
Desarrollo 2 Viernes
Nunca es la distancia la que sana el alma.
Dicen que eso es trabajo del tiempo.
Pero ninguno estaba haciendo bien su tarea conmigo.
¡Pobre de mí! Estaba condenada...
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Había pasado ya casi una semana de iniciado nuestro jueguito. Y si bien, cada nuevo día me auto convencía de que todo lo que sentía estaba bajo control, que simplemente me estaba divirtiendo y que pronto se resolvería cuando me confesara a Chat Noir ¡JA! no tenía ni idea. Estaba realmente confundida.
Otra vez en mi vida era esa inexperta quinceañera que no sabía cómo desenvolverse en el plano del amor.
La cuestión aquí es que, en mis quince, Adrien era tan paleto como yo. Pero ahora...ahora el muchacho la tenía más clara. Por lejos mucho más clara y, estaba realizando su trabajo demasiado bien.
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—I'm gonna take you down; Oh, down, down, down; So don't you fool around...— Cantaba a lo que mi voz daba y en mi pésimo y desafinado inglés, el tema Shoot to trhill de AC DC.
Intentaba imitar sin éxito a Brian Johnson, a su tan particular falsete. Cualquiera que me oyera saldría despavorido o se moriría de la risa. ¡Menos mal que estaba sola! Sí, porque estaba sola en ese estudio, nuestro estudio.
Sola otra vez.
Había descubierto a la banda luego de escuchar varios de los temas en la saga de las películas de Iroman las cuales vi, estimo sin equivocarme, unas diez veces. Adrien no entendía el fanatismo que tenía con el MCU, pero no se resistía a ninguna de las sesiones de fundamentos que venía tras alguno de sus cuestionamientos. Sólo se sentaba y me observaba con una sonrisa en sus labios mientras yo hablaba y hablaba y hablaba. Parecía disfrutarlo. Entre nosotros, creo que me provocaba a propósito, sólo para tenerme en ese estado entre apasionada e indignada por su ignorancia ante el tema.
Y así seguíamos hasta que terminaba callándome con una de sus miradas mortales, las que me ponían incómoda, las que me...calentaban. Esas y mí exaltado reclamo de "¿Por qué me miras así?" eran las señales inequívocas de que debía dar por finalizado el monólogo sino quería pasar a mayores. En ese momento, pasar a mayores significaba tener que resistir esos jueguitos de seducción que me hacía sin que se notara lo que me causaban.
Ahora...creo que ya no me preocuparía por ocultar nada.
—Shoot to trill, play to kill...— Contraje todo mi rostro, poniendo mi mejor cara metalera. Me conocía la canción de memoria.
La música que brotaba desde mis diminutos auriculares inalámbricos, llenaba mis oídos, pero no se quedaba ahí. Circulaba por todo mi ser transportándome a ese estado de creatividad en el que las ideas fluían una tras otra convergiendo a través de mis dedos, y del instrumento que eligiera, en un nuevo atuendo. El tiempo dejaba de existir y, junto a el, todo lo que me rodeara. Sólo quedábamos mi creación, la música y yo. Nada más, nadie más. Me era imposible explicar con palabras cómo disfrutaba de esos momentos.
Y creo que no sólo yo. Desde que le comentara a Adrien que esa era mi forma de trabajar, a lo que él accedió sin requerir explicación alguna; lo había pillado en varias oportunidades observándome con detenimiento. Dejaba lo que estuviera haciendo y, sin disimulo, se dedicaba a mirarme. Me recorría, estudiaba cada uno de mis movimientos.
Al principio, su mirada serena, denotaba la curiosidad que tenía por esa otra faceta mía, desconocida para él hasta el momento. Pero luego de nuestras confesiones, parecía comerme mientras me contemplaba y, si bien admito que me incomodaba un poco, me encantaba descubrirlo así. Y... bueno, me aprovechaba de eso a veces.
En ocasiones, me permitía bailar ondulando sutilmente mi cuerpo mientras trabajaba, como si no fuera consciente de mis movimientos, sólo para provocarlo un poco. Y lo hacía ¡sí que lo hacía!
¡Ja! ¡Benditos nuestros juegos!
Nunca hubiera imaginado que él regresaría a mí vida. Y menos de esta forma. El desgraciado, en un par de semanas, puso mi mundo de cabeza otra vez. Estaba tan segura de haberlo superado que consideré que trabajar con él no iba a significar peligro alguno. Claro, siempre y cuando él hubiera sido el mismo chico que conocí en la preparatoria.
Pero no, no lo era.
Como bien dije, se había vuelto un tipo encantador, seguro y demasiado seductor, atributos que se complementaban demasiado bien a los que ya tenía físicamente. ¿Debería ser eso un problema para mí? En absoluto... bueno, un poco sí, como a cualquier chica heterosexual que tiene cerca terrible espécimen masculino, ¿o no?
Y si bien nuestra nueva relación comenzó así, como una amistad con la picardía que le permitían el pasado en común y la confianza mutua, su insistencia, su sofisticación, el esfuerzo que ponía en esos juegos suyos empezaron a hacerme dudar. Además de otras cosas, claro.
Cada día que pasaba se aseguraba conocer algo más de mí, y lo utilizaba con maestría tornando esos juegos en provocaciones directas que sólo funcionaban para nosotros, para mí.
Y cuando subía la dificultad de mis contraataques para desarmar sus embates, lejos de desistir, los perfeccionaba. ¿Por qué tanto esmero en mí? Nadie resiste tantos rechazos si sólo quiere una... clase de aventura. ¿Acaso... me estaba conquistando?
No estaba segura, así que, por las dudas, había decidido simplemente divertirme yo también, pasar el rato. Al fin y al cabo, éramos adultos, ¿no?
Yo podía jugar.
¡Ja! Sí, como no. Ya te estoy viendo Marinette, créetela.
Así que hacíamos nuestras travesuras, él me seducía y yo me dejaba seducir no sin hacerle trabajar. Me encantaba como me sonreía tras una de sus bromas insinuantes y yo, decidida a hacérselo difícil, arremetía con alguna contestación provocando que su mirada se transformara con tal picardía que derretía todas mis defensas sin siquiera notarlo.
Sí, eso era tan...nuestro, nuestros juegos.
Jugábamos, cada día, cada vez que nos veíamos, todo el tiempo.
Cómo jugábamos...
¿Jugábamos?
Carajo...
¿Qué nos estaba pasando?
¿Qué mierda me estaba pasando?
Listo.
Fuera burbuja creativa. Adiós estado de flujo. Suspiré al dar la última puntada dejando la aguja clavada en el maniquí y me detuve volteando casi instintivamente la mirada hacia el improvisado florero en el que se lucían, apretadas ya, las cinco rosas que me dejara.
Sí, las había conservado a todas, a las cinco, una por cada día en la que él se ausentara.
Sonreí al verlas, por lo que representaban para mí. Aunque la calidez del gesto se empañó rápidamente con un dejo de dolor. Casi una semana sin verlo.
Bueno, salvando la video llamada del lunes por la noche, se podía decir que fueron cuatro días.
Pero no era lo mismo. No, ya no. A estas alturas ya lo echaba demasiado de menos. Ni sus rosas, ni sus llamados nocturnos, ni sus mensajes, nada alcanzaba a cubrir mi necesidad de él.
Mierda. Lo extrañaba, cómo lo extrañaba.
No había podido dejar de pensarlo ni un solo día de esa semana. Necesitaba sentir su perfume, apreciar sus sonrisas, oír su voz. Ansiaba saborearlo de nuevo, sus besos, tocarlo. Y eso me enojaba.
Esa cierta distancia física forzada que en un principio se me antojó a rechazo, me había otorgado el espacio para aclarar algunas cosas en mis pensamientos. Consideré que serviría para, de una vez por todas, asegurarme de que lo mío con Chat seguía intacto, que lo nuestro había sido sólo un juego, uno bien caliente con fecha de caducidad. Y si bien parecía funcionar sobre todo durante los patrullajes junto a mí coqueto chatón, cuando regresaba a mi habitación y Adrien me llamaba, las sensaciones que me invadían tan sólo al escucharlo, me regresaban al fin de semana, a mí junto a él en su cama, a su sonrisa, a sus ojos. Y me olvidaba de Chat Noir. De verdad, me olvidaba.
¿En serio? ¿Un fin de semana de cama podían causarme eso?
Parecía ser que sí.
¡Eres tan fácil con él mujer!
Y, si bien quise resistirme a la idea, era entrar por el ventiluz de mi habitación y tomar el teléfono aún antes de des transformarme, para constatar si me buscaba. Y lo hacía, siempre, cada noche.
Nuestras conversaciones iniciaban con su mensaje "¿Estás?" y se extendían por más de una hora en la que nos contábamos de todo, reíamos, planificábamos, pero jamás hablábamos de lo que había pasado. Ni siquiera volvimos a tener sexo telefónico
¡Ja! Me ponía toda roja cuando lo recordaba. La tímida Marinette en sexo telefónico. ¿Quién se lo imaginaría?
Así que sí, esa distancia sirvió para aclarar cosas. Pero no como lo esperaba. La maldita jugó en mi contra porque me dejó expuesta ante lo que él representó alguna vez para mí, trayendo al presente todo lo que en un momento de mi vida había sentido. Aunque ahora ya no era tierno ni inocente. Ahora era salvaje, era vehemente. Se colaba desde la piel hasta lo profundo apoderándose de mi resistencia para envolverme en instinto puro, uno incontenible que obraba sin juicios a través de mi boca, mis dedos, mi cuerpo entero. Y solo me limitaba a vivirlo porque, en los momentos en los que la lucidez me cacheteaba, podía ponerle nombre a lo que sentía y, ahí, me asustaba. ¡Me aterraba!
¿Acaso me estaba enamorando otra vez de Adrien?
No, no, no. ¡No aprendes más mujer! Eso no podía ser. Eran las hormonas, sí ellas, y su parecido a Chat Noir. Esto era pasar el rato hasta que me declarara. Eso, pasando el rato. Y jugando. Sólo eso. Disfruta lo bueno y déjalo ir antes de acostumbrarse. Esto no era real. Aclarado y cerrado.
Y cuando volvía al trabajo, y todas esas definiciones que a la fuerza grababa en mi conciencia día a día comenzaban a diluirse, regresaban intactas las sensaciones y contra ellas no podía batallar.
La puta madre.
Lo extrañaba endemoniadamente.
¡Basta mujer! Ahora era hora de trabajar. Basta de torturas infructuosas, basta de cosas de cama y de juegos sensuales, y de gatos sexis. ¡Basta de rubios!
Así que con bronca moví el improvisado florero hacia el escritorio de Adrien para alejarlo de mi vista, evitando más distracciones, y subí el volumen de la música aislándome otra vez del entorno para sumirme nuevamente en mi famoso estado de creación.
Sonreí al utilizar ese apodo, él lo nombraba así.
Mierda ¿¡siempre estaría presente en todo!?
—Ya...déjalo Marinette. No pienses. Ahora ¡Concéntrate! Tú y tú trabajo, tú y la semana de la moda.—Me repetí casi como en un mantra.
Dichas esas palabras retomé con renovado impulso mis tareas sobre el vestido de noche en el que estaba trabajando. Lo presentaría el próximo martes y sabía que causaría buena impresión. Gabriel me lo había confirmado.
Black in black comenzaba a sonar. Realmente me gustaba esa canción. Era un tema con una energía increíble para mí. Sensual e imparable. Le subí aún más el volumen. Ya nada debía distraerme. Aunque no pude evitar echar una última ojeada a la puerta de entrada al estudio.
Tenía tantas ganas de verlo...
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Estaba molesto esa mañana. Más que molesto, furioso.
Le había pedido expresamente a mi padre no tener que viajar ese viernes. ¿Y qué hizo él? A las cinco y media de la mañana llegó la orden - porque él no pide, ordena - de que debía asistir con urgencia a otras de sus reuniones por la bendita estrategia de expansión de la firma.
Un avión privado me esperaba en el aeropuerto Le Bourget, rumbo a Milán para cerrar la compra de la firma Brioni.
No pude negarme. Estábamos tras ese negocio desde hacía más de un año, pero ¿¡justo ahora se tenía que dar!? ¿Justo ahora debía atender en persona y con tanta celeridad todos sus compromisos comerciales?
Los últimos años la firma Gabriel había crecido como nunca y él se las había arreglado muy bien sin salir de la mansión. ¿Y ahora yo tenía que viajar cómo un loco por toda Europa?
¡Mierda!
No me estaba quejando de mi trabajo, ¡para nada! Esos negocios eran importantes para mí también. Mis quejas eran por y para él, mi padre. Siempre le pedí que organizáramos las cosas juntos, que contemplara que tenía una vida fuera de su esquema. Que ya no era "su muchacho". Y parecía haberlo entendido. Mmmm... ¿tan rápido? ¡Qué iluso! Nunca me lo haría fácil. A él le gustaba dar órdenes y yo era su principal peón.
¡Dios! Ese hombre era exasperante por momentos. ¡Qué digo! Era exasperante todo el tiempo. Pero esta vez no lo iba a dejar pasar. Me iba a escuchar cuando me llamara, porque lo iba a hacer más temprano que tarde, exigiéndome explicaciones de todos los viajes que me impusiera para la próxima semana y que yo cancelé pidiéndole a Nathalie que los re agendara para reuniones en línea.
Si él utilizaba la tecnología, yo también.
Ahora, quería ver a Marinette, me urgía verla. Entre los viajes de mi padre, mis estudios y mis obligaciones como Chat Noir, parecía que el destino se empecinaba en separarme de ella. ¡Apenas si llegaba a tiempo con los patrullajes! Y cuando lograba a duras penas hacerme de un lugarcito para invitarla a tomar algo, pasar tiempo juntos, siempre tenía un compromiso y era con él. Lo sabía aunque no me lo admitiera todas las veces y ¡por dios! como había comenzado a odiar al tipo.
Suspiré al tomar el picaporte. Me sentía ansioso. Tenía el pulso acelerado, el corazón me latía prácticamente en la garganta. ¿De verdad me estaba pasando eso? Ya había olvidado lo que era sentirse así por alguien. Una única vez en mi vida me había sucedido algo similar, cuando la conocí a Ladybug. Y luego, nunca más, ni con Kagami, ni con Astha. Menos con las modelos o las admiradoras de Chat Noir.
Debía admitir que, en un momento, consideré seriamente que nadie volvería a hacerme experimentar algo así, desesperado y tan vivo al mismo tiempo. Hasta que la vi aquel día en la plaza, sentada bajo la sombra de un árbol, dibujando con esa expresión en su rostro que me volviera loco.
Lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este preciso momento. Aquella muchacha en ese vestido rojo a lunares, con su cabellera negra arremolinada por la brisa... juro que creí ver a ma lady de civil. El corazón me dio un vuelco en el pecho y se desbocó cuando constaté que no era ella, que era Marinette, la dulce y extraña Marinette. En ese preciso instante, sin entender realmente el porqué, fue verla y saber que no podría, que ya no querría dejarla escapar de mi vida otra vez.
Debía reconocer que nunca me había sido del todo indiferente, me gustaba, aunque ella de alguna forma u otra me alejara constantemente. No entendía que sucedía. Y estaba ma lady en el medio. Fue...complicado. En esa época de mi vida era un terrible paleto con las chicas ¡que iba a entender! Pude llegar a ser apenas un amigo más, ni siquiera alguien tan cercano como Nino.
Menos como Luka.
Él sí supo verla. Y tenerla... Logró marcar en su vida todos los inicios.
Sí... todos.
Pero, llamémoslo casualidad, almas gemelas o cosas del destino, la vida nos había reunido otra vez y, en esta oportunidad, mi proyecto y su talento formaban un equipo imparable. Y era tan hermosa. Más señales que esas...
Entre telas, idas y venidas, pude conocerla. Por primera vez tuve frente a mí y en exclusiva la maravillosa Marinette que todos adoraran. Era la misma que recordaba, y a la vez tan diferente.
Era ingeniosa, creativa, dulce, con esa dualidad entre tímida y salvaje al mismo tiempo, con la vulnerabilidad precisa que me imposibilitaba no querer protegerla y al mismo tiempo esa tenacidad que te hacía saber que ella podría contra el mundo si lo quisiera. Era simplemente grandiosa. Y lo mejor, ya no me alejaba. Esa mirada curiosa e inquieta me embelesaba, y sus labios ¡dios! moría por besarlos cada vez que la tenía cerca.
Allí comprendí lo que supe por instinto ese día en la plaza: definitivamente, no la dejaría escapar.
Sonreí. Ladybug siempre sería especial, al fin y al cabo, había sido mi primer amor, mi primer metejón. Pero Marinette...ella se estaba convirtiendo, aun cuando tomara mis recaudos, en todo.
Lo que sucedió esa noche en su cumpleaños, no lo planeé pero lo deseaba ¡como la deseaba! Quería que sucediera desde esa vez en que me confesó que estuvo enamorada de mí. Y, cuando bajo mi cuerpo, admitiera que no me había olvidado, terminó por destrozar cualquier duda que quedara.
Me había enamorado de ella.
Si tan sólo no estuviera él en el medio... ¿Por qué carajos siempre tuvo que haber alguien más entre las mujeres que amé? Era mi karma. Debo haber sido un terrible hijo de puta en mi vida anterior.
Alisé con las manos mi camisa para ceñirla más al cuerpo. Vestía la negra de fibras elastizadas, una de las que me había diseñado. Había notado que ese color en mí la volvía loca y no lo desaprovecharía.
Estaba listo. Tomé aire y lo exhalé calmándome antes de abrir la puerta.
Y allí estaba, en nuestro estudio, totalmente concentrada en un atuendo dispuesto sobre uno de los maniquíes, con esa expresión en su rostro que siempre me fascinó. Esos curiosos ojos, inquietos, que transmiten tanto sólo con mirarte. Y su boquita, esos dulces labios contraídos al frente mientras se mordía una de sus mejillas por dentro.
No se percató de mi presencia. Entre su abstracción y el volumen de la música que escuchaba por los auriculares, poco podía percibir de su entorno. Le gustaba trabajar así, escuchando música, aislada de los ruidos exteriores. La transportaban hacia otro mundo, me decía, uno que le permitía materializar todo lo que se cruzaba por su mente. Y yo simplemente la disfrutaba cuando entraba en ese estado.
Saber que no me notaba en esos momentos, me daba el espacio para observarla, para degustar cada uno de sus movimientos sin entrar en alguna discusión de los porque la miraba de esa forma.
Y me volvía loco. Si ella supiera todo lo que me provocaba...
Me acerqué lentamente por detrás, observándola. Lucía hermosa ese día, vistiendo una solera corta de tiras por la espalda en tonos de rojos, ceñida a esa pequeña cintura que me gustaba envolver con mis manos. Sus cabellos recogidos en una trenza hacia un lado, dejaban el cuello y los hombros al descubierto.
Dios.
Ese color sobre su piel me enloquecía. Percatarme de que la solera se sostenía al cuerpo por un simple moño en la espalda baja, terminó por revolucionar las ideas que ya tenía. Podría tan solo jalar de una de las cintas y dejarla desnuda para mí... Ya hombre, tranquilo. Debía quitarme esas ideas de la cabeza. Por lo menos por un rato.
Quería ir despacio con ella hoy, aunque nada en mí estaba de acuerdo con ese plan. Necesitaba que comenzara a entender que lo que sucedía entre nosotros vino a quedarse, que no era simplemente un juego, aunque era consciente de que iba a requerir de cada fibra de autocontrol que tuviera en mí ser para lograrlo. Contaba con que me lo hiciera difícil, aún más que siempre, porque sabía que en cualquier momento no podría resistirme a provocarla para hacerla caer en mis trampas. Siempre caía. Y me alucinaba como se ponía cuando eso sucedía.
Detuve mi andar tras de ella, apenas a centímetros. Sonreí al apreciar su fresco aroma a vainilla con notas alimonadas. Simplemente hermosa. Me incliné para acercarme a su oído, por el hombro libre de cabellos. Tuve que contenerme de no besarle el cuello.
Nunca había deseado a alguien de esa forma.
Suavemente le quité uno de los auriculares al tiempo que le susurraba con mi tono más grave: —Hola hermosa —
Era totalmente consciente de que la volvía loca cuando usaba esa voz.
Se estremeció, encogiéndose apenas de hombros antes de girar con torpeza y terminar indefectiblemente chocando contra mí. Había comenzado a adorar su impericia cuando se ponía nerviosa y, definitivamente, a aprovecharme de ella. Tuve que tomarla de la espalda sosteniéndola contra mí para que no cayera sobre el maniquí.
—Ho..Hola— Me dijo sonriendo tímidamente y sonrojándose completamente hasta el cuello.
Adorable. Aún con todo lo que había sucedido entre nosotros, continuaba sonrojándose por mí cercanía. Y me encantaba.
—No quise asustarte—
Mentira.
La solté dando un paso hacia atrás, brindándole algo de espacio. No lo estaba haciendo por ella, aclaro. Si me quedaba ahí, no iba a querer resistirme y terminaría devorándole la boca.
Mierda, moría por besarla en ese momento. No la tuve para mí en casi una semana y me estaba desquiciando no poder tocarla, más sabiendo que él sí la veía todos los días.
¡Yá hombre! ¡No seas tan desesperado! Tranquilo, despacio.
Todo se iría dando naturalmente.
Y sino, seguro que algún juego se me ocurriría para hacerla caer. Siempre caía.
—No, no...Está bien — Pasó saliva fuerte antes de suspirar, la había puesto nerviosa — Sólo que... no te esperaba...—Sonrió — ¿Llegaste hace mucho?—
—Hará poco más de media hora. Pero me capturó pere.— Sonreí para disimular mi molestia.
—¿Discutieron?— Arremetió con intranquilidad.
Entrecerré apenas el ceño ¿Cómo pudo leer eso?
—Algo. — No pude evitar clavarme en sus azules ojos. Y ella no se movió de ahí y no me reprochó absolutamente nada.
Buena señal.
En ese momento el silencio se apoderó de nosotros. Un silencio tenso y agitado, porque así estaban nuestras respiraciones. No fui consciente de lo que hacíamos hasta que la oí decirme juguetona:
—No creas que vas a besarme así sin más —
Y ahí lo noté. Otra vez estábamos cerca y, ahora, le acariciaba el rostro. ¿Desde cuándo no medía mis movimientos con una mujer?
—¿Quién iba a besarte?— Contesté rápidamente, recuperando algo de compostura y simulando seguirle la corriente.
—Tú—
—Creo que te equivocas. Tenías una pestaña sobre la mejilla amenazando con meterse en tu ojo.— Y pasé suavemente el pulgar cerca de su párpado inferior simulando quitársela.
—¿No era más fácil decirme?—
—¿Qué? ¿Ahora tampoco puedo quitarte pestañas dañinas?— Le sonreí mientras lentamente deslizaba el mismo pulgar hacia sus labios.
—Eres mi jefe. Hace una semana que no estás y tenemos mucho trabajo. — Eso se oyó como un rotundo regaño — Deberíamos concentrarnos. Tengo varias cosas que ....—
—Aja. Soy tu jefe. —La interrumpí.
Y ahora mi sonrisa se tornaba maliciosa recordando los reproches que me hiciera durante el fin de semana alegando acoso por nuestra situación laboral, para después terminar besándome, subiéndose sobre mí y haciéndome el amor nuevamente. Ella solita, yo ni las manos ponía, en el sentido figurado claro.
Me enloquecía cuando me tomaba de esa forma, como se transformaba.
No... no hagas eso hombre, piensa en otra cosa y ¡ya!
Se mordió el labio por un costado ante mis palabras. Había recordado lo mismo.
Mi pulgar llegaba a su labio inferior, acariciándolo para abrirlo un poco más, y posándose debajo de la barbilla sosteniendo su rostro en ese lugar. Ella ya no se resistía, reaccionaba acercando su boca a la mía al ponerse en puntas de pie.
Ya no me sonreía y yo tampoco.
El ruido seco de la puerta al abrirse nos asustó.
—Debo informarles que hubo un cambio en la agenda —La voz de Nathalie terminó de desarmar el momento.
Marinette giró casi al instante hacia el maniquí dándome la espalda y yo me alejé unos pasos, intentando adoptar una postura neutral, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón para disimular... bueno, ya saben. Aunque fuera imposible ocultar de mi rostro lo que me había molestado esa interrupción.
Nathalie nos miró. Seguíamos lo suficientemente cerca como para facilitar cualquier mala interpretación del momento, aunque fuera la correcta.
—Si llego en mal momento, puedo regresar en unos minutos.— Dijo entrecerrando los ojos.
Quien no la conociera, no lo hubiera notado. Pero yo sí. Y nos vio, puedo asegurarlo.
Negué con un ademán. Marinette ni se movía. Estaba completamente roja otra vez. ¡Por dios, me la comería!
Asintió. — La reunión con los organizadores de la semana de la moda en París se adelantó para hoy a las quince horas. Acaban de solicitar....—
—¿¡Qué dices!? — Reaccionamos prácticamente al unísono, y con el mismo tono histérico.
—¿Pero no era hasta el martes?—
—Así es señorita Dupaing Cheng, pero requirieron encarecidamente cambiarla a hoy. Debo confirmarles antes del mediodía.—
—¡Mierda! — Insulté —Y yo fuera toda la semana. ¿Ves Nathalie? A estas cosas me refiero cuando insisto en que me consulten por los compromisos comerciales. ¡Carajo!— Acababa de enfurecerme.
Sentí la mano de Marinette tomándome el antebrazo, brindándome un sutil apretón para tranquilizarme.
—Está todo bajo control Adrien. Durante la semana adelanté casi todos los atuendos que elegimos para esto, y el resto están en bocetos listos para presentarlos.— Me sonrió y yo asentí —Nathalie, confirma la reunión aunque intenta ganarnos aunque sea media hora más, nos sería de gran utilidad. Y, por favor, ubica a tres modelos, dos masculinos y uno femenino...—
—Yo puedo...—
—¡En absoluto! — Me silenció mirándome duramente — Tu hoy no modelas. Te necesito negociando y tranquilo. Así que ni se te ocurra guardar el Agreste empresario que fuiste toda la semana.—
Miré a Nathalie y ella asintió retirándose.
—¿Te gusta mandar, eh?— Le dije con una media sonrisa cuando quedamos solos otro vez.
—Sí, se me da con naturalidad—Respondió con suficiencia sonriéndome de lado.
—Mmmm... sabes que me gusta llevar el control, pero por hoy puedes ordenarme lo que apetezcas— Acto seguido me acerqué inclinándome a ella para besarla, tomándome las manos por detrás de la espalda.
Me detuvo colocando su dedo índice en mi nariz, empujándome para separarme apenas, tal como me hiciera Ladybug tantas veces cuando la avanzaba como Chat Noir. Lejos de molestarme, el gesto me fascinó. Y en ese instante me di cuenta de que también éramos eso, un equipo. Ella era mi compañera en esto y me encantaba, me tenía loco.
—¡Y deja de mirarme así! —
Reí por lo bajo, no se podían dar una idea de cuánto me provocaba ese juego. —¿Qué te hago ahora? —
Giró dándome la espalda, dirigiéndose hacia los percheros.
—Me calientas.— Y me miró por sobre su hombro tras esas palabras, con una sonrisita tan...¡dios! era imposible contenerme.
— Y ahora tranquilízate rubio, que tenemos mucho trabajo que ha...—
No la dejé hablar más. La tomé del brazo para girarla y, aferrando su rostro con ambas manos, la besé sin preámbulos, sin permisos.
Moría por ese beso y cuando la sentí abrir sus labios para saborearme mejor, confirmé que a ella le pasaba lo mismo.
No me echaría la bronca por eso.
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—¡Lo hicimos! — Anunciamos al unísono chocando nuestros puños de costado, cuando por fin quedamos solos otra vez.
Ni bien sentimos el contacto, giramos sorprendidos para vernos. ¿Qué acabábamos de hacer?
Ese era el saludo de victoria de Ladybug y Chat Noir cuando derrotaban un akuma, pero no éramos ellos. Por lo menos yo no estaba convertido y Marinette no podía ser Ladybug. Aunque, debo admitir, se le parecía mucho tanto físicamente como en ese carácter ingenioso y mandón.
Desarmamos la posición rápidamente, yo llevándome la mano delatora detrás de mi cabeza y ella tomándola frente a su pecho, en evidente incomodidad. Estaba toda roja y creo que yo comenzaba a sonrojarme, así que giré mi rostro rápidamente para ocultarlo.
—Me gusta ese ...—Carraspeé — saludo.—
—A mí también... — Dijo tímidamente — Parece que se lo copiamos. —
—Creo que sí. — Y volteé sonriéndole, deteniéndome por unos instantes en sus ojos. Y ella en los míos. Estaba hermosa.
—Bueno, nos ha ido bien ¿no? — Cortó la tensión del momento con ese simple comentario y realmente se lo agradecí.
Habíamos sorprendido a los delegados de la comitiva de organización de la semana de la moda en París. Íbamos a abrir el desfile como la propuesta fresca e innovadora bajo nuestro propio nombre.
Marinette se había realmente lucido con sus diseños dejándolos sin palabras. El manejo que demostró de la situación, la seguridad con la que hablaba y se movía, parecía que hubiera estado en esta clase de negociaciones por años.
Joyce Allard, el delegado más antiguo de la comisión que me había visto prácticamente crecer, me codeó en un momento en el que me advirtió observándola durante la reunión. Me imagino la mirada que debo haber tendido, porque inmediatamente captó mi atención me susurró "Pórtate bien con ésta, y no la dejes escapar".
Si tan sólo supiera...
— Pero nos queda bastante trabajo por delante. — Acotó rápidamente, mientras se inclinaba hacia un costado para quitarse los zapatos taco alto, quedando descalza. — Oh sí... me estaban matando.—
Sonreí. Lucía tan bajita a mí lado ahora, apenas si llegaba a sobrepasar mi hombro. Era tan adorable, toda pequeñita, y tan sensual en ese vestido que no veía la hora de quitárselo.
Se pasó una mano por su cuello, masajeándolo, a la vez que movía la cabeza lentamente hacia un lado y al otro, aflojando tensión.
—Estuvo intensa la reunión, ¿no? —
Y aproveché para reemplazar su mano con las mías, acomodándome detrás de ella para convertirme en su masajista improvisado.
Ella gimió de alivio ante la presión que hice con mis dedos.
— Uh... no hace falta que me respondas, estás hecha una roca...—
—Mmmm...sí que sabes lo que haces...— Susurró con voz ronca, con evidente placer.
Mierda. No pudo haberme hablado así.
Tuve que morderme los labios para no abalanzarme hacia su cuello. Y, si quería mantener mi compostura por los siguientes minutos, debía dejar de hacer lo que estaba haciendo y ya.
Ir despacio, hombre. El plan, tu plan ¿recuerdas?
—¿Mejor? — Ella asintió y separé lentamente los dedos de su piel, acomodándome otra vez a su lado.
— Marinette — Carraspeé para aclarar la voz y distraer mis pensamientos, lo necesitaba — Hoy estuviste simplemente fantástica. Me dejaste sin palabras y no sólo a mí.—
Me sonrió mientras comenzaba a retirar el despliegue de bocetos y documentos que había sobre la mesa de trabajo, apilándolos a un costado.
—Todo este trabajo...— Tomé uno de los dibujos, el más colorido — Lo terminaste en tiempo record. Y con una calidad...—
—Así es. Soy sumamente eficiente.—
—¡Ni que lo digas! Pero, ¿cómo hiciste? ¿No pediste ayuda?—
—No hizo falta. Una obra maravillas cuando no tiene..."distracciones"— Y me miró al mencionar esa última palabra, dándole énfasis.
—¡Ey! ¿Qué? ¿Ahora soy una distracción para ti?— Asintió riendo por lo bajo. —¡Que mala! Si no te molesto tanto...— Bufé, simulando ofensa.
— ¡Ja! Eso es lo que tú crees, señorcito miradas terribles.—
—Bueno... entonces si tanto te distraigo, voy a pedirle a Nathalie que me re agende todos los viajes que cancelé así me voy más seguido. —
—JA JA — Retrucó irónicamente y sin disimular la agitación que le causó lo que le dije.
—Nada personal, ¡es por el bien del negocio! Piensa, si en una semana sacaste toda una colección, TÚ primer colección, con dos semanas que no esté tenemos... a ver ... ¡las próximas tres temporadas listas! — Y me incliné acercando mi rostro al suyo, mientras adoptaba mi mejor sonrisa provocativa. —Me cierra por todos lados.—
Giró y clavó sus ojos en los míos. Sonrió rumiando entre dientes la molestia que le había causado mis palabras. Frunció apenas el ceño. Me iba a regañar, era un hecho.
—Mira rubito... — Siseó — Ni se te ocurra.—
—¿No? — No podía ocultar lo que estaba disfrutando de su reacción — ¿Por qué no?—
—Porque necesito tus opiniones, tus correcciones. Entérate.—
—Para eso está Gabriel. —
—¡Dios! ¡Somos equipo! Tenemos que trabajar juntos.—
—Sí. Pero lo que hacemos juntos podemos hacerlo tranquilamente por teléfono... o reuniones en línea. — Arremetí, restándole importancia a sus reclamos.
—Bueno...porque...porque...—Por primera vez no estaba encontrando con qué replicarme, sin reconocer que me quería allí, con ella.
Refunfuñó algo por lo bajo, no le entendí, pero su mirada se volvió furiosa unos segundos antes de relajarse con una falsa sonrisa.
— Mira, no voy a entrar en tus "jueguitos" esta vez. Y ahora córrete del medio que tengo que ordenar este lío antes de irme.— Y comenzó a moverse rápidamente recogiendo papeles y demás muestras de telas dispersas por todos lados.
Le hice caso, dando unos pasos hacia atrás. Pero no lo dejaría ahí. Estaba hermosa así de irritada.
Cómo la hubiera besado en ese instante...
—No me respondiste. —
—Porque no, Adrien. Porque no y punto.— Alegó alzando la voz sin voltear a verme ni detenerse. — Pero haz lo que quieras...—
Tuve que contener una carcajada tras mi sonrisa. Esa frase "haz lo que quieras" dicha por una mujer, era mucho más desafiante que una declaración de guerra. Era evidente que no le gustó mi ausencia y que esperaba que no se repitiera, pero no iba a admitirlo. Su orgullo no se lo permitiría y estaba molesta, muy molesta. Algo que tampoco reconocería. Ya le iba conociendo.
No se dan una idea de cómo me deleitaba cuando se fastidiaba, en esos momentos me daba ganas de hacerle de...¡de todo!
Me acomodé a su lado y comencé a ayudarla con su tarea, era mi forma de pedir tregua. Me sonrió. Lo había entendido.
—¿Tienes clases esta noche? Porque estarías llegando tarde...—
—Nop. Ya terminé de cursar. Un par de parciales y... ¡estoy oficialmente de vacaciones!—
—¡Genial!—Le sonreí y giré para verla antes de hacer mi movimiento— Entonces ponte los zapatos que nos vamos. Te invito a cenar a un sitio que me recomendaron y sé que te va a gustar.—
Detuvo lo que estaba haciendo y giró mirándome. Su sonrisa se tensó, ya sabía que venía tras esos labios contraídos. Y no me iba a gustar.
—Me encanta la idea pero...—
—Pero qué.—
— Es que... ya sabes.— Sonrió nerviosa, bajando la mirada.
—Él — Le dije a secas.
Asintió tímidamente, cabizbaja, reanudando torpemente lo que estaba haciendo.
—Pero no es... mira nos quedan unas cosas que debemos terminar de resolver y ...—
—No hace falta que me expliques nada. — La corté— No me lo debes...— Tomé un par de bocetos más acomodándolos entre mis manos junto al resto y volteé para dirigirme hacia mi escritorio.
—Ok — La escuché decir retraídamente.
Otra vez ese idiota.
Apreté fuerte la mandíbula para contener lo furioso que me había puesto su mención. Si no me controlaba, terminaría haciéndole una escena y ¿con que fundamentos? Era completamente consciente de que ella estaba enamorada de ese sujeto cuando inicié todo esto. Pero ¿hasta qué punto eran reales esos sentimientos? Contaba con algo de experiencia para afirmar que la forma en que me permitía acercarme, la entrega que sentía en la intimidad, no se brindan a una persona si estás enamorada de otra, por más caliente que te tenga.
¡Si lo sabré!
Pero no podía retenerla, ni reprocharle nada.
No podía hacer nada.
La tuvo para él toda la semana y la tendría esta noche también. Lo único que me consolaba era el saber que lo que hacían no tenía nada que ver con lo que teníamos, ella no se le había confesado...aún. Y eso me estaba dando algo de tiempo.
Aún así, en momentos como este, sentía que él llevaba la delantera incluso sin haberla tocado. ¡Mierda!
Solté los papeles con desdén sobre mi escritorio y allí las vi. Las rosas, las que dejara cada mañana en que no estaría con ella. Las había conservado. Pero ¿por qué?
No puedo explicarlo con palabras, pero ese gesto, ver esas cinco flores, borró de un plumazo el enojo y las dudas. Fue como una señal...o mi mente desesperada así quiso verlo, pero en ese momento sentí que podía ganarle a ese idiota. Iba a ganarle.
—Marinette... — Llamé su atención— ¿Estas son...?—
Volteó en dirección a mi voz. Le señalaba el vaso devenido en florero improvisado, que se lucía alegre contrastando contra el oscuro escritorio.
—Sí, son las rosas que me dejaste a cambio de no desayunar conmigo— Me sonreía tímidamente, con algo de pena en su mirada.
—No las botaste.—
—No, son hermosas. Me gustan.— Y giró dándome la espalda nuevamente.— Era como tener un pedacito tuyo aquí mientras desayunaba sola.—
No pudo decirme eso.
Sonreí. Esas palabras acababan de calar profundo, reafirmando lo que intuí al ver esas flores.
—Me alegro que las hayas recibido así. No quise irme... sin nada.—
—Le quitaste las espinas.—
—Para que no te lastimes.— La miré.
Ella seguía de espaldas y yo comenzaba a devorarle, recorriéndole con la lengua en mis pensamientos, cada centímetro de piel desnuda.
— Nunca te mides frente a las rosas y siempre te lastimas.—
Suspiré. Debía esforzarme para que no se notara que la respiración comenzaba a entrecortarse.
Sonrió exhalando suavemente, pude notarlo por cómo se movió su espalda — Y elegiste los pimpollos apenas florecidos.—
—Te gustan así...—
—Sí. Hasta tuviste en cuenta...—
—Las hojas — Le interrumpí — Odias que le quiten las hojas. Son su sustento, siempre dices...—
Giró apenas el rosto, pude apreciar esa media sonrisa nerviosa asomarse por sobre el hombro. —¿Cómo te acordaste de todo?—
—¿Cómo no hacerlo? Eres... única para mí, Marinette.—
Volteó tras oírme decir su nombre. Clavó esos hermosos y tristes ojos azules en los míos. Pero no era sólo tristeza lo que había en ellos. Había...¿temor?
Tomó una gran bocanada de aire, como si debiera ocupar coraje antes de hablar, y lo soltó derrotada, como si se estuviera rindiendo a una batalla que mantuviera consigo misma por largo tiempo.
— Adrien... no me gustó que te fueras.—
Si realmente creyera en las señales, esa era indiscutiblemente la que estuve esperando todo el bendito día para acercarme definitivamente a ella.
Y lo hice, ¡sí que lo hice!
No la dejaría irse esta noche, ya había tomado la decisión. El idiota de su amigo, por más labor humanitaria y transcendental que hiciera con ella, debería esperar. Esta noche y todas las que le siguieran.
—A mí tampoco. — Y me acerqué para quedar frente a frente, sólo un par de centímetros de aire nos separaban.
—Yo...—
Se veía tan vulnerable, como aquella noche en su cumpleaños. Sólo que, ahora, era yo el responsable de su pesar y, no me juzguen, pero no saben lo feliz que eso me hacía sentir.
—No tienes idea de lo mucho que te eché de menos. — Y le acaricié el rostro, antes de hundir mis dedos entre sus cabellos.
Apoyó sus manos en mi pecho deslizándolas hasta mi cuello. — Yo también. No vuelvas a irte así... por favor—
Asentí, pero no pude decir nada más. Se puso en puntas de pie para acercarse y me tomó los labios en un dulce beso. Ella a mí, ella me estaba besando. No puedo explicar cómo atravesó mi ser con ese delicado beso.
Pero no duraría mucho tiempo en esa categoría. La deseaba de tal forma, que la desesperación por sentirla, por tenerla, dominó cada una de mis acciones. ¡Al carajo con el plan! Me aferré a ella con vehemencia, devorándole la boca, gimiendo entre sus labios, delineando con pesadas caricias su cuerpo. Y ella, simplemente se entregó. En ese momento me rodeó con los brazos para fundirse a mí recibiendo con placer mi lengua en su boca.
Y, como si cayéramos presos de un repentino hechizo, el desenfreno se apoderó de nuestros cuerpos. No alcanzaban ya los besos para saciar la necesidad del otro que nos invadía y, cualquier dejo de decoro que me quedara, se esfumó en el aire en el momento en que sentí sus dedos escabulléndose dentro de mi pantalón para acariciarme.
¡Oh dios! Me fascinaba cuando pasaba de esa niña dulce y romántica a exigir todo lo que le viniera en ganas para su goce. Me ponía a mil.
Gruñí ante el toque, era imposible gemir ya, y una de mis manos le correspondió casi instintivamente debajo de la falda.
Un escalofrío me recorrió la espalda cuando mis dedos se deslizaron sobre sus pequeñas bragas y ella se retorció en el instante en que por fin logré acariciar la piel de su sexo corriendo la fina tela.
—Mierda, nena...estás tan...— Sí, estaba lista, completamente. Y no pude más que enloquecer al advertirlo.
La empujé con mi cuerpo hacia la mesa mientras mi otra mano se enredaba con las tiras del vestido en su espalda. Luchaba para quitárselo. Esa mañana, parecía una tarea tan simple jalar de un extremo de las cintas para que se soltara, pero ahora no lo estaba logrando. Era tal mi excitación que cualquier tarea que no fuera tocarla se volvía un completo desastre. Y todo empeoró cuando sus manos comenzaron a jalar de ambos lados de mi camisa para abrirla y dejar mi pecho al descubierto.
Gimió cuando lo logró e inmediatamente se abalanzó sobre mi cuello, con sus dientes, con su lengua, mientras sus manos rasguñaban sensualmente la piel de mi abdomen, acelerando mi prisa por tenerla. Y yo, perdiendo la batalla contra su vestido. ¡Mierda!
—Quieta...Mari...—
¡Sí! ¡Conseguí al fin desatar el bendito moño!
Cuando ella advirtió que sus vestiduras se soltaban comenzando a deslizarse hacia abajo, llevó una mano a mi pecho deteniéndome, mientras con la otra lo sostenía evitando quedar desnuda.
—¡Alguien puede entrar!— Dijo rápidamente y con verdadero pudor.
¡Puta madre! Tenía razón. No podía detener todo hasta llegar a mi departamento. Y menos darme el lujo de que nos interrumpieran justo en el mejor momento.
¿Dónde...? Escruté la habitación rápidamente buscado un escondite.
Sí, ya sabía dónde.
Sin tiempo que perder, la tomé de la mano y la llevé prácticamente corriendo hacia el baño que quedaba al fondo de la habitación. Eché cerrojo a la puerta ni bien estuvimos dentro y me abalancé sobre ella llevándola hacia la pared. Y allí la oprimí contra mí, mientras su vestido terminaba por deslizarse al suelo y mis dedos se hundían en ella enloqueciéndola.
Justo lo que había deseado esa mañana cuando la vi por primera vez.
Desnuda, con sus espaldas contra la pared, su piel completamente expuesta a mí y a mí voluntad, me brindé unos segundos para observar sus reacciones mientras la tocaba, mientras mis dedos eran un tímido anticipo de lo que le haría en unos instantes.
Lucía tan excitada, sus ojos cristalinos por el deseo, su respiración agitada y ansiosa, la piel enrojecida por mis besos, demandante de lo sabía que podía darle. Pero no lo pedía, sólo se ofrecía con la sutileza de quien se entrega sin temor, con completa confianza en el otro.
Y la besé, sus labios, el cuello, sus hombros, sus pechos. Por dios, la deseaba de tal forma que me enloquecía cada segundo en que me demoraba en poseerla. Ninguna mujer había logrado hacerme sentir de esa forma, tan desesperado, tan necesitado de ella y tan ansioso por complacerla. Lo juraba, nunca. Y la locura terminó de nublar mi conciencia cuando el grito de placer que se escapó de entre sus labios en el momento en que le arranqué sus pequeñas bragas, resonó en la habitación.
La tomé por los muslos abriéndolos mientras la alzaba para ubicarla sobre mi cintura y sin demorar apenas más que el tiempo necesario para desabrochar mi pantalón dejándome al descubierto, entré en ella llenándola en un único y desesperado movimiento. Gemí al sentir su calor, su abrazo, su humedad. Y ella gritó, de placer, de lujuria, apretando mi cuello entre sus brazos, comprimiéndome con su centro, exigiendo más de mí, todo.
Y se lo di, ¡por dios que se lo di!
Le pertenecía y, en ese momento, era mía.
Mis movimientos eran feroces, no los media, no podía. Buscaba mi placer y en esa búsqueda procuraba que ella encontrara el suyo. Y lo lograba, porque conocía lo que le gustaba, ni en mi descontrol podía olvidarlo, y sus uñas en mi espalda, sus gritos en mis oídos, eran toda la guía que necesitaba para saber cuál era el siguiente movimiento que demandaba para continuar en su goce.
Y lo que le seguía era más profundidad, más velocidad, más de mí. Mi pequeña era exigente, su lujuria era febril, se convertía en locura pura cuando la poseía y eso me fascinaba.
Así que sí, le daba todo lo que me pidiera.
Todo.
—Te extrañé...— Me dijo entre sus desvergonzados gemidos — No me...dejes...—
—Nunca —Llegué a responderle casi en un gruñido antes de besarla y embestir contra su cuerpo con rudeza, ahogando en mi boca sus libidinosas quejas que ahora se mezclaban con los mías en cada puja.
Si alguien entraba al estudio en ese momento, no nos vería, pero puedo asegurar que sabría de inmediato lo que estaba sucediendo en el baño, porque ninguno de los dos tenía mayor reparo que el de exigir más placer del otro. Y creo que poco nos importaba que alguien se enterara de lo que estábamos haciendo. Ahora sólo importábamos nosotros.
Sólo me importaba ella.
Y cuando creí que estaba listo para aumentar la intensidad de mis movimientos, la sentí apretarme con sus piernas mientras todo su cuerpo se estremecía bajo su clímax.
¡Y, por dios, como disfrutaba dejarme ir entre sus orgasmos!
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—Sigue en pie la cena— Me susurró con voz grave mientras me acariciaba los cabellos retirándolos de mi rostro.
Ya no había más trenza y lo que quedaba de ese peinado, eran sólo unas hebras de cabello entrelazado apenas.
—¿Si? Creí que la cena era sólo para llegar a esto...— bromeé.
—¡Me descubriste! Pero... ¿desde cuándo me conformo con sólo una vez?—
—¿Quieres más?— Le sonreí levantando mi rostro desde la curva de su hombro. Necesitaba verlo, necesitaba inundarme de esos profundos y verdes ojos.
Y lo que vi, estremeció cada fibra de mi cuerpo. Lucía hermoso, con esa mirada calma y tan pendiente de mí, como cada vez que lo hacíamos, como cada vez que me entregaba a él. Esto no era un simple acto de descarga... no se percibía así. No para mí.
—Contigo nunca me es suficiente—
Me mataba cuando me hablaba así, con esa voz áspera, dulce y agotada. Me encantaba cuando me miraba de esa forma, como recorría minuciosamente cada gesto, cada micro expresión en mi rostro. Se sentía como si...me quisiera.
Me incorporé para sentarme a horcajadas sobre su regazo. Nos habíamos quedado en el baño, echados en el suelo, descansando nuestros cuerpos en contra la pared, acariciándonos, luego de, bueno, nuestro apasionado reencuentro. Si el lunes por la mañana temía a lo que fuera a suceder cuando lo tuviera frente a mí otra vez, luego de la video llamada por la noche no me quedaron dudas.
Esto era lo único que podía suceder, y me aterró descubrir lo tanto que lo deseaba.
Sentí sus manos recorrer la piel de mi desnuda espalada, por que continuaba desnuda, antes de posarlas sobre mis caderas.
—Eres muy goloso. Ten cuidado que soy puro dulce, voy a empacharte— le dije sobre sus labios, mientras le tomaba el rostro y lo besaba.
—No me importa—
Abrió los dedos de sus manos para abarcar más piel, y jaló mi cuerpo hacia el suyo presionándome contra su pelvis. Me estremecí ante el roce y no pude evitar gemir ante ese movimiento.
—No me provoques... que...voy a tener...que hacerte...— le decía mientras empujaba suavemente contra mí, rozando mi centro.
El desgraciado me estaba excitando nuevamente. Él ya estaba listo... otra vez.
— Hazme lo que quieras, soy tuyo, todo tuyo. —
No pudo decirme eso.
Algo dentro se retorció tras esas palabras. Me mordí el labio inferior mientras averiguaba que hacer con lo que me hacía sentir.
—No me digas esas cosas. Me lo haces más difícil...—
—¿Difícil?—
—Sabes que tengo que irme...—
Su sonrisa comenzó a borrarse lentamente. Detuvo sus movimientos asintiendo casi sin querer hacerlo mientras cerraba suavemente los dedos sobre mis caderas en un acto reflejo por retenerme. Tuve la necesidad de besarlo, como si de esa forma lograra calmar lo que mis palabras le producían, como si con ese simple acto lograra consolarlo.
Y no sé porque sentía eso, creo que más lo necesitaba yo que él. Así que simplemente lo besé, tomándole la boca completa, sus labios, hundiendo mi lengua para saborearlo. Y así nos quedamos, besándonos, un minuto o dos, nadie los contaba.
—Ya es tarde...— Le dije prácticamente susurrando cuando pude por fin soltarlo. Y no quería hacerlo.
Me miró, con sus ojos entrecerrados, la mirada afiebrada por la excitación y ese dejo de angustia que me carcomía por dentro.
—No vayas con él esta noche.—
—Adrien ten...—
—Quédate conmigo— interrumpió, y me tomó el rostro con ambas manos, pasando su pulgar por mis labios, hundiendo su mirada en mí antes de besarme.
Si la primera vez que me lo dijo me hizo dudar, con la segunda ya ni podía considerar otra opción que no respondiera a sus pedidos. Todo él tenía ese efecto en mí, de romper mi voluntad para dejarla a merced de la suya.
Pero esta vez, poco me costó tomar su propuesta. ¡Dios...! Su sabor era increíble, su calor, sus dedos quemaba en cada porción de piel por la que pasaba. Nada en mí quería moverse de ese lugar, sólo la voluntad de mi sentido del deber.
Cuando su lengua rosó la mía no pude más que reaccionar frotando mi cadera contra la suya. El varonil gemido que se deshizo en mi garganta ante el placer de la fricción, terminó de echar de una patada al deber. Era de él, le pertenecía ahora...
Una noche más le fallaría a Chat. Confiaba en que lo entendería. Sino...ya vería que hacer. Ahora, no podía pensar ni desear otra cosa que no fuera lo que estaba sucediendo.
Adrien, esa noche, se había vuelto todo lo que quería.
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Sí, me quedaría con él. No sólo esa noche. Las que le siguieron también. Todo el fin de semana, con sus días y sus noches. Otra vez.
No volvería a mi casa el domingo.
El lunes, amaneceríamos en su cama, desayunando en su departamento para entrar juntos a nuestro estudio, no sin antes hacer el amor una vez más, antes de iniciar la semana, juntos.
Notas de autor
Bueno... la cosa se va poniendo intensa ¿no?
¿Se irá acercando el momento del sinceramiento? Ummm... veremos si estos dos siguen "lentitos" ¿Ustedes que creen?
Espero que les guste este capítulo y que lo disfruten lo que yo disfruté de escribirlo. Y me dejan sus comentarios...si??? Los adoro.
Muchas gracias por seguir eligiendo leer esta historia que surgió en una noche de insomnio... Muchas, muchas gracias...
Akkane24
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