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36. SERGIO

       

A lo largo de mi vida adulta había tenido que tomar algunas decisiones. Había estado prácticamente solo desde los dieciocho años. Nunca me planteé cuando llego el momento de hacerlo si me estaba equivocando o me iba a equivocar. Siempre tomé el camino que pensé que debía tomar después de mucho sopesar las opciones. Y siempre fui consciente de que por mucho que meditara las cosas la posibilidad de que no salieran como tenía pensado estaba ahí para joderme la vida. Luego había dejado de preocuparme por todo y me había movido por impulsos dejando que mi vida se fuera por el desagüe. Llevaba cinco años en modo autodestrucción. Y cuando por fin había empezado a levantar cabeza estaba a punto de pedir ayuda a un conocido narcotraficante después de haberme escapado de un hospital y dispuesto a casi cualquier cosa para conseguir salvar a Iria. A cualquier precio. Y lo más curioso es que no me importaba mi carrera ni la posibilidad de infringir leyes ni siquiera arrastrarme suplicando delante de Maceiras y de quien hiciera falta. Solo tenía una cosa en mente y nada ni nadie iba a apartarme de ello.

Me quedé un rato mirando a Javi. Allí estaba, conmigo, dispuesto a hacer lo que fuera también, sin preguntas ni recriminaciones. Se dio cuenta de que lo contemplaba sonriendo y me soltó:

―Colega, si no estuviera seguro de lo mucho que te van las tías ahora mismo estaría pensando que te gusto.

―Gracias ―dije con sin poder esconder cierta emoción. Aunque odiara emocionarme lo estaba.

―¿Gracias...? ¿Por qué?

―Ya lo sabes. Por esto. Por estar ahí siempre. No he sido un buen amigo últimamente. Lo siento, tío.

―Joder, colega ¿te vas a poner a llorar como una nenaza? Si te sirve de consuelo no he pensado mucho en el tema y si ahora vas a hacer que piense en ello voy a terminar aparcando el coche aquí mismo y bajándome para huir de ti como de la peste.

Sonreí de nuevo y le di una palmada en el hombro. Así era Javi.

Cerca de la entrada de casa de Maceiras, una vez pasamos el control de seguridad de la urbanización de lujo en la Isla de Arosa, marqué su número de teléfono en mi móvil. Lo último que necesitábamos era liarnos a tiros y eso era lo que pasaría si intentábamos entrar sin avisar.

―Soy el subinspector Sergio Betancourt.

―¿Subinspector? ¿A qué debo este...?

―Iria ―dije solamente― quiero encontrarla cuanto antes, lleva tres días en manos de ese loco y tu suegra está metida en todo esto. Ayúdame y te ayudo. Así de fácil.

Oí un resoplido.

―¿Qué propones?

―Estoy en la puerta de tu casa, diles a tus hombres que nos dejen pasar.

Colgó y antes de que volviera a pulsar la tecla de rellamada la verja de la entrada se abrió despacio con un ligero zumbido.

Javi me miró, le devolví la mirada y se encogió de hombros con total despreocupación.

―A la boca del lobo, como en los viejos tiempos ―sostuvo mientras maniobraba hacia la entrada.

Sonreí mientras enfilábamos despacio el camino de gravilla hacia la casa. Me fijé por primera vez en lo que me rodeaba, cuando vine a verlo la primera vez iba más pendiente de sacarle información a Maceiras que de analizar el entorno. Los muros eran más altos de lo normal y estaban cuajados de cámaras de seguridad, la vegetación era frondosa de manera que desde fuera del perímetro nadie pudiera observar la casa que se levantaba al final del camino. Lo que se dice una autentica fortaleza. Parecía una vivienda antigua solo que la habían reformado, de paredes blancas y con contraventanas de hierro en forma de librillo y de color gris tenía un aire moderno, como de diseño y una palmera altísima delimitada por una pequeña rotonda justo en la entrada llamó mi atención.

Un hombre con gafas de sol del tipo aviador y con una funda de pistola de cuero marrón sobre una camiseta gris nos hizo una seña para que aparcáramos a un lado de la entrada. Javi y yo volvimos a mirarnos.

Salimos del coche dejando las armas en el interior como prueba de buena voluntad, no estábamos allí oficialmente así que todo lo que hiciéramos se miraría con lupa y no queríamos provocar la ira de aquellos hombres.

Dos sujetos en chándal y con las cabezas rapadas aparecieron por un lateral y nos rodearon con intención de cachearnos, Javi y yo volvimos a mirarnos y levantamos los brazos en señal de aceptación. El hombro me estaba matando, a pesar de los analgésicos no había dejado de dolerme y los puntos, las grapas o lo que fuera que me hubieran puesto me tiraban de cojones.

Nos cachearon en un santiamén sin dejar un solo resquicio donde pudiéramos ocultar un arma, por pequeña que fuera. Sabían lo que hacían. Una vez les pareció que estábamos limpios intercambiaron un gesto y nos dejaron con un simple «esperad aquí».

Pasados uno o dos minutos un tipo muy alto, moreno, pero con pinta de nórdico, con el pelo cortado al cepillo y unos inquietantes ojos grises que nos escudriñaban sin piedad, se plantó frente a nosotros y nos sonrió alternativamente con cierto cinismo. No vestía como el resto, llevaba un pantalón gris de vestir y una camisa oscura y tenía un aspecto bastante más esmerado. No parecía un simple matón, debía tener algo más de peso en la organización. No lo reconocí hasta que habló.

―¿Subinspector, acompañante? ―soltó con sorna a modo de saludo― venid conmigo, Rafael os espera.

―Tú... ―señalé mirándolo con los ojos entrecerrados― eres el celtarra.

―Lo fui ―admitió volviéndose un segundo.

―¿Como supiste en Castellón que...?

―Iria llevaba un localizador en su chaqueta. La cagaste. Debí llevármela conmigo en la fiesta, le habría ido mejor conmigo que contigo. En todos los sentidos...

La ira subió peldaños de dos en dos en mi interior y antes de que hiciera una tontería Javi me puso la mano en el hombro negando con la cabeza.

―¿Qué sabéis? ―preguntó Javi.

El tipo se detuvo sin contestar, nos miró, compuso una sonrisa torcida y siguió su camino sin volver a reparar en si lo seguíamos o no.

Maceiras nos esperaba sentado en su despacho, nos recibió como me había recibido a mí la vez que vine a verle, sin levantarse y haciendo una seña para que nos sentáramos.

Rafael Maceiras era un hombre duro, hecho a sí mismo, como Caaveiro, pero una versión mucho más implacable. Había conocido a algunos hombres como él a lo largo de mi vida, hombres que hacían lo que tenían que hacer con la vida que les había tocado. El acosador, como yo lo llamaba, o el celtarra, como lo llamaban Iria y Agustín, se quedó de pie su lado.

―¿Y bien? ―preguntó clavando sus ojos oscuros en mi― la última vez que nos vimos te dije que por mi parte no iba a inmiscuirme en lo que le pasara a mi cuñada. Estaba y está fuera de la familia.

―No te creí entonces y no te creo ahora. ―Se limitó a sonreír y a observarme unos segundos en silencio.

―¿A qué habéis venido?

―No estamos aquí oficialmente. Solo queremos encontrarla.

Maceiras asintió.

―¿Y por qué se supone que debo ayudarte?

―Si la encontramos antes que la policía tu suegra podrá irse de rositas. Siempre que me asegures que va a mantenerse alejada de Iria.

Maceiras volvió a asentir.

―Dejadnos a solas ―ordenó al acosador y a Javi.

Le hice un gesto de asentimiento a Javi y ambos salieron de la habitación.

―Te diré lo que vamos a hacer. Marquina es intocable para mí así que es tuyo. Dale una buena tunda a ese cabrón de mi parte.

―Si la ha tocado dalo por muerto ―afirmé sin dudar.

Durante una milésima de segundo pareció sorprendido, pero en seguida se recompuso y me dio la sensación de que se hacía una idea de lo que me movía a buscarla. Y no me importó, solo la quería a salvo. Por encima de todos y de todo.

―Mi suegra por el contrario es asunto mío. No es que me importe lo que le pase, ella solita se ha metido en este lio, pero mi mujer no piensa igual, ya me entiendes, es su madre.

―¿Tenemos un trato? ―pregunté deseando saber que había averiguado.

―Así que al grano ―repuso frunciendo los labios complacido―. ¿Sabes?, a mí tampoco me engañas. Ni sé ni quiero saber lo que te traes entre manos con Iria, pero cuando esto termine te quiero lejos de mi familia.

―¿Eso la incluye a ella? ―pregunté sin pensar. Había decidido mantenerme alejado de Iria y a pesar de eso que un sujeto como Maceiras me prohibiera verla no me gustó nada.

―De momento ella está fuera de la familia, pero eso es algo que puede cambiar en cualquier momento.

―Si eso ocurre házmelo saber y volveremos a hablar.

Pareció quedarse conforme con mi respuesta porque volvió a componer una sonrisa franca.

―Lo que tú hagas no me importa y lo que yo haga tampoco a ti. ¿Entendido? ―afirmó ofreciéndome la mano que estreché sellando el trato sin dudarlo― Hans irá con vosotros junto con un par de hombres de mi confianza.

Con eso me había dicho que pasase lo que pasase quedaba entre nosotros. Nada más y nada menos. Cojonudo, un pacto entre delincuentes: yo no te delato y tu a mi tampoco ¿me fiaba de su palabra? Estaba por ver.

―¿Sabéis dónde la tiene?

Asintió.

―Desde hace una hora.

―¿Cuándo pensabas decírmelo?

―La tiene en una nave cerca del puerto de O Grove. Salíamos hacia allí cuando has llamado.

Entendí porqué me había dejado participar, Marquina era el hijo del jefe de un clan rival, daba igual lo que le hubiera hecho a Iria, si algo le ocurría comenzaría una guerra entre clanes. Maceiras tenía la obligación de proteger a los suyos. Si por el contrario Marquina era detenido o yo lo mataba se lo quitaba de en medio de una forma aséptica y sin tener nada que ver. Le habíamos caído del cielo como autentico maná.

―¿A cuánto está de aquí? ―pregunté.

―Por carretera a unos cuarenta kilómetros ―Y una sonrisa de suficiencia se formó en su rostro alargado.

―Ibais a ir en una de vuestras planeadoras, ¿verdad? ―observé a sabiendas de que suponía un problema para ellos mostrarme su modo de vida de manera abierta.

―Son unas siete millas, por carretera estaréis en cuarenta minutos, por mar en menos de diez. Y ya hemos perdido mucho tiempo ―aseguró levantándose.

―En eso estamos de acuerdo ―admití despidiéndome con un gesto para a continuación abandonar su despacho.

Salimos de la casa, pero antes recuperamos nuestras armas bajo la atenta mirada de Hans y del resto de hombres de Maceiras, acto seguido nos subimos a un todoterreno con los cristales tintados. Conducía uno de los del chándal que nos había cacheado, Hans iba de copiloto con una Glock del cuarenta y cinco en el regazo y un tercer hombre que no habíamos visto hasta entonces se había sentado detrás con nosotros, en medio, para tenernos controlados.

―¿De dónde eres Hans? ―pregunté.

―De Vigo.

―¿De Vigo el de los Alpes Bávaros? ―inquirió Javi con su habitual sarcasmo.

―El del chándal intentó ocultar una risita sin mucho éxito.

―¿Te importa? ―le espetó Hans con evidente inquina.

―No, no, para nada ―se apresuró Javi a contestar―, solo pretendíamos entablar conversación, por ser amables ―añadió jocoso.

―Que te jodan, madero ―murmuró Hans entre dientes sin molestarse en ocultar su antipatía.

―Cabeza cuadrada ―articuló Javi disimulando las palabras con una repentina tos y provocando una nueva risa del conductor.

Le hice un gesto a Javi para que parara de tocarle las narices a Hans, necesitaba hablar con él.

―¿Que tiene Marquina en contra vuestra para actuar por venganza? ¿Es cierto lo que dicen de qué...?

―¿No decías que no era un asunto oficial? ¿A qué viene tanta pregunta, subinspector?

―Necesito saber a que nos enfrentamos. Si está tan loco como dicen o si actúa movido por otra razón.

―No creo que eso importe ¿por qué no se lo preguntas tú mismo antes de cargártelo? Porque después de lo que posiblemente le haya hecho te lo vas a cargar ¿no?

No me gustó nada lo que insinuaba.

―Puede que lo haga ―dije aún a sabiendas de que si al final lo mataba los convertía a todos en testigos en ese mismo momento.

Y si le había puesto un solo dedo encima lo haría.

―Necesito saberlo ―insistí mirándolo a los ojos a través del espejo retrovisor― ya sabes por qué.

Suspiro y se incorporó en su asiento, luego me observó en silencio y le mantuve la mirada. Estábamos saliendo de la urbanización y le hizo una seña al que iba detrás que nos entregó unas capuchas para que nos las colocáramos. No protestamos ni nos quejamos, Javi conocía el juego tan bien como yo. Podíamos terminar en cualquier playa con un tiro en la frente, pero ambos sabíamos que Maceiras nos necesitaba como nosotros lo necesitábamos a él. Y para mí el riesgo merecía la pena.

―Ricardo y Rosalía salieron un tiempo, se conocían desde siempre, Marquina no está muy bien de la azotea, supongo que ya lo sabes, por lo visto Rosalía empezó a ver cosas raras y lo dejó. Él no se lo tomó muy bien y la estuvo acosando durante un tiempo, ella no quiso hacer ni decir nada porque sabía que su padre lo mataría y eso provocaría muchos problemas a la familia.

»Terminó acudiendo a Rafael y él se ocupó. Lo suyo comenzó poco después de aquello, Ricardo se montó una historia en su cabeza y Rosalía no quiso más problemas.

Me sorprendió que me lo contara ya había dado por hecho que no iba a hacerlo y no pude evitar pensar en que era él y no yo quien había llevado la conversación a su terreno. Quería contarme algo y quería que ante sus hombres pareciera era yo quien le sonsacaba.

―Es peligroso ―afirmé

―Lo es.

―¿Que puede querer de Iria?, ella no tiene relación con vosotros.

―¿Tú qué crees?

―¿Puedes ser más explícito?

―Acosó a Clara Caaveiro también.

No pude verle la cara pero supuse por sus palabras y por el tenso silencio que nos envolvió que también para él era personal. Lo que quería contarme tenía que ver con Clara Caaveiro y además con él.

―Intentó violarla para dejarla embarazada y casarse con ella. Tiene esa idea fija en su cabeza desde lo de Rosalía y Rafael. Créeme cuando te digo que le tengo muchas más ganas que tú. Clara era una niña, más joven aún que Iria y después de aquello nunca volvió a ser la misma. Pero Bernardo y el capitán llegaron a un acuerdo e ingresaron a Ricardo en una clínica mental.

Tragué saliva por lo que se eso significaba para Iria. Y para mí. Además me llamó la atención que Hans parecía hablar con genuina tristeza y con cierta rabia que sin embargo intentaba ocultar. Hans guardaba rencor a Caaveiro por lo de Clara.

―¿Y como se ha involucrado Rosalía madre en todo esto?

―Lo de esa mujer es otra historia. Lleva obsesionada con Iria desde que hace un año, cuando descubrió su existencia. Imagino que la cree culpable por su ruptura con Bernardo y en realidad así fue. Pero es inofensiva, imagino que es una de sus pataletas de mujer ociosa que se le ha ido de las manos.

No pregunté nada más. Intenté centrarme Iria. Iba a sacarla de allí con vida y no me importaba nada más.

Unos quince minutos después llegamos a un embarcadero escondido en una especie de acantilado donde nos despojaron de las capuchas y subimos a una planeadora, Javi y yo, Hans, el que pilotaba y los otros dos del todoterreno. En otros diez minutos arribamos al puerto de O Grove.

A sorte está botada― dijo el del chándal revisando un cargador antes de metérselo en el bolsillo y después enroscando el silenciador en la pieza del cañón de su pistola.

Aquellos eran hombres de armas. Iban preparados para lo que fuera. Se dirigían hacia la nave con paso seguro aún a sabiendas de que iban a matar o a morir. Miré de reojo a Hans que no se había molestado en esconder su arma. Me llamó la atención que la llevaba sin seguro y con el dedo en el gatillo, lo espeluznante era que lo hacía de forma natural, algo que solo los que saben que van a disparar sí o sí y están acostumbrados a hacerlo se atreven. Saqué mi arma quité el seguro y Javi me imitó. A ver quien meaba más lejos.

―Es aquella nave ―señaló el tercer hombre haciendo un gesto con la cabeza en dirección una nave de placas de hormigón con el techo metálico gris oscuro.

―¿Cuantos? ―pregunté.

―No estamos seguros, mínimo dos máximo seis sin contar a Marquina ―contestó Hans.

―¿Cuál es el plan? ―Quise saber.

―El plan es que no hay plan ―dijo sonriendo.

―Perfecto ―mascullé.

―Entramos como un elefante en una cacharrería y vamos viendo. Si no te parece bien puedes quedarte fuera, madero.

―Y una mierda.

Llegamos a una puerta lateral y el del chándal se agachó, dejó el arma en el suelo y sacó una ganzúa con la que se puso a hurgar en la cerradura. Oímos un ruido dentro y el del chándal soltó un «carallo»y se detuvo. Pasados un par de minutos prosiguió con su tarea hasta que terminó reventando la cerradura. El interior estaba oscuro, todos sacamos nuestras linternas y me hizo gracias pensar en que las que llevábamos Javi y yo, que eran las reglamentarias de la policía, no eran tan distintas a las que llevaban los hombres de Maceiras.

Un tipo con pinta de levantar pesas de doscientos en doscientos kilos cruzó justo por delante de nosotros y se quedó petrificado al ver los haces de luz de las linternas. El tercer hombre le arreó un tremendo golpe con la culata de su pistola en la sien y cayó desmadejado a los pies de Javi volviendo a golpearse la cabeza.

O primeiro é sempre o máis difícil―afirmó risueño mientras limpiaba la sangre de la culata con la camiseta del pobre desgraciado.

Creo que en eso estuvimos todos de acuerdo.

A la derecha del pasillo por el que había aparecido el tío con pinta de armario empotrado había unas escaleras. El resto de la nave era diáfana y estaba vacía. Hans hizo una seña y bajamos de dos en dos cubriendo la zona de la barandilla.

Bajaba en cabeza cuando me pareció oír unos gritos de mujer y me tensé como la cuerda de una guitarra. Javi también lo oyó y supuse que los demás igual porque empezamos a aumentar el ritmo de bajada sin tener que ponernos de acuerdo.

Llegamos a una especie de descansillo con varias puertas de lo que parecían unas oficinas. Agucé el oído y tomé la de la izquierda. Yo la abrí y Javi me cubrió, Hans fue hacia la derecha y los otros dos a la del centro. Asentimos antes de separarnos.

Un minuto después nos habíamos desecho de otro de los tipos que montaba guardia frente a una puerta metálica con un enorme cerrojo donde estaba seguro de que tenían a Iria. La había oído gritar y después suplicar. Lloraba casi a gritos y tuve que hacer un verdadero esfuerzo por no tirar la jodida puerta abajo. La adrenalina me hizo tumbar al tío de la puerta de un solo golpe en la mandíbula. Javi lo estaba esposando cuando entré y la escena que me encontré me dejó paralizado un segundo.

Aquello parecía una habitación de hotel de cierto lujo, había además una mesa en el centro que parecía la típica de un restaurante, también de lujo, donde imaginé que acababan de cenar.

Cuando vi la cama de matrimonio y lo que estaba ocurriendo en ella la rabia me cegó. Si hubiera estado seguro de que Iria no iba a sufrir daños hubiera vaciado mi cargador sobre la espalda de ese cerdo asqueroso.

Lo arranqué de encima de ella y lo arrojé al suelo, estaba desnudo de cintura para abajo con los pantalones enredados en los tobillos y completamente empalmado.

Me arrodillé sobre su estómago y comencé a golpearlo con los puños sin parar y sin mirar ni pensar en qué lugar recibía los golpes, en la cara, en el cuello, en la oreja, en el pecho, lo golpeé y lo golpeé hasta que casi no pude respirar del esfuerzo.

―¡Hijo de puta, cabrón, voy a matarte!

Javi corrió hacia ella que en ese momento vomitaba con medio cuerpo fuera de la cama. Vi como la cubría con la sábana y la depositaba con mucho cuidado sobre el sofá que había a la derecha.

En ese momento entró Hans seguido de el del chándal que estaba herido y la sangre le resbalaba por la cara.

Reanudé la paliza, me sentí impotente y muy culpable por no haber llegado antes incluso por haber retrasado a Maceiras aunque solo fuera unos minutos y haberle evitado a Iria lo que ese desgraciado le había hecho. Noté como me fallaban las fuerzas, me estaba mareando casi no podía seguir golpeándolo. Pensar en que llevaba tres días haciéndoselo hizo que la rabia volviera a darme alas, el hombro dejó de dolerme y el cuerpo empezó a responderme.

―¡Vas a morir, cerdo, solo por haberla tocado!

Pero ya no me oía. Sentí una extraña y cálida humedad que me envolvía el cuello, el hombro y me bajaba por el brazo y empecé a ver puntos negros. Me separé de Marquina y me senté en el suelo sin entender por qué no podía levantarme.

―Sergio, para, Iria no está bien ―dijo javi desde el sofá―. La ha golpeado y creo que puede tener una ligera conmoción. Respira, y sus latidos son fuertes y constantes, pero está inconsciente y ha vomitado. Hay que llevarla al hospital.

―Tenemos a Rosalía, nos vamos ―dijo Hans― tenéis el campo libre, había otro más, solo eran tres.

Asentí sin poder pronunciar palabra y los vi salir de la habitación.

Levanté la vista mientras Javi sacaba su móvil para informar y llamar a una ambulancia para Iria y supuse que otra para Marquina, aunque si por mí fuera se podía morir.

Intenté levantarme sin éxito, ¿qué coño me pasaba? Me arrastré hacia una de las sillas y al final conseguí levantarme con mucho esfuerzo. Necesitaba verla, no era que no me fiara de Javi, solo quería ver por mi mismo que estaba bien.

―¡Sergio! Joder ―gritó Javi corriendo hacia mi― estás sangrando, se te ha abierto la herida ¡mierda! Tranquilo ¡joder! ¡vamos!

―¿Es-está bien? ―pregunté y note como mi voz oscilaba, estaba temblando.

―Siéntate, mierda. ¡Joder!

―Contéstame, coño.

Pero no entendía por qué no me hacía caso. Lo vi sacar el móvil con manos temblorosas.

―Necesito otra ambulancia. Sí, es una herida de bala de hace tres días que se ha vuelto a abrir. Está perdiendo mucha sangre ¡Y yo que sé! ¡Pronto!

―Javi... Javi... no me jodas... Iria...

―Tranquilo. Iria está bien, parece que tiene una ligera conmoción. Y creo que hemos llegado justo a tiempo.

―Ojalá tengas razón...

Oí algunos gritos más y como Javi me llamaba con la voz amortiguada. Una oscuridad espesa y fría me rodeó y noté como mi cuerpo comenzaba a desplomarse a cámara lenta sin que pudiera hacer nada por impedirlo.

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