Sintió un relámpago de emociones conflictivas pues se sentía feliz y a la vez desesperado por conocer el nombre del autor o una explicación suficientemente buena para todo lo sucedido. Aún no entendía por qué le habían dejado esa historia a él, se preguntaba si era el único que había leído los libros, si la historia era real.

Dirigió su mirada hacia la ventana, el cielo estaba gris y se podían observar pocas estrellas. Las nubes de tormenta habían desaparecido para dar paso a una inmensa luna que le pareció indiferente.

En la mesita de noche estaba su despertador, detrás de los libros y mirando hacia la pared. No comprendió que el reloj caminaba hasta que decidió tomarlo y notó que señalaba casi las doce con una luz led de color verde. Se había entretenido tanto leyendo que se olvidó del tiempo. Era muy tarde y supo de inmediato que dormiría poco.

Se distrajo viendo cambiar los números; las 11.58, las 11.59, así hasta que llegó a las 12. Su madre siempre lo obligaba a irse a la cama muy temprano, decía que era por su salud y sacaba una extensa conversación sobre los beneficios de dormir bien, la charla en sí ya era un incentivo para ir a dormir. Ella sentía la necesidad de esparcirle todo lo que había aprendido en sus días de universidad, quizás en el fondo esperaba que su hijo siguiera sus pasos, pero esa idea no pasaba por la mente del chico.

Era imposible que él  estudiara medicina ya que no podía ver sangre. Cuando lo hacía su estómago parecía querer salirse y un dolor de cabeza llegaba de inmediato.

Él estaba en los últimos años de secundaria y en ocasiones pensaba en lo que quería hacer y lo que quería estudiar. Por los momentos sólo tenía una meta clara, una que aún permanecía aunque pasaran los años: ir a aquellas ciudades en la que nunca había estado, pero que lo llamaban. Una vez le contó a todas las personas que alguna vez le importaron sobre las grandes metas que quería cumplir: estudiar fotografía y viajar por el mundo, por ejemplo. Sin embargo, para él en ese momento todo era borroso. ¿Qué pasaría si sus metas no se cumplen? ¿Tendría que cambiar todo lo que dijo a las personas e inventar una buena excusa?

Una sensación en su pecho apareció de la nada cuando volvió a mirar el último libro. Esta creció y se aceleró aún más cuando lo sostuvo en sus manos. Hasta ahora todos los libros eran seductores; desde su extraña encuadernación que incluía muchas hojas en blanco y sólo las primeras con texto, hasta la manera que tenía cada párrafo para expresar todo lo que el autor sentía.

Se quedó mirando un momento el libro de color negro que tenía en sus manos y tuvo la esperanza de que en él se revelara el nombre de aquel autor misterioso, que fue capaz de dejar una caja en su puerta en altas horas de la noche. También estaba un poco triste porque percibía que quizás todo estaba a punto de llegar a su fin. Aunque al principio estaba muy nervioso con la idea de leer los libros, y ahora tenía miedo de que el último libro contuviera una bomba o alguna sustancia tóxica que acabara con su vida, no se arrepentía de haberlos leídos. Aquellos libros le habían regalado la mejor noche de insomnio literario que jamás hubiera tenido.

Con sus manos temblorosas abrió el libro y lo primero que pudo notar fue una simple palabra que expresaba mucho.

«Hola».