Capítulo 23 • Promesas (II)
En ese mismo instante el libro empezó a brillar y el líquido dorado que me envolvió de pequeña empezó a recorrer las pequeñas rendijas que se abrían entre las ramas que envolvían la carcasa, dirigiéndose de una forma aparentemente consciente hacia una dirección.
Finalmente, todo el líquido dorado quedó retenido en uno de los orificios que se habían generado en la contraportada del libro.
Y de pronto, de entre sus páginas empezaron a brotar pétalos de rosas.
Lo abrí entonces, sin demora, impaciente por comprender qué sucedía. Y lo que pude observar fue una clara declaración de guerra por parte del libro.
¡Quería venganza! Tal como había planteado Nathan. Los pétalos se iban formando poco a poco de las manchas de sangre que acompañaban algunas de las páginas en las que había escrito.
Así pues, aquello me hizo ver con claridad porqué había aparecido ahora uno de los susurros y porqué había querido que yo fuera su portadora.
No sólo era yo la que buscaba justicia, también el bosque.
- Cariño, creo que vas a tener razón -afirmé llena de fascinación mientras observaba aquel espectáculo.
- Es hasta poético -concluyó Nathan, también hipnotizado por el suceso sobrenatural que acababa de presenciar.
- Pero hay algo que todavía no tiene una explicación lógica, ¿cómo puede ser que el agua se volviera mágica? -me preguntó intrigado.
- No creo que debamos hablar mucho más, deben de estar al caer -comenté preocupada volviendo mi cabeza hacia atrás al escuchar pasos cercanos.
- Bueno, eso si no les ha caído nada encima -apuntó Nathan.
- Entonces, ¿no tienes alguna teoría sobre el porqué de la magia del agua? -retomó así su pregunta inicial.
- Recuerdo que cuando eras mucho más pequeño me hablaste de la magia que inundaba los bosques de Quebec. Sin embargo, sobre lo único que podemos conjeturar desde la racionalidad es sobre cómo las sustancias radioactivas afectaron al agua. Pero quizá la magia ya existiera mucho antes de que mi padre y los suyos llegaran a Quebec. Algo así escuché decir a una vieja chamana. No obstante, creo que eso es algo que no podremos saber ahora -reflexioné pensativa, mostrando cierta decepción en mis palabras.
- Puede ser, pero eso no quiere decir que no debamos encontrar una explicación -objetó Nathan.
- Yo siempre te tuve en cuenta y busqué encontrar respuestas a todo lo que envolvía mi esencia, por eso volvimos a Quebec. Pero, lo cierto es que lo único que encontré allí fueron más preguntas -le respondí apesadumbrada.
- Todo debe estar vinculado con ese deseo de hacer justicia por parte de Quebec -conjeturó Nathan.
- Quizá sí, al menos eso parece. Pero esa es una lucha en la que no creo que vaya a poder participar -le advertí, teniendo en cuenta que ya no me quedaba casi tiempo.
- Claro que sí Ro, en cuanto salgamos de aquí, buscaremos las respuestas -me aseguró Nathan, lleno de vitalidad y optimismo.
- No mi vida, mi herida todavía está abierta y no dejo de perder sangre. No debe quedarme mucho más tiempo. Ya he aguantado más de lo que esperaba -le indiqué triste, acercándome a él para poder acariciar su rostro con mis manos.
Éste estaba sucio por todo lo que habíamos vivido. Lleno de tierra, sangre y polvo. No obstante, eso no me detuvo. Me acerqué con delicadeza y le besé.
- Te llevaré con un médico antes de que te pase nada, Rose, no te vas a morir -insistió Nathan justo después de besarme.
- Cormac es médico cariño, él sabía que me moría y ya se despidió a su manera... -afirmé con dureza, tratando de aceptar las despedidas.
- Te llevaré con otro médico, uno mejor, pero tenemos que seguir avanzando -me replicó Nathan con rotundidad, pues no iba a dejarme morir si de él dependía.
- Aprovechemos el tiempo que nos queda. Escúchame atentamente porque todo lo que te voy a decir es fundamental para poder derrotar a mi padre -le advertí, tratando de abrirle los ojos mientras continuábamos atravesando el túnel hacia la libertad.
- Fue en la cena de Navidad cuando escuché por primera vez la importancia del líquido dorado que Aaron porta en su cuello metido en un frasco, y de la posibilidad de utilizarlo para controlar el tiempo -empecé.
- Justo entonces vino a mi mente ese día que, como te decía, estaba escondida en el sauce. Recuerdo ver cómo el río cambiaba sus aguas cristalinas por un color dorado y resplandeciente, llevando corriente abajo sangre y productos químicos radioactivos -continué así mi explicación.
- No obstante, eso no fue todo lo que vi. También vi a mi padre. Estaba recogiendo ese líquido viscoso y brillante con el frasco que ahora lleva escondido bajo su camisa -continué.
- Después recuerdo verle beber aquella substancia y desaparecer de repente, dejando de existir en esa realidad en la que me escapaba -reflexioné.
- Había viajado en el tiempo, regresando a las horas previas en las que me había escondido en el árbol. Y de este modo, mi padre pudo encontrarme de nuevo, después de haberme escapado y haber sido transformada en mimética, mientras que él se había vuelto un poco más viejo -le confesé.
- Si todo eso es cierto... El líquido que porta Aaron... ¿es una forma de viajar en el tiempo? -me preguntó extrañado, tratando de asimilar toda la información que le había dado.
- Así es... creo recordar que tomó varios frascos y que algunos se quedaron en el laboratorio que hizo estallar por los aires... Nunca pude comprobar si se le quedó alguno por allí escondido... -le advertí con tal de que tuviera en cuenta también lo peligroso que podía llegar a ser que el líder británico contara con un arma tan poderosa.
- Pero si volvió atrás en el tiempo, ¿cómo puedes recordar que lo hizo? ¿cómo puedes acordarte de ti en una realidad paralela? -me preguntó desconcertado y maravillado al mismo tiempo.
- Es una buena pregunta... la verdad es que al principio yo también me la hice, y no pude resolverla hasta darme cuenta de que ese cambio de realidad únicamente funcionaba con los humanos, con cómo nosotros entendemos el tiempo, pero que, para los árboles del bosque, que también pudieron presenciar todo aquello, nada cambió en el momento en el que Aaron volvió al pasado. De tal forma que, ellos conservaban el recuerdo de esa otra posible realidad, y yo, como mimética que soy, también podía recordarlo, pese a que hubiera permanecido oculto en mi memoria durante tanto tiempo -le expliqué maravillada también, por lo increíble que me parecía todo aquello.
- Entiendo... -afirmó contemplativo.
- Por eso mismo, necesito que uses este libro para advertir a los países de los crímenes de Aaron y con ello, impedir que la guerra continúe robándose más vidas. Pero, en el caso de que ni siquiera así puedas conseguirlo, necesito que hagas saber al mundo de alguna forma, teniendo mi diario como prueba, que de aquellas personas que lo lean depende que el mundo continúe siendo pacífico -concluí así mi explicación mientras las lágrimas caían por mis ojos al acercarme a él para besarle por última vez.
- ¿No tenías otra petición? -me preguntó justo después de aquel apasionado abrazo que me dio, antes de bajar la manivela con la que la puerta del pasadizo se abriría.
- Sí... -le dije llena de tristeza.
- Quiero que saques primero a mis hijos y que después salgas tú con ellos para asegurarte de que no les pasa nada... quiero que me prometas que cuidarás de ellos -le pedí con la voz entrecortada, como último favor, mientras me disponía a besar a cada uno de ellos antes de confiárselos.
- Está bien, te lo prometo -añadió con determinación.
- Pero yo también tengo una petición -me indicó lleno de seriedad y preocupación, mirándome fijamente a los ojos.
- Dime -añadí seria.
- Ro, prométeme que no te vas a rendir -me rogó enérgico, entre lágrimas, cogiéndome la mano para besarla con fuerza.
- Te lo prometo -le respondí con firmeza, dejándome envolver por sus brazos mientras trataba de ocultar mis oscuros ojos, que habían quedado cubiertos por lágrimas.
Y así, una vez junto al hueco de la puerta, Nathan salió primero, tal como le había pedido, llevando a mis hijos en brazos y dejándolos en la colina próxima al riachuelo que por allí discurría, junto al diario que previamente me había cogido.
Pero cuando se volteó yo no había salido y la puerta de salida se cerraba rápidamente frente a nuestros ojos, separándonos para siempre.
- Rose, ¡no! ¡no lo hagas! ¡no te vayas!... -gritó desconsolado mientras corría de vuelta hacia mí.
- Mi vida, lo siento, lo siento mucho, pero tengo que hacerlo. No me voy a rendir... -grité entre llantos, con el corazón destrozado.
- No, ¡¡Ro!! Ro, por favor, no me hagas esto ¡¡te necesito!! -me suplicó entre lágrimas mientras tiraba con fuerza de la roca que se iba cerrando, tirando de ella con la esperanza de poder poner fin a lo que estaba sucediendo, pero sin realmente poder pararlo.
- He estado soportando la herida del disparo hasta ahora y sé que no me queda mucho tiempo... Perdóname, por favor -le supliqué entre llantos, sin poder pronunciar bien las palabras del dolor que me desgarraba por dentro.
- ¡Rose! Mi vida, siempre te amaré ¿entiendes? Pase lo que pase -me recriminó entre gritos, con la voz entrecortada por el dolor, haciéndome entender que no había nada que perdonar.
- Nathan, cariño, yo no viviré para mañana, pero mi hijo todavía tiene mucho que vivir -añadí llena de amor, con las lágrimas recorriendo mi cara en un atisbo de dolor que convertía aquella despedida en un final agridulce para nosotros, pero en un posible futuro para Badru.
Fue así cómo, invadida por un profundo pesar, pero decidida a salvar al último de mis hijos, rocé por última vez los dedos de quien siempre sería el amor de mi vida, antes de que la puerta nos separara para siempre y nuestros últimos te quiero quedaran en el recuerdo de aquel valle junto al río.
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