Capítulo 29
Sonrieron al mismo tiempo contra sus labios, Adrien tomó sus mejillas con ambas manos y pasó sus pulgares en una caricia suave por sus pómulos, quizás el paraíso podría compararse a como se sentía en ese momento.
Los nervios hicieron que Marinette correspondiera de manera torpe, pero pasados los segundos se permitió disfrutar un beso cargado de necesidad y ternura. Recordaba vagamente los labios de él debido al alcohol que había en su sistema la noche en la playa, se estaba planteando en cosa de segundos que quería probarlos más de una vez lo que le quedara de vida.
Si no fuera porque el teléfono del rubio comenzó a vibrar, habrían seguido unidos por más tiempo. Con algo de pesar, Adrien se separó de ella sin dejar de verla a los ojos en un distancia demasiado limitada, quería guardar en su memoria su expresión en ese instante, donde una Marinette con las majillas llameando intentaba controlar su respiración. No sabía que era... Quizás el brillo de sus labios por la saliva que compartieron hace segundos o tal vez la forma en que sus pupilas se habían dilatado, pero, todo de ella lo estaba enloqueciendo.
—Un segundo, sólo un segundo... —susurró sacando su móvil para así revisar los mensajes. Marinette aclaró su garganta volviendo a entrar en razón y no encontró mejor distracción que los botones de la camisa de su asistente.
<<Botones blancos y redondos... Claro, así son los botones de camisa, Marinette. Respira. >>
—¿Todo bien? —murmuró al ver su gesto tornarse confuso. —¿ocurrió algo malo?
—Alya me envió un mensaje diciendo que Félix quería quedarse con ella a dormir. Supongo que mañana iré por él. —tecleó una respuesta rápida y dejó el móvil sobre el mesón detrás de ella volviendo a ver sus azules.
El silencio era tortuoso y tenso. La cercanía entre los dos empeoraba aún más la situación, sin saber que hacer o como reaccionar. ¿Debían hablar?, ¿volver a lo de hace unos segundos?, ¿olvidar aquello que los hacía sentir completos?
—E-eres buen asistente. —rompió el hielo de manera extraña, lo suficiente como para llamar la atención del rubio. —y para ser sincera, eres el mejor asistente que he tenido.
—Me está diciendo que...
<<Quiere que dejemos todo como está, supongo. >>
—Que me será difícil mantener la compostura contigo en la oficina. —evitó sus ojos verdes a toda costa, se sentía avergonzada de sus palabras. —pero somos adultos y sería mejor ser como simpre en el trabajo para evitar problemas con la política de la empresa.
—Quiere decir... ¿Está dispuesta a tener una relación conmigo? —Adrien se inclinó un poco más para alcanzar su altura y Marinette suspiró intentando calmar la maratón que corría su corazón.
—Creí que había sido demasiado obvia. —encadenó nuevamente sus miradas. —Adrien, no te mentiré... Aún hay heridas con las que estoy lidiando, pero soy consciente que lo que me haces sentir es auténtico, y tengo miedo de que todo esto sea sólo una ilusión, que...
—No, no... Claro que no es una ilusión. Esto es real, mis sentimientos son reales y mis deseos de hacerla feliz también. Ahora mismo no puedo creer que esto esté sucediendo, ni en mis más locos sueños lo imaginé y me encanta. Usted me encanta. —habló tan rápido que no se dio cuenta de lo que decía, hasta que la sorpresa en los azules de su jefa lo alertaron. —m-me refiero... No lo tome a mal. Y-yo...
—Tú también me encantas. —susurró al verlo en un aprieto. —me gustas, Adrien.
Se sintió dichoso, por fin oía las palabras que en sus más sepultados sueños anhelaba. Subió su mano derecha y acarició la rosada mejilla de Marinette, pasando lentamente su pulgar por la comisura de sus labios, fueron eternos segundos de un placer mínimo que se permitió experimentar al ver el brillo de su boca.
—¿De verdad?
La tenue luz de la sala hacía que el ambiente se volviera más íntimo e inquietante.
Marinette comenzó a darle vueltas a todo en cosa de segundos, se cuestionaba si era el momento indicado para ser feliz y dejar definitivamente el pasado atrás. Nathaniel era punto aparte en su vida, lo tenía claro y más que asumido. Hay veces en las que debes dar un salto de fe a ojos cerrados.
Algo de lo que si estaba segura es que Adrien era una excelente persona, alguien lo suficientemente bueno como para querer devolverle todo el amor que creía merecer. Cada momento juntos se reprodujo en sus pupilas de manera imaginaria, sus notas, sus chistes, sus palabras de aliento e incluso sus silencios, pero muy cerca de eso también aparecían los en contra a dejarse embaucar por sus sentimientos, el hecho de que él trabajaba para ella, que su ex era el jefe de ambos y podría meterlos en problemas por como acabaron las cosas entre ambos.
<<Al diablo todo. >>
Un salto de fe.
¿Qué es vivir sin riesgos?, que las horas se hagan eternas y los años pasen rápido, eso precisamente. Cuando menos te lo esperas, te das cuenta de lo mucho que desperdiciaste oportunidades de abordar momentos únicos y felices.
Botones blancos y redondos que lentamente ella se atrevió a desabrochar, inicialmente para descubrir su pecho. Las yemas de sus dedos acariciaron la piel expuesta con timidez, y gracias a eso pudo notar que cada toque lo estremecía tanto como a ella.
—¿Qué haces? —preguntó Adrien en un tono bajo, cargado de deseo, y esa simple pregunta logró que ella reaccionara.
—Intento dejar de pensar.
Marinette rodeó su cuello con sus brazos y lo atrajo con fuerza para unir sus labios otra vez.
—¿Y si te arrepientes por la mañana? —murmuró jadeante, dándose tres segundos de distancia para poder formular la pregunta, siguiendo cada latido de su corazón que cada vez más lo orillaba al borde de un abismo.
—No estoy pensando en el mañana, Adrien.
Se fundieron nuevamente, dejando que sus lenguas profundizaran cada vez más en sus bocas. La temperatura se elevó misteriosamente y en menos de un segundo, Adrien la tomó de la cintura para subirla sobre el mesón a sus espaldas. Las manos de ambos tuvieron libre albedrío, iban y venían por donde les pareciera mejor a los dos.
Un beso desesperado bajó progresivamente por el cuello de Marinette, hasta el centro de su pecho. Su cabeza se hizo ligeramente hacia atrás y sólo eso bastó para perder el último hilo de cordura que le quedaba. Atrajo al rubio rodeando con sus piernas su cintura, alejó su cabeza de su pecho, donde no dejaba de humedecer su piel con cada beso, para redirigir su boca a la suya otra vez y morder su labio con deseo.
Las palabras no eran necesarias. Sólo eran dos almas gemelas que querían acabar de encontrarse de una vez.
Marinette alzó los brazos, dando pase libre para que él arrastrara su pijama de seda sobre su cabeza. Quedó expuesta ante los ojos del rubio, pero lejos de incomodarle, se sintió en casa, y el libido de su mirada confirmaba que hacía lo correcto, pero no era sólo eso... Era una calidez imposible de explicar con palabras.
Necesitaba sentirse amada, necesitaba sentirse deseada y él era la única persona que cumplía con cada mínima petición a sus fantasías.
Adrien se detuvo sólo un minuto, sólo eso necesitaba para poder guardarla en su memoria. Si resultaba ser una mala jugada de su mente, al menos quería recordar aquella excitante imagen de su jefa semidesnuda sobre el mesón de su cocina entre sus brazos. Tomó una de sus manos y besó su dorso sin despegar sus brillantes esmeraldas de sus dilatadas pupilas, observó su busto sin pena alguna, cosa que hizo que la respiración de la azabache se volviera más errática.
Cuando él despegó sus labios de su mano, Marinette agarró su muñeca y dirigió su palma hasta uno de sus pechos para que lo tomara en completa libertad, cosa que Adrien no se hizo de rogar. Amasó su seno desnudo, primero suavemente y luego con más dominio, cosa que le arrancó un ligero gemido en lo profundo de su garganta.
Ella subió su agarre lo suficiente para besar la punta de sus dedos tiernamente, pero esa ternura no se asemejaba a lo erotica que fue la escena para el de cabellera dorada.
Tenían toda la paciencia para desnudar sus almas, pero no sus cuerpos. Con algo de torpeza, Marinette logró desabotonar toda su camisa y la deslizó por sus hombros hacia atrás, dejando así el torso de su amante descubierto. Acarició sus fuertes brazos y embelesada por el olor de su perfume, mordió cerca de su clavícula pasando después su lengua a modo de disculpa por su arrebato.
Sus bocas volvieron a encontrarse, se quitaban el aire la una con la otra. Jugaban entre risas por las cosquillas que el aire expulsado por sus narices les provocaba.
En cosa de milisegundos, extrañaban el sabor de sus cuellos y cuando volvieron a perderse en aquel manjar, Adrien los dirigió hacia el sofá de la sala. Tomó asiento, ascendiendo sus manos por su columna, mientras ella disfrutaba del fuego de su pecho que quemana cada vez más sus labios.
—Hueles tan bien... —respiró profundamente en el hueco de su cuello y depositó cortos besos hasta llegar a sus hombros.
—Adrien... Vamos a la habitación. —mordió su labio inferior con fuerza, conteniendo sus impulsos lo más que podía.
—La habitación... ¿Cuál de todas? —murmuró perdido en el calor que emanaban sus cuerpos al juntarse. —esta es una habitación... La cocina también lo es.
—La cocina ya fue estrenada.
—Entonces te llevaré donde quieras... ¿Quieres alcanzar las estrellas?, puedo llevarte, sólo si me dejas ir contigo.
—Ven conmigo, entonces.
Los zapatos quedaron a medio camino en las escaleras y los pantalones en el umbral de la primera habitación que pasaron por el pasillo, regalandose besos sin cesar. Lograron llegar a la habitación de Adrien a tropiezos, llenos de risas inocentes por los golpes que se daban contra la puerta que no cedía a su alocada petición.
Cayeron a la cama rozando sus cuerpos sin pudor alguno, compartiron el fuego de sus miradas en el infinito placer que resultaba poseer el cuerpo del otro. Las sábanas se volvieron cómplices de su amor, sobretodo cuando comenzaron a absorber el sudor que emanaba cada vez más de los dos.
—Marinette... No te arrepientas por la mañana. —suplicó sujetando sus manos sobre su cabeza. —no te arrepientas...
—Dilo otra vez... Dime Marinette.
—Señorita Marinette.
—Sólo Marinette.
—Señorita Marinette. —repitió besando su mejilla y luego su nariz. Ella frunció el ceño e hizo que cambiaran de posiciones, quedando arriba suyo.
—Sólo Marinette. —exigió con seriedad, Adrien sonrió al verla molesta y la calló con un beso profundo.
—Mi Marinette.
Algunos rayos de luna lograban entrar por la ventana, permitiendo iluminar la habitación y las gotas de sudor que se esparcian por sus frentes. Las paredes eran lo suficientemente gruesas para opacar el sonido de placer que emitían sus cuerdas bocales con cada indecente toque.
—Te amo. —la palabra fue dicha justo antes de que todo fuera más allá. —debes saberlo porque esto es más que sólo sexo para mí. —Marinette lo observó en las penumbras y con delicadeza peinó su húmedo cabello hacia un lado, depositando un dulce beso en la punta de su nariz.
—Adrien, yo también te amo. Te amo más de lo que he demostrado, pero te prometo que de ahora en adelante haré todo lo posible...
—No tienes que hacer nada, no tienes que temer conmigo... No tienes que temer perderme.
Esas eran las palabras que muy dentro suyo necesitaba oír. La seguridad de que no lo perdería, de que no tenía que hacer nada para no sentirse culpable a futuro si algo no salía bien. Adrien la entendía lo suficiente y sólo él la estaba amando como nunca antes nadie lo hizo.
Fue imposible contener las lágrimas en sus ojos, se deslizaron celosas por sus mejillas, y él besó cada una que se escurría con cariño.
—Mi ángel, seré lo que necesites. Tu abrigo en invierno y tu sombra en verano, tu confesor de pecados y tu compañero de batallas.
—Eres más de lo que creo merecer y más de lo que alguna vez imaginé encontrar. —el vaivén estremeció hasta sus huesos, sobretodo cuando Adrien volvió a recostarla bajo suyo con la delicadeza necesaria.
Adrien quería probar cada centímetro de su piel y pensaba disfrutarlo como nunca antes, pero aún mejor, pensaba hacerla disfrutar a ella todo lo que su amor le permitiera.
—Shh...
"Puedes desnudar tu cuerpo con cualquiera, pero no tu alma."
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