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18. SERGIO

El despertador sonaba sin parar, lo oía a lo lejos, en sueños, pero me debía haber dormido tan profundamente que no conseguía despertarme. Era lo normal tras una noche en la que sin duda me había pasado con el whisky.

Alguien me zarandeó y al fin me desperté. Era Irene y no tenía ni puta idea de cómo había llegado hasta mi cama.

―Buenos días, cariño ―dijo en tono dulzón.

Me levanté medio mareado. Me estaba meando y no iba a poder aguantar mucho más. Ya en el baño mi maltrecha polla me dijo que me había pasado la noche follando y empecé a recordar. Abrí el grifo de la ducha mientras ordenaba mis recuerdos.

Después de salir del piso de Gaztambide había decidido emborracharme. Estaba cachondo y cabreado conmigo mismo. Cuando Iria me preguntó por qué la ayudaba le había dicho la verdad, pese a que no me creyera. Lo había hecho solo y exclusivamente para poder comerle la boca. Necesitaba desesperadamente saber lo que sentiría al hacerlo. Ella era para mí algo así como la fruta prohibida y lo de la venganza y todo ese rollo me había puesto a huevo la excusa perfecta para poder probarla. No había ni iba a haber más.

Luego no me esperaba lo que me encontré. Su boca era puro fuego igual que toda ella. Tuve que parar haciendo un autentico ejercicio de autocontrol para no follármela sobre la encimera de cocina. Lo peor fue llegar a la conclusión de que me habría dejado hacérselo allí mismo. Y eso no era una opción. No para mí. Y mucho menos para ella. Una alarma empezó a sonar en mi cabeza ¿Desde cuándo me importaban las tías hasta ese punto?

«Joder, si al menos no fuera tan joven».

Había sido consciente de la atracción que había entre nosotros durante los pocos días que habíamos pasado juntos. Lo achaqué a que era un bombón de niña y a que yo últimamente estaba hecho un salido porque no follaba con la frecuencia de siempre, así que no le había dado la mayor importancia.

En los casi cinco días que había estado en Galicia me había desquitado con ganas. Desperté cada día con una tía diferente en la cama de mi hotel. Mis excusas empezaban a diluirse. Ahora no estaba tan seguro de que la atracción que sentía por ella fuera por culpa de mi exceso de libido.

Se me estaban yendo las cosas de las manos. Era una cuestión de control. Me gustaba controlar todo lo referente a las mujeres, yo decidía cómo, cuándo y dónde, y el problema era que con Iria me resultaba imposible. Por un lado no estaba acostumbrado a que las mujeres no se plegaran a mis encantos a la primera de cambio. Y por otro me volvía loco, conseguía enfadarme o excitarme ―o las dos cosas a la vez― en un abrir y cerrar de ojos. De cero a cien en cuatro segundos. Y adiós al control. No debí haberle dicho que sí. No debí haberla besado. No conseguía quitarme el maldito morreo de la cabeza y mucho menos la sensación que me produjo el contacto de sus increíbles tetas con sus pezones erizados contra mi pecho.

Decidí centrarme en lo que tenía en mente para esa mañana. Localizar el número desde el que le habían enviado las fotos y los videos a Iria y evaluar la amenaza antes de hablarlo con Agustín. Le prometí a Raúl que me ocuparía personalmente si él hacía la vista gorda y no decía nada a Camacho. Si dábamos parte por el cauce habitual le quitarían el móvil, todo el mundo se enteraría de lo de los cuernos y tardarían en darle otro móvil, si es que se lo daban.

Al salir del baño tras la ducha me quedé un momento mirando a Irene. Seguía en la cama, desnuda y exhibiéndose para mí de una manera demasiado obvia incluso para ella y, aunque trataba de disimularlo y parecer despreocupada, no se le daba nada bien.

Anoche había llegado a la precipitada conclusión de que necesitaba echar un polvo con urgencia y ella me había parecido la opción más fácil.

Esta mañana no lo tenía tan claro y menos porque según empezaba a recordar ella estaba muy enfadada por mis desplantes y las cosas que Javi le había metido en la cabeza, así que prácticamente tuve que suplicarle que se acostara conmigo. Eso significaba que ella creía que teníamos una especie de tregua o incluso una relación. «Sí, mierda». Ahora recordaba cómo me pidió explicaciones sobre la marca que llevaba en el cuello. ¿Y lo peor? Yo se las había dado. Y hasta me disculpé por ello, ¿en qué coño estaría pensando? Seguro que se lo había tomado como una reconciliación y yo estaba tan borracho y tan ofuscado que no la saqué de su error.

«Mierda. Menuda cagada».

Tendría que quitármela de encima sin resultar un verdadero cabrón. Pero no podía pensar con claridad y el problema era que en ese momento la tenía en mi cama pidiendo guerra. Y eso era lo último que me apetecía en ese instante.

―Mmm, cariño ven aquí. Tengo ganas de mimitos ―susurró dejando claras sus intenciones.

Me senté en la cama aún liado en la toalla y ella entrelazó sus dedos con los míos. Tenía el cabello castaño despeinado, estaba guapa y tenía un buen cuerpo, de gimnasio, pero con formas, y me gustaba, joder.

―Lo siento, preciosa, pero tengo una reunión importante ―expliqué sin entrar en detalles. No pensaba hablar con nadie acerca de mi trabajo y menos con ella―. Ponte cómoda, estás en tu casa. Quédate el tiempo que necesites, usa la ducha, desayuna, no sé... lo que quieras.

Sonrió coqueta y asintió.

―Déjame unas llaves, así puedo volver después y...

«Mierda».

―Irene, tenemos que hablar de lo de anoche.

Eso ya no pareció sentarle tan bien.

―¿A qué hora volverás? ―preguntó incorporándose y el bamboleo de sus tetas me distrajo de mi objetivo durante un par de segundos.

―No sé si me dará tiempo volver y luego tengo turno de tarde ―expliqué.

―¿A qué hora sales? ―insistió.

―A las doce ―respondí volviendo a fijar mis ojos en sus oscuros y duros pezones.

«Joder».

―Puedo estar aquí a las...

―Lo siento, preciosa ―la interrumpí volviendo en mí―, pero mañana me cambian el turno y entro a las ocho de la mañana y si no duermo no puedo hacer mi trabajo y si vienes sabes que no dormiremos ―susurré mintiendo descaradamente.

Me besó y le devolví el beso. Al hacerlo recordé otro beso, mi menté voló a otro lugar y a otra mujer y mi cuerpo se excitó de tal manera que Irene lo percibió y comenzó a jadear dentro de mi boca. En cuanto oí sus gemidos no tuve que hacer muchos esfuerzos para volver a la realidad.

Era una pena, de verdad que estaba muy buena y en la cama sabía lo que hacía. Me dejaba hacerle casi cualquier cosa. Según lo que había conseguido recordar de la noche anterior no es que yo hubiera sido precisamente delicado y ella a pesar de todo me había aceptado de manera complaciente. Y lo había pasado bien, era de las ruidosas y no había parado de gemir y gritar en toda la noche. Lo cierto era que encajábamos en la cama y lo pasábamos bien juntos.

Pero la mañana de después era otra cuestión y como todas las mujeres con las que me había acostado en los últimos tiempos tenía algo que me hacía querer huir. Todas tenían algo que me hacía recular, todas menos Iria. De repente ser consciente de eso me hizo sentir una mezcla de insatisfacción y enfado. Pero más enfado que otra cosa. Volví a reparar mejor en Irene. En un principio no la hubiera catalogado como muy lista, pero en las pocas veces que habíamos estado juntos había aprendido a darme lo que necesitaba.

Cuando quise darme cuenta me había quitado la toalla y se retorcía sobre mí refregándose contra mi incipiente erección mientras me lamía el torso de manera muy provocadora, y el enfado y mi extraño estado de ánimo pasaron a convertirse de nuevo en excitación.

Eso y su magnífica boca alrededor de mi polla hicieron el resto.

Después de un polvo rápido me tumbé un momento bocarriba. Y justo cuando hice amago de levantarme ella me acarició para impedirlo, haciendo que por un momento detestara su contacto y le sujetara la mano con brusquedad, sin embargo no se quejó. Nunca lo hacía y eso me hizo sentir un poco culpable por primera vez en mucho tiempo.

―Llámame el sábado y comemos o cenamos. Me vas a tener que hacer un resumen de tus horarios, que es que así no se puede.

―Claro ―le di una palmada en el trasero para quitármela de encima y dejarla contenta antes de levantarme del todo y tras deshacerme del condón y vestirme a la velocidad del rayo me fui a la calle sintiéndome como un desalmado.

Era la primera vez en años que no era claro con una tía y sabía que eso terminaría por traer consecuencias. Pero no me sentí con fuerzas. Le pediría por favor a Raúl que me cubriera un par de horas, la llevaría a cenar el domingo y cortaría por lo sano, al menos le debía el decírselo a la cara.



Llegué a la central un poco antes de las diez de la mañana. Hice varias llamadas y un compañero de delitos informáticos me localizó a la titular de la línea de móvil. Nuria Carreño López. Busqué su perfil en redes sociales y la reconocí como una de las gemelas. Así que ella o su hermana eran las responsables de lo ocurrido tal y como sospechaba. Le habrían quitado el móvil al gilipollas de Toño para copiarle el número de Iria.

Fui con todo lo que tenía a hablar con Agustín. Durante mi viaje a Galicia habíamos mantenido contacto telefónico y a través de e-mail, pero no nos veíamos desde antes de que me fuera y a pesar de las circunstancias me alegré ante la perspectiva de encontrarme con él.

Estudiamos varias opciones y decidimos cambiarle el número y así deshacernos de la filtración, no le conté nada de lo de la venganza de Iria o me empapelarían, pero tanto Agustín como yo estuvimos de acuerdo en que apartarla del novio y de las gemelas diabólicas era la mejor solución.

Agustín ordenó que prepararan una tarjeta con un nuevo número para llevármela sobre la marcha y me dio instrucciones para que a partir de ese momento tanto Hermelinda como las chicas fueran cuidadosas y no guardaran el número en la agenda ni los históricos de las conversaciones para que no volviera a pasar nada parecido.

Con las chicas no habría complicaciones, pero compadecí al compañero que iba a tener que personarse en el pazo y darle las explicaciones oportunas a una pontevedresa cerrada de casi sesenta años.

Comí en el antiguo bar en que solía hacerlo cuando estaba en mi antigua unidad y me alegró saludar a viejas caras conocidas. Tras un par de cafés para hacer tiempo salí del bar a las tres y cuarto en dirección a Gaztambide.

Me encontré con Iria y Olga en el portal. Me limité a saludarlas mientras ellas reían enfrascadas en una revista de cotilleos de estas que más que informar se dedicaba a ridiculizar a famosos de medio pelo y no tan de medio pelo. Olga me hizo una seña como de que todo iba bien

Una vez se hubo ido me acerqué a Iria con cautela.

―Tengo que hablar contigo de varias cosas ―le planteé.

―Dispara ―repuso cargando la cafetera― ¿quieres café?

Llevaba dos en lo que iba de tarde, pero después de lo poco que había dormido y la resaca que arrastraba no me pareció mala idea.

―Ponme uno ―le pedí.

―¿Qué ibas a decirme? ―preguntó.

―Si te digo la verdad no sé por dónde empezar ―contesté.

―Pues por el principio, carallo ―afirmó sonriendo y noté un pequeño estremecimiento en la tripa.

―Agustín y yo estamos de acuerdo en cambiar tu número de móvil. Toma ―dije dándole la tarjeta― hay demasiados indeseables que lo tienen, ya me entiendes.

―Demasiado bien. ¿Azúcar? ―murmuró.

―Sí, por favor ―pedí con educación.

Polo amor de Deus, si tengo que aguantarte a ti también en modo simpático juro que me volveré loca ―aseveró.

―¿Lo dices por Olga?

―Sí, carallo, ha estado rarísima, hablando sin parar e intentando todo el rato que me riera, hasta me ha comprado un par de revistas ¿te lo puedes imaginar? ―dijo acercándome la taza de café.

―La verdad es que no ―admití.

Sabía lo que intentaba hacer. Hacerse la dura. Pasar de todo. Y de momento se le daba bien. A ver lo que tardaba en derrumbarse.

«Por favor, si va a hacerlo que lo haga en el turno de otro».

―Como te estaba diciendo, encárgate tu de las chicas, incluida Laura, que mañana irá alguien al pazo a explicarle las nuevas reglas a Hermelinda ―expuse.

―¿Nuevas reglas? ―preguntó con cara de desconcierto.

―Básicamente no podrán guardar tu nuevo número en la agenda y las conversaciones tendrán que ser borradas al final del día. Por precaución ―expliqué yendo hacia el sofá.

―Y para que ninguna zorra barata les coja el numero para putearme después de tirarse a mi novio ―dijo entre dientes siguiéndome.

―También. ¿Has hablado con Laura?

―Sí.

―Hay que pensar en una historia para ella ¿Sabe lo de...?

―¿Que ayer tenía novio y que hoy no lo tengo? ―repuso en tono sarcástico.

―Hablar con la gente a veces viene bien, tú misma sueles decir que...

―¿Quién eres tú y que has hecho con el enano mandón "barra" gruñón? ―me soltó.

No pude evitar reírme por sus palabras. La verdad es que quería decirle las cosas que Javi y los demás me habían soltado durante años. No, desde luego que no iba a hacerlo. Cada cual que se apañase con sus mierdas a su manera.

―¿No vas a meterte conmigo ni nada? ―inquirió.

―¿Y por qué iba a meterme contigo? ―pregunté haciéndome el inocente.

―Porque sueles ser un gilipollas y estás siendo... a ver, tampoco diría que amable, pero un poco sospechosamente... amigable ―afirmó entrecomillando con los dedos la palabra.

―No estoy siendo simpático. Además, solo te han puesto los cuernos, no es que tengas un cáncer incurable ―declaré dejando mi taza en la mesa del sofá.

―¡Carallo, menos mal, empezaba a pensar que me esperaba una tarde como la mañana que llevo! ―exclamó usando de nuevo su tono sarcástico.

―Pues no pienses, Iria. ¿Cómo coño funciona este trasto? ―pregunté trasteando con la consola.

―Tienes que conectar el cable HDMI a la tele. Dame. Laura me ha dicho que un clavo saca otro clavo y en eso estoy de acuerdo con ella. De hecho me ha enseñado uno de esos mensajes divertidos de internet que dice algo así como: nunca uses a una persona para olvidar a otra, mínimo usa a tres.

―¿Sí? ―dije dando un sorbo al café.

―Sí. Así que he quedado esta noche con ella. A ver si consigo echar un polvo, carallo, que llevo casi dos meses sin mojar.

En realidad no le estaba prestando mucha atención. Así que cuando dijo aquello me atraganté con el café y estuve unos interminables minutos tosiendo como un gilipollas.

―¿Qué vas a hacer que...? ―pregunté aún medio ahogado.

―Follar, Sergio. Follar. Es lo que hacéis los tíos cuando queréis olvidaros de las cosas o de las personas ¿no? ―afirmó con cierto retintín.

―En eso tengo que darte la razón ―afirmé un poco más recuperado.

Además no me quedaba otra que seguirle la corriente.

―Sería eso o emborracharme, si te soy sincera aún no lo tengo muy claro porque, visto lo visto lo de la ultima vez, estarás de acuerdo en que es más seguro que me dedique a beber coca cola y a sacar a pasear mis encantos ―dijo acabándose el café de un trago.

―No se te da bien.

―¿El qué? ¿Pasear mis encantos?

No, eso se le daba francamente bien. Pero no pensaba decírselo.

―Hacerte la cínica ―dije sin dejar de quitar y poner cables a la consola.

―Puede, pero es lo que pienso hacer ―afirmó resuelta.

Levanté las manos en un gesto elocuente. Quien estuviera libre de pecado que tirase la primera piedra, desde luego yo no era el mejor ejemplo, llevaba años comportándome justamente así. Ahora que pensar en Iria follándose a un tío esa misma noche me estaba empezando a trastornar por momentos, pero no pensaba meterme por nada del mundo. Eran su vida y su cuerpo, por mi podía hacer con ellos lo que le diera la gana.

―¿No vas a contarme como fue tu vendetta particular? ―pregunté cambiando de tema.

―Perfecta, ni en mis mejores sueños. Las chicas lo grabaron. ¿Quieres verlo?

―Claro.

Al terminar de ver los videos me sentí satisfecho con la cara de capullo que se le había quedado al pobre diablo. De rebote además habían jodido a la gemela. Y las amigas habían estado tremendas, se habían metido en la boca del lobo con un par de cojones. Ellas dos solas en una casa llena de gente. No me extrañaba que las echase de menos.

―Joder, si alguna vez necesito a tus amigas para un operativo de vigilancia o para apretarle las tuercas a alguien, las llamo.

―Estarán encantadas de ayudarte ―afirmó risueña.

Me levanté para llevar las tazas a la cocina, ella se quedó seleccionando el canal correcto para que pudiera utilizar la consola y a la vuelta dejé dos vasos de agua en la mesa de centro y me quedé plantado junto a ella mirando la tele.

―Ya la tienes ―dijo entregándome uno de los mandos.

―Antes tengo que contarte lo que llevo intentando contarte desde ayer. ¿Nos sentamos? ―le pedí con un gesto.

―¿Pasa algo grave, habéis avanzado en el caso? ―preguntó sentándose a mi lado y no donde yo había señalado.

―No, es solo... ¿de verdad que no quieres saber qué es lo que he estado haciendo esta semana por ahí?

―¿A parte de divertirte de lo lindo? ―replicó señalando la marca que me había dejado en el cuello la camarera del último bar en el que estuve―. Creo que no quiero saberlo, no gracias ―añadió levantando las manos.

No pude evitar reírme como un idiota.

―Fui a ver a tu padre ―por la cara que puso supe que no le iba a resultar fácil escucharme­―, por lo del hombre que te abordó en la fiesta. Agustin y Juan, incluso yo mismo estábamos seguros de que podía tratarse de alguien enviado por tu padre. Pero no es así.

Comenzó a morderse el pulgar en un intento por ocultar su nerviosismo.

―¿Entonces quien...?

―Creemos que tu cuñado, Rafael Maceiras ―declaré.

―Mi cuñado el psicópata, porque en la foto de la ficha policial tiene pinta de eso ―murmuró con cierto nerviosismo.

―Me entrevisté con él. No pude sacarle mucho, pero sé que me mintió cuando negó que anduviera tras tu pista y también cuando fingió que no le interesaba tu bienestar ―aclaré.

―Qué bien, ahora resulta que le importo a la familia de mafiosos y delincuentes que tengo. ¿Qué más has podido averiguar? ―me interrogó.

―No mucho, Juan sigue varias pistas en estos momentos. Ha ido descartando sospechosos poco a poco y sigue buscando a los tipos de la furgoneta. También estamos tratando de averiguar la identidad del hombre que se supone que han enviado para vigilarte. Yo estoy casi seguro de que lo ha enviado Maceiras, Juan no tanto. Me he recorrido media Galicia e interrogado a todos los informadores de Juan. Lo cierto es muy poca gente puede relacionarte con tu padre ―destaqué.

Se recostó en el respaldo del sofá y se cubrió el rostro con las manos.

―Esto va para largo, Iria y de momento...

―Dime algo que no sepa ―demandó.

―Tu padre me pareció preocupado de verdad.

De repente explotó:

―No me digas que mi padre se preocupa por mí. ¡No quiero saberlo! No ahora. No he sabido nada de él en mi vida. ¡Y ahora estoy en esta situación por su culpa! Si no fuera quien es yo seguiría con mi vida normal y nada de lo que ha pasado estos días... ¡Todo esto es por su culpa! ―exclamó.

Estaba colorada y parecía furiosa, pero había una tristeza en sus ojos que no pude obviar. No debía meterme en su vida ni juzgarla. Solo ella sabía por lo que estaba pasando, pero yo hubiera dado mi brazo derecho solo por tener la oportunidad de charlar cinco minutos con mi padre de nuevo.

―Creo que fue sincero en todo salvo en que trató de ocultarme que conocía al hombre que te abordó. Por toda contestación me dijo que hablara con Maceiras, pero me dio la sensación de que lo conocía cuando le hablé del tatuaje ―hice una pausa en la que bebí un sorbo de agua―. Saldrá pronto de prisión y sé que tiene intención de retirarse. Maceiras es ahora el jefe. Me dijo también que le gusta la jardinería y que las flores preferidas de tu madre eran las rosas.

Polo amor de Deus, Sergio, cállate ―susurró.

―Lo siento, pensé que querrías saber...

―Pues te equivocas. No quiero ―aseveró en tono seguro y con cierto enfado.

―Bien, solo quería que supieras que no deberías preocuparte más por ese hombre de la fiesta y que ni tu padre ni tus hermanos quieren hacerte daño ―expuse―. Algo es algo ¿no?

―Me voy un rato a dibujar. Tengo que pensar en todo esto. Y luego despejarme ―dijo y se levantó y ejecutó su habitual espantada para encerrarse en su habitación.



Pasadas las nueve de la noche salió de su dormitorio andando despacio. Yo estaba en el sofá jugando con la consola y solo la vi pasar de reojo. Parecía algo turbada y me propuse ignorarla, pero al verla dar vueltas por el piso sin rumbo fijo y tan nerviosa tarde un minuto en mandar mis propósitos a tomar por saco.

―No he hecho la cena todavía. Te estaba esperando para saber que te apetecía ―dije sin querer darle importancia.

No me contestó, se detuvo de espaldas a mí en mitad del salón y entonces la miré.

―Te he traido algo ―anuncié levantándome y yendo hacia ella―. No sabía lo que te gustaba así que me he decantado por whisky y coca cola. A mi es lo que menos resaca me deja. Créeme soy un experto ―afirmé señalando la mesita de delante del sofá.

―¿Cuándo has...?

―Hay seis empresas de telebotellón solo en Madrid. Que sean legales, porque ya reparte hasta el chino de la esquina ―repuse.

Se quedó parada mirándome. Se había arreglado. Mucho.

―Voy a salir, Sergio.

―¿A follar? ―Me arrepentí en cuanto las palabras salieron de mi boca.

―A lo que se tercie. Y no te importa ―aseveró entornando sus preciosos y enormes ojos.

―Te equivocas, me importa. No tengo muy claro por qué, pero me importa ―solté en un intento por detenerla.

―¿¡Y que se supone que tengo que hacer!? ―gritó.

―Tú misma lo dijiste, emborráchate ―dije señalando la mesa de nuevo― vamos no te cortes, el hielo está en el congelador. Te acompañaría encantado, pero estoy de servicio.

No se movió, siguió en mitad del salón. Estaba increíble con el pelo suelto y ondulado, su vestido negro para matar y maquillada como una modelo.

―Si quieres acostarte con cualquiera por despecho al menos hazlo con alguien que te conozca y te respete ―sostuve. Acababa de hacer lo que me había jurado no hacer.

―¿Alguien como tú?

Estuve tentado de decirle que sí.

―No, alguien como yo es lo último que necesitas, créeme.

―Bien, ilústrame entonces ―pidió con sus largos brazos en jarras.

―Algún compañero de clase con el que tengas confianza, el hermano de una amiga de las de toda la vida, el hijo de esos amigos de tu madre al que conoces desde pequeño, un primo lejano... La clase de tío al que le puedes explicar lo que quieres, cómo lo quieres y por qué lo quieres.

La observé un momento. Estaba tan preciosa que no me atrevía a mirarla más de unos segundos seguidos sin retirar la vista. Ella me devolvía la mirada con gesto serio y sus enormes ojos brillaban mientras me recorría el rostro con ellos.

―Los tíos siempre estamos dispuestos a algo así, y más con alguien como tú. Si lo haces con un desconocido puede que no resulte como tienes planeado y eso hará que te sientas todavía peor ―zanjé. Aquello se me estaba yendo de las manos.

Bajó la vista y se rodeó con los brazos. Durante un par de minutos se limitó a mirarse los zapatos.

―Menuda mierda. Ni siquiera llevo el tiempo suficiente aquí como para tener a alguien así a mano.

―Pues espera a tenerlo ―afirmé con algo más de brusquedad de lo que pretendía.

―¿Podrías llevarme a Pontevedra? Tengo un par de candidatos que prometen. Ya solo me faltaría uno ―murmuró alzando la vista.

―¿Uno? ―pregunté un poco confuso.

―Para llegar a tres.

No tenía idea de lo que me estaba hablando.

―Te lo he contado antes, supongo que no me estabas escuchando, lo de que para olvidar a una persona nunca utilices a otra, mínimo hay que utilizar a tres ―afirmó con una sonrisa torcida.

Eso me hizo sonreír, ni trescientas personas le harían olvidar lo que había pasado, yo lo sabía de primera mano.

―Para olvidar de verdad lo único que funciona es el alcohol y otras cosas que no quieres saber. Eso y el tiempo ―aseveré.

―Puede, pero hoy necesito...

Suspiré y me acerqué a ella despacio. Sabía lo que necesitaba. Necesitaba sentirse especial. Yo podía dárselo, pero no pensaba hacerlo.

―Lo siento. Te juro que lo siento ―dije tan bajo que no supe si me oyó hasta que asintió mirando al suelo.

Entonces hizo algo que no me esperaba. Se quitó los zapatos con los pies sin levantar la cabeza y los lanzó al otro lado del salón, luego cruzó la distancia que nos separaba en tres largas zancadas y me abrazó y lloró sobre mi hombro durante un larguísimo minuto. Cuando sentí su cuerpo estremecerse por el llanto tan pegado al mío me estremecí yo también, pero aunque quería abrazarla con todas mis fuerzas y consolarla diciéndole que todo iba a ir bien, solo pude apartarme un poco para mantener cierta distancia y darle un par de palmadas y luego frotarle un poco la espalda sintiéndome como un cobarde de mierda. Una vez terminó de llorar sorbió por la nariz un par de veces, se frotó los ojos y casi me empujó.

―No es justo ―afirmó mirándome con sus enormes ojos verdes enrojecidos y el maquillaje estropeado― nada justo.

―Lo sé, la vida no lo es ―alcancé a decir― a veces solo se trata de seguir adelante. Levantarse una y otra vez ―murmuré.

Se dio la vuelta y se sentó en la barra de la cocina. Se preparó un cuenco con fruta, se lo comió sin dejar de llorar y sin volver a dirigirme la palabra, y al terminar se fue directa hacia su cuarto sin despedirse. Se detuvo antes de entrar, miró la botella un instante y continuó su camino sin mirar atrás, como si yo no existiera, algo que había convertido en una costumbre. Una costumbre que inexplicablemente comenzaba a molestarme.

Mil gracias por leerme. Ya sabes, si te ha gustado y te parece bien vótame o escribe un comentario. Estoy deseando saber qué te ha parecido.

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