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Capítulo 5 • Abusos (III)

Primera realidad · Año 2059 · 22 de Octubre · Inglaterra ·

Pese a no poder dormir apenas durante la noche, a la mañana siguiente me desperté bastante descansada. El dolor del costado se había reducido y los analgésicos que Cormac me había dado me estaban haciendo efecto.

Prácticamente, las pequeñas fracturas que Cormac me generó en la mano, con sus cuidados y mi rápida capacidad de regeneración corporal, estaban curadas esa misma mañana. Mis brazos, sin embargo, todavía seguían en carne viva y aunque no me dolía tocarlos, la dura piel que bajo ella trataba de volver a cubrirlos no generaba una sensación agradable.

Por su parte, volví a asomar mi cabeza hacia el escritorio. Otro día más, el desayuno olía demasiado bien como para rechazarlo. Así pues, me levanté con cuidado y me dirigí rápidamente a descubrir de qué se trataba. De nuevo, una tostada, aunque esta vez con queso y aguacate por encima, junto a un bol con yogurt y distintas frutas peladas y cortadas, distribuidas alrededor del mismo. Plátano, fresa, manzana...

Se estaban tomando muchas molestias para que el embarazo siguiera adelante correctamente. Y podía imaginarme el porqué. Cormac me había dicho que necesitaban que tuviera un hijo para chantajearme emocionalmente y que de esa manera le diera las fórmulas del antídoto con el que regular la enfermedad arbórea. Sin embargo, ese no podía ser el único motivo. Después de siete años aquí encerrada, al borde de la muerte, debían saber ya que nunca les diría nada. Pues, de lo contrario, tendrían la única información con la que los miméticos y las personas lejanas al poder podrían protegerse de Aaron y sus aliados.

En este sentido, sabía que sólo había dos formas de acabar con los deseos megalómanos del líder inglés. La primera, tal como intentamos hacer siete años atrás mis compañeros y yo, denunciando los crímenes de Aaron y su empresa con tal de lograr su imputación a nivel internacional por crímenes contra la humanidad.

Y en segundo lugar, teniendo en cuenta que hay muchos países implicados en las experimentaciones con las habilidades miméticas que Aaron pretende desarrollar para sus propios fines, y que por lo tanto, pese a demostrar los crímenes, éstos podrían ser ignorados por una mayor cantidad de países enemigos que de aliados, la segunda y única opción sería asesinar a todos los líderes implicados. Y cuanto antes, pues en el momento naciese mi hijo, el problema no sería ya que me chantajeasen, sino que dejaría de ser útil para Aaron, y por lo tanto, también para nuestra causa.

Era en eso en lo que pensaba, al menos, mientras me asomaba por la ventana buscando algo de inspiración.

Mis pechos estaban hinchadísimos y casi no cabían en la camiseta de tirantes. El tema del embarazo estaba empezando a ser un problema muy real y necesitaba que se me ocurriera una forma de pararlo. Además, todavía estaba muy débil y en el caso de que Cormac finalmente cumpliera satisfactoriamente la orden que Aaron le había dado, no podría abortar al bebé por mi propia cuenta sin sacrificarme.

Desde allí arriba, eso sí, las vistas eran ciertamente magníficas.

Observaba el paisaje que se extendía en los vastos páramos y el espectáculo de colores y formas que creaban no podían dejar de maravillarme a diario. La frondosa vegetación arropaba el conjunto de la muralla que rodeaba el castillo y ésta, a su vez, se sobreponía sobre las distintas variedades de enredaderas, árboles, arbustos y matorrales que se extendían desde el cuerpo principal, bajando desde la misma torre hasta llegar al pórtico de la entrada, que estaba flanqueado por dos altas torres de planta circular conectadas entre ellas a través de un muro, en donde se había abierto una gran puerta medieval, con la que el castillo y el puente quedaban conectados.

Asimismo, junto a la puerta se asomaba una pequeña capilla a la que muchos de los oficiales acudían. Y destacaba también una pequeña casita del pozo, la denominada Well-House, que junto al castillo se encontraba rodeada por la muralla y las profundas fosas de agua que a su vez bordeaban la misma, convirtiendo a esta fortaleza en la más inexpugnable de la isla.

Al cabo de un rato, el desayuno que me había tomado empezó a revolvérseme dentro. Empecé a marearme un poco y me entraron unas repentinas ganas de vomitar.

Rápidamente, me dirigí al cubo que me dejaban para hacer mis necesidades, y empecé a vomitar. Poco después, Cormac abrió la puerta asaltado, con intención de ayudarme.

- ¿Estás bien? ¿te levanto o puedes sola? -me preguntó con verdadera preocupación mientras me retiraba el pelo de la cara para que acabara de vomitar.

- Puedo sola, tranquilo -le respondí seca y cortante mientras me incorporaba de nuevo y apartaba su brazo de mí.

- Como puedes imaginarte, tienes que venirte conmigo al laboratorio. Debemos comprobar si el vómito procede del inicio de un embarazo, un virus o una intolerancia tuya a algún alimento del desayuno -me advirtió seriamente mientras me esposaba las manos y me quitaba las esposas que llevaba en los pies, junto al candado con el que quedaban unidas a la pared de la torre.

De este modo, dirigida bajo la vigilancia de Cormac, de camino al laboratorio pude volver a ver aquellas estancias que el castillo guardaba en su interior y que hacía tanto tiempo que no había podido observar.

Ambos entramos por la entrada principal, en el piso inferior.

Allí, las imponentes escaleras que desde el centro del recibidor se abrían paso, ocupando la mayor parte del espacio, cubrían todo el suelo con una alfombra de terciopelo rojo, bajo unas lámparas de erizados diseños de pan de oro y lágrimas de cristal, que daban buen ejemplo de los lujos y excentricidades con las que decoraba el jefe del estado sus respectivas estancias y prisiones.

En sendos lados podías vislumbrar también algunos cuadros de época bajomedieval y otros cuantos retratos sobre el rey Carlos I de Inglaterra, de cuando estuvo cautivo en ese mismo castillo.

Al final, mientras los observabas en ascenso subías al segundo piso. Y una vez allí, las diversas estancias quedaban distribuidas de manera lógica en torno al Salón Central, al que podía accederse desde la primera entrada, a la izquierda de la escalera, o desde una habitación contigua que el comandante Harrison había reformado para convertirla en su despacho personal.

Asimismo, junto a dicha habitación utilizada por Harrison a modo de despacho estaba la sala de operaciones, desde donde los oficiales controlaban todos los rincones y espacios de la prisión, a excepción de la sala de tortura y los espacios exteriores, como la torre, la capilla, el molino y el pozo, en los que no llegaba a tener alcance la tecnología o simplemente no interesaba que llegase.

Finalmente, el extremo contrario de la escalera daba a un pasillo por el que se llegaba al laboratorio y la cámara de guardia, en donde permanecían custodiados el resto de presos, colgados de la pared con cadenas.

No tardamos mucho en llegar. Como decía, el laboratorio había sido construido en una de las estancias posteriores del castillo, próximo a la cámara de guardia, en donde Sirhan debía continuar recluido. Dicho laboratorio fue financiado por orden del gobierno, bajo la pretensión de aprobar ayudas que fomentaran la investigación científica y la mejora de la sanidad pública, con el incentivo también de ganar mayor reconocimiento y apoyo social, al mismo tiempo que, como jefe de estado, Aaron podía experimentar sin límites y sin condicionamientos legales.

Una vez dentro, para tratarse de un laboratorio de última generación, debo decir que no me sorprendió demasiado. Posiblemente, debido a que su aspecto fácilmente coincidía con mis expectativas.

Tenía un tamaño medio, pero su diafanidad le hacía parecer mucho más amplio. Era de una luminosidad artificial, conseguida sobre todo gracias al color blanco de las paredes y los muebles, sobre los que papeles, frascos, ordenadores y otras máquinas de mayor tamaño mantenían muy ocupados a las doce o quince personas que estaban allí trabajando.

Nada más entrar, Aarón hizo saber que había notado nuestra presencia.

- ¡Ah! King, ¿Ya estáis aquí? No hace mucho que había recibido tu aviso de que venías, ¡Qué alegría veros! -afirmó Aaron risueña y alegremente volteándose hacia nosotros y dejando tras de sí un frasco lleno de sangre.

- Sí señor, aquí se la traigo -afirmó Cormac, con firmeza.

- Cuánto tiempo -le dije nada más verle en un tono severo.

- No creas -respondió él con un gesto desafiante.

Le miré mal, pero Aaron lo obvió.

- Perfecto, perfecto. Bueno, si no os importa, me lavo las manos y hacemos esa prueba de embarazo, ¿vale? -añadió Aaron mientras chocaba sus manos para prepararse.

Instantes después se acercó a mí y golpeó mi nariz con su dedo, manteniendo en todo momento su cinismo.

- Qué bieen, qué bieen... -entonaba contento mientras se lavaba las manos y movía su cuerpo de un lado a otro en una actitud que resultaba bastante infantil.

Aquél escuálido sesentón no podía evitar mostrar lo contento que le había puesto la noticia. Incluso, hablaba tarareando lo que quería decir.

- A ver a ver, tututurú... -balbuceaba mientras parecía estar buscando algo.

- Tututurú... Tutututú... ¿Dónde te escondes? -se decía a sí mismo mientras continuaba buscando algo de un lado a otro, moviendo su bata de aquí para allá.

- ¡Nadia! -gritó de repente con un tono mucho más seco del que había estado mostrando hasta el momento.

- ¿Sí? ¿Qué quiere señor? -preguntó rápidamente una de las chicas que estaban trabajando en la sala mientras se acercaba a Aaron para poder atenderle mejor.

- ¿Por casualidad no sabrás dónde están colocados los test de embarazo? Con tantos trastos por en medio no sé dónde los hemos dejamos -le preguntó Aaron, ciertamente molesto.

- Claro, señor, los colocamos en un frasco con la tapa naranja, en el armario donde guardamos los espermatozoides y los óvulos -le respondió la científica.

- ¡Ajajá! Cierto, cierto, ¡Qué cabeza! -comentó entre risas, dirigiéndose a su vez hacia una puerta que se encontraba al fondo de la sala.

- ¡Ya lo tengo! -exclamó alzando la voz y el test con el brazo mientras salía del cuarto aproximándose hacia nosotros.

- King, encárgate de que se haga la prueba y cuando sepáis el resultado me lo comunicas. En el caso de dar positivo habrá que hacerle una prueba de paternidad -expuso airadamente mientras le daba a Cormac el test de embarazo.

- ¿¡Cómo que una prueba de paternidad!? -grité de repente.

- ¡Ah! Sí, verás, es muy sencillo de entender. Yo te lo explico, no te preocupes -me comentó Aaron muy alegremente al mismo tiempo en que movía sus manos haciendo gestos tranquilizadores que no tranquilizaban en absoluto.

- Más allá de pedirle a King que procurara que te quedaras embarazada, empleando sus propios medios, yo, o mejor, mi equipo y yo, llevamos tres semanas inseminándote con el semen de otro hombre. Te sedábamos, te traíamos aquí y voilà, ¡magia! -explicó Aaron, muy ilusionado.

- De hecho, la verdad es que si le pedí a King que se encargara él mismo fue porque después de tanto tiempo tratándote y sin ver resultado alguno o síntoma que pudiera llegar a indicar que íbamos por buen camino, acabé desesperándome un poco e incluso llegué a pensar que el semen de este hombre de las tierras del sur de Europa podía ser defectuoso -me explicó también, mostrando claramente su decepción.

- Pero bueno, id a hacerte esa prueba y luego ya lo celebraremos, ¿vale? -indicó Aaron de nuevo, con esa sonrisa y esa voz tintineante que tanto me desagradaba.

Efectivamente, el test de embarazo dio positivo. Recuerdo tener sentimientos encontrados sobre ello. La forma en la que se había gestado, la horrible sensación que te provoca saber que te han sedado y han estado usando tu cuerpo a voluntad sin que tuvieras oportunidad de oponer resistencia, la identidad oculta del varón que habían usado... ¿Cómo habían sido capaces de perturbar un acto tan bonito?

Con todas mis fuerzas, deseé tener la voluntad y la entereza suficiente para poner fin a la vida del niño una vez naciera, pero en el momento vi el resultado, me invadió un cálido sentimiento de afecto que me empujaba a querer protegerle.

Aaron se mostró dichoso. Estaba encantado con la noticia. Sabía que en no mucho tiempo sus objetivos ocultos podrían empezar a tomar verdadera forma.

- ¡Las grandes noticias se merecen grandes celebraciones! -señaló entonces, alzando la voz, con una expresión de verdadera satisfacción en su rostro.

- ¡King! Llévate a Rose de nuevo a su celda y encárgate de que pueda recuperarse totalmente. Dentro de cuatro meses, cuando podamos ser sabedores de la procedencia paterna, quiero hacer un gran banquete al que puedan asistir todos mis conocidos, amigos y subordinados, en el que ambos podáis celebrar con todos nosotros el día en el que Inglaterra se convertirá en el nuevo Imperio que gobernará el mundo -le ordenó Aaron mientras era vitoreado por el resto de sus subordinados allí presentes.

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