8: 15 p. m.
Ese libro fue como un fuerte golpe en el estómago.
«Sé lo que haces», «Te conozco», esas palabras tuvieron gran impacto. Él estaba al tanto de lo que hacía, pero no entendió como el autor de los libros, que nunca dijo su identidad, también lo sabía. Alguien había estado observando todos sus movimientos como una sombra.
Max permaneció con el libro abierto presionado contra su pecho y con una mirada fija hacia el frente, neutra y perdida en la pared de color gris. Por su mente pasaban miles de pensamientos que chocaban entre sí.
Sin embargo, aunque tenía miedo, una parte de él se sintió satisfecho, alguien se había preocupado por él y de esa forma le hicieron aceptar que había más personas, como su madre y amigos, que también lo hacían. Personas que querían mostrarle un camino.
Recordó todo lo que había provocado y se sintió como la peor persona en el mundo. Su respiración aún seguía acelerada y la sensación de culpa que tenía se transformó en arrepentimiento.
Max sólo vivía para anhelar las cosas que tenían otros, desde la muerte de su papa había actuado así. Aunque se hubiera sentido tan mal por perderlo, nunca debió hacerle daño a alguien. Se sintió una persona tan falsa.
No había más libros y ese último era una despedida. Sintió que le debía algo al protagonista de los libros y quiso conocerlo y brindarle su apoyo, ese que se negó a brindarle a su amigo; pero primero debería arreglar toda la situación en la que estaba metido y eso sería el mejor regalo para el autor de los libros.
La razón que lo llevó a hacerle caso a lo escrito en los libros era algo peculiar, ya que su mamá solía darle los mismos consejos; pero lo que leyó hizo más efecto. Quizás conocer que existen vidas más complejas, con más problemas que las nuestras, es todo lo que se necesita para volver a creer que no todo es parte de un metro cuadrado y que las apariencias engañan.
Esa historia era sincera y lo cautivó completamente.
Aunque no pudo lograr divisar completamente quien era el autor de los libros, no se sintió mal por ello. Muchas cosas podrían ser capaces de dar vueltas una y otra vez en su cabeza, pero ahora lo importante no era adivinar quien escribió todo aquello, sino lo que pretendía.
Max esperó que no fuera demasiado tarde para remediar todo el caos. Mañana lo esperaría un excelente día.
Se levantó para apagar la luz. Ordenó todos los libros en la mesita de noche y se fue a dormir aún con la sensación de intimidación que lo invadió al terminar de leer; pero al mismo tiempo más elevado que cualquier otro día.
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