Desarrollo 3 - Sábado - Parte 3
Sumergidos en la cálida agua del jacuzzi de mi departamento, disfrutaba realmente observarla dormitar contra mi pecho. De espaldas a mí y entre mis piernas, el suave vaivén de sus senos movía el agua generando pequeñas e imperceptibles circunferencias que se desvanecían en su andar, mientras yo me entretenía depositando de cuando en cuando, tiernos besos en su cuello y en la curva de su hombro.
La luz del atardecer, en aquel día húmedo de verano, se colaba tímidamente a través de la ventana del habitáculo y nos envolvía con su calidez... pero la atmósfera no era tan idílica como yo hubiera anhelado.
El ambiente entre ambos se había enrarecido desde lo acontecido en la mañana durante el último ataque akuma. Pero, pese a todo, la tranquilidad con la que parecía transcurrir el momento era placentera. Solo esperaba que aquello no fuera la calma previa a la tormenta.
Permanecimos abrazados y acariciándonos la piel largo rato, mientras intentábamos calmar todos los pensamientos que nos asolaban. O por lo menos, eso es lo que yo intentaba...
Su aroma... esa dulce y casi imperceptible esencia a vainilla, mezclada con el perfume lavanda de las velas aromáticas que ella dispusiera en lugares estratégicos del baño, lograron, a duras penas, relajar mi pesar.
Su cuerpo, su respiración y su cercanía... Toda ella conmigo, a salvo y bajo mi cuidado...sólo eso podía relajar mi pesar.
Aún no se me pasaba el pánico vivido al creer haberla perdido, y todo debido al obrar de un imbécil descontrolado. El terror y la ira incapacitaron todo lo humano que había en mí llevándome a un extremo, en el cual ni yo mismo me reconocía.
Y luego de ello, sentí como que entre nosotros se habían instalado un silencio y una distancia que me preocupaban. Aunque lo entendiera, no podía reclamarle nada. Creo que yo me sentía más abrumado e intranquilo incluso que ella.
El punto de inflexión había sido el akuma. O al menos, así lo fue para mí.
El ser por primera vez consciente de que podría haberla perdido, realmente perdido, y para siempre... me resultaba insoportable. El solo hecho de considerarlo me desgarraba la razón. Un instinto de propiedad y de protección que no sabía que estaban allí habían despertado demasiado abruptamente en mí. Y jamás imaginé que podía llegar a reaccionar con tal temeridad bajo el miedo de saberla en peligro.
Salvar a otros era mi trabajo. Con mi compañera de batallas no había problemas, aún en las circunstancias más graves. Pero con ella, con Marinette... me jugaba la vida.
Una y otra vez la expresión en los ojos de Ladybug mientras me sostenía entre sus brazos, protestando por mi violencia, volvía a mí para atormentarme por lo que estuve a punto de hacer, sumido en ese dolor que me anulaba. Y yo, que no entendía sus reclamos en ese momento, ni me importaban, solo pensaba en el bienestar de la chica entre mis brazos ahora, mi chica.
Suspiré lentamente para tranquilizar mi conciencia. Al fin estaba conmigo, aquí, en mi departamento, juntos...
Y si bien eso debía ser suficiente para calmarme, no podía evitar considerar qué sucedería si esa situación se repitiera; qué me sucedería o qué haría... Y peor aún, ¿acaso me importarían las decisiones que tomara si Marinette resultaba herida? No, no me mediría... Nada...
Y no...no lo soportaría.
Era mejor no pensarlo.
La mano mojada y tibia de mi pequeña acariciándome la mejilla izquierda, me arrancó oportunamente de esa burbuja tortuosa en la que me había sumido. Le sonreí cariñosamente aunque no pudiera verme, antes de depositar un suave beso en la escasa piel que se abría a mí, entre su oreja y el inicio de la línea del cabello.
—Rubio...—susurró sensualmente, remoloneándose contra mi pecho —Creo que me dormí...—
— ¿Tú crees? — Y me incliné, cuando ella giró su rostro, para besarme. — ¿Mejor ahora?—
Asintió sonriéndome tímidamente, antes de regresar a su cómoda posición sobre mi hombro.
Ella lucía seria. En su mirada podía percibir lo abatida que se sentía, aunque intentara ocultármelo una y otra vez tras sus dulces sonrisas, o excusas del cansancio por nuestros juegos de la noche anterior.
Es por eso que ni dudé al cancelar todos los compromisos comerciales de ese día, postergándolos para la semana. No quería alejarme de ella. Por primera vez percibía un temor, una inseguridad que le pesaban, una necesidad de creer en mí que comenzaban a abrumarme.
Y si bien intentaba convencerme de que el responsable de su angustia se debía a la violencia del ataque sufrido, no podía apartar de mi cabeza las palabras de Alya, en el momento en que prácticamente me rogó que le confesara mis sentimientos cuanto antes; que desarmara cualquiera de mis estrategias de seducción y que no la dejara escapar.
Aun desconociendo el motivo exacto de la conversación que mantuvieron, era imposible negar que las dudas que la asolaban llegaron allí por las palabras de nuestra amiga.
Ay morenita... que le has dicho.
Algo me carcomía por dentro al recordar el susurro de Marinette a mis espaldas...
"No lo voy a hacer"
¿No vas a hacer qué pequeña? No me atrevía ni siquiera a pensarlo.
— ¿Qué hora es?— Me dijo tomándome por desprevenido.
— ¿Cómo...?
—Está oscuro...casi anocheciendo. ¿Sabes qué hora es?
—Nop... déjame ver...— Estiré con desgano el brazo, para alzar el reloj de pulsera que había dejado apoyado sobre la toalla del descanso de la tina. — Cerca de las nueve...
— ¿Cuán cerca?— Sentí su cuerpo en contacto con el mío tensarse apenas.
La verdad, ambos nos inquietamos ante esa confirmación. En mí fue el recuerdo de mi compromiso con Ladybug. En ella... no lo sabía, pero no pude evitar ponerme alerta.
—Faltan poco más de veinte minutos. Exactamente...— Verifiqué nuevamente. —Veintidós—.
Si le hacía caso a mi lado de héroe, ya debía estar saliendo de la tina para prepararme y acudir a mi cita. Esta vez necesitaba responderle a Ladybug sobre mis acciones frente al akuma. Pero no quería dejarla, todo mi ser reclamaba quedarme junto a ella.
¡Mierda!
Era la primera vez que me pesaba tanto tomar esa decisión. Noches atrás ni hubiera dudado en decantarme por mi pequeña.
Se incorporó levemente, dubitativa, alejando su espalda de mi pecho, separándose de mi contacto.
—¿Pasa algo?
—No... nada. Sólo que recordé que... debo hacer algo. Tengo que irme...
Y sin voltear a verme, se puso de pie deteniéndose unos segundos mientras el agua escurría por sus piernas, antes de tomar el toallón rosa de pintitas negras, el que siempre separaba para ella, y envolverse el cuerpo al salir del jacuzzi.
Con una toalla más pequeña, que colgaba del pasa manos frente a nosotros, comenzó a frotarse los cabellos para quitar el exceso de agua, ocultando su rostro de mí. Su semblante se había endurecido aún más en ese momento, lo que intranquilizaba cualquiera de mis temores.
—¿Irte?
—Sí.
Esa tensión, esa dubitación, esa necesidad repentina de alejarse de mí; todo eso era, lamentablemente tan conocido... Apreté la mandíbula cuando caí en la cuenta de la razón de su inesperado nerviosismo.
Eso era un "él" por donde se mirara... el maldito e imbécil de "él".
Y, para completar el cuadro emocional que me torturaba, los celos me empezaron a carcomer por dentro y dominaron cualquier otro pensamiento previo.
¿Tan básico me había vuelto? Dios... ella había puesto mi mundo de cabeza.
De puta madre.
—Creí que dijiste que este fin de semana estabas libre, que te quedarías sólo conmigo.
Le solté ásperamente, apoyando los brazos abiertos sobre los bordes de la tina, al tiempo que mi mirada se encrudecía y se hincaba desafiante en su nuca, provocándola sin ocultar lo enojado que acababa de ponerme.
—¿Cómo dices?
Sí, hazte la tonta.
—Que te quedarías conmigo. No con él.
Y mantuve nuestras miradas unidas duramente cuando volteó súbitamente, nerviosa, al oír su mención.
Acababa de descubrirla. Ya no me haría más el desentendido dejando pasar todas las veces que huía por la misma razón. Ya no. No podía hacerlo. Ahora sería solo mía.
Debía serlo.
—No, te equivocas.
Acotó con velocidad, pestañeando varias veces antes de bajar la mirada, adoptando una postura casual que, claro, no le salió.
— Voy a ver a... Alya. Sí ...quiero saber cómo se encuentra. Digo... para ella también fue terrible el ataque.
—Tiene móvil. Llámala y listo.
Le dije torciendo la boca en señal de que había descubierto su mentira. Era consciente de que me estaba comportando como un macho troglodita, pero es que no me salía de otra forma. Nunca en mi vida había sucumbido de esta forma a mis emociones...
—Sí... pero quiero verla. Adrien, sabes que ella...
— ¿Ella? No, no vas a ver a Alya. — Acoté rápidamente endureciendo aún más mi tono. — Vas a reunirte con "él"—
Se tensó aún más, aferrando la toalla con ambas manos sobre su pecho quedando inmóvil por unos segundos, prácticamente sin respirar, intentando huir de mi mirada pero sin conseguirlo.
—Yo...
Suspiró profundamente. Sabía que en su mente miles de pensamientos la atormentaban, podía reconocer hasta el mínimo cambio en esos ojos azules cuando la asolaba un mar de contradicciones. O cuando se mordía repetidamente la mejilla por dentro, contrayendo sus labios al frente. Adoraba cuando hacía eso, me provocaba a comerle la boca.
Tomó del extremo de la toalla que tenía enroscada en su cabeza, para quitársela, brindándose tiempo, buscando ocupar sus manos mientras procesaba que decirme, porque la conocía y sabía que estaba intentando armar una respuesta para zafar de mi acometida.
Suspiró cuando los primeros mechones mojados golpearon sobre sus hombros adhiriéndose a esa blanca piel, que resplandecía en tonalidades ocres gracias a la tenue luz proveniente de las llamas de las velas al reflejarse sobre las pequeñas gotitas de agua que aún la humedecían. Estaba tan hermosa...
—Mira...Tienes razón ¿Sabes? No quiero mentirte más, no te lo mereces— Un nuevo suspiro escapó de entre sus labios, uno profundo, pesado, culposo.
Bajó la mirada antes de volver a hablarme.
— Sí, voy a reunirme con él. Es verdad.
Asintió tras esta última frase, mientras retorcía nerviosa la pequeña toalla entre sus manos, antes de tomar coraje y elevar el rostro, levantando aún más el mentón. Sostuvo el aire por unos segundos al encontrarse con mis ojos que no se movían de los suyos, para luego soltarlo ruidosamente intentando sonreír, como si buscara en mí la aprobación por el hecho de que por primera vez reconocía la verdad, como si con esas simples palabras reivindicara todas las mentiras que me hubiera dicho antes.
¡Reivindicar un carajo!
—Creí que ya habías terminado con eso.
Me pasé la mano por los cabellos, intentando disimular mi nerviosismo, desordenándolos sin darme cuenta. Trataba de apaciguar esa emoción tan hiriente que había regresado a mi vida. Y, la verdad, no sabía cómo manejarla.
—¿Terminado? Adrien, sabes que lo que tengo con él es...
—¡¿Lo que tienes con él?! — Interrumpí alzándole la voz. — ¿Qué tienes con él? ¿Un amor platónico? ¿Pasar el rato con alguien que simplemente no te ve? ¡No tienes nada con él!
—No puedes decirme eso. No tú. Y... ¡y no voy a discutir acerca de mis sentimientos por él contigo! —Me respondió con firmeza, sosteniendo mi mirada.
Quedamos por unos instantes contemplándonos mutuamente, midiendo nuestra próxima reacción. Ella pretendió aflojar la tensión con las palabras que con suavidad exhaló frente a mí.
— Sabes que tengo un trabajo importante con él. Te lo he contado todo.
Más su intento fue en vano. No logró más que arrojar yesca a un fuego encendido. Reaccioné en ese momento poniéndome de pie bruscamente, en un único movimiento, saliendo de inmediato de la bañera sin liberar su mirada. Me acerqué a ella desafiante logrando sobresaltarla. Me percaté apenas de su abatimiento a mi descaro, cuando sus ojos se abrieron y se inclinó levemente hacia atrás huyendo a mi cercanía al detenerme frente a ella. Aunque intentó disimularlo sin lograrlo.
Sé que mi postura era intimidante en ese momento. Lo que menos buscaba era asustarla pero ¡estaba tan enojado, mierda! Ese imbécil debía salir de su vida y ya.
—Trabajo importante — Resalté sus palabras con ironía. — ¿Trabajas con él como lo haces conmigo?— La provoqué con la mayor de las malas intenciones.
—Sí, sabes que trabajamos juntos también, te lo expliqué y no es lo... ¡NO! —Me gritó contrayendo el ceño ofendida cuando entendió a lo que me refería. —No todo es...sexo, Adrien—
—¿Ya lo quisieras, no?— Instigué dando un paso más hacia ella, cerrando el espacio que había generado entre los dos cuando se alejó repentinamente de mí.
—Adrien... ¿qué dices...?
—Que te lo follarías si siquiera se dignara a darte la hora, ¿no? Dime, ¿lo harías?
¡Que idiota! Esas palabras simplemente brotaban. Era el enojo, los celos, la frustración por no lograr quitarlo de en medio, las que hablaban a través de mí. Y lo peor es que no podía impedirlo. Ya la vergüenza de mis actos comenzaba a calar en mi conciencia, pero el cóctel emocional que circulaba por mi sangre me había arrebatado por completo la voluntad. Y sólo buscaba evitar perderla...
—¿Qué? Estás...
—Dime, ¿quién sería el idiota cornudo aquí? ¿Él o yo?— Interrumpí.
—Él no...
—¡Claro! Cierto...olvidé que él no sabe absolutamente nada de lo que sientes. Ni de mí. — Sonreí sarcásticamente. —Entonces yo soy el tercero. Lo engañas conmigo ¿no?
Dios. Estaba tan, tan enojado.
—Estas mezclando todo...Y no me gusta por donde está yendo esto— Replicó hablando a toda velocidad, con angustia en su voz. — ¿Te estás escuchando? Me conoces, no puedes... ¿quién crees que soy?— elevó la voz, con verdadero disgusto.
Eres la mujer que amo. Todo mi ser gritaba luchando tortuosamente contra mi voluntad, la cual se negaba rotundamente a decírselo, a pesar de los pedidos de Alya que...
¡Mierda!
No, no era el momento. No podía decírselo, me destrozaría por completo si ella no me elegía.
¿Están escuchándome? ¿Yo, esperando que una mujer me eligiera? ¿Yo? Definitivamente, había puesto mi mundo de cabeza...
—¿Quién eres? No, ese no es tu problema, Marinette— Suspiré alterado ya. — ¡Que demonio quieres! Esa es tu pregunta — y me clavé nuevamente en sus ojos, casi obligándola a responder.
—¿Qué...?
Me miraba confundida, dolida, casi estupefacta, queriendo decirme de todo, insultarme y, no me equivoco al considerar también, que abofetearme. Pero no lo hacía. Y yo moría por besarla.
Estaba perdido...
El silencio se apoderó de nosotros en ese instante. Tenso, pesado, insoportable. Yo esperando una respuesta, ella nerviosa, respirando agitadamente, incómoda ante mi presencia y mis preguntas, entendiendo todo y a la vez nada.
Nunca me había visto así, en este estado entre furioso, dolido y terriblemente celoso.
¿Yo celoso?
Sí, yo celoso.
Maldita seas Marinette ¡Maldita seas, mujer!
Me acerqué aún más cuando abrió levemente sus labios para humedecerlos, mientras su mirada bajaba recorriendo mi cuerpo. No me pregunten porqué, pero sentí eso como si una tregua se diera entre los dos. Y no sé si lo sentía o lo necesitaba desesperadamente, porque algo en mí se quebró cuando alzó nuevamente esa mirada tan profunda, dulce, casi indefensa, posándola en mi boca.
En ese preciso momento, le tomé suavemente el rostro acariciándolo mientras mi atención caía sobre sus labios. La conocía, como la conocía... Lo suficiente para saber que esos simples movimientos la llevaban a un punto en el que toda resistencia a mí comenzaba a ceder. Porque yo ya casi no podía sostener mi postura recia...
Pasó saliva con dificultad acercándose lentamente a mí, entreabriendo sus labios esperando por los míos, cuando mi aliento rozó su rostro.
—No... lo que hacemos... Esto así...no está bien...— Dijo al fin tomando conciencia de sus acciones involuntarias.
Pestañeó endureciendo la mirada, quitando su rostro de entre mis manos, y giró repentinamente dándome la espalda para retirarse del baño.
No iba a permitirlo. Y menos para que fuera a su encuentro.
La tomé del brazo con el que sostenía la toalla aferrada a su cuerpo y de un brusco tirón la obligué a voltear nuevamente hacia mí, llevándola contra mi pecho.
—No quiero que vayas con él—. Sentencié con voz firme.
—¿Qué? — Contrajo toda su expresión confundida, molesta. —¡Sabes que no puedes pedirme eso!
—Sí. Sí puedo.
—Adrien. Es suficiente. Para de una vez.
Y jaló bruscamente del brazo para soltarse de mi agarre. Pero casi instintivamente y sin medirlo, cerré con más fuerza los dedos que la rodeaban, reduciendo su movilidad y sujetándola contra mí.
Ella observó su brazo y luego se clavó en mí, totalmente alterada.
— ¡Ya! ¡Esto es infantil! ¡Suéltame!
Y la furia se apoderó de su rostro, mientras se retorcía para destrabarse de mi sujeción.
—No— Sentencié entre dientes.
Juro que me desconocía en ese momento.
Ella detuvo sus forcejeos tras mi negativa, respirando agitada. Había rabia en esos hermosos ojos azules, una que los enrojecía tornándolos furibundos. Un enfado que me quemaba, que me dolía, pero que a la vez encendía todo en mi ser. Era tan firme su determinación, que ni los celos ni todo lo que sentía iban a lograr mantenerme en esa posición mucho tiempo más.
Realmente intimidaba cuando se lo proponía. Tan pequeña, tan frágil y tan irreverente, con una valentía que transformaba su ser en llamas. Me fascinaba. Sólo una vez en mi vida había visto esa expresión de seguridad en la mirada de otra persona, esa actitud dogmática y en control que me domaban, me conquistaban... y había sido en Ladybug.
En los profundos, inquietos y azules ojos de Ladybug... Tan chispeantes, tan parecidos a los de mi pequeña...
¿Qué mierda...?
—Adrien, suél-ta-me.
Demandó con un tono de voz tan dominante que me estremeció.
En ese momento reaccioné y caí en la cuenta de la emoción que me dominaba, de los celos que me habían invadido, que lentamente despertaban en mí un deseo de posesión, de dominio, que jamás había experimentado. Abrí los dedos de inmediato al oírla y ella aprovechó para alejarse de mi contacto dando unos pasos hacia atrás, más cerca de la puerta que de mí cuerpo, frotándose el brazo por el que la había sostenido mientras me miraba incrédula de lo que acababa de experimentar.
—Pero ¿¡qué carajos te pasa!? ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? Acaso estás... ¿estás celoso?— Su ceño se contrajo tras esas palabras.
Y tenía razón. Toda la razón.
Todo eso que la simple mención de ese imbécil me hacía sentir, ya no podía controlarlo. Ya no. La amaba demasiado. Mi corazón, mi mente, mi cuerpo la reclamaban en exclusividad. La sola idea de compartirla, aún por unas escasas horas, con un sujeto que aspiraba a ser mi competencia, me enfermaba. Sólo esa estúpida voluntad, ese...juego de seducción al me que había sumergido y que ahora me estaba ahogando me mantenían ahí.
Y ya no podía más.
Suspiré relajando mi posición.
—Sí. Sí lo estoy. Ya no soporto más esto, Marinette.
Era tal el agobio emocional en el que me había sumergido, que anulaba cualquier esfuerzo por racionalizar el momento y me reducía a la más simple desazón que era el miedo... y ni siquiera a ese podía controlarlo.
Miedo a perderla. Miedo a que lo eligiera...
Estás conmigo o con él.
Imposible decirlo.
¡Pero que cagón que me había vuelto!
—Adrien...
—Estuvo bien... aceptable al principio. Pero en serio que ya no puedo soportarlo más. No puedo hacer oídos sordos a lo que siento cada vez que... que te vas con él.
—Yo... lo siento. No sabía que te pasaban esas cosas. — Suspiró sonriendo apenas, titubeando — Creí que habíamos sido claros...Tú la tienes a ella y yo...
—¿En serio te sigues creyendo eso?
Reí nervioso, casi indignado, interrumpiéndola.
—Yo fui sincera contigo.
Resoplé frustrado ante esa afirmación. Sí, maldita sea... fue demasiado sincera.
—Entonces... elegí creer que tú también lo eras... ¿no... no era verdad?
— ¡Dios, Marinette! Ya lo hablamos. ¿Cuántas veces vamos a tener que volver a la misma discusión?
—Sí, pero es que...
—¿No me crees? — Interrumpí presionándola.
—No... es que... No entiendo el... ¿por qué?
—¿Me preguntas por qué lo hice? ¿Otra vez? — Me humedecí los labios antes de seguir hablándole. — Vamos...Sabes porque lo hice.
Sus ojos se posaron vidriosos sobre los míos, suplicando por sosiego, uno que desesperadamente yo también reclamaba. Y fue como si una revelación se precipitar tal rayo al suelo, porque fue evidente el instante en que creyó encontrar la razón de mis palabras, ignorando o eligiendo omitir cada una de mis explicaciones en el pasado. Esa razón, construida tras sus juicios que ahora innegablemente se habían teñido por la opinión de alguien más, cerraron sus sentidos, opacando la mirada, reemplazando las lágrimas por dolor.
—Para llevarme a la cama.
Y eso... eso era justamente lo contrario de lo que quería que ella creyera de mí.
—¡No! ¡No! ¡Maldita sea, no!
—Y te salió muy bien...¿no?
Un sollozo se escapó de entre sus labios y no pude más que reaccionar tomándola por los hombros para fijarla frente a mí.
—Me deseabas, no lo niegues. ¡Deseabas esto! Querías besarme desde el primer día en que comenzamos a trabajar juntos. ¿O me equivoco?
Y mi mirada desahuciada se transformó en demanda. Porque todo por lo que había bregado, cada pequeño detalle, cada palabra, cada caricia, cada suspiro de placer, cada minuto en que la acerqué a mí, se diluían entre sus palabras sofocándose bajo una falsa verdad.
—Si eres tan sincera como te jactas...¿Me equivoco, Marinette?
—No— Dejó salir casi de forma imperceptible mirándome con rabia, confundida.
Y si su dulzura me embriagaba, verla en ese estado frente a mí, irascible, con su azules iris endurecidos, me desarmaba. Todo en ella enajenaba mi razón, rendía mi voluntad a sus caprichos.
—Podría haber... ¡Dios! Eres tan hermosa, única, tan... Si hubiera querido desde el primer día, yo... —No podía completar mis frases, no quería decir nada que jugara en mi contra.
Me mordí el labio inferior cerrando los ojos para evitar que su mirada provocara algo más en mí que me llevara a decir otra estupidez. Me sentía en la cuerda floja en ese momento y sabía que no toda era mi culpa.
Pero sí sería responsable por lo que sucediera después, después de mis palabras, de mis actos.
Y en ese momento, como si ya no pasara poco entre nosotros, el consejo de Alya volvió otra vez a mis pensamientos. Confesarle lo que verdaderamente sentía por ella, no esperar su próximo movimiento...Sería tan fácil tomarlo.
Pero no. ¡Mierda! No era fácil. Estaba muerto de miedo reclamando, celoso, frente a ella.
Apreté mi mandíbula tomando coraje antes de hacer algo, aunque no supiera bien qué. Sólo tenía en claro que no permitiría que se fuera. Y en ese instante, sentí sus dedos acariciar con suavidad la línea de mi quijada, llamándome la atención.
—¿Y tú me deseabas? — Ahora el sorprendido era yo. — ¿Realmente me deseabas a mí ...o a la novedad que representaba en tu vida? —
Entrecerré los ojos ante esas palabras. No eran simples ocurrencias de ella... ya sabía quién había puesto esas ideas ahí.
Morenita...
—¿Novedad? ¿Qué estás diciendo...?
—No soy modelo...— Siguió hablando ignorando lo que intentara decirle —Ni aunque quisiera podría lucir como una... Soy tímida, algo torpe... ni siquiera tan ingenua. De bajo perfil, paso desapercibida entre la gente y además... una diseñadora, que ni siquiera luce tan sofisticada...
Eché a reír. Sí, definitivamente, esa era Alya hablando. Me las iba a pagar morenita. ¡Oh sí!
Me acerqué más a ella tomándole el rostro entre mis manos, tranquilizando mi mirada, perdiéndome en sus pupilas, que tantas dudas y temores me transmitían. ¿A qué le temes Marinette? En ese momento sólo quería besarla, acariciarla, decirle que la amaba...
— No eres modelo, no. — Le sonreí con ternura. — No eres nada de todo eso que dices...Eres Marinette, mi pequeña, la hermosa e inteligente Marinette, la persona más dulce, íntegra, valiente y talentosa que he conocido en mi vida. — Suspiré. — De la que quedé prendado desde el primer momento en que la encontré otra vez ese día, dibujando en aquella plaza, con sus cabellos azabache sueltos y vistiendo esa solera roja a lunares que simplemente me volvió loco... — Apoyé mi frente en la suya — Y en ese preciso instante lo supe, realmente lo supe... —Sus ojos me miraban incrédulos y expectantes — Que eras todo lo que había estado buscando, todo lo que quise y podría querer alguna vez. Y de que esta sería la última oportunidad que tendría para no dejarte escapar...—
Suspiró tras esas palabras, posando sus manos sobre las mías. En sus ojos bien abiertos, prendados de mí, había un brillo, una calidez que sólo una vez había logrado observar en ella. Y fue en aquella tarde gris, lluviosa ... en aquella oportunidad en la que le entregué mi paraguas, cuando nos conocimos, siendo unos críos.
Era lo mismo. En esos ojos encontraba una vez más lo mismo. Y yo lo provocaba. Eso significaba... todo.
Debía significarlo...
—¿Y porque nunca me lo dijiste así?
Buen punto. Pero yo tenía los míos.
—Porque cuando intenté acercarme más lo sacaste a él de escudo. Y automáticamente te cerraste a mí y yo.... — Suspiré — Tantas veces pude tenerte de tantas formas, pero... Dios, eres tan hermosa, tan especial, que no podía hacerte eso. — Cerré mis ojos— Intenté ser tu amigo, simplemente tu amigo... otra vez. Y resignarme a respetar tu historia. Te lo merecías ¿no? Pero... no pude. ¡Dios! Te sentía tan cerca de mí... moría por besarte cada vez que te miraba, cada vez que me rozabas sin querer. Tu aroma, tu voz, tu piel... te deseaba tanto ...
Me alejé apenas de ella deslizando mis manos hacia su nuca, tomándola, mientras que con los pulgares debajo de su mentón le elevaba el rostro para fijarlo a mis ojos que, ya abiertos, se perdían en cada uno de sus gestos, analizando cada pequeña reacción de ese asustado y delicado semblante.
—Y cuando me di cuenta de que te sucedía lo mismo, que simplemente te reprimías a mí por tu nobleza... se me ocurrió esta idea tan desesperada. Esa noche de tu cumpleaños surgió y ... y la tomé sin pensarlo... — Suspiré culpable — Sé que no fue caballeroso de mi parte... y lo siento. Perdóname, pero no podía dejarte pasar, no a ti... Vi una oportunidad de conquistarte con algo que... que deseabas y ...Sabes que lo que te dije fue para que no te sintieras culpable por esa... con esa historia que tienes con alguien que dices que...que es igual a mí. — Y le sonreí sin poder ocultar el dolor que eso me causaba.
Iba a besarla en ese momento, moría por hacerlo, pero ella huyó de mi contacto otra vez, quitando mis manos de su cuello y alejándose un par de pasos hacia atrás, mirándome con temor, con dolor, confundida.
Estaba aterrorizada y no sabía si eso me hacía sentir peor o mejor, pero mi corazón indeciso, se aceleró en respuesta.
Alya, esto va a salirte caro...
—No...— Desvió su mirada al suelo, buscando algo entre sus pensamientos, o quizás únicamente tratando de ordenarlos, no lo sabía; pero cuando volvió a mirarme esos ojos me suplicaban que confirmara una sola cosa: —Esto es un juego ¿no? Sigue siéndolo... nada ha cambiado...
—¿Qué...? — Siseé confundido —¿Eso ...crees?
¡Mujer! ¿Acaso que no me estabas escuchando?
Me le había prácticamente declarado y...
—¡Es que es eso! ¡Tú mismo lo propusiste así! Nos divertíamos juntos hasta que...
—¿¡Hasta qué!?
Los celos otra vez. La furia ahogando el aire en mis pulmones. Al escucharla hablar así me lo imaginaba a ese imbécil con una sonrisa ladina mirándome triunfante por sobre su hombro.
— Hasta que tu amado misterioso que se parece a mí ¡A mí!...— Resalté señalándome con el dedo índice repetidamente— ... ¿se decida a por ti? ¡Por favor Marinette! ¿Te estás escuchando acaso?
—Sí... No...— Carraspeó incómoda, comenzando a tartamudear como cuando era una adolescente— Bueno, no es... tan así. Él se parece... pero, no sé.... Dicho así suena mal... Yo...
— ¿¡Mal!? ¿¡A ti te suena mal!? — Le grité mientras me pasaba nuevamente las manos por mis cabellos, desordenándolos sólo un poco más. No debía de estar dando una muy buena imagen en ese momento, desnudo, mojado, completamente desquiciado, enrojecido por el enojo, dolido, celoso...
Pero es que me estaba clavando un cuchillo demasiado afilado en el pecho y parecía no darse cuenta de ello. Uno que cada vez se parecía más a una soga ahorcándome el cuello hasta asfixiarme...
Reí cuando me di cuenta de que no hallaba las palabras para replicarle. Era tanto lo que quería decir... Y a la vez nada de lo que pudiera agregar parecía que fuera a funcionar. Solo quedaba pedirle, gritarle, que eligiera de una vez, que esto ya no iba a tolerarlo.
Pero no lo haría, no en ese momento, lo que me dejaba sin nada.
Cobarde...
—Adrien... no sé qué te ha pasado... Yo...creo que... Mira, no tengo tiempo para esto. Debo irme. — Y giró en dirección a la puerta rápidamente.
¡No señor! Tú no te vas a ningún lado... ¡y menos con ese idiota!
Reaccioné con velocidad, sin pensar, y, extendiendo mi brazo por sobre su hombro, empujé la puerta para que se cerrara. Ella volteó ni bien el seco sonido de la madera al trabar con violencia en el marco retumbó por la habitación.
—Adrien, ya basta. Creo que es mejor cortar esto aquí. Deja que me vaya — Amenazó, y tomó rápidamente al picaporte para abrirla nuevamente.
—No— Y apoyé con fuerza una de mis manos sobre el borde evitando que lo lograra.
—Sí
—No— Y esa era mi última palabra.
Me acerqué aún más empujándola con el avance de mi cuerpo hacia la puerta. Ella pestañeó rápidamente cuando sus desnudas espaldas tocaron la cálida madera tras de sí, descubriendo que ya no podría huir. La mano sobre el picaporte se cerró en un intento de girarlo, pero la tomé y la llevé a mi pecho, apoyándola abierta sobre mi piel, mientras seguía acercándome.
Terminé de acorralarla cuando mis labios prácticamente rozaban los suyos. Ella respiraba pesado, sin quitar sus ojos de los míos. Furiosa. Confundida. Asustada. ¿Excitada?
Simplemente hermosa.
—Adrien... ya deja que me vaya...por favor...
—No.
Y cerré el escaso espacio que aún quedaba entre mis labios y los suyos, tomándola en un firme beso, que inició tenso pero no demoró en relajarse y envolverse en pasión. Y no estaba equivocado al afirmar que ambos necesitábamos ese contacto, lo que no lo hacía correcto, sólo necesario.
Y ardía por dentro. Demasiado para ignorarlo.
—Espera... — Susurró con voz entrecortada, cuando apenas nos separamos por aire — Espera... esto no está bien.
Y bajó su rostro para alejar su boca de la mía afirmando la mano sobre el pecho al detener mi nuevo intento de avance. Suspiré frustrado rindiéndome a su pedido.
—¿Por qué no está bien?
—No me retengas más...por favor— Le tomé el rostro entre mis manos para fijarlo a mis ojos — Por favor Adrien... en serio...ya...
—Mari...
— Por favor...ya deja....deja de jugar conmigo...
—¿Jugar?
—Sí...se siente...No... Esto no...— Negó y vi sus ojos brillar. ¿Lágrimas acaso? Tomó mis manos entre las suyas para quitarlas de su rostro, rehuyendo de mi mirada.
—¿No qué? ¿No a qué? Ey, Mari, mírame...— Me incliné buscando sus ojos — Linda, mírame. ¿No a qué?
—Me voy Adrien... en serio, ya es suficiente...
—Nena...No quiero que te vayas... no lo hagas.— supliqué sin esconder en mi voz la angustia que me causaba.
Cerró sus ojos apretándolos con fuerza para contenerse y luego los abrió con renovadas energías, con enojo en su mirada.
—Ya...— Me empujó alejándome apenas — No ... no puedes ...no p-puedes exigirme ...¡nada!
—Yo no...
—Adrien, lo que hay aquí... no te da derecho a...a exigirme n-nada porque...¡Por qué no hay nada aquí!
—¿Cómo que no hay nada aquí?
—Esto es... es un juego, un juego tuyo como...
—¡No Mari, no! ¿Por qué te niegas a reconocer que esto es más que un juego?
—¡Por qué es así! ¡Por qué así lo propusiste!— Me gritaba mientras me empujaba hincándome el dedo índice en el pecho una y otra vez.
—¡Y que tú aceptaste! ¡Y cómo lo aceptaste!— Le grité.
— ¡Te aprovechaste! Viste que me...me gustabas y...y...
— ¡Claro!...ahora yo soy el malo aquí, el que saca partido de ti...¡que conveniente!— Arrojé con ironía — ¡Seguro que tú no hiciste nada! ¡Seguro que la pasas mal!
Ella me miró con furia en los ojos, aferrando aún más el agarre sobre la toalla que la cubría mientras apretaba los labios conteniendo lo que iba a decirme o tal vez buscando con que más arremeter.
—Esto no es cosa de uno Marinette, no soy solo yo... ¡Somos los dos! ¿Por qué carajos no lo entiendes?— Increpé— ¿Por qué no me crees? Mírame...¿Por qué? ¿Eh?... ¡Respóndeme carajo!
Ella se sobresaltó, más la furia de su mirada no se apaciguó, se llenó de más dolor, indecisión. Sus mejillas comenzaron a colorearse bajo esa impotencia. Sus ojos abiertos, tan abiertos, se perdían en los míos. Y su piel brillaba humedecida por el agua.
Estaba tan hermosa... agitada, furiosa, temerosa.
Dios...yo la veía y sólo podía pensar en abrazarla, en besarla.
Me volvía loco.
Ese era el momento indicado para tomar el consejo de Alya, y decirle lo que sentía por ella sin titubeos. Hubiera terminado con todo ese tormento.
Pero ¿lo hice?
No.
Sólo atiné simplemente intentar acariciarle la mejilla. Me dolía verla así y yo estaba comportándome como un verdadero imbécil. Las cosas se me estaban yendo de control pero era que no me salía otra cosa. Jamás me había sentido de esta...esta forma.
— Perdona...no quise...
Ella torció el rostro alejándose de mi contacto.
—Eres... un idiota. — Siseó con bronca. — Alya tenía razón...
Todo mi cuerpo, hasta mi alma, se tensaron al escuchar el nombre de la morenita.
— ¿Alya?...¿Qué te dijo Alya?
¡Lo sabía! Sabía que había metido la cola hasta el huesito dulce.
Reaccioné tomándola por los hombros. Ella me miró fijamente, rumiando algo entre dientes, sin responderme.
—Que-te-dijo-Alya...
—Que... que... ¡tú lo sabes!
—No, no lo sé. Dímelo. ¡Dímelo!
—Que...¡Que eres un mujeriego! ¡Que no tomas a nadie con seriedad! Y que yo... ¡yo soy simplemente la de turno! — Dijo lo último gritándome, con una profunda porfía.
Una carcajada cargada de ironía, de dolor, se me escapó al oírla, una que retumbó en toda la habitación, mientras la soltaba y me alejaba de ella pasando mis manos por el cabello.
Ahora entendía todo. Ahora todo lo que había supuesto se confirmaba.
¡No podía ser otra cosa la que le dijera!
Dios, cómo me enfurecía eso. Y, para complicarlo, él seguía ahí dando vueltas, queriendo llevársela de mi lado, y ella decidida a irse con él.
¡Ay, Alya, Alya! Cómo me has complicado las cosas...
—Alya conoce mi pasado. No mi presente. — Dije resignado.
—¿Y cómo sé que tú presente no es igual a tu pasado?
La miré intentando responder algo. Mi boca se abrió más nada salió. Ya no podía. Me daba pelea y ya no tenía energías para eso.
Y como si ella leyera mi cercana rendición escupió provocativa —El gato es un animal de costumbres ¿no? — Furia nubló su mirada cuando confirmó — Y tú eres eso... un gato.
No se dan una idea de lo profundo que esas palabras calaron. Como me enfurecieron. Como me...dolieron.
— ¿Ahora soy un gato para ti? — Y le sonreí de lado, tal como lo haría si fuera ChatNoir, acercándome nuevamente a ella con los pasos felinos que siempre solía utilizar en mi alter ego cuando quería acorralar a una fémina y mojarla antes de llevármela a la cama.
No lo hice conscientemente, fue una reacción a su acometida y al dolor, los celos, la rabia que me dominaban; pero ver lo que causó en ella ese simple movimiento no tenía precio. La expresión de su rostro fue sublime, como si la conociera al detalle pero no la esperara.
—No. Eres peor, eres un... un imbécil, inmaduro, promiscuo que ... que me sedujo y...— Sus insultos aumentaban mientras más me acercaba, presa de su angustia, presa de la duda que calaba con cada paso que daba.
Sabía, muy dentro de mí tenía la completa certeza, de que no se creía lo que tan ácidamente me escupía a la cara, pero su necesidad de crear distancia conmigo le impedían obrar de otra forma. Mi cercanía la llenaba de dudas, jalaba su voluntad entre lo que debía y lo que quería. Y el querer era más fuerte que cualquier otro empeño.
Estaba enojada y yo... sentía tanto que me era imposible tratar de entender lo que me pasaba. Así que sólo me limitaba a reaccionar. Lo único que tenía en claro es que la amaba, que la deseaba con locura.
—Y que lo va a seguir haciendo, hermosa— La interrumpí mirándola con lujuria, con esa sonrisa felina que siempre la desarmara... pero también con la misma intensidad que mi amor por ella no podía esconder. — Porque no puedo resistirme a tí y sé que tú tampoco a mí...
Con un dedo tracé apenas su rostro. Ella se estremeció bajo mi toque. — Así que por favor, no me niegues...
En una caricia anhelante y desesperada, en un último intento por retenerla y por hacerle entender la profundidad de todo lo que provocaba en mí, entrelacé mis dedos entre sus cabellos, acariciando sus mejillas con los pulgares. Enmarqué ese precioso y enrojecido rostro con mis manos, elevándolo a mí, fijándolo a mis ojos y mis labios.
Me perdí en su semblante por unos segundos, tratando de transmitirle todo lo que sentía, todo lo que ella significaba para mí, el terremoto que fue en mi vida desde que la viera dibujando aquella vez. Pero no fue lo que brindé lo que me hizo estremecer, fue percatarme de la necesidad de entrega que había en esos profundos iris azules, una entrega dolorosa, confundida pero innegable.
— No tienes idea de todo lo que...significas para mí — Le susurré.
Y cuando observé la dubitación en su mirada, fundí mi boca con la suya, perdiéndome en su calor, en su sabor.
Un ronco gemido se deshizo en su garganta cuando sentí sus dedos recorrer mi pecho y, como si fuera movido por mis instintos, busqué el nudo que sostenía la toalla a su cuerpo para desarmarlo, revelándola desnuda a mí y a mi piel.
No fui yo quien eliminó la escasa distancia que aún quedaba entre nuestros cuerpos. Ella simplemente se estremeció cuando nuestras pieles chocaron. Tanto ya habíamos hecho juntos y el simple movimiento de su cadera uniéndose a la mía la vulneró.
Dios, era simplemente hermosa.
Le acaricié la espalda con el pulgar de mi mano abierta, antes de descenderla. La tomé por el glúteo y pegué aún más a nuestras caderas, mientras hundía los dedos de mi otra mano entre sus cabellos para aferrar su rostro al alcance del mío.
Respiró de forma entrecortada ante mis movimientos, intentado ocultar sin éxito la excitación que ya comenzaba a hacer mella en su interior.
— Adrien...
— Te deseo...
Gimió en mis labios cuando al fin se rindió a mi contacto, permitiendo que la saboreara, disfrutando cada movimiento. Su cuerpo, aún tenso, ya no se resistía a la fricción de mi piel húmeda. Al contrario, se aferraba más a mí afirmando sus brazos al rodearme el cuello y jugando con mi cabello mojado.
Nunca había amado a alguien con tal intensidad. Si tan sólo pudiera decírselo con palabras... en ese instante era mi cuerpo, mis caricias las que hablaban, intentando trasmitir todo lo que mi razón cobardemente callara.
La adoraba, mi cuerpo demandaba tenerla, saborearla despacio, sentirla gozar debajo de mí, por el placer que con maña sabía provocarle accediendo a zonas que ella ignoraba que la encendían. Y los celos que me carcomían, me impulsaban a poseerla sin preguntas, sin preludios; marcarla como mía, recorrer cada centímetro de su piel solo procurando mi goce; trazando mis labios, mis dientes, a fuego sobre su blanca piel, dejando un camino de cardenales rojizos de pura lujuria.
Me estaba enloqueciendo...
—Idiota...— Protestó al separar nuestros labios pero sin perder la fogosidad que nos iba desmantelando de cualquier armadura previa. Pasé a besar su cuello mordiendo cada centímetro de piel a medida que avanzaba mientras gemía de placer frotándose descaradamente contra mí.
—Hermosa...— Le susurré feliz en respuesta ante la réplica contraria que me gritaba su cuerpo.
Al morder el lóbulo de su oreja, mi nombre se le escapó en medio de un suspiro libidinoso, al momento que hundía levemente sus uñas en mis hombros.
Eso es pequeña, quiéreme como yo te quiero a ti ...
Y cuando mis manos se deslizaron hacia su cintura, buscó desesperada mi boca con la suya, lamiendo mis labios al encontrarla, hundiendo su sabor en mí mientras sus dedos jugueteaban y se aferraban aún más.
—Me vuelves loco...— alcancé a decirle entre besos, antes de comenzar a descender pasando mi lengua por sus clavículas, por el valle entre sus pechos, recogiendo las gotas de agua que caían desde sus cabellos al lamerle la piel, y deteniendo mi andar sobre uno de sus pezones, devorándolo, haciéndolo mío en la boca.
—Dios, Adrien...eres...— Ella se estremeció, encorvando su espalda para ofrecerse gustosa, jadeando ruidosamente cuando su sentir se percató de la mano que pesada recorría el camino desde su abdomen a su limpio pubis.
Y mi nombre diluyéndose una y otra vez entre sus gemidos, dibujado por esa voz cargada de deleite, volvió a escaparse de entre sus labios cuando mis dedos llegaron a su punto más sensible.
Estaba lista, siempre estaba lista para mí, y no se dan una idea de cómo ese simple hecho me hacía perder la poca compostura que lograba retener en esos momentos.
—Nena... me encantas... — Le dije subiendo hasta encontrarme con su rostro. — No te vayas... No me alejes... — Le susurré antes de hundir mi lengua en su boca y mi dedo en su centro.
Ella gruñó, envolviéndome desesperadamente entre sus brazos, que me aferraron a su cuerpo, mientras que una de sus piernas comenzaba a enroscarse en mi cintura, abriéndose, invitándome a tomarla. Y no demoraría ni un segundo más. La aferré por los muslos en ese instante, y, sin dejar de besarla, la elevé llevándola rápidamente hacia la cómoda más cercana, corriendo bruscamente con el brazo las cremas, toallas y cualquier otro objeto que la ocupara, y que ahora se desparramaban ruidosamente por el suelo. La senté en el mueble, acomodándome entre sus piernas, totalmente excitado, listo para hacerla mía.
Y en el instante en que sintió mi calor, a punto de hacerle el amor, todo su cuerpo se tensó. Detuvo nuestro beso y colocó una de sus manos sobre mi pecho frenándome antes de entrar.
—Adrien... espera... espera, por favor...— Me suplicó a duras penas, entre jadeos.
Mierda nena.
Y le hice caso.
Frené mis movimientos, no sin pesar, apoyando mi frente en la suya, bañando su rostro con el húmedo aliento que brotaba de mi agitada respiración, mientras intentaba sin éxito calmarme.
¿Hasta allí llegaría todo?
Acaso... ¿perdería la última oportunidad que me quedaba?
—Esto se nos está yendo de las manos... yo...— Frené su discurso besándola nuevamente... y quizás por última vez. Ella me dejó hacer, dejó que otra vez mi corazón corriera como loco alentado por la esperanza.
Aunque sólo fueron unos segundos... unos míseros y desesperados segundos...
—Espera...— Se alejó echando levemente la cabeza hacia atrás. — Esto... no podemos seguir así...nos hacemos daño...
No asentí, no negué, no supliqué.
Vacío... Eso era lo único que había en mi mente... y en mi corazón.
Sólo pasé saliva con dificultad al aceptar que lo que decía era verdad.
Mierda...
—Deja de retenerme de esta forma...— Y me miró con dolor en sus ojos. — Este juego...
—Esto no es un juego. ¿Cuándo vas a entenderlo?— Logró articular mi voz derrotada.
Se quedó mirándome perpleja, como si esas simples palabras la hicieron tomar consciencia de todo lo que había estado diciéndole por los últimos quince minutos.
Suspiró tomando mi rostro, clavando sus ojos en los míos — Y entonces... ¿qué es esto? Adrien yo... ¿¡qué demonios estamos haciendo!? — Y su mirada se tiñó de desesperación.
Me perdí en sus pupilas en ese momento, en el deseo que habitaba en ellas, en el temor que la invadían, en las inseguridades que jalaban de su voluntad entre entregarse a lo que le estaba ofreciendo, o guiarse por esas dudas que se habían instalado tan violentamente entre sus pensamientos.
— ¿Acaso eres tan ingenua que necesitas definiciones?
Jadeó desconcertada tras esas palabras.
Jaque.
En sus ojos había una mezcla de confusión, de alegría, de miedo.
¿Que sientes pequeña?
—No soy ingenua...
Tenemos mate.
Y tras su afirmación, se tomó unos segundos para observarme, segundos en los que quise creer que esta tortura terminaría.
Pero no. Me empujó con suavidad separándose definitivamente y, con un pequeño salto, se bajó de la cómoda buscando en el suelo la toalla que instantes antes la envolvía.
Me miró consternada una última vez antes de abrir la puerta del baño a toda velocidad para retirarse de allí.
¡Dios! ¿En serio volvíamos a ese punto?
Y yo ahí, todo duro.
Busqué rápidamente por el suelo, entre todas las cosas desparramadas, una de las toallas que había arrojado desde la cómoda, y me envolví la cintura para tapar...bueno, tapar todo. No es que ella no me hubiera visto así antes, pero sentía que mostrarme de esa forma mientras trataba de retenerla, bueno, no sería la mejor estrategia en ese momento.
La seguí hasta la cama, caminando de prisa sobre sus pasos, mientras anudaba por un costado la tela que me cubría.
Ella me ignoraba. Se concentraba en buscar sus prendas esparcidas entre las sábanas, las cuales se humedecían entre sus manos a medida que las acomodaba torpemente para vestirse. Poco le importaba. Sólo quería cubrirse, cuanto antes.
—¿De verdad vas a irte? — Reclamé de pie a su lado, inclinando mi cuerpo para seguir sus movimientos en un vano intento por captar su atención.
Dime que no, por favor...
—Sí— Dijo sin siquiera mirarme.
No me hagas esto...
—¿Nada de lo que te dije va a hacerte cambiar de opinión?
No me respondió, ni siquiera se inmutó. Siguió con lo suyo, incrementando la velocidad de sus movimientos.
Suspiré dolido, resignado al comenzar a aceptar la verdad que se había colado entre nuestra discusión. Le había aclarado mis intenciones, a mí modo, como me había salido, pero si era buena leyendo lo entendería. Y aun así... la respuesta era la misma.
Quería decirle tantas cosas, reclamarle tanto, pero lo único que atiné a hacer fue a seguir cada uno de sus ágiles movimientos con la mirada. Se vestía a toda velocidad, se cubría de mí para huir otra vez, para alejarse nuevamente... y quizás definitivamente.
Y me dolía, me desgarraba por dentro.
¿Iba a dejar las cosas así? ¿Iba a permitirlo? Ella era mía, la sentía mía... pero, a estas alturas, creo que sólo yo pensaba eso.
¿Qué más podía hacer? ¿Seguir insistiendo? ¿Enojarme aún más con ella en vano? ¿O tan sólo aceptarlo...a él? No... no, eso era inconcebible. Ya no soportaría más estar a su lado a cualquier precio.
Era desgarrador considerar siquiera que podría haberla perdido para siempre por un akuma. Y no viviría todos los días pensando en que un tercero, en cualquier momento y con una simple palabra, la arrebatara de un día a otro de mi lado sin más explicaciones.
Y en ese instante, ignorando todo lo que mi voluntad pudiera aconsejarme, tomé el coraje que la situación demandaba y arrojé al destino la fortuna de esta historia.
Me decidí. Le daría mi ultimátum. No era la exacta recomendación de Alya, pero era lo que me salía.
Si estaba conmigo, debía definirse en ese instante.
—Marinette, no... no quiero que te vayas con él hoy...— Inhalé profundamente — Esta noche ni ninguna más...
Ella suspiró deteniéndose luego de colocarse la camiseta, antes de girarse a verme con una expresión que me dejó completamente descolocado. Esperaba verla llena furia, con determinación y reclamo por mi testarudez. Esperaba que me echara pelea otra vez, que reaccionara o que diera la vuelta y simplemente me abandonara.
Pero no. Nada de eso sucedió. En su lugar, esos hermosos ojos azules, tan acuosos como los míos, me atravesaron el alma luciendo apagados, indecisos. Había súplica en ellos, había congoja. Los habitaba el dolor de conocer la decisión que debía tomar y el saber que no podía tomarla.
O eso quería creer. Necesitaba hacerlo...porque si no, significaba que ya había perdido.
Mi niña... Mi princesa...
—Tengo que hacerlo... lo sabes.
No...
—No tienes. Quieres.
Y si realmente lo quisieras no estarías tan rota como yo ahora...¿no?
—No me lo hagas más difícil, por favor...— Logró decirme casi en un ahogado sollozo.
No me mientas más, por favor...
Acomodó los cabellos corriéndolos a un lado y se acercó a mí apoyando una mano en mi húmedo pecho.
—Sabes que hubo un akuma. Hay víctimas y mi trabajo con él tiene que ver con eso. Lo sabes. Y...
—Tú también eres una víctima. ¡Hoy lo fuiste! — La interrumpí tomándola por los hombros, alzando las cejas al hablar, teniendo una nueva oportunidad, una válida razón, para convencerla, más allá de mis pedidos. —Deja que esta noche él se ocupe de esa labor. Lo entenderá sino vas. Déjame cuidarte, Marinette.
Tus ojos me lo están suplicando, tan claros como el cielo azul...
Suspiró ante mis palabras, un suspiro cargado de la misma congoja que la acompañaba. Bajó unos segundos la mirada, negando al suelo algún pensamiento que la atravesara.
Dios Marinette, en que estás pensando...
Me estaba matando. Y cuando sus ojos volvieron a los míos, pasó las manos sobre las mías quitándolas desde sus hombros lentamente, juntándolas al frente y envolviéndolas entre las suyas, dejando sólo los dedos fuera. Esas pequeñas manos... no llegaban a cubrir las mías.
Era tan adorable.
Se las llevó hasta sus labios depositando un dulce beso. Uno que me supo a despedida.
—Volveré— Susurró mirándome.
Mentirosa...
—No tienes de qué preocuparte. — Acarició mis dedos con sus labios una vez más —Voy a volver...siempre vuelvo...a ti.
Una mueca de súplica, de dolor se dibujó en mi rostro. Y ya no pude más...
—No Marinette, ya no voy a esperar a que te decidas por mí...
Ella me soltó lentamente para alejarse sólo unos pasos ante mi resolución. Lucía descolocada, dolida. Pero decidida a irse, esa determinación no había cambiado. Y no se daba una idea de cómo me destrozaba con eso.
Mi expresión era fría. Acababa de hacerlo, acababa de jugarme el todo por el todo. No seguí el consejo de Alya, pero tampoco me limité a observar como el destino con un sujeto igual a mí jugaba con la suerte de la mujer que amaba.
Y sentía que estaba muriendo por dentro porque era consciente de que, muy a mi pesar, podría estarle brindando en ese momento la excusa perfecta para terminar todo esto que teníamos.
Pero ya no toleraba ser el tercero ni estar esperando a que otra persona decidiera mi historia con ella. Si no podía ser el único en su vida, prefería no ser nada. Aunque ya me doliera hasta el alma.
Sus ojos se endurecieron. Tragó dificultosamente reteniendo las lágrimas, antes de acomodar su semblante y volverse fría e inaccesible, adoptando su mejor cara de póker. Aunque sabía, porque lo sabía, lo sentía aunque lo ocultara, que por dentro estaba muriendo tanto como yo lo hacía.
Tomó el abrigo que estaba a su derecha, manteniendo con esfuerzo su postura impávida sin titubear, observándome unos segundos antes de su próximo movimiento, el que sabía, iba a terminar por destrozarme.
—Voy a regresar.
Una queja dolorosa, tal carcajada concebida de puro sufrimiento, se escapó de entre mis labios al oírla, como si con eso pudiera mitigar el martirio que ya me era imposible mantener solo para mí.
—Haz lo que te venga a la gana... — Exclamé con la voz cortada, sin ocultar el profundo pesar que me había causado. — No me debes nada.
Jaque mate.
El rey caía.
Mí rey caía.
Volteé para dirigirme al baño. No quería ver su reacción a mis palabras, no quería ver si le dolía o le aliviaba. No quería observarla cruzando esa puerta porque en lo profundo sabía, aunque con todas mis fuerzas intentara negarlo, que quizás esa vez su partida sería la definitiva.
Me estaba dando frío. Afuera se había levantado una brisa fresca que se colaba por la ventana abierta del cuarto y comenzaba a calarme los huesos junto con el pozo de soledad en el que me empezaba a hundir.
—Adrien...— La oí llamarme desde la puerta del dormitorio antes de salir.
Ni me molesté en hacerle saber que la había escuchado.
—Esto no se ha terminado.
No hablé, no volteé, ni siquiera atiné a hacer alguna clase de gesto que le diera a entender que aún su voz me provocaba, que desesperadamente quería reaccionar a ella y correr a tomarla entre mis brazos sólo por oírle pronunciar mi nombre otra vez.
— ¡Voy a volver!— Afirmó con firmeza
—Haz lo que quieras— Dije por lo bajo, antes de empujar con el pie la puerta del baño y cerrarla para quitarme de su vista definitivamente.
Acababa de matarme. Un jaque mate impecable.
Y me dolía... todo.
Joder...
Otra vez tuve que enamorarme de la mujer de otro.
¿Tan imbécil soy?
¿Tan enfermo estoy?
¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Sólo dos mujeres habían calado tan profundo en mi vida, sólo dos habían llegado hasta mi alma. A las únicas que consideré como mis verdaderas compañeras, a las que admiraba, respetaba y por las que hubiera dado todo.
A las únicas que mi corazón, mi cuerpo y mi vida les pertenecía... y ellas...ellas simplemente estaban enamoradas de otro.
Primero Ladybug... y ahora Marinette.
Las dos por igual.
Y lo peor de toro era que ni siquiera por eso podía odiarlas. Porque ambas fueron sinceras conmigo. Desde el principio me lo aclararon... ¿Y yo que hice?
Insistir...
Como siempre...
¡Tozudo de mierda! ¿Acaso no me consideraban el playboy más seductor de París? ¿No era ese mi título ante la prensa? ¡Hasta Ladybug y Marinette se lo habían creído siendo tanto Chat Noir para una como Adrien para la otra!
Los periodistas son unos idiotas, no entienden nada. Si así fuera, no estaría en este momento muriendo por dentro a cada segundo que transcurría.
—Era más fácil cuando solo me las follaba...— Murmuré para mí gimiendo de dolor.
Una lágrima rodó pesada por mi mejilla. Ya había olvidado cuando fue la última vez en que había llorado, esa sensación había quedado lejos en el tiempo.
Y ahora estaba llorando... por ella.
Me pasé la mano por el rostro, frotando con fuerza la piel, con bronca, para borrar el rastro salado de mi llanto. Inspiré profundamente para calmarme.
Definitivamente iba a pasar de las morochas con coletas a las que el rojo les quedaba de maravilla. Y menos de piel tan blanca, de labios pequeños color durazno, mirada pícara e iris tan azules que te atraviesan y acarician al mismo tiempo. A las que eran inteligentes, desafiantes, valientes... a esas, de ahora en adelante ¡lejos!
Aunque, ¿a quién pretendía engañar?
Mi reflejo en el espejo del baño dedicándome una triste mirada de derrota me devolvió a la realidad. Suspiré antes de invocar a Plagg.
Esa cita con Ladybug se daría después de todo.
Marinette había terminado por tomar la decisión por mí... y de la peor forma.
Perdón si he hecho lío... pero al publicar el capítulo 10 me dí cuenta que en Wattpad se había borrado el capítulo 9. Así que puse manos a la obra para subirlo lo más rápido posible.
Dejo nuevamente mis agradecimientos a @Ladyaqua198 por que sin ella, este capítulo, no hubiera sido posible.
Y me disculpo de antemano por la imrpolijidad.
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