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30. SERGIO

       

Había pasado las peores horas de mi vida conduciendo a más de ciento ochenta por hora sin saber si Iria estaba bien o no, preocupado por lo que habría visto o imaginándola asustada y preguntándome si habría recibido algún golpe o la habían tocado. Me volví loco.

Agustín dispuso que me llevaran de vuelta a Carvoeiro para volver a ocuparme de ella, era la única forma de mantenerla segura. Estaba claro que teníamos una filtración importante, seguramente en la policía gallega. En cuanto intervinieron desde Huelva y hubo que avisar a nuestros homónimos portugueses, alguien averiguó el paradero de Iria. Más claro agua. Debimos tenerlo en cuenta. Se lo estaba diciendo a Agustín cuando decidí obligar a mi compañero a cambiarme el sitio y conduje sin parar hasta Portugal.

En cuanto la vi sentada en la comisaria el alivio me inundó, pude descansar y cesó la desagradable sensación que tenía en el pecho. Ver como su gesto de impaciencia mudaba al descubrirme frente a ella y como sus ojos brillaron al mirarme me hizo desear abrazarla y comérmela a besos allí mismo.

Me limite a cogerla de la mano y a apartar de mi mente las cosas que se me pasaron por la cabeza en cuanto el olor a vainilla de su pelo inundó mis fosas nasales.

Luego ocurrió lo que tenía que ocurrir. No me había bastado con la primera vez. Nada de lo que me había propuesto hacer me funcionaba con Iria.

Estuve mucho tiempo contemplándola y disfrutando de tenerla entre mis brazos antes de dormirme. Hablaba en sueños, no pude entender lo que decía y era la cosa más sexy y más tierna que había visto en mi vida.

Me desperté al amanecer, mis brazos aún la rodeaban y teníamos las piernas enredadas. Era gracioso porque a pesar de tenerla con la cabeza apoyada en mi hombro, era tan alta y tenía las piernas tan largas que mis rodillas estaban entre sus muslos. Demasiada mujer para mí, pensé y enseguida deseé no tener razón.

Respiré hondo, todavía dormía plácidamente pero sentí la necesidad de estar dentro de ella de nuevo. Era como si no pudiera saciarme. Comencé a darle pequeños besos en la frente, en el nacimiento del pelo, en los ojos, en las mejillas y suspiró. Luego empecé a acariciarla despacio, mis dedos recorrieron su espalda, la estrecha cintura y con esfuerzo conseguí colarla entre nuestros cuerpos para ocuparme de sus pezones. Sentir como se endurecían entre mis dedos fue una sensación deliciosa. Me deleité un buen rato, hasta que ella se empezó a desperezar ronroneando como un gatito.

―Mmm, ¿qué hora es?

―Temprano.

―¿Qué haces?

―Intento despertarte para echarte un polvo, pero no es una condición estrictamente necesaria. Sigue durmiendo si te parece, yo puedo seguir solo.

―Sí, muy gracioso ―dijo dándome un suave beso en los labios que me hizo desear más.

Tenía esa mirada traviesa que tan loco me volvía.

―Pues... ¿Te importaría si me lo pienso un poco? Dormir o follar, dormir o follar... dormir... o follar ―murmuró―. Nai de Deus, me lo pones muy difícil.

―Ven aquí ―exigí y empecé a hacerle caricias sobre las costillas y ella a deshacerse en espasmos.

―No, déjame, basta, me rindo, me rindo.

―Así, me gusta, ahora vas a dejar que te la meta sin una sola protesta más.

Rio de una manera que me dio la sensación de tener una maldita batidora en mi interior.

―Bésame, enano mandón.

Y eso hice. Le devoré la boca como sabía que le gustaba. Despacio y profundamente, sin ser brusco, pero tampoco delicado. Firme, esa era la palabra correcta, y note fascinado como se deshacía entre mis brazos. Luego le dedique de nuevo mis amables atenciones a sus tetas durante un buen rato. Joder, como me gustaban, eran perfectas, redondas, grandes y respingonas y tenía unos pezones rosados y pequeños, y muy sensibles. Introduje mi mano ente sus piernas y la acaricié, estaba húmeda y caliente, lista para mí. Me incorporé para coger un condón y me detuvo.

―Te mentí ―me quedé paralizado― aún tomo la píldora.

La miré extrañado y suspiró.

―Me daba miedo dado tu historial. Mierda, ¿con cuantas tías te has acostado? No me vayas a contestar, es una pregunta retórica ―dijo tras un bufido―. Lo mismo ni lo sabes y si lo sabes soy yo la que no quiere saberlo. Pero, es que..., yo solo lo he hecho con Toño y... ¿y si...?

Si para mí era difícil pensar en que otro la había estado con ella antes que yo, no quería ni pensar en la posibilidad de que se hubiera acostado con cuatrocientos tíos, que eran mis números calculados a ojo de buen cubero a una media de tres por semana en tres años. Tenía toda la razón al preocuparse.

―Estoy limpio, jamás lo he hecho sin condón, pero si lo prefieres puedo hacerme pruebas y esperar a...

Joder, cerré mi bocaza al darme cuenta de lo que estaba pasando. Lo que decía implicaba que tenía pensado acostarme con ella a menudo ¿y era eso lo que tenía pensado? No, pensar no era el algo que pudiera aplicarse en esos momentos.

―No, está bien, si es así no hay motivos para pensar que... a pelo ―sentenció.

Sonreí porque lo deseaba más de que lo que estaba dispuesto a admitir. En cuanto a lo otro decidí dejarme llevar y no pensar tanto. Al fin y al cabo era más probable que fuera yo quien le hiciera daño y no ella a mí ¿no?

La volteé y me coloqué entre sus piernas en un solo movimiento. Comencé a besarla y la penetré de una estocada.

Se encogió y gruñó.

―Joder, ¿te he hecho daño?

Negó con la cabeza.

―Bien ―susurré empezando a moverme despacio en su interior. Levanté su pierna izquierda. Quería introducirme profundo, muy profundo. Era una pasada sentirla piel con piel. Ya casi ni me acordaba de lo que se sentía. Elena había sido la última con quien lo había hecho sin protección. Me deshice de todos mis pensamientos y me dediqué a contemplarla para adivinar lo que le gustaba. Roté las caderas, cerró los ojos con fuerza y le saqué un par de gemidos. Luego giré un poco más y le saqué varios jadeos más.

―Mírame, no cierres los ojos.

―No te pares ―murmuró.

―No pienso hacerlo.

Ella entonces se arqueó, me sujeto del cuello y me acarició las mejillas con sus pulgares y comenzó a seguir el ritmo de mis embestidas. Luego todo fue tan rápido y tan intenso que no puede controlarme. Nuestras frentes juntas, sus uñas en mi espalda, mis dedos perdidos en sus pechos y sus talones en mis muslos...

Cuando nos corrimos lo hicimos a la vez, ella empezó unos segundos antes, pero terminó más tarde encadenando un segundo orgasmo. Como envidiaba cuando hacían eso.

La sentí desmadejarse entre mis brazos, casi dejó de respirar. Fue algo a la vez perturbador y alucinante. No me moví, me dejé caer sobre ella un momento hasta que me repuse y volví a incorporarme. En ese momento respiraba deprisa y verla con las mejillas sonrosadas y ese gesto de abandono me hizo sentir un leve cosquilleo y calor, un inmenso calor en el pecho.

Seguí enterrado en ella deleitándome con la sensación, sin dejar de mirarla, intentando atrapar el momento como si fuera la última vez que fuéramos a estar juntos, hasta que casi comencé a excitarme de nuevo.

Había sido aún mejor que lo de la noche anterior. Esa mañana habíamos alcanzado cierto grado de... unión y no se escapó lo que eso significaba. Estábamos creando un vínculo. Me asustaba, pero era consciente de que era tarde para alejarme de ella.

Salí de su interior y ella protestó gruñendo como si un oso reviviera tras un periodo de hibernación.

―No... ―sollozó.

Me fui al baño, consciente de que era una pequeña huida como excusa para limpiarme. Demasiado intenso. No quería eso. No era lo que quería, no podía permitírmelo, era de lo que llevaba tratando de evitar desde que la había conocido.

«Joder. Joder y joder».

Ella entró detrás, corriendo desnuda con algo en la mano, y con toda la naturalidad del mundo se sentó en el váter y se quedó como esperando. Luego se metió una de mis camisetas por la cabeza y los brazos casi de un solo movimiento. La dichosa camiseta la tapaba casi entera, parecía querer ocultarse de mí. Después comenzó a limpiarse cuidadosamente con papel.

Sonreí.

―Ya no me acordaba de lo engorroso que es el después. De hacerlo sin condón, me refiero ―dije.

―Y eso que no has visto la cama ―puntualizó con una mueca.

―Puedo imaginarlo.

―¿Vas a usar la ducha tu primero? ―preguntó― tengo frío.

―¿Te duchas conmigo? Yo también tengo frío ―mentí.

Se encogió de hombros.

Yo desde luego lo estaba llevando muy bien. Estaba haciendo todo lo contrario de lo que me había propuesto. Parecíamos una pareja que lleva años junta en vez de habernos conocido hacía menos de un mes. Y acababa de ofrecerle que nos ducháramos juntos. La sola idea de volver a tenerla desnuda para mí prevaleció sobre el sentido común. Perfecto.

―Tenemos que hablar ―afirmó entrando en la ducha con la camiseta puesta.

La cosa se ponía mejor, como me soltara el rollo de no somos nada y esto es solo sexo me iba a tener que pegar un tiro por gilipollas.

―Claro ―aseveré entrando tras ella.

―Tengo miedo, Sergio ―admitió quitandose la camiseta con cierto reparo y poniendola sobre el borde de la mampara.

La abracé.

―No dejaré que te pase nada.

―Eso es lo malo ―aseguró acurrucándose entre mis brazos. Noté como un leve escalofrío la recorría cuando abrí el grifo y el agua salió fría―. Esto que tenemos, no quiero ponerle nombre, pero es algo bueno ¿no crees?

No supe que contestar, más bien no quise contestar.

―Pero... ¿Interferirá en tu trabajo?, quiero decir, tú mismo me lo advertiste, imagino que si no tienes la mente fría perderás la concentración y si... mientras nos estemos acostando pues... y han pasado tantas cosas ya...

―¿Crees que es ese el problema? ―pregunté en un tono cargado de cinismo.

―¿Y cuál es, según tú, el problema? ―contraatacó.

―No soy hombre para ti, Iria. No quiero que te hagas ilusiones.

Deus, Sergio, ¿ilusiones? no te estoy pidiendo matrimonio, ni siquiera quiero que tengamos una relación. Créeme después del fiasco de Toño es lo último que necesito. Solo quiero que podamos alcanzar cierta normalidad.

―¿Cierta normalidad? ―Ahora era yo el que estaba empezando a enfadarme.

―A ver, que dure lo que tenga que durar, pero mientras estemos en esto no quiero tener que estar más preocupada por otras... cosas ya me entiendes...

―¿Cosas como que me derrita por tus huesos y esté todo el día viendo corazoncitos y eso haga que nos terminen pegando un tiro? ―pregunté con bastante cinismo y no menos sarcasmo.

―Eres un gilipollas, pero sí, algo así.

―Eso no va a pasar. Soy perfectamente capaz de separar el sexo del...

―Bien ―me cortó separándose de mí para meterse bajo el agua caliente―, yo también. Era solo eso. Necesitaba dejarlo claro.

―Estupendo ―dije.

―Estupendo ―repitió.

Se dio la vuelta dándome la espalda y la contemplé debajo del agua durante unos segundos.

―¿Estás enfadada?

―Un poco ―admitió a regañadientes y solo porque la empujé un par de veces― déjame ¿quieres?

―Yo también estoy enfadado, ven aquí ―exigí tirando de su muñeca.

―¿Qué haces?

―¿Nunca has follado estando cabreada?

Colocó sus palmas sobre mi pecho como si fuera a rechazarme y solo me miró con esos enormes ojos verdes rebosantes de confusión. Parpadeó y algo en su mirada cambió. Estaba empezando a excitarse.

―Son los mejores polvos ―susurré enterrando mi nariz en su cuello y empezando a lamerle la clavícula.

Intentó zafarse de mí, pero no me duró ni un asalto. Cuando le sujeté las muñecas y le metí la lengua en la boca sucumbió y comenzó a devolverme el beso. Pero no la dejé, esta vez no podía haber besos. Le di la vuelta, la apoyé contra la pared obligándola a abrir las piernas para tener mejor acceso y de una sola vez la penetré desde atrás. Comenzó a jadear de forma comedida, ni rastro de los gemidos a los que me tenía acostumbrado. Era como si no quisiera terminar de dar su brazo a torcer.

―Si quieres que pare solo tienes que decirlo ―repuse en un tímido intento para no parecer un cabrón sin sentimientos.

―Como pares te mato ―sentenció cerrando los puños sobre la pared de azulejos.

Sonreí muy a mi pesar y cerré los ojos hundiéndome más en ella.

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