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2: 26 p. m.

Max se quedó dormido en una incómoda posición. En su mente había quedado grabada la última frase del libro donde se evidenciaba la afortunada vida del personaje. Estas últimas líneas le hicieron añorar la época donde tenía una familia perfecta.


Dos horas después llegó su madre y se encontró una mochila tirado en suelo. Comenzó a llamar a Max con un tono de voz que expresaba claramente lo indignaba que estaba.

—¡Max! ¡Ven aquí enseguida!... ¡Maximiliam!

La mujer dejó en el perchero una gabardina de color verde oscuro y mostró el uniforme de hospital que había ocultado cuando estaba en la calle.

Entró en la cocina y casi se desmaya. El plato lleno de comida arrogado en el fregadero y la lata de gaseosa en la mesa demostraban todo el desastre que puede hacer una sola persona.

Salió de la cocina agitando las manos y fue hacia el sofá de la sala. Llevaba horas de pie, por lo cual sintió una comodidad inmensa al sentarse. Acomodó su liso cabello negro de manera que callera como cascada detrás del sillón y apoyó su cabeza en el espaldar, cerrando los ojos por un instante.

Max había heredado muchas cosas de su padre, como el hábito al desorden, el dormir mucho durante el día y poco durante la noche... Cada vez que ella veía a su hijo también se reflejaba la imagen de su difunto esposo. Ella lo extrañaba tanto. Lo seguía teniendo en el corazón, pero le dolía no poder tenerlo entre sus brazos.

Tras unos segundos de descanso, la mujer se levantó como si ya hubiera terminado su carga de energía y volvió a entrar en la cocina para limpiar el desorden de su hijo. Agarró la lata de gaseosa, la miró con aborrecimiento y la tiró en el cesto de la basura. Luego lavó, con atentica molestia, el plato que estaba en el fregadero.

Se sentó en uno de los taburetes de la cocina y tomó todo de la mejor manera.

«Perfecto, no limpiaré más por las mañanas», se dijo.

Caminó fuera de la cocina con una postura recta y subió las escaleras. Al llegar al siguiente piso, se dirigió en seguida hacia la habitación de Max. Fue pensando en las mejores palabras que pudieran expresar lo enojada e indignada que estaba.

Abrió la puerta rápidamente y entró en la habitación, preparada para regañarlo. Pero lo encontró durmiendo. Desde el marco de la puerta lo miró con una sonrisa. Pensó en lo ruda que a veces era con él, y se acercó para acariciar su cabello. Le dio un beso en la frente y decidió ignorar el desorden que él había hecho en la cocina.

Cuando ella pensó en salir de la habitación, notó que Max tenía un libro en su pecho. Y al virar su mirada en dirección a la mesita de noche, observó todos los demás.

Tomó el libro que estaba sobre él y detalló la cubierta. Luego salió de la habitación llevándose el libro con ella.

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