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Capítulo 53

Cuando miramos al pasado no siempre nos gusta lo que vemos. Recordar es la palabra que probablemente nadie ha pesado como un claro ejemplo de lo que nos hace humanos, pero no nos referimos al "recordar" como un instinto primitivo, más bien como un mecanismo creado con emociones.

Cerrar los ojos y revivir un momento vergonzoso o doloroso puede hacernos sacudir la cabeza o llenar nuestros ojos de lágrimas, sobre todo cuando no hemos sabido perdonar ciertas culpas o remordimientos, pero con el tiempo y el suficiente esfuerzo es posible mirar al pasado y sonreír con una paz infinita en el corazón, porque lo que realmente importa es el presente.

Marinette si bien no tuvo una vida escolar muy agradable, se compensaba con tener a Luka a su lado y a sus padres esperando por ella en casa. Ya adulta tuvo que enfrentar verdades dolorosas sobre una persona en quien confiaba y que amó con todo su corazón. Fue difícil, una ruptura siempre es difícil, más aún si hay un tercero involucrado, pero lo pudo superar con el tiempo y perdonar para no opacar su futuro.

Ella miraba su pasado junto a Nathaniel con afecto en algunas ocasiones, ya que no podía negar los buenos momentos que pasaron juntos. Pero como toda acción siempre tiene su consecuencia, la suya lamentablemente fue volverse más desconfiada y lo que es peor, dejar de creer merecer amor nuevamente.

Adrien por otro lado, la ausencia de su padre y la difícil situación económica de su madre lo hizo madurar demasiado rápido y perderse de cosas tan simples como salir a jugar durante vacaciones. Definitivamente era un niño bien portado, porque tuvo la necesidad de ver lo mucho que su madre se esforzaba por llevar el pan a la casa y mantenerlo abrigado en invierno a costa de su propio bienestar. Estudió mucho, y jamás se rindió ante las dificultades que la vida le presentaba, se mantuvo optimista hasta en sus días más oscuros y dolorosos. La llegada de su hermano menor fue una alegría que no sabía que podía llegar a sentir, ese ser tan pequeño y desprotegido hizo que los esfuerzos de toda su vida valieran la pena, pero junto a esa felicidad también venía una desgracia enorme, ya que el diagnóstico de su madre no era prometedor en ningún sentido. La vida lo golpeaba nuevamente, pero esta vez quizás fue demasiado cruel. Vio la vida de su madre apagarse lentamente y con dolor, con su hermano en brazos, lleno de promesas que se obligaría a cumplir a toda costa.

Pocas veces Adrien se había abierto a una relación, y no es que pensara que no merecía ser amado, simplemente su corazón era completamente de su pequeño hermano. Y eso fue así hasta que tropezó con Marinette en uno de sus tantos días llenos de desgracias. Ella fue el rayo de esperanza que ya estaba perdiendo y no dividió su corazón para nada, sino que lo hizo más grande.

Quizá fue el destino o el universo, o quizá simplemente fue casualidad, pero el encontrarse cambió por completo sus vidas.

Se mudaron a Suiza junto a Gabriel. Sus amigos quedaron en París, sus buenos recuerdos también... Incluso los malos. Empezaron de nuevo sin conocer a nadie, trabajaron y se encargaron de que su pequeña familia se fortaleciera hasta los cimientos.

—Podemos pedir pizza.

—No me gusta la pizza. —dijo Félix sentado en el sofá mientras acariciaba a Plagg recostado en su regazo.

Adrien y Marinette compartieron miradas entristecidas, pero rápidamente las cambiaron.

—Entonces, ¿Te gustaría cocinar con nosotros algo de pasta? —comentó Marinette sin perder la alegría al hablarle, pero el pequeño solo se encogió de hombros. Hace tan solo una semana había vuelto a hablar después de casi dos años.

—¿Dónde está papá? —cuestionó sin levantar la cabeza.

—Ya debe estar por llegar. —esta vez fue Adrien quien respondió yendo hacia el sofá para sentarse a su lado. —podemos salir al jardín y tener un picnic, ¿Que dices?

—Prefiero esperar a papá.

Adrien asintió calmado, no debía presionarlo en ningún sentido. Marinette puso una mano en su hombro e hizo que se levantara.

—Nosotros iremos al jardín entonces. Puedes venir si quieres y traer a Plagg junto con Tikki. De seguro les gustaría escalar los árboles y recostarse a tomar el sol. —el niño no dijo nada, solo se quedó ahí viéndolos de reojo partir por la puerta.

Félix meditó en silencio, su padre le había dicho que mientras no estuviera disfrutara con su hermano mayor todo lo que quisiera, pero no podía evitar sentirse extraño si cada vez que decía que no a algo, ellos ponían una expresión devastadora.

Plagg se levantó de su regazo y fue en dirección hacia el patio, los ojos de Félix lo siguieron casi al mismo tiempo que sus pies lo hacían también. Abrió la puerta dejándolo salir y rápidamente el felino corrió para escalar uno de los árboles.

Marinette y Adrien habían puesto una manta en el césped, estaban recostados viendo el cielo abrazados y mostrando una imagen cálida ante cualquiera que los viese.

—Nunca he podido ver las formas de las nubes. —comentó Adrien apuntando el cielo.

—¿De verdad? Pero si es muy claro, solo debes usar un poco la imaginación. Si miras esa de ahí parece un cachorro.

—Yo diría más bien que es un algodón de azúcar.

Marinette se rió entre dientes y lo empujó un poco con su brazo. No se habían percatado que el niño hace un rato se había acercado, sentándose en una esquina de la manta.

—Nino me llamó por la mañana. Dijo que le está yendo bien como fotógrafo y que Alya fue acendida, ahora es la conductora del canal.

—Me alegro mucho por ellos. Sobretodo por Nino, estudió muy duro para terminar su carrera.

—Nunca es tarde para cumplir sueños supongo.

Adrien guardó silencio y miró un poco nostálgico como las nubes se desplazaban, sin darse cuenta suspiró llamando la atención de Marinette.

—¿Qué sucede?

—Es solo que... No puedo recordar lo que quería ser de niño. —la sonrisa que Adrien tenía en ese instante no logró convencerla de que estaba bien. —me pone un poco sentimental.

—Yo quiero ser violinista.

De pronto la voz del niño resonó en sus oídos y ambos se reincorporaron para verlo claramente.

—¿Te gusta mucho tocar violín? Cuando fuimos a la tienda de música dijiste que no querías uno

—A veces uno puede cambiar de parecer.

—¿Quieres que vayamos a comprar un violín los tres? —preguntó Marinette entusiasmada y el niño la miró por primera vez en mucho tiempo con la ilusión brillando en sus ojos.

—¿No están ocupados?

—Dejamos este día exclusivamente para ti. —Adrien sacudió su cabello rubio, cosa que no le agradó mucho al pequeño, pero sonrió ligeramente de todos modos.

°°°

El pequeño local estaba impecable y todos los instrumentos relucían con la luz cálida. El olor a madera los recibió cuando entraron y un amable señor algo avanzado en edad les sonrió cuando la campanilla sonó.

—Los pequeños Agreste. —saludó como si los conociera de toda la vida. —bienvenidos a mi humilde tienda, ¿Qué están buscando?

Adrien tomó a Félix en brazos y se acercó al mostrador algo cohibido.

—¿Conoce a mi padre de casualidad?

—No sólo a tu padre, sino también a tu madre.

Aquella revelación dejó al mayor de piedra e instintivamente sus brazos apretaron a su hermano. El hombre sonrió y caminó por un pasillo largo, seguido por los hermanos.

—Adrien, ¿Quién es él y por qué conoce a mamá?

—Yo...

—Serví casi toda mi vida a la familia Agreste, joven. Ya cuando comenzaron a fallar mis piernas, el joven Gabriel me dijo que me retirara. Así que se podría decir que uno se entera de muchas cosas cuando has sido parte de una familia por muchos años.

El hombre dio dos golpes sobre una superficie cubierta con una manta, la cual al instante retiró con cuidado dejando ver un piano de pared en perfecto estado.

—El joven Gabriel me pidió cuidar en mi tienda esta pieza.

—Entiendo... ¿Pero cómo ha sabido quienes somos?

—Bueno, se podría decir que el pequeño tiene los ojos de tu abuelo y tú... Bueno, tú tienes los ojos de tu madre.

Félix le pidió a Adrien que lo dejara en el suelo y rápidamente se sentó en el taburete del piano, levantando su tapa haciendo sonar algunas teclas.

—¿Por qué papá le pidió guardar el piano? —cuestionó intentando alcanzar los pedales con sus pies.

—Porque quería preservarlo y como pasa muy poco tiempo en casa, temía que el piano se arruinara. —dejó una palmada suave en la cabeza del infante y se acercó a Adrien con cautela. —Pensé que venían por él, pero parece que no tenías idea de su existencia.

—Para empezar no tenía idea de que Gabriel tocase el piano. —el hombre rió moviendo la cabeza de un lado a otro.

—Toca espantosamente. Te lo digo yo que lo vi crecer. —Aquel comentario hizo que Adrien sonriera un poco. —Pero no, no es realmente suyo como tal... Este piano es de la señorita Emilie. El joven Gabriel se lo regaló cuando los Agreste vivieron en Londres y ellos se conocieron.

—¿Dice que este piano era de mamá? —Preguntó Félix nuevamente observando con asombro cada una de las teclas del instrumento.

Adrien se quedó helado por un momento y recordó algo que alguna vez su madre le dijo cuando era niño.

"—Mi pequeño, ¿Sabes que los pianos pueden guardar secretos? Si buscas bien, quizás encuentres algún tesoro escondido."

Definitivamente ella sabía tocar piano, ella fue quien le enseñó cuando era niño, pasaban horas escuchando música cuando ella volvía del trabajo. Cada vez que iban al centro y se encontraban algún piano en espacios específicos, ella tocaba y reunía gente con todo el carisma que transmitía.

Aquel recuerdo lo invadió por completo y se vio por un instante a si mismo cuando sus ojos vieron a Félix tocando las teclas una por una con sus pequeños dedos.

Rápidamente se acercó al instrumento y revisó debajo de las teclas con su mano, tanteó toda la superficie hasta que dio con un bulto, lo sacó y dejó al descubierto un sobre viejo firmado con la letra de su madre.

—Dios mío, nunca vi eso ahí. ¿Cómo lo encontraste? —el hombre mayor escuchó la campanilla sonar, así que se dirigió hacia la entrada.

La respiración de Adrien se fue por las nubes al leer el nombre de su madre y una dedicatoria en la parte trasera del sobre abultado por cosas dentro.

"Para mi querido y amado Gabriel.
Perdóname, te amo."

—...drien... Adrien.

La voz de Marinette lo hizo volver a sus sentidos, sus azules lo veían con total preocupación.

—Y-yo... Necesito hacer algo, por favor quédate con Félix y llévalo a casa después.

—¡Hermano!

Félix no pudo alcanzarlo. Adrien había salido corriendo de la tienda, ni siquiera se dio cuenta de cómo había llegado a la empresa. No saludó a nadie, simplemente subió directo a la oficina de Gabriel, ignorando las miradas de todas las personas que se preguntaban qué hacía el gerente de contabilidad ahí.

—¿Tiene cita previa? —cuestionó la secretaria, se veía que era nueva, ya que le tembló la voz ligeramente cuando vio a Adrien algo desorientado yendo directo a la oficina principal. —¡Joven, no puede pasar sin cita previa!

Adrien abrió la puerta de par en par, con la secretaria detrás intentando evitarlo. Gabriel atendía una llamada que rápidamente colgó cuando vio a su hijo sudado y con la respiración agitada, pensó lo peor.

—Tranquila, Camil. Es mi hijo.

—E-entiendo, señor. Entonces me retiro. —la chica cerró la puerta y volvió a su lugar un poco angustiada de haber cometido un error, pero hasta donde sabía el señor Agreste no tenía hijos.

Gabriel se levantó rápidamente del escritorio y tomó los hombros de Adrien para calmar lo que sea que estuviera pasando.

—¿Viniste corriendo? ¿Por qué estás así? ¿Pasó algo con Félix o Marinette? —Adrien negó con la cabeza tragando con dificultad. —Adrien, mírame... ¿Qué sucede? Nunca habías venido aquí.

—Fui a una tienda de música está tarde. Félix quiere tocar el violín.

—¿De verdad? Eso está bien, sabes que pueden hacer lo que deseen. —lo dirigió hacia el sofá que había en una esquina y tomó asiento junto a él. —espero que...

—Le regalaste un piano a mamá, ¿Cierto?

—Oh, así que fueron a la tienda del mayordomo Leonard. Entiendo que puedas estar un poco conmocionado, quería mencionarles lo del piano para esta navidad y... —Gabriel calló cuando Adrien levantó aquel sobre ya teñido de marrón por los años que llevaba guardado. —¿Y esto?

—Estaba en el piano. Es un sobre de mamá... Tiene tu nombre. Es para ti.

Gabriel dudó en tomarlo, más aún cuando una corriente recorrió todo su cuerpo al momento en que sus dedos tocaron el papel.

—¿Cómo es posible? —murmuró conmocionado aún, pero luego de tomarse un tiempo para respirar terminó tomando el sobre y examinandolo por todos lados.

Reconoció al instante la letra de Emilie y con total cuidado abrió su contenido. Lo primero que sus ojos vieron fue un papel con lo que parecía ser una ecografía, sus ojos se llenaron de lágrimas más aún cuando volteó el papel y vio algunas palabras escritas ahí.

"Nuestro pequeño Adrien llegó como un accidente, pero estoy segura que estarás tan feliz como yo.
Te amo."

—Eres tú... —Gabriel vio los ojos de Adrien con emoción y le entregó la imagen. —ella me hizo esto. Eres tú... Es una ecografía de ti.

Así fue todo el tiempo con cada imagen que sacaba Gabriel del sobre. Habían fotografías de ellos cuando comenzaron a salir, habían otras de algunas citas que tuvieron en Londres y otras de algunos eventos a los que fueron, en cada una de ellas estaban felices y porqué no decirlo; completamente enamorados. Adrien veía a sus padres jóvenes y llenos de alegría.

Algunas fotografías de Gabriel eran evidentes que las tomó su madre, en algunas se mostraba concentrado leyendo varios libros, otras estaban corridas o borrosas, pero en cada una había innumerables palabras de afecto escritas detrás, como si quisiera que Gabriel no olvidara cuando lo amaba.

Los recuerdos inundaron la mente de Gabriel, quien hacía mucho ya dejaba las lágrimas caer sin disimulo, hasta que llegó el último objeto que contenía el sobre; una carta.

"Mi querido y amado Gabriel, no sabes lo mucho que lamento tener que escribir esta carta, es probable que nunca la leas, pero quería poder explicarte porqué tuve que desaparecer de tu vida.

Quiero que tengas claro que te amo con todo mi corazón y lo más seguro es que sea así hasta el último día de mi vida.

Pasó lo que habíamos previsto, tu padre nunca me aceptará. Me estaba siguiendo, así que se enteró de que estoy embarazada antes de siquiera poder decírtelo. Amenazó la vida de nuestro hijo si seguía a tu lado, y créeme que he pasado las noches en vela intentado encontrar una manera de decírtelo.

Intenté razonar con él, le supliqué que nos dejara ser felices, le prometí que jamás sería un estorbo para ti o su empresa, pero fue peor. Perdóname, Gab. Pero tengo miedo... Me agredió más de una vez y en la última incluso amenazó con tu propia vida y no puedo permitir que te haga daño a ti también.

Dijo que aunque nuestro pequeño sea un "bastardo" le daría su apellido, y aunque me niegue no puedo hacer nada, y creo que lo sabes mejor que nadie.

No sé que hacer, Gab... No quiero estar lejos de ti. Tengo miedo de pasar todo esto sola, tengo miedo de cometer un error y ser una mala madre por alejar a mi hijo de su padre, pero ya no sé qué hacer. Quiero correr a buscarte para irnos lejos, pero sé que nos encontraría.

Espero que algún día puedas perdonarme. Te prometo que haré todo para que nuestro pequeño crezca sano y lleno del amor que se que le darías junto conmigo.

Todos nuestros recuerdos te lo dejo a ti porque me arrepentiré cada vez que los vea.

Por favor sé feliz. Por favor no me odies. Por favor no encuentres esta carta y por favor ten claro que siempre te puedes quedar en mi corazón.

Te amamos."

—Ella... Sufrió tanto por culpa mía. —Gabriel abrazó la carta hacia su pecho y lloró desconsolado. Su corazón estaba completamente roto. —no merecía todo esto... Desearía que no me hubiera conocido nunca.

—No digas algo así... Mamá en cada una de estas fotografías dice lo mucho que te ama. No creo que ella se arrepienta de haberte conocido y mucho menos de haberte amado.

Las palabras de Adrien solo hicieron que Gabriel llorara aún con más fuerza. Adrien no pudo evitar ver a Félix en él cuando sus cejas se arrugaron y su labio hizo un puchero casi imperceptible.

—Eres igual a ella. —Gabriel tomó su mejilla y observó sus verdes con una sonrisa dolorosa, pero genuina. —tienes su mismo brillo.

—Tu también tienes ese brillo en ti, papá.

Aquella palabra llenó el roto corazón del hombre por completo. Saber lo fuerte y sano que estaba ahora sí hijo, solo lo hacía pensar en lo bien que hizo Emilie a pesar de tanto sufrimiento.

La meta es poder mirar al pasado con una paz infinita en el corazón, porque lo que realmente importa es el presente.

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