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Capítulo 9 • Respuestas (I)

- No está nada mal. No obstante, debemos hacerlo mejor, o al menos, en una menor cantidad de tiempo si queremos poder poner en marcha el plan a partir de que el niño pueda ser tratado médicamente y sometido a experimentación -aseveró Aaron de una forma bastante comprensiva.

- ¿Y eso cuánto tiempo será jefe? -preguntó Joao con gran curiosidad.

- En 10 años en adelante desde el nacimiento del bebé ¿no es así señor? -contestó Horst, tratando también de confirmar sus sospechas.

- ¿¿10 años?? - saltó Joao, sorprendido.

- Es poco tiempo -infirió Rubio.

- Incluso, podría ser menos. Pues, aunque los sujetos que hemos sometido hasta el momento tenían más de tres años de edad, creemos que al ser un mimético puro podremos adelantar el plazo de experimentación -teorizó Aaron con gran ilusión.

- ¿Pretendes que lo tengamos todo listo en un plazo de 3 años? Perdóname jefe por decir esto pero, está usted loco -manifestó Joao, alterado.

- Electra, ¿crees que podréis tener listo el proyecto en ese plazo? -le preguntó entonces a quien sabía que su ambición podía llevarle a asegurar metas que pudieran parecer imposibles sólo por demostrar su superioridad aparente.

- ¿Acaso lo dudas? -respondió Electra, ofendida.

- Bueno, lo cierto es que te encuentras en la situación menos favorable de todos nosotros... Creo que te será difí...-empezó a argumentarle Aaron con claros tintes de manipulación, sin poder terminar porque Electra se interpuso.

- ¡Nosotros somos más capaces que nadie! -exclamó Electra mientras se echaba hacia atrás y colocaba sus piernas sobre la mesa, como una clara muestra de su concepción de superioridad e indiferencia.

- Muy bien. Hagamos una cosa, ¿qué os parece competir por algo que os motive para concluir vuestro proyecto antes del plazo marcado? Vamos a ver... qué podría ser... -planteó Aaron con gran entusiasmo mientras se frotaba las manos.

- Hace tiempo, en medio de una investigación en mi tierra natal escuché varias leyendas acerca de la sustancia que llevarán los medicamentos que fabriquemos -comenzó explicando la mujer que escondía su rostro bajo un velo violeta.

- Así pues, según decían, la savia que Dubois pretender utilizar proviene de unos bosques canadienses y no sólo permite incrementar los años de vida sino que también puede hacerte enfermar muy rápidamente si no eres compatible, acabando con tu vida de manera fulminante, o incluso, algunas leyendas hablan del control del tiempo en torno a ella -comentó contemplativa la mujer ciega.

- No sé cómo de ciertas pueden ser esas leyendas, pero no creo que Dubois esté desinformado de ellas, más cuando siempre que hemos coincidido he podido sentir cómo llevaba con él un frasco de esa sustancia que me mostraron aquella vez en Arabia -reflexionó pensativa, inculpando a Aaron de la posibilidad de haber ocultado algún tipo de información sobre la savia de los miméticos.

- De modo que, señor, ¿qué le parece si ponemos ese objeto como recompensa? -sugirió la mujer de grandes ojos blanquecinos que había permanecido en silencio durante toda la velada.

- Nimia, discúlpeme pero se equivoca, pues es cierto que siempre llevo un frasco con esta sustancia como amuleto, pero es porque se trata de un recuerdo de mi pasado y soy un sentimental. Así que, ¡Dios! ¡claro que no creo en ninguna de esas leyendas! ¿magia? ¿control del tiempo? Ojalá pudiera volver a atrás y advertirme de mi futura calvicie -añadió Aaron entre risas.

- No obstante, más allá de los beneficios económicos que podría suponer el control del mercado del oxígeno para aquellas familias o incluso estados que no puedan pagar los medicamentos con los que las personas puedan sobrevivir a ese nuevo mundo que pretendemos crear, nuestros medicamentos también servirán para alargar la vida, de acuerdo con las características propias de la savia de los miméticos arbóreos, ¿no es cierto? -preguntó Kate, desconfiadamente.

- Todavía no hemos podido comprobar si los medicamentos funcionan en humanos, pero sí, supuestamente la savia procedente de los árboles del Norte de América y aquella que forma parte de los miméticos permite un alargamiento de la vida en ellos -le respondió reflexivo.

- Pero ahora bien, no sabemos cómo conseguir que funcione para todos los humanos, pues la mayoría de nuestros experimentos han sido fallidos, sobre todo contra mayor edad han tenido los sujetos -concluyó Aaron, también reflexivo.

- La intención es lograr un mundo en donde los miméticos y los humanos puedan convivir, produciendo nosotros este tipo de medicamentos para alargar la esperanza de vida de los humanos y que ésta sea equiparable a la de los miméticos, al mismo tiempo en que nos enriquecemos con ello, ¿no es cierto jefe? -añadió la científica rubia desde lejos, mientras se acercaba a la mesa.

- Sí, cariño, así es -le respondió Aaron con ternura.

- Pues, tal como hemos podido observar en los experimentos, el envejecimiento en los miméticos arbóreos se encuentra enormemente retardado a nivel celular. El problema es que la inserción intravenosa de la savia del bosque de Eskdale que estamos realizando en este momento o la que probamos en Quebec hace años, en ambos casos han dado un 95% de fallo, pues los niños suelen morir a los meses de encontrarse entubados en las máquinas y no llegan a poder desarrollar una permanencia en su carácter mimético como para vivir esos años que le permitiría tal mutación -reflexionó dolido, haciendo pucheros prácticamente con sus labios.

- Estimamos pues, que la esperanza de vida de un mimético parcial debe de ser de unos 50 años más que la de un humano promedio, pero eso sólo hemos podido verlo en miméticos, no en humanos. Todavía no somos capaces ni de imaginar cuál puede ser el alcance de la savia de un mimético puro -concluyó Aaron altamente ilusionado por todos los avances que podían llegar a darse en un plazo de tiempo no muy lejano.

- Entonces, aquello que decías sobre no creernos los mitos... ¿estás completamente seguro de que únicamente es verdad lo de la esperanza de vida? Si pudiéramos controlar el tiempo, no sólo viviríamos más, seríamos práticamente inmortales... -reflexionó Kate, ciertamente intrigada por aquellas leyendas que Nimia había compartido.

- ¿Qué te crees que busca Aaron en realidad? ¿mejorar la vida de todos? ¡Ja! -le contesté a aquella desgraciada antes de que Aaron pudiera dar alguna de sus excusas.

- Como podéis comprobar, desvaría, tal como hace años, cuando nos acusó a Horst y a mí de atentar contra la humanidad sin ninguna prueba de ello -relató Aaron con gran soltura y teatralidad.

- ¡La prueba soy yo! Es tan evidente, ¡Dios! -grité llena de rabia.

- Ah sí, sí, Rosewell, lo que tú digas. Qué importante te haces en un momento cuando sólo eres un instrumento más. King, por favor, ¿cuánto tiempo lleváis ahí? Adelantaos, adelantaos. Ah, y en cuanto a lo de la apuesta, sin problema, no necesito amuletos para dominar el mundo, éste ya es prácticamente nuestro -ordenó Aaron lleno de carisma.

Una vez había concluido la puesta en común sobre el estado en el que se encontraba su incipiente Imperio, Aaron decidió pasar al plato principal, motivo por el que todos los líderes del bando unionista habían sido congregados esa noche.

- ¡Davis! -exclamó Aaron para que se aproximara a la mesa.

Poco tiempo después Davis se encontraba entrando en el Gran Salón junto a una persona a la que hacía más de un año que no veía y a la que creía muerta. Entro así, justo por la misma puerta que Cormac y yo habíamos abandonado hacía unas horas, mi buen amigo Sirhan.

Cuando entró, aquellos grandes líderes entronizados en la mesa no turbaron su gesto en momento alguno, pero yo no pude evitar dejar caer una lágrima al ver el estado en el que se encontraba.

Su antiguo cuerpo fibroso y musculado había dado paso a un escuálida y decrépita musculatura que prácticamente se había consumido, hasta el punto de haberlo incapacitado para caminar. Sus ojos del color de la miel, que siempre habían encandilado a todo hombre y mujer que para por su lado, habían perdido el protagonismo ante los marcados pómulos que se le habían quedado. Del mismo modo, su clavícula, enormemente marcada, era una evidencia más de cómo su secuestro no había sido más liviano que el mío.

- ¡¿Pero qué le habéis hecho?! -grité desesperada mientras me giraba hacia Aaron en un tono acusativo, llena de rabia.

- Rose... -advirtió Cormac en voz baja al tiempo en el cruzábamos la mirada, probablemente en un intento por advertirme de que no siguiera por ese camino.

- Bueno, vale, un hombre más de los que torturas en tu prisión. Pero, ¿por qué es tan importante? -preguntó Joao, el ministro de Portugal, ante la tensión generada. Pues, no parecían gustarle las situaciones estresantes.

- Veréis, amigos míos, el hombre que podéis ver aquí sentado, se trata, ni más ni menos, que del mimético con el que se ha engendrado la criatura que nos otorgará nuestro futuro imperio -añadió Aaron lleno de orgullo, con sus ojos resplandecientes, como si estuviera presentando a una criatura sacada del mismo circo de los horrores.

Entonces, impulsivamente, cogí el afilado cuchillo de la mesa que más próximo tenía y lo lancé contra Joao, pero acabó clavándose en la cabeza de Rubio, quien fortuitamente se puso delante de él en ese justo instante y cayó desplomado.

Acto seguido, el resto de los líderes se levantaron y me apuntaron con armas diversas, a excepción de Aaron y de la mujer de los ojos blanquecinos, que permanecieron sentados, manteniendo la calma en todo momento.

En tales circunstancias, no tuve más remedio que quedarme inmóvil y esperar a ver cómo discurrían los acontecimientos.

- Calmaos -afirmó el líder británico en un tono sereno.

- No es un enemigo que podamos eliminar en estos momentos -observó aquella mujer de Oriente Medio que había permanecido inmóvil y prácticamente en total silencio durante toda la velada.

- ¡Pero no podemos dejar que nos mate antes! -exclamó Joao enormemente alterado mientras me señalaba con su pistola.

- Eso no va a ocurrir -confesó Aaron al mismo tiempo que se levantaba de su asiento para acercarse a mí.

- Alguna represalia debemos tomar -afirmó el descomunal hombre a quien Aaron había llamado Akram, mientras volvía a sentarse en su sitio, no sin dejar de quitarme la vista de encima.

- Eso ni lo dudéis por un segundo. Por favor, compañeros, tomad asiento junto al resto, como podéis ver, la señorita Rose no necesita presentaciones -contestó Aaron con gran delicadeza mientras les invitaba a sentarse, bajo una dulce voz que escondía una clara ironía.

- El resto de la velada vas a ser buena, ¿verdad Rose? -añadió Aaron mientras acariciaba mi mentón con un cuchillo y le indicaba a Cormac que me sujetara.

-Davis, trae una silla en donde poder atarla! -ordenó a continuación, mucho más exaltado.

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