Kim Taehyung era mi guapo compañero de trabajo y un muy buen amigo.

Me había invitado a una fiesta en la cual, según Joomi, pensaba pedirme que sea su novia, lo que me tenía muy entusiasmada.

Traté de verme bien, pero no demasiado arreglada, no quería poner en evidencia que sabía sus planes, ni que se diera cuenta que él también me gustaba.

Apenas llegué Tae vino a mi lado.

—¡Estás hermosa! —me dijo adornando su rostro con esa peculiar sonrisa que me encantaba.

—¡Gracias! Tú no te ves nada mal —dije coqueta.

Fue hasta la mesa de bebidas y regresó con una copa de champagne para mí y otra para él.

Mientras platicábamos, me mostró el hermoso jardín de la casa. Pese a que era invierno, esa tarde estaba agradable, así que nos sentamos en un banco del gran jardín a disfrutar la burbujeante bebida.

—Tu casa es realmente hermosa Tae.

—No es mía, es de mis tíos. Yo vivo con ellos desde que llegué a Seúl de mi pueblo natal.

Seguimos hablando de nimiedades hasta quedarnos sin champagne. Volvimos a entrar en la casa, con la intención de llenar nuestras copas y comer algún tentempié.

—Ven que te presentaré a mi primo —dijo tomando de mi mano para caminar hasta un hombre alto y de hombros anchos, que estaba de espaldas a nosotros.

Tae tocó un par de veces en su hombro y este se giró.

—¡Pero qué sorpresa! Soojin, viniste a mi fiesta —dijo y curvo sus gruesos labios en una sonrisa.

Sí, allí estaba otra vez: Kim Seokjin.

Se veía más atlético, el cabello bastante corto y su frente despejada lo hacían ver maduro y endiabladamente guapo.

—¿Tu fiesta? —Dije confundida.

—Sí —me dijo mi compañero— la fiesta es porque Jin regresó del servicio militar.

¡Diablos! ¿Por qué nunca pregunté cuál era el motivo de la fiesta?

—¿Así que ya se conocen? —Tae nos miraba a uno y a otro, esperando a ver quien respondería.

—Si claro —dijo sin dejar de sonreír—, nos conocemos muy bien.
Yo empezaba a sentirme incómoda y a sudar frío por los nervios.

—¿De dónde se conocen?

—Del instituto —volvió a responder a prisa sin dejarme hacerlo—. Puedo decir orgulloso que yo le di su primer beso a esta hermosa mujer.

—¡Me lo robaste! —dije furiosa mirándolo con enojo.

—Si, como sea, fui el primero —me miró de manera burlona—. ¿Verdad?

Sentí que mis piernas se aflojaban. Acaso él se refería a...

No, no podía ser, estaba muy borracho, no debería recordarlo.

Pero yo sí lo recordaba, si yo lo recordaba era casi seguro que él también podía.

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