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Capítulo 3 • Abusos (I)

Primera realidad · Año 2059 · 21 de Octubre · Inglaterra ·

Tumbada junto a la húmeda piedra que conformaba la pared de la torre, con el cuerpo todavía entumecido, abría los ojos lentamente mientras los primeros rayos del día iban iluminando mi cara e inundando el resto de la inhóspita estancia. Podía escuchar un fuerte viento lejos de mí y sentir su frío aire al colarse por la ventana. Pronto, los efectos sedantes empezaron a desaparecer de mi cuerpo y me di cuenta de que no llevaba puestos los trapos que habitualmente Cormac me daba.

En su lugar, llevaba una camiseta interior azulada y unos anchos pantalones largos del mismo color, que pude ajustarme mejor con el cordón que llevaban. Poco a poco, mientras me observaba, pude ver que mi cuerpo había sufrido otros cambios. Habían cortado mi larga melena y habían arrancado finalmente toda la piel de mis raquíticos brazos, de tal forma que, en lugar de su oscuro aspecto amarronado, habían quedado completamente blancos, incluso mucho más que mi pálida piel.

Un tiempo después seguía todavía mareada, así que me quedé mirando el viejo escritorio que acompañaba mi ventana. Había sobre él algo que olía delicioso, pero no alcanzaba a verlo porque yo continuaba sentada en el otro extremo de la estancia, donde se encontraba el enganche que sujetaba las cadenas que desde hacía años me apresaban.

- Debe ser comida - pensé.

Rápidamente quise levantarme, pero cuando me moví, el costado empezó a dolerme sobremanera. No mucho después los pechos empezaron también a dolerme. Sentía fuertes pinchazos que procedían de ellos. Entonces, en un intento por aliviar el dolor, intenté masajearlos. Y aunque los pinchazos se redujeron, no fue una solución definitiva ni mucho menos.

Lo curioso fue que, al tocármelos, me di cuenta de que su tamaño había aumentado considerablemente.

Al poco tiempo, la puerta de la torre se abrió. Era Cormac de nuevo, que había venido a curarme.

- ¿Cómo llevas esas heridas? -me preguntó Cormac con ternura mientras me observaba desde arriba.

Le miré fijamente. Mi cara, llena de dolor, miedo y frustración, buscaba en su mirada un acto de compasión.

- Has estado cuatro días ahí tumbada sin moverte. He estado viniendo todos los días a curarte desde que tuvimos nuestra charla y nos reunimos con Aaron. Como no despertabas, la verdad es que llegó un momento en el que pensé que morirías. Pero bueno, ¡aquí estás! Son muy buenas noticias. Al fin y al cabo, puede que hace siete años intentaras asesinar a mis compañeros y al héroe de nuestra nación, pero como médico, preferiría que no murieses estando a mi cargo -afirmó Cormac calmada y tranquilamente, con una pequeña sonrisa de satisfacción en su rostro.

- A ver... Déjame ver cómo van esas manos -continuó diciendo mientras se agachaba para intentar cogerme el brazo.

No tenía fuerzas para hablar. No quería que me tocara. Conforme se acercaba me iba encogiendo sobre mí misma, tratando de esconderme entre mi pequeño cuerpo.

- Rose, venga, no me hagas esto. No quiero hacerte daño ahora. Sé que estás sufriendo mucho, pero de verdad que no quiero hacerte daño. No sólo soy yo quien quiere que te cures, Aaron ha dado la orden de mantenerte con vida como sea y en un estado de salud aceptable. Pues, al final, después de tantos años sin encontrar respuesta por tu parte sobre dónde se encuentra la fórmula del antídoto que puede revertir la enfermedad arbórea, Aaron ha desistido contigo y ha decidido encontrarla de otra forma -afirmó King mientras me cogía firmemente del brazo con una mano y me sujetaba el hombro contrario con la otra, evitando así que pudiera realizar cualquier tipo de movimiento.

Aparté la mirada. Estaba demasiado débil y no tenía suficientes fuerzas como para poder mirar con rabia a la persona que me había violado tantas veces y que hacía poco me había dejado en ese estado.

- Rose, con lo bonita que eres, no me gusta que me apartes la mirada -afirmó Cormac, de nuevo, con ternura y serenidad, tras clavarme la mano a la pared con el cuchillo que guardaba, al mismo tiempo en que usaba su mano para girarme el rostro a la fuerza y apartar la poca melena que todavía me quedaba.

- ¿Ves, Rose? Así estás mucho más guapa... Deberías mirarme más cuando te hablo -añadió con fascinación- Sabes que me gusta que lo hagas. Si no, luego me obligas a hacerte esas cosas que... como sabes, detesto -me dijo mientras arrancaba el cuchillo de mi mano.

- Bueno, al menos, por lo que veo, tu piel está volviendo a regenerarse. Tus manos están completamente recuperadas desde ayer que las vi -observó- Todo eso es muy bueno. Aunque ahora, como te he roto varios huesos, voy a tener que desinfectarte la herida, recolocarte bien los huesos de la mano y cosértela -me explicó molesto- Y eso te va a provocar mucho más dolor del que tenías -me advirtió muy seriamente mientras sostenía mi destrozada y dolorida mano para colocarla posteriormente en el suelo.

Rápidamente, Cormac se levantó, se recolocó las gafas y fue al escritorio para coger el desayuno que me habían preparado. Eran unas tostadas con mermelada de cacahuete y un vaso con zumo de naranja. Y a continuación colocó la bandeja a mi lado.

- Rose, tengo que ir al laboratorio a por analgésicos y vendas para curarte esa mano. Te dejo aquí la comida -me indicó- Necesitas alimentarte si quieres seguir con vida, y mucho más ahora que has perdido bastante sangre -me advirtió preocupado- Por favor te lo pido, no hagas ninguna tontería mientras estoy fuera -fue lo último que me dijo antes de salir por la puerta.

Evidentemente, no había ninguna tontería que fuera hacer. Me comería la comida como pudiera y con mucho gusto. Mi cuerpo y mi mente estaban destrozados, pero continuaba queriendo vivir. Confiaba en que Nathan viniera a salvarme, tal como me había prometido. Y si mis cálculos no fallaban, desde que empecé a escribir en este diario sólo quedaba un año y medio para poder verle de nuevo desde el asesinato de Daniel.

Daniel era otro de nuestros compañeros en el proyecto Ámbar. Concretamente, era nuestro abogado. Se encargaba de dar oficialidad y protección legal al proyecto, así como de evitar que alguien se hiciera demasiadas preguntas sobre las posibles imputaciones morales que los experimentos llevados a cabo podían generar. A él lo acabaron encontrando unos meses después de que Sirhan y yo fuéramos hechos prisioneros en la fortaleza de Carisbrooke, tras la derrota en Carlisle.

Tras su captura, fue llevado ante la presencia de Aaron para que éste dictara sentencia y se hiciera justicia pública en advertencia a cualquier otra persona que pretendiera rebelarse contra el gobierno inglés. Como represalia también, a Sirhan y a mí nos hicieron presenciar su muerte retransmitida en directo, desde la televisión que los oficiales incorporaron a la Gran Sala del castillo para esa ocasión especial.

Al final, Daniel había sido condenado a morir fusilado. Sirhan y yo no podíamos concebir un acontecimiento tan terrible como ese, pero tuvimos que hacerlo. Al fin y al cabo, nunca se está preparado para que maten a un ser querido ante tus ojos, y mucho menos de un modo tan directo y tan frío como ese.

No obstante, lo cierto es que gracias a que los oficiales nos obligaron a ver la ejecución, Nathan y yo pudimos comunicarnos de nuevo cinco años después de nuestra separación.

Pues, antes de voltear su espalda frente al mar, en el cadalso de Wapping junto al Támesis, donde nuestro amigo Daniel había sido destinado a morir, éste sacó una pequeña bola de humo de entre sus esposadas manos que probablemente habría logrado robar durante su trayecto al muelle de Londres, el cual, en calidad de prisionero, había realizado en un tren de carga que traía consigo gran cantidad del armamento que reclamaba Carlisle, la actual capital de Nueva Inglaterra.

Dicha bola fue lanzada por Daniel contra la multitud que había asistido a contemplar la ejecución, creando con ello un caos general con el que la propia ejecución se retrasó y Daniel tuvo la oportunidad de devolverle a Nathan el favor que le debía.

Así, al mismo tiempo en que trataba de escapar entre el humo y el alboroto, Daniel pronunció sus últimas palabras frente a una de las cámaras que continuaban grabando el acontecimiento, previamente al desafortunado tiro por la espalda que acabó con su vida. Siendo éstas: ¡Ancianita! Pronto nos volveremos a ver: 2 - 8 - 4 - 6 - 0.

No obstante, las palabras que Daniel pronunció antes de morir, aunque quiero pensar que nadie más allá de nuestros compañeros de equipo fue capaz de entenderlas, fueron escuchadas en la mayor parte del mundo, lo que complicaba su privacidad y carácter cifrado.

Tanto Sirhan como yo lo sabíamos y lo tuvimos en cuenta. Pues, Aaron no sólo era la figura más importante a nivel nacional en Nueva Inglaterra, sino que también, sus vanguardias científicas le habían convertido en uno de los hombres más poderos e influyentes del mundo. De tal forma que, un acontecimiento que llegara a tener tanta repercusión para el Estado inglés como una ejecución pública, no era de extrañar que alcanzara todos los recovecos del mundo. Más cuando hacía años que no se ponía en práctica el fusilamiento como pena de muerte.

Era, en este sentido, algo inaudito. Y por lo tanto, nos resultaba lógico que acabara convirtiéndose en un acontecimiento de interés internacional.

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