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27. IRIA

Una voz desconocida me despertó de un sueño profundo. Hacía días que no dormía tan bien. Cuando abrí los ojos un grito se quedó congelado en mi garganta. Dos hombres a los que jamás había visto habían abierto la persiana y me miraban desde los pies de la cama, y de repente no supe donde estaba.

«Sergio».

―¡Sergio!

―No se asuste, señorita. Somos los agentes David Fernández y Joaquín del Río, hemos venido desde Huelva. El compañero que realizaba las labores de escolta ha recibido órdenes de ausentarse unos días por un asunto urgente y sus nuevos escoltas están de camino. Nos ha dado la orden de despertarla y presentarnos a las ocho. Esperaremos en la puerta esto... eh... el tiempo que necesite.

Asentí con el corazón bombeando a mil por hora.

Una vez cerraron la puerta me desperecé y al levantarme me di cuenta de que estaba desnuda. Suerte que estaba tapada hasta las orejas.

Polo amor de Deus ―murmuré.

Sergio se había largado sin despertarme.

―¿Crees que se la tira? ―Me llegó desde fuera de la habitación una voz amortiguada.

―Psss, no sé. A saber. Desde luego es guapa.

Estupendo, ahora los polis de la puerta hablaban de mí.

―¿Guapa?, joé, la tía está tremenda.

―Calla, y estate quieto y tieso aquí en la puerta como nos han ordenado.

―Tieso estoy desde que la he visto.

Iba a matar a Sergio, me echa el polvo de mi vida y ¿lo llaman para otra misión? Carallo, me había dejado tirada sin decirme nada.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, solo me recompuse al oír las idioteces de aquellos dos capullos tras la puerta.

―¿Crees que estaba desnuda?

Joé, ya te digo.

Se iban a enterar. Me vestí aprisa y corriendo, ya tendría tiempo de ducharme después.

―Un operativo especial así le pido yo este año a los reyes.

―Menudo cabrón con suerte. Seguro que se la ha tirado antes de irse. Tiene pinta de estar recién follada.

Fuera parecía nublado. Me puse unos vaqueros, una blusa estampada y un jersey de lana maldiciendo entre dientes y acordándome de todos los ancestros de los dos gilipollas que hablaban de mí de esa forma.

―Calla, coño, no chilles tanto que nos vas a buscar un lío.

―Deja que se lo cuente al Vázquez, tío, lo va a flipar.

Me cepillé el pelo deprisa, me lavé la cara y lo sujeté en una coleta alta. Lista, se iban a enterar. Iba a pagar con ellos toda mi frustración.

―Tú te callas, de esto ni palabra, que esto es una cosa secreta, lo ha dicho el jefe así que chitón.

―Punto en boca, tranquilo.

―Eh, capullos ―dije asomando la cabeza por la puerta―. Que me estoy enterando de todo.

Nunca había visto a dos tíos más gilipollas en mi vida. Ahora no sabían hacia dónde mirar.

―¿Tengo que llamar al comisario Pousada a Vigo o al comisario Páez a Madrid para os comportéis como dos profesionales en vez de cómo dos chulitos de playa?

Se cuadraron al momento y el que había hablado antes conmigo me dirigió una mirada cargada de temor.

―Discúlpenos señorita, no es necesario que llame a nadie, le prometo que...

―¿Cuándo llegan mis escoltas?

―Esto... pues no lo sabemos exactamente.

―Bien, Número Uno ―ordené dirigiéndome al que no había abierto aún la boca, pero tampoco borrado su estúpida sonrisa― baja a ver si puedo ya desayunar ―ahora me miraba como si me hubiera salido una segunda cabeza y puse los ojos en blanco― que mires si está todo despejado, o lo que mierda hagáis los polis, no querrás que me maten bajo tu custodia ¿no? Y tú, Número Dos, ya estás llamando ahora mismo a quien tengas que llamar y te enteras de quién viene y cuándo estará aquí.

Y cerré de un portazo dejándolos con un palmo de narices.

«¿Dónde estás, Sergio? ¿Y qué está pasando para que te hayas ido así, sin decirme nada?».

Me negaba a reconocer que se hubiera limitado a una huida después de habernos acostado.

No podía ser eso.

Me acerqué a la ventana y observé la playa durante un momento o puede que fuera más tiempo. Hasta que llamaron a la puerta y apareció Número Uno muy serio.

―Señorita, todo en orden, puede usted bajar a desayunar.

Bueno, mientras me divertiría con aquellos dos capullos hasta que llegase quien fuera.

―Disculpe ―dijo Número Dos asomando tímidamente su cabeza tras Número Uno―, me han confirmado que sus nuevos escoltas estarán aquí antes de las diez. Vienen desde Madrid. No me han informado de más. Pero el compañero antes de irse dijo algo de... Olga y... ¿Carlos?

―¿El compañero dijo algo más antes de irse?

Negó con la cabeza y yo me incendié como una tea. Estaba oficialmente cabreada. Si volvía le cantaría las cuarenta, pero por mí podía morirse en ese mismo momento.

―Perfecto, gracias, Número Dos. ¿Desayunamos?

Salí de la habitación y baje aprisa las escaleras. Me siguieron como dos perritos falderos.

Olga y Carlos no llegaron hasta dos horas más y tarde. Olga me miraba raro y lo supe: el muy cabrón se lo había contado. Además seguro que estaban allí porque él mismo se lo habría pedido a Agustín. Así que se había largado como un gallina, peor, como un perro con el rabo entre las piernas ―Deus, menudo símil de mierda.

Como no podía hacer que me fuera como seguramente haría con todas, se había ido él. Perfecto. Que imbécil había sido. Y por si fuera poco lo había hecho sin despedirse, ni una mala nota. Un solo «hasta siempre» o incluso un «hasta nunca» hubieran bastado y ahora sabría a qué atenerme. Pero no, él tenía que irse de esa manera. «¿Y qué esperabas?» Comencé a encenderme cada vez más furiosa y me recriminé por ello porque en realidad no tenía por qué enfadarme. Tuve la certeza de que no se quedaría en cuando abandonó la cama.

―Tenemos que hablar ―murmuró Olga― de varias cosas.

―Ya lo creo que sí. Pero eres policía y si te digo que voy a matar a alguien me tienes que detener ¿no? O a lo mejor tengo suerte y la ley dice que hay que esperar a que lo haga.

―La ley dice que tienes un cabreo de cojones y yo digo que tienes derecho a estar enfadada, pero subamos a la habitación y hablemos en privado.

―No quiero hablar.

―Iria, además tengo noticias de Agustín, debo comunicarte las últimas averiguaciones.

―Está bien, carallo.

―Carlos sube a la habitación y ve instalándote, yo voy con Iria a hacer lo mismo y a explicarle...

Subimos en absoluto silencio. De lo que menos tenía ganas en ese momento era de hablar, pero al menos iba a enterarme de las novedades.

―¿Y bien? ―pregunté con los brazos en jarras.

―He hablado con Sergio. Bueno, por wasap. Que se fuera así ha sido cosa de Agustín, dice que no quiso preocuparte. Esta en Vigo y afirma que va a volver en cuanto le dejen. Respecto al caso han detenido a un hombre que parece ser quien contrató a los de la furgoneta y seguramente sea quien se los ha cargado, me ha dicho Agustín que si quieres o tienes dudas, que lo llames.

Me limité a asentir un poco menos enfadada.

―Y respecto a Sergio, ¿en qué coño estabais pensando? Sergio se juega que lo vuelvan a trasladar y tú... Creí que eras un poquito más lista.

―No me riñas encima, carallo, bastante tengo ya.

Suspiró sin dejar de mirarme.

―Tengo que llamarlo y va a querer hablar contigo ―avisó.

―No sé si quiero ―repuse.

―Lo que tú digas. No pierdes nada, pero tú decides ―afirmó.

―No, déjalo. Prefiero no hacerlo. Ahora mismo estoy demasiado cabreada.

―Como quieras, yo no te voy a obligar, solo te traslado lo que me dijo ―añadió encogiéndose de hombros.

―¿Y qué te dijo? ―pregunté y acto seguido me mordí la lengua.

―Que quiere hablar contigo.

―¿Y qué más? ―¿Es que no iba a poder parar de preguntar?

―Pregúntaselo a él.

Me quedé callada. No tenía ningún derecho a poner a Olga en medio de todo aquello. Pero el problema era que no tenía con quien hablar de nada. Si al menos pudiera contactar con las chicas...

―Cuando Javi te llamo para hablar ¿Por qué decidiste escucharlo?

―Lo nuestro fue distinto. Tuvimos una relación que acabó mal y teníamos cosas pendientes. Vosotros os habéis acostado durante ¿cuánto, unos días? No debió pasar, es una locura y os vais a meter en un lío. Bueno Sergio ya lo está, si Agustín o Camacho se enteran volver a Canarias va a ser el menor de sus males.

―Ni siquiera ha sido como dices ―murmuré.

―¿El qué?

Puse los ojos en blanco.

―Solo nos hemos acostado una vez, anoche. Y no volverá a pasar. Eso sí que me lo dejó claro. La verdad es que ahora mismo me gustaría no volver a verlo. No puedo con más cosas, Olga.

Me quedé en silencio de nuevo, era así como me sentía. Era todo demasiado complejo y yo no estaba en mis cabales. Echaba de menos a mi madre, a mis loquitas incluso a Toño. Y ahora tenía que lidiar con un hombre de lo más complicado y una situación demencial que me tenían trastornada y no podía más, simplemente iba a gripar.

―Lo sé, tranquila.

―¿De verdad que te ha dicho que va a volver?

―Eso dice ―y una sonrisa comenzó a formarse en sus labios.

Bien. Si volvía se iba a enterar. Yo no era una de sus putitas no iba a permitir que me tratara como a una de ellas.

―Tengo que llamarlo ¿vas a hablar con él o no? ―insistió Olga.

―Creo que no.

―Como quieras ―se rindió cogiendo el teléfono y buscando un rato antes de ponérselo en la oreja.

No descolgó a la primera y Olga se impacientó.

―No lo coge. No podrá. Me devolverá la llamada, tranquila ―aseveró guardándose el teléfono.

―Me da igual, Olga, francamente ya me da todo igual ―dramaticé― por mi puedes decirle que no quiero volver a verlo.

Olga se quedo contemplándome durante un rato. Sabía que dudaba que hacer o que decir. No lo sabía ni yo... Se dio la vuelta dubitativa y acababa de empezar a deshacer su maleta cuando su teléfono móvil comenzó a sonar. Me miró un momento antes de cogerlo y supe que era él.

―Sergio, ya estamos aquí, todo bien. Está enfadada, no creo que quiera... ―Pausa―. No soy su niñera, si no quiere ponerse... ―Pausa―. Dice que no quiere verte, pero es el enfado del momento ―susurró saliendo a la terraza para que no escuchara la conversación y no me pareció mal. Pensé en darme una ducha mientras tanto―. No son tonterías, cuando me ha visto aparecer ha pensado que era cosa tuya, que te habías largado ―Pausa―. No sé ni por qué lo he hecho, pero he intentado explicarle y no me ha dejado ―seguí escuchando a través de la puerta, no me pude mover―. Bien. Cuando cuelgue, no soy tu médium ¿Cómo ha ido, tienes algo? ―pausa―. Dime ―pausa―. Sí, ya, no me las des ―pausa―. Adiós.

No esperé a que entrara, abrí la puerta de la terraza y la abordé.

―Olga... yo...

―¿Por qué coño no has hablado con él? Está claro que necesitas sus explicaciones.

No iba a admitirlo ni bajo tortura. Me limité a ponerle ojitos y la interrogué con la mirada, y fue ella la que finalmente puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos.

―Que conste que no me mola nada estar en medio de algo así ―me advirtió con el dedo en ristre.

Asentí y seguí interrogándola con la mirada.

―Está bien ―claudicó descruzando los brazos― estaba enfadado y frustrado porque no has querido hablar con él y en eso me ha parecido muy franco. Cuando le he dicho que no quieres verle se ha cabreado. Me ha sonado sincero, no sé... Me ha dicho que le importas, pero quizás es ese el problema.

―No te entiendo.

―¿Quieres la verdad?

―Claro.

―El cree que le importas ―afirmó haciendo hincapié en la palabra.

―¿A qué te refieres con que cree que...?

―A que a veces nuestro trabajo se parece un poco al de los psicólogos y los psiquiatras en el sentido que se establece un vínculo entre nosotros, algo parecido a la transferencia, un lazo emocional. Pero no es algo real, forma parte de la convivencia y funciona según cada situación.

Aquella posibilidad me cayó como un jarro de agua fría. Tenía sentido lo que decía. Puede que fuera justo eso lo que nos ocurría. Estaba claro que vivíamos una situación peculiar. Peculiar y compleja. Y ahora además confusa.

―Es un buen policía, pero es su primer trabajo de escolta, no ha establecido límites contigo.

Hice una mueca. No me estaba gustando nada la conversación.

―En su favor debo decir que es difícil establecer límites contigo ―admitió con una sonrisa― y si no que se lo digan a Raúl que creo que está dispuesto a adoptarte legalmente ―añadió ahora riendo.

Sonreí.

―Si ahora me dices que puedo ablandar también a Carlos me suicido...

Olga soltó una carcajada que me hizo contagiarme y juntas reímos un rato.

―Por Dios no se te ocurra enamorarte de él ―dijo de repente muy seria y vi verdadera preocupación en su rostro.

«Como si uno pudiera elegir a quien amar».

―No pienso enamorarme de él. Es que... es solo que... Mierda, la he cagado ¿verdad?

―Lo siento. No soy la más adecuada para aconsejarte. Y menos después de mi experiencia con los hombres, pero solo te diría que te mantuvieras alejada de él. Y como no puedes, pues...

―Sí... ese es el puñetero problema. Ojalá no me hubiera acostado con él. Y ojalá decida no volver... Todo sería mucho más fácil ―confesé después de soltar un enorme suspiro.

Olga me miró de arriba abajo y su expresión mudó de repente.

―¿Qué...? ―inquirí.

―Nada.

―No, dímelo ―insistí.

―Es extraño, pero en el fondo pienso que haríais buena pareja. Tú has sido capaz desde el principio de ponerlo en su sitio. Algo que la ingente cantidad de mujeres con las que ha estado no han conseguido, pero aún así...

«Ingente cantidad», menuda cosa. ¿Y por qué me molestaba tanto?

―Déjalo, me ha quedado claro ―aseguré levantando ambas manos― como siguiera hablando de «ingentes cantidades» de mujeres iba a vomitar.

―¿Te acuerdas cuando te conté lo de... su ex?

―Sí ―¿cómo iba a olvidarlo?

―Ella no se acostaba con otro. Bueno, no lo sabemos, puede que sí, pero el problema no fue ese. Fue peor. Lo utilizó. De la peor manera ―me confesó.

Tragué saliva despacio.

―Sergio tocó fondo. Estuvo mucho tiempo jodido. Se drogaba, bebía sin control e incluso los padres de ella llegaron a denunciarlo por acoso. Se libró porque Agustín lo apoyó, aún así lo expedientaron y lo sancionaron con el traslado forzoso.

―No sabía que hubiera estado tan mal... Solo me contó lo de sus padres.

―¿Te lo contó? ―pregunto extrañada― mira no digo que no le importes de verdad, pero creo que solo estáis confusos por las circunstancias. Tú tienes toda la vida por delante y él... él es la clase de tío que ha vivido demasiado. Os haréis daño el uno al otro y creo que los dos habéis sufrido bastante.

―Ya ―menudo consuelo.

―Te diría que te acostases con él en plan darle gusto al cuerpo, pero tampoco podéis hacerlo. Estás en peligro y él tiene que hacer su trabajo. ¿Crees que es fácil para nosotros tomar decisiones drásticas cuando...?

―Sí... me lo explicó...

Luego me puso la mano sobre el hombro a modo de consuelo.

―Antes has dicho... Quiero hablar con Agustín quiero saber... necesito saber qué está pasando ―dije con la boca pequeña.

―¿Y qué te corrobore que Sergio no ha huido de ti y que va a volver?

Me puse de nuevo roja.

―Vale, puede que se lo pregunte, de pasada. Pero quiero saber. Necesito que me diga lo que va a durar esto o voy a volverme loca.

―Todo esto como tú lo llamas es por ti, Iria. Para Agustín y para Pousada sería mucho más fácil quitarte de en medio, que cambiaras de identidad y si encuentran al culpable bien y si no también. ¿Pero es lo que quieres? Imagínate viviendo alejada de todos los que aprecias y mirando detrás de ti lo que te resta de vida pensando en si alguien te ha reconocido. No es vida para nadie y aún menos para ti.

―¿Mis hermanos pueden protegerme?, quizás debería irme con ellos. Se sincera, por favor.

―Te protegerían, no lo dudes, pero te verías envuelta en sus vidas con todo lo que eso conlleva y creo que no es lo que tu madre hubiera querido. Si te pidió que acudieras a Pousada y no a ellos fue por algo.

En eso tenía toda la razón.

―Estoy desesperada...

―Lo sé. Darán con los culpables y podrás retomar tu vida. Solo ten paciencia.

―Llama a Agustin, por favor, aún quiero hablar con él.

Me hizo caso sin rechistar y cuando descolgó le explicó que era yo quien quería hablar con él y me pasó el teléfono.

―Hola ―dije a modo de saludo.

―Iria, ¿estás bien? ―preguntó en tono preocupado.

―Necesito saber qué está pasando, Agustín.

―Tenemos una pista importante. Estamos cerca, Iria.

―¿Y por qué nunca podéis contarme los detalles?

―No hay nada concreto aún y no quiero que te asustes o te preocupes innecesariamente ¿lo entiendes?

―Supongo ―contesté no muy convencida.

―Solo te diré que Sergio está interrogando a uno de los hombres del clan Mendoza que pudo haber contratado a los dos sujetos de la autopista.

―Estoy desesperada no puedo seguir viviendo así ―murmuré y sonó patético hasta para mí.

Un sonoro suspiro retumbó en mi oído.

―Iria, no tienes muchas más opciones, lo sabes ¿verdad?

―Lo sé, pero eso no quita que...

―¿Sergio te trata bien?

La pregunta me pilló desprevenida.

―Sí, eh... bueno, podría decirse que... nos vamos entendiendo.

―Estupendo, pero ahora lo necesito, es de mis mejores investigadores.

―¿Cuándo va a volver?

―Ahora es cosa suya, cuando termine en Vigo le he dicho que se tome un par de días además puede que el detenido nos conduzca a nuevas pistas y... sí, de momento estarás un tiempo con Olga y con Carlos. Sé que no te llevas tan bien con Carlos, pero es un buen profesional y con Olga bien ¿no?

―Sí, genial, claro.

―Bien.

―Agustín...

―¿Sí?

―¿Si averiguáis algo importante me lo dirás?

―Claro, cuídate, pequeña. Estamos cerca.

Nada más colgar supe que mentía. Todos mentían sabía que solo querían protegerme y yo solo quería tener una vida normal, a ser posible sin disparos y libre de los miedos que me atenazaban. Y a ser posible también libre de un escolta guapo a rabiar que me sacaba de quicio y me atraía poderosamente a partes iguales.

Menuda infeliz estaba hecha.

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