13. IRIA
No sé qué es lo que tiene este hombre que de repente me pone tan nerviosa, pensé en aquel momento.
Es indudable que me parecía guapo, mucho. Y no era solo eso, además tenía un atractivo que lo hacía... En fin, no iba a volver a negarlo: estaba tremendo, tenía unos ojos preciosos, unas facciones muy masculinas y esa clase de cuerpo musculado más de atleta que de gimnasio... y su piel estaba ligeramente bronceada. Y eso sin haberlo visto desnudo. Mimá, iba a empezar a desbarrar en breve. Me mordí el pulgar hasta hacerme daño. Al pensar en ello me resulta gracioso, ya casi ni notaba la diferencia de altura. De hecho cuando yo iba descalza o en zapatillas éramos casi iguales. Al tenerlo tan cerca hubiera jurado que era hasta más alto que yo. Y el acento, boh, no podía evitar que me gustara tanto ese maldito acento.
Seguía pensando que era un prepotente y un chulo. Jugaba conmigo. Sabía que disfrutaba chinchándome, no soy tonta, pero era tenerlo cerca y dejaba de pensar. ¿Pues no que se había reído de mí en mi cara? Y yo que había creído por un momento que iba a besarme. Estúpida. Más que estúpida. Todavía debía de andar riéndose a mi costa. ¡Mimá, qué vergüenza!
Pero lo peor es que le hubiera dejado hacerlo. Puede que por lo de Toño o porque me había apetecido, no estaba muy segura, el caso es que no se lo hubiera impedido.
Menuda hipócrita estaba hecha.
Eso me hizo pensar en las razones de Toño y en que, si lo que me había contado era cierto, él se había visto en una situación parecida a la mía y lo importante es que había parado a tiempo al darse cuenta de que era solo conmigo con quien quería estar; visto así no era una traición tan grande. ¿O sí que lo era? ¿Hubiera parado yo a tiempo si Sergio me hubiera besado? Eso me había dado mucho en qué pensar.
Un beso podía no significar nada. O también podía significarlo todo.
Una idea me vino de repente ¿Y si Sergio lo había hecho para demostrarme algo? Algo como que Toño no era tan culpable si se había visto superado por la situación y lo que importaba era que me quería y que... Manda carallo. ¿A quién quería engañar? Sergio se había reído de mí. Sanseacabó. Estaba claro que sabía el efecto que tenía en las mujeres.
Y ahora por su culpa y la de Toño estaba hecha un lío. Era lo único que tenía claro.
Como también tenía claro que tarde o temprano tendría que salir de mi habitación. Le había dicho diez minutos y habían pasado casi veinte. Llevaba puestos mis vaqueros preferidos, unos botines negros muy cómodos con poco tacón, una camiseta negra de tirantes y una chaqueta finita gris de punto. Total en vestirme: tres minutos. Luego me había lavado la cara y los dientes, me había pintado los ojos con un poco de lápiz negro y rímel, y por ultimo me había cepillado el pelo recogiéndolo en una coleta alta. Total final: nueve minutos.
Hasta llegar a veinte llevaba avergonzada un buen rato y luego comiéndome la cabeza como la idiota en que me estaba convirtiendo gracias al hombre del que me escondía.
Conté hasta diez para darme valor y luego hasta veinte. Menudo plan el mío. Cuando iba por treinta él llamó a la puerta.
―¿Te queda mucho? Se nos echará la tarde encima.
―Enseguida salgo, ya casi estoy.
Fui a echarme colonia y cogí de nuevo el bolso. Respiré hondo, cerré los ojos y salí disparada hacia la puerta sin mirar nada más.
―¿Tú ya estás?
―Te estaba esperando. Mmm... hueles bien.
―Gracias ―dije y noté como me subían los colores, mimá qué vergüenza, cada vez que lo pensaba la cosa empeoraba, así que cuando vi que Sergio llamaba al ascensor tiré por las escaleras.
Ni de coña iba a meterme con él en esa caja de zapatos y dejar que me mirara en mi estado y darle munición para que se riera de mí de nuevo.
―¡Espera! ¿Qué haces? ―preguntó poniéndose a mi lado.
Yo corría hacia abajo bajando los escalones de dos en dos.
―Ejercicio, para variar ―disimulé.
―Eres rápida. ¿Ya no corres?
―Cada vez que iba al pazo. Últimamente nada. La verdad es que necesito más actividad física ―admití y eso me hizo sonrojar otra vez. «Boh, cállate».
―Si quieres un día podemos salir juntos ―propuso y me puse otra vez como la grana―. Correr por las tardes está bien. Ahora es una buena época. Un poco más adelante es imposible, por el frío todos lo hacen por las tardes. Cuando quieras salimos un día.
―Claro ―aseguré y vuelta a subírseme los colores.
Tenía que tranquilizarme. ¿Qué me pasaba? Con todo el rollo del beso y lo de Toño era como si hubiera empezado a verlo como un posible ligue. Respiré hondo y cerré los ojos al salir a la calle. Podía controlarme. Ya no era una quinceañera enamoradiza. Podía estar junto a un hombre atractivo sin hacer el ridículo y sin ruborizarme todo el rato. Además seguía sintiendo algo por Toño ¿no? La cosa no podía acabar así. Nos queríamos.
―Es curioso cómo se puede llegar a echar de menos el aire viciado y el ruido de Madrid ―observó.
―¿Lo dices de verdad?
―Los tres últimos años los pasé de vuelta en Las Palmas y lo echaba de menos. ¿Te imaginas?
―Pues la verdad es que no. Creo que no me gustaría vivir aquí.
―Yo no podría vivir en otro sitio.
Me pareció sincero y no quise preguntarle, pero no podía entender como un canario preferiría una ciudad como Madrid frente al paraíso que eran esas islas.
―No te he preguntado antes, ¿tienes coche?
―Uy, que interesada ―bromeó― ¿si te digo que no me dejarás plantado?
―¿Puedo hacerlo? ―pregunté poniendo los ojos en blanco.
―La verdad es que acabo de comprarme uno. ¿Dónde quieres ir?
―Ni idea. Llévame a un centro comercial. Pero no de estos donde solo hay macro firmas. Que haya tiendas pequeñas. Me gustan las tiendas pequeñas.
Me hizo un gesto con la cabeza para que lo siguiera calle abajo y lo hice.
Cuando pulsó el botón del cierre centralizado y vi el coche me quise morir ¿en serio? Lo miré bien. Era un coche azul eléctrico metalizado con alerón trasero y ruedas de perfil bajo. Pasé por detrás para subirme y me fijé que tenía doble tubo de escape cromado ¿en serio?, repitió mi cerebro alucinado.
―¿Te gusta? Es un Astra GTC último modelo ―dijo sonriente― no he tenido tiempo de mirar mucho y la verdad, este me convenció a la primera.
―¿En serio? ―articulé. Desde luego no daba para más.
―¿Qué tiene de malo? ―preguntó haciendo un gesto para que subiera.
―¿No es un coche de... niñato? ―aseguré al cerrar la puerta.
―¿A qué te refieres?
―No sé, este es un coche de veinteañero, así como para impresionar a chicas incautas o salir de botellón con los colegas.
Noté como reprimía una carcajada.
―Y según tú ¿qué coche debería haberme comprado?
―No lo sé ―declaré encogiéndome de hombros― ¿algo más de adultos?
―Algo como un monovolumen ―opinó con cierto sarcasmo.
―No te lo tomes a mal, el interior es bonito y me encanta el olor a nuevo ―dije aspirando por la nariz, en eso fui sincera.
Sergio hizo un gesto a medias entre asentimiento y conformidad y se incorporó al tráfico.
―¿Qué tiene de malo que me guste un coche como este?
―Nada. Ya te lo he dicho. Me gusta por dentro. Y está bien. No es muy grande y para moverte por Madrid supongo que es perfecto. Luego...
―Luego, que.
―Nada.
―Dilo.
―Es que es el típico coche salir con los colegas o para ligar. Supongo que me sorprende y me hace gracia que alguien como tú...
―¿Alguien de mi edad?
―No, no es eso ―aseguré. Pero estaba mintiendo porque era justo eso.
Sonrió y dejó sondearme acerca del coche, era obvio que me había entendido. Condujo entre el denso tráfico de Madrid. Lo hacía bien. Dominaba el coche y circulaba bien, ni demasiado rápido ni demasiado lento y con mucha soltura.
Pasado el tiempo fui yo la que retomé el tema porque había algo que me reconcomía:
―¿Has dicho lo del monovolumen en tono sarcástico porque no quieres tener familia?
En respuesta se puso a manipular el aparato de sonido. Qué bien.
―¿Puedo poner música? —preguntó esquivando el tema.
―Claro ―respondí.
Trasteó un rato hasta que sintonizó una emisora de rock clásico.
―¿Por qué no estás casado? —Me lancé a la carga. No pude evitarlo, quería saber de él, de sus motivos para comportarse como un veinteañero a pesar de que debía de tener más de treintaicinco.
―¿Y cómo sabes que no lo estoy?
―¿Bromeas? eso se nota, eso o eres un cabrón desvergonzado y tu mujer tiene más cuernos que todas las cornudas del planeta juntas.
Sabía que no me iba a contestar. Noté como contenía la risa y luego como fruncía el ceño, parecía querer estar enfadado conmigo.
―¿Sabes?, me he dado cuenta de que sabes casi todo de mí y yo no sé nada de ti.
―Y así va a seguir siendo.
Vaya, menudo zasca. Eso me pasaba por hablar de más.
―Perdona, no pretendía ser tan curiosa, es solo que...
No pude seguir, él suspiró y se tomó un momento para darme unas explicaciones que de antemano supe que no iban a ser de mi agrado.
―Iria, esta es una situación excepcional, no somos amigos ni vamos a serlo. Y cuando todo esto acabe, no volveremos a vernos.
Había usado un tono un poco paternal, como cuando quieres negarle algo a un niño, algo que sabes que le va a resultar doloroso y quieres decírselo con tacto.
―Sé que todo esto ha resultado difícil para ti, por eso te hemos dado más cancha. En circunstancias normales no deberíamos tutearnos y mucho menos intimar ―expuso y pensé sarcásticamente que la cosa mejoraba por momentos―. Verás, no me refiero solo a mí, también a Raúl y a Olga. En cualquier momento pueden trasladarnos, puede sucedernos algo, eso forma parte de nuestro día a día, no deberías tener que preocuparte por nosotros y nosotros necesitamos mantener cierta distancia para hacer bien nuestro trabajo ―explicó.
Más claro agua.
Condujo un rato en silencio y yo también permanecí callada, no había mucho que pudiera añadir; y lo peor es que tenía toda la razón. Lo del piso de estudiantes era pura ficción. Ellos no eran mis compañeros de piso ni de estudios. Podrían ser amables o elegir no serlo, como había hecho Carlos, y a mí debía darme igual. Estaban allí para protegerme de mi padre y de sus enemigos, y si la cosa no fuera seria no estaría en la situación en la que me encontraba.
―Pero tienes que hacer amigos. Me parece bien que hoy quieras salir. Es bueno para ti que te rodees de gente de tu edad.
En ese momento odié que fuera tan condescendiente conmigo.
―Solo intento llevar la situación lo mejor que puedo, soy consciente de que tienes razón en lo que dices. Pero no creo que debamos de comportarnos como verdaderos extraños después de pasar juntos tantas horas. Yo suelo hablar con todo el mundo, me gusta hablar con la gente, aunque sea con un desconocido en el metro o en la parada del autobús o en el bar de la esquina, y no es malo. Las personas interactúan constantemente y a veces no vuelven a verse en la vida, pero eso no significa que tengas que esperar o dejar de esperar nada de ellos. Es simplemente una interacción, sin tanta importancia.
Se quedó un rato serio y en silencio. Parecía estar sopesando las palabras con las que volver a ponerme en mi sitio. Pero no fue nada de eso lo que terminó diciendo.
―Por si te sirve de consuelo: si las cosas no fueran como son me encantaría ser tu amigo.
―Si de algo estoy segura es de que tú no tienes amigas ―objeté y me arrepentí antes de terminar la frase, pero me salió así.
―Mira, en eso tengo que darte la razón ―aseguró riendo.
Boh, menos mal. Pensé que terminaría por darme una colleja ya que mis collejas mentales no me servían para nada. Me había dejado claro que no quería hablar conmigo. ¿Qué diablos hacía intentando convencerlo de lo contrario?
De repente su móvil empezó a sonar.
―No sé por qué no ha saltado el dichoso manos libres. Mierda. Aún no sé cómo funciona nada.
―Tienes que tener activado el Bluetooth en el móvil y seleccionarlo previamente para que te salte la llamada en el coche.
Hizo un gesto como de no entenderme.
―¿Tienes que cogerlo?
―Sí, es Olga.
Me limité a apagar la radio para que pudiera hablar tranquilo.
― ¿Sí? Dime, Olga —pausa—. Tranquila, espera, espera, Olga ―pausa―. ¿Qué ha hecho que...? ―pausa―. Joder, sí, lo siento, no pensé que... ―pausa―. Es un gilipollas, tienes razón. Dame un momento, voy en el coche y necesito ―pausa―. Sí está aquí conmigo ―pausa―. Bien, vamos de compras ―pausa―. Tranquila, voy a llamarlo ahora mismo y va a oírme ―pausa―. No, de verdad ―pausa―. Que sí ―pausa―. ¿Y tú cómo estás? ―Sus suaves carcajadas y como resonaron en aquel espacio tan pequeño me hicieron sentir un leve cosquilleo en el estómago―. No te preocupes. Y lo siento, no lo he hecho con mala intención, de verdad. Solo pensé que se iba a terminar enterando y que tenía que decírselo ―pausa―. Sí, lo haré. Adiós.
Colgó y se apresuró a buscar un sitio donde parar. Yo no tenía ni idea de donde estábamos, pero imaginé que Sergio sí. Giró varias veces hasta llegar a una calle con poco tráfico, detuvo el coche en segunda fila y abrió la puerta para bajarse.
―Tengo que hacer una llamada.
―Claro.
Lo vi gesticular, parecía enfadado. Con las puertas cerradas no podía oírlo y sentí curiosidad. ¿Qué le habría pasado a Olga? Me dio la sensación de que estaba enfadada y lo había llamado para pedirle explicaciones por algo. Aproveché que no miraba y abrí su ventanilla unos tres dedos. Luego hice lo mismo con la mía. Iba andando de un lado a otro, pero por fin podía oírlo perfectamente.
―Desde luego que eres gilipollas ―pausa―. ¿Y qué esperabas, Javi? ―Pausa―. No. Joder, no ¡Escúchame! ―Pausa―. ¿Pero tú la has visto bien o es que te la follabas a oscuras? Es normal que haya conocido a alguien. Pues claro que... ―pausa― que no ―pausa―. Yo no te he dicho nada porque no tengo ni puta idea de con quién sale o a quién se tira ―pausa―. No, joder ―pausa―. ¡Pues porque no hablo con ella de esas cosas! Además si de verdad te importa ella de esa manera... ―pausa―. Sí, claro, lo que te pasa es que... ―pausa―. No ―pausa―. Con quién esté o deje de estar no es asunto tuyo. Ya no ―pausa―. ¿Pero tú eres tonto? ¡Desde que la dejaste! ―Pausa―. ¿En serio? Entonces, ¿por qué llevas más de una semana tirándote a esa zorra a todas horas? ―Pausa―. No, joder. Claro que no ―pausa―. ¿Y antes de Blanca? Venga hombre, si no has parado de follar desde que la dejaste ―pausa―. A otro con ese cuento. Lo que estás es acojonado y no consigues olvidarte de ella ni a base de polvos ―pausa―. A mí no me metas ―pausa―. Y qué si estoy acojonado también. Yo al menos sé porque lo hago y no me engaño a mí mismo. Y tampoco engaño a nadie ―pausa―. Porque sí ―pausa―. ¡Y una mierda! Porque siempre lo dejo claro ―pausa―. No, no he leído sus mensajes ―pausa―. No le prometí nada, fuiste tú el que le dijo... ―pausa―. Me importa una mierda como se sienta Irene. Ha sido culpa tuya, tú eres él que ha jugado con ella, no yo ―pausa―. Si me la vuelvo a tirar o no, es mi problema ―pausa―. Eso no fue lo que hablamos ―pausa―. Porque pensaba tirármela cada jueves y ella estaba de acuerdo hasta que te metiste por medio y la convenciste de que... ―pausa―. No ―pausa―. No es asunto de ella ―pausa―. ¿Y qué si te dije eso? ―pausa―. Tampoco ―pausa―. Que esté buena y la chupe de miedo, si acaso, es un aliciente, no un motivo para... ―pausa― ¿Pero tú sabes la de tías que hay que están buenas y que la chupan bien? Pareces idiota ―pausa―. Pues fóllatela tú, no tengo nada con ella ni con ninguna otra ―pausa―. No ―pausa―. ¿En serio crees que me importa? Pero mira que eres lerdo ―pausa―. Y no estamos hablando de mí ―pausa―. Porque yo cuando me he enamorado solo he necesitado una semana para saberlo mientras que tú has tenido que ver a Olga accidentada en el hospital y saliendo con otro para darte cuenta de que estás hasta las trancas. Y eso después de haberla destrozado ―pausa―. Claro que es tarde ―pausa―. No lo sé ―pausa―. Mierda, Javi, te he llamado solo porque me lo ha pedido ―pausa―. Quiere que la dejes en paz, tal vez deberías darle un poco de espacio y... ―pausa―. ¡Se lo dejaste claro cuando te encontró montándotelo con aquellas dos en tu piso! ―pausa―. ¿Y ahora te jode? Pues haberlo pensado antes ―pausa―. ¿Y por qué leches has ido a liarla al hospital? ―pausa―. ¿Preocupado tú? Como si no te conociera, cuando te has enterado de que está con otro, has ido a verlo con tus propios ojos. Y te ha salido el tiro por la culata ―pausa―. Mira que eres un capullo, Javi —pausa—. Déjalo estar, no es el momento. No la molestes y menos en el hospital o al final tendrás problemas ―pausa―. ¡No lo digo yo, joder! ―pausa―. Escúchame ¡Que me escuches! —pausa—. ¡Bien, pues que te jodan a ti también!
Parecía un animal enjaulado dando vueltas alrededor del coche. Se detuvo frente al capó mordiéndose la lengua. Menudo cabreo tenía. Yo estaba intentando asimilar lo que había escuchado. ¡Mimá! Más o menos me había quedado claro que el tal Javi, que parecía ser un amigo cercano de Sergio, debía de ser el pichacorta al que se refirió Olga. Aquello era un culebrón. Irene y Blanca serían las follamigas de Sergio y el tal Javi. Boh, las cosas que había oído. Me lo imaginaba todo, pero oírlo hablar así de una mujer como si fuera solo un conjunto de agujeros donde meterla me había dejado un poco... enfadada, pero también extrañamente excitada. Carallo, tanto hablar de follar, polvos, mamadas y tríos y yo a dos velas.
El pichacorta seguro que había ido al hospital y Olga estaría acompañada del chico con el que habría salido el otro día. ¿Se habrían dado de tortas? Culebrón mexicano de los buenos.
Lo miré y me di cuenta de que se estaba sujetando para no estampar el móvil o liarse a puñetazos con el coche. De repente, reparó en mí. Carallo, parecía haberse olvidado de mí. No, se había olvidado de mí. Mimá. Entró bruscamente y tiró el móvil de mala manera en la bandeja que había debajo de la radio.
―¿Qué has oído?
―¿Si te digo que nada me creerías?
Sabía que estaba ruborizada hasta el nacimiento del pelo por haber pensado incluso imaginado cosas que no debería haber oído nunca.
―Joder, Iria. Siento el espectáculo. No quiero que pienses que soy...
―Yo también lo siento ―lo corté―. Todos tenemos problemas. Pero tranquilo, tú mismo acababas de decirlo, no somos amigos y no vamos a serlo. No tengo derecho a opinar ni a juzgarte. Y ahora vámonos o no llegaremos nunca ―zanjé.
Las palabras salieron de mi boca en un tono más áspero de lo que habría pretendido.
Noté como cerraba las manos sobre el volante y como había apretado tanto los labios que se habían convertido en una fina línea. No lo había dicho para cabrearlo ni por devolvérsela. Es que de verdad que en ese momento no quería más problemas de los que ya tenía.
Y si alguien venía con una buena maleta a rebosar de problemas ese era el subinspector Sergio Betancourt.
Me acababa de quedar claro.
Capítulo intenso. Gracias por leerlo. Por favor comenta, vota y sígueme si te ha gustado. ¡Gracias! Y pronto más.
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