9. IRIA
―¿Era él? ―pregunté a Olga cuando colgó.
Ella se limitó a asentir. Yo por el contrario bufé de manera muy ordinaria.
―Me niego a aguantarlo desde las tres de la tarde.
―Míralo por el lado bueno, Raúl llegará a las once, tendréis tiempo para hablar un ratito.
―Sí, ya.
Olga se rio. No la veía hacerlo mucho.
―Puede que sea un capullo, pero es buen profesional. Mejor que Raúl y puede que mejor que yo. Era toda una leyenda en su antigua unidad.
―Mira que bien ―afirmé en un tono que sonaba demasiado infantil hasta para mí.
―Dale una oportunidad. No es lo que parece.
―¿Y cómo lo sabes?
―Sé de gente que lo conoce de verdad y tiene sus motivos para ser tan capullo.
―¿Por qué?
Olga se encogió de hombros y supe que no le sacaría nada más. Si había algún gremio corporativista además de los médicos esos eran los policías.
―Supongo que tendré que sufrirlo en silencio, como las almorranas ―expuse torciendo la boca.
Olga rio de nuevo. Hoy iba a batir el record.
―Ahí está. Me largo, he quedado con alguien ―dijo levantándose para colgarse el bolso y ponerse a mi lado.
Por más que miré hacia todas partes no fui capaz de verlo. Estábamos sentadas en una de las cafeterías con terraza que había en los alrededores del campus. Me maravillaba la capacidad de observación de Olga, controlaba todo lo que ocurría a nuestro alrededor aunque estuviéramos hablando y pareciera distraída con la conversación. Supuse que era algo que se podría entrenar, pero en el caso de Olga sospechaba que se trataba de una cualidad innata.
―¿Una cita y me lo dices ahora?
―Chao ―y me guiñó el ojo como hacía siempre al despedirse― mañana te cuento ―añadió dejándome con la boca abierta.
Ahora entendía porque no había querido comer como cada día. Había quedado con alguien aprovechando el cambio del horario de los jueves y me alegré por ella. Acto seguido mi peor pesadilla ocupó su lugar bebiéndose de un trago la coca cola que había dejado Olga a medias. Como eructara le iba a endosar un buen sopapo.
―Hola ―saludó limpiándose con una servilleta de papel. Menos mal, por un momento creí que iba a hacerlo con la manga― supongo que ayer no empezamos con buen pie. No estoy acostumbrado a que chicas guapas me avasallen así como así ―aseguró y detecté el sarcasmo en seguida― llámame Sergio, no te ofrezco la mano, debe parecer que nos conocemos.
―Sí, ya ―dije antes de dar un trago a mi refresco de té― ya sabes cómo me llamo yo ―observé haciendo una mueca para devolverle el comentario sarcástico― Irina ―añadí con retintín y bastante descaro.
Noté como reprimía una carcajada.
―¿Has comido?
―Estoy esperado a que me traigan la comida.
―¿Qué has pedido?
«¿A ti que te importa?»
―Toma ―dije acercándole la carta― los sándwiches están bien, si te gustan.
Alzó el brazo con tanta seguridad que no solo el camarero notó su presencia.
―Lo mismo que ella ―pidió desde la distancia.
Dos mesas más allá había un grupo de chicas que empezaron a reír y lanzarle miraditas. Él les sonrió con tanto descaro que un par de ellas se ruborizaron y yo puse los ojos en blanco.
―Si lo llego a saber vengo antes ―aseguró entre dientes volviendo a sonreír a las petardas de la mesa que ya hablaban de él abiertamente y le hacían ojitos.
No pensaba prestarle ni un minuto de mi atención ni participar en aquello, parecía que disfrutara haciéndome rabiar. Menudo gilipollas. Pobre de mí como uno de aquellos sicarios me encontrara en ese momento.
De repente se tensó. Hizo un ligero movimiento y olvidándose de las chicas de la mesa cambió de postura y acercó la mano al interior de su chaqueta. Había visto a Olga hacer aquel movimiento un par de veces y todo había quedado en nada, pero no pude evitar estremecerme.
―A las once hay un tío que no te quita ojo de encima y le he visto hacerte al menos una foto. ¿Puedes mirar con disimulo y decirme si lo conoces o te suena de algo?
Me quedé paralizada por el miedo.
―¿A las on-once?
―A mis once, joder ―murmuró enfadado.
Como vio que no tenía ni idea de lo que hablaba ahora fue él quien puso los ojos en blanco.
―Como a quince grados a tu derecha.
Hice como que me peinaba con los dedos para mirarlo con disimulo y vi por el rabillo del ojo como Sergio hacía un gesto de aprobación. Estaba todavía más guapo con ese rictus serio y su actitud de poli en acción. Los chicos no me sonaban de nada, pero parecían dos estudiantes con ganas de divertirse. Me di cuenta de que uno de ellos no dejaba de mirarme a pesar de estar hablando con su amigo.
―Creo que no lo he visto nunca, pero no puedo asegurarlo. Tendría que verlo más de cerca.
Me levanté acto seguido dejándolo con un palmo de narices aunque noté como se aproximaba a paso rápido detrás de mí y según se acercaba oí como maldecía.
―Hola chicos ―saludé al llegar a la mesa―. ¿Nos conocemos? ―les pregunté a bocajarro.
El de pelo castaño claro que no me quitaba ojo era bastante guapo, y se había quedado completamente descolocado. El otro era moreno y más normalito, y empezó a partirse de la risa al ver la cara de desconcierto de su amigo.
Cuando Sergio hizo su entrada en escena ambos lo miraron muy serios. Estaba que echaba fuego por la boca.
―¿Es que estás loca de remate? ―me gritó a la cara.
―Oye, tío ―dijo el del pelo claro― ¿Qué coño te pasa? ―le espetó mirando muy serio como me agarraba del brazo.
Que tierno, estaba tratando de defenderme. Si él supiera...
―Aquí mi primo, que dice que me has hecho una foto ¿es así? ―pregunté deshaciéndome de su agarre y poniendo los brazos en jarras e ignorando a un Sergio cada vez más furioso.
El chico se quedó pasmado. Alargué el brazo y cogí su bonito y reluciente iPhone 6 con más envidia que otra cosa.
―La clave ―pedí con cara de pocos amigos.
―Espera, espera ―intervino el moreno― ¿de qué coño vais vosotros dos?
Noté como Sergio daba un paso adelante y di por hecho que alguien iba a tragarse sus dientes. Lo detuve poniéndole una mano en el pecho.
―Shh ―tranquilos, par de Chuck Norris― les solté. Al mirar de reojo a Sergio parecía querer liarse a tiros de un momento a otro.
―Tiene razón ―admitió el guapo― estás muy buena y te he hecho un par de fotos ¿es que es un delito?
―En este caso sí ―afirmó Sergio quitándome el móvil de las manos.
―¿Pero qué...? ―empezó a decir el dueño del aparato, que se había quedado mudo al ver a Sergio apartar las cosas de la mesa para volver a dejar el móvil esta vez justo en el medio.
Entonces cogió una de las botellas de Budweiser que se estaban bebiendo la vació en el suelo y cuando terminó de escurrirla bien comenzó a golpear el móvil en el centro con el canto del culo de la botella con golpes rápidos y certeros. Cuando la pantalla se hizo añicos, hurgó quitando los pedazos y dio un par de golpes más hasta que quedó satisfecho. Todo bajo la atónita mirada de los dos chicos, de media terraza y de una servidora que no podía creer lo que acababa de hacer.
―Tío ¿de qué vas? ¿Qué coño has hecho con mi móvil?
―Cargarme el disco duro, así aprenderás a no ir haciendo fotos a chicas desprevenidas. Joder, ¿es que no tienes bastante con todo el porno que hay en internet para tener que ir haciendo fotos a chicas por la calle para luego pajearte?
―¡No iba a hacer eso! ―declaró, pero su rostro se encendió de tal forma que hasta yo misma llegué a pensar que realmente fueran esas sus intenciones― ¿Qué clase de enfermo mental es tu novio? ―preguntó mirándome con cara de alucinado.
―No es mi novio.
―Entonces, ¿me das tu número?
Desde luego el galopín no perdía el tiempo. La situación me superó y me dio un ataque de risa nerviosa de esos que no puedes parar.
―Joder, Marcos, son dos pirados ¿es que no lo ves? ¡Largaos de aquí o llamo a la puta poli! ―nos amenazó el moreno.
Eso hizo que mi ataque de risa arreciara. A la poli iba a llamar. Menudo numerito estábamos montando. Un Sergio aún furioso me cogió de la mano y tiró de mí en dirección a nuestra mesa. Dejó dos billetes de veinte euros, me colgó el bolso del cuello, agarró mis carpetas y mis blocs de dibujo y siguió tirando de mi mano hasta alejarme de la cafetería y del campus. Había entrelazado los dedos con los míos, pero me dio la sensación de que lo hizo para que no me soltara.
Carallo con el enano, mira que yo tenía las piernas largas, pero me estaba costando seguir sus zancadas. Seguro que era un buen velocista, tenía musculatura para ello.
Cuando llegamos a un callejón apartado de todo me soltó, dejó mis carpetas y los blocs con cuidado sobre el techo del coche más cercano y se me encaró con el dedo en ristre y mordiéndose la lengua. Pero no dijo una sola palabra. Si no hubiera estado tan segura de que nunca me haría daño hubiera dicho que iba como mínimo a darme un puñetazo. Incluso llegué a visualizarlo, pero el pensamiento me duró un segundo.
Bajé la mirada. No fui capaz de mantenérsela. Incluso creo que cerré los ojos un momento. Vi por el rabillo del ojo como se llevaba la mano que me había levantado para señalarme con el dedo hacia la nuca y se quedaba así un rato. Supuse que estaba intentando no matarme. Pero en realidad no era para tanto ¿no?
―¿Y si hubieran sido dos tíos enviados para...?
―No lo eran, eran dos galopines con ganas de cachondeo y sanseacabó.
Me miró con el ceño fruncido hasta que me di cuenta de que no había entendido lo de galopín, que es una palabra gallega.
―Dos chavales, Sergio, galopín quiere decir chaval un pelín desvergonzado.
―¿Y qué coño importa eso ahora? Esto no funciona así, Iria, si quieres que te proteja necesito que hagas lo que yo te diga.
―¿Como qué? ―dije envalentonada― ¿fregar los platos y llevarle las zapatillas al señorito?
Sergio respiró hondo un par de veces y se frotó la cara.
―Creo que no entiendes la situación. Si alguno de nosotros ve a alguien sospechoso tendrás que actuar y seguir nuestras instrucciones al pie de la letra ¿lo entiendes o no?
―No creo que sea para tanto.
―Si Olga o Raúl vieran algo raro y te dijeran que hicieras algo ¿lo harías o te hubieras comportado como lo has hecho conmigo?
Me encogí de hombros, sabía que tenía razón, me había molestado lo del tonteo con las chicas y yo había querido devolvérsela.
―Iria, contéstame.
―¡Está bien! No le he dado importancia, me he dado cuenta de cómo me miraba y no es que quisiera matarme precisamente. Una chica sabe cuando...
―Lo tomaré como una disculpa. Y ahora andando ―exigió de nuevo agarrando mis carpetas, los blocs y a mí de la muñeca.
Carallo con el chulito.
―Puedes soltarme, no voy a irme a ningún lado.
Pero no me dirigió la palabra, al día siguiente tendría la muñeca llena de moratones de lo mucho que me apretaba y tiraba de mí. Ni siquiera me miró hasta llegar a casa. Abrió con sus llaves y no esperó a que entrara. Se dirigió directo hacia la cocina y me gritó:
―¿Tienes hambre?
―Sí ―afirmé con un hilo de voz todavía parada junto a la puerta de entrada.
Fue muy extraño lo que sentí en ese momento. Estaba enfadada y frustrada. Por otro lado agradecida y avergonzada. Quería disculparme y a la vez cantarle las cuarenta. Nunca nadie me había hecho estar tan confundida y ahora, ¿me iba a preparar la comida? ¿Era una ofrenda de paz o tenía pensado envenenarme?
Dejé el bolso y mis carpetas y blocs en el sofá y me senté en uno de los taburetes de la barra. Me limité a observar en silencio como se movía con soltura por mi cocina.
―¿Te apetece un sándwich?
―Sí.
―¿De qué era el que te habías pedido en la cafetería? ―preguntó asomando la cabeza tras la puerta de la nevera.
Me di cuenta de que a pesar de llevar el pelo muy corto en las sienes tenía multitud de canas difuminadas. Pero no lo hacían parecer en absoluto un viejo. De hecho no tenía idea de qué edad podría tener, pero tuve que dejar de cavilar si no quería parecer tonta allí sentada mirándolo sin contestarle.
―De atún. Con lechuga, tomate, mayonesa y otro piso con jamón y queso y un huevo frito ―murmuré.
―Menuda mezcla. Es asqueroso.
―Es mi preferido.
Me miró a los ojos durante dos segundos y terminé apartando la mirada nerviosa. Qué bien. Estando de buenas me ponía aún más nerviosa que de malas. Necesitaba alejarme de él y pensar.
―Pues oído cocina. Marchando un asqueroso sándwich de atún con guarradas varias.
Sonreí.
―No hace falta que le pongas huevo. Sin huevo está bien.
―No me importa.
―Sin huevo está bien.
―Como quieras.
Cuando terminó dos sándwiches idénticos se sentó a mi lado y empezó a devorar el suyo.
―Mmm, no está tan mal ―aseguró dándome un codazo.
―Te lo he dicho, es mi preferido.
Cuando encontré fuerzas le solté lo que llevaba dándome un rato vueltas en la cabeza.
―Le-le has destrozado el móvil a ese chico. A golpes.
Se encogió de hombros.
―No podía dejar que tuviera una foto tuya, eso podría ayudar a reconocerte.
―No parecía tener mala intención, no sé cómo podría haber...
―Imagina que la manda por Whatsapp a alguien o la pone en un grupo ―me interrumpió―. Eh tíos, mirad que chica más guapa he visto esta tarde ―dijo y noté que me sonrojaba por el calor que sentí en mis mejillas y porque los ojos se me humedecieron involuntariamente―. Ese alguien o él mismo la sube más tarde a Facebook o a Instagram o a Pinterest o a donde sea. Empieza a rular por las redes. Cada me gusta y cada comentario pone la foto a disposición de más gente. Alguien termina por reconocerte y te etiqueta. Y la foto termina publicada con tu nombre y ubicación ¿Crees que si están buscándote no estarán peinando las redes sociales para encontrarte? Hoy en día se puede hacer un seguimiento exhaustivo de alguien gracias a su actividad en las redes sociales ―explicó.
Se me pasó de golpe el rubor y hasta el hambre cuando fui consciente de lo que me decía.
―No lo había visto así.
Él asintió.
―Yo también he visto muchas fotos estos días. Nos han preparado a los tres. El moreno era clavado al hijo de uno de los narcos más peligrosos que actúan hoy por hoy en la zona donde lo hacía Caaveiro. No lo veía probable, pero necesitaba asegurarme. Pero has salido corriendo hacia ellos sin darme tiempo a...
―Lo siento ―lo interrumpí, sabía de sobra lo que me quería decir y no quería escucharlo―. Te haré caso a partir de ahora. Pero nada de comentarios machistas ni ordenes injustas o te mandaré al carallo de nuevo.
Esta vez no contuvo la risa. Sus suaves carcajadas y como se sujetaba los abdominales mirando al techo me hizo sonreír.
―Trato hecho ― sostuvo ofreciéndome la mano.
Al estrecharla sentí un cosquilleo que me subió por todo el brazo. Aparté la mano de golpe y me levanté. Mi cerebro habló por mí sin ningún tipo de filtro.
―Gracias. Me he sentido segura hoy a tu lado.
Él se quedó muy serio mirándome, luego sonrió e hizo un gesto con la cabeza que interpreté como agradecimiento.
Nos miramos durante un momento más. O puede que transcurriera más tiempo. Volví a ruborizarme como una colegiala de quince años y salí casi corriendo hacia mi cuarto dejando el sándwich a medias. Lo cierto es que tenía una conversación pendiente con Toño y mientras siguiera tan cerca de Sergio me olvidaría hasta de su existencia.
―Se me ha hecho tarde. Tengo que dibujar un rato, si me necesitas estoy en mi cuarto.
Asintió y noté sus ojos en mi espalda hasta que cerré la puerta.
Cogí el móvil y lo encendí.
Había un par de mensajes de Hermelinda. Cinco o seis de las chicas y nada de Toño. Genial
Hola, ¿me echas de menos? ¿Cómo lo pasaste anoche?
Me sorprendió que estuviera en línea y tardará varios minutos en contestarme.
Toño
Hola, amor. Claro que te echo de menos. A cada segundo. Te quiero. ¿Cuánto va a durar esto?
Casi me echo a llorar. Habían sido muchas las emociones que se habían desatado en mi en los últimos días y necesitaba que todo volviera a la normalidad.
No lo sé. Te necesito tanto. Necesito
verte y tocarte. Te quiero.
Toño
Cariño, no me lo pongas más difícil. No me digas esas cosas. Me muero por besarte, tocarte y sentirte a mi lado. Esto es más duro de lo que pensaba.
Pasamos un rato hablando de las clases y de todo un poco antes de que me diera cuenta de que no me había contestado acerca de lo de anoche.
No me has contestado que tal anoche.
Me mandaste un mensaje de voz por error.
Al principio de preocupé. Pensaba que
estabas borracho.
Toño
¿Un mensaje de voz? Espera.
Pasaron cinco largos minutos antes de que me volviera a contestar.
Toño
Mierda Iria, lo siento. Me necesitabas y yo de fiesta por ahí. Me siento fatal. En realidad fue un coñazo. Juanan se ha liado con una chica que estudia filología y era el cumpleaños de una de sus amigas. Quería que la conociéramos y nos enredó. Es muy gracioso verlo tan colado.
¿Juanan? ¿Mi Juanan? ¡No puede ser! Yo tengo que darle el visto bueno a esa chica. Mandame una foto ya!!
Me gustaría poder mandarte fotos mías también. Pero ya sabes que no puedo.
Toño
Ja, ja, ja. Que sepas que le voy a decir que estás celosa. Oye y puedo intentar ver lo de las fotos, le doy una pensada. Ahora me tengo que ir. Estamos trabajando en un proyecto para una consultora de aquí de Pontevedra y nos van a pagar una pasta. Llego tarde, mañana te lo cuento. Te quiero.
Yo también te quiero. Hablamos mañana.
Pero ni siquiera se molestó en leer mi último mensaje lo que me dejó un regusto agridulce del que no me pude desprender en toda la tarde.
A las ocho recibí una foto de dos chicas rubias, no muy contrarias a mí, flanqueadas por Juanan y Toño. Eran gemelas y muy bonitas. Los cuatro estaban risueños y tenían las mejillas sonrosadas. Se notaba que habían bebido.
El pie de foto decía: te presento a Nuria la nueva conquista de Juanan.
No fui capaz de responderle
Espero que os haya gustado. ¡Votadme y seguidme, please!
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