Capítulo 21 • Lágrimas (II)
Se acercó rápidamente hasta mí, colocándose en el extremo contrario al de Cormac, que se encontraba sujetando mi otra mano.
Pronto, consciente de que seguía en territorio enemigo, se sentó en la camilla y volvió a besarme en la frente, pero sin dejar de observar a Blanche y al resto de médicos que se encontraban allí presentes.
- Te estaba esperando -le dije muy cansada, con dificultad para mantener mi mirada sobre la suya.
- Cormac ha estado cuidándome mucho. Sin él, Jawara, Vívi, Asha y Badru nunca hubieran sobrevivido. Por favor, pese a todo, cuida de él -le pedí a Nathan mientras mis fuerzas se desvanecían en un intento por acariciar algunos de sus mechones anaranjados.
- No, Rose, no te despidas, por favor, sé que puedes con esto, vamos a salir juntos de aquí -me intentó alentar con la cara llena de lágrimas.
- Cormac, no podría haber llegado hasta aquí sin ti -apreté su mano y le miré con un gesto de humildad, dejando atrás mi osadía y el orgullo que me caracterizaba.
- Yo siempre estaré para ti -me dijo mientras soltaba mi mano y se colocaba junto a Nathan, con la escopeta cargada, apuntando al resto del personal.
- Cormac, necesito un tiempo a solas con Nathan... ¿me ayudarías una última vez? -le pedí con cariño, convencida de que lo haría a pesar de todo. Pues, en lo más profundo de mi corazón sabía que él también estaba profundamente enamorado de mí.
- Me encargaré de que puedas disponer de ese tiempo -afirmó decidido, tratando de mantener la compostura tras disparar a uno de los médicos, con lo que quiso demostrarnos a todos que estaba dispuesto a matar a cualquiera que se interpusiera en nuestro camino.
- Voy a llevármela -le dijo Nathan mientras me cogía en brazos.
- Como mucho puedo daros quince minutos -le advirtió Cormac decidido a ayudarnos por última vez.
- Hay una salida secreta que te lleva por unas cañerías que conectan con el río que bordea al castillo a la que se entra por una de las paredes de la sala de seguridad, justo en donde se encuentra la chimenea tapiada. En ella, si presionas una de las piedras que la forman podréis salir por la boca de la misma -nos indicó, ayudándonos por última vez.
- No obstante, una vez salgáis por la puerta a la que da el pasadizo no podréis volver a entrar- nos advirtió también, como último consejo.
Y así, sin perder un segundo, Nathan nos sacó del laboratorio y se dirigió a la sala de vigilancia, próxima a las celdas de las que Sirhan debería haber sido rescatado, y a donde Cormac nos había guiado.
Pero de camino, nos topamos con Aaron, quien se encontraba bajando por la escalera principal del castillo justo en el momento en el que Nathan y yo pasábamos por allí.
Al vernos, Aaron ordenó a todos los guardias que le acompañaban que acabaran con Nathan y que me capturasen de nuevo, pues todavía necesitaba mi diario y no tenía dudas en que lo llevaba conmigo. Además, había descubierto que las fórmulas que le transmití en su momento nunca serían válidas para transformar a humanos en miméticos y la rabia le reconcomía por dentro.
- ¡¡Cogedles!! -ordenó Aaron severamente.
Los guardias empezaron a correr hacia nosotros. Entonces, Nathan tuvo que dejarme en el suelo y empezar a dispararles a bocajarro.
- Rosewell, sé que llevas el diario contigo. Tu habitación ha quedado derruida y estoy seguro que no lo abandonarías a su suerte -farfulló Aaron mientras se aproximaba lentamente hacia nosotros usando a un muerto como escudo.
- Las fórmulas que te faltan para concluir el experimento nunca serán tuyas -le advertí con osadía, gritando con todas mis fuerzas pese a la poca vitalidad que me quedaba.
- Hija mía, ¿te crees muy lista? Ya sé que no tienes esas fórmulas, ¡por qué no existen! Pero igualmente quiero comprobarlo de tu propia letra y ver si realmente no existe ninguna otra opción de la que no me hayas hablado -me dijo con malicia mientras se aproximaba a nosotros.
- Por supuesto que sé las ventajas de utilizar las propiedades de mi sangre, pero lo cierto es que hasta el momento únicamente dos personas hemos sobrevivido al experimento y ni siquiera en su totalidad... Tu sueño no es más que una utopía y acabará matándonos a todos... -le respondí desesperada, en un último intento por hacerle comprender la locura que pretendía llevar a cabo.
- Te olvidas de esos pequeñajos que guardas entre tus brazos -advirtió Aaron con maldad.
- Mis nietos serán quienes nos darán la inmortalidad y será su sangre, verdaderamente pura, y no la tuya, la que nos permitirá desarrollar esa píldora vital que tanto tiempo llevo buscando -concluyó así su presuntuoso y grandilocuente discurso, con el que mostraba sus verdaderas intenciones.
- Ni se te ocurra tocarles una sola hoja -le advertí, mirándole con odio.
Tal como pensaba, de acuerdo a lo que había podido recordar tras recuperar mi diario, lo que en realidad ansiaba Aaron no era dominar el mundo a través del control del oxígeno, como se lo había presentado al resto de líderes mundiales unionistas para financiar sus proyectos, sino que ese fin, meramente económico y megalómano, mucho más propio de Waas que de mi padre, no era más que un pretexto para poder concluir lo que empezó veinte años atrás en los bosques temporales de Quebec y Eskdale, con Sirhan, conmigo y el resto.
Su verdadero sueño era en realidad ser compatible con la savia de los bosques temporales, sobrevivir a ella más de unos meses o unos pocos años, al contrario del resto de experimentos fallidos, pero sin llegar a convertirse en mimético, como en mi caso, que era un experimento fallido que había sobrevivido. Buscaba pues, adquirir la longevidad que nos caracterizaba, hasta el punto de volverse inmortal, pero sin perder a cambio su humanidad y todos los cambios vegetativos que esa mutación conllevaba.
Aaron pensaba que yo escondía las respuestas que le faltaban. Pues, de acuerdo con su investigación, sólo alguien como yo podría llegar a entender cómo funcionaba la conexión entre la sabia de Quebec y la nueva especie de la que formaba parte.
Y no le faltaba razón. Pero no sería yo quien se lo explicase.
- Se acabó la charla ¡cogedlos! -ordenó Aaron alzando la voz, mientras también se disponía a perseguirnos.
- Rose, le tengo a tiro -me avisó Nathan.
- ¡Hazlo! -no dudé un segundo en pedirle que acabara con la persona que podía poner en peligro la vida de los pequeños, a quienes me encontraba sosteniendo fuertemente contra mi pecho.
Entonces Nathan disparó.
Fue un disparo limpio, pero quedó interceptado por el disparo de Cormac, que se aproximaba junto a Atenea desde el flanco derecho.
- ¿Tienes que interrumpir siempre mis disparos? -preguntó Nathan sarcásticamente.
- Ciertamente, no creo que vaya a cansarme de eso -respondió Cormac en la misma línea.
Iso facto, Cormac lanzó otra bala que atravesó parte de mi melena, rozando mi oreja. No tardé ni un segundo en voltearme hacia él.
Fue entonces cuando me hizo un disimulado gesto con la cara, indicándome que nos marcháramos, pues él se disponía a entretener a Aaron.
Y de esta manera, Cormac me salvó de nuevo, ésta vez a modo de despedida.
- ¿Dónde estábais? -increpó el líder británico a sus dos primeros mandos que acababan de llegar a allí dentro.
- Controlando las constantes vitales de uno de tus nietos -le comunicó King.
- No se preocupe por nada. Está todo bien. Únicamente hemos tenido que conectarle a una bomba de dióxido de carbono -continuó explicando.
- Yo acabo de escapar de la sala de mazmorras, en donde el grupo de rebeldes me había encadenado junto a la guardia que me acompañaba, llevándose consigo al sujeto 012 y soltando a los presos 188 y 189 -le alertó Atenea.
- ¿¿Cómo es posible?? -respondió Aaron francamente irritado.
- Nos gasearon con altas dosis de cloroformo. No tuvimos tiempo para reaccionar -se exculpó Atenea mientras le entregaba una pistola a Aaron y se preparaba para usar las suyas.
- Aguanta Rose, ya casi estamos -Nathan trató de reconfortarme mientras me levantaba y se disponía a correr hacia la dirección que iba indicándole, aprovechando esos momentos en los que el enemigo parecía haberse olvidado de nosotros.
- ¡¡Rápido!! ¡¡No dejéis que escapen!! -indicó Aaron en el momento se pudo dar cuenta de cómo escapábamos, disparándonos asimismo con sucesivos disparos.
- Nathan, no lo conseguiremos, están ya muy cerca, coge a los pequeños y deja que os guarde las espaldas con la pistola que todavía guardo -le pedí con mis últimos suspiros.
- Ni hablar, no te pienso abandonar de nuevo -objetó él mientras corría todo lo rápido que le era posible.
De pronto, una explosión derrumbó el techo, cayendo éste encima de la mayoría de soldados que nos perseguían frente a Aaron y sus comandantes, situados unos metros por detrás de ellos.
- ¿¿Qué ha sido eso?? -le pregunté aturdida tratando de calmar a los niños, quienes no paraban de llorar.
- Por lo que veo, ya ha empezado.... -masculló en voz baja.
- Tenemos que salir de aquí cuanto antes -advirtió alterado.
- ¿¿Pero qué pasa?? -exclamé igualmente alterada.
- Cuando me reencontré con Gérard y Sirhan antes de venir a por ti, Gérard me advirtió de que mientras buscaba a nuestro amigo mimético, oculto entre todo el bullicio y el alboroto, colocó varios dispositivos explosivos, cronometrados para ir explotando a lo largo del edificio a partir de la 1:00 de la madrugada, con tal de asegurarse de que ninguno de nosotros nos veíamos envueltos en aquella masacre, al mismo tiempo en que evitaba que fuéramos encerrados en esa misma prisión de nuevo -explicó lo más claro que pudo mientras continuaba corriendo hasta la sala de operaciones.
- ¿Me estás diciendo que todo el edificio quedará derruido en menos de una hora desde este momento? -le pregunté alterada.
- Así es, por eso vamos a escapar lo antes posible -me respondió con valor, tratando de animarme.
- Pero ya queda poco, ¿lo ves? -me indicó tras señalar el pasadizo.
- ¿Rose? ¿lo ves? -me preguntó de nuevo, dado que no había podido pararse a comprobar por qué no le respondía.
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