17. IRIA
Era jueves y hacía casi una semana que no había vuelto a saber nada de Sergio. No había aparecido por casa ni por la Facultad. Ni siquiera estuvo el día en que me llevaron a comisaria a ver cientos de fotos de tatuajes sin resultado. Jamás olvidaría ese tatuaje y no estaba en ninguna de aquellas fotos.
Les pregunté con frecuencia a Raúl y a Olga por el destino de Sergio y siempre lo zanjaban con un «está trabajando en el caso», un «pronto volverá» y algunas variantes. Había terminado por rendirme.
Sospechaba que lo habían trasladado a otro sitio por mi culpa y por lo que había pasado. Pero nadie me contaba nada. No echaba de menos sus pullas, su mal genio y su chulería, pero cada vez que pensaba en él no podía evitar sentirme culpable y notar como un desagradable nudo me apretaba a la altura del esófago.
La verdad era que habíamos compartido cierta intimidad, lo mismo me ocurría con Raúl, y a veces con Olga, aunque ella sabía poner distancia cuando nos acercábamos demasiado, como cuando intentaba sonsacarle acerca de Javi. Sin embargo con Sergio había sido todo más intenso. ¿Sería que lo echaba de menos? No lo creía, pero el caso es que me había comportando como una cría celosa aquella noche y pensar en que él lo estaba pagando con su trabajo me reconcomía. ¿Lo habrían trasladado?, ¿degradado?, Deus, era más que posible, todo eso y a saber qué más.
No me sentía muy orgullosa de mi misma y me pasé los días evitando pensar en ello. No es que recordara mucho del final de aquella noche, lo tenía bastante borroso, salvo lo del incidente con aquel tío que aún me ponía los pelos de punta y la resaca con la que me levanté al día siguiente.
Lo del tío del tatuaje y sus advertencias aún me atormentaba, me podía haber matado si hubiera querido. Eso me había hecho recapacitar y me había vuelto mucho más cauta. Nada de desconocidos y nada de hacer locuras por el momento.
Ahora Carlos y tres más a los que ni me había molestado en preguntarles el nombre me hacían compañía, por decirlo de alguna manera. Número Uno, Número Dos y Número Tres, así los diferenciaba, venían por las tardes y algunas noches, al menos había recuperado algunas tardes con Raúl. Era de lo poco a lo que no pensaba renunciar.
Lo cierto es que pensaba muy a menudo en lo que Sergio me había dicho la última tarde que pasamos juntos, los escoltas estaban solo de paso en mi nueva y maravillosa vida, eran profesionales no colegas, tampoco amigos y si tenía que vivir todo un año en esa situación lo mejor era que me fuera acostumbrando.
Había recuperado cierta normalidad en mi vida, sobre todo con Toño. Se me había pasado el enfado casi del todo. Solo me quedaba un resquicio de cabreo al imaginar el contacto físico en sí. Pensar que había tenido la lengua dentro de la boca de otra me hacía subir por las paredes, pero intentaba cortar esos pensamientos de raíz. De hecho no me parecía que hipotecar la relación por una tontería como un par de besos estando de borrachera, por mucha lengua que hubiera habido, lo mereciera. Y más después de cómo me había comportado yo misma, primero el día en que pensé que Sergio iba a besarme y luego en la fiesta. Por favor, había bailado y tonteado con bastantes chicos, el chico-Cezanne me había babeado el cuello y casi metido mano. Aún me acosaba en la Facultad. Y estaba segura de que había tenido más manos masculinas en mi cuerpo de lo que recordaba.
Tenía claro que aquella noche mi subconsciente se había tomado la revancha a su manera.
No, no tenía nada que reprocharle a Toño sin resultar una autentica hipócrita. Además había vivido un ejemplo muy gráfico cuando vi a Sergio comportarse así aquella noche. La tía de la barra se le había echado encima y él solo se había dejado querer. Él no la había buscado ni alentado a hacer nada. Ella fue a por él teniéndolo muy claro. No debía ser de esa manera, pero estaba segura de que para los hombres era más difícil negarse a algo así cuando se lo ponían en bandeja.
Lo importante era que Toño detuvo la situación antes de que llegara a mayores y después me lo contó. Bueno, fue más una sucesión de meteduras de pata por su parte que otra cosa, pero no lo negó. Podía haberlo hecho y no lo hizo. Ahora hablábamos puntualmente cada día a las ocho y estaba más cariñoso y más atento que nunca. Nos recuperaríamos. Y cuando estuviéramos juntos de nuevo retomaríamos nuestra relación y nuestros planes de futuro. Como si no hubiera pasado nada. A veces las relaciones se refuerzan tras pasar por una separación y algo así.
Por lo menos algo bueno había salido de mi infame noche de fiesta. Laura y yo nos habíamos convertido en inseparables. Me había hecho mucho bien contar con ella. Agustín me había dado permiso para comunicarme con ella por Whatsapp y me hizo sentir de alguna manera más en línea con mi nueva realidad.
Por la mañana había estado con ella en clase. Pero por la tarde había decidido no hacer nada. Llevaba horas tirada en el sofá con una camiseta enorme y mis pantalones de pijama preferidos viendo como Número Dos mataba zombis que parecían casi reales gracias a una consola que había aparecido hacia un par de días como por arte de magia.
Llamaron a la puerta y Número Dos entró en modo comando. ¿En serio? Me hizo una seña para que no hiciera ruido y pistola en mano fue a abrir la puerta. A veces me daba la sensación de que me había acostumbrado a todo. Pero no era así. Por lo menos ya no me encogía ni me daban ganas de salir corriendo cuando pasaban esas cosas.
Oí la risa de Raúl y me relajé. Número Dos vino casi corriendo a terminar su partida. ¿Qué haría Raúl aquí a estas horas?
―Hola Irina, ¿me has echado de menos? ―preguntó una voz con un acento muy peculiar.
Me quedé impactada. Lo malo de dejar de ver a alguien un tiempo es que a veces no recuerdas el efecto que su presencia te causa hasta que lo vuelves a tener delante. Deus, ¿por qué tenía que ser tan capullo y tan guapo?
―Mentiría si dijera que sí ―conseguí articular.
―Pues no ha dejado de preguntar por ti ―contó Raúl.
Puse los ojos en blanco e intenté controlarme para no matarlo.
―Número Dos, este es el subinspector Betancourt, alias enano gruñón. A Raúl el graciosillo ya lo conoces.
―Vaya, ¿me has cambiado el mote?
¿Tenía un chupetón en el cuello? ¡Tenía un enorme chupetón en el cuello! Justo debajo de la oreja. Y no se había molestado en ocultarlo. A saber con cuantas tías se habría enrollado la semana que llevaba fuera. Y yo preocupada porque lo hubieran degradado. Mientras él... ¡carallo! ¿Y a mí que leches me importaba? Me di una colleja mental que no debió hacerme el menor efecto puesto que el nudo en el estómago apareció de nuevo a pesar de que ya sabía que estaba bien y que había vuelto. Por qué había vuelto ¿no?
―Se ajusta más a la realidad. Y teniendo en cuenta que si vas a volver ahora sois siete los que me protegéis... ―consideré.
Número Dos carraspeó intentando contener la risa.
―Blancanieves y los siete enanitos... muy bueno ―dijo levantándose― subinspector Paco Núñez, encantado ―añadió dándole la mano a Sergio que no dejaba de mirarme con gesto divertido.
―Pero si tienes nombre ―afirmé abriendo la boca con genuino asombro― y hablas ―agregué llevándome las manos a la boca consiguiendo un efecto de lo más teatrero.
Los tres rieron mientras me dirigía hacia la cocina.
―¿Os quedáis a cenar con nosotros? ―pregunté mirando a Raúl y a Sergio alternativamente.
―Yo no puedo, tengo que pasar por casa antes, hoy vengo a las doce, solo me quedaré un rato ―aclaró Raúl.
―Núñez, ¿quieres irte a casa ya? ―preguntó Sergio con su habitual tono chulesco y sin dejar de mirarme
―Claro, tío, ¿no habrá problema si...? Son solo las ocho.
―Ninguno, mañana me reincorporo al servicio, pero tengo cosas que contarle a Blancanieves, alias jirafa patosa. Y son cosas que no pueden esperar.
―¿Camacho lo sabe?
―Lo sabe Agustín.
Número Dos se levantó de un salto y antes de decir esta boca es mía ya estaba cogiendo la puerta.
―Así que me has echado de menos ―afirmó en tono punzante.
No pensaba contestarle. Su arrogancia no tenía límites. Lo que no sé es porque en ese momento tuve la extraña necesidad de estrangularlo y abrazarlo. A la vez. Esas eran las cosas que me provocaba. Además del estúpido nudo en el estómago. Empecé a buscar ingredientes para la cena para olvidarme de su presencia, pero no me fue posible porque Raúl y él se sentaron en la barra y no dejé de sentir su mirada clavada en mí, aun sin verlo.
―Voy a hacer un estofado. Creo que haré de más por si luego te entra hambre, Raúl ―dije de forma despreocupada.
―Perfecto, no veas como guisa la gallega ―apuntó Raúl.
―Así que nuestra jirafa patosa es un buen partido ―dijo de nuevo en tono jocoso.
―Que os den ―respondí sin mirarlos.
Me estaba poniendo tan nerviosa que si estuviera cocinando en vez de seleccionando ingredientes habría hecho cosas como poner azúcar en lugar de sal.
Ay, Nai de Deus.
No me iban a dejar trabajar con tanta bromita así que terminé por echarlos de la cocina de malos modos y se sentaron en el sofá a hablar muy serios y concentrados del tiempo o vete tú a saber. Por lo menos pude respirar tranquila y empezar a cortar las verduras. De vez en cuando me miraban y yo les respondía con burlas y malas caras. Cuando lo tuve todo preparado cerré la olla rápida, la puse a fuego y programé el reloj de cocina. Me fui a sentar con ellos, pero me di cuenta de que eran casi las ocho y salí corriendo hacia mi cuarto sin decir palabra. Oí como Raúl le contaba a Sergio lo que hacía cada día a esa hora.
Fui corriendo a por el móvil. Estaba contenta. Qué carallo, estaba eufórica. Deus, tenía muchas ganas de hablar con Toño. Cuando cogí el móvil, me extrañó que tuviera cerca de veinte mensajes y enseguida pensé en las chicas, pero la mano me tembló involuntariamente al ver un número desconocido.
Me senté en la cama, lo más seguro era que se tratase de un error porque nadie podía tener mi numero. Intenté leer los mensajes pero resultó que solo eran fotos y dos videos y no se habían descargado porque como mi nuevo móvil tenía muy poca memoria lo había configurado el Whatsapp para que los archivos de imagen y de voz no se descargasen automáticamente.
Empecé a descargarlo todo con dedos temblorosos y acto seguido salí al salón con una sensación de fatalismo no muy propia de mí.
―Chicos...
Ambos me miraron y dejaron de hablar.
―He recibido un montón de fotos y un par de videos de un numero extraño, puede que sea un error, pero no sé... ¿y si...? ―expliqué, pero no terminé la frase porque Sergio me arrancó el móvil de cuajo y se puso a toquetear la pantalla a la vez que cogía su móvil para dar parte.
―Espera ―le pedí presa de un mal presentimiento― no comuniques nada aún, espera a que se descarguen, puede ser una broma o una equivocación. Y te pasarás la noche redactando un informe para nada.
Sergio colgó y se me quedó mirando lo que tardaron los archivos en descargarse. Empezó reproduciendo uno de los vídeos y supuse que era el que me había llegado en primer lugar porque enseguida oí ruido de voces y música como si se tratara de una fiesta. Luego se oyeron pasos y varios ruidos más que no identifiqué hasta que claramente empezaron a escucharse gemidos y jadeos y un crujido rítmico.
―Es un... video... ¿porno...? ―pregunté estupefacta.
―Joder ―murmuró Sergio muy serio mientras Raúl se colocaba una mano en la frente y se la frotaba.
―¿Y para que me iba nadie a mandar un video porno? ―Quise saber, desde luego no entendía nada.
Sergio detuvo el video y siguió manipulando el móvil ante la preocupada mirada de Raúl.
―¿Me vais a decir que es lo que pasa?
―Iria... ―comenzó a decir Raúl.
Luego me miró durante un instante y vi compasión en sus ojos. ¿Por qué iba Raúl a compadecerse de mí? Miré a Sergio, pero su gesto no me trasmitió nada.
―Tienes que dar parte ―murmuró Raúl.
―No creo que tenga nada que ver con Caaveiro ―dijo Sergio.
―Pero es un problema de seguridad, alguien ajeno tiene el número de Iria.
―Cualquiera puede haberle quitado el móvil al muy capullo y copiar el número de Iria. La propia chica.
Raúl asintió.
«¿La chica, qué chica?»
―¿Me vais a decir qué coño está pasando? ―inquirí empezando a enfadarme.
―Iria... verás, quizás lo mejor es que no... ―comenzó de nuevo Raúl.
―Dame el puto móvil, Sergio ―exigí mucho más calmada de lo que en realidad estaba.
Ambos se miraron y Raúl asintió.
―Empieza por las fotos ―propuso Sergio apartando el móvil antes de dármelo mientras Raúl asentía de nuevo.
Ahora fui yo quien le quitó el móvil de un manotazo, me senté en el sofá y las fotos empezaron a desfilar ante mis ojos y, a medida que lo hacían, una maraña de sentimientos se apoderó de mí. Estupefacción, ira, tristeza, dolor y angustia. Mucha angustia. Aquello no podía estar pasando. Eran fotos de Toño. De Toño con otra. La dichosa gemela. Había algunas que parecían haberlas tomado otros, pero la mayoría eran selfies. Polo amor de Deus, eran fotos tomadas por ellos mismos. Estaban sonrientes, con las cabezas juntas y en algunas ella lo besaba en la mejilla para la cámara. Las manos me temblaban y la respiración se me había acelerado. Los latidos cargados de adrenalina me golpeaban la cabeza sin piedad.
No pensaba llorar, no quería llorar. Pero irremediablemente lo hice.
―¡Fillo de... puta!
No me di cuenta de que las lágrimas caían por mis mejillas hasta que Raúl me puso la mano en el hombro y me habló:
―Iria, no llores, esto no lo merece.
Me limpié las lágrimas con gesto furioso.
―Déjame, por favor ―supliqué.
En las fotos que habían tomado otros estaban en actitudes cariñosas cogidos de la mano, en otras se estaban enrollando como si les fuera la vida en ello, pasé las fotos deprisa, genial, en una ella estaba sentada en su regazo besándolo, en otra apoyados en una pared. Y lo peor era que no eran todas del mismo día. Aquello era una aventura en toda regla.
Volví a pasarlas más despacio. Había una extraña y macabra cronología que me decía que aquello no había terminado aún, eran demasiados días. Las primeras eran de la fiesta de cumpleaños en la que se suponía que se habían conocido. Mierda, empecé a atar cabos. El mensaje extraño de Toño, el audio enviado por error. Ella le había cogido el móvil. Estaba con ella y me había mentido. En las fotos de la fiesta posaban pegados como dos putas pegatinas. Toño sonreía como un bobo en todas.
Según avanzaba la galería hubo una que me llamó la atención. Toño estaba sentado en un sofá y lo reconocí. Era el piso que Toño y Juanan compartían con dos compañeros más. Iban vestidos como de estar por casa y parecía que era tarde. Estaban medio tumbados viendo la tele, Toño llevaba sus gafas y tenían los dedos entrelazados y ella lo miraba con adoración. Era una foto en la que se notaba la intimidad que compartían.
«Cabrón. Se la había llevado a su casa. ¡Se la había llevado a casa!».
Era el momento de abrir el primer video.
―No hace falta que lo veas ―dijo Sergio― ya te has hecho idea...
Lo interrumpí alzando la mano y un gruñido salió involuntariamente de mi garganta. Iba a verlo. Tenía que verlo.
La cámara recorría el jardín de una casa. Lo reconocí. Era la maldita fiesta de cumpleaños lo supe sin atisbo de dudas en cuanto Juanan sonrió a la cámara y vi el jersey que llevaba. Además los vasos eran azules, los había visto en las manos de las gemelas en la foto que me envío Toño. La cámara avanzó por una puerta y luego por una estrecha escalera y supuse que se trataba de una casa adosada.
Al llegar arriba la cámara se asomaba despacio a una habitación cuya puerta estaba entreabierta. Deus, ni siquiera se habían dignado a cerrar a puta puerta. Los jadeos y respiraciones se oían cada vez más altos. Me estremecí esperándome lo peor. Una mano de chica abrió la puerta ligeramente, lo justo para que la cámara pudiera enfocar al cabrón de mi ahora ex novio siendo montado por la gemela zorra.
Estaba apoyado sobre el cabecero de la cama con los ojos cerrados y los brazos pegados a los lados sujetándola por los muslos, ni siquiera se había quitado los pantalones que estaban arremolinados en sus tobillos. Ella tenía las manos bajo su camiseta y pegando botes sobre él gemía como una posesa mientras Toño apenas jadeaba. Muy en su línea de autocontrol.
«Cerdo cabrón».
Ella estaba desnuda por arriba con el sujetador en la cintura y la falda arrugada en las caderas. Entonces Toño se acercó a ella, le agarró las tetas a manos llenas, luego le pellizcó los pezones y la besó.
―Joder, miña ruliña, para un poco o duraré menos que un caramelo en la puerta de un colegio.
Ella rio y se detuvo para besarlo, él sonrió también y se fundieron en un abrazo con las bocas aun pegadas. Estaba despeinado y guapísimo. Me rompí por dentro y el dolor que sentí me dijo que aquello se había acabado. Para siempre. Nunca podría perdonar tamaña traición. Había sido mi primer amor y la persona en la que más me apoyé tras la muerte de mi madre. Cuando reprocesé sus palabras me estremecí, la había llamado miña ruliña en el mismo tono cariñoso que utilizaba conmigo, pero con la diferencia de que conmigo casi no hablaba cuando nos acostábamos.
―Joder, que bueno estás ―susurró ella en su boca separándose para pasarle las manos por los abdominales― fóllame tu ahora.
―Mmm. Sí, nena, ponme en pompas ese culito ―exigió haciéndole que se levantara para penetrarla desde atrás.
―Joder ―sollocé sin darme cuenta.
Paré el video.
―Necesito estar sola ―afirmé y me fui a mi cuarto.
El segundo video no era mucho mejor. Estaban en el piso de Toño. En su cama. En la cama en la que nos habíamos desvirgado mutuamente. En la cama donde lo había amado con toda mi alma. Y para rebajar aún más nuestro amor follaban como dos posesos. No había rastro de la ternura ni del cuidado con el que me trataba. Le susurraba obscenidades y palabras sucias todo el rato, la agarraba el pelo mientras la penetraba desde atrás a un ritmo furioso y ella se corría varias veces con unos grititos estridentes que jamás conseguiría borrar de mi memoria.
Así que mi dulce Toño era todo un portento sexual. Bien por él. Me las iba a pagar todas juntas.
Pasado el rato cuando conseguí calmarme lo suficiente tuve claro lo que tenía que hacer. Hacía unos minutos que Raúl se había marchado, lo supe al oír la puerta.
Mandé un mensaje a Lúa y a Álex explicándoles lo que pasaba y pidiéndoles que no hicieran nada de momento, y menos por su cuenta. Les envié los videos y algunas fotos y les explique brevemente lo que quería hacer. Ellas me secundaron en todo, me sentí apoyada y querida, y eso me dio fuerzas para continuar al pesar de que sentía que cada vez menos cosas me unían a mi antigua vida.
A Toño le envié un escueto mensaje.
Eres un mentiroso y un hijo de puta. Hemos terminado.
Y lo bloqueé.
Mañana saldría con Laura y me tiraría a Ramón, al chico-Cezanne o al que se me pusiera por delante. Eso era lo de menos, pero en ese momento quería mi venganza. Y mi venganza se llamaba Sergio y me esperaba en el salón.
―¿Te acuerdas cuando me ofreciste grabarme en video para mandárselo a Toño? Sé que no lo decías en serio, pero quiero hacerlo ―afirmé casi a gritos. Había salido como una exhalación y Sergio me miraba con los ojos entrecerrados― No exactamente como lo pensaste, no soy una guarra, o bueno, puede que a partir de mañana vaya a serlo, pero he pensado...
―Iria...
―Quiero mi venganza, Sergio, y voy a tenerla ―grité con la voz distorsionada y llena de gallos.
―Lo entiendo, pero las cosas en caliente...
En caliente era como lo quería, no podía pensar, si seguía pensando me moriría.
―Sergio, por favor. Será algo inocente, fingido, pero tiene que ser ya. Quiero que sepa que no he tardado ni una hora en pasar página. Lo necesito. Quiero morir matando. Necesito destrozar a ese cabrón y tú me vas a ayudar.
Se echó hacia atrás en el sofá con los brazos cruzados.
―¿Qué es exactamente lo que me estás pidiendo? ―preguntó con cierto recelo.
―Fingir que nos acostamos ―afirmé intentado parecer segura.
―¿Y cómo pretendes hacerlo? ―Quiso saber.
―No lo sé. Podríamos usar tu móvil para grabarnos mientras nos revolcamos, así en plan película ―dije.
―En plan película ―repitió.
―Allí ―señalé la barra de la cocina― tiene que parecer algo personal, no quiero que piense que me estoy tirando al primero que he encontrado por la calle. Eso le sentará aún peor.
―Iria no es buena idea... No verás, espera, es una idea cojonuda y le sentaría como una patada en lo huevos, pero...
―Como se te ocurra preguntarme que qué es lo que sacas de esto te abro la cabeza ―aseveré mostrando mi enfado.
―No es eso, Iria ―expuso sonriendo.
―Pues cocinaré y recogeré la cocina siempre que estés conmigo y hasta te dejaré elegir el menú ―supliqué poniéndole ojitos de cordero degollado. Noté por su gesto cuando claudicó.
―No tienes que hacer nada de eso. Está bien. Lo haré.
―¡Sí! ―murmuré en tono de triunfo y estuve a punto de ponerme a bailar.
―Pero tengo condiciones ―aseguró haciendo una pausa en la que dejó de mirarme tan duramente―. Sé cómo te sientes y esto no te hará sentir mejor, puede que a corto plazo, esta noche, mañana... pero tarde o temprano tendrás que enfrentarte al hecho de que te ha puesto los cuernos. Y no ha sido algo inocente. Tiene una relación con esa tía. Puede que ahora mismo esté con ella.
Imaginarlo con ella hizo que la ira me nublara la vista por un momento. Pero si todo salía como tenía pensado que ella estuviera delante lo haría perfecto.
―Las condiciones ―exigí impaciente.
―No fingiremos nada. Te daré un buen morreo y lo grabaremos. Punto.
Me quede mirándolo intentando asimilar sus palabras. ¿Que me iba a dar un... morreo? Genio y figura el muy chulito, ¿es que yo no iba a participar? Si no tuviera el objetivo tan claro en mi mente lo hubiera matado con mis propias manos y me hubiera buscado a otro.
Suspiré como si tuviera que pensármelo y sin dejar de mirarlo asentí.
―Tú lo sabías ¿verdad? ―pregunté y ni siquiera me miró― ¿Como he podido ser tan imbécil? ―murmuré más para mí que para él.
―No eres imbécil, Iria. La gente es así por naturaleza. Ven su oportunidad y la cogen. No hay más. ¿Sabes por qué le va a hacer daño tu pequeña venganza? ―preguntó.
―¿Porque se ha vuelto tan presumido que seguro que ahora se cree el más guapo y el más listo del universo y no se ha parado a pensar en que quizás yo pueda...?
―No ―me interrumpió―. Porque estoy seguro de que a pesar de todo lo que ha hecho todavía te quiere.
―Pues para él esa forma de querer ―susurré consciente de que seguramente Sergio tenía razón―. ¿Vienes o no? ―pregunté yendo hacia la cocina intentando parecer que todo aquello no me afectaba.
―¿En la cocina?
―Sí. He pensado que podemos colocar el móvil en uno de los armarios de arriba.
Sergio miró alrededor y empezó a abrir armarios y a observar la barra
―Hagamos una prueba no vayamos a tener que repetir la escena una y otra vez ―afirmó alzando las cejas el muy payaso.
No pensaba contestarle, porque entonces tendría que mandarlo a la mierda y quería mi venganza.
―Voy a poner el móvil aquí y tu siéntate ahí ―dijo señalando un taburete.
Lo observé durante un rato. Hizo varias pruebas después de maldecir y hacer mil aspavientos. Cuando se enfadaba estaba aun más guapo. Me obligué a dejar de pensar en él de esa manera más que nada porque en breve íbamos a besarnos y no quería parecer una niñata patética estando nerviosa o, Deus no lo quisiera, ansiosa.
―¿Por qué lo haces? ―le pregunté sin pensar― ¿por qué quieres ayudarme? ―reformulé la pregunta porque en realidad me daba miedo su respuesta.
―¿Bromeas? Enrollarse con una niña que a la vez de muy sexy tiene aspecto virginal es el sueño de todo tío de más de treinta y cinco ―confesó chistoso.
―Capullo. No, te lo pregunto en serio.
Se tomó su tiempo en contestar, de hecho no pensé que fuera a hacerlo.
―Hace unos años me hubiera gustado que alguien me brindara la posibilidad de vengarme cuando estuve en una situación parecida a la tuya. Tengo un abuelo siciliano. Debe ser cosa de los genes ―afirmó.
―Así que también te han puesto los cuernos ―dije.
―¿Y a quién no? ―preguntó esquivando la cuestión.
―¿Por eso no tienes una relación? ―indagué.
―Deja de psicoanalizarme cara mia o tendrás que buscarte a otro para tu vendetta ―dijo imitando la voz del padrino.
―Está bien, está bien. ¿Ya tienes el encuadre? ―pregunté más tensa de lo que quería.
―Sí.
Nos miramos durante unos segundos y la cosa estaba siendo bastante intensa hasta que el reloj de cocina pitó haciendo que nos sobresaltáramos y saliéramos de nuestra pequeña ensoñación. Me levanté del taburete despacio. Quité la olla rápida del fuego. Tras abrir la válvula empezó expulsar el vapor poco a poco.
―El estofado... por poco me olvido ―sentí la necesidad de explicar.
―Avísame cuando estés lista para poner el video a grabar ¿de acuerdo?
Estar lista... ¿cómo iba a estar lista para algo así? El amor de mi vida andaba follando por ahí con otra y yo me iba a enrollar con uno de mis escoltas para dale celos en venganza. Me limité a sentarme en el taburete y poner la mente en blanco.
―Dale al puñetero botón ―dije por toda instrucción.
Se acercó a mi despacio recorriéndome con la mirada y sentí mariposas en el estomago. Entonces me acordé de una frase de estas tontas que me mandaron las chicas que decía algo así como que te quedes con el tío que te haga sentir mariposas en el clítoris porque lo del estomago era hambre y rompí a reír. Los nervios hicieron el resto.
Sergio apoyó sus manos en mis muslos y me miró sonriente hasta que terminé de reírme.
―¿Ya has acabado? ―preguntó aún sonriendo.
―Lo siento, lo siento, es que me he acordado de algo y...
―¿Estás segura de que quieres hacerlo? ―volvió a preguntar.
La intensidad con la que me miró a los ojos me dejó un poco fuera de juego.
―Sí ―respondí en medio de un suspiro.
Accionó el pistón y el taburete bajó hasta que nuestras cabezas estuvieron a la misma altura, puede que yo estuviera un poco por debajo.
―Ya no pareces tan bajito ―murmuré.
―Pues tú sigues pareciendo una jirafa patosa ―me pinchó.
―Te od... ―comencé a decir, pero no termine de pronunciar la palabra porque sus labios se pegaron a los míos y me impidieron hacerlo.
Fue un beso lento, exploratorio. Lo dejé hacer. Cerré los ojos un momento y él se apartó.
―Abre los ojos Iria ―ordenó.
Le hice caso.
―O entras en calor o esto no se lo cree nadie ―afirmó.
Entrar en calor había dicho. Y estaba a punto de morir por combustión espontánea.
―Vas a tener que borrar esta parte ―acerté a decir.
Entonces se quitó la camiseta y me estremecí, era aún mejor de lo que había imaginado, musculoso del tipo fibroso y fuerte. Natural. No creo que hiciera pesas, aunque seguro que se mataba a correr o con la bici. Y estaba tan moreno... Ay, Nai de Deus, estaba buenísimo. Al pasarse la camiseta por la cabeza se había despeinado y estaba para comérselo.
Es el capullo de Sergio, el que te saca de quicio ¿lo recuerdas?, me dije para poder volver a respirar con normalidad.
Entonces me pidió permiso con la mirada y asentí sin pensar en qué era lo que me preguntaba, así que de repente me vi en sujetador y sin camiseta. Luego me abrió las piernas, se coloco entre ellas y me atrapó en un abrazo para volver a asaltarme la boca esta vez sin muchos miramientos.
No tarde ni dos segundos en responder, lo agarré del pelo y olvidándome que me temblaban las piernas y las mariposas las sentía ya por todo el cuerpo, y sobre todo en el clítoris, saqué la lengua a pasear.
Fue un beso desesperado y sucio, nos respiramos en las bocas mientras nuestros dientes chocaban y nos lamimos el uno al otro como si ambos quisiéramos conquistar la piel del otro sin dejar de tirarnos del pelo. Al final lo del buen morreo se nos quedó corto.
Deus, que bien besaba el cabrón y que bien sabía. El roce de su barba me irritó la piel y la mezcla de nuestra saliva me escocía, pero todo dejó de importarme. Bajé mis manos desde su cuello acariciándole la espalda y noté un ligero estremecimiento en él. Le rodeé las caderas con mis muslos mientras me succionaba el piercing del labio como si quisiera arrancármelo. Cuando se cansó de jugar con mi pendiente volvió a meterme la lengua en la boca y se deshizo de mi sujetador en un solo movimiento. Aquello era practica y lo demás, pues eso, tontería.
Cuando nuestras pieles desnudas entraron en contacto fui yo la que estremecí y mis pezones se endurecieron hasta resultarme casi doloroso. Creí que la lujuria iba a devorarme. Porque aquello era lujuria. Algo que al parecer yo nunca había sentido. Estaba excitada, acelerada y hambrienta. Y él no estaba mucho mejor que yo, noté claramente su excitación entre mis piernas, estaba durísimo y me dio reparo al pensar en que iba a terminar más caliente que el palo de un churrero para nada.
Entonces me enmarcó el rostro con sus manos y sin apartar nuestras bocas el beso se volvió delicado. Tan delicado que al fin pude diferenciar la suavidad de sus labios mullidos de la áspera barba que los rodeaban. Su lengua me recorrió la boca despacio, muy despacio, tanto que me hizo suspirar sobre sus labios.
Cuando después de unos minutos se separó de mí tardé un segundo en abrir los ojos. Me encontré con su mirada. Ardía como yo. Tenía los ojos empañados y su rostro tenía una expresión de vulnerabilidad que no había visto antes.
―Iria... ―susurró a dos milímetros de mi boca.
Me quise acercar para volver a besarlo, pero echó la cabeza hacia atrás apartándose y me sujetó con fuerza para impedir que me moviera de nuevo. Lo intenté una segunda vez con idéntico resultado. Él seguía tan cerca que nuestros alientos se entremezclaban y no perdimos el intenso contacto visual en ningún momento. No me gustó que me rechazara. Tampoco se lo reproché, uno de los dos tenía que poner cordura a aquello y él era el más indicado.
―Es suficiente ―susurró antes de que sus manos me soltaran.
Se recompuso y se colocó de nuevo la máscara de chulo perdonavidas. Pero hizo algo que me demostró que al menos se preocupaba un poquito por mí. Fue un detalle sin importancia, pero antes de separarse del todo puso mi camiseta entre nosotros para que pudiera cubrirme.
Cuando se alejó me puse a temblar, al hacerlo se había llevado todo el calor que me había estado consumiendo. Lo observé darse la vuelta y acercarse al mueble donde el móvil descansaba apoyado en un paquete de macarrones. Me sacudí como un perro mojado con escalofrío incluido con los ojos cerrados y al abrirlos continuaba manipulando el móvil todavía de espaldas.
―¿Se ha grabado todo? ―pregunté más que nada por romper el hielo.
―Tienes suerte de que mi móvil tenga memoria suficiente. Está todo. Habrá que editarlo. Toma. Te dejo a ti el trabajo sucio, es tu venganza ―dijo sin mirarme.
Y se largó en dirección al baño. Pero antes de entrar se dio la vuelta con la sonrisa de suficiencia que yo tanto odiaba.
―A no ser que quieras venir conmigo y ayudarme a arreglar este desaguisado ―propuso señalándose la enorme erección que aún abultaba sus pantalones de manera más que evidente.
Desde luego no tenía arreglo el muy..., bueno sí que lo tenía, acaba de pedirme precisamente que lo arreglara y negué con la cabeza haciendo un verdadero esfuerzo por no reírme de mis propias gilipolleces.
―Supongo que eso es un no ―afirmó encogiéndose de hombros y dejándome sola en la cocina a medio vestir y con su móvil en la mano.
Cuando conseguí reaccionar y dejar de pensar en que se estaba masturbando en aquel cuarto de baño a dos pasos escasos de mí, fui directa a mi habitación. No fui capaz de visionar el video hasta pasado un rato y tampoco entero, solo las partes que debía cortar. Lo hice sin recrearme, y eso que mis pulsaciones no habían bajado de noventa por minuto, y cuando terminé se lo mandé a Lúa desde el móvil de Sergio.
Luego borré la conversación, dejé el móvil en la mesita de delante del sofá y volví a sentarme en mi cama a esperar.
Casi una hora después tenía el resultado de mi venganza en forma de varios videos en el chat de las chicas acompañados de tres mensajes.
Lúa
Tenías razón, ella estaba con él. A Toño le ha sentado fatal y se han peleado. Los videos no tienen precio. Disfrútalos.
Álex
Te queremos, Iria. No te derrumbes ahora.
Lúa
Aunque tenemos nuestras sospechas, mañana tienes que aclararnos con pelos y señales donde has conseguido a un maromo como ese en menos de media hora, so cabrona. Y si te lo has tirado (y yo personalmente espero que te lo hayas tirado) queremos todos los detalles.
Álex
Cuanto más específicos mejor.
Consiguieron arrancarme una pequeña sonrisa, si ellas supieran. Abrí el video con el corazón en un puño.
Todo ocurría en casa de Toño. Vi con satisfacción como las cosas iban justo como lo había planeado.
Bendito karma.
Estaban todos: Juanan, Toño y las gemelas además de Pablo y David, sus dos compañeros, y Lola, la novia de David.
Me quedó claro desde el principio que Toño no tenía pensado dejarme mientras se acostaba con la gemela, que resultó llamarse Patricia. Sergio tenía razón.
Al terminar de ver los videos y las fotos y preguntarle a Lúa si yo lo había visto todo, le gritó a Patricia un por qué con tanto dolor que me hizo temblar de indignación.
«Estúpido, más que estúpido. ¿Cómo has podido tirar de esa manera por la borda lo que teníamos?»
Ella insinuó que había pretendido darle un empujoncito. La muy petarda se había enamorado de él. Entre ella y Nuria, su hermana y novia de Juanan, lo habían planeado todo para que yo me enterara y le dejara el campo libre.
Cuando Toño lo comprendió todo empezó a mirarla como si no la conociera mientras ella se encogía cada vez más al darse cuenta de que lo que tenían no era más que un desahogo físico mientras yo no estaba, y que él me quería a pesar de todo.
Lo mejor vino cuando Lúa le explicó que le había enviado un nuevo video y lo instó a que lo abriera. En el momento en que mis fuertes respiraciones y las de Sergio resonaron en el salón del piso que había sido testigo de nuestra historia y en el que tantas horas había pasado se me encogió el corazón. Pero estaba tan furiosa que me sentí más que complacida cuando a Toño se le llenaron los ojos de lágrimas.
Lúa como siempre le dio la puntilla con su comentario: «Ahora entiendes lo que se siente ¿eh cabrón?, pues espera a ver el mete-saca» Aquello fue el punto álgido y Toño, tal y como me había pasado antes a mí, no pudo llegar al final y detuvo el video con dedos temblorosos. Esperaba que terminara la noche torturándose con el video una y otra vez sin ser capaz de reconocerme en esa persona apasionada y salvaje. Algo que yo ya había vivido.
En el tercer video empezaron a torcerse las cosas. Toño gritaba a Patricia y ella intentaba primero convencerlo de que era lo mejor, que yo me había ido y que ella estaba allí para él, y luego lo acusaba llorando de haberla utilizado. La llamó puta conspiradora con tanto odio que me impresionó hasta a mí. Hubo más lloros, juramentos, y Toño se llevó una bofetada después de decirle a gritos «lárgate, Patricia, no quiero volver a verte nunca más».
En el cuarto Lúa y Álex me explicaban ya en el coche que habían tenido que dejar de grabar y habían terminado saliendo de allí cagando leches porque Nuria se había dado cuenta y casi llegan a las manos con ella y con Juanan. Me imaginé a Lúa en modo Harry el Sucio gritándole a Juanan «alégrame el día» y no pude evitar echarme a reír para terminar llorando y luego riendo de nuevo.
Luego Álex describía como Toño les había suplicado durante todo el rato que lo dejaran hablar conmigo. Les dijo varias veces que me quería y lloró como el capullo cobarde que era.
Había salido perfecto. Perfecto, carallo.
Me tumbé sobre la cama bocarriba y lloré en silencio perdiendo la noción del tiempo.
Cuando salí en busca de Sergio para contárselo todo se había ido y Raúl veía la tele tirado en el sofá.
Volví a mi cuarto un poco decepcionada. De repente fui consciente de lo sola que estaba y de lo lejos que me encontraba de mi hogar. Ahí fue cuando lloré con amargura de verdad, porque durante casi un año había considerado a Toño mi hogar. Y esa noche a mi hogar se lo había llevado por delante un temporal y ya nada volvería a ser igual.
Capítulo intenso donde los haya. Espero que os haya gustado. Gracias por leerme, espero vuestros comentarios con avidez.
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