Capítulo 7 • Secretos de Estado (II)
Aquella mujer que se mostraba preocupada por los posibles imprevistos que pudieran ocurrir durante el parto y los primeros momentos de vida del niño, era mayor, de una edad que podría rondar los setenta y cinco años.
Tenía una cara afilada, con unas pronunciadas arrugas que mostraban cómo le había afectado el paso de la edad. Su pelo era blanco y quedaba perfectamente plisado por la lujosa diadema de zafiros que portaba, enmarcando su cara con ella junto a los pendientes de diamantes que colgaban de sus orejas.
Asimismo, de pequeña estatura y frágil complexión física, a primera vista no parecía suponer una amenaza. Sin embargo, la pequeña mujer de la diadema y el traje de Channel, que mostraba sus delicadas y enclenques piernas entre una corta falda de cuadros, era la presidenta de los Estados Unidos, y nadie podía discutir la desbordante capacidad intelectual que le bendecía, permitiéndole hacer inteligentes reflexiones como la anterior, con las que demostraba claramente quién era la mente pensante dentro del bando que nos oprimía.
- Mi querida Kate, no debe preocuparse por tales nimiedades, para algo nuestros amigos Horst y Yamato-Sama llevan años preparando sus respectivas industrias -aseguró Aaron lleno de dulzura y amabilidad.
No era la primera vez que me encontraba con Horst Waas, un hombre despiadado, sin ningún tipo de moralidad más que la del beneficio personal y el de su propia nación. Con pequeños tintes megalómanos, de carácter patriótico y nacionalista, basados en el darwinismo social y el iusnaturalismo, que le habían llevado a desarrollar una ideología según la cual existen razas esencialmente superiores desde el nacimiento, así como personas naturalmente más capaces, llevaba inserto en el proyecto desde los primeros experimentos, como mano derecha de Aaron.
No obstante, sin el carisma suficiente ni la habilidad diplomática del risueño y desalmado líder inglés, no llegaría a ser algo más que un mero subordinado de Aaron, quien con sus brillantes ideas y poderosos aliados ya venció una vez al Bando Sublevado, anexionándose las desaparecidas Irlanda y Escocia, reduciendo la Resistencia a pequeños nodos dispersos y desestructurados en los extremos de Europa y extendiendo así su influencia económica, industrial y tecnológica en lo que serían los inicios de su futuro soñado.
Un futuro en donde toda la sociedad, sin la capacidad para sobrevivir sin el oxígeno que él controlaría monopolísticamente gracias a unas máquinas que, durante años, con ayuda de las más potentes fábricas alemanas, japonesas y coreanas, había logrado desarrollar, acabaría dominando el mundo en un nuevo intento totalizador. Aunque en este caso, un mundo controlado por el oligopolio de los once países que en el invierno del 57 constituyeron la British Union.
- No le importa que le llame Yamato-Sama, ¿verdad? -puntualizó Aaron, dirigiendo su mirada hacia el emperador con una pícara sonrisa.
- Ie, kekkou desu (No, está bien) -infirió con total solemnidad el joven descendiente y heredero del emperador Shiro, quien hacía pocos años había fallecido a la edad de 95 años.
- Es mi deber proporcionar a la nación inglesa y al futuro Imperio de los Once, mentes brillantes que sean capaces de desarrollar avances técnicos y biológicos que nos permitan sobrevivir en el futuro mundo que construiremos. En este sentido, mis más brillantes alumnos, con la tecnología aportada por el Sr. Yamato, han logrado desarrollar unas mascarillas-cápsula capaces de convertir el dióxido de carbono en oxígeno -añadió Waas, el hombre corpulento enmascarado que se encontraba situado en el extremo derecho del dirigente inglés, quien, al terminar, dio un contundente golpe a la mesa con el que varias copas se derramaron.
- Sou desu (Así es) -aseveró cortés y seriamente el hombre de facciones asiáticas y escuetas palabras mientras su intérprete lo traducía al resto de integrantes de la sala.
El intérprete también era asiático y vestía con yukata, del mismo modo que el emperador, aunque su traje era azul y blanco, de menor calidad, decorado con pequeñas flores de loto a lo largo de sus mangas y capas, que no tenía nada que ver con el lujoso traje del líder nihon, cuyos dibujos mostraban entre sus negras e imponentes vestiduras a majestuosas garzas de finas láminas de oro en el momento de izar el vuelo.
Además, a diferencia del emperador, su traductor se mantuvo de pie en todo momento, a la espalda de su señor, quien se encontraba situado junto a la mujer que le separaba de Kate Hughes, la presidenta estadounidense. A diferencia de ella, se encontraba envuelta en un velo color púrpura, totalmente tapada por éste, mostrando únicamente sus fulminantes ojos invidentes, los cuales, no le supusieron un impedimento para saber cuándo debía retirar su cuerpo hacia atrás, permitiendo así que el emperador del Reino del Sol pudiera hacer su reverente saludo mientras corroboraba al líder inglés la puesta en marcha de sus mascarillas eléctricas.
- Kuukigo (空気与) wa namae no masuku desu ("Kuukigo" es el nombre de las mascarillas eléctricas) -explicó Yamato-Sama mientras le mostraba al líder uno de sus prototipos para que lo probase en el momento que considerase oportuno.
- Kuuki, supeingo de "oxígeno" desu (En español, kuuki significa "oxígeno") -tradujo asimismo quien posiblemente también hacía de guardaespaldas del soberano celestial.
- Bueno, no es mi intención faltar el respeto a nadie, pero, ¡creo que ya basta con tanta traducción! -alegó el hombre que se encontraba más alejado del líder inglés, en el extremo derecho de la mesa, detrás de otras dos personas que todavía no habían participado en la conversación.
Aquel hombre de pelo negro y pálida tez pareció alzar la voz en un gesto de total incomprensión y desaprobación.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Aaron un poco molesto.
- Lo cierto es que no entiendo por qué Japón es el único país al que permitimos conservar su lengua tradicional. ¿No pretendemos construir un nuevo imperio homogéneo? Eso implica también abolir sus tradiciones y adaptarlas a las nuevas, incluyendo el inglés en Japón -insistió de nuevo el hombre que había acabado levantándose de su asiento ante la enorme injusticia que, para él y para su idioma natal, el español, se estaba cometiendo.
- No le falta razón -inquirió la Sra. Hughes, poco dispuesta a hacer concesiones a otros países sobre el uso de su idioma.
- ¡Rubio! ¿para eso nos interrumpes? ¡siéntate ahora mismo! -gritó Aaron, colérico y con el ceño fruncido, mientras clavaba su mirada en el atractivo Ministro de Asuntos Exteriores de España, tras levantarse rápida y violentamente de la silla.
- Uf... Qué rollo -resopló la mujer de ojos rasgados y cabeza redondeada.
Aquella chica que intervino de repente era una joven de rasgos orientales, con ojos negros y tez blanca. Llevaba un traje formal amarillo, ensalzado por un largo y sedoso pañuelo rosa, conjuntado con su maquillaje y peinado, en donde su liso cabello negro había sido recogido por una gran flor rosa y amarilla. Asimismo, sus rasgos finos, marcados por una gran cantidad de maquillaje en tonos rosados, sobre todo en sus mofletes y párpados, resaltaban sus lindos labios color pastel, con los que solía quejarse a menudo.
- Princesa Yong-Sung, por favor, compórtese. Estoy seguro de que si su madre le ha enviado desde Corea es porque confía en que puede cumplir correctamente con su cometido -le pidió el árabe que tenía a su lado vestido con capa roja, en un intento de ser conciliador.
Inmediatamente, aquella joven de marcados mofletes y baja estatura se reclinó hacia atrás con los brazos cruzados haciendo pucheros con la boca.
- Bien, ¿por dónde iba? ¡Ah, sí! ¡Rubio! Vuelve a cuestionar mis decisiones y le haré un favor a tu país -indicó Aaron cortantemente mientras le señalaba con el dedo.
- Aaron, ¿es necesario seguir con esto? Tengo hambre y me aburro -se quejó la princesa Yong-Sung.
- ¡Por supuesto que sí! ¡No olvidemos quién manda aquí! Si yo no me levanto, nadie se levanta, si yo no como, nadie come, si yo digo que Japón mantiene sus leyes tradicionales por su honorable e imprescindible participación para con la causa, nadie lo discute. Os he convocado a todos en una misma mesa, como buenos hermanos, compatriotas, amigos... pero, no olvidéis que en toda gran familia siempre hay una jerarquía y que aquí soy yo la cabeza y vosotros el cuerpo. Nos necesitamos, pero hay partes prescindibles -continuó el líder británico, todavía colérico.
- Vaaalee... Pero tengo hambre, jo. Date prisa, porfii -le respondió Yong-Sung remoloneando en la mesa, mientras jugaba con su cuchillo dándole vueltas sobre ésta.
- Y vosotros, los españoles, recordad que, si formáis parte de todo esto, es por vuestras elevadas capacidades en el dominio de drones para el campo de batalla y por la lealtad que hasta el momento habéis demostrado. Si se os ocurre cuestionarme de nuevo o llevar a cabo cualquier acción sin mi consentimiento, tened por seguro que en el momento dejemos al mundo sin oxígeno, vosotros no tendréis un puesto en el nuevo Imperio y simplemente sucumbiréis a los designios del resto que aquí, en familia, os acompañan -prosiguió Aaron con su discurso, en un tono solemne y rotundo.
- Todos lo sabemos, Aaron. ¡Va! No te alargues mucho y pide más patatas, que se me han acabado muy pronto, ¡y todavía necesito más para acompañar las chuletas! -insistió Yong-Sung.
- Jefe, ¡la verdad es que no estaría nada mal! -comentó lleno de energía un hombre de pelo rubio y ciertamente desaliñado, situado junto al representante español, Víctor Rubio.
- Muy bien, que las traigan. Y Rubio, antes de terminar, ¿todo claro? -preguntó Aaron a modo conclusivo, todavía con una voz firme y contundente.
- Desde luego -reconoció con una leve voz el burócrata español mientras se sentaba de nuevo, al tiempo en que plisaba su chaqueta.
- Perfecto. En tal caso, Kate, ¿por dónde íbamos? -insistió Aaron, tornando su voz melosa y aterciopelada de nuevo, en uno de sus bruscos cambios de humor que tanto le caracterizaban.
- Yamato-Sama nos estaba mostrando el invento de la mascarilla con el que solventaríamos el problema del niño mimético -contestó Kate- Aunque, en el caso, claro está, de que la joven que recluyes aquí pueda dar a luz al niño, puesto que no estás teniendo en cuenta la probabilidad de que el feto esté recubierto en gran parte de su cuerpo por corteza de árbol, tal como les sucedió a los sujetos que convertimos en miméticos y desarrollaron tales características en sus extremidades superiores e inferiores. En el caso de que sea un "mimético puro", tal como lo has llamado, podría darse el caso de que su cuerpo fuera arbóreo en su totalidad, de tal modo que desgarraría a la madre durante el parto -añadió contemplativa.
- Siempre podemos hacerle una cesárea -contestó una hermosa joven de cabello largo y rubio, ojos azules y largas piernas que marcaba con una falda de tubo dentro de la cual llevaba metida una camisa perfectamente conjuntada con su bata blanca y sus tacones de aguja, mientras se recolocaba unas gafas rectangulares al aproximarse a la mesa para dar los resultados del test de paternidad.
- Aquí tiene señor -apuntó la joven justo después, tras entregarle a Aaron varios documentos que llevaba consigo.
- Gracias, cielo -le respondió Aaron cariñosa y alegremente mientras recogía los documentos y le daba indicaciones de que se retirase.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro