Una niña aferrada a sus miedos, unos ojos vacíos y una sonrisa triste es todo lo que veo del otro lado. Me austa y me obligo a apartar la mirada, pero no puedo escapar, no de mi misma. Una vez más vuelvo la vista, reúno toda la fuerza de la que soy capaz y me miro al espejo.

—Perdóname— es todo lo que logro decir mientras un surco de humedad se abre paso en mis mejillas. —Perdón por no salvarte, por haberte dejado morir así, no merecías esto y lo permití. Perdóname si no soy suficiente, si te abandoné a tu suerte y dejé que las inseguridades tomaran el control, ahora te veo y no te reconozco, no queda nada de aquella hermosa sonrisa, de aquella energía vibrante que desprendías, de aquella chica llena de sueños por cumplir— otra vez la humedad, pero esta vez no es un simple surco, ha empezado a llover.

Sigo escarbando las cicatrices y cada vez duele más. No hice nada, al menos me siento orgullosa de aparentar ser imparable, pero ella, la chica al otro lado del cristal conoce mi secreto, soy tan frágil como una hoja seca en pleno otoño y ahora frente ella, mirándola a los ojos no puedo ocultarlo.

—Quiero que sepas que lo he intentado, he sido fuerte cuando ha sido necesario pero ya no más— una vez más me derrumbo. —Odio que sientas que a veces no vale la pena vivir, odio que ya no te ilusiones por cualquier tontería como solías hacerlo, odio que hayas tenido que matar un poco a tu niña interior para sobrevivir, odio todo lo que nos ha pasado, los días malos, las lágrimas, los insomnios....—

Mis ojos están rojos he inchados, un dolor abrazador me recorre el cuerpo, los espasmos que me sacuden simulan los vientos de un huracán.

—Estoy orgullosa de ti— escucho en un susurro lejano.

Levanto la vista y esa que me devuelve la mirada me sonríe, yo me estoy deshaciendo y ella aún llena de heridas y marcas me sonríe y me dice que está orgullosa.
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