26. SERGIO
«Joder, joder, joder».
Allí estaba. Sentado a medio vestir en el suelo del pasillo del hotel con la espalda apoyada en la puerta de nuestra habitación sin atreverme a entrar. ¿Qué es lo que había hecho? ¿En qué momento mi retorcida mente había dado por sentado que después de tirármela iba al fin a quitármela de la cabeza? Cuando los problemas parten de un planteamiento erróneo tienes que volver a atrás y empezar de nuevo si quieres resolverlos. Y yo no podía volver atrás. Además era mucho peor. Lo que había sentido con ella quedaba a años luz de mis planes iniciales. No había sido solo sexo.
«No la mires a los ojos, no la beses y fóllatela como llevas haciendo con el resto todo este tiempo».
Tampoco era tan difícil.
«Imbécil. Idiota».
En ese momento solo quería irme lejos de todo aquello. Huir no era la solución, pero llevaba tanto tiempo haciéndolo... y además no había encontrado otra manera de hacer frente a según qué cosas. Aunque tuviera la solución delante de mis narices. Pero estaba allí encerrado, atrapado con ella. No podía responsabilizarme de lo que nos estaba pasando y menos en la situación en la que nos encontrábamos. No podía quedarme. Pero no me quedaba otro remedio.
Me aterraba pensar en lo que podía ocurrir. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido e ignorar las señales? Las malditas señales. Porque iba a terminar enamorándome de ella como un crío inexperto. Conocía bien el proceso. Atracción desmedida, conexión física y mental, sexo del bueno y ya estabas pillado.
«Estúpido. Más que estúpido».
No podía quedarme, ahora menos que nunca, no solo porque iba a hacerle daño, es que no podría impedir que otros se lo hicieran. No podía pensar con claridad ¿Cómo demonios iba a protegerla?
Llamaría a Agustín y le diría lo que fuera. Pediría el traslado, me iría de nuevo a las Palmas, lo que fuera.
«Mierda, mierda, mierda».
Intenté serenarme sin mucho éxito. No podía hacerlo, tampoco me sentía capaz de dejarla en manos de otros. Necesitaba saber que estaba bien, necesitaba protegerla más allá de mi trabajo. Estaba pillado y bien pillado.
Mi teléfono comenzó a sonar y lo sostuve en mi mano unos instantes.
Contesté casi sin saber lo que hacía o decía.
―¿Dónde coño estabas? ―era Agustín y estaba cabreado― Llevo llamándote desde hace más de una hora.
«Mierda».
―Iria estaba cansada y le he quitado el sonido al...
―Se que habíamos decidido que te quedarías con ella de momento. Pero necesito que vuelvas a Galicia. Juan no ha descartado a Marquina, pero ha encontrado un testigo y ha detenido en Vigo al que supuestamente contrató a los de la furgoneta y yo estoy con las manos atadas. Trabaja para el clan de los Mendoza. Es uno de los hombres de confianza de Caetano Mendoza. Tendría que ir yo, pero desde arriba me han dado un toque y no puedo seguir coordinando el caso. Camacho está de acuerdo.
―¿Que quieres que haga? ―me ofrecí.
―¿Dónde estás? ―preguntó.
―En el sur de Portugal. En un sitio que se llama Carvoeiro.
―¿A cuánto estás de Huelva?
―Como a un par de horas ―calculé.
―Tendrás a un conductor ahí en dos horas. Veamos, en seis..., no, puede que siete horas más consigas estar en Vigo. Quiero que le saques a ese hijo de puta todo lo que sepa antes de que pase a disposición judicial. Haré que lo retrasen lo máximo posible. Tienes hasta mañana a las cuatro.
―¿Quién se va a quedar con Iria? ―inquirí.
―De momento tengo un contacto en Huelva y voy a pedirle un par de hombres. No son escoltas, pero menos es nada. Tranquilo. Es una buena idea lo de Portugal. Tendré que informar a la policía de la zona. Pero no voy a moverla de allí.
Dije a todo que sí sin rechistar. A que fueran Carlos y Olga los que se ocuparan de Iria en mi ausencia. Incluso a involucrar a la policía portuguesa o a alguien ajeno a nuestra brigada. No era buena idea, pero no podía pensar con claridad.
―Solo serán unos días. Aprovecha y tómate un par más de descanso. Una semana a lo sumo.
Suficiente, me dije. Agustín me había puesto la solución en bandeja. Qué suerte la mía. Ahora que me iba se me formó un incómodo nudo en la garganta que casi no me dejaba tragar. ¿No era lo que quería? Unos días de poner tierra de por medio para aclararme. A la vuelta ya pensaría en algo para evitar que las cosas entre Iria y yo fueran a mayores.
Entré en la habitación con mucho sigilo a terminar de vestirme y preparar mi maleta. Después me senté en la cama despacio, a contemplarla mientras dormía. Era la segunda vez que lo hacía. Desde luego me estaba volviendo gilipollas. Le acaricié la mejilla con suavidad, frunció ligeramente el ceño y emitió un pequeño suspiro. Estaba preciosa.
Sabía que no debía irme así. Pero no podía escribirle una nota o dejarle un mensaje en recepción y arriesgarme a que otros lo leyeran. Tendría que esperar horas hasta que Olga llegara y enviarle un wasap o tal vez intentar hablar con ella.
Mucho antes de lo que tenía pensado ―puede que quizás, al mirarla, el tiempo dejara de transcurrir de forma normal― recibí una llamada. Mis compañeros se encontraban en la puerta del hotel junto a una pareja de policías portugueses.
Se dirigieron a la recepción y lo arreglaron todo. Ellos se limitaron a subir y acomodarse en una zona del pasillo que era más ancha y no estaba lejos de nuestra habitación donde les subieron una pequeña mesa y dos butacas de la zona de descanso de la planta baja para que no llamasen mucho la atención.
Me despedí de los portugueses, que se fueron en un coche que parecía de los años ochenta, y les di instrucciones a los nuevos guardianes de Iria para que la despertaran no antes de las ocho. Sabía que necesitaba dormir lo suficiente y además le gustaba, era una especie de lirón a la a que si no despertabas era capaz de dormir doce o catorce horas de una vez. Aunque cuando lo hacía se despertaba de un humor de perros. Sonreí al recordarla enfurruñada por las mañanas. También les dije que le explicaran que la llamaría para contarle todo cuando llegaran sus escoltas. Confié en que con eso fuera suficiente.
Solo esperaba que no decidiera atacarles o ponérselo difícil. Volví a sonreír. Cuando dejé el hotel para volver a Galicia me inundó una sensación de desasosiego, no me iba tranquilo, por un lado necesitaba irme y aquello no podría haberme venido mejor, pero en el fondo algo dentro de mí me decía que no era lo que quería y mucho menos lo que necesitaba. Pero me dio igual. O al menos eso fue lo que intenté.
No había dormido nada y el camino a Vigo a través de Portugal se me hizo interminable. Si normalmente odiaba que me llevaran en coche en ese momento me resultó aún más insufrible. Solía quejarme del tráfico y las carreteras de España, pero nada como viajar para darte cuenta de que a veces lo que tienes no es tan malo. Salvo que subas a Francia, entonces te das cuenta de lo que son unos impuestos bien empleados.
Me quedé dormido a las dos horas de salir y ya no me desperté hasta Vigo. Tendría que interrogar a un tío que seguro que se las sabía todas y no estaba lo que se decía en forma.
Cuando llegue a la central de Vigo donde Juan Pousada tenía al prisionero lo primero que hice fue enviarle un par de mensajes a Olga.
¿Habéis llegado ya?
Olga Rodríguez Br E
Nos queda como una hora.
Bien cuando llegues llámame, necesito
hablar con Iria para explicarle por qué
he desaparecido en mitad de la noche
sin despertarla.
Olga Rodríguez Br E
¿Y qué más da? La dejas con un par de
compañeros. Ya se lo habrá imaginado.
No, necesito hablar con ella.
Tú llámame y me la pasas.
Olga Rodríguez Br E
¿Ha pasado algo que deba saber?
«Mierda, Olga y su maldito olfato de sabueso».
No
Olga Rodríguez Br E
Sergio, no me lo puedo creer. ¿No
habrás estado jugando con ella verdad?
N.O. No seas malpensada
Olga Rodríguez Br E
No te creo. Dímelo o se lo sacaré
a ella, sabes que puedo hacerlo.
No sabía que decirle. ¿La verdad? ¿Y cuál era la verdad? ¿Que la había ayudado enrollándome con ella delante de una cámara para que pudiera vengarse de su ex novio? ¿Que tras eso no había podido dejar de pensar en su boca y en su cuerpo a todas horas? ¿Que en lugar de una cría asustada era una mujer fuerte y apasionada y me había terminado colando por ella? ¿Que nos habíamos besado en una estación de servicio y luego se había corrido en mi mano en mitad de la calle, que habíamos terminado por enredarnos o que nos habíamos acostado, o solo follado, total... ya que tenía que perder?
Muchas preguntas para tan pocas respuestas. No, no tenía nada que decirle a nadie.
Me empezó a mandar signos de interrogación sin parar hasta que se detuvo, en ese momento supe que lo sabía.
Olga, no es lo que parece.
Olga Rodríguez Br E
Dime que no te has acostado
con ella ¡coño Sergio!
No es tan sencillo, déjame que te lo
explique, pero no ahora, estoy en Vigo
y tengo órdenes urgentes de Agustín. Tu
solo dame un toque para que pueda hablar
con ella.
Olga Rodríguez Br E
Eres un cabrón, si pudiera te lo gritaría a la
cara, te la has estado tirando y ahora te largas
y no piensas volver.
Juan tiene a alguien y Agustín quiere
que lo haga hablar. No estoy dejando
tirado a nadie. Voy a volver.
Olga no me creyó noté que sabía que había algo más.
Olga Rodríguez Br E
Valientes hijos de puta estáis hechos
tú y tu amiguito. Lárgate a hacer lo que
tengas que hacer y no pienses en volver por
qué si lo haces hablaré con Camacho y con
Agustín. Tu mismo.
Supe que hablaba muy en serio.
Olga, dame un toque para que pueda llamarte.
Olga Rodríguez Br E
No, no quiero tus explicaciones y ella
tampoco las necesita, joder tío, cuando
te pasas, te pasas, que es una cría que
hasta hace unos meses vivía entre
algodones y tú eres un tío hecho y derecho.
Lo sé, y no es lo que piensas. No me es
indiferente y por eso necesito hablar con
ella. Lo último que quiero es hacerle daño.
Luego te lo cuento todo. Y no me jodas
metiéndole cosas en la cabeza ni diciéndole
nada que no debieras.
Olga Rodríguez Br E
No sé porque pero sabía que algo
así iba a pasar. Mierda, Sergio.
Olga, NO.
Olga Rodríguez Br E
Tranquilo. No pienso meterme. Haz lo
que tengas que hacer. Ya me ocupo yo
de los platos rotos.
Como no me avises la vamos a tener y
no quiero involucrar a Carlos.
Olga Rodríguez Br E
🖕
Platos rotos. Que se refiriera a Iria así me hizo estremecer, pero sabía que después de lo que había pasado era justo así como terminarían las cosas entre nosotros.
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