte, justo antes de que interrumpiera la clase del profesor de matemática, apareció Ian y lo sacó de la confusión.
—Tenemos Algebra amigo —le dijo éste al verlo tan confundido, dándole una palmada en la espalda. A continuación, siguió caminando con la intención de que Max lo siguiera.
La próxima clase era Algebra, volvería a ver a Hardy y sintió un poco de miedo. Esta vez el profesor no toleraría otra broma en su clase. ¿De qué le había valido a Max actuar así en la clase anterior? Sólo tuvo un segundo de gloria y ahora estaba aterrado.
La clase de algebra quedaba a dos salones de donde se encontraban ellos.
—¿Qué hicieron en la clase pasada? —le preguntó Ian para romper el hielo.
—No mucho, creo.
—Llegué tarde y no entré. ¿Hardy no dijo nada?
—Prácticamente yo tampoco estuve en su clase.
Ian rio. Él constantemente llegaba tarde a clases, pero de igual forma, como era muy bueno con los números, tenía altas calificaciones
Ambos no se hablaron más en todo el camino.
Cuando entraron a la clase, Max se sentó en uno de los asientos del fondo, para que el profesor no lo notara tan fácilmente, e Ian se sentó delante de él.
La clase pasada Max no había prestado atención y que el profesor no hubiera tomado medidas en ese momento sólo significaba que ahora si lo haría.
En el pizarrón había un ejercicio. Parecía simple, pero el resultado llenaría toda la pizarra.
La clase comenzó, el profesor Hardy pasó asistencia, ordenó su escritorio con la mayor calma del mundo y caminó por las filas de asientos. Observó a cada estudiante con una mirada sugestiva. Luego pasó por la fila de Max y se detuvo justo en su puesto. Lo miró fijamente con una sonrisa y le dijo:
—Señor Carter lo veo más despierto. Pase y resuelva el ejercicio.
Ir al pizarrón era el boleto directo a la humillación mejor guardada del profesor.
Max no tuvo de otra que levantarse, si permanecía sentado o hacía una broma, esta vez Hardy sí podría avergonzarlo o enviarlo a la dirección, y eso sería como estar oficialmente condenado porque la directora era sumamente estricta.
—Tome una tiza de mi escritorio —le dijo profesor alegremente cuando Max estuvo al frente de la clase.
Max agarró la tiza y observó el ejercicio, ni siquiera sabía cómo empezarlo. En ese momento todos sintieron lastima por él a sus espaldas.
Pasaron cinco minutos y Max sólo fingía pensar y sacar cuentas. Escribía números y los borraba.
—El libro que no hace ganar mucho dinero podría ayudarlo, señor Carter. ¿Quiere leerlo?
Y toda la clase rio. Max no se volteó, sólo hizo como si no lo hubiera escuchado.
—Yo puedo hacer el ejercicio profesor —dijo Ian de pronto mientras se ponía de pie.
—No. Eso no sería justo, señor Parker.
—Disculpe, profesor, pero no creo que la directora esté a favor de obligar a un estudiante a realizar un ejercicio que no pude resolver porque ese tema pertenece a una clase que entra dentro del periodo de permiso por luto que le dieron por la muerte de su padre.
Lo último no fue cierto, pero sonó tan convincente que el profesor accedió de inmediato a dejar que Ian hiciera el ejercicio.
—Señor Carter, siéntese —dijo Hardy—. El señor Parker hará el ejercicio por usted. Eso sí, ninguno de los dos tendrá la nota.
Max se dirigió a su asiento con una expresión de derrota. Miró a Ian cuando éste pasó a su lado, pero no le dijo nada.
Ian comenzó a hacer el ejercicio, y lo hizo parecer fácil. Pasaron algunos minutos y ya había llenado toda la pizarra.
—Listo —dijo mientras escribía el último número del resultado—. Terminé.
El profesor no se preocupó en revisarlo, le indicó a Ian que se sentara y volvió a su escritorio algo enfadado.
Max no le agradeció a Ian por salvarlo de la vergonzosa situación.
3:19 p. m.
La última clase del largo día era literatura, una de las pocas asignaturas, de un total de catorce, que no había reprobado; sin embargo, por primera vez, poesía y libros de autores ingleses no eran temas que despertaran su interés.
Comenzó a pensar en los libros, en la similitud que tenía su colegio con el de la historia. Las coincidencias entre ese personaje y él. A ambos les agradaba la literatura. Max estaba en cuarto año de secundaria, al igual que el protagonista; sin embargo, en su colegio había tres secciones por cada grado, cada una con más de veinte estudiantes y a no ser que interrogara a cada persona sería muy difícil hallar una respuesta.
En el salón había un agradable silencio, algo extraño considerando que su sección estaba tildada como «la peor del colegio». La profesora Starnes estaba escribiendo en la pizarra material de interés sobre obras de Jane Austen.
Faltando alrededor de diez minutos para que finalizara la clase, una pequeña bola de papel, arrancado de un cuaderno, había aterrizado en su mesa.
«Xbox. Mi casa. Hoy. 4:30 p. m. —Marko».
La letra en el papel era difícil de leer, ya que era muy pequeña y la tinta del lapicero estaba regada por doquier. Max tuvo que entrecerrar sus ojos para poder entenderla.
Pensó que le haría bien salir de su casa y distraerse. Rápidamente planificó su tiempo, algo que no hacía desde hace mucho. Decidió llegar a su casa, leer y luego ir a la casa de Marko, quizás podría contarle acerca de los libros, necesitaba hablar con alguien sobre eso.
Dio vuelta al trozo de papel y escribió: «Bien. La próxima vez usa una hoja más grande».
3:32 p. m.
Al finalizar la clase, la profesora Starnes le estuvo preguntando a Max sobre su falta de interés que tuvo. Él se excusó diciéndole que había estado leyendo toda la noche y que no había tenido tiempo de dormir, eso provocó que la profesora le mostrara una expresión de encantó ya que pensó que él había estado leyendo alguno de los libros que ella había asignado.
Cuando salió del salón, Marko estaba esperándolo. Éste le entregó un papel, le dijo que allí estaba la dirección de su casa y se marchó enseguida.
Max se quedó de pie frente a la puerta principal del colegio, observando a Alicia subir al autobús escolar y a Marko e Ian entrar en los automóviles de sus padres. Verlos provocó en él una sensación de tristeza al recordar todo lo que había perdido.
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