Desarrollo 3 - Sábado - Parte 2
Las cosas son como son.
Más claro, échale agua.
Al pan, pan, y al vino...
Dios...como se me había complicado el alma
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Las cosas venían bien, ¿no? Creo que ustedes fueron testigos de ello...
Bueno, venían lo mejor que se podía sino entrábamos en los detalles de las dudas y las confesiones sin hacer. Y...mejor no preguntar, sólo sentir. Y se sentía fantástico. Un paseo por el paraíso.
Sí...
Sólo que hay algo malo en los paseos por el Edén: se terminan.
En algún momento alguien, un ángel o un demonio o una bien querida metiche amiga, te recuerdan que aún no es tu tiempo en ese lugar y de que ya es hora de volver a la tierra.
Bueno, esta parte de la historia se trata de eso, de cómo "bajé" a tierra otra vez.
De cómo me bajaron, mejor dicho.
Si la palabra "bajar" aplica para esto porque...¡¡me estamparon contra el suelo carajo!!
¿Y se podía poner peor? No, no era posible ¿no? ¿Cómo podría ponerse peor que ese baldazo de agua helada en medio de tanta miel tibia? Imposible... ¡ja!
Dicen que cuando estás en el fondo ya no existe un más abajo hacia dónde ir, ¿no? Pues, no crean en todo lo que rezan los dichos.
Porque el sábado, ese maldito sábado, recién comenzaba... el más largo y tortuoso sábado de mi vida...
El peor y el más decisivo.
¿Y eso era malo? Mmmmm... júzguenlo ustedes mismos...
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Dolía como el demonio. Quemaba, ardía... y se sentía como si me presionaran desde dentro...desgarrándome hasta lo más profundo de mi ser.
No era capaz de procesar todas las sensaciones que me corroían desde las entrañas. Todas esas punzadas hirientes me impedían analizar lo sucedido con claridad o racionalidad, y no llegaba a reconocer ni mi propio hilo de pensamientos con coherencia.
Realmente, era incapaz de encontrar las palabras para gritar, a modo de alivio, mi angustia. Mucho menos explicar lo que estaba experimentando.
Me había asestado un buen golpe el hijo de puta.
Si no hubiera girado tan rápido para interceptar el ataque con mi bastón, no lo habría contado.
Gracias Plagg, por mis reflejos gatunos.
Esa última estocada me la había dirigido directamente al pecho y casi logra dejarme fuera de combate. El akuma era brutal en sus asaltos, y aún con mi experiencia en combate, debía de admitir que su destreza me había tomado por sorpresa... ¡Mierda!
Pese a todo, ni en sueños iba a dejar que ese maldito llegara a considerar siquiera que podía detenerme con una simple espada, o lanza, o... lo que sea que fuera ese objeto que utilizaba como arma. No, no a mí, ¡menos a mí!
Contuve la respiración para mitigar mi sufrimiento y solté toda la furia que se había desatado en mi interior por la frustración de sus constantes agresiones. Era violento, implacable y definitivamente estaba siendo, por lejos, el akuma más peligroso al que nos habíamos enfrentado hasta ahora... No iba a permitir que se saliera con la suya.
Y, para sumar más complicaciones al asunto, parecía conocer todos mis movimientos defensivos con tan solo verme ejecutarlos una vez.
Me reducía rápidamente y se concentraba de inmediato en Ladybug al más mínimo segundo en el que yo flaqueaba. Había logrado incluso hasta inmovilizarme, asestándome justo por mi costado derecho en un único movimiento, y estampándome contra la pared a mis espaldas.
Sino fuera porque eran claras sus intenciones de ir tras ella, juraría que buscaba matarme. Y esta vez casi lo logra...
¡Joder!
Cuando aplicó más fuerza sobre la espada y me lanzó contra el muro atravesándome con su arma, sentí que me partía como un cristal roto por dentro. No podía asegurar si la herida era de la gravedad, la adrenalina que me recorría lo ocultaba, pero, maldita sea, dolía como si me estuvieran quemando vivo desde dentro. El dolor era tan intenso, que por un instante sentía que me ahogaba mientras tosía y expulsaba algunas gotas de sangre a consecuencia del impacto.
¡Su puta madre, como dolió ese ataque!
Me dejó tirado en el suelo mientras buscaba con la mirada a mi compañera. Y en su despiste, una vez logré incorporarme, le grité con verdadera rabia llamando su atención. Ni loco pensaba rendirme ante semejante idiota.
Cuando me estiré en su dirección, sus ojos enloquecidos hicieron contacto con los míos. Apreté los dientes, y con una velocidad que hasta me sorprendió a mí mismo, lo confronté y me lancé bruscamente contra su cuello. Gracias a que lo pude alcanzar, evité que saliera disparado nuevamente contra Ladybug, dándole a ella unos minutos valiosos para salvar a un civil.
Mientras le sostenía del cuello, él aferró sus dedos en mi garganta, más que para intentar zafarse, pretendiendo ahogarme desarmando mi contraofensiva.
No podría, no señor. Él era brutal pero yo le doblaba en fuerza.
El sólo hecho de volver a ver, de lejos, los escombros de lo que se suponía era el restaurant en donde almorzaba Marinette con Alya, reafirmaba mis esfuerzos.
¡Dios! Todo era caos; personas lastimadas, inconscientes, sangre por todos lados...
¿Dónde estaba ella?
Edificios y locales estaban destruidos o reducidos a pilas de ladrillo y polvo. Sólo esperaba que no le hubiera sucedido nada... porque si no...
No a ella, no.
No podía sucederle nada.
¡Jamás, jamás me lo perdonaría!
Y allí, como si fuera un destello, aplastado por lo que parecía ser una mesa quebrada a la mitad y una gran trozo de concreto, pude apreciar un abrigo... Uno de cuero rosado como el que vestía Marinette esa mañana... uno como el que yo le había obsequiado, con el diseño de mi padre...
La sangre se me congeló.
¿Y si ella fue...?
No ¡No! Dios... ¡NO!
La sola idea de imaginarla debajo de alguno de esos escombros, asustada, herida o peor...
¿Y si no llegué a tiempo?
No, no, no, no...
Esto no podía estar sucediendo, ¡no podía estar sucediéndome!
El héroe de París, el protector de Ladybug, el... ¿de qué me servían todos esos malditos títulos sino podía cuidar de la mujer que amaba?
Cuando, en medio de mi almuerzo de negocios, escuché por sobre el murmullo de las conversaciones de las personas en el lugar que había aparecido un nuevo akuma, un escalofrío me recorrió la espalda. Mi mente supuso lo peor. Y, aunque intenté enfocarme en los asuntos laborales que debía atender para armar una coartada sutil y creíble para poder retirarme a cumplir mis deberes como héroe, en el preciso instante en que se confirmó el lugar donde sucedía la ofensiva, me quedé paralizado de miedo.
El barrio latino... en donde estaba Marinette con Alya.
En cuanto enfocaron la cámara en el primer edificio que había sido totalmente derruido por el ataque, se me heló la sangre...
¡Era el preciso lugar en el que Marinette me dijo que iba a estar!
No recuerdo qué excusa puse, o que sarta de mentiras solté. Tampoco me preocupé de sonar convincente o no. Me despedí de mis clientes poniéndome de pie rápidamente y salí corriendo como un loco para ir a transformarme en Chat Noir.
Debía llegar donde estaba el akuma de inmediato.
Debía llegar a tiempo y proteger a Marinette.
Debía...
Esa campera rosa ahora aplastada, sucia y casi destrozada por la violencia de la ofensiva...
¡No! ¡No! ¿Y si no lo había logrado?
Miré nuevamente la cara del imbécil, que ahora sostenía mi muñeca con sus dos manos en un vano intento de liberarse. Boqueaba como un pez fuera del agua. La fuerza con la que lo asía le quitaba el aliento.
Mejor.
El dolor que comenzaba a nublar mis sentidos, alimentaba la furia que me impulsaba a cerrar más y más los dedos sobre ese pequeño cuello. Podía, tan solo con un seco movimiento, quebrarlo y dejarlo fuera de combate aún antes de desmaleficarlo.
Oh dios, se sentía tan tentador...
Y lo hubiera hecho ¡sí que lo hubiera hecho! El solo pensar que ella estuviera siquiera lastimada por su culpa me volvía loco. ¿Y si la perdía por un imbécil que no pudo dominar sus emociones y terminó presa de Hawk Moth?
¡Idiota! ¡Maldito idiota!
Por suerte Ladybug llegó a tiempo para romper la pulsera en la que se encontraba el akuma, liberando y purificando la pequeña mariposa. Un segundo más y mi desacertada decisión hubiera cambiado todo para nosotros, para mí y para el sujeto... que no contaría con un nuevo día para arrepentirse.
Y allí terminó todo.
Miles de burbujas negras envolvieron al desafortunado villano de turno, desapareciendo esa armadura que lo cubría y dejando ante mí, entre mis dedos que aún lo oprimían, a un asustado muchacho de no más de dieciséis años, que ahora me observaba con sus ojos desorbitados, reclamando por su aire, asustado.
¡Oh dios!
Ahí caí en la cuenta de lo que estaba haciendo. Podría haberlo asesinado... ¡¿en qué demonios estaba pensando?!
Marinette...
Cuando el objeto con el que me atravesaba y me sostenía de pie, desapareció tras las burbujas, la sangre comenzó a brotar profusamente desde la herida que me había infligido. Lo solté de inmediato y, en una queja ahogada de dolor, aflojé todo mi semblante. Ya podía relajar mi postura de invencible, porque sinceramente no me sentía así en ese momento.
Las piernas se me ablandaron y caí de rodillas al piso, sosteniendo mi costado, apretándolo todo lo que pude con la mano derecha, en un vano intento por detener la hemorragia.
Y, en medio de mi dolor, mi atención estaba fija en esa bendita campera rosa en el suelo.
—Marinette...—Susurré.
Con las fuerzas que la desesperación me brindaron, me puse de pie torpemente y comencé a caminar, con mucha dificultad, hacia el lugar... hacia esa mesa destruida... hacia esa prenda que se había convertido en un símbolo de ella en ese momento. Ignoré las súplicas de perdón del muchacho y las de la gente que lloraba buscando y preguntándome por sus familiares o seres queridos. Yo me concentré únicamente en ese punto y en llegar allí aunque dejara tras de mí un rastro sangriento con cada paso que daba.
— ¡Chaton! ¿Estás bien? ¡Oh por dios! — La voz de Ladybug y su mano en mi hombro me sacaron del trance tortuoso en el que me encontraba. — ¡¿Qué demonios hiciste?!—
—Tu conjuro...— Le susurré agónico — Usa tu poder... ya... —.
Mi voz brotaba como un hilo apenas audible. No era consciente de que las fuerzas comenzaban a abandonarme. Y lo hicieron. Pero ella y sus brazos me rodearon y sostuvieron evitando que me cayera violentamente contra el pavimento.
—¡Chat! ¡Por favor, no te duermas! Sé que estás cansado y agotado pero solo espera un poco más... — Me decía a modo de consuelo y angustiada ante el miedo de que cayera inconsciente por el dolor de la herida.— El daño de este akuma fue muy grande, nunca había sucedido algo así. ¡Oh, Dios! Aguanta Chatón. ¡Por favor aguanta!— Me suplicaba mientras me apretaba contra ella, manchando con mi sangre su traje. — ¿En qué estabas pensando? ¡Dios Chatón! Estuviste... nunca te vi así—. Me miró con preocupación y una pizca de regaño.— ¡Aguanta! —Gritó cuando una nueva queja de dolor brotó de entre mis labios.
En el momento en que sentí que ya no podía más, que mi conciencia me abandonaba, el destello rojo de su cura milagrosa me envolvió sanando mis heridas y devolviéndome las energías.
Abrí los ojos para encontrarme con una Ladybug que lucía agobiada, sosteniéndome entre sus brazos, pero que comenzaba a aliviarse para dejar paso al reclamo, mientras me incorporaba frente a ella.
Ahora sí, venía la reprimenda.
—Lo de hoy fue... fue... ¿¡En qué rayos estabas pensando Chat Noir!?—Me increpó, fúrica como nunca.— ¿Acaso pensabas? Estabas desconcentrado, enloquecido... chaton...¡¿Eres consciente de que casi lo...?!—
—Sí, sí lo soy. Y no me enorgullezco de eso. Pero ahora no tengo tiempo para sermones—. Sentencié con apremio, girándome y echando a correr de inmediato sin agradecimientos y sin coquetería.
Nada.
No podía estar molesto ante su actitud brusca, puesto que estaba justificada su preocupación por mí... como compañeros.... Pero en aquellos momentos no podía pensar con racionalidad.
Sólo quería ir hacia donde supuestamente debía estar Marinette, confiando en que ya todo estuviera bien.
Cuando por fin pude posar mi mano sobre la prenda de Marinette, ahora yacente sobre una de las sillas en la terraza del local, un suspiro de alivio escapó de entre mis labios. Pero no podía tranquilizarme, aún no... porque ella no aparecía.
La tomé entre mis manos, como si con ello lograra crear algún tipo conexión que me llevara a ella, calmando mi temor. Comencé a buscarla con la mirada entre los rostros de todas las personas, que empezaban a comprobar lentamente que todo ya había pasado.
Menos yo, yo no la encontraba.
¿Si usaba mi sentido del olfato sería capaz de encontrarla entre toda aquella gente?
— ¡Ey! ¡Rubio! —Escuché tras mis espaldas.
¡Era ella!
Esa era su voz, era la forma en que me nombraba cuando quería llamar mi atención. El corazón me dio un vuelco en el pecho cuando me giré para verla.
— ¿Acaso perdiste algo?—
Pero... solo era Ladybug.
Me quedé helado.
La sonrisa que se me había dibujado desapareció al instante.
Pero, ¿cómo...?
¡Yo creí haber oído la voz de Marinette!
¿Cómo es que...?
Era el mismo timbre, eran los mismos modos de hablar y de dirigirse a mí... Quizás la desesperación estaba enloqueciéndome, y solo había sido producto de mi imaginación estresada... Pero...
— Tienes mala cara... Como si hubieras perdido algo importante, diría yo. —. Y su mirada se posó en la prenda entre mis manos. — ¿La-la conoces?— Señaló con cierta duda.
— ¿Cómo?—
—Eh, digo... que si conoces a la dueña de esa campera... Bueno, digo dueña porque tiene pinta de que se trata de una ropa de chica, no porque lo sepa... ¿Cómo iba a saberlo? ¿No? Viniste directamente aquí después de que lanzara mi conjuro. ¡Me dejaste literalmente hablando sola!—
—Yo...—No sabía qué decirle. No se me ocurría nada lo suficientemente convincente como para me cubriera en esos momentos.
Por suerte una voz familiar la desconcentró.
Era Alya, gritando una y otra vez el nombre de Marinette. Evidentemente la estaba buscando.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza nuevamente. Esa no era una buena señal. Los poderes de Ladybug tendrían que haberla traído de vuelta al mismo lugar en el que se hallaba antes de la víctima akumatizara provocara el caos, es decir, junto a Alya... Y esta no parecía encontrarla.
¿Y si se separaron y ella había resultado herida? ¿Y si...? No, no quería considerarlo. Sabía que el Miraculous Ladybug no era capaz de devolverle la vida a nadie, sólo curaba, pero si había mortales...
No, no podía ser esa la razón por la que no aparecía.
No...No debía ser eso... por favor...
Solté la campera para dirigirme hacia Alya, pero la mano de Ladybug, sosteniéndome desde el bíceps, me lo impidió.
— ¿Qué te pasa? Tu prodigio dio el último aviso Chat. ¿A dónde vas?— Reclamó con dureza.
—Necesito ver si...—
—Necesitas irte de aquí—. Volteé para verla con furia en mis ojos. — ¡Y tú bien lo sabes! Yo también debo marcharme, y nos queda menos de un minuto—.
Tenía razón. En ese momento la odiaba, pero tenía toda la razón. Ella era la sensatez de este equipo y era completamente consciente de que debía tomar su consejo. Pero la voz de Alya que, ahora con mayor desesperación, llamaba por Marinette, me motivaban con todo mi ser a desobedecer esa orden.
El jalón que Ladybug me dio antes de que pudiera siquiera soltarme de su agarre me volvió a la realidad.
— ¿Me estás oyendo? ¡Ya! Hay que irnos— Asentí.
Ella suspiró aliviada y, antes de liberarme, me brindó un último apretón llamando mi atención nuevamente.
—Esta noche, a las nueve, te espero en el techo del Partenón de La Plaza de la Concordia. Tenemos que hablar Chatón. Tu comportamiento... dió mucho que desear hoy, pasaron muchas cosas y... necesito una explicación —. Asentí nuevamente, me dedicó un gesto de confirmación antes de extender el yoyo y se retiró saltando por el techo del edificio más alto de la zona.
Yo miré una vez más a Alya, a su preocupado rostro. Me sentí impotente, consternado y preocupado antes de imitar a Ladybug retirándome en dirección contraria para esconderme.
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Tras refugiarme en el callejón más cercano al lugar del incidente, el último destello de mi prodigio se apagó y me destranformé. Recibí a Plagg entre mis manos y de inmediato le di un trozo de queso pidiéndole disculpas con la mirada antes de meterlo en el bolsillo interno de mi saco. Necesitaba con urgencia llegar al restaurante y buscar a Marinette.
Ni bien crucé la calle, pude divisar a Alya de pie al lado de su mesa. Miraba preocupada hacia todas direcciones buscando a su amiga, haciendo contacto con cada persona u oficial de emergencias que pasaba cerca. Se veía desesperada, y su mirada mostraba clara consternación, a punto de llorar.
— ¡Alya!—. Grité apurando la marcha, prácticamente echando a correr a su encuentro.
— ¡Adrien! — También corrió hacia mí al oírme — ¿Qué haces aquí?— Me dijo mientras me abrazaba contra ella fuertemente.
¿En serio? Ella bien sabía que yo estaba al tanto de que ambas se reunirían en aquel lugar. Apostaba mi mano derecha a que era imposible que se le hubiera pasado que esa mañana Marinette estaba conmigo cuando la llamó para invitarla.
¡Esta morenita! No desaprovecharía ni una oportunidad para husmear en mi vida, como toda hermana protectora y celosa que le investiga las novias al hermano mayor.
La adoraba por eso, ¡por todo!, pero en ese momento poco me interesaban sus intenciones o guardar las formas para evitar sus instigaciones y sermones. Sólo quería encontrar a Marinette.
—Marinette, Alya, ¿Dónde está Marinette?— La tomé de los hombros mirándola a los ojos, ignorando por completo su pregunta. Ni siquiera se lo hacía a propósito.
—No sé Adrien... yo... —Por un segundo quedó sin palabras, encogiendo los hombros, con su boca abierta. — ¡No la encuentro! ¡No aparece! Marinette no aparece. — Largó a toda velocidad. —Creí que con los poderes de Ladybug ella volvería aquí y a salvo, pero... —
La mueca en su rostro reemplazó la preocupación por el horror. Ella estaba al tanto de las limitaciones de nuestros mirculous como si fuera una de nosotros. Era implacable.
— ¡Oh dios, Adrien! ¿Y si le sucedió algo?—
—¡No digas eso! — Le grité. Creo que más me lo decía a mí que a ella. —Ella está bien. Sólo debe haberse... alejado de ti. —.
Respiré profundamente para calmarme y acuné en mis manos su rostro, asegurándome de que hiciera contacto su mirada con la mía para transmitirnos mutuamente tranquilidad. — Ella está bien. ¿Ok?—
Aunque a quién pretendía engañar... estaba tan o más desesperado que ella.
La solté de inmediato dándole la espalda, antes de que notara mi estado, mientras comenzaba a escrutar todo el lugar repasando cada sector una y otra vez. Y no la veía.
¡No la veía! ¿Dónde demonios estaba?
Revolví mi cabello con ambas manos, dejándolas ahí por un rato. Mi desesperación era evidente mientras recorría cada calle con mi mirada una y otra vez. Parecía que todo transcurría con tranquilidad a nuestro alrededor y que la gente ya estaba más diseminada. Ladybug había vuelto todo a la normalidad, pero... ¿por qué no había indicios de ella?
El murmullo de unas voces femeninas a mi derecha llamaron mi atención. El corazón se desbocó dentro de mi pecho al creer oírla. Giré de inmediato en dicha dirección, en la que más de una veintena de personas caminaban despreocupadamente hacia nosotros.
Poco me costó encontrarla, reconocería ese andar, esa melena negra con destellos azulados levemente arremolinada por la brisa, donde fuera.
Era ella, Marinette, mi Marinette.
— ¡Marinette! — La llamé a voz en grito para hacerme ver.
Salí corriendo a su encuentro y la rodeé con mis brazos en cuanto la tuve a mi alcance.
—Adrien...—Exhaló contra mi cuello mientras la llevaba desesperado contra mi pecho abrazándola. Ella me abrazó de vuelta y me dejó hacer sin protesta alguna, pese a la fuerza que quizás ejercí fruto de los nervios y la tensión.
Hundí mis labios en su cuello y mi nariz entre sus cabellos para sentir su aroma, su tibieza. Las piernas me temblaban. Juro que si no fuera por esa bendita imagen de macho seguro y firme que mi padre instaló a fuego en mí, me hubiera desplomado en ese momento con ella entre mis brazos.
—Nena, realmente me has asustado—. Le dije en un susurro antes de separarme para perderme en el profundo azul cielo de sus ojos.
Y ella parecía estar esperando por mis ojos, porque se sumergió en ellos ni bien los encontró, hallándose con algo que creo que estaba buscando, porque su expresión cambió en ese exacto momento. Como si un mar de dudas la hubiera asolado instantes atrás y ahora hubiera al fin dado con el elemento que disipara sus temores...
Me sentía en el lugar exacto.
Estaba donde quería, donde anhelaba... Estaba en el único lugar en el que debía estar.
Y el simple hecho de que ella se rindiese así ante mí, dejándome arroparla con todo el cariño y el amor que solo tenía para ella, me hacía sentir en el paraíso. Sentía que aquello era su manera silenciosa de decirme que esto que había entre nosotros también era algo "más"... que yo también era su lugar especial.
Era suyo. Era mío. Era nuestro.
—Ey rubio...— Me susurró con una tierna sonrisa en sus labios. — ¿Acaso perdiste algo? —.
Esa frase me desconcertó, provocando un profundo deja vu.
No hacía ni unos minutos que Ladybug me había dicho exactamente lo mismo. Encogí apenas los ojos ante aquella extraña... ¿coincidencia? Pero en fin, poco importaba en ese momento esos detalles.
Ella estaba conmigo, sana y salva. Y eso era todo lo que importaba... lo que necesitaba como al aire que respiro.
— ¿Por qué dices eso?—.
—Tienes cara de haber perdido algo importante— Y frotó su nariz con la mía, antes de hacer crecer más su hermosa sonrisa.
Esa sonrisa... tan dulce y mágica, que iluminaba todo a mi alrededor cuando me las regalaba, congelaba el tiempo atravesándome el corazón. El simple hecho de considerar siquiera no verla nunca más... me aterraba. Me desgarraba por dentro con un dolor que, de lejos, superaba al que me había ocasionado el dichoso akuma de hoy, clavándome su arma o intento de espada.
—Hermosa — le susurré desarmando el abrazo en el que la contenía contra mí, para tomarle el rostro entre mis manos y enlazar nuestras miradas. — Era a ti.... Era a ti a quién buscaba como loco. Creí que te había perdido...Por un instante, yo...— Cerré mis ojos un segundo apretando la mandíbula para apartar esos pensamientos de mí. —Dios, nena. No vuelvas a darme un susto así, por favor... No vuelvas a hacerme esto...—
Y le tomé de la barbilla para juntar nuestros labios en un suave y demandante beso.
Se sentía como si fuera la primera vez que saboreara la humedad de su piel. Era como si anhelara, con ese simple contacto, tomar todo de ella. Quería que su esencia se mezclara con la mía; que todo lo que aún callaba por esa estúpida prudencia de ganarle a otro, quedara atrás y que pudiéramos vivir juntos siendo el uno para el otro.
¿Qué más daba lo que opinara la gente? ¿Qué más importaba el mundo si quiera?
Ella lo era todo.
En ese momento, con ese simple beso, y con esa tierna sonrisa... era el hombre más feliz del mundo... Porque ella era todo lo que necesitaba.
—Ejem...— Alya nos llamó la atención. Estaba a nuestro lado vaya a saber desde qué momento.
La verdad, no había reparado en ella tras dejarla en el restaurante cuando salí al encuentro de Marinette.
— ¡Alya!— Exclamó Marinette desarmando mi prisión, para ahora abrazarla.
La morena me miró con fijeza desde el hombro de ella cuando la apretó contra sí. Entrecerró los ojos con una sonrisa sospechosa en sus labios. Y mierda... cuando nuestra amiga me hacía ese gesto, eso quería decir que se me venía encima una bendita conversación tras la cual, hiciera lo que hiciera, seguro no iba a salir bien parado. Y lo peor es que no podría escapar de ella y de sus inquisidoras preguntas.
— ¿Dónde te habías metido? Me asustaste tonta—. Le reclamó ni bien se soltaron.
—Es que... cuando me separé de ti, salí corriendo para alejarme del derrumbe y... algo me cayó encima golpeándome la cabeza. No sé. Caí al suelo y recuerdo que mis manos ardían, la gente de mi alrededor gritaba y después... ¡Nada! Todo fue negro después...— Habló ciertamente con voz nerviosa.
— ¿Algo te golpeó?— La tomé del hombro para girarla hacia mí y observarla mejor. — ¿Estás bien? ¿Te sientes bien?—La escruté con la mirada, buscando algún indicio de herida aunque sabía que con el conjuro de Ladybug eso no sería posible. — Creo que es mejor que te vea un médico—.
—Adrien, en serio, estoy bien. Ladybug...—
—Lo que sea.— La interrumpí.— Es mejor estar seguros—
Frené a uno de los paramédicos que circulaban por la zona constatando la presencia de heridos. Alya me detuvo tomándome del hombro cuando el médico decidió llevársela hasta la unidad de rescate para realizar una mejor revisión.
¿Qué demonios Alya?
Parecía como si lo hubiera dicho en voz alta, porque ella me sonrió con malicia al cruzar nuestras miradas.
—Está a menos de diez metros, rubiales. La puedes ver desde aquí— Dijo con superado sarcasmo. Sí, se las traía. — No te la van a robar, tranquilo—. Soltó una risita tras esas palabras.
¡Oh sí! Se las traía.
Sabía que esa mañana habían estado conversando de mí, era un hecho. Pero no sabía sobre exactamente qué. No pretendía ni siquiera indagar en el tema, porque conocía muy bien la opinión que la morena tenía de mí respecto a las mujeres.
¡Y vaya que me la había dejado en claro muchas veces!
En estos momentos, Alya era de temer...
—Alya... sé que te traes algo entre manos.
—¿No vas a preguntarme si estoy bien? Yo también estuve cerca de un derrumbe, por si no lo habías notado.
Sin apartar sus ojos de los míos, con esa mirada pesada tan característica de ella, en sus finos labios se dibujó una nueva sonrisa que me aterrorizó por tan solo unos segundos.
Conocía esa expresión... ¡Y vaya que sí la conocía! Sólo faltaba que elevara la ceja y estaba muerto.... e inevitablemente lo hizo. La elevó.
Listo.
Tragué pesado y me entregué al destino en ese momento dejando caer la cabeza hacia el frente mientras metía las manos en sendos bolsillos del pantalón, en un intento de disimular el gesto de autoprotección que mi instinto me generaba.
—Suéltalo.
Se apoyó en mi hombro. No, mejor dicho, se colgó de mi hombro, asegurándose de que fuera a escucharla y no a escapar.
—Así que es cierto. Al fin te atraparon en tu propia red, cazador. Todo llega, ¿no?
—¿A qué te refieres?
—Por lo que acabo de ver y lo que ella me ha contado... Te enamoraste.
—¿Qué te dijo ella?—La miré frunciendo el ceño, serio. De verdad me interesaba lo que le hubiera sacado a Marinette. Tenía toda mi atención.
—Secreto de confesionario, nene.
Y me soltó para cruzarse de brazos relajadamente, mientras inclinaba la cadera. Se estaba haciendo la misteriosa, era terrible la desgraciada. Me haría sufrir mientras ella disfrutaba de cada segundo.
—¿Es amor de verdad o una calentura más... romántica? — Indagó sin disimulo, provocándome.
Sonreí con sorna ante sus palabras, ante la forma en la que describía mis sentimientos. La entendía, mi pasado más reciente le había dado bastante de comer a esa imagen que tenía de mí, pero ahora todo era diferente.
Desvié mi mirada hacia Marinette tras su pregunta. Ella se había sentado sobre la camilla de la ambulancia mientras el médico le revisaba el cuello y las cervicales palpándolas con sus dedos. Creo que una sonrisa se dibujó en mis labios, no lo sé. El solo hecho de verla y saberla a salvo, de tenerla un nuevo día para mí, era lo único que necesitaba en ese momento.
—¿La amas?— Arremetió por segunda vez, con voz firme.
—Sí— Dije sin aclarar más, sin preámbulos, sin apartar mi mirada de Marinette.
¿Para qué mentirle? Además, ¿podría? Era Alya, ¡por favor!
Se carcajeó por lo bajo. Sabía que me estaba observando, no se estaba perdiendo ni una de mis reacciones.
—¿Quién lo diría, eh? El ángel de París, el playboy de Francia, el soltero más codiciado de la moda... enamorado.
Rió de nuevo con evidente provocación y no pude más que lanzarle una mirada fulminante.
—¿A qué viene todo esto Alya? — Siseé — ¿Qué? ¿No puedo enamorarme acaso? —
—Pues... cómo decirlo...— Estiró sus labios alzando las cejas, incrédula. — El hombre es un animal de costumbres, amigo mío. Y tú tienes unas costumbres difíciles de abandonar. ¿O me equivoco?
Y fijó su inquisitiva mirada en mis ojos.
—No es tan así como dices. Mucho por lo que me juzgas, fueron simplemente chismes inventados. Tú mejor que nadie conoces cómo se mueve la prensa. Además, no te creas que sabes absolutamente todo mi...— Le sonreí con mofa.
Me lanzó una mirada cansina rodando los ojos.
— ¡Que si! ¡No lo sabes! Yo soy más esto que ves ahora que lo que pudiste observar los últimos tres años...
Ella suspiró rodando nuevamente los ojos. Sé que por dentro, creía en mis palabras, pero algo la estaba preocupando. Se volvió seria de repente, desviando la atención a su amiga.
La saludó cuando Marinette le devolvió una sonrisa desde la distancia.
—Es Marinette, Adrien. Estamos hablando de ella, no de cualquier modelo en auge. — Suspiró nuevamente. Le pesaba. —Esto no puede ser otra más de tus aventuras. No juegues con ella... —
—No estoy jugando con ella, Alya. — Aclaré con firmeza.
—No es lo que piensa según me ha contado...— Ahora su atención recaía sobre mí. —Vamos... te conozco Adrien. Sé de lo que eres capaz con tal...—
— ¡Alya!— La interrumpí ya algo molesto — Puede que hasta ahora me haya pasado en ciertas ocasiones, sí, lo reconozco. Soy listo y sé ingeniármelas cuando me lo propongo o quiero algo, pero... — La morena me atravesaba con su mirada y eso hacía que todo en mí temblara. Me era imposible no reconocer aquello sobre lo que pretendía indagar.
¡Qué bueno que nunca me ha planteó si era Chat Noir!
Hubiera estado en serios problemas tratando de salvarme de esa.
—Bueno, sí... está bien, está bien. Tienes razón ¿ok? Quizás al principio se lo propuse como un juego. Pero sólo para que ella se relajara conmigo y...—
—¡¿Ves?! ¡¿No es lo que te estoy diciendo?! Ahí ya empezaste a hacer de las tuyas. — Se giró hacia mí, furiosa, y plantando sus manos en las caderas.
Oh, oh.
—Sí, sí, se oye mal tal y como te lo estoy contando ahora. —Tranquilicé intentando excusarme — Pero debes creerme cuando te digo que no estoy jugando con ella. —
Torció la boca relajando la furia en su mirada.
Me creía... con reticencia... pero lo hacía.
—La hiciste sufrir, Adrien. Mucho... y por mucho tiempo.
—Sí... Pero en mi defensa yo...
—Sí, no lo sabías.—Me interrumpió.— No fue tu culpa. Estoy totalmente al tanto de ello, y lo sé de primera, segunda y tercera mano—
Dijo en tono cansino para luego dejar escapar un suspiro pesado.
—Pero ahora sí que puedes hacerle daño conscientemente si vuelves a ser el idiota mujeriego que conozco. — Me chitó silenciándome cuando quise siquiera abrir la boca para defenderme. —Te adoro Adrien. Te considero una excelente persona y tienes un corazón de oro, pero... no confío en tus instintos bajos—
A veces, de verdad, compadecía a Nino. No sé cómo lo hacía para llevar una convivencia tranquila con ella. Bueno, sí que lo sabía, pero no tenía ganas de plantearme cómo sería la convivencia "íntima" de esos dos.
En varias ocasiones sus consejos me fueron de gran ayuda y muy útiles. El moreno era lo que se suele decir un tipo...picante. Había pegado un gran cambio desde nuestra época escolar, dejando de ser el chico callado y solitario que se pasaba las horas escuchando la música de sus auriculares en la última fila de clase. Pero pese a todo, y teniendo a su chica delante en estos instantes, me compadecía de él cuando ésta se enfadaba.
—Si no vas en serio, déjala en paz ahora—. Asomó sus enormes ojos por encima de los anteojos. —Ahora. ¿Me entiendes?—
—Voy en serio, Alya.
Ella encrudeció su mirada.
—Es la primer vez que me pasa y... no sé cómo explicarlo... — Suspiré sonriendo, desviando mi mirada hacia la ambulancia nuevamente. —No me imagino mi vida sin ella...—
Ella sonrió, menos tensa y con ganas esta vez al escuchar mi declaración. Creí notar incluso un destello de victoria en su mirada.
¿Era alivio o alegría? Ni idea.
Pero se veía como si le hubiera tocado la lotería. Y ya me podía imaginar el porqué. Adoraba a su amiga, y quizás, hasta ahora, no había tomado dimensión de cuánto Yo la amaba.
—Más te vale que así sea. Marinette es una excelente mujer. La mejor que podrás llegar a tener en tu vida.
—Lo sé mejor que tú.
—Mmmm... lo dudo. Tú sabes de "mujercitas", no de mujeres.
La miré de lado sonriéndole. Era terrible. Y la estimaba muchísimo. Mis padres no me habían dado hermanos de sangre, pero el destino se había encargado de otorgarme la mejor hermana que la vida me hubiera podido regalar.
—Y por esa razón te digo que lo sé mejor que tú.—Aclaré.— Creo que alguna vez me dijiste que era el rubio más inteligente y apuesto que conocías. ¿Ya no se me aplica más lo de "inteligente"? Porque lo de rubio y apuesto no se me quita— Provoqué.
—No lo arruines— Increpó con dureza, haciendo caso omiso a mis observaciones.
—No, no lo pretendo. — Suspiré. —Pero no te prometo nada...
—No me dejas muy tranquila con eso...
—Ella tiene... Hay alguien más en su vida, Alya.
—Sí... También me ha hablado de él. El amigo misterioso que... ¡oh, qué casualidad! Es igual ti. — Se carcajeó irónica. — ¿Realmente le crees? —
Me encogí de hombros sin saber exactamente que decirle. Pensaba igual que Alya, pero la determinación de Marinette en los momentos en que me hablaba de él, dejaba lugar a dudas dentro de mi mar de teorías sobre su existencia, sobre sí estaba enamorada de él o de que yo era... un mero pasatiempo.
—Dice que le quiere.
—¡Ay Dios! Déjate de boberías. Está loca por ti. — Suspiró y de repente su semblante cambió. Había un cierto temor en sus ojos que intentó asomarse en el momento que desvió su mirada hacia mí. — Está enamorada de ti hasta el tuétano, hombre. — Y un nuevo suspiró cerró su afirmación.
—¿Te lo dijo?
—¿Decirlo? ¡Qué va! Toda ella lo grita. Pero decirlo... ¡Agh!... Ustedes dos son... son especialmente densos. — Y exhaló ruidosamente, brindándose una pausa y generando un silencio incómodo.
Cruzó los brazos al frente, cerrándose por completo. No me gustó ni un poco ese cambio de actitud, de desafiante a una de defensa. Que Alya saliera de su postura de periodista profesional o hermanita insufrible sólo podía significar dos cosas: que sabía más de lo que decía, o que había sacado conjeturas antes de tiempo hablado más de la cuenta con quien no debía.
Y por cómo se estaban dando las cosas, me inclinaba por lo segundo.
—Hazle saber lo que sientes, Agreste. No dejes de hacerlo ni de insistir, ¿vale?— Suspiró nuevamente. —No esperes a que ella admita algo para hacer tu próxima jugada si lo que quieres es conquistarla.
¡Mierda! Y eso no me gustó muchísimo menos.
Me ubiqué frente a ella, serio, con la mirada más dura e implacable que pude, y me incliné levemente acercándome a su rostro evitando que sus ojos pudieran ir hacia otro lugar que no fueran los míos. Sabía que cuando hacía eso la intimidaba, tal como ella hacía conmigo.
—Alya... ¿qué le dijiste?— Mi voz sonó severa.
Negó con la cabeza cortando ese contacto visual que evidentemente la acababa de incomodar.
—Digamos que... si no me hace caso hoy, ya es tuya—. Y me sonrió consternada, con una mueca de disculpa en todo su rostro. — Pero, si llega a tomar en cuenta mi consejo, por las dudas, confiésate ante ella... no dejes que se te escape, ¿de acuerdo?—
Entrecerré los ojos apretando la mandíbula mientras ella se encogía de hombros frente a mí, intentando sonreír para calmar la severidad de mi expresión.
Alya, Alya, Alya... ¿que estuviste haciendo?
Iba a acotar algo, iba a regañarla y a obligarla a que me diera más información sobre esa bendita charla que habían mantenido. No me gustaba lo que leía en su rostro, en su cuerpo.
¿Qué demonios le dijiste Alya?
Y en ese preciso momento apareció Marinette, envolviendo mi cintura por detrás en un asalto.
—¡Estoy perfecta!— Giré de inmediato, relajando mi postura, para tomarla en mis brazos. —Eres un pelín exagerado. ¡Palabras del médico!— Se excusó abriendo grandemente los ojos con humor.
—Mejor exagerado, que sufridor hermosa—. Le rodeé el cuello con mi brazo apretándola contra mí, y hundí mi rostro en el hueco de su hombro besando ligeramente su cuello sin poder evitarlo. Toda ella me provocaba con su mera presencia.
Se apartó ligeramente de mí y la sentí susurrarle algo Alya de forma casi inaudible.
No fue obvio, pero pude sentir la tensión de su cuerpo cuando se acomodó nuevamente junto a mí, apoyando su mentón en mi hombro. La conocía, demasiado. Conocía cada gesto, cada pequeño movimiento involuntario en sus músculos.
No sé qué se traían o qué demonios habían hablado, pero no pude evitar sentirme alerta cuando alcancé a percibir un "No lo voy a hacer" casi como un susurro.
¿No va a hacer qué?
Mierda, Alya.
¿Qué carajos le dijiste?
Notas del autor
Siempre pongo "autor". ¿Sería más correcto autora? ¿No?
Bue...detalles.
Nuevamente, agradezco a Ladyaqua198 ya que con su magia, aplicada a este capítulo también, quedó todo más que grandioso. Un besotote hermosa. Y no dejen de pasarse por su perfil porque tiene unos trabajos asombrosos.
Aquí me tuvieron otra vez, un nuevo capítulo. Y...¡seguimos con el drama! Ya es hora de que nuestros chiquillos se pongan los calzones bien puestos y entren a definir un poco los tantos.
Y que mejor Alya para ese trabajito ¿no?
Espero que no me la hayan odiado aquí también. Ella en definitiva, es la voz cruda y golpeadora de la razón. Y ¡la adoro! La trato con muchísimo amor.
Como siempre digo, espero que hayan disfrutado este capítulo. Y que me deje n sus opiniones, o me cuenten que piensan.
Gracias, muchas gracias, por todos su comentarios en los capítulos anteriores, por sus estrellitas y por agregarme a sus listas de lecturas. Muchas, muchas gracias.
Nos leemos prontito.
Akkane24
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