31. IRIA
Intenté levantarme de la cama del enésimo hotel en el que nos alojábamos, ya había perdido la cuenta. Al final lo conseguí con cierto esfuerzo porque estaba debajo de las sabanas y estas estaban enredadas en mi cuerpo, por si fuera poco me cubría el edredón y encima de este tenía el brazo de Sergio y parte de una pierna. Como para escaparme.
Diez días. Diez días habían transcurrido desde el intento de secuestro. Diez días en los que Sergio me había hecho el amor de maneras inimaginables cada noche y algunas mañanas. Todo lo que creía saber acerca del sexo y del amor había resultado ser nada. Nada. Y me atrevía a hablar de amor porque me había enamorado de él hasta la medula.
Deus, lo amaba. Y sabía que terminaría rompiéndome el corazón cuando todo se terminara, porque se cansaría de mí y conocería a otra a la que llevarse a la cama y yo me moriría, o resolverían mi caso y no volveríamos a vernos. Alguna de esas dos cosas terminaría por ocurrir. Eso si no me mataban. Obviamente prefería la segunda opción. Separarnos, que todo fuera bien y poder volver a Pontevedra. Dejar de saber de él y punto. Si me cambiaba por otra... No, no quería ni pensarlo, solo pensarlo me hacía daño. Antes la opción tres que la dos. Uno, tres, dos, ese era el orden correcto.
Las palabras de Olga me escocían: «no te enamores de él». Era de las típicas frases de Lúa, muy fácil de decir, pero ¿y hacerlo? Ay, Nai de Deus, ¿quién me mandaba meterme en semejante berenjenal?
Después de un largo día en el que apenas habíamos salido de la carretera estaba entusiasmada. Tenía planes para él. Durante el trayecto me había pasado un buen rato buscando cosas en su móvil. Cosas para hacerle, Sergio debía pensar que yo era una especie de santurrona mientras que él destilaba sexo por los poros. Claro que era tocarme y yo sucumbía sin remedio. Aún así tenía claro que no estaba a su altura ni de lejos. «Mojigata», me había llamado una vez. Y luego estaba toda esa bromita del sexo oral, que era algo que me llevaba por el camino de la amargura. No es que lo hubiera practicado mucho y estaba segura de que no se me daba nada bien.
Normalmente no sabía qué hacer y con Toño había sido algo que solo nos limitábamos a hacer en los preliminares, un ratito. Sergio me lo hacía constantemente y aunque no me pedía nada a cambio yo... no tenía idea de cómo encarar el asunto, nunca mejor dicho.
Pero esa noche había partido de futbol, su adorado Madrid jugaba un encuentro que según él era importante. Algo de una eliminatoria de Champions en la que solo le valía ganar o empatar, pero la cosa estaba difícil porque jugaban fuera de casa. No sabía mucho de competiciones europeas ―era lo que tenía ser seguidora del Celta de Vigo, la única Champions que jugamos yo tenía apenas cinco años y salvo el año pasado que llegamos a semifinales en la Europa League no había nada digno de reseñar, vaya, que no tenía idea de cómo iba― como tampoco sabía nada de mamadas, pero hoy pensaba hacerle una mientras veía el partido.
Todo por un blog en la que decían que era una de las fantasías sexuales preferidas de los hombres junto con la clásica del trío con dos mujeres o el sexo con famosas o desconocidas: una cerveza bien fría, un buen partido y una rubia chupándoles la polla. Pues bien, como las otras dos fantasías quedaban descartadas él iba a tener partido, cerveza y a una rubia de rodillas esa noche, y tendría que ponerme las pilas si quería hacerlo bien.
Tomaría prestado su móvil con la excusa de navegar un rato, y aunque las veces en que lo había hecho había borrado el historial y luego había hecho un montón de nuevas búsquedas en tiendas online de ropa y complementos para disimular, como me descubriera iba a tener munición para meterse conmigo durante días. Solo confiaba en que todo saliera bien y el riesgo mereciera la pena.
Entré en el baño y abrí el grifo de la ducha. Contemplé la imagen que me devolvía el espejo. Tenía buen aspecto a pesar de no haber dormido mucho y eso que mi pelo parecía un nido de pájaros. De todo eso tenía la culpa Sergio. Habíamos llegado a la habitación casi a las dos de la mañana y luego me había tenido despierta y muy entretenida hasta casi las cuatro.
Desde luego Lúa tenía toda la razón. «Si quieres tener una piel luminosa olvídate de las cremas y tratamientos corporales, un buen polvo y tu piel resplandecerá todo el día». Sonreí como una boba al recordarla. Me hubiera divertido llamarla y decirle: «cacho perra, tienes toda la razón, desde que echo un par de polvos de infarto al día tengo una piel fabulosa». Me reí a carcajadas y, aún antes de verlo reflejado en el espejo y que me abrazara por detrás, pude notar su sola presencia a mi espalda.
―¿Qué es eso tan gracioso que pasa por tu preciosa cabecita?
Exhalé un lento suspiro.
―Nada, cosas de chicas.
―¿Ah, sí? ―preguntó con los labios en mi cuello y haciendo que el leve cosquilleo se convirtiera en un genuino estremecimiento cuando me lamió un buen trozo de piel.
Y justo cuando comencé a excitarme me levantó la camiseta, me dio un sonoro cachete en el culo y se metió en la ducha dejándome con cara de tonta.
―¡Eh! Que iba a ducharme yo.
―Eres muy fácil de distraer. Anda, entra y dúchate conmigo.
Puse los ojos en blanco.
―No, ahora no, dejémoslo para después, o nos volveremos a perder el desayuno y hoy tengo hambre.
―Esa sí que es buena... ―afirmó negando con la cabeza muerto de la risa.
Tenía toda la razón. Yo nunca tenía hambre al levantarme, era más de un café bebido y comer temprano, pero a Sergio le encantaba atiborrarse por las mañanas, así que para su desgracia tenía que tirar de mi cada día si quería desayunar, y no eran pocos los días en los que no lo había conseguido. Ahora que como castigo me había tocado aguantarlo de mala leche hasta la hora de comer.
―Te recuerdo que ayer no me diste de cenar.
―Y por lo que veo fue una buena idea, vuelve a recordármelo más tarde, mi niña.
―Muy gracioso ―mascullé saliendo del baño a toda prisa.
Ese era un buen momento. Luego no me dejaría tranquila en todo el día. Encontré su móvil en la mesilla y tecleé nerviosa en Google «como hacer una buena felación». Vaya, desde luego no esperaba encontrar tantísima información, me dio miedo mirar en YouTube no fuera a encontrar un tutorial. Era increíble, me leí un buen número de blogs y fui tomando nota mental del tema: empezar con tranquilidad, poco a poco, ir subiendo la temperatura para ponerlo a tono, sí eso era algo que podía hacer, debía tener cuidado de hacerlo justo antes de empezar el partido o luego puede que estuviera demasiado alterado.
Variedad; por mucho que algo les guste hay que ir cambiando. Más cosas; combinar boca y manos..., parecía más complicado de lo que recordaba. Contacto visual; sí, eso también lo recordaría. No olvidarse de los testículos. Eso tampoco. No atacar el glande a la primera, lubricar e ir de menos a más, y mil cosas más.
Suspiré.
No sabía si me iba acordar de todo o si lo iba a hacer bien, no podía preguntarle si no quería parecer estúpida además de estropear la sorpresa, y sobre la marcha tampoco lo haría porque quería parecer experimentada. Por favor, tenía que competir con mujeres muy diestras como la tal Irene. Solo decir su nombre mentalmente me hacía hervir de celos. Y más porque ella se lo había hecho antes que yo. Ay, Nai de Deus, ¿nos compararía?
«¡Iria, deja de pensar!», me recriminé.
El grifo de la ducha se cerró y salí de internet, borré el historial e hice un par de búsquedas por si le daba por mirar.
En fin, la suerte estaba echada.
―¿Qué coño te pasa?
―¿Por qué lo preguntas?
―Llevas todo el día... no sé... rara...
―¿Yo? Nahh ¿A qué hora empieza el partido? ―pregunté para desviar el tema.
Me había ocupado de meter en el mini bar dos latas de su cerveza preferida que saque a escondidas de la máquina expendedora que había en recepción. Acababa de poner una en el congelador para que estuviera bien fría.
―En media hora.
―Bien, conéctalo ya, que quiero ver la previa. Y avísame cuando esté ―apunté entrando en el baño mientras él me seguía con la mirada con el ceño ligeramente fruncido.
Deus, que nerviosa estaba. Cerré la puerta, no podía concentrarme en nada si lo tenía todo el rato mirándome con esa cara de «sé que algo te pasa y voy a terminar por averiguarlo».
―Vale ―murmuró confuso.
Estalle en carcajadas nada más oírlo. Joder, si supiera lo que le esperaba.
Saqué una pequeña bolsa de tela que llevaba en el bolsillo de la sudadera. Era uno de los regalos que me hicieron las chicas en mi cumple y cuando lo metí en la maleta lo hice pensando en Toño y en que si teníamos oportunidad de vernos en medio de todo aquel follón le iba a encantar. Gilipollas de mí. Era un conjunto de lencería. Un tanga de encaje negro minúsculo y un sujetador a juego de estos de media copa. Y mira por donde lo iba a estrenar con otro. Estaba deseando contárselo a alguien y no podía. Era frustrante.
―¡Ya está! ―gritó Sergio― ha empezado la previa.
Miré el reloj y eran las ocho y veinticinco, el partido comenzaría a menos cuarto. Hice acopio de valor me ahueque el pelo, me lo recogí en una coleta alta y despeinada y me planté delante del espejo una última vez. Se iba a quedar pasmado cuando me viera así vestida. O más bien así desvestida.
Me acerqué despacio y cuando me tuvo delante de su vista abrió ligeramente la boca al ver la lencería. Lo había dejado bloqueado. Genial. Primera parte completada. Mierda, no, ¡la cerveza! Casi lo olvido...
―No se te ocurra moverte ―dije señalándolo con el dedo.
Negó con la cabeza con sus ojos fijos en mis tetas y me sonrojé como hacía siempre que me miraba así.
Corrí de vuelta al mini bar y saqué la cerveza.
Oí un gruñido al darme la vuelta, acababa de descubrir que llevaba un tanga. La verdad era que los odiaba. Eso de llevar una tira metida por el culo no era lo mío, así que lo tenía acostumbrado a simples braguitas de algodón de lo más ñoñas e infantiles, y me divirtió imaginar que se le había descolgado la mandíbula.
Volví a acercarme despacio y se la ofrecí. Me miraba con los ojos como dos platos. Luego me arrodillé entre sus piernas y comencé a desabrocharle el pantalón. Sonrió antes de poner una expresión entre divertida y confusa.
―¿Qué haces?
―Shh tú solo relájate y disfruta ―exigí reproduciendo con exactitud la frase que me soltó antes de acostarnos la primera vez―. Solo mira el ordenador y no te distraigas, están hablando de las alineaciones ―añadí bajando su pantalón hasta los muslos y acariciándole el pene aun enfundado en el bóxer.
Deus, estaba durísimo. No iba a tener que hacer nada de lo que decía el blog para ponerlo a tono.
―Joder, Iria... espera, espera... el partido...
―Que te centres en la previa y en el partido y me dejes hacer ―le ordené con más brusquedad de la que pretendía.
―Mi niña, si vas a hacer lo que creo que vas a hacer no pienso...
―Carallo, Sergio, cállate ―y le di un suave mordisco por encima de la tela haciéndolo gruñir de nuevo.
Levantó las manos en señal de defensa y dio un trago a la cerveza.
―Muy bien tú mandas ―murmuró antes de que lo fulminara con la mirada y luego hizo el gesto de la cremallera haciéndome sonreír de nuevo.
Suspiré y sin dejar de mirarlo comencé a acariciarlo, primero el tronco y luego los testículos y debí hacerlo bien porque cerró los ojos y exhaló el aire despacio.
En cuanto liberé sus atributos del bóxer y comencé a lamerlo con lentitud sin dejar de acariciarle el resto de su anatomía empezó a jadear y dejó la cerveza en la mesita que había junto al sillón.
Seguí durante un rato lamiendo despacio el tronco, usando toda mi lengua y deslizándola por la exquisita carne. De vez en cuando intercalaba lamidas rápidas y otras veces bajaba hacia los testículos sin dejar de mirarlo. Ya solo notaba sus fuertes respiraciones y como no era capaz de mantener los ojos abiertos. Cuando calculé que estaba bastante a tono me la metí en la boca y succioné el glande con fuerza, el se estremeció y soltó un joder que me hizo detenerme.
―¿Te he hecho daño?
―Oh, no. Ni mucho menos, mi niña, no pares.
Sonreí y volví a metérmela en la boca. Primero profundo y luego hasta la mitad, me ayudé con una mano como explicaban en internet y no dejé de bombear deprisa, despacio, más adentro, hasta la mitad. Sergio se retorcía y tenía la mano sobre mi cabeza, acompañaba mis movimientos y noté que le gustaba que me la metiera muy profundo y que luego le rodeara el glande con la lengua en rápidas pasadas. También me atreví a agárrasela y darme golpecitos en la lengua y en la cara, y la mirada que me dirigió no tuvo precio.
Estaba emocionada y muy excitada. Mierda, me sentía sexy y poderosa. Me estaba vanagloriando de mi buen trabajo cuando me apartó de golpe.
―Iria, para...
―¿Por qué? ―pregunté desconcertada.
―No-no podré... aguantarme mucho más... no quiero que... ―y exhaló un largo suspiro.
Ah, era eso. De manera que no quería correrse en mi boca porque pensaba que yo no querría o no me gustaría. Pero quería hacerlo. Más que nada en este mundo.
Así que lo miré juguetona y no le hice caso. Volví a introducírmela despacio y apretando mis labios mientras la acariciaba con la lengua.
―¡Jesús, aparta, Iria!
Lo succioné sin dejar de bombear con la mano y mis labios, deprisa y luego más despacio. Cuando me daba la sensación de que iba a correrse me detenía y lo lamía con lentitud pasando toda la lengua desde la base a la punta y cuando lo notaba relajarse me la metía hasta dentro y bombeaba variando el ritmo todo el rato.
―Me estás matando...
«Lo sé», pensé sonriendo.
De repente sentí como temblaba en mi interior y esa vez no me detuve si no que me empleé más a fondo hasta que sentí el primer chorro caliente en mi boca. Fue la cosa más excitante que había hecho jamás y me tragué hasta la última gota de su descarga con glotonería. Oh, Nai de Deus, como tembló, como gimió y sus fuertes espasmos estuvieron a punto de hacer que apartara la cabeza. Nunca había pensado que yo fuera capaz de dar tanto placer a un hombre y me sentí orgullosa de mi misma. ¡Si no me había durado ni un cuarto de hora!
Me pasé la mano por la boca y me chupé las puntas de los dedos.
―Hala y ahora sigue viendo tu partido.
Me levante y me di la vuelta sonriente y antes de que pudiera darme cuenta ya lo tenía pegado a mí como una lapa.
―A tomar por culo el partido.
Me llevó en volandas hacia la cama como le gustaba y me lanzó sobre el colchón, y antes de que aterrizara ya lo tenía encima. Al final no vio el partido y en las siguientes dos horas no hicimos nada más que venerar nuestros cuerpos.
Al terminar yacía exhausta en la cama con su cabeza apoyada en mi vientre y le acariciaba el pelo distraída cuando se giró apoyó la barbilla en mis costillas y me miró a los ojos fijamente. Noté en su semblante preocupación, quizás miedo y puede que algo de inseguridad. Sabía que llevaba un rato intentando hablar conmigo. Habíamos tenido una sesión de sexo muy intenso, demasiado, y supuse que querría poner distancia, pero al terminar se abrazó a mí y me estuvo besando la sien un rato entre suspiros. Luego se tumbó sobre mi estomago y así llevábamos la última media hora.
―Hace cinco años me ocurrió algo.
Intenté no ponerme nerviosa.
―El día que fuimos a la fiesta me preguntaste el nombre de mi última ex.
―Ajá ―dije― Elena.
Asintió.
―No he vuelto a tener una relación desde entonces.
Calló de nuevo y no quise achucharlo, pero no aguantaba el incomodo silencio que de repente nos rodeaba.
―¿Te engañó?
―Sí, pero no fue solo...
Volvió a encerrarse en sí mismo, le di tiempo y durante unos minutos me dediqué seguir a acariciandole la cabeza con mis dedos enterrados en su pelo.
―¿Por qué tengo la sensación de que fue distinto a lo que me hizo Toño?
―Porque lo fue. Y luego ella murió y no pudimos...
―Lo sé, Olga me contó que tuvo un accidente.
Se incorporó y se tumbó junto a mí y ahora fue él quien enredó un dedo en un mechón de mi pelo y empezó a acariciarme.
―No quiero hablar de ella. Pero tengo que hacerlo, necesito hacerlo para explicarte... Mierda.
―Tranquilo, tómate el tiempo que necesites ―lo besé y lo acerqué a mi hasta que apoyó su cabeza en mi hombro.
―Se suponía que era maestra de escuela, se suponía que íbamos a tener hijos. Se suponía que nos queríamos. Bueno yo la quise, mucho más de lo que resultó que merecía.
―¿Qué pasó?
―Era periodista de investigación. Una muy ambiciosa. Quería un artículo. Se lió conmigo para conseguir información y yo fui tan estúpido de explicarle cada detalle, cada puto detalle de todos los sospechosos, operaciones, detenciones, investigaciones...
Me estremecí involuntariamente y giré la cabeza para mirarlo.
―Carallo, menuda zorra ―murmuré sin darme cuenta.
Él solo movió la cabeza y alzó las cejas.
―Por eso dejó que las cosas llegaran tan lejos, me convertí en una fuente inagotable de información. Yo por aquel entonces estaba en la brigada que investigaba el terrorismo islamista en España y colaborábamos con la policía europea. Primera línea, ya sabes. Obtuvo datos del atentado de Burgas y del soldado asesinado en Londres antes de que la propia policía hiciera declaraciones.
―Durante cuanto... tiempo.
―Salimos tres meses, y vivimos juntos año y medio. ¿Te imaginas? Al menos no me mintió en lo del nombre.
Un incómodo silencio volvió a envolvernos y tuve que hacer todo el acopio de paciencia del mundo para dejar que me lo contara a su aire.
―Y un día Agustín me llamó a su despacho y me contó que habían investigado las filtraciones a la prensa y resultó ser ella, y luego...
―Lo del accidente. Tuvo que ser horrible.
―Lo fue, no quise admitir que se había ido. Necesitaba que me dijera que no había sido mentira.
―A lo mejor no lo era, a lo mejor comenzó así y después...
Negó con la cabeza.
―Ella tenía a alguien. La terminó dejando él por qué no entendió que llegara tan lejos conmigo, pero estoy segura de que lo quería a él y no a mí. Yo solo fui un peón en una extraña partida que no supo cómo terminar.
No fui capaz de decir nada, solo lo abracé.
―No quiero que te compadezcas de mí. Lo que quiero contarte en realidad es lo que ocurrió después.
―Sergio, no te compadezco, me entristece saber por lo que has tenido que pasar.
―Hice cosas... cosas de las que no estoy nada orgulloso. Recurrí al alcohol, a las drogas y al sexo fácil. Pero hace poco he descubierto que nunca podré olvidar lo que pasó y jamás dejaré de sentirme culpable por no haberla escuchado aquella noche. Haga lo que haga. Y aunque creo que en cierto modo he comenzado a perdonarla yo no...
―Sergio...
―No calla, escúchame. No soy bueno para ti. No deberíamos estar haciendo esto. Deberías conocer a alguien más joven que yo, que no estuviera amargado y que supiera quererte como te mereces. Yo no soy esa persona, Iria y no quiero que tú... pierdas el tiempo con alguien como yo. No voy a dejar que te...
Temblé involuntariamente. Me dio la sensación de que tenía ciertas sospechas de lo que yo sentía.
―Shhh ahora cállate tú ―dije poniendo un dedo en sus labios― ese es mi problema, no el tuyo. Sé lo que tenemos y no quiero nada más. Me gusta estar contigo, hace que me sienta bien y solo quiero devolvértelo. No hay más. Además tú mismo lo dijiste, puede que te reasignen a otro, puede que mi caso se resuelva...
―¿Segura? No quisiera que...
―Ven aquí, divirtámonos sin pensar en nada más ¿de acuerdo? ―afirmé sujetando su cabeza y mirandolo a los ojos muy cerca.
Asintió y me besó. Aunque seguramente se había quitado una losa de encima al contarme aquello y yo había entendido por fin muchas cosas, no parecía tranquilo. Estaba intentando que parásemos. Estaba intentando dejarme, pero no sabía cómo, y yo no era de mucha ayuda porque en el fondo no quería que aquello terminase. Así que lo abracé y comencé a devolverle el beso, luego enrosqué mis piernas alrededor de sus caderas dejándole claras mis intenciones.
Deseaba hacerle olvidar. Ojalá hubiera podido hacerle olvidar. Pero me conformaría con amarlo. Y en ese momento hice lo único que podía hacer: lo amé con todo mi cuerpo y sobre todo con toda mi alma.
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