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6:00 p. m.

El intenso frío y el dolor de cuello hicieron despertar a Max.

Colocó sus pies en el piso y sintió un escalofrío, ya era tarde y la temperatura a esa hora había disminuido considerablemente.

La habitación estaba completamente a oscuras. Dio pequeños pasos de inseguridad y comenzó a palpar la pared hasta encontrar el interruptor. El foco iluminó cada rincón de la habitación con una potente luz blanquecina.

«¿Debería leerlos en sólo una noche?», se preguntó al observar los libros.

Pero lo que menos quería era estar distraído y no notar las señales de los siguientes textos. Por ello decidió terminar de leerlos luego, así disfrutaría mucho más de la lectura.

Salió al pasillo y asomó la cabeza adentro de la habitación de su madre. No había nadie allí, el foco estaba encendido y la habitación emitía mucha tranquilidad. Sobre el colchón descansaba un uniforme de enfermera, doblado con sutileza. Supo que su madre ya se encontraba en casa.

Al bajar las escaleras percibió un aroma a café recién preparado.

Se acercó a la cocina y se detuvo en la puerta. Su madre estaba de espaldas, vestida como si fuera parte de las telenovelas que veía, y cocinando.

Max entró, pero antes de dar señales de que estaba allí, se quedó mirando la mesa de la cocina, sumamente confundido porque uno de los libros que había recibido se encontraba sobre ella.

Se dirigió rápidamente hacía la mesa con pasos suaves, como si levitara en el aire, y puso la palma de su mano en el libro. Luego observó a su madre, quien no se había percatado de su presencia todavía, y una sensación de temor apareció en su pecho.

—Mamá... —dijo Max con un tono de voz suave y que demostraba confusión al mismo tiempo.

La mujer miró hacia atrás rápidamente mientras sostenía un sartén sobre la cocina.

—Cariño, hola... siéntate. —La voz de su madre era muy amena, podría ser capaz de brindarle seguridad a cualquiera.

—¿Que hace este libro aquí?

—Oh, cierto... lo había olvidado. Lo tomé de tu habitación —dijo ella con una inmensa alegría. Quería que Max se sintiera cómodo. Se estaba esforzando mucho por ser la mejor mamá esa noche.

—¿Lo leíste? —Max cada vez se mostraba más nervioso.

—No. Iba a hacerlo, pero la comida es lo primero.

Max soltó un leve y discreto suspiro, al saber que su madre no lo había leído, todo lo que sintió fue tranquilidad. Lo que menos quería era explicarle el asunto y tener que escuchar sus reproches por no haberle contado sobre cada cosa cuando se vieron en la mañana. No quería perder esos libros, cosa que ocurriría si su mamá llegara a enterarse de todo. Agarró el libro y se sentó a esperar la comida.

—¡La comida está lista! —dijo su madre mientras terminaba de colocar salsa a la pasta que había preparado. Luego sirvió la cena y se sentó frente a Max.

—De nuevo Pasta —dijo él—. ¿No hay otra cosa?

—Sabes que eso es lo único que me queda bien —le respondió su mamá tratando de hacer cómico el momento.

—Claro... —le dijo Max, en un tono más hiriente que sarcástico—. Sé que si papá estuviera aquí, iríamos a cenar afuera.

—Basta, por favor.

—¿Te molesta que hable de él? Por supuesto... nunca quieres que te lo mencione. —Max se levantó y tiró la silla hacia atrás bruscamente—. ¡No entiendo cómo puedes ser capaz de querer olvidarlo!

Golpeó la mesa con ambas manos y se fue de la cocina llevándose el libro.

Su madre esperó a que él cruzara la puerta para comenzar a llorar.

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